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Having my baby 2MIN por minnah

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Capítulo 8

 A las seis y media de la mañana siguiente, Minho salió de su apartamento vestido con pantalón corto y camiseta, con intención de ir al gimnasio. Cuando pasó por delante del apartamento de Taemin, oyó llorar a Yoogeun. ¡Pobre Taemin!  Cada vez que lo veía, parecía más agotado que la vez anterior. Lástima que fuera demasiado obstinado para permitirle ayudarlo cuando él tenía tiempo de sobra.

En seis semanas más, empezaría a entrenar a diario. Si no recordaba mal, había un Starbucks al doblar la esquina. Bajó las escaleras de cemento, se dirigió al aparcamiento y entró en su coche.

Quince minutos después, estaba en la puerta de Taemin, con un moka grande en la mano. Llamó tres veces con los nudillos y esperó. Se abrió la puerta. Apareció Taemin llevando en brazos al bebé, que todavía lloraba.

Él estaba pálido, con el rostro inexpresivo y vestía un chándal gris manchado de saliva de bebé en el cuello. Parecía un muerto viviente. Mechones de pelo enredado escapaban de un pasador que llevaba en la parte de atrás de la cabeza.

Sus ojos, de párpados pesados, estaban inyectados en sangre. Yoogeun soltó un aullido casi tan fuerte como las sirenas de los coches de policía. Minho le mostró la taza de café.

—Te he traído un moka.

Taemin miró el vaso con anhelo.

—¿Cómo lo has sabido?

—Pura casualidad.

Sonó el teléfono. El tono de llamada se parecía al canto de un grillo. Taemin se volvió y echó a andar. Llevaba unas zapatillas de estar por casa enormes, de peluche y rosas. Sujetó a Yoogeun con un brazo y usó la mano libre para contestar el móvil antes de que los grillos empezaran otra ronda.

Minho esperó en la puerta. Sabía que Taemin no quería su ayuda, pero estaba claro que esa terquedad iba a acabar con él. No podía trabajar con un bebé llorón en un brazo y el teléfono en el otro.

Entró sin pedir permiso, cerró la puerta y fue a la cocina. Dejó el café en la encimera y fue a por Yoogeun. Lo sostuvo contra su pecho y lo acunó. El niño dejó de llorar. Minho dejó a Taemin en la cocina y pasó a la sala de estar. No se molestó en mirar atrás para ver si él estaba enfadado porque había entrado en la casa.

Notaba el cuerpecito de Yoogeun caliente contra su pecho. Le gustaba el olor del bebé, olor a talco y a Taemin. A juzgar por la parte de conversación telefónica que oía, dicha conversación no ayudaba precisamente al joven.

Taemin sostenía el teléfono entre el hombro y la oreja y buscaba algo en un montón de papeles. A pesar de que llevaba un chándal ancho, Minho notó que había perdido bastante peso desde el nacimiento de Yoogeun. Demasiado peso. Pero con el pelo revuelto y aquella naricilla suya que apuntaba hacia arriba, estaba muy guapo.

—Key y yo hicimos la salsa de chili que saldrá en la portada del próximo mes — dijo en el teléfono—. No sabe a nada, no está bueno. Necesito que vuelvas a hacerla con la misma receta lo antes posible —su voz bordeaba el pánico—. Sí, en las próximas horas. Sigue las indicaciones al pie de la letra y luego me lo traes para que lo pruebe. Si sabe como el guiso que hicimos anoche, tenemos problemas —asintió—. Sí, ya sé que te hemos dado mucho trabajo esta última semana, pero cuento contigo, Luhan. Está bien. Nos vemos dentro de unas horas.

Cerró el teléfono, se inclinó hacia delante y apoyó la frente en los papeles de la encimera. Permaneció así al menos dos minutos. Minho notó que le temblaban los hombros. Se puso rígido.

¿Estaba llorando?

Miró a su alrededor pensando qué debía hacer. Tenía dos hermanas que casi nunca lloraban. No recordaba haber visto llorar jamás a su madre. Las personas que lloraban lo ponían nervioso, hacían que se sintiera incómodo e impotente. Sabiendo que debía consolarlo, respiró hondo y se dirigió hacia él, pero entonces sonó el fax en la otra habitación. Taemin también debió oírlo, pues corrió hacia allí antes de que él pudiera ofrecerle sus simpatías. “Salvado por el pitido”, pensó Minho.

Taemin tardó diez minutos en volver. Cuando lo hizo, Minho estaba sentado en el sofá y Yoogeun dormía en sus brazos. Taemin extendió ambos brazos hacia él.

—Está bien, ya puedes irte. Ya puedo hacerme cargo de mi hijo. Su nariz roja y la expresión levemente trastornada de sus grandes ojos cafés, convencieron a Minho de que no cuestionara su autoridad.

Le pasó a Yoogeun y se puso de pie. El niño empezó a llorar de nuevo antes de que Taemin diera dos pasos. Y no era un llanto de hambre, cosa que Minho se sintió orgulloso de reconocer. Era un chillido agudo que le llegó al núcleo del cerebro y le hizo apretar los dientes.

Sin decir palabra, Taemin se giró y le devolvió a Yoogeun. Bajó la cabeza, apoyó la frente en el pecho de Minho y esa vez lloró a conciencia, con los hombros moviéndose al ritmo de sus lastimeros sollozos.

Minho sostuvo a Yoogeun con un brazo, le pasó el otro a Taemin por los hombros y lo atrajo hacia sí, con lo que no le dio más opción que apoyar la cabeza en el hueco del brazo de él. Acarició el brazo de Tae con el pulgar. Al poco rato, él se relajó y Minho oyó solo un par de hipidos y una respiración entrecortada de vez en cuando.

Yoogeun se movió en el otro brazo, pero debió captar que no era un buen momento para dar la lata, pues no tardó en tranquilizarse.

—No sé lo que me pasa —dijo Taemin cuando se apartó de él.

—Yo sí lo sé –respondió Minho—. Me parece que tienes una leve depresión postparto. 

Taemin lo miró con aire interrogante, así que Minho señaló un libro titulado Guía para madres de recién nacidos que había en la mesita de café.

—He leído un poco cuando estabas en la otra habitación. Dice que las madres de niños recién nacidos a menudo trabajan mucho y duermen poco. Tiene sentido. La falta de sueño combinada con todas esas hormonas y emociones… Tan pronto estás muy contento como te sientes lleno de miedo y ansiedad. Es un milagro que las madres sobreviváis a esta fase.

Taemin se secó los ojos.

—¿Tú eres real?

Minho no sabía qué contestar a aquello, así que no dijo nada.

—¿Por qué no te has casado? —preguntó Tae. Movió las manos en el aire como para borrar la pregunta—. No me interpretes mal. Ya sé que estás lejos de ser perfecto.

Aunque Minho no era muy susceptible en lo relativo a insultos o cuando se dudaba de su buen carácter, el comentario de él le hizo fruncir el ceño.

—Bueno, mentiste en tu solicitud de donante y ya hemos establecido que puedes ser avasallador y prepotente —continuó ella sorbiendo aire por la nariz—. Pero pareces un buen tipo en general, así que ¿qué es lo que pasa? —lanzó un hipido—. ¿Estuviste casado? ¿Tienes una prometida esperándote en la casa de Busan de la que hablaron tus hermanos? —se sentó en el sillón enfrente del sofá y colocó los pies en el escabel—. Vamos, suéltalo. ¿Cuál es tu verdad?

Minho apretó a Yoogeun contra su cuerpo y se sentó en el borde del sofá pensando cómo debía responder a eso. En otras circunstancias no se habría molestado en hacerlo, pero Tae era “la madre” de su hijo, un niño al que él quería ayudar a criar. Aquella era su oportunidad de empezar a conocer a Taemin y no podía estropearla.

—Supongo que podríamos decir que estoy casado con el fútbol americano —dijo, sabiendo que su razonamiento podía sonar tonto, pero era la verdad—. Tengo casi treinta años y hasta el momento mi vida ha girado en torno a eso. El fútbol me dio la oportunidad de estar cerca de mi padre cuando entrenaba al equipo de los pequeños.

Respiró hondo porque se dio cuenta de que lo que decía era la verdad. Con tantos hermanos, no había sido fácil conseguir la atención de su padre.

—Cuando algunos de mis amigos se metían en líos en el instituto, a mí el fútbol me daba unas satisfacciones que no podría haberme dado nada más. Poder jugar en la universidad y entrar después en la NFL solo le puso la guinda al pastel. Y —añadió pensativo— supongo que me ha tenido demasiado ocupado para pensar en otra cosa.

Taemin cruzó los pies a la altura de los tobillos.

—Muchos jugadores famosos tienen familias.

—Cierto. A decir verdad, no sabía lo que iba a sentir si te encontraba y estabas embarazado. Pero en cuanto te vi de pie detrás del agente de policía… —miró a Yoogeun. Este tenía los ojos abiertos y lo miraba, aparentemente fascinado por él. Minho le pasó un dedo por la palma de la mano—. Cuando comprendí que llevabas dentro un niño que era parte de mí, sentí algo que no había sentido nunca. Hizo una pausa e intentó pensar en sus palabras para poder explicarse mejor. —Lo diré de este modo. Cuando juego un partido importante y esquivo a hombres que tienen dos veces mi tamaño y lanzo la pelota a través del campo con precisión, es como si bebiera un vaso de agua fresca después de pasar un día caminando en el calor del desierto. Es el paraíso. Es indescriptible —miró maravillado los deditos de Yoogeun alrededor de su dedo grande—. Supongo que lo que intento decir es que, cuando vi a Yoogeun en el hospital, tuve la misma sensación… solo que diferente porque la euforia no desapareció cuando la multitud dejó de vitorear, por así decir. Tener a Yoogeun en brazos y pasar algo de tiempo con él sabiendo que es parte de mí, me ha hecho pensar en la vida de otro modo.

Se encogió de hombros en un ademán de impotencia.

 

 ****

 

 Taemin se sentía muy sensible por dentro. El discurso conmovedor de Minho le había producido una opresión en el pecho. Apoyó la cabeza en el respaldo de su sillón favorito y dijo:

—Creo que sé lo que quieres decir. Él pareció aliviado.

—¿Sí?

Taemin asintió.

—Tener a Yoogeun también me ha cambiado a mí.

No quería decir mucho más. No quería que Minho supiera que todavía no sentía un vínculo con el bebé ni que la mayor parte de sus pensamientos de esos últimos días estaban llenos de dudas y de miedo.

Sus padres siempre le habían hecho sentirse en un segundo plano, como si él no contara. No conocía la sensación de formar parte de una gran familia amorosa, pero sabía que eso era lo que quería para Yoogeun y para sí mismo.

La verdad era que, antes de que naciera Yoogeun, había pensado tener al menos dos niños más, y por eso había comprado y almacenado semen suficiente de Choi Minho como para criar un equipo de fútbol él solo. Pero nadie tenía por qué saber eso.

—Déjame ayudarte —dijo Minho después de un momento de silencio—. Hasta que empiecen los entrenamientos, no tengo nada mejor que hacer con mi tiempo.

Taemin quería decirle que no, pero de su boca no salió ninguna palabra. Sentía todos los músculos del cuerpo débiles por el agotamiento.

—Como no quiero ser avasallador y prepotente, no insistiré, pero creo que una ducha y unas horas de sueño te sentarían de maravilla.

Se miraron a los ojos el tiempo suficiente para que Tae se preguntara por qué le había permitido entrar en su apartamento. Era atractivo y además amable. Él estaba horrible y Minho parecía preparado para una sesión de fotos en una revista.

—Es solo una idea —dijo Minho—. La decisión es tuya.

Taemin se levantó y miró la puerta de su dormitorio y después a él. Sabía que debía pedirle que se fuera, pero una ducha y dormir eran una sugerencia demasiado buena para dejarla pasar.

—¿De verdad no te importa? —preguntó.

Minho negó con la cabeza.

—Estoy aquí para ayudar. Puedes confiar en mí. 

 

 ****

 

Kai estaba de pie en un lado de la habitación llena de niebla y Choi Minho en el otro. Kai tendió una mano hacia él y Minho se limitó a guiñarle un ojo. Kai llevaba un traje hecho a medida y Minho llevaba un pantalón de algodón, una camisa y una sonrisa maravillosa.

Taemin no sabía hacia qué lado volverse. Su corazón latía con fuerza mientras intentaba tomar una decisión, pero entonces Yoogeun empezó a llorar. El joven abrió los ojos y se incorporó en la cama. Miró a su alrededor, contento de ver que ninguno de los dos hombres estaba allí.

¡Gracias a Dios!

Se puso una mano en el pecho, encima del corazón galopante.

¿Qué narices hacía Choi Minho en su sueño?

Ver a Kai tenía sentido, pues había soñado mucho con él desde que lo dejara plantado en la iglesia dieciocho meses atrás. ¿Pero Minho?

Oyó risas en la cocina. Parecía que había una fiesta allí fuera. Apartó el edredón, pasó ambas piernas por el borde del colchón y deslizó los pies dentro de las zapatillas rosas gigantes, que estaban en el suelo.

Se acercó a la puerta y escuchó un momento. Todas las voces se mezclaban, pero las de Minji y Key eran fáciles de reconocer. Ah, y también la de Luhan. Éste debía haber terminado de preparar la salsa de chili y lo habría llevado para que lo probaran.

Taemin abrió la puerta una rendija y miró hacia la cocina. Key estaba de espaldas a él, pero a juzgar por el pantalón de tubo rojo y la chaqueta a juego, había ido allí desde una reunión de ventas en el centro.

Key siempre tenía buen gusto para la moda. Su amigo rio bastante alto y, cuando se apartó, Taemin parpadeó para asegurarse de que no estaba imaginando cosas.

Hasta donde podía ver, Luhan había llevado el chili y se lo daba a probar a Minho con una cuchara. Él abría la boca y, cuando masticaba y tragaba, gemía como si tuviera un orgasmo de chili. Mientras hacía ruidos absurdos, Luhan tomó una servilleta y le limpió la barbilla como si fueran amantes. Aquello era demasiado.

¿Por qué ninguno de ellos había entrado en su habitación a despertarlo?

¿Por qué Key no había echado a Minho del apartamento?

Taemin salió de su habitación adormilado todavía.

Miró a su alrededor y se puso una mano en la cadera. 

—¿Dónde está Yoogeun?

—Está vivo —Key se acercó a su lado e intentó arreglarle el pelo.

Taemin le apartó la mano.

—Está durmiendo —le informó Minho desde la cocina.

—Y entonces, ¿qué haces aquí todavía?

—Es nuestro salvador —declaró Luhan, con demasiado entusiasmo—. Ha añadido pimientos rojos y verdes picantes al chili. Resulta que eso era justo lo que faltaba. La mujer que envió la receta… Ya sabes, esa que ganó todos esos concursos… Pues bien, acabo de hablar con ella y olvidó incluir algunos ingredientes cuando nos escribió la receta.

Taemin lanzó un gruñido. ¿Cómo podía alguien olvidarse de incluir chiles en una receta de chili?

—¿Le has dicho que nos ha causado muchos problemas?

—No es para tanto —le aseguró Luhan.

Se volvió a mirar a Minho con una sonrisa. Por primera vez desde que lo contratara seis meses atrás, Taemin se fijó en lo alegre y guapo que era, con aquel pelo rubio que saltaban cada vez que se movía. Estaba muy atractivo con una camisa de verano sin mangas, un pantalón oscuro y unas sandalias de cuero.

Sorprendentemente, Taemin quería decirles a todos que se marcharan. Y también quería llamar por teléfono a la mujer de la receta y decirle que no merecía ganar ningún concurso en la feria si no era capaz de escribir bien una sencilla receta para hacer una salsa de chili.

“Respira, Tae. Respira”.

Minho estaba en lo cierto. Lo suyo era una depresión postparto. Tanta energía negativa lo estaba agotando.

¿Desde cuándo le importaba lo que llevaba Luhan o si estaban todos guapos menos él?

Tae no era tan superficial como su madre y su hermana. No tenía que estar perfecto en todos los momentos del día. Por enésima vez aquella semana, sentía deseos de llorar, y eso le daba aún más ganas de llorar, porque él no era llorón por naturaleza.

Sus hormonas estaban descontroladas y la sensación no le gustaba nada. Se disponía a volver a su habitación cuando el llanto de Yoogeun le perforó el tímpano.

Miró a Minho.

—Tu hijo está llorando. Yo me vuelvo a la cama. 

Notas finales:

Espero les haya gustado dejen reviews :D :P

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