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Errores imperdonables por Jerrow

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CAPITULO 11

 

 

 

 

El negro era el color predominante, que se podía observar en el panorama. No eran solo las personas que estaban allí sino también el clima; el cielo teñido de un tono oscuro, producto del espesor de las grandes nubes, que se ensalzaban sobre ellos.

Culminada las palabras del sacerdote, se procedió al entierro. Santiago se encontraba frente mismo al ataúd, con una rosa en sus manos el cual bajaba lentamente dentro de la fosa. Lanzó la flor junto al féretro y la vio desaparecer por la arena.

Todos los presentes comenzaban a marcharse, para evitar encontrarse con la lluvia que amenazaba con caer. Alexia vio a su hijo quedarse estático en su lugar, así que decidió ir junto a él. En el camino muchas personas la detenían para darle sus condolencias, empero ella les agradecía rápidamente, lo que quería era estar junto a su hijo.

Rodeó con agilidad a la muchedumbre e ignoró a quienes querían hablarle. Ya junto a Santiago, le dio un suave abrazo a lo que el menor, un poco sorprendido por el acto, correspondió.

Armando se encontraba junto a su vehículo, prefirió dejar solo a los dos, para que dieran su último adiós a Bernardo.

­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­—Ya debemos irnos hijo.

—No te preocupes por mí. —Mencionó con una sonrisa de medio lado. —Quiero quedarme un poco más.

Alexia lo observó con duda por unos instantes, pero terminó por asentir, no iba a poder convencerlo. Se separó del menor y devolviendole la sonrisa lo dejó. Caminó hacía donde se encontraba Armando con un extraño sentimiento que lo carcomía en el pecho. No pudo evitar dar media vuelta para observar a su hijo, el cual se encontraba estático frente a la tumba de su abuelo.

No sabía que la oprimía y la dejaba intranquila. Decidida volvió a caminar de vuelta hacia Santiago, cuando este se fijó en ella y le sonrió. La mujer detuvo su andar de manera abrupta, la imagen que sus ojos contemplaban aumentaron su angustia

La expresión que el rostro de su hijo manifestaba nunca la había visto. Esa sonrisa excéntrica no era real, era una máscara, una macabra mascara que hacía estremecer a su cuerpo.

Lentamente la figura del menor se hacía cada vez más pequeña, hasta que sintió unos brazos tomarla por atrás. Se giró y se encontró con un confundido Armando, allí se dio cuenta que no era su hijo quién se alejaba, sino que ella lo había hecho de forma inconsciente.

— ¿Sucede algo malo? —Le preguntó el hombre. Sentía a su futura esposa bastante tensa.

—Todavía no. —Susurró agachando la cabeza. —Aún no.

Esto desconcertó aún más a Armando, pero prefirió callar, jaló suavemente a su prometida, quién comprendió de inmediato, marchando así hacia el auto. En todo el trayecto, la mujer se mantenía cabizbaja, con los dedos moviéndose de forma intranquila y arrítmica. El hombre observaba de reojo el actuar de Alexia, esto no era normal.

Ingresaron en silencio en el auto, con Alexia en el asiento del copiloto. La notable inquietud que expresaba mientras avizoraba la diminuta imagen de su hijo empezaba a preocuparle. Armando hizo lo mismo y no pudo evitar preguntarse ¿A qué se refería Alexia al decir esas palabras?, nunca preguntó con detalles lo que ellos habían pasado en el pueblo, pero sabía que lo sucedido derivó al fallecimiento de Carlos.

Tomó sin avisar la mano de su pareja y esta la retiro con brusquedad. Alexia se sonrió avergonzada por lo sucedido, sin embargo, Armando llevó su mano y acarició con ternura su mejilla.

—Tranquila…sé que esto es difícil…pero lo vamos a superar…él lo va a superar. —Le indicó con su tierna voz, el cual hacía sentir a Alexia que todo iría bien.

La mujer asintió y se acercó a su futuro esposo para darle un dulce beso. A veces se preguntaba como hubiese sido su vida sin él, tal vez, seguiría encarcelada en la pena de su pasado. El vehículo se puso en marcha, durante el camino Alexia no podía dejar de preguntarse si su hijo aún seguía preso de sus recuerdos.

 

 

 

 

 

 

Santiago observaba en silencio la lápida que acaba de ser puesta. Para este entonces ya nadie se encontraba presente, solo él y las dos personas que tanto estimaba, ya que junto a la tumba de su abuelo se encontraba la de su padre.

Durante el entierro no había derramado una sola lágrima, solo había estado ahí, estático sin pronunciar palabras. Percibió como muchas de las amistades del su ya difunto abuelo le otorgaban sus condolencias, que no recordaba si les había agradecido o si simplemente las ignoró.

Tan solo estaba allí parado, y en silencio. Su alrededor era lo que menos le importaba.

Se agachó lentamente, levantó su mano para recorrer con su dedo índice las letras que estaban trazadas en la lápida. Primero fue por los caracteres de su nombre, luego su año de nacimiento y fallecimiento, hasta detenerse de forma brusca. Su mirada se tornó fría y dura, al leer el nombre del pueblo donde vivió su abuelo casi toda su vida.

“Petrón”

— ¡Pueblo de mierda! —Soltó con furia.

Se puso de pie y miro al cielo, mordía con fuerza su labio inferior, toda su desdicha provenía de ese lugar. Cada humillación, cada lágrima…cada muerte. Todo estaba relacionado a ese lugar, a esa gente.

Un ligero reguero de sangre brotaba de sus labios, pero no le importó. El dolor que sentía era solo físico, podía tolerarlo, pero el dolor de su corazón era mucho peor, parecía una daga que daba tajos profundos y punzantes a cada segundo.

Cayó rendido al suelo, y se sujetó con las manos, su vista estaba fija en el suelo y pequeñas gotas de sangre manchaban la hierba. Cerró sus puños con el pastizal y observó la lápida de su abuelo con furor.

—Todo el tiempo me hablaste de perdonar…de no permitir que estos sentimientos se apoderaran de mi ser…pero no puedo evitarlo…más bien, no quiero…porque con ayuda de ellos voy a conseguir la ruina de ese maldito pueblo que fundaste…acabaré con esa gente que ayudaste…que protegías, aun sabiendo lo que me hizo…lo que le hizo a mi madre…lo que hizo a mi padre…incluso así los perdonaste…y ni siquiera te dieron las gracias…

Soltó una risa amarga, para luego seguir continuando.

—Sabes…las veces que te internabas solo se preocupaban por quién quedaría a cargo del pueblo…en cambio tu salud era lo de menos…tu les importabas una reverenda mierda…tan solo querían el maldito lugar…querían tus putas tierras…ya que tú para ellos eras nada ¿entiendes? ¡Nada!...se reían de ti a tus espaldas…y tú creyendo que ellos te apreciaban…eras un ingenuo…mucho peor que yo...creíste en ellos, los ayudaste, les tendiste la mano y mira cómo te agradecen…ni siquiera se presentaron en tu maldito sepelio…pero sabes que es lo más gracioso…que a pesar de todo lo sucedido, siempre me decías que los perdonara…no eras más que un maldito estúpido…

Golpeó el suelo con fuerza, mientras las lágrimas caían con descontrol. Se dejó caer al suelo, con sus manos agarró sus rodillas y comenzó a llorar con vigor. Hace tanto que no hacía esto, pero lo necesitaba, quería sacar toda la rabia guardada en su interior.

 Volvía a experimentar su dolor de hace más de 7 años, fijó su mirada hacia la tumba de su padre, intentó levantar su mano, quería tocarlo, sentirlo. A pesar de los años, el sentimiento de culpa que creyó olvidado se hacía presente nuevamente.

Las gotas de lluvia comenzaron a caer, inicialmente era lento pero comenzaba a tomar fuerza. Santiago siguió inmóvil en el suelo, se sacó los anteojos de contacto y observó el cielo. Nuevamente todo su mundo había caído, pero él no lo haría. Tomó fuerza en sus brazos y con un impulso se puso de pie.

Se fijó en ambas tumbas, sus ropas estaban completamente sucias por el lodo, pero era lo de menos, su rostro empapado por la lluvia ya no lloraba, ahora estaba con sus firmes ojos marrones, se colocó con facilidad los lentes, ya que el Santiago que todos conocen no posee ese color de ojos, Efraín había muerto para todos, ahora estaba él, una persona muy diferente que una vez se había hecho una promesa de no llorar. Y era esta persona  la que se vengaría de todas las indignaciones que había sufrido.

—Yo acabaré con ellos abuelo. —Pronunció con tono inquebrantable. —Cada uno de ellos me las pagará, les haré arrastrarse como las alimañas que son. Les haré implorar por perdón, solo que a diferencia de ti…yo no pienso perdonarlos…

Camino unos pasos hasta estar frente a la tumba de Carlos. De su bolsillo sacó la foto que Bernardo le había obsequiado el día de su graduación. Lo observó unos segundos con detenimiento antes de dejarlo caer.

—Lamento no haber sido el hijo que siempre soñaste, del cual poder sentirte orgulloso. Mis actos de seguro te harán sentir aún peor, pero no importa, que te decepciones más no cambiará la situación. Tú estás muerto y muerto estarás para siempre. Lo mismo es para ti abuelo.

Dio media vuelta y camino sin un rumbo aparente. Se detuvo y volteó su mirada hacia las lápidas, levantó su camisa, para dejar al descubierto su espalda y con rudeza pronunció.

—Estas cicatrices son parte de mi pasado, presente y futuro…ellas están conmigo cada día y me recuerdan lo sucedido…lo que sucede…y también lo que sucederá de ahora en más…

Bajo su camisa y en silencio observó las tumbas bajo la estruendosa lluvia las lápidas, ya que esta sería la última vez que estaría frente a ellas.

“Después de lo que pienso hacer…ya no puedo volver aquí…no podré estar frente a ustedes nunca más”

—Adiós papá…adiós abuelo…

Con esto, se volteó de nuevo y se marchó. La foto que había dejado comenzaba a enterrarse suavemente en el lodo.

 

 

 

 

 

 

Ya habían pasado varias horas desde que salieron del entierro.  Al llegar a la casa, los dos se fueron a acostar, Armando terminó durmiendo y al despertarse no encontró a Alexia en la cama. Se levantó y la buscó en el baño del cuarto sin resultados, bajo por las escaleras, examinando por la sala, la cocina, la biblioteca, sin embargo, no la encontró.

Por la ventana vio como llovía a cantaros, no creía que estuviera a fuera con este tiempo. Aun así decidió buscar en el patio trasero y bingo. Allí bajo el árbol se encontraba ella, con la mirada hacia la nada, estaba completamente empapada.

Armando fue junto a ella no sin antes tomar una toalla del baño de la planta baja, la rodeó con ella y la hizo entrar a la casa.

— ¿Qué hacías allí afuera? —Preguntó con cierto enojo en su voz. — ¿Acaso quieres enfermarte?

La mujer no respondió nada, sino que se puso a llorar amargamente. El mayor al escucharla no pudo evitar sentirse mal por la forma en la que le habló.

La rodeó con sus brazos acariciándole suavemente la espalda. Alexia tenía su cabeza apoyada contra el pecho de su pareja, mientras llorada en silencio.

Los sentimientos que tenía en su pecho no habían menguado en lo absoluto, es más cada vez aumentaban y eso la ponía como loca. Sabía que desde hoy las cosas iban a cambiar a peor…mucho peor.

—Tengo miedo Armando. —Masculló entre sollozos. —Algo malo va a pasar de ahora en adelante.

—Cariño, tienes que relajarte…no sé qué les ocurrió mientras estaban en ese pueblo pero sé que esa es la raíz de todo.

—He sido injusta contigo. —Armando no entendió a que se debía eso, la separó con suavidad de él. —Durante todo este tiempo que estuviste conmigo nunca te conté los hechos con detalles…y creo que es hora que lo sepas.

Ambos se separaron por completo, el hombre tomó una silla y se sentó a su lado dispuesta a escucharla. Alexia se secó el rostro con la toalla, no iba a hacer lo siguiente pero por órdenes de su pareja lo hizo, no era momento de tomar un resfriado o algo similar.

Dejó a un lado la toalla y se fijó en el mayor quién tenía toda su atención puesta en ella.

—Bien cuéntame…

Notas finales:

Hasta aquí el cap. 11

Disculpen la excesiva tardanza...estuve con muchos parciales...espero actualizar esta semana, antes de mis exámenes finales...

Desde ya gracias por leer y por comentar...

Nos vemos...!!!

Suerte y cuídense...!!! :D


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