--¿Cuándo piensas decirle?—Chae Rin tomaba un sorbo de Té negro. La luz de la cocina se volvía intermitente por la lluvia que afuera azotaba.
--Que más daría por que no tuviera que decirle ¿A caso no puedo protegerla a ella?—la voz frustrada de Yong Guk hería en el interior a Chae Rin.
Era como si aún la culpara de la muerte de Zelo, con esas palabras, con esas miradas. ¿Creía acaso que a ella no le dolía? ¡Claro que le dolía! Al igual que JiRin era su hija, Zelo también había nacido de su vientre, había sido el primero, posiblemente por el cual ni siquiera hubiera dudado en dar su vida misma, sin embargo, en el tiempo cuando el pequeño había muerto ella no pudo elegir entregarse ante los brazos de la muerte en vez de su hijo. Esa vez, todo había ocurrido tan rápido y, bueno, tenía razón Yong Guk en tenerle resentimiento, Chae Rin no había sido capaz de defender a su inocente bebé porque ese día ella había descubierto que JiRin venía en camino.
--Yong Guk…sabes que yo—la voz quebrada de Chae Rin abordó el pequeño cuarto como si fuese agua que llena un cántaro. Se oía en ella el llanto reprimido.
--No digas nada.
Y como si fuese resorte Bang se levantó de la mesa dejando aun sin probar el Té que esa mañana su esposa de había dedicado a preparar. Ya parecía rutina. No la del Té, sino las constantes peleas que a penas, después de ocho años de la muerte del pequeño Bang y el nacimiento de la pequeña hija, aparecían. Hiriendo cada vez más a la dama de cabellos rubios, volviendo cada palbara como la muerte, como si su propio esposo le dedicará con una mirada burda un pequeño “Hubieras muerto tú en vez de él” y, así como el crepúsculo se iba, las ganas de llorar de Chae Rin emergían. Allí en la cocina o quizá en la sala, fuese donde fuese, no dudaba en acallarlas, porque como la mejor madre que era –así le llamaba JiRin- su existencia estaba para soportar, aguantarse el dolor y solo sonreír como el alma que daba vida a esa caverna que la familia Bang había destinado a convertir en hogar por miedo a quienes les cazaban por tradición durante milenios.
***
A las afueras de las cuevas de la Luna la gente comenzaba a reunirse, como si fuese un brote de sarampión. Entre todos ellos, uno destacaba por usar un pañuelo blanco cubriendo parte de su nariz y boca, también usaba una gorra.
--El apocalipsis está por venir—gritaba un hombre en el centro del caos.
--Vamos viejo, esa frase ya fue. Que te parece si intentas con algo como…--el chico de pañuelo blanco se abría paso entre la multitud—¡Jung Dae Hyun está aquí! Y los va a joder sino se largan a sus malditas casas.
La identidad del chico se había revelado y de inmediato parecía que cualquier ruido que pudiese oírse se esfumara y casi como por instinto cada alma reunida allí salía en dirección a sus hogares, eran inteligentes. Nadie en su sano juicio jugaría con las palabras del guerrero Kekemato o, bueno casi nadie.
--Tú—Daehyun había bajado su pañoleta-- ¿No oyes?
--Yo..si, digo no, bueno sí..yo..—la chica que desafiaba al encapuchado estaba titiritando sobre la tierra.
--Señor, discúlpeme mi hija no puede caminar ni ver—una señora había salido desde atrás de un costal de papas. Bajaba la cabeza como señal de arrepentimiento.
Daehyun entonces ablandó su semblante, se retiró la capucha que cubría su cabeza y se dejó ver ante la mirada atemorizada. Luego caminando como siempre lo hacía se acercó a la joven sucia que no dejaba de temblar, la observó y se sintió asemejado ante las cualidades que ella no poseía. Un punto claro al descubierto.
--Jefe, hay información desde el Sur. Parece que Himchan y su legado planean un nuevo ataque.
--¡UN NUEVO ATAQUE! ¡UN NUEVO ATAQUE!—la mujer que parecía tan sumisa estaba vuelta un manojo de nervios. Había tirado las aparentes papás robadas del costal y ahora, sin importarle el estado de su hija gritaba con locura lo que sus oídos desgastados oían.
Daehyun frunció el ceño y se alejó de la jovial muchacha invidente, una lluvia de trémulos murmullos comenzó a formarse a sus espaldas, la gente había vuelto a salir de sus hogares con los gritos de la loca mujer. Era un caos. Lo que menos quería, un nuevo ataque de pánico y un líder sin contestar a sus llamados.
--Llama a Yong Guk—Daehyun corría hasta donde la chica de cabellos naranjas luchaba por sobrevivir ante el mar de gente que ya comenzaba a correr hacía las salidas del valle de Mato.
--Si—oyó Kekemato decir a su guerrero cuando ya tenía en sus brazos a la ciega muchacha que sin saber había capturado su atención.
***
Yong Guk había llegado a la base de la central principal, allí lo esperaba su gemelo, Bang lo sabía y también sabía por qué lo habían llamado. Estaba harto de lo mismo. Su respuesta de hoy también sería la misma de hace ocho años, entonces ¿para qué se molestaba tanto Yong Nam en mandarlo a traer? ¿A caso no lo sabía? Bang Yong Guk, antiguo líder de Mato no volvería a su puesto, ni a luchar, ni a matar a esos malditos chupa sangre. Ni por venganza ni por deber.
--Si no lo haces tú, no va a funcionar. Nuestra raza, el legado de papá y mamá, de nuestros ancestros se irá al caño. Moriremos todos.
--No voy a arriesgarme de nuevo, no con JiRin de por medio.
--Te doy mi palabra que Chae Rin y tu hija estarán apartadas, nadie se va a meter con ellas.
--No.
--Si no lo haces, si al menos no luchamos, ellas, tú, yo, todos moriremos.
Bang se había quedado cayado. Ahí en el centro del cuartel que aún llevaba como símbolo la garra bañada en plata que los caracterizaba como los lobos que eran.
--Dame tiempo...
--Tienen a Natasha. No hay tiempo.