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Lo que es por Likari Aoi

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Notas del fanfic:

  ¡¡Esta bien!! ya he decidido que para nada del mundo diré cuando voy a subir un próximo fanfic, porque ya sé que algo puede salir mal y entonces se "arruinaría la fecha de entrega". Así que lo subiré y ya.

Notas del capitulo:

 LOS PERDONAJES DE SHERLOCK HOLMES LE PERTENECEN A SIR ARTHUR CONAN DOYLE, NO SE GANA NINGUN BIEN MONETARIO CON ESTA HISTORIA.

Corazón único.

La amable y paciente señora Hudson tenía una frase que le había hecho vivir bien y confortablemente; “vive y deja vivir”, era por esa preciosa oración que cuando encontró aquel trozo de carta arrugada y maltratada enredada entre las fauces del oso negro que tenía como tapiz en la pequeña sala de su inquilino Sherlock Holmes, lo único que pudo hacer fue ir inmediatamente a su habitación a prepararse para hacerle una agradable visita a otro de sus inquilinos, el doctor John H. Watson.

—Sé que no es hora para visitas doctor Watson, sin embargo el estado del señor Holmes estos últimos días ha estado empeorando—

—le aseguro señora Hudson que no tiene de que preocuparse, es completamente normal ya que no ha llegado ningún caso que pueda poner a prueba sus habilidades—y desde luego, pensó Watson, porque no hacía mucho le había quitado la cocaína.

—no doctor, le aseguro que no es eso, esta vez es diferente, yo lo sé—

—mire señora Hudson le aseguro que...—justo en ese momento un arrugado y amarillento papel partido horizontalmente por la mitad cayó enfrente de sus manos, sin embargo cuando estaba dispuesto a leerlo un paciente más entró—esta es mi última cita de hoy, que le parece si conversamos más a gusto cuando estemos en casa—apresurado tomó el papel y lo metió en el cajón de su escritorio. Caballerosamente llevó a la señora Hudson hasta la entrada; donde se despidió nuevamente.

Mientras, por las húmedas calles de Londres la señora Hudson caminaba pensativa a su hogar en Baker Street. Debía comprar la cena y al ser el día siguiente la fecha que ella consideraba más importante, debía entonces estar completamente segura de que todo se encontraba en orden para recibir una vez más la navidad.

No lo había comprendido demasiado bien, sin embargo aquel sentimiento que desprendía la carta de su inquilino era exactamente igual a eso que desbordaba cada palabra suya mientras le escribía a su difunto esposo, amor. Del más puro y honesto.

Eran ya las once de la noche; con una minuciosidad parecida a la que usaba Holmes en sus casos, la señora Hudson había hecho ya una revisión hacia la cena y los adornos. Los moños y las esferas relucientes y multicolores hacían gala en el recibidor, y el muérdago colgaba del techo por detrás de cada una de las puertas, sí, eso estaba por demás bien acomodado. Mientras, por otro lado, el ganso que estaba ya esperando a ser comido relucía perfecto en medio de aquellos preciosos y sabrosos platillos que la señora Hudson había preparado especialmente a petición del doctor Watson.

Afortunadamente, para la alegría de Holmes unas fuertes patadas en el primer piso echaron abajo, literalmente, la puerta. La señora Hudson, totalmente espantada se tambaleo hasta una silla.

—Watson, quédese aquí, podría ser peligroso dejar sola a la señora Hudson—mentira, le regañó su subconsciente, era verdad que sería problemático el que su ama de llaves se quedara sola, sin embargo, aquel directo y estrepitoso ataque no supondría nada bueno si concentraba su mente y pensamientos en hacer lo posible para que Watson estuviese completamente a salvo. Pues bien sabía que así había perdido muchas pistas.

Antes de llegar, se detuvo en mitad de las escaleras. Por la fuerza con que la puerta había cedido tan fácilmente no debía tratarse de cualquier hombre, era solo uno, por supuesto, de haber sido más habría escuchado ya al menos uno que otro susurro de complicidad, sin embargo después de eso ¿que podría haber pasado?, si el delincuente se equivocó de edificio y luego al ver su error había salido por donde entró o fue inmediatamente a ocultarse a un lado de las escaleras y ahora esperaba a que su primera víctima bajase, no podría saberlo. Así pues volvió, silenciosamente, a subir las escaleras.

—Holmes ¿ha visto quién es?—susurró Watson. Holmes no respondió, fue directamente a su habitación y antes de salir guardó su arma dentro del saco.

—los escoltare arriba, Watson proteja a la señora Hudson, ahora mismo estamos en real peligro—como siempre y cada vez Watson se negó a quedarse ahí sin poder ayudar a Holmes, este, sin embargo logró persuadirlo. Salió apresurado y bajando más rápido las escaleras esperó nuevamente en el anterior lugar.

—nos vemos de nuevo, señor Holmes—antes de que Holmes terminara de apuntar ya estaba bajando el arma, ahí, frente suyo, el compañero del difunto profesor Moriarty le dejaba ver su acabado rostro, le mostraba a través de aquellos claros ojos azules lo destrozada que estaba su alma—en estas cortas dos semanas, usted ha recuperado su color, recuerdo que cuando lo vi estaba más blanco que la cera—Holmes recuperándose del pequeño susto causado volvió a empuñar su arma apuntando directo entre las cejas de Sebastian Moran.

—y yo logro ver que no le ha ido del todo bien, dígame coronel ¿tiene algo que olvidó decirme antes y ahora se ha escapado de la prisión solo para decírmelo?—cuestionó Holmes, empezando a bajar lentamente por las escaleras, sin perder de vista un segundo a su blanco.

—no es que lo haya olvidado señor Holmes, más bien no pude hacerlo por la intromisión de la policía—

—así pues, usted ha venido a... intentar matarme—

—ha matarlo, así es señor Holmes—hizo un gesto, que era lo más parecido a una sonrisa. Del bolsillo del sucio pantalón extrajo una pequeña pistola.

—Antes de que una de esas balas se aloje en mi cabeza, me concedería usted un último deseo—Moran, sin embargo, no tenía tiempo, no podría soportarlo más y Holmes lo supo, por lo que antes de que el gatillo del arma pequeña fuese jalado el disparó hacia el muslo del coronel. Este, sin fuerzas, llevó el cañón a su cien, Holmes desde luego corrió hacia donde el, para impedirle que detonara el arma.

—un paso más señor Holmes, y lo haré... claro, que usted no tiene inconveniente en que lo haga—Holmes se detuvo.

—Hable pues... escuchare sus últimas palabras—el coronel ni siquiera se sorprendió, aquella herida no era mortal, sin embargo Holmes sabía tanto como el que jalaría del gatillo. Pasó cerca de un minuto cuando finalmente Moran, cambiando por completo sus gestos, comenzó a hablar.

—Yo... yo le amaba señor Holmes, le amaba tanto... —comenzó a decir, extrañando completamente a Holmes—todo en esa persona... ¿había visto antes ojos como aquellos?, nos conocimos antes de que me enrolara en el ejército, desde ahí yo le amé. Créame por todo lo que fui un día, que mi amor era correspondido, no era apropiado y sin embargo, aún después de reencontrarnos y de que ni siquiera me mirara más de dos segundos a los ojos, yo sabía que no era tan indiferente como lo demostraba, ¿Qué era lo que me atraía de aquel ser inhumano? ¿Eran sus ojos, era su boca, era el tono de su voz? ¿Qué era?, yo estaba enfermo, lo sabía, aquellos sentimientos no eran normales, soy... y él era un hombre. Después de que entrara en el ejército mis pensamientos sobre él se resguardaron en el fondo de mi mente pero, justo cuando lo volví a ver todo regresó, yo no lo soportaba, le amaba y debía quedarme callado, estaba mal, estaba enfermo, por eso una tarde decidí que lo terminaría, me colgué. Creí haber muerto pero no, habría sido lo mejor, la cura para mi enfermedad. Sin embargo ese no era mi destino, un compañero me había encontrado e inmediatamente fui llevado a rastras hasta el consultorio más cercano—sus ojos rojos y vidriosos no dejaban escapar una sola lagrima, después de un segundo de silencio una vez más la torcida sonrisa salió a la luz—cuál fue mi sorpresa cuando resulto que el doctor John H. Watson había atendido mis heridas, no sé cómo o porque, pero aun con las pocas fuerzas que tenía puede verle—una amplia sonrisa suplantó al simple gesto y entre carcajadas dijo—estaba yo tan desesperado y frustrado señor Holmes que después de compuesto, fingiendo, logré quedarme una noche más, el buen doctor fue a revisarme al día siguiente y créame señor que esa fue la mañana más movida que ha tenido mi querido John—.

Los puños de Holmes se contrajeron al instante, sus fríos ojos grises reflejaban ardientes el fuego de las lámparas de gas y sus finos labios le abrieron paso a los expuestos y apretados dientes. El cañón de su arma volvió a tener como blanco el entrecejo de Moran. Estaba casi seguro de que mentía, de que Moran estaba tan perturbado ya, que se inventaba cosas, y sin embargo una parte de él le obligaba a creer en las palabras del coronel.

—Por favor señor Holmes deje que termine—una vez más la expresión sombría y patética se dibujó en el estropeado rostro—poco después me di cuenta que aquella vez con el doctor no me había satisfecho lo suficiente. Mi cuerpo y corazón le anhelaban a él, quería intentar matarme de nuevo, esta vez utilizaría algo más eficiente... pero no pude, el planeaba algo grande y debía ayudarle. Pese a mis esfuerzos todo el plan se echó a perder y las gracias desde luego debería dárselas a usted señor Holmes, y no solo por esa vez sino por todas las que le siguieron—de improvisto las lágrimas se desbordaron de sus ojos—hace tres años, dos semanas y ocho horas... tres años, dos semanas y ocho horas, antes de que viera como el hombre que amaba caía desde la cascada de Reichenbach... el me besó, antes de que usted sospechara algo, antes de que escribiera la carta, antes de llegar al hotel. El, con sus perfectos ojos me miró y me... me besó. Fue aquel beso su despedida, el fin de lo que nunca había pasado entre nosotros, yo por supuesto no lo sabía en ese entonces, estaba totalmente segado... pero eso es algo que él ya sabía. Así, como el títere que sería por siempre enredado entre sus dedos, le seguí hasta donde él me condujo, me detuve y escondí respetando siempre sus indicaciones. Y entonces no muchos minutos después lo vi caer... vi caer mi vida y lo que tenía de cordura, pero no todo terminó ahí, usted había salido con vida. El dolor que sufría en ese momento no me permitió un ataque certero y eficaz, mi habilidad también se había perturbado—.

Holmes simplemente no pronunció palabra, se le quedo viendo, nuevamente su mirada se volvía impenetrable y seria, aunque ciertamente esperaba impaciente el suicidio del coronel más, de no hacerlo en menos de treinta segundos, por más que siguiera hablando, él estaba dispuesto a disparar.

—... ahora espero reunirme con él, señor Holmes, a donde quiera que él vaya iré yo, el purgatorio, al infierno, donde sea... como prometí señor Holmes, le di mi palabra y estoy dispuesto a cumplirla... mande mis saludos al doctor Watson—pronunció por último, en tono burlón.

En la habitación C la señora Hudson se había desmallado al escuchar una fuerte explosión en el primer piso, Watson más preocupado que antes revisó que su ama de llaves estuviera bien y cómoda para después bajar corriendo hasta llegar a la puerta de la habitación de Holmes. Justo ahí, comenzó a descender poco a poco.

—Watson ¿está bien la señora Hudson?—al notar el relajado tono en la voz de Holmes Watson se preocupó aún más, bajó lo más rápido que puedo el resto de los escalones y reprimiendo su asombro ante la escena se acercó a su compañero de piso. Watson revisó el cadáver, tenía el mentón pegado al pecho por lo que cuando le levantó la cabeza quedó más sorprendido que antes. El rostro entristecido del coronel Sebastian Moran tenía dos orificios de bala en la cabeza, uno de ellos atravesaba de temporal a temporal y el otro empezaba en la frente y salía por la nuca media. Nuevamente en su vida había sido testigo de dos disparos simultáneos.

— ¡Holmes! ¿Está usted bien? Déjeme revisarlo—sin perder más tiempo con el cadáver fue casi corriendo a donde estaba Holmes.

—no me pasa nada Watson, sería mejor que se preocupara más por la pobre señora Hudson—dijo, acomodándose el moño negro.

—Ella está bien, le di un calmante, por esta noche dormirá en mi habitación—

—Muy bien, entonces no queda nada más que acomodar esta pobre puerta y salir directo a Scotland Yard—como si nada fue a donde ella, levantándola. Watson simplemente no podía pronunciar palabra y esa tranquilidad que tenía su amigo no le agradaba nada, pues según sus experiencias era esa una forma de ocultarle información. Debía preguntar pero temía que nuevamente Holmes le negase una respuesta satisfactoria, le explicaría desde luego porque el cuerpo inerte del coronel estaba ahí con dos agujeros en la cabeza, pero nada más. Y desde luego Watson sabía que había algo más— ¿nos vamos Watson?—

— ¿que no es raro que no haya nadie alrededor? Quiero decir, que fue una gran explosión—

—Al parecer querido amigo todos disfrutan felices, y supongo que una simple explosión pasó por alto para aquellos que ríen y bailan contentos en sus casas—Holmes había acomodado la puerta lo más derecha que se pudo, y aunque a lo lejos no se notaba cambio alguno nada más acercarse podía verse que estaba apenas recargada en el arco.

— ¿Me va a explicar entonces que fue lo que paso, Holmes?—

—no ha pasado nada del otro mundo, intercambiamos algunas palabras y—

—no Holmes, quiero que me diga porque aun sabiendo que el coronel Moran se dispararía usted jaló también del gatillo—a pesar de las interrogantes Holmes no le dijo nada más, y no lo hizo mientras la policía llegaba o hacia registro y tomaba declaraciones. Holmes por supuesto tenía una historia ya inventada en la que intervenía un tercer individuo que había sido el que supuestamente disparó a Moran.

Era la una treinta de la madrugada del 26 de diciembre, en el 221 B de la calle Baker los policías de la Yard buscaban cualquier cosa que diese un indicio más de lo que había pasado, desde luego no había testigos a parte de la declaración de Holmes y la señora Hudson seguía inconsciente, ya habían interrogado a Watson. Entre el gentío y revoltijo de personas Holmes logró escabullirse de allí llevándose, claro, a Watson.

— ¿Me contará por fin lo que sucedió, Holmes?—

—No Watson, no se lo contaré—sentenció, mirando seriamente a Watson—sin embargo, le daré el permiso de leer el trozo de papel que trae desde esta tarde en el bolsillo de su saco—habían caminado barias calles. Se detuvieron cerca de un callejón, se sentaron cómodamente, todo a su alrededor estaba vacío y habían olvidado de encender las farolas de gas, sin embargo la luna alcanzaba a iluminar lo suficiente—mientras, yo me daré una vuelta—

¿Desde cuándo el viento a mis oídos susurraba su nombre? estos fríos días en los que las consultas ocupan su espacio y las calmadas calles abrumaban mi paciencia, cuando no me queda de otra más que abrir la ventana y dejar que la espesa niebla se cuele fantasmagóricamente por la ventana, cuando siento mi mente a punto de una recesión y donde ni siquiera el tabaco me aleja de este aburrido mundo, en los que no puedo estar seguro de estar vivo. Esta abrumadora calma, Watson, es tan tétrica que siento como en cualquier momento puedo congelarme y así, morir. Pero eso no sucede pues es usted el que llega antes, es usted el que abre la puerta anunciando su llegada a la señora Hudson, y justo después a mí. Es usted quien me salva de estos días aburridos y rellanos de inercia...

Es su calmada voz la que se cuela en mis pensamientos y los colma de armonía, los relaja a un punto tal en el que sinceramente se siente más bien como un arrullo. Un bello cantico que me satisface de paz. Y sin embargo no es aquella tétrica calma necesaria antes de que llegue la tormenta, su voz querido mío es aquella droga tranquilizadora capaz de apaciguar esta mente mía tan ansiada de problemas sin aparente solución...

Habían pasado ya dos horas en las que Watson, quedándose sentado sobre el frio suelo, había resuelto innumerables cosas en sus pensamientos. Sin embargo sus resultados le parecieron tan poco satisfactorios al final de cuentas que simplemente, en una salida, que su mente ya buscaba por demás desesperada; había resuelto que era Holmes quien debía, de nuevo, tomar las decisiones. Se deslindaría de cualquier responsabilidad y, si Holmes no estaba de acuerdo con su respuesta entonces él se quedaría parado hasta que la aceptara o le pegase un puñetazo. Si, sería todo responsabilidad de Holmes. Y para bien o para mal, él estaba por demás dispuesto a quedar de acuerdo con la que fuera su respuesta.

Un minuto después de que Watson tomara tan inteligente decisión, por la esquina de la calle pudo divisar la silueta de su amigo.

— ¿Y bien?—susurró, mostrando una ligera sonrisa. Watson no había huido y no mostraba señales de querer golpearle... pero, aun así tampoco daba algún indicio de que se le quisiese echar encima para besarlo incontablemente. ¿Qué había pensado Watson en todo ese tiempo?... es decir, que tampoco le dejó solo por cinco minutos. Es más, el tiempo en el que se alejó fue el suficiente para que Watson empacara sus cosas y se fuera para siempre. Pero ahí estaba, en frente suyo solamente mirándolo con sus rasgos inamovibles—si aún necesita tiempo podría dejarlo dos horas más—al no haber respuesta dio media vuelta decidido a marcharse otra vez.

— ¿Qué espera que yo haga?—cuestionó Watson, simplemente no podía quedarse ahí sin decir nada—es decir, me deja leer esto y luego se va. Y ahora que regresa solo me pregunta “¿y bien?”... —

—supongo entonces que no lo ha leído. Sinceramente se me hacía sumamente extraño que usted esperase tanto tiempo—ágilmente alcanzó la mitad de la carta; pero Watson tomó su mano, no dejaría que le quitara algo tan valioso como ese pedazo de papel.

—no es raro Holmes. Por más que usted me hubiese dicho lo contrario a lo que creo que usted me dice en la carta... si me dijera que me odia o que ya no le soy necesario y luego me hubiera dejado dos horas para que empacara y me fuera, le aseguro que hubiese hecho lo mismo—Watson jamás bajó la mirada, debía encontrar algo en esos ojos grises, algo que le demostrara lo que había encontrado en aquellas letras—solo... no lo sé... —

—Pues piénselo, se está haciendo cada vez más tarde—dijo, mirando la hora en su reloj, mientras su otra mano seguía aprisionada entre los dedos de su amigo.

—Píenselo—repitió Watson, sorprendido— ¡fue usted quien me metió en esto, ¿por qué precisamente soy yo quien parece está en problemas?!—frustrado, sonrojado y con la garganta estropeada por semejante grito, tomó más fuerte la mano de Holmes.

Ahora mismo lo que más le importaba a Watson era llegar al 221 B. Refunfuñaba y susurraba cosas que Holmes no alcanzaba a entender, pero al fin y al cabo a él le intrigaba más el hecho de que era jalado de la mano mientras recorrían, lo que él pensó, era el camino más largo para llegar a casa. Parecía que Watson había perdido su compostura y que su miedo de tener un buen visto entre la sociedad ya no le importaba lo más mínimo, y aunque la mayoría de los que transcurrían las oscuras calles eran vagabundos y borrachos, aún quedaban una o dos personas consientes que, al verlos así, corriendo y de la mano, no dejaron pasar su oportunidad de hablar negativamente sobre su comportamiento poco correcto.

El llegar, Watson no tomó en cuenta que, aunque ya no había más policías, tuvo que utilizar su llave para entrar, mucho menos se acordó de que la señora Hudson dormía tranquila y angelicalmente sobre su acolchada cama, pues fue inmediatamente a la sala.

—Esa fue una carrera impresionante—

—claro que lo fue, ¿y bien?—cuestionó Watson sin tomar respiro alguno, mostrándole la carta a Holmes mientras le miraba desafiante a los ojos.

¿Que había sido aquel ruido tan estruendosamente alto, que fue capaz de hacer que la señora Hudson se despertase de aquel profundo y suave sueño?

Asustada, el ama de llaves fue hasta donde aquel estrepitoso sonido provenía, mientras bajaba, solo podía escuchar el sonido de las cosas cuando caían. Su adorado juego de té había caído en el tercer peldaño, las cuerdas del Stradivarius se rompieron al sexto, el arco se partió en dos justo cuando su delicado pie se posó sobre el octavo escalón, ¿ese olor era la piel y el pelo del oso calcinándose? Se cuestionó la señora Hudson mientras se sujetaba la barandilla de la escalera en el décimo primer peldaño. En el décimo tercero pudo jurar que el caer de uno de los estantes repleto de expedientes había sonado como una explosión. Cuando la señora Hudson estuvo a punto de creer que sus ventanas, aquellas que con tanto esfuerzo siempre volvía invisibles, se salvarían de lo que parecía un tornado dentro de la sala, escuchó, atónita, justo en el décimo quinto escalón, cómo el vidrio más algunas otras cosas, caían a la calle.

Fue ahí donde se detuvo, el ama de llaves estaba por convencerse de que cada escalón que pisaba era el detonante de tal destrucción. Sin embargo, cuando accidentalmente pisó el peldaño numero diecisiete acabó por convencerse de que estaba totalmente equivocada. Tal parecía, pensó la señora Hudson, todo había terminado. Con su sala hecha trizas; pero había terminado. Ahora solo debía acercarse a la puerta y ver qué tan mal estaba su pieza. Aun sujeta del barandal de la escalera, avanzó solo un paso antes de escuchar fueres gritos de uno de sus inquilinos, seguido de los intentos de susurro del otro.

—... y será mejor que se calle, si la señora Hudson se despierta usted será quien le explique lo que pasa aquí—escuchó el ama de llaves. Al instante reconoció la voz de Watson.

— ¡que se despierte! Así sabrá que tan bueno es su doctor—

— ¡oh no! ¡Ahora mismo no es el momento para que actúe como un niño Holmes!—la señora Hudson simplemente utilizó el famoso proceso deductivo del detective privado. No era desde luego muy difícil el seguir la cadena de acontecimientos que llevaron a los señores a tener esa clase de “conversación”, así pues, no pasó más de un minuto sobre el segundo piso, para ir nuevamente a dormir tal cual el doctor la había dejado, claro, para no levantar sospechas sobre su inesperado despertar a pesar del tranquilizante que le hubieran administrado.

—Está bien—susurró Holmes mientras se acercaba suavemente a Watson esquivando toda clase de cosas que estaban esparcidas por el suelo— ¿Cómo se supone que actué entonces según usted?—

—Como un adulto. Como usted mismo Holmes—se corrigió.

—Si hago eso entonces sería como si el fragmento de papel no hubiera existido— dos pasos, un paso alejaba a Holmes de Watson. Tres segundos después por fin se detuvo. Los ojos grises se conectaban con los verdes— ¿está dispuesto a fingir que lo de antes nunca paso, Watson?—

—Si usted quiere hacerlo así, entonces...—

—No—

— ¿Perdón?—Holmes tomó las muñecas de Watson llevándolas apretadas hasta su espalda, así, pudo tomar libre los labios del doctor. Desde luego, como había esperado, Watson solo usó el punto uno por ciento de toda su resistencia para moverse agitado y luego, finalmente, dejarse llevar.

Era inquietante para Holmes. Los labios de Watson eran suaves, sin embargo el pequeño y bien recortado bigote le producía picazón, pero le agradaba, todo eso le daba una sensación que hacía latir de forma irregular su corazón, era tan excitante. Tan nuevo y extravagante. Le gustaba, adoraba esa clase de estremecimiento. Con cuidado, las curiosas manos de Holmes fueron acariciando el cuerpo de Watson, el solo suspiraba ante el roce, mientras sus manos acariciaban el cuello y cabello de Holmes. Entre la impaciencia de sentir algo más que la ropa, sus prendas fueron saliéndose de su lugar al tiempo en que sus pasos que tropezaban a cada centímetro los guiaban a la habitación del detective.

Así, completamente desnudos, los largos dedos sintieron cada parte del cuerpo contrario. Su torso y cadera, cada costilla de Watson fue halagadoramente tocada. Cuando los suspiros se convirtieron en gemidos de voz ronca llena de pudor, el cuerpo de Watson fue suavemente colocado sobre la cama. Las almohadas habían salido volando tan rápido como Holmes repartía besos calientes y desesperados sobre el pecho fuerte, al mismo tiempo sus manos inquietas; ansiosas de conocer más sobre ese cuerpo delicioso, le tomaron. Cada pequeño rincón y porción de piel fue totalmente examinada.

Watson no paraba de gemir. Los labios sobre su vientre le causaban sacudidas placenteras y las manos en su miembro encendían su rostro, se paseaban libres sobre él, sin permiso a nada, completamente confiadas en lo que hacían; pues después de que sus manos inspeccionaran todo cuanto podían era entonces el turno de sus labios febriles que ansiaban probar cada parte de él.

Totalmente excitados, los gemidos y susurros cómplices llenos de perversidad y calor hacían su acto de presencia ante las nuevas sensaciones. Cuando los labios se unieron de nuevo las piernas de Watson fueron separadas dejando en medio a Holmes, en ese instante un nuevo grito de placer venido de la garganta del doctor se hizo escuchar. Su miembro se restregaba contra el de Holmes. Y mientras una de sus manos acariciaba su muslo, la otra se encargaba de masajear ambos sexos a la par en que sus besos extraían todo rastro de cordura. A cada bocanada de aire los dos hombres no hacían nada más que respirar lujuria, sus caderas se movían cada vez con más fervor y pasión, la mano de Holmes apretaba más fuerte ambos sexos, simultáneamente, Watson le encendía más con sus gemidos; gemidos de aceptación.

El placentero vaivén no esperaba a que un nuevo choque eléctrico recorriera por completo los ya sudorosos cuerpos. Con forme pasaba el tiempo los movimientos sensuales aumentaban su velocidad mientras las hambrientas bocas no paraban de probarse, cada segundo que pasaba era una nueva caricia sobre la espalda de Holmes, un nuevo rasguño. En medio del silencio los gritos se ahogaron ante la ola de placer que había acudido a ellos ante el orgasmo. Había resultado la sensación tan deliciosa como el sabor que Holmes probaba al lamer su semilla y la de Watson mezclada con su sudor sobre el vientre suave. En medio de los tímidos y últimos gemidos cada gota de líquido fue retirada de él.

—creo que... maldición. Creo que lo amo Holmes—dijo Watson escondiendo su rostro entre sus brazos mientras Holmes terminaba de limpiar con su lengua los restos de sus semillas.

—Sé que me ama Watson—le corrigió, tomando las muñecas de Watson y levantándolas hasta dejarlas sobre la cabeza de rubios cabellos.

—ahora no es momento de ser engreído—Watson ladeo su rostro sumamente sonrojado. Holmes se acercó a él, olió y besó el cuello que se le ofrecía.

—pero, si yo solo estoy diciendo la verdad. —sus labios treparon por la mandíbula de Watson hasta que se unieron con su boca. El bigote rosaba con su boca cada vez que la abría para tomar un poco de aire; ya era adicto a tan agradable sensación—hablando de verdades—dijo de la forma más casual—yo te amo John. —

—She-Sherlock—gimió Watson en un susurro, su mirada se volvió hacia Holmes rogándole que nuevamente le besara...

En la habitación de arriba la señora Hudson respiraba tranquila y suavemente. Logró dormirse nada más su cuerpo se dejó caer libremente en la cama del doctor Watson. Desde luego, había pensado la casera antes de dormir, los señores darían alguna excusa para que esa cama ya no fuera usada por el doctor. Pero la señora Hudson estaba contenta con eso, después de todo ella era feliz si el doctor y el detective también eran felices.

La casera desde luego sabía que el señor Holmes no había escrito solo en un pedazo de papel sus más íntimos secretos. Estaba segura, ya que este problema estaba solucionado, el detective destruiría los textos. Sin embargo, la señora Hudson, por si las dudas, resguardaba entre sus valiosos objetos un trozo más de papel.

... ¿No fueron esos labios frágiles los que a gritos de voz rota y suave habían exclamado mi nombre bajo aquella cascada? Fue su boca, Watson, la que me abrió en aquel momento la escena más errática que mis pensamientos alguna vez me hayan mostrado, fueron esos ojos llorosos, querido, los que me obligaron a querer llamarle con todas mis fuerzas.

Jamás, como ya sabrá, mis impulsos le habían ganado a lo que yo considero correcto, así pues el que tuviera deseos de llamarle aun cuando mis planes estaba ya tomados mientras le escribía era por mucho algo sumamente... digamos, dignos de mi atención. No soy persona dada al ambiguo y desconcertante mundo de los sentimientos, y sin embargo, es usted Watson la única persona capaz de hallar algún signo de emoción en mí. Es usted el único a quien por una razón mi preocupación pasó de no ver lo que resultaba obvio al cuestionamiento de saber si algún ataque dirigido a mi le habría dado a usted incluso si no estábamos solos.

Es solo usted Watson, el hombre por quien mis preocupaciones se hacen más extensas...

 

La señora Hudson sabía que el señor Holmes debía dejar sus quejas en contra de las novelas que el doctor Watson escribía.

Notas finales:

Mmm si... desde hace mucho no escribo una historia tan larga XD, pero bueno al menos pude acabarla, tenía casi tres meses con este fic nadando entre mis historias incompletas y por fin, ayer, tuve la oportunidad de acabarlo. 

Quería tomar también este espacio para recomendarles una serie de libros. Cada libro tiene su propio nombre pero en conjunto la serie se llama “La manada Brac”. Si se pasan por mi facebook encontraran los link de todos y cada uno.

Es que, realmente se enamorará *-*. Son geniales, de verdad de verdad lo son. 

Pero bueno, pasando a otra cosa, le pediré un gran y enorme favor, estaba pensando en que usted revisara mis historias y me diera su opinión antes de poder subirla. Si está interesada, por favor déjeme su correo y yo le ire enviando mis historias ^^.

Ahora sí, ¿criticas? ¿Consejos? ¿Mensajes de aliento y buenos deseos? Todo es aceptado en un review XD.

Un abrazo. Un beso. Nos leemos luego.

 

L. K.


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