La suavidad del aire esa misma madrugada inundaba cada parte del bosque, el bosque que silbaba entre hojas y que mecía la brisa. Tal como la mamá que acuna a su bebé antes de dormir, la tranquilidad hacía irreal el ataqué que la raza de los Lobos habían sufrido. El arranque de la futura líder que ni siquiera sabía que todos esos cuentos que solía oír eran verdad. Por eso ChaeRin y Yongguk temían más, porque su pequeña hija despertaría en brazos de un mundo que se le había privado. Un mundo que Yongguk había ocultado llevándosela a las cavernas, lejos de la vida cotidiana, del daño…de que otra vez ese bastardo viniera a robarse a otro de sus hijos y, ¡Mierda! ¿De qué había servido? Sí ahora como años atrás, también estaba fallando. Le habían vuelto a robar la vida, y no era como para decir “Bueno, la tercera es la vencida”. Porque cuando se habla de la vida de un hijo no existe eso. Ni paz, ni vida.
Esto merecía guerra, venganza y mucha sangre. Fuesen los años que fuesen, Yongguk quería asegurarse de matar a cada chupa sangre, que sufrieran como él y su raza habían sufrido en el reinado de su difunto padre. Si el Rey quería sangre, iba a correr sangre.
--Cálmate, encontraremos la forma—YongNam trataba de apaciguar a su hermano. La madrugada ya caía sobre ellos.
--Me prometiste que ella estaría a salvo—gruñía el gemelo menor yendo de un lado al otro, furioso, hecho pedazos.
--Lo estará, solo…aguanta. No podemos atacar así como así—YongNam mantenía la cabeza fría. Ante todo necesitaba pensar en los demás.
En la puerta, después del quejido de Yongguk se oyó el toque sobre la madera, enseguida la puerta se abrió y de a fuera ingresó una chica, de cabellos castaños y casi rizados, pobre de pies a cabeza.
--Yo…puedo ayudar—dijo con la voz calmada, se oía que el temblor en su lengua era reprimido por una mordida de sus dientes.
--Guardias retírenla—YongNam se había levantado de la silla al ver a la intrusa. ¿Cómo es que los guardias le habían permitido el acceso?¿A caso había burlado la seguridad?
--¡NO, esperen! Yo sé, sé cómo llegar al castillo—Los guardias acababan de entrar y tenía sujeta a la extraña, sin embargo Yongguk les detuvo cuando casi se la llevaban.—Soy Sunhwan, la invidente.
***
Al otro lado de la muralla el Reino de Blood estaba en silencio. Resguardados en sus hogares, con el amanecer por salir y algunos valientes fuera esperando la fulminación de sus vidas. ¿Por qué? Simple. Desde que el padre de Himchan había muerto, el poblado donde la muchedumbre vivía luchaba por su supervivencia. Se rumoraba que incluso ya había Vampiros que se comían a los de su misma raza y esto, aunque llegase a oído del reino, la sede, y Himchan no se interesaban. Por tanto los ciudadanos al ahogarse en la hambruna a la que el reinado de Kim los había conducido, preferían morir pulverizados por los rayos solares. Esa muerte era mejor, a ser comido por, quizá su vecino más cercano o peor aún, algún miembro de su propia familia.
Sin embargo solo los valientes lo realizaban y esos mismos averiguaban si el mito era verdad. Blood, tenía alta vigilancia. Durante el amanecer había esclavos que resguardaban la ciudad, no, más bien resguardaban que cada ciudadano estuviese en casa, a Himchan no le convenía que su raza se extinguiera por suicidio –aunque meramente no fuera vedad-.
El mito que decía que los vampiros morían al apenas tocar el sol, era falso pero tampoco se podía decir que si el Sol acariciaba esa piel blanca no sucedería nada. El evento que acontecía, no era muerte. Al menos no física. Podría llamarse un estado parecido al lavado de cerebro. Cuando el sol atacaba a un bebedor de sangre, los enloquecía, no quedaban ciegos, no morían, pero su mente era trastornada, como zombie. Así nacían los esclavos del Rey y al mismo no le convenía tener solo un gran ejército. El deseaba mucho más que eso.
--Papá!—la voz de Juno resonó en el castillo.
Venía cansado, con jadeos saliendo en vez de una respiración normal y sus músculos entumidos por el peso de la niña que llevaba a cuestas.
--Perdón por desobedecer…--la voz del adolescente salió de inmediato al oír la puerta abrirse frente al lugar donde su padre siempre estaba—yo fui…porque…en realidad yo…
--Tranquilo—la voz femenina llegó a los oídos del joven heredero. No se trataba de Himchan, sino de HyoSung.
Juno levanto la cabeza viendo a su madre, llevaba ese vestido negro hasta los tobillos, cada que daba un paso sus caderas de movían de un lado a otro, con elegancia y a pesar del largo de la ropa, la sensualidad en ella no faltaba. Podría decirse que quien le viera quedaba hipnotizado, sin embargo el chico rubio veía completamente distinto a su mamá. Siempre tan gentil, tan amable y como la mujer más dulce del mundo, con esa mirada tierna pero a la vez hueca. Tan guapa con su cabello castaño y he ahí donde Juno siempre se detenía al apreciar las cualidades de Hyosung. Era verdad que sus ojos miel llamaban la atención del menor pero, era ese cabello castaño sin duda el enigma bajo su existencia. Si HyoSung tenía ese cabello achocolatado y su padre un negro carbón ¿Por qué a él lo embargaba el color rubio? Siempre esa era la cuestión que Juno tenía al encontrarse a su mamá, pese a la situación que fuera, la cuestión seguía ahí, incluso hoy más que otras veces ese picor, esa inseguridad al ver a sus progenitores lo ponían en duda.
--¿Dónde está Youngjae?—dijo Hyosung después de un largo silencio, claramente interrumpiendo las interminables dudas del menor.
--Madre—Juno ignoró la cuestión--¿Realmente soy hijo tuyo y de papá?
La pregunta dejó helada a la reina. Justo había dado en el clavo, ahí donde su orgullo estaba. Donde el pasado sepultado quería regresar.