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De paradojas, complejos y dilemas por Pookie

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Notas del capitulo:

Death note no me pertenece, es obra de Tsugumi Ōba y Takeshi Obata.

Advertencia: ninguna, creo. Semi-Au, y un poco de OoC.

Consejo: creo que debería aconsejarles que lean bien el próximo capítulo, principalmente porque el tema a tratar en un poco intrincado. Intenté explicarlo de la manera más simple.

Nos vemos abajito.

Paradoja EPR (Paradoja del enlazamiento cuántico)

 

La paradoja de Einstein-Podolsky-Rosen es una paradoja de la mecánica cuántica.

Digamos que tienes un elemento, y que a partir de éste salen dos partículas, partícula “M” y partícula “N”

Según esta paradoja, sólo con conocer la onda de una de ellas, puedes conocer inmediatamente la de la contraria.

Además de que también puedes conocer las posiciones en el espacio de ambas, sólo con saber dónde se encuentra una de ellas.

Puedes tener las características de las partículas, a pesar de la distancia, el espacio, e incluso, del tiempo.

Lo que plantea esta paradoja, es que estas partículas están entrelazadas, y que aunque estén lejos y separadas una de la otra, siguen conectadas mediante un entrelazamiento cuántico.

Pueden estar en esquinas opuestas del universo, pero si la partícula “M” tiene una reacción, la partícula contraria “N”, también reaccionará.

 

 

 

—¿Me estás jodiendo, verdad?

—Mello, contrólate.

—¿Te pegaste en la cabeza o te volviste repentinamente estúpido?

—Mello…

—¡No! —espetó el rubio, visiblemente enojado—. Tú mismo dijiste que era tu igual, ¿no es así?  Entonces, explícame por qué tienes que ir solo a confrontar al desgraciado ese.

—Porque ese es el plan, Mello.

—Me importa un comino tu jodido plan, iré de todos modos.

El albino suspiró cansado, llevaba cerca de diez minutos discutiendo con el rubio acerca del plan que efectuaría al día siguiente. El comandante Lester, Giovanni y Halle ya habían sido notificados por el menor para acompañarlo, y estaban más que dispuestos a enfrentar a Kira.  Pero dentro de su maquinación no contaba ni con Matt ni con Mello, el pelirrojo lo había aceptado rápidamente, y ya se había retirado a la que era su habitación dentro del edificio de la SPK. Los dos agentes masculinos se encontraban en terreno, y la rubia estaba verificando los últimos detalles, en la comodidad de la oficina que estaba en el piso superior.

—Iré con el comandante, Halle y Giovanni—explicó Near, mientras torcía uno de sus mechones, visiblemente aburrido por la inútil conversación—, no estaré solo.

—¿Y si necesitan refuerzos?

—No los necesitaremos.

—¿Cómo puedes estar tan seguro, eh?

Near sólo suspiró y le dirigió una profunda mirada con sus ojos grises, poniendo más énfasis en sus siguientes palabras.

—Mello, sólo confía en mí.

El rubio lo miraba desde arriba sin creer en lo que oía, Near exponiéndose de esa manera no le parecía lo más inteligente que el albino podía hacer. Se agachó hasta quedar al nivel del menor, y tomó entre sus manos la máscara con la cara de L que Near había terminado hace unas horas. Rio levemente, el albino podía ser un genio pero definitivamente no sabía dibujar.

—¿Esto será tu protección?

—Sí, será sólo por precaución—respondió el menor, mientras tomaba dos de sus robots preferidos y jugaba con ellos.

—¿Por qué la cara de L? —cuestionó el rubio, girándola levemente y sobreponiéndola en su rostro. El olor a pintura aún estaba fuertemente impreso en el plástico. 

—No eres el único que quiere vengar a L, Mello.

El de ojos azules lo miró a través de los huecos de la máscara, el albino seguía como si nada, chocando los robots entre sí en una lucha imaginaria.

—¿Es alguna manera retorcida tuya de recordarle al desgraciado que L, a pesar de estar muerto, le ha ganado?

El albino sólo levantó la vista de sus juegos y sonrió levemente, esa pequeña sonrisa retorcida que pocas veces se dejaba ver en el rostro del menor. Esa que Mello conocía tan bien, porque casi siempre era para él.

—Eres un maldito sádico…—comenzó el rubio, mientras depositaba la máscara en el piso y se acercaba al albino—… y creo que soy un jodido masoquista, porque eso me gusta.

Near sintió un pequeño tirón en la zona de su estómago, como si alguien le hubiera golpeado suavemente, dejando una estela de calor. Era primera vez que el rubio le decía que algo de él le gustaba y no sabía cómo sentirse. ¿Feliz? ¿Enojado? No sabía, pero de lo que estaba seguro, es que le gustaba… sólo un poco.

El rubio le quitó uno de los robots que el albino tenía, dejándolo descuidadamente sobre el piso. Y se acercó aún más al menor, sentándose frente a él.

—Mello, ten cuidado con mis co…

—Cállate—espetó el rubio, para después juntar sus labios en un leve roce.

No era demandante ni agresivo. Era suave, como una caricia ligera, Near esperaba que el rubio comenzara a aumentar la fogosidad del beso, pero con el correr del tiempo no hizo nada más. Estuvieron lo que parecieron horas, sentados ambos en el piso de la sala central de la SPK, sólo besándose. Con alguien tan impulsivo como Mello, era extraño estar en una situación así, como si de verdad quisiera aprovechar cada momento, como si estuviese grabando la textura de la piel que recubría sus labios en cada neurona de su cerebro.

Y entonces lo hizo, lo mordió.

La teoría de Near se fue a la basura, junto con la aparente tranquilidad del rubio, el cual llevó sus manos al cuello del menor y lo acarició desde la nuca hasta la parte media de su cabeza, revolviendo los níveos cabellos del albino.

Near se levantó sin romper el contacto de sus labios, y se acercó más al rubio. Quedando de rodillas ante él, haciendo una nueva diferencia de altura, si el albino abría los ojos podría ver al rubio desde arriba, y eso le gustaba. Después de todo, siempre había sido considerablemente más bajo que el de ojos azules.

Pasó sus delgados brazos enfundados en el pijama blanco, por alrededor del cuello de Mello. Pudo sentir los brazos del rubio en su cintura, y como lo estrechaban contra él. Lo guio lentamente hasta que lo hizo sentarse sobre sus pantalones de cuero negro, quedando en una posición cómoda para ambos.

Mello acunó el ligero cuerpo del albino sobre él, tan cerca que  sentía como su rápido corazón chocaba contra el del menor. Lo extrañaba, extrañaba sentirlo así de cerca, extrañaba el sabor agridulce de sus besos o el aroma a limpio que destilaba. Había añorado volver a sentir sus suaves manos sobre su piel, o su calor contra su cuerpo.

Y también tenía miedo, miedo de perderlo. Pánico de que tal vez Kira se lo quitase, justo cuando al fin lo había encontrado.

—Iré…—decía el rubio entre besos—…iré contigo.

—Mello…

Near se separó de los labios del de ojos azules, y lo miró. Desde sus brillantes y rasgados ojos azules, pasando por el pequeño sonrojo que se extendía desde las mejillas, hasta una pequeña porción de su cuello. Miró los delgados labios, ahora fuertemente rojos por la intensidad de los recientes besos. Y se sintió ligeramente orgulloso de ser el causante de tales reacciones en el cuerpo de su antiguo enemigo.

Continuó con su minucioso escrutinio, hasta que sus ojos se posaron en la parte izquierda del rostro de Mello, en la  gran quemadura y recordó el porqué de su decisión.

No iba a arriesgar a Mello de nuevo, casi lo había perdido y no sólo una vez. Y no quería que la tercera fuese la vencida. Odiaba sentir que estaba dependiendo emocionalmente del rubio, odiaba que sus besos no fueran desagradables, odiaba que el calor de su cuerpo no fuese sofocante, odiaba que él fuera siempre su excepción a toda regla puesta en su vida.

Odiaba temer a perderlo.

—No, Mello.

—¿Pero por qué no? —insistió.

—Porque ya te dije que no.

—Esa no es una respuesta, y lo sabes.

—¿Por qué insistes tanto?

—Porque…—respondió el rubio, sintiéndose ligeramente incómodo. No quería decirle que tenía miedo de que algo le pasase, no quería decirle que era porque quería protegerlo—…se supone que ambos somos los sucesores, ambos debemos atrapar al malnacido. ¿Por qué tú no quieres que vaya?

—No quiero que hagas ninguna estupidez—dijo el mejor, mientras sentía el cuerpo que estaba debajo de él tensarse, y supo que esa no era la mejor respuesta que podía dar.

—¿Crees que haré algo estúpido? —preguntó con molestia—¿Por quién me tomas?

—Creo que tu prontuario habla por sí solo.

—Crees que seré un inútil, ¿eso me estás diciendo? —cuestionó, su voz tambaleó levemente al final, casi imperceptiblemente. Mello era orgulloso y jamás dejaría que el albino supiese lo herido que se sentía en ese momento.

—Mello…—comenzó el albino, no quería dañar la reciente confianza que el rubio estaba ganando. Esa confianza de verdad, no la máscara que usaba antes. No quería que se sintiese desplazado, no de nuevo. Pero decirle la verdad, implicaba dejar sus verdaderos sentimientos a flote, y él no sabía si estaba listo para eso—…no es eso.

—¿Entonces? —volvió a preguntar el rubio, perdiendo la poca paciencia que tenía—. ¡Respóndeme, Near!

Era increíble cómo podían pasar de besarse apasionadamente, a gritarse de esa manera. Era el dinamismo en su relación, era la secreta explosión de las palabras no dichas y los sentimientos no confesados. Sí, podías tener una relación basada en los gestos, pero tampoco podías dejar las palabras afuera. La confusión y los malos entendidos eran hijos malditos de la falta de comunicación, y aquellos podían ser los causantes de la muerte progresiva de cualquier amor.

Incluso del más fuerte.

—Es algo que debe hacer solo, Mello—contestó el menor—. Entiéndelo.

—¿Sabes lo que entiendo? —dijo mientras se levantaba violentamente y botaba a Near en el proceso—Que nunca pensaste que era tu igual, que me sigues viendo como tu maldita sombra, eso es lo que entiendo.

Y salió de la habitación, con sólo la esencia de cacao como único testigo de que alguna vez estuvo junto al albino. Sus pasos resonando fuertemente en el frío metal del edificio, alejándose del menor.

Near sentía lo herido que estaba el rubio, pudo verlo en la forma en que lo miro antes de salir de la estancia. No sabía que podía llegar a sentirse tan mal por hacer algo como eso, por primera vez en su vida se sintió culpable de algo. Pero no entendía por qué Mello no podía ver su preocupación, por qué no podía sentirla. ¿Tan frío era que ni siquiera podía expresar preocupación?

Miró los juguetes desperdigados por todo el piso, y comenzó a recogerlos, con su mente lejos de allí.

Tal vez el problema es que no estaban sintonizados, no estaban conectados, como si de alguna manera no estuviesen hablando el mismo idioma. Near lo atribuyó al orgullo de Mello, pero también sentía que la culpa recaía en partes iguales. Él también había ayudado a que todo eso tomase el camino equivocado.

 A Near le costaba expresar correctamente sus emociones, toda su vida creció sin darles importancia y reprimiendo cada sensación, cada sentimiento, porque era poco práctico tenerlas al momento de pensar lógicamente. Y le había servido, había llegado al puesto que ostentaba ahora, por ser el más frío de los sucesores. Pero ahora, esa especie de talento se transformaba lentamente en una maldición, en una que le impedía decirle a Mello lo mucho que le importaba, y el miedo que tenía de volver a sentirse solo, sin él a su lado.

Tenía, por primera vez en su vida, miedo a ser vulnerable. A dejar entrar algo que no sabía cómo podría resultar. No era algo que pudieses medir, no había leyes, no había seguridades. Para el amor así eran las cosas, nunca estabas seguro de nada, no tenías ninguna certeza, después de todo, el amor era un mundo caótico.

Sólo te lanzabas al vacío, esperando que supieras cómo volar.

Y Near aún no estaba seguro si sabía cómo no caerse.

 

 

La habitación que Halle le había preparado era bastante práctica, sólo constaba de una especie de cama, que Mello podía jurar que debajo de todas las cobijas y mantas, había un sillón. Pero no se quejaba, después de todo, en peores lugares había vivido cuando estaba en la calle.

No se había molestado siquiera en cambiarse de ropa, estaba tan enojado que no le importó. Sólo se dejó caer a lo largo del sillón-cama y esperar que toda esa burbujeante ira se pasase con el tiempo. Después de todo, cuando se trataba de Near, no duraba demasiado el enfado pero era intenso, mucho más que con cualquier persona. Siempre lo había sido, desde el orfanato cuando niños, hasta ahora que eran prácticamente unos adultos.

Llevó sus manos al bolsillo de su pantalón, buscando algún trozo del precioso dulce negro que pudiese calmarlo pero en vez de eso, tocó un pequeño pedazo de plástico, que al sacarlo de su nicho, pareció brillar con luz propia dentro de la oscura habitación. Y es que el color blanco de la pequeña pieza del rompecabezas contrastaba con todo lo que estaba a su alrededor.

Era…

“Te entregué una pieza de mi puzzle, la quiero de vuelta.”

…más que eso, más que un simple juguete de plástico. Era un simbolismo, una metáfora. Y Mello no entendía por qué el albino le mandaba tantas señales contradictorias.

Por qué primero lo acercaba, diciéndole que era su igual, que ambos debían atrapar a Kira, y luego lo apartaba de esa manera, sin razón. Como si estorbara, como si no fuese de ayuda. Como si fuese un inútil. Quería entenderlo, quería descubrir los porqués de todas las cosas que sucedían, de todas las acciones que no comprendía.

Quería entender a Near, deseaba sentir que lo conocía tan bien como le gustaría. Un nexo, un vínculo, eso era lo que Mello ansiaba más que nada. Algo más allá de lo físico, algo más allá de lo entendible y lógico. Quería eso que algunos llamaban conexión emocional. Ese tipo de conexión, que es tan poderosa que puedes sentir lo que tu pareja siente, que puedes tener un nivel de empatía superior a cualquier otra relación.  

“Mello, no olvides la pieza.”

Siempre supo que esa pieza, era la simbolización de su apego por él. El ansiar verlo de vuelta a su lado, sano y salvo luego de lo que sea que hiciera.

Y como si una luz se prendiera en su cabeza, lo entendió.

Near tenía miedo pero no por él mismo. No por enfrentarse a Kira, ni al cuaderno maldito.

El albino tenía terror de perderlo a él, de que él muriese por su culpa. De quedarse solo, pánico a que todos los sentimientos, que Mello sabía que el menor comenzaba a sentir, lo matasen lentamente. Near tenía miedo, tal vez por primera vez en su vida, porque por primera vez se preocupaba por alguien que no era el mismo.

Quiso golpearse por ser tan idiota, tan impulsivo. Sintió ganas  incontenibles de ir y abrazarlo, de decirle que todo estaría bien y que no dejaría que ningún maldito con complejo mesiánico los separase. Pero por algún motivo, no podía.

Estaba anclado al sillón de aquella oscura habitación, y se sentía pesado, como si sus pies llevasen grilletes, con los cuales era imposible avanzar y darle alcance al albino.  No sabía por qué, tal vez  era la culpa por haberlo tratado de esa manera, tal vez también era un poco de miedo al darse cuenta lo mucho que Near le importaba. Llegó a la conclusión de que se preocupaba más por el niño de pijama blanco que de él mismo, y eso lo desconcertó.

En su vida siempre había importado él, y sólo él. Alcanzar sus metas, vencer a los demás, y sentirse como el primero. Jamás pensó que se enamoraría, y ni en sus mejores sueños, o peores pesadillas, se imaginó que el único que haría latir rápidamente a su corazón fuese la persona que más creía odiar en el mundo, a la cual terminó amando.

Amor, esa era una palabra fuerte. Pero Mello no la sentía incorrecta, pero sí pesada. Porque el amar conllevaba una gran responsabilidad, el amor siempre está sujeto a un montón de cosas más, que hacen que sea una parte casi fundamental en un ser humano, es el eje central de la vida en algunos, la cosa más bella e importante para otros.

La razón de vivir, o de morir podía ser un gran amor.

Y Mello se descubrió pensando que la razón de su existencia también podía serlo.

Un leve toque sonó en la caoba puerta de la habitación y el rubio ya sabía quién era, parecía que lo había invocado al pensarlo tan vehementemente.

Se levantó del sillón y pudo sentir en su cabeza el ruido sordo de los grilletes moviéndose en sus pies, limitando el movimiento siempre elegante que lo distinguía. Eran las pesadas cadenas del amor lo que lo tenían tan apesadumbrado, la realización potente de que estaba enamorado, estaba encadenado y sus movimientos se acortaban a eso, sus acciones se limitaban a ese amor, y era una carga pesada, no era una carga hecha para llevarla solo, por eso el amor era de a dos.

Abrió la puerta  y la esencia siempre fresca del albino lo golpeo levemente en el rostro, incluso antes de ver sus níveos cabellos en la oscuridad del pasillo. Su mirada grisácea estaba fija en el rostro del rubio, impasible, como dos cuchillas metálicas resplandeciendo en la penumbra.

—¿Puedo pasar? —preguntó el albino.

—Claro, es tu edificio después de todo, ¿o no?

Near pasó al lado del más alto, ignorando la respuesta sarcástica. Mello suspiró cansado, cerrando la puerta, suavemente. Después de todo ya era bastante tarde.

—¿Aún sigues siendo un insomne, Near?

—Sí, pero creo que tenemos un tema de conversación más importante que mis hábitos nocturnos—contestó secamente el menor, mientras se volteaba y posaba su mirada en la azulina del rubio.

—Habla, entonces.

El albino llevo uno de sus dedos a un mechón de su cabello, y un incómodo silencio se hizo presente en la habitación. Near exhaló sonoramente, como un suspiro mal camuflado y habló.

—¿Lo entiendes? —preguntó, su voz había bajado unos cuantos decibeles, pero Mello pudo escucharlo perfectamente gracias al silencio de la noche.

—¿Entender qué? —comenzó el rubio, acortando lentamente la distancia con pasos lentos, los grilletes aun reverberando en cada rincón de su cabeza—. ¿Qué tienes miedo, Near?

—Entonces sí lo comprendes—respondió—. No me esperaba menos de ti, Mello.

—Ni más tampoco, ¿no es así?

—Te equivocas, espero grandes cosas de tu estupidez.

Una risa suave salió de los delgados labios de Mello, el albino tenía una extraña manera de hacerlo sentir, aunque fuese, un poco mejor.

—¿Supongo que eso fue un cumplido? —pregunto el rubio.

—No, es mi manera de decirte que…—comenzó el albino, desviando suavemente su mirada—…no quiero que malinterpretes mis acciones. Lo que dije antes…

—Lo sé—interrumpió.

—No eres mi sombra, Mello. Tú eres mí igual, pero debes entender que esto es algo que debo hacer por mi cuenta.

—¿Crees que de verdad mañana pueda morir si voy contigo?

—No lo sé, pero…—dudó un momento, volviendo a posar sus ojos grises en los zafiros contrarios—…no quiero arriesgarme.

Los grilletes de sus pies comenzaban a pesar demasiado, como si la masa de hierro imaginaria se fundiese en sus piernas y en el suelo.

—Está bien, Near yo…

—Mello—interrumpió el menor, su voz era segura, suave como siempre pero tenía impregnada una seguridad inusitada, nueva—, no quiero perderte.

El mayor abrió sus ojos, plasmando la sorpresa en sus facciones. Por un momento sintió como todo su cuerpo se detuvo, por un instante dejó de pensar, su corazón dejó de latir y su estómago se encontró paralizado, para después volverse un pequeño nicho para un millón de mariposas. Era desagradable, lo hacía sentirse mareado, sofocado de sensaciones pero se sentía feliz, era contradictorio. Toda la situación lo era, pero no lo pensó mucho, sentir primero, pensar después.

Las fuertes cadenas comenzaron a evaporarse rápidamente en su mente, como si fuese algún tipo de líquido expuesto a la deriva, mimetizándose con el ambiente. Era la carga de la relación siendo compartida, era la realización de que a Near le importaba. Y no sólo se lo demostraba de esa manera tan retorcida que tenía para hacerlo, sino que también —y en contra de su naturaleza hermética— se lo estaba confesando, diciendo en voz alta. Alguna vez había leído en uno de los tantos libros de la biblioteca del orfanato, que el confesar las emociones o sucesos en voz alta, era una manera de aceptarlo, una manera de darse cuenta que lo que se sentía o lo que estaba pasando era real, se sentía real.

Near lo decía en voz alta no sólo para que Mello se diese cuenta, sino también para que el mismo albino se enterara de que sus sentimientos eran reales, de que esa preocupación era tan cierta como que el sol salía cada mañana.

—Si te llegase a perder…—continuó, después de un breve silencio—...no, no quiero imaginarlo. No quiero volver a sentir que te morías.

—Near…

—Ya hiciste tu parte, déjame hacer la mía.

Mello lo miraba, las ansias de abrazarlo volvieron con toda fuerza y ahora no se contuvo. Después de todo, lo que lo mantenía anclado al piso, los grilletes en sus pies se desvanecieron, su inseguridad comenzaba una rápida retirada, rindiéndose por fin.

Estrechó el pequeño cuerpo entre sus brazos, y se dio cuenta que Near estaba temblando.

—¿Qué te pasa?

—No lo sé.

El rubio aflojó el agarre para poder observar su rostro, pero el albino se lo impidió. Pareciese que algún campo magnético fuerte mantenía a Near pegado al delgado torso de Mello.

—No te dije que dejaras de abrazarme—le reprochó, con voz queda.

—Eres un mandón—respondió el rubio, mientras volvía a estrecharlo, con más fuerza que antes.

Near sentía que tal vez los pequeños espasmos presentes en su cuerpo, eran lecciones. Eran el signo inequívoco de que aunque había saltado al precipicio, sí pudo volar y no se precipitó al piso. Esa declaración era la primera exteorización verbal de lo que sentía, y todos los sentimientos habían salido al mismo tiempo, provocando que su cuerpo temblara hasta tal avallasamiento. Los brazos protectores de Mello eran cálidos, reconfortantes, se sentían como un lugar seguro.

—Quédate—dijo el rubio al oído del más bajo.

—Supongo que el mandón no soy únicamente yo.

—Cállate—respondió y besó con suavidad los delgados labios del albino, siendo correspondido lentamente.

 

El sillón era lo bastante grande para que dos personas pudiesen dormir en él. Near siempre tuvo problemas para conciliar el sueño, según lo que sabía, era del tipo de personas llamadas búhos. Estas personas tienden a dormir muy tarde, porque su cerebro, por alguna razón, está más activo durante la noche. Las mejores conjeturas del albino eran por la noche, y debido a eso estaba acostumbrado a no tener una cama, y dormir en el piso cuando Morfeo lo atrapaba con la guardia baja. Por eso le sorprendió que al llegar a los brazos cálidos de Mello, el sueño llegó a él más rápido de lo que pudo darse cuenta. Jamás había dormido tan bien en toda su vida, como en esa noche, al lado del hombre adicto al chocolate. El suave y pausado latir de su corazón era la mejor canción de cuna que alguna vez había escuchado.

 —Está bien—susurró a regañadientes el rubio. Su aliento movía suavemente lo cabellos níveos del menor que se encontraba apoyado en su pecho.

—Confía en mí, Mello.

El rubio sólo lo miro profundamente y besó su frente con un gesto delicado, impropio de él.

—Lo haré, tienes que tener cuidado, haz mierda a ese malnacido.

—Cuenta con ello.

 

Unos toques en la puerta lo despertaron, Mello pudo ver los rayos del sol traspasando la blanca cortina de la habitación. Estaba solo, y se preguntó si todo lo que había pasado la noche anterior había sido un sueño, pero al oler su ropa, pudo descubrir el olor del menor en ella. Los incesantes golpes terminaron por ahuyentar lo último de pereza en su organismo.

Un extraño peso estaba instalado en su pecho, incomodándolo. Como si su corazón hubiese sido reemplazado con una roca ardiente, y estuviese aplastando y quemando todo por dentro.

No puedo evitar preguntarse por Near, se supone que la reunión con Kira era cerca del atardecer, y por lo que veía era recién medio día.

Los golpes en la puerta eran cada vez más fuertes, y con un par de zancadas se acercó a la puerta y la abrió rápidamente.

—¡¿Matt, qué mierda haces…?!

—Es Near…—cortó el pelirrojo, mientras intentaba recuperar el aire, se veía como si hubiese corrido una maratón—…Halle acaba de llamar, él…

Lo que sentía en el pecho comenzó a arder más fuerte y el peso aumentó exponencialmente. El dolor comenzó a diseminarse por todo su cuerpo, como una infección.

—Mello, él…

Y todo pareció haberse silenciado, como si el mundo se hubiese congelado en ese instante.

Reparó en tres cosas:

Uno: Near le había mentido con respecto a la hora en la que se juntaría con Kira. No había sido al atardecer,  sino al amanecer.

Dos: Al parecer sí tenía un vínculo con el albino, escondido debajo de las inseguridades y el orgullo. Pero ahí estaba, y recién pudo notarlo. Estaban conectados, tenían una conexión.

Y tres: No necesitó escuchar lo que Matt le decía. Él, de alguna forma, ya lo sabía. Lo sentía.

 

 

El mundo cuántico en un total caos.

Ninguna ley física se aplica a él. Todo lo que conocemos son meras suposiciones, probabilidades.

Algo similar ocurre con el amor, sabemos que está ahí, pero no podemos explicarlo a ciencia cierta.

Sabemos las hormonas que actúan, los procesos físicos y emocionales involucrados, pero ¿alguien podría definirme qué es el amor?

Es un concepto tan gigantesco, tan ambiguo, tan empírico, que cada uno tiene su propia versión de él.

Una de las versiones, explica lo de estar unidos a través de un hilo: “el hilo del destino”, lo llaman algunos.

El creer que estás unido a una persona desde el momento en que naces, o desde el momento en que la conoces, es un concepto bastante bonito.

A veces, puede ser cierto. Hay parejas que simplemente parecen destinadas a estar juntas, están tan compenetradas que pueden sentir lo que la otra siente.

Tienen corazonadas, tienen noción del estado anímico de la otra, es como si de alguna manera inexplicable, estuviesen entrelazadas.

Tal como las pequeñas partículas cuánticas.

Tal vez el mundo cuántico y el amor no sean tan diferentes.

Ambos son un caos, ambos son inexplicables, y ambos son sucesos que han dejado perplejos a la humanidad desde que lo conocen.

Y por sobretodo, tanto la física cuántica como el amor, son hermosos.

 

Notas finales:

¿Les he dicho que soy una total nerd? Porque lo soy. Y sí ustedes llegaron hasta aquí, ¡felicitaciones! Bienvenidas a la ñoñes máxima, acaban de leer una historia yaoi basada en la mecánica cuántica. ¿A que nunca habían hecho eso, eh? Aprendiendo con su esposa Camy *música de comercial*

Ahora, un poco de momento cultural, la paradoja EPR, se llama así por los tres científicos que la trabajaron; Einstein (Al cual amo como si fuese mi padre),  Podolsky y Rosen. Es una teoría más que paradoja, aunque quiero creer que le dieron este concepto debido a que plantea algo muy, muy ilógico y un tanto caótico, y que para Einstein fue una de las cosas que lo atormentó toda su vida, puesto que esto entra en disociación con la teoría de la relatividad (La cual él formuló). Lo último que investigué de ella, era que habían realizado un experimento, donde tenían dos partículas, pongámosle A y B, y midieron la partícula A, y luego la destruyeron. Luego, tomaron dos partículas más  C y D, y juntaron la partícula C con la partícula B, entonces por “lógica” la partícula D tendría que tener las mismas características que la partícula A, y ¿adivinen qué? ¡Las tenía! ¡Tenía características de algo que ya no existía! Es decir, ¡que estaban unidas a pesar del tiempo! ¿No ven lo fascinante de eso…? ¿No…? Soy una ñoña… no me dejen sola.

Bueno, ahora pesando al fic, falta un capítulo más para el final. Pero como las quiero tanto, creo que serán dos. Depende de lo que me pidan ustedes, estoy a sus órdenes. Gracias por sus lindos, lindísimos comentarios. Son mi combustible para continuar, y honestamente, jamás creí que esta historia fuera a gustar. De hecho, iba a ser cortita, de dos o tres capítulos, y miren, ¡llevo ocho! Me siento grande. 

No me maten aún, si me matan, no podré terminar la historia... no maten a su esposa. 

¡Nos leemos en el próximo!


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