Como todos los años esta noche en pleno invierno, la luna y los demás astros titilantes nocturnos, se esconden dando pasó a un cielo azul marino.
Por las heladas calles de aquella conocida ciudad, caminaba tranquilamente aquel ser amante de la oscuridad y la soledad.
El frio viento movía con gracia su largo, lizo y negro cabello. Una media sonrisa de sus finos labios, se dibujaba en su atractivo y delicado rostro adornado con varios lunares.
Cubría sus largas piernas con un jean negro ajustado y afirmado con un cinturón de cuero con balines.
Su torso y sus brazos, los cubrían con un chaleco de cuello alto negro de lana tejido en punto canelón, que marcaba su delineada figura y mantenía escondida, la polera gris oscuro que también llevaba puesta.
Con los tranquilos pasos que marcaban sus bototos negros, llegó a aquella pequeña zona de la ciudad, que está llena de luces y bullicio, dejando en el olvido la calma de la noche.
Siguió su camino entre el tumulto de gente, mirando altivo mientras seleccionaba a una o tal vez mas posibles víctimas.
Aquella ansiosa bestia que se esconde dentro de una diaria careta trisada, durmiendo en un cálido y obligado letargo sin siquiera poder soñar, solo podía salir a vagar por el mundo en esta única noche del año, ignorando los trescientos sesenta y cuatro restantes.
Después de mirar alrededor, decidió entrar a un discreto lugar, que pasaba desapercibido entre los escandalosos bares y discotecas.
Se sentó en un banco cerca de la barra y le pidió al amable barman, una cerveza de etiqueta blanca con rojo, para deleitarse con su suave y delicado sabor.
No pasó mucho tiempo hasta que una chica se le acercó. Era una bella asiática del medio oriente. Sus ojos grandes y cafés, que resaltaban con el dedicado maquillaje sobre su tez morena, lo miraban coquetos mientras se sentaba en el banco a su lado.
Comenzaron una agradable conversación llena de insinuaciones.
-“Tal vez, ella podría ser la primera”-
Pensó hambrienta la bestia de afilados y escondidos colmillos.
Le iba a hacer la invitación para que salieran de allí, pero un cítrico aroma en el aire repleto de olores amargos y dulces, llenó su agudo sentido del olfato embriagándolo al instante.
Olvidó a la chica a su lado para dirigir su oscura y rasgada mirada al ser que desplegaba aquel delicioso aroma.
En una mesa detrás de ellos, se sentaron un hombre de cabello rojizo, que le llegaba un poco más debajo de la nuca y una mujer de cabello largo y rubio con visos en chocolate.
Los sonidos y la gente que llenaba el lugar, desparecieron ante él y, por un momento, el mundo se detuvo.
Ya lo había encontrado…
Se levantó suavemente del banco y solo le bastaron unos pocos pasos para llegar frente a la mesa. Sus ocupantes dejaron de hablar para mirarlos interrogantes.
Sin mediar palabra, agarró el brazo del chico y lo jaló obligándole a levantarse. Las dos chicas se asustaron al creer que iniciarían una pelea.
Al quedar frente a frente, descubrió unos medianos ojos color miel, que coronaban su hermoso rostro salpicado con pequeñas y claras pecas.
Sin querer contenerse, acercó su boca para atrapar aquellos finos labios color durazno. Al sentir el roce de la suave piel, mordió levemente el labio inferior del chico pidiendo permiso para profundizar el beso.
Un permiso que sabía no se le negaría…
El chico abrió un poco la boca permitiendo la entrada a la húmeda lengua, que exploró con maestría todo su interior.
El jugueteo son su lengua y el roce que aquella pequeña esfera de acero quirúrgico, lo estaba volviendo loco. Comenzó a perder la fuerza en sus piernas y se aferró al chaleco negro de lana para intentar seguir en pie.
Un silencio rotundo reinó en el bar. Todas las personas veían sorprendidos el voraz beso entre ellos. Aunque querían, no podían despegar la vista y hasta las canciones en la rocola se detuvieron.
Separó sus bocas dejando unidas sus lenguas con un delgado hilillo de saliva que desapareció cuando se relamió los labios. Observó el sonrojado rostro del chico que jadeaba mientras abría lentamente los ojos.
Sonrió triunfante.
Bajó su mano izquierda para sostener la del chico y entrelazar los dedos. Sin decir algo, se dirigió hacia la salida.
El chico, en silencio y con su corazón desbocado, olvidó el motivo por el cual estaba en ese lugar y simplemente, se dejó llevar hacia algún lugar desconocido.
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Continuara...