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Mientras no estabas por Marbius

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3.- Mientras nos desmoronábamos

 

Cuatro semanas exactas después de la partida de Gustav, Georg se sorprendió al recibir una llamada de Franziska y que ésta le pidiera su nueva dirección para visitarlo.

—Es algo que preferiría hablar de frente a frente y no por teléfono —le dijo ella al explicar sus motivos—. No ocuparé mucho de tu tiempo…

—Franny, tú sabes que puedes venir siempre de visita —le había asegurado Georg, y porque para él Franziska era la hermana mayor que él nunca había tenido, la noticia de su visita esa misma tarde lo hizo sonreír por primera vez en un largo periodo.

Puntual como siempre, Franziska se presentó esa tarde en su departamento y lo abrazó con fuerza. A pesar de que Georg le sacaba al menos una cabeza de estatura, aquel gesto lo hizo sentir reconfortado como no había ocurrido en el último mes.

—Perdón por venir tan de pronto —se disculpó Franziska apenas cruzar el umbral de la puerta—, pero imaginé que querrías enterarte cuanto antes…

—¿Le pasó algo a Gustav? —Saltando a una conclusión precipitada, Georg los guió a ambos hasta la cocina y le cedió a Franziska la silla más cercana.

—No, nada de eso. Gus está bien.

Georg suspiró aliviado. —Me alegro mucho. ¿Gustas una taza de café o té?

—Té, por favor.

—A la orden.

Mientras se afanaba en colocar la tetera sobre el fuego y acomodar las dos tazas, Franziska prosiguió:

—La verdad es que vine a verte porque Gustav me lo pidió…

—Oh. Qué detalle de su parte…

—Me llamó por teléfono hace dos días. Por lo que entendí, está entre la frontera de Bolivia y Argentina. Dice que el trabajo es pesado y las jornadas largas, pero que se está divirtiendo como nunca antes.

—Me… alegro por él —murmuró Georg, cruzándose de brazos y apoyado en la barra—. No he sabido nada desde su partida, y no estaba seguro si iba a tener noticias suyas hasta su regreso.

—También me dijo que te escribió apenas llegar allá, ¿no has recibido sus cartas? —Preguntó Franziska en un tono ligeramente ansioso.

—Pues no… pero me acabo de mudar y hasta donde sé, él no tiene la nueva dirección.

—Oh.

Georg esbozó una leve mueca. Si, “oh” ante la falta de palabras.

Pronto la tetera emitió un silbido prolongado, y Georg tuvo pretexto de abstraerse en su repentina melancolía mientras servía el agua sobre las tazas y las colocaba sobre la mesa.

Franziska se llevó la taza a los labios sin molestarse en agregar azúcar, en contraste a Georg que agregó dos terrones y se dedicó a revolver el líquido mientras esperaba que la chica fuera la primera en romper el silencio agradable que había caído sobre ambos.

—Te ves más delgado, como si hubieras perdido peso…

El giro de la conversación hizo que Georg derramara un poco de té sobre la taza. Con impaciencia, retiró la bolsita del líquido y se llevó la taza a los labios. —Un poco. Cinco kilos en casi dos meses. No me he sentido con apetito últimamente.

—¿Es por…? —Dejó Franziska el nombre flotando en el aire—. Él me dijo que se había marchado en malos términos contigo, que probablemente estabas enojado con él.

—¿Enojado? Bueno, puede ser… —Concedió Georg—. Si me hubieras preguntado eso hace dos semanas, te habría dicho que estaba furioso y que deseaba estrangularlo, pero ahora…

—Él me pidió que viniera a verte.

—No tenías por qué hacerlo. Estoy bien. Gustav puede estar tranquilo porque no me cortaré las venas sólo por su ausencia.

—Georg, basta… —Posó Franziska su mano sobre el brazo de éste—. Conmigo no tienes que fingir, ¿vale? Yo sé de tus sentimientos por Gustav desde antes que el propio Gustav.

Georg rió, y en ello había sinceridad. Claro, cómo olvidarlo… Había sido la propia Franziska quien los atrapara besándose en el jardín trasero de la casa Schäfer poco después de la salida de Schrei. Aquel fin de semana habían regresado a Loitsche para disfrutar unos días libres con los que David había premiado una serie de conciertos. Esa tarde en particular, planeaban montar una tienda de campaña y comer malvaviscos asados al fuego, pero la emoción de tener privacidad y una bolsa de dormir para dos había podido más que la prudencia. Un segundo estaban a solas y rodando sobre sus espaldas mientras se besaban, y al siguiente soltando un alarido al verse atrapados in fraganti por Franziska.

Si bien la hermana mayor de Gustav había guardado su secreto con el mismo celo que si se tratara del suyo, entre ellos tres se había establecido un cierto pacto tácito en el que no hacían mención de la relación (o falta de ella) que existía entre Gustav y Georg. Franziska no preguntaba, y salvo raras ocasiones, tampoco se inmiscuía donde no era requerida.

Excepto quizá…

—¿Podemos ser honestos por una vez en la vida? —Pidió Franziska—. Porque Gustav me llamó de madrugada, y sonaba preocupado por ti. Realmente preocupado.

—No debería estarlo… —Gruñó Georg por lo bajo.

—Tal vez no, pero lo está. Y ahora yo también me siento así. ¿Qué pasa entre ustedes dos?

—La pregunta correcta es qué no pasa, Fran. —Georg bebió un sorbo de su té y se encogió de hombros—. ¿Te dijo lo que ocurrió antes de irse?

—Sí, no entró en detalles pero me dijo la mayor parte.

—Entonces debes entender por qué no me siento con ánimos de volver a remover el cuchillo que traigo en el pecho. Yo sólo… no quiero pensar en él.

—Entiendo, pero-…

—¿Viniste a decirme que lo espere? ¿Se trata de eso? —La interrumpió Georg—. Porque de algún modo lo hago. Por más que me obligue a sentirme molesto con él por irse al maldito otro lado del mundo, aquí estoy a la espera de recibir noticias suyas. Una sola palabra bastaría, pero Gustav sigue sin darme nada de lo que  mantenerme.

—No vine a defender a mi hermano, si es lo que temes —dijo Franziska—. De estar en tu lugar, creo que no podría estar tan tranquila. Gustav tiene unas ideas extrañas en esa cabezota suya, y por muy nobles que fueran sus intenciones, yo tampoco creo que irse a Sudamérica sea la mejor de sus ideas.

—Es un egoísta.

—Lo sé.

—Y no pudo elegir un peor momento que éste para irse.

—Lo sé.

—Y… lo amo, Fran. Espero por su regreso incluso si él no lo sabe…

Franziska se humedeció los labios. —Lo sé —musitó.

Ella era consciente de las peculiaridades que hasta entonces habían impedido una relación entre ambos. Por su parte, había conocido a Anja, una novia de Gustav, y después a Veronika, la pareja de Georg. A su modo de ver la situación, una soberana idiotez el que entre ambos existiera una brecha autoimpuesta que por años los había mantenido alejados de lo que en realidad deseaban. Los únicos ciegos habían sido ellos dos. Y ahora con la partida de Gustav… Pero si Georg estaba dispuesto a esperar…

—Sólo quedan cinco meses…

—Uhm… —Discreto de movimientos, Georg se limpió el borde del ojo con un dedo y Franziska fingió no darse por enterada—. Poco menos de medio año, ¿eh?

—Gustav piensa en ti cada minuto, él me lo dijo. Y tú sabes lo mucho que le cuesta hablar de su persona o sus sentimientos —le confesó Franziska a media voz—. No estoy diciendo que hagas algo con lo que no estás cómodo, pero creo que antes de tomar una decisión drástica, deberían hablarlo.

—Ya hablamos y peleamos al respecto. Él se fue y yo… —«Soy una patética sombra de lo que era», finalizó Georg para sí—. Por una vez, quisiera que fuera Gustav el que tuviera la iniciativa. Siempre he sido yo decidiendo por los dos, escogiendo para ambos lo que sería mejor, y ya me cansé. Quiero que sea él quien tome la decisión de estar conmigo, y no sólo lo deje a mi elección.

Al decirlo, Georg comprendió que de haber sido otra la elección de palabras, habría esperado gustoso los seis meses. Si Gustav se hubiera mostrado firme al hablar de lo que ambos querían, en lugar de dudar y plantear una solución entre dos que no les iban a traer la felicidad. Si tan sólo…

—Tú lo conoces mejor que nadie en el mundo —dijo Franziska—. Incluso mejor de lo que él se conoce a sí mismo. Y puedes tomarlo a consideración para lo que vas a hacer de aquí en adelante, pero cualquier decisión que tomes, podrá ser definitiva… y lo mismo sus consecuencias.

Georg bebió otro sorbo de su té, y el líquido tibio y dulce le supo mal en la lengua.

—¿Qué harías tú en mi lugar? —Preguntó Georg, sorprendiendo a Franziska.

—Yo… —La chica organizó bien sus pensamientos antes de expresarse—. Elegiría entre mi satisfacción instantánea y a largo plazo. Si en verdad es un amor destinado a durar, entonces también vale la pena luchar por él…

—Oh… —Georg cerró los ojos y asintió una vez—. Entiendo lo que dices…

Nunca como en ese momento tuvo tan claro cuál iba a ser su proceder.

 

Pronto se estableció una rutina: De pie antes de la salida del sol, lavarse la cara y los dientes, desayunar frugalmente, trabajar hasta la hora de la comida, regresar al trabajo hasta la hora de la cena, un baño y caer extenuados sobre la el delgado colchón que Caring Hands proveía. Y así por espacio de un mes.

En el caso de Gustav, un plus a la última parte, porque seguido le atacaba el insomnio, y aún a través de los ojos cerrados, llevaba impresa en la retina la imagen de Georg. De nada servía beber leche tibia antes de acostarse, ni adoptar mil y un posturas que le habían aconsejado para su mal, porque Gustav seguía sin poder conciliar el sueño antes de medianoche.

—Hey… —Lo saludó Lena una de las tantas noches en las que Gustav se dio por vencido, y en lugar de dar vueltas sobre la cama, prefirió dar un paseo alrededor del campamento base.

—Hola, pensé que ya estabas dormida —respondió el saludo en voz baja. A su alrededor, el grupo de veinte con el que trabajaban ya dormía, y no quería molestar a nadie—. Vamos a caminar un poco para allá y así no molestar a nadie.

—Ok —aceptó Lena, buscando su mano en la oscuridad de la noche y adentrándose con él a la espesura de la llanura abierta.

Gustav no estaba del todo seguro si el campamento se encontraba en Argentina o en Bolivia, y dado que todos los días se montaban en un camión que los llevaba hasta la comunidad donde de momento trabajaban, en realidad poco importaba. Una región era tan indistinguible de otra a la altura de la frontera, y que no existiera una barrera del idioma tan clara como ocurría en Europa, tampoco contribuía a satisfacer su curiosidad.

—Unas chicas de mi grupo se han quejado del frío que hace —dijo Lena en ruso. Usualmente, el lenguaje que más se hablaba entre los voluntarios era el inglés por cuestiones de practicidad y porque en el grupo de veinte que eran, había al menos quince nacionalidades diferentes. Sin embargo, por razones que Gustav sólo sospechaba, cuando Lena y él no contaban con la compañía de terceros, la chica prefería expresarse en su lengua materna—. Se han reído de mí cuando les dije que en Moscú esto no es nada, y se negaban a creerme que en Siberia es normal pasar inviernos con dos metros de nieve.

—Lo mismo me pasó con Jordan, el chico que viene de Australia. Dice que allá no existe el invierno como tal, y que este frío le cala hasta los huesos. No cree poder aguantar si se pone peor.

—En realidad este frío tonifica, ¿no lo crees? —Lena aspiró el aire y se le pegó más al costado—. Cuesta creer que existan regiones tan ajenas a la civilización como la conocemos.

Gustav le dio la razón. No era lo mismo a lo que conocía. Cierto, en Alemania él disfrutaba de ir de camping y pasear por las zonas boscosas, pero había un cierto dejo de artificialidad que lo hacía todo muy simétrico y plano. En cambio que aquí los terrenos eran más agrestes, se respiraba la naturaleza tal cual era sin haber sufrido bajo la mano del hombre. En palabras de John, esa impresión se intensificaría según fueran moviendo de bases. Aún no era un hecho asegurado, pero en dos semanas cruzarían del todo a Bolivia, y entonces el grupo se dispersaría en dos direcciones para reunirse con otros colaboradores.

—Sólo sé que me gusta. Me da una paz increíble… —Confesó Gustav en voz baja—. Me da servido para reflexionar, aunque ya ves… este maldito insomnio.

—Tal vez lo que necesitas es alguien con quien hablar, y si no te molesta, aquí estoy… —Con intenciones más que claras, Lena se abrazó a su lado y le apoyó la cabeza sobre el hombro.

Hasta cierto punto, Gustav estaba consciente que era necesario ponerle un alto a lo que entre él y Lena se estaba formando. Desde su llegada, ambos habían sido inseparables, y en más de una ocasión, otro compañero del equipo se había acercado a ellos preguntando si eran pareja, a lo que contestaban que no, y a cambio recibían pullas y frases irónicas de “sí, claro”. No es que Gustav no viera en Lena el potencial de una novia, y Dios sabía que la chica era preciosa con su cabello rubio y ojos azules, pero para él la posibilidad de iniciar una relación con alguien que no fuera Georg, le parecía incorrecta. Incluso si su despedida se había dado en malos términos, no podía sacárselo de la cabeza.

—Uhm, Lena…

La chica suspiró y se apartó. —Es por alguien más, ¿cierto? Esa persona de la que hablabas aquel día en el avión.

—Yo… Lo siento… En verdad. No me siento preparado para empezar nada con nadie en estos momentos, al menos nada serio.

Lena frunció el ceño y se cruzó de brazos. —No me interesa ser un rollo de una noche, si es lo que propones.

—¡Oh, no! Nada de eso —se explicó Gustav—. Eres una chica preciosa, y en otras circunstancias habría sido yo quien a estas alturas estuviera loco por ti, pero… tengo a alguien en Alemania. O más bien, no, pero sí… Erm… —Se llevó la mano a la frente y se atusó el cabello—. Es muy complicado.

—Me hago una idea. En cierto modo lo presentía desde que te vi escribir todas esas cartas. Quienquiera que sea, es una persona afortunada de ser tan importante para ti, y será su pérdida si no se da cuenta a tiempo.

Gustav se ahorró las explicaciones. En su lugar, abrazó a Lena y juntos permanecieron así por largos minutos.

—Gracias —murmuró al cabo de un rato—. Eres una buena amiga.

—Mmm… —Sin darle oportunidad de apartarse, Lena le plantó un beso en los labios—. No te preocupes, entiendo y respeto tu situación, pero… Soy mala para resistir la tentación.

—Uh…

—Y tú en verdad me gustas. Por delante quedan cinco meses, así que si de casualidad piensas que te sientes preparado para algo más, sólo dime, ¿sí?

Gustav sonrió, y pese a toda señal de alarma que estallaba en su cabeza, esta vez fue él quien venció la distancia entre ambos y unió sus labios a los de Lena.

Aquella noche, cuando al fin regresó a su cama, la causa de su insomnio fue otra.

 

Desde la partida de Gustav a finales de abril, y por la mayor parte de mayo y todavía junio, Georg pasó por una racha de inapetencia y hasta cierto asco por la comida. Mejor dicho, por ciertas comidas.

Luego de haber cumplido los veinte años, y a causa de un cambio de estilo en su vida, Georg desayunaba religiosamente antes de mediodía, a diferencia de los años previos en que se levantaba tarde, comía aún más tarde, y casi siempre lo primero que encontraba. De pizza fría, pasó a huevos con salchicha, yogurt con fruta y pan con mermelada. Así había sido desde entonces, pero últimamente…

—Uh, no… —Apartó de sí el plato que tenía frente a sí y arrugó la nariz para expresar su desagrado—. Esto huele terrible.

—¿En serio? —Fabi, su amigo desde la infancia preguntó frente a él y olisqueó su propia comida. Ambos habían pedido el mismo omelette, pero al parecer, sólo el desayuno de Georg estaba malo—. No me lo parece. Tiene buena pinta y excelente sabor.

—No lo creo. El mío tiene algo… Es un regusto que no podría explicar pero que ahí está.

—Eso mismo dijiste ayer, e igual la semana pasada cuando salimos a comer a ese restaurante italiano y te negaste siquiera a probar la comida —le recordó Fabi entre bocados—. Si sigues así, poco a poco te convertirás en mi persona menos favorita para salir a almorzar.

—Lo siento, es sólo que… Quizá es que ya no me gustan ciertos alimentos. En casa cada vez lo tengo más difícil a la hora de preparar comida.

—Mmm… —Removiendo su comida con el tenedor, Fabi hesitó antes de hablar—. Quizá… ¿Ya fuiste al doctor? Cada vez que nos vemos te noto más delgado. Y pálido, estás muy pálido.

—Eso no tiene nada que ver con esto otro —desdeñó Georg la posibilidad de que lo suyo fuera por causa médica—. Creo que es anemia, porque casi no he comido carne. También me da malestar. Y lo otro tiene más que ver con que casi no he salido del departamento.

—Estás aquí conmigo, esto no es tu departamento —señaló Fabi lo obvio.

—No, pero… Aparte de salir contigo y a veces con Franziska, apenas si pongo un pie fuera de casa. Mamá quiere que la visite, pero no he tenido ánimos para manejar.

—Oh… Entiendo —dijo Fabi. Éste hizo amagos de beber de su café, y entonces notó que Georg había cambiado su habitual taza de expreso por un jugo de naranja que apenas había probado—. ¿Qué pasa con tu bebida? ¿También estaba mala?

—Me dio agruras apenas la probé —gruñó Georg.

—No es sorpresa que hayas bajado tanto de peso. Lo único que has comido desde que llegamos aquí es pan y dos mordidas de tu omelette antes de que lo rechazaras. Me estás preocupando, Georg —dijo Fabi en voz baja—. ¿Estás seguro que no quieres ir al médico?

—Fabi… Tú sabes que esto no lo cura ningún médico…

—No, al menos no uno tradicional, pero podrías buscar un-…

—¿Loquero?

—Terapeuta. Un psicólogo. Qué sé yo —prosiguió Fabi—, alguien que pueda ayudarte. Desde lo de Gustav, cada vez estás peor. Yo lo entiendo, soy tu amigo, también he pasado por malos rompimientos, pero esto cruza una línea. Dejar de comer por un  mal de amores tiene su límite y tú ya lo cruzaste.

—Me golpeó duro, ¿vale? Pronto estaré bien —murmuró Georg sin ver a los ojos a su amigo; para distraerse, bebió un sorbo de su jugo de naranja, pero apenas asimiló el sabor, su estómago dio muestras de no estar de acuerdo—. Es como dices, un mal rompimiento. Es normal estar un poco triste después, ¿o no?

—Triste, no deprimido. Y tú… —Fabi suspiró—. Deja que te lo diga como amigos, y no me lo tomes a mal, pero tienes el aspecto constante de quien va a asistir a un funeral. Ya pasaron casi tres meses y no parece que estés superándolo, en cambio…

«Me hundo más», finalizó Georg por Fabi.

—Me preocupas mucho —prosiguió Fabi—. Dime, ¿al menos se ha intentado comunicar contigo?

—Uhm… Franziska me comentó algo al respecto. Parece ser que ha estado enviando cartas, algunas ya, pero no tiene mi nueva dirección, así que si es cierto, deben estar llegando a mi antiguo departamento.

—¿Con Veronika?

—Sí.

—¿Y ya lo comprobaste?

Georg le dedicó una mirada de incredulidad a su amigo. —¿Tú qué crees?

—Pues… si realmente quieres saber si te escribió, deberías preguntarle a directamente a Veronika. Por lo que me has contado, no fue un rompimiento tan terrible.

—No, pero dudo que quiera verme. Salvo para firmar el cambio de contrato para la renta del departamento y cuando pasé a recoger unas cosas que había olvidado, no nos hemos visto, ni hablado por teléfono, SMS, o correos o lo que se te ocurra.

—Bueno, queda en ti —finiquitó Fabi ese asunto—. Si realmente quieres saber, tienes que ponerte en acción de una vez por todas. Al menos así podrás dar un paso más en este proceso de superación.

—Supongo…

Georg guardó silencio durante el resto del almuerzo, y Fabi respetó su decisión.

Al despedirse y cada quien pagar su parte, Georg se sorprendió cuando en lugar del habitual medio abrazo, Fabi lo rodeó por completo y lo estrujó contra su cuerpo.

—No te hagas el valiente, si estás mal, sabes que puedes contar conmigo, ¿de acuerdo? Revisa si esas cartas existen, ve con el doctor, come mejor… Sé lo que Gustav significaba para ti, pero también sé que eres fuerte y estarás bien sin él. Prométeme que lo harás.

Asintiendo contra su hombro, Georg así se lo prometió.

No se iba a desmoronar más.

 

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Notas finales:

Nas~!
Ahora sí, no sólo vemos el primer indicio de mpreg con Georg asqueado de algunos alimentos, sino a Gustav de coqueto, plus tres personajes que ni son de la banda como tal pero que le darán sabor a la historia.
Graxie por leer.
B&B~!


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