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El sueño de mis pesadillas. por Charlie Di Valiere

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Notas del fanfic:

Aviso: 


Este Fanfic es de mi autoría,  también se encuentra publicado en Fanfiction, por si existen dudas, ambas cuentas son mias.


Kuroshitsuji y todos sus personajes son propiedad de Yana Toboso, sin embargo, los acontesimientos narrados en esta historia son de mi imaginación  -tomando en algunas partes fragmentos del Anime-  


Creado sin fines de lucro. 


Cualquier duda, comentario, queja y demás será cordialmente bienvenido.


Sin más que decir por el momento, que disfruten la historia. 


-Charlie 

Abrió los ojos, Claude corrió las cortinas de terciopelo rojo, dejando entrar la luz al cuarto. Así era siempre,  la voz fría del mayor que intentaba sonar amable, le taladraba los oídos, pero, al mismo tiempo lo hacía sentir vivo. Se levantó con pereza, tallándose los ojos con las palmas de las manos, el hombre se dispuso a vestirlo mientras que, con su voz mecánica, le decía las tareas que ese día tenía pendientes. Alois solo pretendía prestar atención. Odiaba las manos de Claude, sobre todo cuando entraban en contacto con su cuerpo al vestirlo, eran increíblemente heladas,  sin embargo, al mismo tiempo le gustaba que lo tocaran, el simple tacto le provocaba estremecerse.

Cuando el pelinegro hubo concluido de vestirlo, se enderezo, mirando los ojos azules del menor,  quien sonrió lascivo y con su mano derecha acaricio la mejilla del hombre, mas, como siempre, solo recibió la mirada sin emociones del demonio, su sonrisa se borró. Dio media vuelta y camino a la puerta de madera tallada, abriéndola para después retirarse por los sombríos pasillos de la mansión.

Aborrecía todo aquello. El no provocaba emoción alguna en nadie, ninguna persona estaba a su lado por gusto propio. Estiro su mano mientras caminaba, delineo con sus dedos la pared, estaba fría. Todo a su alrededor era así. Bajo las escaleras, con completo sosiego, como si no quisiese terminar de bajarlas. Cuando hubo descendido el último peldaño se encontró con Hannah, que le ofreció una inclinación, a la que el respondió con un ademán de indiferencia. Ella era otra prueba que estaba solo. Sabía que le odiaba. Empujo las pesadas puertas de salida, no sentía hambre, imagino que Claude estaría preparando su desayuno en ese momento. 

Parpadeo un par de veces, acostumbrándose a la luz del sol. Volteo a los lados, asegurándose de que no hubiera nadie cerca. Su pecho le dolía todo el tiempo. Miro las rosas y se dirigió a ellas, los enormes rosales se le antojaron infinitos,  odiaba aquellas flores, eran tan perfectas, todo el mundo las amaba, representaban la hermosura, y opacaban a las demás,  en todos los eventos se veían, bodas, fiestas de té, reuniones, funerales....  Cortó una y le dio vueltas, pinchándose el dedo con una espina, vio su sangre correr. El olor de aquellas rosas era abrumador, transportándose a las personas a través de la cálida brisa matinal.

-La vida sin significado no se puede soportar. Encontramos una misión a la que nos comprometemos,  o respondemos a la llamada del oscuro cuerno de la muerte. Sin la búsqueda de un objetivo en la vida, carecemos de visión, vivimos en conflicto, o dejamos que la sangre se derrame por un cuchillo suicida.- dijo Alois, tirando la rosa y pisándola con desdén. Luego miro su dedo y lo limpio con su lengua.

Siempre se mostraba enérgico, manipulador, cruel… pero, en el fondo, solo deseaba un poco de la atención de alguien, anhelaba un poco del cariño. Tuvo un pasado turbulento, lleno de heridas, que ahora solo eran cicatrices que seguían doliendo.

-Su majestad.- se escuchó detrás de él. Ya conocía esa voz, era Claude. Torció la boca para después sonreír y voltear a ver al portador de aquella voz tan vacía.- La comida esta lista, ¿desea desayunar aquí en el jardín?- se inclinó en gesto de respeto.

-No.- respondió sonriendo. No quería ver esas flores.- Preferiría saltarme el desayuno.- la voz del chico sonaba como siempre, era perfecto actuando.

-Solo recuerde que necesita energía para cumplir con sus labores del día de hoy.- le sugirió, sin cambiar la mirada, ni el tono seco de voz, con respeto obligado.

-El día es muy hermoso como para perder el tiempo haciendo las labores.- respondió, alzando las manos al cielo y dando vueltas. Ese era el Alois al que todos conocían, el que debía mostrarle al mundo.

-En la tarde tiene unas horas libres, podría disfrutar del hermoso día de hoy sin tener que desatender sus deberes.-  miro a la figura que danzaba alegremente, era una actitud propia de ese chico.  Ya no se sorprendía por esos arranques de espontaneidad de Alois.

-Me miras como si fuera gusanos pululando en un montón de estiércol.- bufo el chico de orbes azules al percatarse de la vista amarilla del mayor posándose en él.

-Oh, para nada su eminencia, yo sería incapaz de algo así.- coloco su mano derecha a la altura del corazón haciendo una reverencia de sumisión y respeto, acompañando a su voz, que sarcástico era todo eso. El rubio simulaba creerle, mas sabía lo poco real que era aquella afirmación, le asqueaba ver a su mayordomo fingir, pero le dolía el darse cuenta que mentirle no representaba nada para el demonio. Le importaba tan poco, que seguía diciendo esas cosas, en lugar de decirle que realmente  no profesaban nada.

-Oh, pero que considerado eres Claude.- dijo cerrando los ojos y sonriendo ampliamente. Si todos le mentían, ¿por qué el no?- Cancela todos mis planes para hoy, iremos a la mansión Phantomhive. – los ojos del demonio parecieron cobrar algo de vida, ya estaba acostumbrado a ver esa reacción, pero seguía punzándole como una daga. Claude ya no insistió con el desayuno, ni objeto haciendo alusión a los deberes del joven Trancy, sino que fue a preparar la carroza para partir.

¿Por qué Ciel si provocaba sentimientos? Y en quienes a él no le importan. ¿Acaso era su alma tan especial, y la del rubio tan funesta? Ambos eran poco más que niños, ambos habían sido abandonados por Dios, pero, ¿qué concebía tan provocativo a Ciel? No lo sabía, pero planeaba descubrirlo. Lo que diferenciaba al pelinegro tanto de sí mismo. Y Alois no podría perdonarlo jamás, por arrebatarle su felicidad, por obtener tan fácilmente la atención de Claude, por existir.

Miro sus botas, las lágrimas amenazaban con salir. No obstante, no se permitiría ser tan débil. Parpadeo un par de veces, y luego camino decidido a la carroza, donde ya le esperaba el demonio quien le abrió la puerta, Alois recargo el pie izquierdo sobre la escalinata y subió con elegancia. Así debía mostrarse ante la gente, egocéntrico. Recargo su cabeza en una de sus manos y miro por el camino. No se atrevía a ver a Claude, pues su fuerza flaquearía y daría vuelta atrás. Pondría una excusa, decir que tenía hambre y volver a su hogar, luego, quizá trabajaría en sus deberes, y nadie se objetaría. Pero, pese a todo, continuaría el camino adelante, estaba prohibido arrepentirse, era una regla cardinal que se impuso hacia muchísimo tiempo, y que acataría a cualquier costo.

Cuando más hundido estaba en sus cavilaciones, la carroza se detuvo, anunciándole que habían llegado a su destino. No  volteo, pero sintió como su mayordomo le abría la puerta. Cerró los ojos y conto hasta cinco, dibujo una sonrisa en su rostro y salto del carruaje. Con rebosante alegría cruzo los jardines de la mansión, olio la fragancia de las rosas mientras corría, ¿qué nunca estaría libre de ese aroma? entro a la mansión ya abierta previamente por el mayordomo de azabaches cabellos de esa casona. Sebastián Michaelis. Aquel terrible rival de su mayordomo, si antes lo odiaba, ahora lo repudia aún más, pues poseía la magnífica alma de Ciel Phantomhive. Los demonios no tienen sentimientos, eso lo sabía. Tal vez era cierto y no los tenían. Pero Ciel despertaba el deseo de Claude, y eso, era algo. 

Subió las escaleras con una sonrisa, pues tras el iban los dos mayordomos, pero cada escalón era una punzada cada vez más dolorosa en su pecho.  

Estaba frente a la puerta del despacho de Ciel, Sebastián ya no se molestaba en avisarle a su amo que Alois estaba de visita, pues este último jamás se lo permitía, y terminaba entrando a donde el otro estuviese sin siquiera tocar la puerta. Titubeo un poco, pero por fin saco coraje de quién sabe dónde, y fuerzas para no huir. Empujo las puertas de fina caoba.

El estudio se encontraba inundado de un agradable aroma de rosas, y cuando una leve corriente movió rítmicamente las ramas y hojas de los árboles del jardín, arrastro por la ventana abierta la densa fragancia de las lilas y el perfume más exquisito de los floridos espinos rosáceos.

En medio de aquella habitación, apoyado en su mano izquierda, dormía inmutable el joven señor de esa casa. La luz chocaba contra la pálida piel del chico, desde esa posición parecía un ángel. 

Alois no necesito darse la vuelta para saber que ambos mayordomos estaban lamiéndose los labios, extasiados por tanta belleza. Si algo eran los demonios, era lujuriosos.

Se acercó, despacio para no despertar al pequeño, su sonrisa ya no se encontraba en el rostro, sino que había aparecido una de extrema amargura, de tristeza contenida. Con su mano delineo el níveo rostro del chico que dormía plácidamente, sus ojos estaban posados en el parche que cubría el pacto con su demonio, entonces, aprovechando que estaba a espaldas de los mayordomos, saco la lengua para ver su contrato. Ahí estaba, de un tono entre naranja y amarillo. Volteo en dirección a la puerta, y con un movimiento de cabeza les indico que se retiraran, a los que ellos respondieron con una inclinación, indicando que estarían pegados a la puerta. Y no literalmente, sabía que lo estarían, pues ya innumerables veces hubo intentado dañar al conde.

 

Su pecho dolía, una lágrima cristalina deslizo por su mejilla.  La limpio rápidamente. Camino a la ventana, y miro el jardín, lleno de rosas, lilas, cítisos… ahí también estaba Finny, regando paciente las flores. Ah, he ahí otra posesión de Ciel, tenía unos sirviente que en verdad lo apreciaban, ¿por qué el perro guardián de la reina no se daba cuenta de la suerte que tenía? El joven Phantomhive era tremendamente desconsiderado, no veía más allá de sus narices, siempre haciéndose la víctima, cierto que mataron a sus padres, pero, ¿y qué? Él también los había perdido.

Ambos chicos parecían tan similares, pero, si se observaba a fondo, con detenimiento, Ciel era querido, muy a pesar de que fuese tan frío y conservador, y Alois, no tenía a nadie. Quizá la actitud que había decidido adoptar no era la correcta, no obstante, si mostraba otra actitud, sabía que no duraría mucho y se derrumbaría.

La brisa movía sus cabellos dorados,  los mares que poseía por ojos, intentaban captar todo el cielo. Más, en un momento, sintió un presencia tras él, sabiendo que era Ciel, esbozó una sonrisa en su rostro y, en un rápido movimiento, se dio la vuelta y abrazo al chico que era solo un par de centímetros más bajo que él.

-¡Ciel!, ¡Cuánto te he extrañado!- dijo, con esa voz actuada, con dolor en el pecho, punzadas, como navajas que lo acuchillaban. Lo abrazo efusivamente.

-¿Cuántas veces  he dicho que no vengas a mi mansión sin avisar, Trancy?- bufo Ciel, cerrando los ojos, acostumbrado ya a esos abrazos abrumadores por parte del rubio. Más, sintió algo distinto, ese abrazo estaba siendo desesperado, así lo concibió. Empujo por el pecho a Alois, y sintió el corazón agitado del chico, pero no por la emoción, se sentía igual a su corazón por las noches, cuando pensaba en sus padres, lo miro a los ojos por un momento. Se dio cuenta que los ojos del chico querían sonreír, pero estaban rodeados de tristeza. Por un momento, sintió que tal vez no debió soltarse del abrazo. -¿A qué se debe tu visita?- intento sonar cortes, enmendar las cosas.

-Oh, ¿qué acaso no puedo venir a visitar a mi estimado conde?- contesto, sentándose en el escritorio importado, cruzándose de piernas, sus cortos shorts apenas alcanzaban a cubrir sus muslos. Sabía que se veía vulgar, y no le gustaba. Pero ya había caído demasiado bajo, era impuro, todos lo advertían así. Entonces de esa forma debía lucir y comportarse, les proporcionaría lo que quisieran, pues él no se quería, y anhelaba un poco de comprensión, su vida no valía nada.

-No, no puedes.- respondió el más bajo cruzándose de brazos, y pasando su mirada calculadora por la habitación, para después detenerse en Alois.- bájate de ese escritorio. – dijo sin cambiar su posición, intuía algo extraño en ese rubio, y aunque no terminara de agradarle, sentía la imperiosa necesidad de saber que era lo que pasaba. Y lo descubriría, por algo era el gran conde Ciel Phantomhive, dueño de las empresas Phantom y perro guardián de la reina, mejor que todo Scotland Yard.

-Oh, Ciel, sí que eres testarudo.- replico Alois cerrando los ojos y colocando una mano en su frente en fingida tristeza. Luego abrió rápido sus orbes y salto encima del pelinegro, provocando que cayeran al suelo, estaba arriba de Ciel, la vista desde ahí era provocativa. Sujeto con sus manos las muñecas del chico, dejándolo inmóvil. Pero no parecía tener miedo, y estaba lejos de sentirse intimidado, continuaba con una mirada fría. Eso saco de quicio al rubio, que lamio lascivo su oreja izquierda, para después con los dientes arrancar el parche que cubría el pacto con Sebastián, y lo vio, saco su lengua y comparo a ambos. Ciel sintió la ira apoderarse de él, no permitía que nadie viese ese pacto, pues demostraba que en realidad era débil. Era por eso, ¿no?  Se levantó con la fuerza provocada por la adrenalina, derribando al chico de orbes igualmente azules, pero de color hielo, y se colocó el parche con sosiego.

Posteriormente abandonó la habitación, dejando atrás al conde Trancy, sin inmutarse de su triste mirada, y de las lágrimas que se acumulaban en sus ojos.

Ahí, tirado, rebajado, humillado y desdeñado, se encontraba Alois hecho un ovillo en el suelo, intentando calmarse a sí mismo, intentando no escuchar las voces de los mayordomos en el pasillo preguntando a Ciel preocupados por su seguridad. Ninguno pregunto por Alois, ninguno entro al cuarto a buscarlo, solo se escucharon los pasos caminando hacia abajo.

Saco fuerzas y se levantó, seco sus lágrimas y bajo las escaleras, dibujo una sonrisa y le dijo a Claude que quería ir a su mansión.

 Ante la atenta mirada de Ciel y Sebastián se retiró junto a su mayordomo.  Otra vez repitió lo que hizo en su casa, subir con elegancia al carruaje, apoyarse en una de sus manos y mirar afuera, pero esta vez, cerró los ojos.

Sintió que ya habían llegado a su destino, pese a eso, no abrió los ojos, dejo que los fuertes brazos de Claude lo cargaran, y por un momento se sintió querido, seguro. Cuando llego a su cuarto su pecho lo apuñalo, no deseaba separarse del calor del demonio, pero su orgullo no le permitía abrir los ojos. 

Ya estando en su cama, el hombre cerró las cortinas, dejando en una tenebrosa oscuridad la habitación, luego se fue.

No me dejes con mis fantasmas” pensó Alois, observando la infinita oscuridad.  

Despertó luego de algunas horas, se levantó con pesar de la cama y se dirigió a la ventana, pues no sabía cuánto durmió. Era temprano cuando se fue de la casona de Phantomhive, corrió las ventanas y vio una luna imponente, en lo más alto del cielo. Eso significaba que durmió cerca de nueve horas, pero aún tenía sueño. Se deprimió al pensar que no logro ni acercarse al por qué  Ciel era tan magnífico.

-Dormiré con una media sonrisa- dijo Alois- por todos esos recuerdos que me hacen feliz. Pero mi negatividad también me obliga a dormir entre pesadillas llenas de pensamientos, los cuales fueron mi pasado, un pasado que en su momento fue feliz, y ahora solo me llena de añoranza. –Dio media vuelta tropezando con sus propios pies, y subió con torpeza a su cama- Intentaré que el hilo de mis pensamientos se aferren a los recuerdos que ayer viví, los que me hacen feliz, porque nunca sabré cuando se convertirán en recuerdos tristes llenos de añoranza.

Se durmió después de eso, con la única compañía de la luz de la luna.

 


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