Así como cada mañana, los colores mágicos de los primeros rayos del astro rey coloreaban el cielo volviéndolo violeta con toques naranjas y rosas, y Bang no dejaba de ver ese horizonte donde la clara división de territorios que había persistido desde tiempos inmemorables se alzaba. Tan majestuosa y atemorizante, una muralla de 30 metros de altura y quién sabe cuántos de ancho.
--Los suficientes para protegernos.
Había dicho Bang antes de que un suave rayo lo tocará y así volviese su cuerpo al estado de un humano. Un humano del que ya no se acordaba ser o, ni siquiera haberlo sido. Esa Luna malvada le había robado la memoria, le había arrancado sueños, le había hecho la bestia que ahora era y sin embargo cuando está se iba, ya nada volvía, solo su frágil cuerpo de hombre, de un hombre con muchas cicatrices. Entre ellas, la más nueva, la que se había formado cuando Yong Nam le decía que Natasha, su hermana mayor, ahora estaba allá, detrás de la muralla que separaba los reinos, allá donde el Rey vampiro reinaba y donde quién sabe qué le harían a la hermana mayor de la casi extinta familia Bang.
¿Por qué era la vida así? Él nunca pidió ser como era, él no quería nacer así –si es que había que nacer con esa maldición.
La maldición puede convertirse en tu bendición…citaba Bang con la voz más débil que podía emitir. Su abuelo le había dicho tantas cosas, de entre ellas esa frase, y al igual que cuando joven ahora tampoco la comprendía sin embargo sus lágrimas y ese nudo de impotencia en la garganta le habían orillado a decirla, quizá así el viento se la llevaría y su mente dejaría de preocuparse por encontrar un significado a esa cuestión. Ahora lo que menos deseaba era ponerse a indagar en pesares del pasado, el pasado le dolía y el dolor era para los débiles. Jamás para el líder de una raza. El líder que ahora debía comandar el tercer enfrentamiento con los Vampiros.
El líder que lloraba cuando nadie le veía y solo el amanecer le oía.
Bang Yong Guk, el líder de la Villa de Mato bajo la protección de las cuevas de la Luna.
***
--HaNa ¿podrías decirme que ropa es la correcta para la ceremonia de hoy?—el hombre de piel pálida se veía en el espejo a sabiendas que no podría verse.
¿Te imaginas como es vivir sin saber cómo eres? Himchan lo sabía mejor que nadie, él y su raza.
--Mi señor…hoy solo debe ir al Harén—la voz siempre temblorosa de HaNa impactaron en los oídos de Kim Him Chan.
Entonces saliendo del vestidor, el prodigio de la dinastía Kim traía consigo una expresión blanca, en sus manos llevaba la capa negra, encima la capa roja y debajo de ambos mantos la corona de oro.
Allá en el vestidor, el espejo de cuerpo completo tenía un dibujo en su interior. Primero parecían solo líneas pero si mirabas bien, las líneas se unían con otras líneas y poco a poco, la sangre en hilos formaba un delgado cuerpo vestido en lujosa ropa, el rostro no tenía los detalles del propietario pero si una corona en la cabeza. A un lado de la ventana, un pajarillo de esos azules yacía muerto.
“¿Cuándo podré saber cómo soy?” se leía al pie del espejo, igual escrito con sangre.
***
--¿Sabes qué día es hoy?—la dulce voz de una dama resonaban en el cuarto que solo una vela iluminaba.
Un pequeño que apenas abría sus ojos ante su madre sonreía afirmándole que sabía en qué día estaba y es que ¿Cómo no saberlo? Si ese día hace dos años ese bebé había venido al mundo. El hijo del Vampiro Rey.
--Su alteza, el Rey la espera.
HyoSung oyendo el ya retrasado mensaje de alguna sirvienta alejó al bebé de ojos pequeños de su pecho, sintiendo como la mitad de su corazón se iba dejó al niño en su cuna blanca. Al parecer se había dormido y con ello en mente salió de aquel cuarto dirigiéndose a donde su esposo le aguardaba.
***
En esa misma noche, cuando Himchan ya había cumplido sus deberes en el Harén el viento le recibía con un frío abrazo a las orillas del puente. Ese puente que le conducía al interior de su castillo, el puente que conectaba al reino de Cristal con la multitud que residía en el pueblo de Blood y allí en donde ambos lugares se veían Himchan descansaba tirado al aire libre. Entre el cielo y el infierno. Tan cerca de la oscura noche como tan cerca de caer a la triste tierra.
--Papá—oyó la tenue voz de su segundo hijo, o ¿el primero?
--¿Qué necesitas?—su suave voz a diferencia de cómo era cuando trataba a sus esclavos hizo en la cara del adolecente un respiro después de la incertidumbre que tenía.
--Dicen que…--su voz se detuvo cuando en el cielo una nube tapo un lucero—los lobos pronto atacarán.
--¡Oh! No, para nada—hizo una pausa—nosotros los atacaremos primero.
--Papá tengo miedo.
Yo también Juno…
Esta vez tu abuelo no está y seré yo solo quien mate
Seré yo quien luché al frente
Sera nuestra raza quien gane o pierda
Sera que pueda
Saber cómo soy
o pierda lo que
Tenemos hoy