Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Paranoia (no yaoi) por Kuroda Inoue

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

PARANOIA
(no yaoi)
capítulo único




Como si de una película de terror se tratase, varios de nosotros –un numeroso y diverso grupo- habían muerto a manos de un asesino del que aun desconocía el rostro. Sentía que mi cuerpo se daba por vencido a cada muerte, a cada momento en que mi propia muerte se aproximaba. No había forma de escapar.
Pedir auxilio era una empresa abandonada, pues en aquella espesa noche, nadie nos habría hecho el menor caso.

Nuestro último refugio fue una tienda 24 horas. Desconozco qué habría ocurrido con los verdaderos trabajadores, pero allí estábamos nosotros: una chica rubia –seguramente amante del pez gordo del grupo-; un muchacho al que yo conocía y en el cual confiaba, moreno y de tez serena, el cual se había convertido en guía de nuestra huída; y yo.

Estaba aterrada. Mientras simulaba ser una empleada que reponía las mercancías en los estantes, junto con la chica rubia, no dejaba de mirar al exterior a través de los enormes y frágiles ventanales.
Saber que la puerta automática estaba abierta de par en par era lo que más me preocupaba. Sabía que era el peor de los escondites. Aquel despiadado asesino sin motivos – al menos que yo conociera- sólo tendría que cruzar la calle para encontrarnos. Sentía que nos mostrábamos más de lo que se mostraban los productos que reponía sin descanso, buscando la forma de apaciguar mi miedo.

Le comenté al muchacho el asunto de la puerta, que realmente no me garantizaba ningún alivio. A pesar de mis reproches, él parecía encontrarse completamente a salvo.

Seguí ocupándome de los productos, pero cada vez que cogía una caja, lo que contenía se me caía al suelo. Era como si al contacto con mis manos, el cartón, el plástico, o el material del que estuviera fabricado, se ablandara y se rompiera. Aquello me intranquilizó aun más. No había caja que no se me rompiera y presentía que debía haber algún significado oculto.
Mis pensamientos volaban y dejaron de ser prácticos para crear mil presagios de mala fortuna que alimentaban mis temores a cada segundo.

Volví a mirar la puerta abierta, siguiendo la sensación de frío que las ráfagas de viento nocturno me provocaban. Entonces me pareció ver algo, al otro lado de la calle, apenas a unos metros.
Un hombre –estoy segura de ello- completamente vestido de negro, nos observaba bajo una serenidad y una alarmante quietud.
Entonces, asustada, busqué con la mirada al muchacho que se encontraba en la habitación lateral, el dispensario del establecimiento. Instantáneamente miré de nuevo hacia la calle, pero aquel hombre ya no estaba.

Un escalofrío me recorrió entonces y como si de una carrera por salvar mi vida se tratase – quizás así fuera- corrí hasta la palanca de seguridad que cerraba el establecimiento.
El muchacho me detuvo antes de accionar aquella palanca, calmándome con palabras que a mi no me sonaron del todo vanas.
Prometió echar el cierre de seguridad, pero no creyó en lo que yo había visto.

Parecía tan sereno que la rabia embargó un poco del miedo que seguía gobernando en mí. Era cierto que lo había visto y él nos había visto a nosotros. No sabía qué aspecto tenía, podría cruzarme con él mientras este fingía ser un cliente y no lo sabría hasta hallarme muerta en el suelo.

Cuando accionó la palanca, un plástico cubrió la puerta. Mi cara de desconcierto era mayor de lo que podría describir. No creía que el cierre de seguridad se refiriese a ese plástico endeble y fácilmente franqueable. Creí que me estaban tomando una broma, pero desgraciadamente nada más lejos.

Trató de tranquilizarme argumentando que era la última innovación en seguridad. Tan sólo con rozar aquel transparente material, la alarma sonaría y armaría tal revuelo que nada ni nadie podría ignorarlo.

Aquello no me consolaba en absoluto. Un plástico era un plástico, y según la pose de aquel hombre en la calle, seguro de sí mismo y en buena forma física, no le supondría ningún problema. Estaríamos muertos antes de que nadie reaccionase al alboroto.

Indignada por parecer la única que se tomaba en serio el asunto de nuestra pronta muerte, corrí a la cocina -en el cuarto lateral- y tomé el primer cuchillo que encontré. Estaba algo sucio, pero su tamaño empañaba aquel detalle. Era enorme, de unos 50 centímetros de largo y con una hoja cuyo extremo más ancho podría medir 5 centímetros. Parecía afilado y de punta considerable, por lo que al tomarlo en mi mano derecha, una pizca de seguridad me tiñó el rostro.

Me asomé para ver qué estaba haciendo la muchacha rubia y controlar la puerta, cuando el cuerpo me tembló ante la perdida de aire. Ya no tenía tiempo, mi vida terminaba ahí. El asesino estaba dentro de la tienda, la alarma no sonaba y la muchacha rubia agitaba los pies en el aire gracias a los últimos brotes de vida que exhalaba.
Aquel hombre de negro, llevaba los brazos al descubierto y los estiraba hacia arriba, estrangulando con sus manos enguantadas a la joven…que pronto dejó de moverse.

Yo rodeé como por instinto, la enorme columna situada en el centro del establecimiento. No lo planeamos de palabra, pero sabía que el muchacho de mi grupo iría por el otro lado, tras haberse armado de igual modo en que yo lo hice.

Tenía que rodear la columna y atacarlo antes de que me atacase: ese era el plan sin palabras que nos habíamos prometido. No rezaba, pero rogaba porque fuese rápido. No estaba segura de si quería que aquel tipo avanzase por mi lado o por el contrario, aunque de ello dependía tener que enfrentarlo cara a cara o contar con el efecto sorpresa que –sabía muy bien- no me vendría nada mal dada mi condición de mujer y mi escasa fuerza física.

Pensando en esto, coloqué el cuchillo a lo largo de mi antebrazo, tomándolo al revés de cómo lo había empuñado en un principio y confiando en que de este modo, la débil potencia de mi brazo se duplicase lo suficiente como para dar un golpe que me permitiese unos segundos más de vida.
Bien pensado, un corte no me daría muchas ventajas, lo mejor era enterrar aquella enorme hoja en el torso del asesino, por lo que coloqué la palma de mi mano izquierda en el extremo del mango de aquel pesado cuchillo, con la intención de ejercer fuerza en el momento del apuñalamiento.

Ya no tenía tiempo. Escuché como golpeaba secamente contra el suelo, el cuerpo de la muchacha rubia. No lamenté su muerte dado que era de los personajes sin importancia que siempre mueren en las películas de terror y siempre lo había sabido.

El momento se acercaba y mi cuerpo reaccionó antes que mis pensamientos, encontrándome ralentizada una vez que me expuse ante el hombre. Efectivamente la fortuna no parecía sonreírme y el tipo se encontraba de frente a mí. Todo se pausó como si el tiempo se escapase lentamente de mí. Quizás ya estaba muerta y mi alma apenas recordaba lo último que había pasado de modo en que pudiese ver que había ocurrido realmente. No estaba segura de nada, pero aquella sensación de estar fuera de mi cuerpo, me permitió ver las cosas de un modo más objetivo.

Sentí la presencia de alguien más y mi compañero apareció tras el asesino. Este también se movía lentamente, entonces tuve la certeza de que el tiempo sí avanzaba, pero mi mente era fugaz y lo que pudo ocurrir en 4 segundos, yo lo analicé como si fueran 4 minutos.

Por primera vez, decidida a llevar a cavo mi parte de la promesa sin palabras, lo miré a la cara.

Mi cuerpo no se estremeció visiblemente, pero mi respiración cesó. Ante mí tenía a un hombre de mediana edad o quizás menos. Sus cabellos oscuros eran densos y caían sobre los laterales su frente. Su cuerpo esperaba mi reacción, en una pose segura y ofrecida. ¿Qué pensaría que iba a hacer yo? Quizás dedujo que al verlo sería capaz tan sólo de salir corriendo.
Como si una magia oscura me lo pidiese, yo, miré sus ojos. Eran oscuros, pero hermosos. El corte japonés los hacía inmensamente atractivos según que mirada, y la que me estaba lanzando me invitaba a algo que yo desconocía.
Ante mí descubrí al hombre por el que yo daría mi vida y el cual podría provocarme un inmenso placer al arrancarme el alma, dado que esta no escaparía velozmente, sino que se retorcería alrededor de su cuerpo tratando de saborear su piel.

Por un momento sentí envidia de la muchacha rubia, pues ella había sentido plenamente la masculinidad de aquellas manos en su cuello. Porque ella había provocado –seguramente- una sensación placentera en el corazón de aquel hombre. Claro que… él no me miraba como a una presa fácil. Parecía que no desease matarme, o quizás, pretendía dejarme para el último asalto.
Lo que supe ciegamente era que me estaba esperando, que no correría tras de mí. Sutilmente, la idea de que ya nos conocíamos, cruzó mi mente y me cobijó en seguridad.

Entonces, cual cristal, aquel mundo suspendido se quebró y recuperé la consciencia. Yo había caído en su embrujo, pero el otro muchacho estaba tras él, a punto de darle el certero golpe que nos otorgaría la ansiada victoria: nuestras vidas.

Apreté el mango de mi cuchillo y presioné la palma de mi mano izquierda contra el final de este, lanzándome segura hacia los hombres. Apenas un par de pasos me separaban del asesino.
Estaba segura de que el cuchillo de mi compañero daría en la diana, pero sus movimientos me seguían resultando lentos y creí que yo sería más rápida, de modo que aparté mis ojos de los del japonés y me llené de coraje.

Al tiempo en que el cuchillo atravesaba la carne blanda de mi víctima –lo sentía perfectamente a través de mi mano y, posteriormente, recorriendo todo mi cuerpo- mi brazo izquierdo rozaba con el hombro desnudo del asesino, quien, como si no conociese la duda, mantenía la sonrisa perfilada que me había cautivado.

Mi compañero erró su golpe, el cual llegó sin fuerzas y apagado. Era inútil que tratase de reponerse. Mi cuchillo había desgarrado su corazón por completo.
Sus ojos no me miraron con reproche, el miedo que le inundó al abandonarle, por primera vez en toda la jornada, aquella serenidad que me enfermaba, hizo que el mundo se apagase a su alrededor. Ahora estaba frente a la muerte y el silencio no le dejaba ver más allá.

Poco tardó en desplomarse. Como dije, mi cuchillo le había desgarrado el músculo de la vida.

Yo estaba junto al asesino, cada uno mirábamos en una dirección, pero él seguía sin moverse mientras que yo recuperé la respiración que cesó en el momento en que el tiempo se detuvo para mí.
No sentía remordimientos. No sentía frío ni calor. Simplemente sentí que aquella actitud había nacido conmigo y, por tanto, no me había traicionado ni había traicionado mis valores.
Había matado a un hombre que iba a matar al hombre del que me había enamorado. Al hombre que ahora tenía mi vida en sus manos y a manos del cual sería delicioso morir. Pero él no iba a matarme y yo lo sabía.

Estaba segura de que seguía con su sonrisa perfilada, aunque con los ojos cerrados, horgulloso de mi comportamiento y dispuesto a llevarme con él. Era cuanto deseaba en aquellos momentos; que me llevase con él.

Sentía que mi vida y la suya estaban ligadas desde tiempos inmemoriales y que nuestro destino era el mismo. Sabía que aquel asesino era la persona con quien más segura me sentiría nunca, puesto que su alma y la mía eran iguales. Sentía… que , por primera vez, mi propia existencia cobraba sentido. Un sentido oscuro, un sentido lleno de tinieblas, un sentido en el que no me importaba nadie… pero también, un sentido en el que yo era lo temido.
Y aquella sensación me abrigaba, casi tanto como saber que junto a mí, se hallaba el único compañero que tendría y del que lo aprendería todo. La sensación de conocerlo desde siempre, de recién descubrirme a mí misma como si hubiese soñado que era alguien diferente. Tantas cosas que temía y resultaron ser las que más amaba.
El sueño se había roto y daba gracias porque así fuera. Ahora era tan libre que viviría hasta la eternidad. Me había convertido en una persona privilegiada.

Además de todas las ventajas que descubría en mi “yo” real, el motivo que me había arrastrado a despertar era el principal incentivo por el que valía la pena dejar de ser un hijo de Dios. Tan oscuro como el suyo era mi corazón.

Aquel hombre era mío por derecho, pues el nombre de nuestras almas se escribía de forma exacta en el libro del destino.



*********************************************

Bueeeeno, el caso es q realmente soñé esto. El asesino en cuestión era Kuroda Michihiro *babas* así q el desenlace no resulta incomprensible ^_^u De todos modos, lo escribí porq me llamó mucho la atención la reacción subconsciente q tuve dentro del sueño. Me gustó mucho.
Jejejejejejejejejeje no suelo escribir paranoias como esta, pero a causa del buen sabor de boca q dejó en mí esta "pesadilla" me vi impulsada a conservarla intacta para no olvidarla.
Lo malo es q justo tras el momento cumbre.... me despertaron ¬¬

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).