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Doce Veces Después de Hades por Aurora Execution

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Notas del capitulo:

Milo tuvo dos grandes pruebas en su vida.

Se cruzó de brazos, bufó hastiado, chasqueó su lengua contra sus dientes produciendo un molesto sonido. Movió su pie inquietamente y luego recargó el peso de su cuerpo sobre la pierna derecha, momentos después sobre la izquierda.

Camus giraba sus ojos y soltaba un suspiro de resignación. A pesar de los años, aún le asombraba lo impaciente que podía llegar a ser Milo. Se preguntaba por qué tanta ansiedad.

 

Y Milo sólo estaba maldiciendo su signo. Por primera vez le hubiera gustado nacer bajo la constelación de…no sé ¿Aries?

¡Y es que ya era el colmo! ¡Ahora ya nadie se sorprendería!

                        

Maldijo a Death… ¿Justo ahora se le daba de romántico? Que decir de Kanon… Casarse ¡Y con su Diosa! Eso sí que ya era demasiado… ¿Ahora que le quedaba?

 

Una simple declaración de amor y propuesta de casamiento… Hasta pensarían que lo haría para no ser menos ¡Eso no!

 

Quería gritarles a todos ¡Al mundo! Cuanto amaba a ese pelirrojo que se encontraba a su lado con cara de pocos amigos, seguramente maldiciéndolo por su impertinente comportamiento.

 

Milo le sonrió. Como amaba la aparente amargura de su aguador…

 

No habían tenido mucho tiempo para hablar, después de su milagrosa resurrección fueron convocados ante Athena, pero tampoco era necesaria tanta palabra.

 

Camus se había acercado y pronunciado «lo siento» con su inconfundible y sensual voz, Milo entrelazó su mano con la del francés.

 

 —Soy yo quien lo siente—dijo.

 

La única sonrisa que Camus había formado, era la que en ese momento le dedicaba. Ellos dos sabían que las cosas sucedieron como debían ser, Camus no hubiera consentido que Milo flaqueara ante él. Milo no se hubiera perdonado no haberlo acabado con sus propias manos si la traición era real.

 

El amor que se tenían, era un compromiso de lealtad, tanto para las buenas, como para las malas. No podían ceder, porque eso era una traición a sus principios, una enorme traición a su amor.

 

 —Milo veo que estás impaciente para hacer tu declaración—dijo con su suave voz y serenidad, la Diosa.

 

 —Athena yo seguiré siendo un Santo de Oro, seguiré siendo Milo de Escorpio, gran guardián del Octavo Templo—dijo con altanería.

 

Camus carraspeó un poco ¿Venía el momento de su declaración, no? Se ruborizó de antemano. Milo soltó una risita al observarlo.

 

 —Camus, no te pongas nervioso, éstos—dijo señalando acusadoramente con su dedo aguijón, a Mascara de Muerte y Kanon—me arruinaron el momento, ahora ya no lo diré—.Y se cruzó de manos como niño empacado.

 

El francés se puso rojo, algunos pensaban que de la rabia. Pero Camus sólo pensaba que a pesar de que los años pasaran, él siempre vería al niño de cabellos rubios y rostro sucio que conoció a su arribo.

 

Cuando todos pensaban que las cosas quedarían ahí, el griego los volvió a sorprender. Giró para ubicarse frente a frente con el pelirrojo, lo tomó de la cintura, pegó sus caderas de manera descarada y lo besó, que besó ¡devoró!

Nadie notó la lagrimita que soltaron sus turquesas. Se sentía completamente feliz de poder volver a tenerlo entre sus brazos, y de probar la boca que siempre le correspondió.

 

**

 

¡Suyo! ¡Y ay de quien osara siquiera mirarlo! Desde que Camus pusiera un pie en el Santuario, Milo lo proclamó como de su propiedad.

Incluso había hecho un cartel enorme.

 

«No sea atrevido, no mire… Que Camus es de Milo.»

 

Se leía en el afiche. El pobrecito del pequeño francés tuvo que caminar un día entero con dicho cartel, y es que el heleno se había largado a llorar como Magdalena viuda.

 

 —¿Sabes que te casarás conmigo, no?

 

 —Si Milo, lo sé—Le respondía.

 

El pequeño pelirrojo sonreía con las ocurrencias de su amigo, no pensaba que esas promesas si se cumplirían.

 

Milo tuvo dos grandes pruebas en su vida (ni su entrenamiento, ni el Muro de los Lamentos fueron tan grandes). La primera y decisiva, fue el día que Camus partió rumbo a Siberia donde pasaría los siguientes seis años, la segunda y más difícil, fue la muerte del aguador.

 

 —¡No! ¡Me niego, tú no te iras!—Le gritaba negado a razonar.

 

 —No es tu decisión, es una orden y también, mucho más importante… Es mi voluntad—Camus y su rostro indómito.            

 

 —¿Dónde quedo yo, en tu voluntad?—dijo tremendamente dolido.

 

 —No tienes nada que ver con ésta decisión Milo—El heleno apretó sus parpados.

 

 —Quiero una prueba.

 

 —¿Una prueba? ¿De qué?—dijo confundido.

 

 —De que volverás, de que eres mío, de que no me dejarás—los ojos del rubio se poblaron de agua salina—dame una prueba de que no me olvidarás Camus—.Y la primera gota cayó, conmoviendo al francés hasta lo indecible, estremeciéndolo de pies a cabeza.

 

Milo fue rodeado por los brazos de Camus mientras dejaba salir su infantil llanto. Él sabía perfectamente los porqués de la decisión, y la voluntad del francés, pero se negaba a tenerlo lejos.

Con toda la dulzura que podía brindarle a Milo, el pelirrojo limpió las lágrimas con sus besos.

 

 —No llores…No quiero tener ése recuerdo cuando te evoque en mi memoria—le sonrió—ven—.Tomó la mano del griego y si esperar respuesta se encaminó rumbo a su habitación, una vez dentro cerró la puerta con llave.

 

Camus se quitó su sudadera dejando su torso al descubierto, Milo exhaló todo el aire en sus pulmones.

 

 —¿Qué haces?—dijo temblando de emoción.

 

 —Darte mi prueba, de que siempre te perteneceré—y el pantalón abandonó sus piernas. Milo se desesperaba, mientras veía como Camus, un desnudo Camus se acercaba a él—Milo, te amo.

 

Aquella fue su primera vez, el griego tomó todo lo que le correspondía de ese cuerpo, incluso el alma. Él también se la había entregado.

 

 

 —No, no, no…no—repetía una y otra vez, mientras corría como condenado hasta Acuario—no lo hiciste, por favor dime que no lo hiciste—.Ni el aire le respondía.

 

Todo el Templo estaba blanco por la colisión de las Ejecuciones de Aurora, y ambos estaban tendidos boca abajo en el suelo, uno inconsciente, pero vivo… Crispó sus puños antes de tensar nuevamente sus dedos y hacer aparecer el aguijón.

 

 —Hijo de…—Y estuvo a punto de lanzarle las quince agujas nuevamente al ruso. Pero una suave voz lo detuvo.

 

 —No lo hagas…

 

 —¡Camus!—Se olvidó de todo y lo tomó entre sus brazos.

 

Lloró, lo abrazó, negó, lloró una vez más y lo volvió a abrazar. Aquello no estaba pasando en realidad…

 

 —No lo hagas—volvió a repetir—déjalo vivir, fui vencido, si tú lo matas, estarás deshonrando mi muerte…

 

 —No seas ridículo.

 

 —Prométeme que no lo harás.

 

 —Prométeme que vivirás Camus… ¿Qué haré sin ti?

 

 —No serás el Milo a quien yo amo, si te dejas vencer por una simple muerte… eres un Santo ante todo, no dejes que mi muerte sea en vano…

 

Milo comprendió todo en ese momento y asintió. Debía dejarlo ir, por mucho que le pesara en el corazón, ya que lo que en la Tierra quedaría sólo sería un cascaron de él, su esencia, su alma, se estaba yendo junto al francés.

Lo besó, arrebatado por el dolor, dejó que esos helados labios le correspondieran y le arrancaran finas capas de piel a su paso, y es que parecían un trozo de hielo…seco.

 

 —Te amo Camus.

 

 —Lo sé, así como sabes, cuánto yo—inspiró—te amo a ti—y exhaló por última vez.

 

**

 

Milo tenía sus rodillas enterradas en la húmeda arena, sus manos aprisionaban las caderas blanquísimas y delicadas del pelirrojo y las levantaba, el cuerpo de Camus parecía quebrarse ante los arrebatados movimientos que el otro imponía. El francés tenía sus piernas en V apuntando hacia el cielo.

 

 —¿Eso es todo lo que puedes dar? Me decepcionas griego—dijo queriendo aparentar cinismo, pero los jadeos no se lo permitían.

 

¡Ah! Ese francés si que sabía tocar su orgullo. Enterró sus dedos en la tersa piel, y su escarlata se asomó, inoculando un poco, tan sólo un poco de su veneno… Con eso Camus deliraría de placer.

Y no le bastó esperar mucho tiempo para oírlo gritar de pasión, consumido por el placer que sólo y tan sólo Milo le daría en su vida.

 

 —¿Mejor?—preguntó con una sonrisa irónica.

 

Sólo los gritos que se asemejaban a un , le respondían. Abandonó sus caderas y lo tomó de los brazos para sentarlo en sus muslos, mientras lo abrazaba y besaba, con todo el amor que despedía hacia él.

 

 —Te amo… no me cansaré nunca de ti, quiero hacerte el amor en todos los rincones del mundo—Le decía mientras lo embestía con más fuerza.

 

 —Yo también te amo y más te vale cumplir esa promesa, espartano ¡Ah!—gritó al tiempo que contraía todos los músculos de su cuerpo y se derramaba entre ambos. Milo lo siguió con un grito más agudo, mientras el pelirrojo sentía la ya conocida, cálida sensación en su interior.

 

Rendidos cayeron en la arena, suerte tenían que a esas horas nadie pasaba por ahí, y si lo hacían, bien advertidos estaban con sus gemidos, para que no se acercaran.

 

Se encontraban en una paradisíaca isla, celebrando su unión. Estaban en su luna de miel, enamorados y felices.

 

 —Te tengo un regalo—Le dijo el griego.

 

 —¿De que se trata?—Lo vio incorporarse sólo un poco para tomar sus pantalones y sacar de ellos un arrugado papel, que parecía había sido plegado varias veces. Se lo entregó.

 

Camus comenzó a desdoblar el papel, sintiendo la sonrisa asomar por sus labios, conocía muy bien de que se trataba.

 

 —De chicos parecía más grande—Se le burló.

 

 —No me importaría caminar con él.

 

 —¿Te animarías?—Se ilusionó.

 

 —Encantado—Y lo besó.

 

Al otro día, todos volteaban a ver un par de hermosos pero raros muchachos. Uno llevaba una pancarta consigo, misma que desilusionaba a tantas y tantos que a su paso, comprendían lo que allí estaba escrito.

 

«No sea atrevido, no mire… Que Camus es de Milo.»

 

Decía la leyenda.

Notas finales:

Gracias por leer, por los comentarios, por tantas visitas. Ya esta quedando poco para terminar el fic. Tan solo cuatro Santos más :)

Nos leemos en la proxima.


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