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Pierrot. por Uru-chan

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Notas del fanfic:

No sé en qué estaba pensando, pero sabía que necesitaba escribir un circus AU ereri. Lo siento.
Para quien no lo sepa, esto está basado en la canción "Pierrot" de Senka. 
Así que vale... Solo lean y dejen que sus almas sufran o algo así.

“No pasa nada, no pasa nada. Yo soy el que se hace el tonto. En este pequeño circo no soy más que un simple Pierrot.”

En la Italia de 1700 había un famoso pero pequeño circo con un repertorio de actos cliché. Una gran carpa de rayas rojas y blancas se alzaba entre la noche escondiendo las estrellas, pero alumbrando con sus pintorescas luces. El recinto estaba alegremente repleto de niños acompañados de sus padres, todos esperando con ansias que comenzara el espectáculo.

El tradicional circo francés, Cirque des Ailes, era especialmente reconocido por el acto de su pierrot que, aunque alegre, capturaba cierto aire melancólico. Le sacaba sonrisas a los niños, pero ciertamente su acto tenía cierto toque artístico. Ahí estaban las calles de Italia recubiertas en posters con la máscara monocromática del payaso francés Rivaille anunciando la llegada del circo.

Voy a introducirte a la historia de este joven de mirada triste oculta en una máscara.

Rivaille era un muchachito tristón, su vida le había llevado una tragedia tras otra. De entrada, había conocido al amor de su vida, aquel que le vio llorar y bajar sus barreras como ya no hacía en el presente, y lo había perdido.

Había sido un día de primavera en Francia, Rivaille iba caminando a un Cirque des Ailes más humilde. En su aniñado rostro yacía una nariz de esponja tan colorada como sus mejillas y sus labios estaban adornados por la honestamente preciosa sonrisa de siempre. Su atuendo en ese entonces era mucho más simple, una camisa blanca percudida y un overol gris que hacía resaltar aquellos ojos que parecían brillantes monedas de plata. Caminaba con paso alborozado y lleno de gracia, en ese entonces no tenía demasiadas preocupaciones. Y entonces vio a un muchacho de hebras castañas llorando bajo el manto de la sombra de un gran árbol. Un par de orbes turquesas que se desbordaban en lágrimas habían bastado para cautivar al payaso principiante. Ese crío era Eren Jaeger, hijo de un importante médico y como tal, vestía prendas costosas y elegantes. Un traje azul celeste tenía la camisa blanca casi impecable, a excepción de los parches mojados producto de las lágrimas. Rivaille sintió que debía evitar que el chiquillo siguiera llorando, así que hizo lo que se le daba mejor: hacer reír a la gente.

Se subió en una pelota roja tan redonda como la luna e intentó mantener el equilibrio, pero finalmente cayendo a propósito de manera graciosa consiguiendo sacarle una leve carcajada a Eren. Desde ese entonces ambos lo supieron al verse a los ojos. Supieron que no querrían pasar sus vidas con nadie más. Y así de un amor de niños inocentes surgió un romance casi inquebrantable.

Eren había visto la vida de Rivaille derrumbándose. Había presenciado cómo se borraba de su rostro aquella sonrisa honesta y era reemplazada por una máscara de mentiras. El chiquillo de ojos turquesa no lo hubiese sabido del todo hasta que, sin querer,  una noche entro a la casa de Rivaille sin tocar la puerta.

“¡No tienes un futuro!” Fue la primer frase que resonó en la pequeña residencia, junto a lo que parecía ser un golpe y el gemido de dolor de alguien.

“Ni siquiera tienes talento, ¿cómo esperas vivir de algo como un circo?” Fue lo siguiente. Eren ahora sabía que se trataba de una voz masculina, probablemente el padre de Rivaille. Un segundo estruendo se escuchó, pero esta vez se escuchó un sollozo.

“Eres patético, no mereces llamarte mi hijo.” Aquellas palabras eran escupidas con inconsistencia y cargadas de veneno, el padre de Rivaille tenía problemas con el alcohol. Otro golpe más. Otro sollozo. “¿Qué crees que haces llorando vergonzosamente como una cría?” Y el llanto del de ojos plata se detuvo de golpe, casi mágicamente.

El muchacho que escuchaba el alboroto de la cocina desde el recibidor salió rápidamente del lugar con cristalinas lágrimas resbalando de sus preciosos ojos. Se había prometido que desde ese día iba a apoyar a Rivaille en todo.

Una promesa que se había roto en un abrir y cerrar de ojos. 

Esa misma noche sombría había sido recibido en casa por unas cuantas pésimas noticias de parte de su padre.

Las noticias que recibió Eren Jaeger por parte de Grisha Jaeger.



    1. Su madre había fallecido.

 

    1. Le habían arreglado un matrimonio con un gran empresario de nombre Erwin Smith.

 

    1. Iba a tener que dejar Francia y mudarse a Italia esa misma noche.


Todo aquello le había hecho sentir como si le hubiesen rotó cada hueso de su cuerpecito adolescente. Sus ojos se habían convertido en cascadas saladas porque no le tenía ni una palabra en contra a su padre, le gustara o no, tendría que irse a Francia y casarse pretendiendo estar bien con todo aquello. Y como no pudo objetar, no pudo ni siquiera despedirse de su amado pierrot. Bajo la brillante luna y entre lágrimas tuvo que subir a un carruaje tan negro como la noche misma.

Grisha no era tan malvado como muchos creían, él solo quería hacerle un bien mayor a su hijo, así que con preocupación le preguntó a su hijo el motivo de su llanto. Eren le explicó lo mucho que le dolía la muerte de su madre, ella era la mujer más bondadosa en la tierra y ya le estaba comenzando a extrañar. Su padre supo que había otro motivo y obligo a su hijo a decirlo, con esperanzas de ayudarle y curar un poquito todo el daño que le estaba propiciando. El jovencito de orbes turquesas confesó su amor por el pierrot del pueblo y le contó a Grisha sobre lo que escuchó antes de llegar a casa. Su padre le permitió escribir una carta y dejarla en la puerta de la casita de Rivaille. Así que antes de partir, escribió sobre un papel amarillento con tinta negra y lágrimas.

La carta que escribió Eren Jaeger destinada al amor de su vida.

“No sé cómo plasmar en palabras todo lo que siento en este momento, Rivaille. Tengo que admitir que entré a tu casa y escuché algo que no debía escuchar, y lo lamento tanto. No por haberlo escuchado, sino por tu situación. Espero que puedas seguir con tu sueño de ser pierrot, porque contrario a las palabras de tu padre yo creo en ti. Creo que tienes un gran talento para robar sonrisas a las personas. Ese es tu trabajo después de todo. Tengo que marcharme a Italia porque me he comprometido y tendré que entregarle mi vida a un desconocido. Pero por favor créeme cuando te digo que mi corazón siempre va a pertenecerte al igual que todo mi amor. Te prometo que pensare en ti cada vez que sonría. Sé que no es demasiado pero, ¿qué más puedo escribirte cuando ya lo escribí todo? ¿Qué puedo escribir para hacer calmar tus turbias emociones? ¿Debería disculparme? En caso de ser así entonces lo siento. Te amo, mi pequeño pierrot, lamento dejarte en tus peores momentos y realmente desearía ser tú salvador.”

Rivaille encontró la breve cartita por la mañana y la estrujo entre sus manos, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no llorar. Llorar era vergonzoso y estaba mal, según las palabras de su padre. Se adentró en su cuarto aun con la carta en sus gráciles manitas y cerro con un portazo, deslizándose en la puerta y quedando de rodillas en el suelo, aún sin llorar. En cambio, una expresión neutra ocupaba su rostro. Aquella expresión tan fría como el hielo se iba a grabar para siempre en su carita. Desde entonces había tenido que usar, esta vez literalmente, una máscara que ocultara todo su dolor. Los años pasaron mientras el circo crecía y sus prendas coloridas se transformaron en tristes trajes de sombras negras y blancas. Desde que Eren le había dejado, no había vuelto a ser el mismo. Se había hundido en desesperación y como ya no tenía un hombro en el cual llorar, ya no lo hizo más.

Y nos encontramos de nuevo en el principio de la historia, con la carpa colorida y la gente alegre del circo. Dentro de la carpa, tras un telón de seda roja, se encontraba un Rivaille ansioso. Sentía su estómago dar vueltas y cosquilleos en sus pies. Desde que se enteró que viajarían a Italia algo cálido se despertó en él, algo que no había sentido en unos cinco años. Y ahora estaba ahí. Con la tonta esperanza de encontrar a los ojos turquesa que le habían hurtado el corazón.

“Rivaille, el espectáculo ya va a comenzar. Tu número es el principal.” Una muchacha de cabello color fresa opaco le había sacado de sus cavilaciones. Ella era Petra, una de las trapecistas que vestía extravagantes y brillantes trajes. Esa jovencita alegre alguna vez intentó sacar a Rivaille de su triste situación, pero con el paso del tiempo se rindió y ahora tenía un número con otro trapecista de nombre Auruo. Ellos dos hacían magia en el escenario. Y le causaban una profunda melancolía a Rivaille.

El telón colorado se abrió bajo la ola de aplausos del público y un pierrot con un peculiar sombrero con cascabeles y una máscara sonriente apareció en el escenario montado en un monociclo haciendo malabares con esferas de colores bastante deslumbrantes que contrastaban con el traje blanco y negro del payaso. Todo el mundo miraba con asombro.

Y entonces Rivaille lo vio.

Al muchacho al que había amado sin descanso por años. Y esos ojos. Esos ojos que podías mirar incansablemente por horas. Y cuando el pierrot quiso acercarse, se percató de la presencia de un hombre alto de cabellos rubios que posaba gentilmente su mano en el hombro del castaño.

Antes de que el pierrot pudiera sentir nada por aquello, una piedra voló desde el público y aterrizo en su sien causándole una leve hemorragia que manchó de carmín su ya no tan pulcra máscara. Pudo ver los ojos turquesa llenarse de preocupación y angustia, Rivaille deseo que no tuviese una cara tan triste. Incluso rebuscando entre el público vio a un niño rubio llorando en los asientos de enfrente y se le aproximó para secar sus lágrimas inocentes.

“No pasa nada, no pasa nada. Esto no duele ni me molesta siempre que sonrías.” Dijo a la par que el líquido carmín en su máscara era reemplazado por bellas rosas que lograron sacarle una pequeña sonrisita al chiquillo. Incluso el pierrot se permitió a si mismo sonreír tras su fachada de plástico.

Una vez que el acto acabo, Rivaille fue tras bastidores a limpiarse la sangre y ahí se encontró a su precioso Eren quien le había seguido.

“¡R-Rivaille!” Casi gritó el castaño mientras se acercaba al mencionado, que estaba sentado sobre una caja de madera que guardaba las herramientas de trabajo del pierrot. “¿Te encuentras bien?” Su voz estaba ahogada en tristeza, no había querido encontrarse al de ojos plateados de esa manera.

“Claro que estoy bien.” Musitó el azabache con su fría expresión de siempre, sin creerse él mismo aquellas palabras. No estaba bien. Su corazón se había partido en miles de trocitos al ver a Eren con su ahora esposo. ¿Qué era peor que ver al dueño de tu corazón con alguien más y saber que jamás podrás estar con esa persona? Nada.

Y Eren comenzó a llorar, como siempre hacía. Nunca se había guardado sus emociones y siempre era como un libro abierto frente a todos.

“Eren… No llores. Te dije que estoy bien, ¿no es cierto?” Y sin embargo, el tono que usaba era uno tan lamentable que cualquiera se daría cuenta que se estaba destrozando por dentro. Nunca le había sucedido. Cada día usaba esa máscara de felicidad para no preocupar a nadie. Sus problemas eran suyos y nadie más debería molestarse con ellos, eso era demasiado egoísta.

“Estás mintiendo y eso me pone triste.” El muchacho más alto dijo entre lamentos negándose a dejar de llorar.

“No he dicho ni una sola mentira.” Dijo poniéndose la máscara sonriente de vuelta a su rostro y colocando sus dedos índices en las comisuras de la sonrisa artificial que estaba pintada sobre el frío plástico. Y tras esas palabras, Eren rompió en llanto de nuevo.

“No pasa nada, no pasa nada.” Apenas consiguió decir Eren entre sus sollozos mientras se abalanzaba a abrazar al pierrot. “Muéstrame el rostro que ocultas detrás de esa máscara, el auténtico rostro que no revelas al público.” Dijo con un tono más calmado y le retiro la máscara a Rivaille, quien aún mantenía un rostro sereno. “Cuando duela, di que duele.” Llevo una de sus manos al mentón del azabache. “Cuando sea difícil, grita.” Le miro directo a los ojos. Esos orbes plateados que le mostraban el dolor que en realidad sentía. Se acercó lentamente al rostro del otro. “No es nada de lo que avergonzarse…” Fueron sus últimas palabras antes de unirse en un ansiado beso. Ambos labios transmitiéndose un sinfín de emociones, en especial el gran y puro amor que se tenían el uno al otro.

A la noche siguiente, el pierrot tenía que abrir el espectáculo una vez más. Salió en su vestimenta habitual y subió las escaleras que le conducían a la cuerda floja, dio un vistazo hacia abajo y vio a su amado con una sincera sonrisa que le hacía lucir más bello de lo habitual. Tras él, estaba el hombre rubio de intenciones oscuras.

Erwin Smith era un hombre celoso. Luego de presenciar la escena de su amado Eren besando a un estúpido pierrot no pudo detener sus acciones, o al menos se excusaba tras eso. Les había pagado a unos novatos del circo para cortar la cuerda del acto de Rivaille. A ese extremo había llegado su posesividad. Pensaba que si el amor del castaño no podría ser suyo, entonces no iba a poder ser de nadie más. Con esos pensamientos tan cliché y sombríos tenía planeado acabar con la vida de un inocente que no hacía nada más que seguir a su corazón.

Rivaille ajeno a cualquier cosa, se montó en su monociclo y comenzó a conducirlo sobre la cuerda. En seguida se dio cuenta que algo no andaba bien y todo pasó demasiado rápido. La cuerda deshilachándose en dos y él mismo cayendo, alzando su mano al frente en un amago de tomar la máscara que se había escapado de su rostro, pero sin conseguirlo. Ambos, él y la máscara, se estrellaron contra el frío y duro suelo del Cirque des Ailes. El pedazo de plástico sonriente rompiéndose en unos cuantos fragmentos y el cuerpo del pierrot siendo recorrido por un dolor casi paralizante. El muchacho de orbes turquesa que antes estaba en el público no se inmutó antes de correr hacia Rivaille, contra las protestas de su malévolo marido, y tomarle con cuidado en brazos.

El pierrot no sabía si se trataba de aquello que decían sobre ver toda tu vida antes de la muerte, porque solo un recuerdo había sido intruso en su mente durante aquel momento. Recordó la primera vez que su Eren le había visto llorar.

Había sido allá cuando apenas se habían conocido, Rivaille había huido al bosque de su encuentro para tener un momento a solas. Su madre los había abandonado a él y a su padre para irse con su amante, con quien ya tenía otra familia. Lágrimas caían por su rostro como nunca. Él siempre había confiado en aquella mujer y lo había dejado como todos hacían.

No se había percatado de la presencia de Eren hasta que este se arrodilló frente a él y lo miro a los ojos, sosteniendo su rostro entre sus manitas.

“No pasa nada, no pasa nada.” Dijo Eren mientras veía el intento de sonrisa que Rivaille quería poner para ocultar su tristeza. “No tienes que sonreír perfectamente, así que no tendrás que mentir.”  Su voz calmada resonaba en los oídos del joven de ojos plateados, que no llevaba ni maquillaje ni vestuario, en ese momento solo era Rivaille. El niño que ya estaba dejando caer sus barreras frente a Eren. “No importa, no importa.” El castaño apoyo su frente contra la del azabache mientras veía cómo el de ojos plata perdía el control de su llanto. “Si no lo puedes soportar, yo también llorare contigo.” Le plantó un besito casto en los labios y le abrazó, sintiendo como su amor sollozaba fuertemente y finalmente dejaba salir su dolor.

Y entonces regreso a la realidad. No había sido del todo un recuerdo. Eren estaba ahí con sus brazos alrededor de él y musitándole aquellas palabras al oído mientras le veía con sus ojos repletos de lágrimas y dolor, pero sobre todo de dolor. El público los miraba expectante y había unas cuantas personas que gritaban alarmadas con desesperación para llamar por ayuda, pero para Rivaille y Eren solo eran ellos dos, sin público que los rodease ni reflector brillante posándose sobre ellos.

Eren sentía un profundo dolor, todo este tiempo había dejado pasar las cosas, no había luchado ni poquito para conservar a Rivaille en su vida y ahora después de cinco años tenía el producto de su cobardía. El pierrot con sus ropas blancas manchadas de sangre.

Rivaille quiso seguir sonriendo, de verdad lo intentó. Pero se dio cuenta que ya no tenía caso hacerlo, que estaba frente a quien nunca le iba a juzgar. Y luego de años sin llorar, finalmente se lo estaba permitiendo mientras usaba todas sus fuerzas para devolverle el abrazo al castaño. Su expresión falsamente alegre de antes se derrumbó dándole paso a una de sufrimiento incontenible.

“No pasa nada, no pasa nada. Tú lo encontraste por mí, mi propio rostro que estuve a punto de olvidar.” La voz del azabache se entrecortaba entre su llanto y Eren procedió a llorar con más intensidad y a hacer su agarre más fuerte, pero a la vez delicado para no causarle más dolor a Rivaille. “No pasa nada, no pasa nada.” Aquellas palabras parecían mágicas.

Eren se inclinó para unir sus labios con los de Rivaille una vez más, de manera casta e inocente como cuando eran niños y se besaron por primera vez en un escenario parecido pero menos lúgubre. Ambos rostros estaban bañados en lágrimas y el beso tenía sabor a sal.

“Mira, Pierrot el mentiroso ya se ha desvanecido.” Susurró Rivaille por lo bajo al separarse de Eren y sonreír con sinceridad como ya casi había olvidado. Y sus ojos plateados se cerraron felices… para no volverse a abrir.

Esa había sido la historia del pierrot mentiroso y el muchacho de ojos resplandecientes que le había enseñado una lección.  

¿Te apetece un pequeño epilogo para saciar ese vacío? Bien.

Después de aquél acto se llevó a cabo una investigación y descubrieron que el culpable era ese gran empresario que tenía una muy buena reputación. Tenía. Porque Eren hizo todo lo que estaba en sus manos para hacerlo pudrirse en la cárcel de Italia. Y aún con eso, Eren no dejaba de sentir ese dolor que le comprimía el pecho. Aunque si lo hizo con el paso de un par de años, se había prometido ser feliz o al menos intentarlo. Sonreír por él mismo y por su amado Rivaille. Llorar por ambos. Y pasaron otros tres años hasta que Eren falleció por la misma enfermedad que su madre, a la edad de veintiséis años igual que Rivaille. En esos cinco años que pasaron, Eren jamás amo a nadie más cumpliendo la promesa de que su corazón le pertenecería solo a Rivaille.

"No pasa nada." Fueron las últimas palabras del castaño, usando su último aliento antes de que sus bellos orbes turquesa se apagaran. 

Cuando la llama de su vida se apagó con un soplido, Eren pudo reencontrarse de nuevo con Rivaille, confirmando que el paraíso existía. Y como en un cuento de hadas, fueron felices para siempre. 

Notas finales:

Mehmehmeh. Lo siento. *sobs* Tenía demasiado tiempo libre y ganas de escribir. Lamento haber puesto a Erwin como el villano pero cuando vi el vídeo de SENKA no pude pensar en nadie más que él ; _ ;

Espero que se hubiesen dado cuenta que todo esto de la máscara es una metáfora para la maldita expresión que Levi casi siempre tiene. :'v

Btw, cuando se conocieron Eren tenía diez años y Rivaille quince. Cuando Eren tuvo que irse tenía dieciséis y Rivaille veintiuno. Cuando se reencuentran Rivaille tiene veintiséis y Eren veintiuno.

mi tumblr: levi-waifu


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