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Mientras no estabas por Marbius

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4.- Mientras seguíamos adelante (cada uno por su lado)

 

Tal como él había imaginado que sería, Georg saludó a Veronika con un escueto “hola” y ésta tensó la boca en una fina línea.

Dentro del departamento (el que antes había sido su hogar y que ahora le resultaba ajeno a su persona), ocupó un asiento en el sofá de la estancia y esperó paciente a que Veronika regresara con el correo que le pertenecía. En palabras de su exnovia, eran “algunos recibos de la tarjeta de crédito y otros tantos sobres que probablemente eran publicidad”.

Georg no necesitó de mucho para adivinar que algo más había de por medio, ya que Veronika se había comportado más seca de lo habitual, y a pesar del rompimiento amistoso, la energía que irradiaba ella era de clara hostilidad.

—Aquí tienes —le extendió el brazo y le entregó un fajo grueso con al menos diez sobres—. Hazme un favor y actualiza tu dirección en el banco. Es molesto recibir tu correspondencia y no me apetece guardar nada que sea tuyo.

—Mmm —asintió Georg, concentrado en revisar el correo en busca de un nombre en especial. Al final del fajo, las últimas tres cartas resultaron ser de Gustav, y cada uno de los sobres que las contenía estaba roto—. ¿Qué diablos…?

Veronika movió nerviosa el pie a modo de tic, dándole a entender que prefería se marchara. —Ya tienes tu correo, ya te puedes ir.

—¿Por qué están abiertas estas cartas? —Inquirió Georg, sacando el correo de Gustav del resto del paquete y acercándolos a la vista de su exnovia—. ¿Tú las abriste?

Veronika alzó desafiante la barbilla. —¿Y qué si lo hice?

Georg suspiró y moduló el tono de su voz. —¿Por qué?

—¡Jódete, Georg! —Estalló Veronika—. ¡Eso debería preguntarlo yo! Así que, ¿por cuánto tiempo, eh?

—No te debo explicaciones de nada —murmuró Georg, dispuesto a dar media vuelta y abandonar el departamento, pero Veronika se prendió de su brazo y se lo impidió.

—¿Eres gay?

La pregunta sorprendió a Georg, que se tensó de pies a cabeza y hesitó antes de responder.

—No sé.

Veronika río, y en el sonido reinaba una amargura excepcional. —Qué fácil para ti es decir eso. ‘No sé’ —remedó su respuesta con voz grave—, y mientras tanto te lo tirabas. Qué estúpida fui…

—Podemos hablarlo, pero no me voy a disculpar —dijo Georg—. Lo que existía entre Gustav y yo tenía más tiempo que lo nuestro. E hice lo que pude por nuestra relación, Veronika, de verdad… Nunca quise lastimarte, y es por eso que terminamos, porque no iba a funcionar ni ahora ni nunca.

—Sólo me dijiste que había alguien más y que era un hombre, pero nunca mencionaste que fuera Gustav, ni que entre ustedes dos hubiera tanto. No lo hiciste… —Lloriqueó la chica el enjugarse los ojos y girar el rostro—. ¿Te importé siquiera un poco al menos en los años que estuvimos juntos?

—Tú sabes la respuesta.

—No estoy tan segura después de haber leído esas cartas… Le odio. Odio a Gustav, ¿sabes? Es culpa suya que ahora tú y yo no estemos juntos.

Georg denegó con la cabeza, y los guió a ambos de vuelta al sillón.

—No, Gustav no tiene nada que ver. Siempre fui yo. Si nuestra relación no funcionó es porque yo no logré que así fuera.

—¡Pero Gustav-…!

—No se trata de sus errores, sino de los míos. Si quieres estar furiosa con alguien, por favor que sea conmigo. Yo fui quien te engañó, y el que te falló. Sé que estuvo mal, y no lo merecías, pero no puedo hacer nada por cambiar los hechos del pasado. Si de algo sirve… nuestro tiempo juntos fue especial para mí. En verdad te quise como a ninguna otra chica.

—¿Pero no como a Gustav?

—No… —Suspiró Georg—. No como a Gustav.

—Me siento como una tonta… De verdad pensé que nos casaríamos y tendríamos hijos, en cambio ahora… Mi vida es un asco.

—Sé a qué te refieres —dijo Georg.

—Dime —lo enfrentó Veronika viéndolo a los ojos a pesar de las lágrimas—, ¿es por mí o por Gustav que dices eso?

—Uh…

—Esas cartas fueron la puñalada final, ¿sabes? Al principio no las leí por respeto, pero conforme pasaron los días y el correo se acumuló, encontré que era raro. Tres en tan poco tiempo, y desde Argentina además… Pensé: “Sólo una y si acaso Georg me las pide, diré que la abrí por error”, pero una vez que terminé con la primera, no pude detenerme…

—Lo siento —dijo Georg—, nunca tuve intenciones de lastimarte.

—¡Pero lo hiciste, Georg! —Chilló Veronika—. ¡Me lastimaste y mucho! Me prometí que lo tomaría como un adulto, que sería madura al respecto, pero saber de pronto que desde siempre fui un reemplazo para alguien más, que para ti fui un segundo lugar y que en realidad no me querías tanto como yo creía…

—Veronika… —Hizo amagos Georg de tocarla en el hombro, pero ella se lo sacudió de encima.

—No quiero tus disculpas —siseó entre dientes—. Toma tus cartas y lárgate. Si llega otra más, me encargaré de que la recibas, pero por favor no vuelvas. No quiero verte de nuevo en la vida, y en lo que a mí respecta, estás muerto para mí.

—En verdad lo sien-…

—¡No me importa si lo sientes o no! —Gritó Veronika—. ¡Eso no soluciona nada!

Cubriéndose el rostro con ambas manos, Veronika rompió a llorar, y sus sollozos llenaron la habitación. Georg dudó entre quedarse o huir, pero pudo más su lado humano. Arrodillándose frente a Veronika, la abrazó a pesar de sus protestas y repitió hasta el cansancio cuánto lo sentía y lo mucho que lamentaba haber llegado hasta ese punto.

Veronika no respondió nada, pero tras un largo rato, apretó la mano de Georg y éste sintió que un poco del peso que se aposentaba en su pecho disminuía.

No era el perdón tal cual, pero era el primer paso en la dirección correcta.

 

Fechada varias semanas antes, la primera carta empezaba como cualquier otra.

“Georg:

Soñé contigo hace dos o tres noches. En el sueño aparecías de la nada y caminabas al campamento donde nos encontramos, pero con cada paso desaparecías un poco hasta quedar en nada. Luego desperté por el rugido de un puma. El área en la que nos encontramos es su hábitat natural, pero por lo que sé, no atacan a los humanos, así que no hay peligro mientras mantengamos la distancia.”

La misiva se desviaba hacia temas mundanos. Qué hacían, qué comían, dónde se localizaban, quiénes estaban ahí y de dónde eran. Detalles minuciosos y muchas palabras. Cinco hojas por los dos lados con la prolija letra de Gustav, la que él usaba cuando cuidaba hasta el punto de la excelencia la imagen de él que quería presentar al mundo.

Georg leyó cada palabra, absorbiendo los fragmentos hasta visualizar con asombrosa claridad a Gustav y al entorno que le describía. De pronto, frente a él, apareció el campamento tal cual se lo describía, sus compañeros de grupo y la llanura de Argentina que se extendía hasta donde abarcaba la vista.

La carta finalizaba como Georg jamás habría esperado que lo hiciera:

“Conocí a alguien en el avión de México hacia Argentina. Se llama Lena, es rusa. Hubo un clic instantáneo. Nos asignaron al mismo grupo, y desde entonces somos inseparables. Te cuento esto porque no te quiero mentir. Ella me gusta. Tiene unos ojos preciosos y hoyuelos en las mejillas. Y de no ser porque cada noche sueño contigo (o pierdo el sueño por ti), ya habría ocurrido algo entre los dos.

Todavía espero por ti, y cuento los días para que mi regreso se dé a finales de octubre y estés ahí para recibirme.

Tuyo, Gustav.”

Y dos renglones más abajo en la arrugada hoja de cuaderno, en letra más pequeña, lo que Georg buscaba con desesperación: “Te amo”.

Con una sonrisa en labios, Georg recorrió el trazo sobre el papel con un dedo y cerró los ojos.

Era pronto para saberlo con certeza, pero Georg se permitió fantasear con aquel día no muy lejano de octubre en el que Gustav volvería a Alemania (en su imaginación, luciendo un bronceado espectacular y un brazos fuertes por el trabajo duro) y el abrazo en el que se fundirían. Entonces el tiempo que habrían pasado separados cobraría significado, y frente a ellos se abriría el futuro que tanto habían anhelado.

Incluso si ya era tarde para decírselo, Georg se prometió que a partir de ese momento esperaría a Gustav hasta el final.

 

Si se consideraban o no como ‘juntos’, Gustav no lo sabía con certeza.

Claro, se tomaban de la mano, y no escondían para nadie dentro del grupo que incluso se besaban y habían llegado a compartir sitio para dormir en una ocasión en que la camioneta que los llevaba y traía se había averiado a la mitad del camino. Esa noche, Lena había dormido al lado de Gustav dándole la espalda y con el brazo de éste ciñéndose a su cintura, así que hasta cierto punto valía decir que sí, estaban juntos de algún modo.

Por un lado, Gustav no veía problema en que así fuera. Salvo una breve advertencia por parte de John, el cual les había pedido ser discretos a la par que conscientes de cuál era su trabajo más allá de su relación amorosa, el resto del equipo estaba de acuerdo con lo que se desarrollaba entre ambos. Con una seriedad propia de su raza, Lena había asegurado por ambos que así sería; cero dramas, cero peleas, cero escenas candentes. Cada uno era consciente de que su estancia ahí se debía a otros motivos diferentes al de buscar un revolcón (o algo más) y lo cumplían a rajatabla.

Un mes completo después de su primer beso, seguían cumpliendo su promesa al pie de la letra. En parte, porque después de jornadas extenuantes de doce horas, para lo único que les quedaba energía era para darse un baño corto, cenar e irse a la cama. Cada miembro dentro del grupo contaba con un día libre a la semana, pero por mala suerte, el de Lena era los jueves y el de Gustav el sábado, así que no coincidían.

Salvo por ese último inconveniente, lo que florecía entre ambos tenía la posibilidad de fructificar. Para Gustav, Lena era la personificación del buen humor y la risa. Contraria a la popular creencia de que las mujeres rusas eran altivas y serias, Lena desafiaba el estereotipo con una carcajada cantarina y un perenne ánimo alegre que contagiaba a su alrededor. Que además Gustav la encontrara bonita… Y al diablo con un adjetivo tan miserable. En Lena veía Gustav la definición de preciosura. Había una luz en sus ojos azules que destellaba cuando lo veían a él, y eso hacía que Gustav sintiera mariposas en el estómago como no había ocurrido en años. Con Georg… Lo que lo llevaba a enfrentarse con la realidad.

Desde su llegada a Sudamérica, Gustav había escrito y enviado cinco cartas para Georg, más una que descansaba en su maleta y estaba por terminar. Según había entendido en la oficina de correos por explicación de un empleado que hablaba un inglés decente aunque con terrible acento, las misivas tardarían por lo menos tres semanas en cruzar el mundo, e incluso así no había garantías de que llegaran a su destino. Gustav no tenía manera de saberlo, porque como le explicó a Georg en la primera carta, su domicilio no era permanente, y responder de vuelta se escapaba de sus posibilidades.

Mientras tanto, Gustav fantaseaba con la idea de Georg esperando paciente cada carta suya, aunque con cada día que pasaba se imponía sobre él la posibilidad de que éste se negara a leerlas, que no le importara, o que simplemente no llegaran a su mano. Un abanico de diferentes escenarios, en su mayoría negativos, se abría ante él, y era imposible predecir el futuro cuando de cualquier modo, había una probabilidad de cero en recibir una respuesta.

Además (y Gustav odiaba pensar en ello), hasta cierto punto había un atisbo de culpa que lo hacía experimentar vergüenza. Por un lado, Lena y por otro Georg, ambos sin saber la verdad de cuál era el papel del otro en la vida de Gustav. Para Lena, Georg era un buen amigo desde casi la infancia, y para Georg Lena era una compañera de trabajo con la que Gustav había hecho buenas migas.

Gustav no estaba seguro de cuál sería la norma de etiqueta en esos casos. Técnicamente, él y Georg habían terminado en esa última llamada por teléfono, y a la vez, se negaba a creer que fuera así. A un lado quedaba el no haber formalizado lo suyo a pesar de los años, pero en algo tenía que contar el tiempo que habían transcurrido juntos. También era cierto, por esa misma regla de tres, que él y Lena tenían algo en ciernes, que sin título de propiedad ni nada, a los ojos de los demás los apartaba y los volvía uno. Al menos dentro del grupo de Caring Hands, ninguna otra persona habría intentado ligar con ellos porque no entraban en la categoría de solteros. Sin llegar a hablarlo, Gustav estaba seguro de que Lena al menos los describía como novios, y él estaba llegando a creer que era así.

Al menos hasta que Georg volvía a aparecer en su cabeza y entonces se hacía un lío.

—Lo estás haciendo de nuevo —interrumpió Lena sus pensamientos ya tarde en la noche cuando estaban de regreso en el campamento y esperaban su turno para usar la regadera improvisada con la que contaban. Luego de un día trabajando en la tierra y a merced de los elementos, habían sudado hasta oler como verdaderos campesinos.

—¿Qué cosa?

—Arrugar el ceño hasta formar un surco entre ceja y ceja.

—Oh, ¿en serio? —Gustav se llevó la mano a la frente, y la piel bajo sus dedos se sintió tensa y sucia—. Estaba pensando en casa.

‘Casa’, en un acuerdo tácito entre ambos, implicaba su ciudad, su hogar, sus seres queridos… Para Gustav, además significaba ‘Georg’ con todo lo que representaba.

—Estoy un poco nostálgico esta noche —confesó Gustav.

—¿Pensando en… alguien en especial? —Tanteó Lena el terreno. Su mano había ido a dar a la rodilla de Gustav, y éste no dejó de apreciar el ligero apretón que le daba.

—Tal vez.

—¿Sigue siendo complicado? —Hizo notar Lena conversaciones anteriores. Gustav seguía sin revelar el nombre (o el sexo) de su anterior pareja, pero había explicado un poco de su situación, y los términos de su partida. Al menos hasta saciar la curiosidad momentánea de Lena.

Sabía que eran celos, ¿qué si no? Y Gustav había sido honesto desde un principio: Estaba cobrándole afecto a Lena, y en otro momento seguro habrían progresado más rápido, pero a la vez, existía otra persona y era por quien Gustav todavía perdía el sueño.

Tan simple como ser honesto; no tan fácil para Lena que cada día se enamoraba más sin verse correspondida al cien por ciento.

—¿Has intentado al menos llamarle? —Prosiguió Lena con otra pregunta al ver que Gustav se perdía entre las brumas de la melancolía—. Enviar cartas está bien, pero si no tienes una respuesta de vuelta, es torturarte gratis, ¿no crees?

—Puede ser…

—En fin, sé que no es mi asunto —dijo Lena, retirando su mano, no sin antes depositar un beso en la comisura de los labios de Gustav—. Es mi turno en la ducha. Muero por irme a la cama lo antes posible.

—En un rato te alcanzo —murmuró Gustav, a sabiendas de que tardaría al menos una hora más para mover un músculo.

Así pasaba, porque Lena no era Georg y Gustav no podía engañarse al respecto.

Por enésima vez en lo que iba de su día, se preguntó si en verdad había cometido el error más grande de su vida al marcharse como lo había hecho; si al poner distancia entre él y Georg por un sueño heroico de la infancia había arruinado lo mejor de su vida.

«Tal vez sí», pensó Gustav, «tal vez no».

Ciertamente la respuesta no la tenía nadie, y torturarse con el “¿qué tal si…?” no conducía a nada, pero… Poco a poco el arrepentimiento iba ganando, y eso, por sí solo, ya era la señal que necesitaba.

Esa noche, con Lena abrazada a su lado, Gustav volvió a padecer de insomnio.

 

—Luces… diferente —dijo Melissa, la madre de Georg, cuando éste por fin se dignó de visitarla tras una larga espera de meses. Fiel a su costumbre, antes de que su hijo cruzara el umbral de la puerta, ya parecía pronosticar de qué se trataba y hasta podría deletrearlo sin esfuerzo—. ¿Y bien? ¿Cuál es tu excusa para no visitarme por tres meses?

—Aw, mamá… —Georg se inclinó para besarla en ambas mejillas. Igual que en su niñez, la cercanía de su presencia le reconfortó—. Estaba ocupado.

—Sumirse en la miseria no cuenta como ‘ocupado’ —ironizó su progenitora—, pero al menos me alegra ver que traes ropa limpia.

—Y planchada —bromeó Georg cerrando la puerta detrás de sí y siguiendo a su madre hasta la cocina.

En el ambiente flotaba el delicioso aroma del puerco con jengibre y papas por el que Melissa era famosa en Navidad. En otro momento a Georg se le habría hecho agua la boca por el gusto de probar uno de sus platillos favoritos, pero en su lugar se le acidificó la saliva y presuroso se llevó la mano a la boca.

—¿Qué pasa? —Inquirió Melissa, arrugando el ceño—. ¿Estás enfermo?

—De repente sentí ganas de vomitar, no es nada —dijo Georg abanicándose con la otra mano—. Ya se me pasó… Debe ser algo que comí porque tengo así ya un rato.

—¿Días? —Siguió Melissa con su interrogatorio. Muy en su papel de madre, le puso el dorso de la mano sobre la frente—. Pues no tienes fiebre, pero igual podría ser una intoxicación. ¿Cuánto tiempo tienes así?

—Uhm…

—Georg…

—Ok, ok, un par de semanas —confesó Georg en voz baja—. ¡Pero no es nada grave! —Se apresuró a defenderse—. Sólo he llegado a vomitar una o dos veces, y casi siempre después del desayuno, así que creo que es por comer demasiado con el estómago vacío.

—Mmm… Ahora que lo dices, te veo más delgado —continuó Melissa—. Siéntate, anda. Te ves pálido.

—Te digo que no es nada… —Rezongó Georg, pero obedeció a sabiendas de que su madre no tomaría un ‘no’ por respuesta—. Es sólo que… han pasado tantas cosas en tan poco tiempo. Uhm… Gustav me escribió desde Sudamérica, mamá.

—¿Oh?

—Y ya no sé… —Georg resopló y apoyó los codos sobre la mesa de la cocina—. Un momento pienso que lo voy a esperar y al siguiente recuerdo que mientras yo estoy aquí sin poderme comunicar con él, Gustav pasa todo su tiempo con una tal Lena.

—Vaya, y yo que pensé que-… —Melissa se detuvo—. Bueno, olvídalo.

—¿Qué era gay? —Adivinó Georg la idea que pululaba en la mente de su progenitora—. Pues no, y ya que estamos, yo tampoco. ¿Recuerdas? Veronika, mi novia de varios años. Si acaso, bisexual.

A la par que revolvía la sopa y la sazonaba, Melissa se dio tiempo para dedicarle una mirada por encima del hombro y reírse.

—¡Hey! ¿Qué quieres decir? —Saltó Georg a defenderse—. ¿Qué es tan gracioso?

—No olvides que soy tu madre —le recordó Melissa blandiendo la cuchara que llevaba entre los dedos—, y aunque sea vieja no por eso soy tonta.

—Yo no dije nada de eso —murmuró Georg—. La cuestión es que… Uhm… —Repitió por tercera vez en menos de dos minutos. Era como si su cerebro de pronto hubiera tomado unas vacaciones, y con él todo pensamiento coherente.

Georg acusó al cansancio que desde la partida de Gustav se había apoderado de su cuerpo. Aunado a la mala alimentación, ya ni se sorprendía cuando a mitad del día se sentía tan agotado que necesitaba tomar una siesta de por lo menos dos horas.

—Dime, Georg —le llamó su madre la atención—, ¿cuánto tiempo tienes exactamente así?

—¿Enfermo? Diría que… dos, quizá tres meses. No estoy seguro de la fecha exacta, pero sí que fue después de que Gustav se marchó —susurró lo último—. Y no quiero que te preocupes, ¿vale? Fabi ya me lo dijo, y también Franziska. Ya compré un multivitamínico y estoy mejor que antes.

—‘Mejor que antes’ no significa ‘bien’, espero que lo entiendas —dijo Melissa, cubriendo la olla con la tapa y girándose para enfrentarlo sin distracciones—. Yo también estaba preocupada por ti, pero no quería interferir en tu vida. Eres un adulto y vives por tu cuenta desde los dieciséis, eso lo respeto, pero no me gusta que me apartes cuando es evidente que estás pasando por una mala racha.

—Mamá… —Georg se presionó la nariz entre dos dedos y por una fracción de segundo lamentó haber acudido a su casa materna. No tenía ganas, ni mucho menos fuerzas para discutir—. Si te soy franco, estoy un poco harto de que todos tengan una idea de mí que me haga parecer de lo más patético. Gustav se fue, ¡y qué! Yo he seguido con mi existencia desde entonces. Pago mis cuentas, preparo mis alimentos, hago mis compras. Es cierto que no la estoy pasando de maravilla, y que duele como los mil demonios, pero también es cierto que sigo adelante.

—Lo sé, cariño —dijo Melissa en tono conciliatorio—; sé lo que Gustav era para ti y que todo esto debe de ser terrible para ambos, pero… No puedo evitar sentirme preocupada. ¿Te has visto al espejo recientemente?

—Sí, y no soy ciego. Me veo enfermo y acabado, pero te juro que hago lo que puedo para solucionarlo.

—¿Fuiste al doctor? ¿Cuándo tuviste tu última revisión médica? —Presionó Melissa—. Tomar vitaminas está bien, pero si apenas comes, de poco sirve. Recuerda que tu salud va prim-…

—¡Ya te dije que no es nada! —Gritó Georg, para arrepentirse al instante al ver la cara de miedo con la que su madre reaccionó—. Lo siento, yo-… —Se pasó la mano por el cabello anudado y volvió a suspirar—. Tal vez tengas razón…

—No quiero que pienses en mí como una de esas madres histéricas que se meten donde no les incumbe, pero también recuerda que eres mi único hijo, y deseo lo mejor para ti. El doctor Borsch te atenderá esta tarde cuando terminemos de comer. Él ya te está esperando.

—¿Pediste una cita sin mi permiso? —Preguntó Georg un tanto ofendido—. ¿Cómo podías estar segura de que iba a aceptar?

—Porque aunque lo niegues, sé que tú también eres consciente de tu estado —dijo Melissa, reduciendo la distancia entre ambos y abrazándolo contra su cuerpo a la altura de pecho.

Sentado Georg y Melissa de pie, les dio a ambos la impresión de retroceder en el tiempo, a aquellos años en que Georg era un niño pequeño y su madre el centro de su universo.

—¿Irás? Prometo que si todo sale bien no te volveré a molestar al respecto —murmuró Melissa contra su coronilla, a la par que le acariciaba la espalda con un brazo—, y sólo para estar seguros.

Dispuesto a negarse, Georg reconsideró sus opciones, y con rabia recordó lo difícil que se había vuelto subir las escaleras en su nuevo departamento. Su salud se había deteriorado mucho en las últimas semanas, y engañarse no traería consigo la sanación.

—Ok —concedió al cabo de largos minutos en silencio—, iré con el doctor Borsch, pero ya verás que será una tontería como una infección de estómago o algo así.

Tal como había dicho Georg, lo que el doctor iba a encontrar iría más sobre las líneas de ‘algo así’.

 

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Notas finales:

Nas~!

Y como dicen por ahí, en algún lugar del mundo ya debe ser martes. En fin… ¿Cuántas quieren odiar a Gustav? Me ha costado lo suyo meter a Lena de por medio, y entre una cosa y otra, sigue sin aparecer claro y contundente el por qué hay mpreg como parte del fic. Pero pronto, muy pronto… ¿Han visto las pistas que he dejado aquí y allá? Como no quiero que éste sea uno de esos fics donde la primera opción para un simple malestar matutino sea el embarazo, lo alargaré hasta que la barriga y los hechos sean ineludibles.

Mientras tanto, espero que disfruten. Graxie por leer -y doble graxie a quien se tome la molestia de comentar.

B&B~!


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