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Having my baby 2MIN por minnah

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Capítulo 15

Taemin miró la placa una vez más y a continuación a sus dos amigos y colegas, Key y Luhan.

—La revista de comida más prometedora del año. Lo hemos conseguido, chicos. Los tres estaban reunidos en su apartamento, donde se encontraban dos veces al mes; pero aquella noche era especial. Taemin se levantó y alzó su copa de champán.

—Quiero hacer un brindis.

Key y Luhan alzaron también sus copas.

—He querido invitaros hoy aquí no solo para celebrar el premio, sino también por haber trabajado tantas horas para producir el mejor número de Comida para todos hasta la fecha. Habéis hecho un trabajo fantástico y estoy orgulloso de tener el honor de trabajar con personas tan entregadas y con tanto talento.

Sonó el timbre de la puerta.

Taemin se acercó y miró por la mirilla antes de abrir.

—Flores para Lee Taemin —dijo un repartidor.

—Soy yo —firmó el papel que le presentaba el hombre y tomó las flores. Olían de maravilla. Sabía de quién eran y sabía que probablemente estaba mirando, así que no quiso que se notara que le gustaban—. Gracias –dijo, antes de cerrar la puerta.

Las flores iban en un jarrón con agua, lo que le ahorraba tener que cortarles los tallos y colocarlas. Los otros ramos que había enviado Minho en los tres últimos días habían sido entregados a distintas horas del día y en distintos jarrones. Dejó los lirios en la encimera de la cocina, al lado de las rosas y de los tulipanes, y evitó acercarse al fregadero porque sabía que Minho estaría mirando desde su apartamento. Aquel hombre no se detenía ante nada.

Luhan se reunió con él en la cocina y olfateó las flores.

—Huelen de maravilla. Creo que nunca he visto unas flores tan hermosas.

—Te las puedes quedar.

—¿De verdad? Gracias —Luhan volvió a olerlas—. A ver si lo he entendido bien. ¿Estás furioso con Choi Minho porque quiere la mitad de la custodia de su hijo?

—No estoy furioso con él. Simplemente no me fío de él ni de su familia y no lo quiero aquí. Al menos hasta que todo esté claro a nivel legal.

Luhan le miró.

—¿Pero tú no dijiste que su familia es fantástica y que todos lo habíais pasado muy bien?

—Parecen unas personas estupendas —asintió Taemin—. Es solo que están… —miró el techo, buscando las palabras apropiadas para decir lo que quería transmitir—. Son una familia muy, muy unida. ¿Tú me entiendes? Están locos los unos por los otros, se quieren muchísimo y todo eso. Juro que probablemente se tirarían todos de un puente sin dudarlo si eso implicaba salvar a uno de los suyos y… —se interrumpió porque se dio cuenta de que aquello no ayudaba nada a su posición. Agitó una mano en el aire—. Olvídalo. Es difícil de explicar.

—Taemin no quiere ayuda para criar a su hijo —intervino Key—. Está cansado de que la gente le diga lo que tiene que hacer y cómo hacerlo. Quiere asumir el control de su vida.

Al oírlo así, Taemin se dio cuenta de lo idiota que sonaba aquello.

—Pero parecía que iba todo de maravilla —dijo Luhan—. ¿Qué ha pasado? ¿Te niegas a dejarle ver a su hijo porque tienes miedo de que más adelante Yoogeun quiera a su padre más que a ti? No lo entiendo.

Taemin se sintió agradecido cuando Key volvió a intervenir para contestar por él.

—El problema es el siguiente —explicó—. A Choi Minho le pagaron por ser donante de esperma. No le pagaron por ser padre. Los donantes firman papeles y documentos en los que declaran que están de acuerdo con permanecer en el anonimato. Las personas que usan a donantes para tener hijos no tienen por qué ponerle cara al donante a menos que quieran hacerlo.

Minji estaba en el dormitorio viendo su programa de televisión favorito, pero Taemin bajó la voz cuando dijo:

—Si el padre de Minji entrara en ese momento por la puerta, ¿tú querrías darle la mitad de la custodia?

—No.

—¿Por qué no?

—Porque darle la mitad de la custodia sería darle derecho a opinar en todas las decisiones que tomara yo relativas al bienestar de Minji.

—Exactamente —dijo Taemin con una sonrisa. “Caso cerrado”.

****

Después de que los tres se hubieran puesto de acuerdo en lo que iban a hacer para el siguiente número de Comida para todos, Key y Luhan se marcharon y el apartamento volvió a quedar en silencio. Taemin dio de comer a Yoogeun, lo apoyó en su hombro y empezó a caminar por la habitación. Le dio golpecitos en la espalda hasta que el niño la premió con un gran eructo.

—Eres un buen chico.

Luhan había olvidado llevarse las flores y el olor de los lirios llenaba el apartamento. Taemin tomó la tarjeta que sobresalía del jarrón.

“Dale un beso a Yoogeun de mi parte. Minho”.

Taemin besó la cabeza de Yoogeun e inhaló su olor a bebé. Miró por la ventana que había encima del fregadero. En la cocina de Minho había luz y podía verlo moviéndose por allí. El corazón le dio un vuelco. Hacía setenta y dos horas que no lo veía y ya lo echaba de menos. Echaba de menos a un hombre que quería quitarle su derecho a criar a su hijo como le pareciera oportuno; a un hombre que se había hecho donante únicamente por motivos egoístas y que después había irrumpido en su vida sin pensar en nadie que no fuera él mismo. Un hombre que había conseguido conquistarlo abriéndose a él y siendo un buen oyente. Que le había enseñado a bailar el do-si-do y le había embaucado con sus sonrisas torcidas y sus guiños juguetones. Y con flores.

“Maldito sea”.

****

La columna del número de la revista del mes siguiente tuvo a Taemin ocupado los días siguientes. Cuando sonó el timbre, se sobresaltó. De nuevo había olvidado pegar el cartel de “no llamar al timbre” en la puerta. Quizá llamaría a un electricista esa tarde y lo haría desconectar para que nadie pudiera llamar al timbre y despertar a su hijito.

Abrió la puerta, esperando encontrarse a otro repartidor con otro ramo de flores. Acertó a medias. Había un ramo con dos docenas de rosas de tallo largo, pero no lo llevaba un repartidor. Lo llevaba Minho en persona.

—Tienes que dejar esto de las flores —dijo Taemin.

—No puedo.

—¿Por qué no?

—Echo de menos pasar tiempo con Yoogeun y contigo.

—Comprendo que quieras pasar tiempo con tu hijo, pero tenemos que aclarar las cosas a nivel legal antes de que pueda volver a dejarte entrar en mi apartamento.

Él hizo un gesto con la mano entre ellos dos.

—Echo de menos los momentos que pasábamos juntos.

Taemin intentó no fijarse en cómo le ceñía la camisa los bíceps ni en su pelo húmedo o en su barbilla recién afeitada.

—¿Has ido a hacerte la prueba de paternidad?

Minho asintió.

—Te diré los resultados.

—No es necesario. Ya me los dirá Jinki.

—No hagas esto —le pidió él—. No me cierres todas las puertas.

—Con franqueza, Minho. La verdad es que no te conozco muy bien y no me fío de ti.

Minho le tomó una mano antes de que Tae pudiera impedírselo.

—Lo pasábamos bien juntos, ¿no es así?

Taemin recuperó su mano.

—Esa no es la cuestión.

—No te gustan las flores. ¿Es eso?

—Son muy bonitas, pero para, por favor.

—Déjame cocinar para ti esta noche. En cuanto pruebes mi lasaña, no podrás evitar sacarla en la primera página de tu revista.

Taemin bajó la vista al suelo y negó con la cabeza.

—Haré lo que sea preciso por cambiar las cosas entre nosotros. Lo que sea — insistió él.

Minho no sabía lo difícil que era aquello para Tae. Tampoco sabía que se estaba enamorando de él. Una cosa era dejarlo entrar en su apartamento y otra muy distinta que se colara en su corazón. Las disculpas de Minho por el beso que se habían dado habían sido para Taemin la primera pista de que el corazón de él no estaba libre. El modo en que había mirado a Yuri en dos ocasiones diferentes había sido la segunda pista. No podía dejarlo entrar en su casa aunque quisiera, porque eso podía suponer un gran problema. Y él no podía lidiar con un corazón roto en aquel momento.

Lo miró a los ojos.

—Tenemos que llegar hasta el final con esa historia de los tribunales antes de que podamos hablar de ser amigos. Quiero irme a dormir por la noche sabiendo que Yoogeun me pertenece y que nadie, ni siquiera su padre, lo puede apartar de mí. No puedo permitirme ser tu amigo y arriesgarlo todo.

—¿Es tu última palabra?

—Me temo que sí.

—Os echo de menos a los dos —declaró él—. Me iré, pero no me voy a rendir tan fácilmente.

Taemin asintió y cerró la puerta. A continuación se dejó caer al suelo y lloró.

****

Esa noche, Minho se encontró hablando una vez más con su madre, quien le dijo que tenía que hacer algunos cambios en su vida. Él sostenía el teléfono en su oreja izquierda, apoyaba la cabeza en el sofá y utilizaba la mano libre para aplicarse una bolsa de hielo en la rodilla.

—¿Cuándo volveremos a ver a Taemin y a Yoogeun? —preguntó su madre.

—No tengo ni idea. Ya te lo he dicho, creo que le espantaste con tus rollitos de jamón. ¿Cuántas veces te hemos dicho que tienes que quemar esa receta?

—Esa receta me la dio la abuela Boa.

—Pues cuando estire la pata, tienes que enterrar esa receta con ella.

Su madre dio un respingo. Luego soltó una carcajada.

—Cuando se entere de esto, querrá vengarse de ti.

Minho sonrió porque sabía que su madre tenía razón. Su abuela Boa se vengaría. La anciana y él se gastaban bromas mutuamente sobre temas de los que mucha gente ni siquiera hablaba, y mucho menos bromeaba con ellos. Pero eso era lo que hacía tan especial a la abuela Boa. Que no se parecía a ninguna otra abuela del mundo.

Su madre soltó un suspiro prolongado en el auricular.

—Habría jurado que Taemin se lo pasó bien aquí.

—Se divirtió mucho, mamá. Pero ese no es el problema. Yuri no debería haberme dado la carta ni haber hablado de nada relacionado con el caso de la custodia. No era el momento ni el lugar.

—Yuri se siente fatal por eso. Estaba deseando darte la noticia. Ella solo quiere ayudar y lo está haciendo en contra de los deseos de Aaron.

Minho evitó que resbalara el hielo en la rodilla herida.

—¿Y se puede saber qué le pasa a Aaron? Está haciendo una montaña de un grano de arena —sabía que aquella no era una valoración justa del comportamiento de Aaron, pero su madre no conocía toda la historia y no estaba preparado para contarle los detalles.

—Es muy sensible —contestó su madre—. Siempre ha sentido que había una competición entre él y tú. Deberías llamarlo y decirle que no tiene de qué preocuparse. Dile que no estás enamorado de Yuri y que jamás intentarías entrometerte entre ellos. Eso es lo que necesita oír.

Minho no sabía si alguna vez podría hacer eso.

—¿Te lo ha dicho él? —preguntó.

—Soy madre. Sé esas cosas.

Un repentino olor a quemado y una niebla de humo recordaron a Minho que había metido comida congelada en el horno.

—Tengo que irme, mamá. La cena me llama.

Su madre se despidió y él se levantó de un salto, dejó caer la bolsa de hielo al suelo y arrojó el móvil sobre el cojín. Tomó un paño de cocina, sacó la cena quemada del horno y la tiró al fregadero.

El humo que salía de la comida amenazaba con llenar la habitación.

Minho corrió a abrir la puerta delantera. Allí se frotó los ojos y parpadeó un par de veces para asegurarse de que no veía visiones. Taemin estaba de pie en el umbral, con la cara pálida y los ojos grandes y redondos, llenos de preocupación.

—¿Taemin? ¿Qué ocurre?

Taemin le tomó la mano y tiró de él hacia su apartamento.

—Es Yoogeun. Lleva unas horas con fiebre y no llora como siempre. Jinki no me devuelve las llamadas y no sé qué hacer.

Minho dejó su puerta abierta y le siguió hasta la habitación de Yoogeun. El niño tenía los ojos muy abiertos y daba patadas con los pies. Sus labios se curvaron hacia arriba.

—Mira eso —dijo Minho—. Me ha sonreído.

Taemin metió la mano en la cuna y tocó la frente de Yoogeun.

—No te está sonriendo. Tiene gases.

Minho no le creyó ni por un momento, pero no tenía intención de discutir. Inclinó la cabeza a un lado para ver mejor a su hijo. El pequeño parecía estar como siempre.

Minho le tocó la frente como había hecho Taemin.

—Tienes razón. Está caliente. ¿Cuánto tiempo lleva así?

—Esta mañana estaba caliente, pero no le he dado mucha importancia hasta que ha dormido tanto rato que se ha saltado la toma de la tarde. Entonces he decidido tomarle la temperatura. A las cuatro tenía treinta y siete con ocho y hace un rato se la he vuelto a tomar y tenía algo más de treinta y ocho. Entonces he llamado a Jinki.

—¿Has leído algo relacionado con la fiebre en ese libro de bebé que tienes?

—Sí. Dice que procures que el bebé no esté muy abrigado. Que no tenga muchas mantas ni muchas capas de ropa.

—¿Tienes el ordenador encendido?

—Sí.

—¿Te importa que busque algunas cosas?

—Está en la mesa de la sala de estar.

Minho entró allí y poco después apareció Taemin llevando en brazos a Yoogeun.

—¿Has visto algo?

—Aquí dice que es mejor tomarles la temperatura por vía rectal.

—Yo he usado un termómetro del oído.

—Recomiendan esperar veinte minutos si el bebé ha tomado un baño.

—¿En serio? ¿Dice eso? —preguntó Tae.

—¿Por qué? ¿Le has dado un baño?

—Sí, y no tengo un termómetro rectal

—Yo tengo uno en mi casa.

—Pensaste en todo, ¿no es así?

—La gente de la tienda era muy servicial —contestó él.

Se acercó a la puerta y dijo que volvería enseguida, cosa que hizo en un tiempo récord. Sacó el termómetro de su funda de plástico.

—¿Tú has hecho esto antes? —preguntó.

—No —contestó Taemin—. A mí en su momento me pareció mejor idea el termómetro de oído.

—Lo entiendo, pero creo que debemos cubrir todas las bases antes de ceder al pánico —él señaló la habitación de Yoogeun con la mano—. ¿Vamos?

Taemin lo siguió hasta allí y colocó al niño en la mesa de cambiarlo.

—Hay que quitarle el pañal y tener cuidado de no introducir mucho el termómetro.

—Adelante, hazlo tú —dijo Taemin—. Yo lo distraeré –empezó a besarle la cara y contarle todas las cosas maravillosas que iban a hacer juntos algún día.

A Minho no le gustaba pensar que él no iba a estar presente en todas aquellas actividades. Abrió el pañal y contempló un momento la situación antes de intentar hacer nada con el termómetro.

—¿Has terminado? —preguntó Taemin.

—Todavía no he empezado. Dame un minuto.

—No te sorprendas si te…

—Demasiado tarde. ¡Qué desagradable!

Ignoró la sonrisa de Taemin. El termómetro pitó y él lo retiró rápidamente.

—Tiene treinta y siete con dos, una temperatura normal.

—¿No debería tener treinta y siete? —Taemin le pasó una toallita húmeda de bebé.

—Solo hay que preocuparse cuando la temperatura rectal pasa de los treinta y ocho. ¿Por qué no esperamos a ver lo que dice el doctor?

Pasaron los minutos con ellos sentados en silencio en la sala, esperando que sonara el teléfono. Minho tenía a Yoogeun en brazos y lo observaba tomarse un biberón. Taemin estaba sentado en el sillón enfrente de él. Notó que estaba pálido.

—Intenta no preocuparte —dijo Minho—. No hay nada que podamos hacer hasta que sepamos lo que le pasa, si es que le pasa algo. ¿Por qué no hacemos lo que hace mi familia cuando intentamos no preocuparnos demasiado por algo?

—¿Y qué hace tu familia?

—Hablar de otras cosas —él le observó cruzar los pulgares en el regazo y morderse el labio inferior—. Dime cómo fue tu vida de niño en Nueva York.

—No sabría por dónde empezar.

—¿Cómo eras de niño?

—Supongo que podríamos decir que me gustaba agradar a la gente.

Minho arqueó las cejas con aire interrogante.

—Hacía lo que fuera con tal de que mis padres estuvieran orgullosos. Y no era fácil. Era mucho más fácil llamar su atención por hacer algo malo, como dejar huellas de dedos en la mesa de cristal.

Minho había querido que dejara de pensar en Yoogeun, pero ahora veía que esos recuerdos no le dejaban indiferente. Le compadeció por su niñez.

—Cuéntame más cosas de tu hermano —pidió.

—Mi padre le llamaba su Mona Lisa. Era perfecto en todos los sentidos. Siempre se las arreglaba para hacerlo todo bien, y eso era algo que complacía muchísimo a mi padre. El Zelo que viste la semana pasada no es el mismo hermano con el que me crie. Me dijo que se ha metido de cantante en un grupo de música.

—¿Canta bien?

—No tengo ni idea. No le he oído cantar en mi vida. Pero tampoco le había visto nunca tan feliz —Taemin pareció pensativo un momento—. Pero mis padres sí —añadió—. Las personas que viste eran las de siempre —se sentó con los pies debajo de su cuerpo.

—¿Crees que alguna vez os aceptarán a tu hermano y a ti tal como sois?

—A su modo, creo que lo están intentando —Taemin suspiró—. En resumen, mis padres son ricos, sofisticados, poderosos y bien relacionados. La crème de la crème de la sociedad de Nueva York. A mi madre le gusta ese mundillo. También le gustan el dinero, los bolsos caros y los escándalos financieros.

—¿Y tu padre?

—Como seguramente habrás notado, es un hombre muy serio al que lo que más le gusta en la vida es su bufete y lo segundo mi hermano.

—Lo siento.

—No lo sientas. Yo los quiero y ellos me quieren, cada uno a su modo. Si no hubiera sido por la pasión de mi madre por la buena cocina, yo no habría desarrollado el gusto por la pechuga de pollo caramelizada con sandía y canónigos o por la sopa de zanahorias aliñada con aceite de oliva.

—Suena delicioso —comentó él, sarcástico.

Taemin sonrió.

—Para alguien que dice amar la comida como tú —añadió él—, no comes gran cosa.

—He tenido lo mejor. Soy exigente.

Yoogeun dejó de chupar del biberón, lo que hizo que Minho se lo colocara en el hombro, donde había puesto ya una toalla limpia. Le dio palmaditas en la espalda.

—Se te da bien eso —comentó Taemin.

—Lo intento.

—Gracias por ayudarme esta noche, sobre todo después del modo en que te he tratado.

—Entiendo que estuvieras enfadado. Yuri no debería haber llevado esos papeles a la fiesta.

—Hablando de lo cual… ¿qué hay entre Yuri y tú?

—Ya te dije que hemos sido amigos desde hace mucho tiempo.

—Yo no puedo ser amigo de alguien que no es sincero conmigo.

—Es la verdad —dijo él.

Taemin lo miró a los ojos.

—¿No quieres admitir tus sentimientos por Yuri o es que crees que todos los demás estamos ciegos?

—¿Por qué dices eso?

—Aaron te puso un ojo morado. Eso, obviamente, fue por algo relacionado con Yuri. Y yo ya te he visto dos veces mirándola con anhelo y deseo. Tus sentimientos por ella explican también porque un hombre tan atractivo y simpático como tú sigue soltero.

—¿Tú crees que soy atractivo y simpático?

Taemin decidió que él no quería admitir la realidad.

—Creo que tienes un ego del tamaño del monte Everest —contestó—. Eso es lo que creo.

****

Yuri siguió a Aaron al armario del cuarto de invitados y lo observó buscar entre los sacos de dormir, las almohadas y una bolsa de ropa preparada para donar, hasta que encontró la bolsa de viaje que buscaba.

Ella puso los brazos en jarras.

—No puedo creer que me vayas a dejar así.

—Yo no puedo creer que ayudaras a Minho a decorar y después fueras a casa de mamá sabiendo que él estaría allí.

Yuri lo siguió por el pasillo hasta el dormitorio de ambos, donde él depositó la bolsa de viaje sobre la cama.

—También ayudé a decorar a tu hermano Siwon cuando nació Bailey. Te dije desde el principio que pensaba ayudar a Minho y eso fue lo que hice. La carta de CryoCorp le dará a tu hermano la oportunidad de tener una relación con su hijo. Eso debería significar algo para ti.

Aaron se sonrojó. Alzó un dedo en el aire.

—Por eso precisamente no quería volver a Seúl. Pero tú insististe. Y yo vine porque confiaba en ti y te amaba.

Se echó a reír.

—Lo más curioso de todo este sórdido asunto es que el estúpido juramento de Minho empieza a tener sentido después de todo. Minho, el jugador al que le importaba más un estúpido balón que los deberes y las notas, resulta que era el más listo de todos nosotros. ¡Quién lo iba a imaginar!

Yuri suspiró.

—¿De qué estás hablando?

—Del juramento que te comenté. Minho hizo que todos nos pincháramos un dedo con una aguja y dejáramos caer una gota de sangre en el papel donde había escrito el juramento que teníamos que repetir cada uno. “Nunca, bajo ninguna concepto, besaré a Kwon Yuri ni saldré con Kwon Yuri ni tendré una relación con Kwon Yuri mientras viva, porque la hermandad es lo primero” —alzó el índice—. “Yo, Choi Aaron, nunca permitiré que una mujer, más concretamente Kwon Yuri, se interponga entre nosotros y rompa el vínculo que tengo con mis hermanos”.

Yuri soltó una risita nerviosa, en gran parte porque no podía creer lo que oía ni que Aaron se molestara en hablar de aquel juramento absurdo en un momento tan terrible. —Adelante, ríete —dijo él—. Minho te ha querido desde el principio de los tiempos y probablemente sabía que tú también lo querías, pero como no estaba dispuesto a poner en peligro su relación conmigo, no intentó conquistarte. Ahora lo veo todo claro. Él sabía lo que ocurriría si uno de los dos rompía la promesa.

—¿Y qué sería lo que ocurriría, Aaron?

—Que el que rompiera la promesa acabaría teniendo que renunciar a uno de los dos.

—Es curioso —repuso ella—. La única persona a la que veo aquí eligiendo a uno de los dos es a ti.

Aaron siguió guardando ropa en la bolsa de viaje.

—Yo no amo a Minho —dijo ella. Le puso la mano en el hombro a Aaron y notó que los músculos de él se tensaban—. Nunca he estado enamorada de él. Solo te quiero a ti. Nunca he querido a nadie más. Y pensaba que tú lo sabías.

Él se apartó y entró en el baño a recoger sus artículos de aseo. Cuando volvió, los guardó en la bolsa con todo lo demás. Se volvió a mirarla.

—Eres tú la que me ha hecho elegir. Te pedí que no te ocuparas de los problemas de Minho, pero tú te empeñaste en hacerlo —cerró la bolsa—. Estamos tan ocupados que no disponemos de tiempo para ir al cine o a cenar, pero en cuanto Minho tiene un problema, resulta que tú estás libre como un pájaro, tienes tiempo de sobra para ir con él a los tribunales y comentar sus problemas por teléfono. No podías negarte. Incluso después de que te besara en el tribunal, demostrando que yo tenía razón, seguiste sin poder negarte.

Yuri siguió a Aaron por la casa hasta la puerta principal.

—Es tu hermano. ¿Nunca te has parado a pensar que la familia Choi también es mi familia? ¿Te has preguntado alguna vez cómo me hacía sentir eso, saber que todos habíais firmado un estúpido papel para dejarme fuera de vuestro club? ¿Un juramento estúpido para sacarme de vuestras vidas?

Aaron salió por la puerta.

Ella lo siguió hasta el coche.

—Cuando tu madre os dejó a tu padre y a ti, ¿a quién crees tú que le contaba tu padre sus penas?

Aaron guardó la bolsa en el maletero del coche sin mostrar ningún interés.

—Tu padre enterraba la cabeza entre los pechos blancos de mi madre y le contaba sus aflicciones.

Aaron no dijo nada.

—Cuando mi padre se enteró de la aventura, se marchó sin despedirse de mí. No lo he visto desde entonces. Y yo no había sido la que lo había traicionado.

Aaron la miró por fin. Sus ojos denotaban sorpresa.

—¿Alguno de los hermanos os molestasteis en venir a verme o en ver que mi vida se iba a la porra mientras vosotros creabais vínculos y hacíais juramentos de sangre?

—No lo sabía.

—Porque a ninguno os importaba nadie que no fuerais vosotros mismos. Y durante todo ese tiempo, antes y después de que me marchara a la universidad, siempre supe que tú estabas hecho para mí y que volverías a buscarme. Y eso hacía que todo lo demás en mi vida resultara soportable. Porque sabía que tú eras el que mejor me conocía y el que más me quería.

Se cruzó de brazos.

—Pero tienes razón. Nunca debimos venir a Seúl. La vuelta ha resultado ser una especie de prueba estúpida. Una prueba que no hemos sido capaces de pasar. No te preocupes por mí porque no te necesito. He estado sola casi toda mi vida y no necesito a nadie.


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