Su olor era único. Podía llenarlo, consumirlo en una hipnosis donde solo él y aquel líquido eran uno. Era vida y era muerte. Pecado y Gloria pero Himchan lo sabía y cayendo en las garras del ciclo vital ahora se sumergía en la gran bañera, su cuerpo blanco ya añoraba la sensación, que al irse llenando poco a poca la tina en aquel cálido liquido rojo, de locura su cuerpo desnudo se atiborraba mientras desaparecía ante el manto que le cubría.
Entonces era como si la vida misma se cerniera sobre él en un momento de transe.
Y con ojos perdidos miraba el mar carmesí, una de sus manos, huesuda y de largos dedos emergía del fondo, con ella la sangre venía deslizándose a través de sus coyunturas y después por una copa de oro, con seis diamantes blancos. Himchan sonreía de lado e iniciando con su rutina volvía a sumergir su mano y su copa casi hasta el fondo, luego, cuando volvía a elevarla, la copa estaba llena del mismo líquido en donde se bañaba. Lo miraba y su boca vibraba al predecir la saliva acumularse debajo de su paladar. Era en verdad glorioso. Tanto el bañarse en la eternidad como disfrutar de la sangre al degustar. Siempre y cada día de sus mil años, lo era, pues nunca de aquellos años de eternidad se permitía faltar a su ritual, fuera al amanecer o al anochecer pero Himchan jamás se saltaba aquella tradición que solo la familia real podía realizar.
--Mi Señor—la voz curtida de uno de los tantos esclavos detuvo el camino de la copa hasta los tersos labios de Himchan. El momento mágico se esfumó.
De inmediato una de las sirvientas que aguardaba detrás de la cortina roja y de red, corrió a abrir con cierto nerviosismo la puerta, de allí el mencionado esclavo se limpió antes de entrar al cuarto de baño. La sirvienta nuevamente corrió hasta donde la cortina daba privacidad al Amo y su tina.
--He venido desde la frontera como usted ordeno—el esclavo hizo una pausa, parecía que la lengua le bailaba dentro de su cavidad.
--HaNa—la voz del Amo causó escalofríos en la aludida—Trae al verdugo.
El esclavo cayó de rodillas ante el pie de la escalera, HaNa -la sirvienta- atendió el mandato de Himchan y con evidente temblor en su andar salió del cuarto aquel escuchando, posiblemente el último grito del esclavo de altura considerable que dejaba atrás, en las garras, o mejor dicho en los colmillos del vampiro.
--Hey! ¿Y luego qué paso?—la voz chillona demandaba una respuesta.
--Vamos princesa, eso es todo por hoy—un hombre joven abrigaba entre el cobertor y las sabanas a la pequeña de ocho años—Mañana hay que levantarse temprano. ¡A dormir!
No hubo otra palabra. La pequeña jamás se atrevía a ir en contra de lo que su padre decía, no era que le tuviera miedo, al contrario, su padre era todo para ella y sabía bien que todo lo que ambos –tío y padre- hacían y decidían siempre era por su bien. Si papá decía “¡A dormir!”, era porque si no lo hacía, mañana le costaría pararse para ir a la academia. Si papá decía “Un capítulo más”, bueno eso era porque en verdad el cuento se había quedado tan emocionante que hasta él quería leer más.
--Papá…-- el aludido se detuvo casi al traspasar la salida de la habitación. Su hija jamás le llamaba así.
--Himchan…El Rey Vampiro ¿es mentira?—la voz casi quebrada de JiRin denotaba miedo—No vendrá a raptarme como hizo con Zelo ¿Verdad?
Bang Yong Guk se quedó helado allí en el umbral. Ansiando poder abrazar a su pequeña y afirmarle con esa sonrisa fiel que efectivamente “Kings of Blood and Queen of Moon” eran un cuento de ficción popular de aquellos días, sin embargo, en el fondo de él, sabía que eso sería mentir.
--Cariño, claro que Himchan y todo lo que Papá te ha leído en esos cinco capítulos es mentira. Sabes que los Vampiros, ni las brujas ni…los lobos existen—una dama había entrado a escena. La salvación de Bang: Lee Chae Rin, mamá de JiRin y esposa de YongGuk.
Yong Guk sintió como el peso que aplastaba su corazón se retiraba y ya más calmado veía como su mujer volvía a cobijar a su pequeña, casi igual que como lo hacía con Zelo. Su difunto hijo. Ese al cual el Rey de los Vampiros se había llevado y jamás devuelto.
***
--HaNa ¿Sabes que es lo que más me gusta de los lobos?—la voz casi sonando como el maullido de un gato emergía detrás de la cortina.
--No..no sé Señor—la joven de cabello rojo temblaba.
--Que son peludos y antes de destrozarlos puedes torturarlos de a poco a poco, quitando cada pulgoso pelo de su cuerpo para así oír sus lamentos—Himchan se había oído tan sádico mientras que hacía el cuadro perfecto de satanismo con su lengua chupando su dedo medio lleno del líquido rojo—¡JA! Mentira ¿Te lo haz creído mi pequeña HaNa?
La chica había asentido olvidándose que su Amo no podría verla por la barrera de tela entre ambos, entonces aún con el miedo surcando su carne, emitió un pequeño “sí”, después la carcajada embriagada del delgado hombre llegó a sus oído picudos.
--E-entonces ¿Qué es lo que más le gusta de ellos?
--Que suelen contar a sus hijos historias sobre nosotros.