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Mientras no estabas por Marbius

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5.- Mientras avanzábamos un paso en la dirección correcta

 

A finales de julio pudo por fin Georg decir que su vida se estaba encarrilando e iba por buen camino.

Casi.

Por una parte, grandes decisiones, empezando por una nueva mudanza. “Nueva perspectiva, nueva casa” dicho a modo de mantra hasta el hartazgo. Del apartamento en el que apenas había vivido un par de meses, poco quería saber. El sitio era pequeño y anodino, no lo que él había tenido en mente a largo plazo cuando firmó el contrato de arrendamiento. Claro que por aquel entonces su plan era esperar a Gustav y después juntos buscar una nueva residencia que cumpliera los requisitos mínimos para ambos.

Con abandonar este departamento y buscar un lugar mejor, Georg sintió que estaba dejando atrás la esperanza de ver su futuro al lado de Gustav, y dolía, pero a la vez era un paso necesario iniciar su lento camino de recuperación.

—Menos mal que nunca desempacaste —le dijo Fabi a Georg la tarde que eligieron subir cada caja y mueble a la camioneta de mudanzas que habían rentado para la ocasión—. Es casi como si desde un inicio estuvieras planeado cambiar de residencia. Otra vez.

—Algo… así —admitió Georg, apilando una caja en extremo pesada sobre la superficie más cercana—. Ouch… Me mata la espalda.

—No me extraña, con la poca condición física que tienes ahora. ¿Ya no sales a correr?

—Un paso a la vez, Fabi —murmuró Georg.

—Vale. —Cargando dos cajas a la vez, Fabi salió por la puerta principal y dejó solo a Georg con sus pensamientos.

A solas, Georg liberó despacio el aire de sus pulmones y se dejó caer sobre el único sofá que todavía quedaba. Una reliquia de cuando la banda entera convivía bajo un mismo techo, y que estaba lleno de manchas de comida y pequeños agujeros. Como parte de su nuevo inicio, ese sofá iba a ser donado para la beneficencia, y con ello venía el peso de tener que ir a una tienda departamental y comprar todo nuevo.

Georg hizo una mueca al imaginar la titánica tarea que se presentaba frente él cuando en ese punto de su vida apenas contaba con la energía suficiente para salir de la cama en las mañanas, ni hablar de decorar una casa completa, siendo él tan negado en el tema, además.

Lo que era peor, tenía que hacerlo. Por su bien, por salud mental, y para demostrarle a las personas a su alrededor que estaba bien. Que siendo honesto, no es que estuviera bien-bien, sino más bien a secas. Quienquiera que hubiera dicho ‘el tiempo lo cura todo’, estaba en lo cierto. No que en el particular caso de Georg las heridas no rezumaran más, pero al menos en su corazón se empezaban a apreciar las primeras cicatrices, prueba de que podría seguir adelante sin Gustav.

De ahí que poco a poco, a pasos de anciano y con un bastón emocional, Georg había ido recuperando su vida de antes. De nuevo tocaba el bajo, hacía las compras y pagaba las cuentas a tiempo. La prueba de su buena voluntad para superarlo fue tan simple como despertar una mañana y cambiarse de ropa en lugar de pasar todo el día en casa con el pijama sucio y una barba de varios días. No que la suya tuviera algo que envidiarle a las de los gemelos en LA, pero Georg sentía que el look artificialmente desaliñado no iba consigo.

Hasta cierto punto, la normalidad de antes seguía siendo la del ahora… con pequeñas diferencias.

Entre los positivos, al menos podía contar agradecido con una salud que de vuelta era decente. Minus el cansancio que de vez en cuando lo atacaba en los momentos más inesperados, o el sueño inoportuno que lo obligaba a acostarse antes de medianoche y dormir sus buenas ocho horas como mínimo, Georg podía decir que se encontraba sano. Luego de la visita al doctor Borsch y una revisión exhaustiva, nada anormal había salido en sus resultados. Simple y vulgar anemia que ahora combatía con suplementos de hierro y una mejor alimentación. De las fluctuaciones de peso y las náuseas de antes ya no quedaba ni el recuerdo. Así como había perdido una talla sin esfuerzo, Georg la volvió a ganar conforme pasaron las semanas, y suponía él, por falta de ejercicio, ya estaba ganando otra más que se le notaba en torno a la cintura cada vez que vestía sus jeans favoritos.

—Cambios, cambios y más cambios… —Dijo Georg a aire.

Su plan de vida, el que no iba a incluir a Gustav hasta su regreso (y después haría las modificaciones necesarias), iba por la línea de agarrar valor y hacer lo que tenía que hacer. Tan simple como eso. En primer paso, mudarse. Y para ello, Georg había pasado todo el mes buscando casa en Magdeburgo; ahí, por comodidad, y casa en lugar de departamento porque estaba harto de los pasillos estrechos y la falta de privacidad. No era como si no pudiera permitírselo tras años de duro trabajo en la banda, y por ello era ahora el flamante dueño de una residencia en la parte este de la ciudad. Cuatro habitaciones, cuatro baños completos, piscina, jardín amplio, y lo mejor de todo: Ningún vecino en la cercanía. Georg había sido cuidadoso en extremo al limitar su interacción con posibles conflictos, y para ello necesitaba espacio y distancia.

De ahí que Fabi, su madre, y pocas personas más supieran de la dirección exacta. Georg prefería reservarse mientras le fuera posible y disfrutar de la soledad, porque como se recordó con acritud, tendría que acostumbrarse al menos durante un tiempo…

—Tómalo con calma —interrumpió Fabi su descanso. Con una mano se limpiaba el sudor de la frente, y parecía acalorado—. Maldito verano. No pudiste elegir una temporada peor para mover tus bártulos de lugar, eh.

—Hasta para mí ya estaba resultando cansino el buscar dentro de las cajas cada vez que necesitaba algo.

—Al menos debo admitir que te has comprado una casa magnífica —elogió Fabi su nueva residencia—. ¿Tienes algún plan para las reformas?

—Bueno… —De nuevo en pie, Georg se dirigió al refrigerador y sacó dos latas de coca-cola, una para él y otra para su amigo—. Por seguro quiero que uno de los cuartos sea un pequeño cuarto de ensayos. Necesito primero insonorizar las paredes, pero tampoco creo que importe mucho porque no hay nadie cerca para quejarse.

—Eso no lo sabes, puede servir en el futuro. Gracias —aceptó la bebida, y sin mucha ceremonia la abrió, bebió un trago y soltó un descomunal eructo—. No vas a vivir por siempre solo…

—Bah, no creo que sea pronto —desdeñó Georg la idea, bebiendo también un sorbo y disfrutando del burbujeo en la lengua—. Si llega a pasar, entonces lo consideraré.

—No es si, sino cuándo —señaló Fabi.

—Aún es demasiado pronto para pensarlo —murmuró Georg incómodo. En cierto modo, siempre lo sería. Por mucho que se engañara apreciando sus progresos, diez años al lado de Gustav y enamorado hasta el tuétano no se borraban del mapa como por arte de magia sólo por poner tiempo y continentes de por medio.

—No, claro, perdona… No quise decir pronto, sino… —Fabi trastabilló con sus explicaciones y por último optó por un acercamiento más leve—. Es decir… Cada vez que nos vemos te encuentro mejor. Un poco fofo pero-…

—¡Hey! —Replicó Georg, esbozando una sonrisa a medias—. No es mi culpa del todo. Estaba anémico, así ni Usain Bolt podría salir a correr.

—Eso no es pretexto. Si sigues así, pronto pasaré a llamarte Geordito.

—Oh, vamos… No es para tanto —rezongó Georg—, falta me hacía.

—Sólo te recuerdo que los extremos son malos.

—Bah, dame un mes y volveré a estar como antes. Mis abdominales serán tu envidia —dijo Georg, alzándose la camiseta y mostrando la pequeña protuberancia que se apreciaba en su vientre. Apenas unos centímetros más de cintura, pero lo suficiente para que sobre la piel se le marcara una línea roja de irritación por el roce con los pantalones.

—Eso quiero verlo, y mientras tanto, ayúdame con esto —señaló Fabi la mesa de centro que también iría a dar para la beneficencia—. Tú ese extremo y yo éste.

—Ya va, a la cuenta de tres: Uno… dos… ¡Tres! —Con gran esfuerzo, Georg logró levantar la mesa a la altura de su cadera y resopló. ¿Tan mal estaba su condición? La espalda baja lo estaba matando, y ya que estaba en eso, el peso también recaía en el resto de su cuerpo. En definitiva, tenía que empezar a ejercitarse lo antes posible.

Durante el resto del día y gran parte de la tarde, Fabi y Georg vaciaron el departamento y lo limpiaron para recuperar el depósito de arrendamiento. Para entonces, todas las cajas ya se encontraban en casa de éste último, y el camión de mudanzas ya había vuelto a la agencia. Entregando la llave al que había sido su casero, Georg experimentó un vago sentimiento de melancolía; pese a los recuerdos tristes que se habían acumulado en tan poco tiempo dentro de las cuatro paredes del que a partir de ese momento sería su exdepartamento, no podía evitar el sentirlo como el fin de una etapa en su vida, y al miedo del cambio acechaba sobre su hombro, listo para atacarlo apenas pusiera el primer pie sobre el rellano de salida.

—Muchas gracias por todo, hasta luego —se despidió del casero, un amable viejecillo de cabeza blanca y nariz ganchuda que le entregó el depósito en un sobre blanco apenas revisar por dos minutos las habitaciones.

—Buena suerte, muchacho —respondió a su vez, estrechándole la mano—. Suerte con todo.

Georg asintió; por su bien, que así fuera.

Ya en la calle, Fabi esperaba por él en su automóvil, y traía consigo en el asiento trasero una bolsa de lona que contenía ropa para varios días y sus enseres personales.

Tan buen amigo como desde la primera infancia, Fabi se había ofrecido a pasar con Georg las primeras noches en la nueva casa, y juntos iban a pintar las paredes y elegir muebles. Georg no podía estar más agradecido con Fabi, ya que a cambio éste sólo había pedido un sofá dónde dormir y sus tres comidas como pago por subir y bajar cajas.

Georg no era idiota, sin necesidad de hablarlo, así era como Fabi buscaba asegurarse que Georg no se volviera a desmoronar. La tentación de entrar en un estado semicatatónico era mucha, y volver a caer en los vicios de antes podía llegar a ser una realidad si como única compañera tenía a la soledad. Fabi lo sabía, y bajo su responsabilidad había tomado a Georg como objeto de su afecto.

—Hey, Fabi… —Dijo Georg de pronto, cuando ya tenían media hora dentro del automóvil y se acercaban a la casa—. Uhm…

—¿Qué pasa? —Preguntó su amigo, la vista fija en la calle—. ¿Quieres parar a orinar?

—¿Aquí? Pf, no juegues —denegó Georg—. No se trata de eso, sino… Gracias por todo lo que haces por mí, también por ser mi amigo.

—¿El mejor?

—El mejor. No lo dudes. Jamás podré pagarte todo lo que has hecho por mí en estos últimos meses.

—Awww… Qué lindo —bromeó Fabi, limpiándose una lágrima imaginaria de la mejilla—. Sólo promete que pondrás de tu parte y me sentiré correspondido. No más caras largas, al menos no sin unas cervezas encima, y sólo así te prestaré mi hombro para llorar.

—Lo dice el que empieza a moquear cuando recuerda Hachiko…

—¡Hey! Eso es jugar sucio. ¡Y fue una vez nada más!

Bromeando como solían hacerlo entre ellos, el manto de tristeza que sobre Georg pesaba, se elevó hasta casi desaparecer. De nuevo, la palabra clave era casi.

Aún quedaba un largo tramo por recorrer, y Georg no contaba con certezas de ningún tipo con respecto a Gustav, los rescoldos de su no-relación y las cenizas que todo lo manchaban, pero… Había esperanza.

Al final del túnel, la luz se dejaba ver, y él iba a estar bien.

 

El aviso apareció una mañana en el tablero de corcho donde se colocaban los horarios de trabajo y todas las noticias importantes de la organización. Ahí, en medio de la lista de víveres que se debía comprar para la semana, y la hoja en la que se anotaban las peticiones especiales para cuando iban a la ciudad, estaba anuncio que tanta ansiedad le había producido.

El grupo se iba a separar en partes iguales, y mientras uno iba a subir a Bolivia y permanecer ahí por el resto de su estancia, la otra mitad iba a bajar a las tierras inferiores de Argentina. La cuestión no era cuál de las dos opciones iba a elegir (Gustav se iba a limitar a lanzar una moneda al aire y que el destino decidiera por él), sino el hecho de que Lena había impuesto esa fecha para ambos como el parteaguas de “lo que fuera que hubiera entre ellos”, palabras textuales.

Si Gustav decidía formalizarlo, irían juntos a cualquiera de los dos destinos, si no, cada quien tomaría su maleta y se despedirían en términos amistosos. Esa era la regla de oro: Sin importar qué, serían amigos en honor a la corta temporada que habían pasado juntos.

—Oh, genial —dijo Pete, uno de los miembros del equipo. Gustav estaba seguro de haberlo escuchado decir que era de algún sitio en Norteamérica, pero la localización exacta de su procedencia se le escapaba de la memoria—. ¿Ya elegiste?

—No —denegó Gustav—, en realidad da igual, creo.

—Puede ser, pero siempre quise conocer la Patagonia Argentina. Dicen que hace un frío del demonio, y el invierno promete, pero no me importa.

—Supongo… pero ya he estado en Escandinavia en enero y no me apetece más el frío. Tal vez me decida por Bolivia, todavía tengo que pensarlo.

—No te tardes mucho, recuerda que hay cupo limitado —le señaló Pete la segunda hoja que colgaba del boletín de anuncios. Separados en dos columnas, los dos destinos llevaban el nombre arriba y diez sitios. A cada lado ya había firmas, lo que ponía presión. Pete firmó del lado de Argentina, y sin más se despidió de Gustav.

Aún quedaba para partir una media hora, ese día visitarían una comunidad que se encontraba a dos horas de distancia del campamento, y pernoctarían la noche allá porque el trabajo sería para dos días. Gustav no recordaba exactamente qué iban a hacer, pero estaba seguro que tenía que ver con obras sanitarias, así que se dijo, seguro sería una letrina y excavar hasta tener callos.

Luego de tres meses (la mitad de su estancia), Gustav ya se había acostumbrado al ritmo frenético con el que trabajaban y a la satisfacción que daba el saber que aportaba su granito de arena al mundo. Nada superaba el ver la cara de felicidad de las familias cuando recibían el apoyo que tanto necesitaban, excepto quizá, la idea de volver a casa… Gustav odiaba admitirlo, pero si bien haberse unido a Caring Hands contaba como una de sus mejores decisiones, también estaba nominada a una de las peores.

Su nostalgia por volver a Alemania, con todo lo que implicaba, iba más allá del anhelo de una ducha caliente, una cama blanda o tanto descanso como él quisiera en lugar de jornadas extenuantes; Georg siempre estaba presente para él, e incluso durante los momentos de agotamiento físico y mental, cuando cerraba los ojos, era su rostro el que veía, y el de nadie más.

—Ah, mierda… —Musitó.

—¿Qué pasa? —Preguntó Lena, materializándose a su lado y haciendo que el corazón de Gustav empezara a palpitar como loco.

Con el cabello recogido en una coleta y una gorra calada para evitar quemarse bajo el sol, Lena le sonreía a pesar de lo temprano y la promesa de un viaje sobre la carretera sin asfaltar. A la par de su corazón, Gustav sintió que la sangre fluía rápido hacía otras regiones…

—¿Ya viste el tablero? Es tal como dijeron, Bolivia o Argentina.

—Qué bien. Deja leo. —Acercándose a las hojas, Lena se dedicó a repasar el texto, ignorante de que mientras lo hacía, Gustav la observaba detenidamente y sufría para tomar una resolución final.

Era parte de su naturaleza, y Franziska, una fanática del horóscopo y los rasgos de éstos, juraba y perjuraba que la incapacidad de tomar decisiones a la ligera (él más bien creía que se trataba de darle vueltas a los pros y contras hasta volverse loco e igual no hacer nada) era parte fundamental de haber nacido en la casa de virgo. Cualquiera que fuera la respuesta correcta, no cambiaba el hecho ineludible de que por segunda vez en lo que iba el año, era su deber y sólo suyo el escoger entre continuar con una relación o darle terminación.

—Vaya… no será fácil. Cada lugar tiene sus inconvenientes, ahora entiendo por qué John esperó tres meses para separar el grupo.

—Más bien creo que es decidir si toleras el frío o no. Ahora mismo, la Patagonia debe ser un congelador.

—Y no deja de sorprenderme que estamos a finales de julio y no hace calor. Raro.

Gustav le dio la razón. Una vida en el hemisferio norte habían hecho imposible para él imaginar que en esa época del año tendría que vestir chaquetones gruesos, y que en cambio, a mitad de lo que él consideraba invierno, en esa región vivieran los veranos. Usando la expresión de Lena, no sólo raro, sino rarísimo.

—Uhm, con respecto a eso de dividir al equipo…

—¿Has decidido… algo? Con respecto al lugar, no sobre nosotros —dijo Lena en el tono de voz más neutro que pudo utilizar—. Aún queda una semana antes de partir así que…

—Si te soy franco, no —confesó Gustav con la garganta seca—. El lugar es lo que menos me importa, y en cuanto a lo otro… estoy confundido, Lena.

—Ok, es una respuesta válida —murmuró la chica, no por ello sin un deje de molestia—. De cualquier modo, partimos en quince minutos. John insistió en que no olvidáramos los guantes de carnaza, así que seguro trabajaremos con el pico y la pala. Ugh…

—Sí, ugh… Te veo en la camioneta.

—Vale —se despidió Lena, plantando en los labios de Gustav un beso corto, pero no por ello platónico—. No te tardes.

Viéndola partir en grandes zancadas a través del terreno desigual, Gustav se odió, porque a pesar de la confusión que reinaba en sus pensamientos, era muy diferente de lo que había pasado con Georg. La disimilitud era abismal, como comparar la fuerza de un tornado con la simple brisa de la primavera.

Iba a doler, de eso no tenía dudas. Lena había llegado a ser una amiga cercana, del tipo que sólo la convivencia diaria puede llegar a formar. Era divertida, atractiva, y a pesar de lo ridículo del cliché, le producía un aleteo de mariposas en el estómago cada vez que la tenía cerca. De no haber conocido a Georg, estaba seguro que podría haber llegado a ser muy feliz con ella. Con asombrosa facilidad, podía imaginarlos plasmados en la idílica estampa del amor, celebrando una boda, procreando hijos, adoptando varias mascotas, pagando una hipoteca, viajando en vacaciones familiares y envejeciendo juntos; todo el paquete de una estampa perfecta. Y sin embargo… Qué poco valor tenían en comparación a la otra posibilidad.

Por una vez, la respuesta de cuál iba a ser su camino a partir de ese punto, apareció con nitidez frente a él.

«Un paso a la vez», se recordó, «primero Lena y después, Georg…», y el resto caería bajo su propio peso.

 

Gustav no se fue por las ramas.

Con una serenidad que contrastaba a su habitual proceder en ese tipo de situaciones, Gustav invitó a Lena a pasar su juntos último día libre. Para ello había necesito no sólo cambiar la fecha con alguien más y así su descanso coincidiera con el de Lena, sino que además, con permiso de John, había organizado un pequeño paseo para los dos en la ciudad más cercana. Todavía en Argentina, la localidad era pintoresca por decir lo menos. De un nombre imposible de pronunciar para él (suponía que no era español, sino lengua nativa), optó por dejar de lado las nimiedades y llevar a Lena a comer, y después a caminar por los alrededores.

De la mano de la chica, se sintió seguro de lo que iba a continuación, mas no por ello se sintió menos culpable.

—Lena…

—Decidiste tomar un camino diferente al mío, ¿no es así? —Adivinó Lena sin problemas. Ante el silencio de Gustav, suspiró—. Vaya… no puedo decir que no lo presintiera. Todo era demasiado lindo para ser verdad, y luego esta cita romántica donde te has comportado como un caballero, pero no dejas de parecer distraído, como a mil kilómetros de distancia.

—Lo siento…

—No es tu culpa, yo entiendo. Uhm… eso significa que al volver a Alemania tú… ¿volverás a intentarlo con esa persona que dejaste atrás?

Gustav musitó una afirmación.

—Entonces le tengo envidia, es una chica afortunada.

Decidiendo que iba a ser honesto, al menos eso le debía a Lena, Gustav corrigió aquel pequeño detalle: —La verdad es que se trata de un él…

—¿Él? —Paró Lena su andar y se giró sorprendida—. ¿Él como en… un hombre?

—¿Estás asqueada? —Hizo amagos Gustav de soltar la mano de Lena, pero ésta se lo impidió.

—No, no, para nada, es sólo que… Wow… No sé si lo sospechaba o no, pero eras tan vago cuando hablabas de esta persona especial que… ¿Eres gay? ¿Es por eso que tú y yo nunca-…?

—No —negó Gustav—. Al menos no lo creo. Salvo por él, uhm, mi amigo, siempre he salido con mujeres.

—¿Y entonces por qué no…? Es decir —carraspeó Lena—, no pienses lo peor de mí, pero siempre me extrañó el que nosotros nunca… uhm.

—¿Hiciéramos el amor? —Matizó Gustav la cuestión. Hablar de sexo con soltura no parecía lo adecuado, no después de los besos y caricias compartidos. Lo cierto es que entre él y Lena había ocurrido de todo en esos tres meses, excepto penetración, y así había sido por reticencias del propio Gustav.

—Siempre me detenías cuando estábamos a punto de hacerlo. Al cabo de varias ocasiones en que lo dejábamos a medias, empecé a encontrarlo más extraño que encantador. Me sentía rechazada.

—No quería dar ese paso sin estar seguro. No quería lastimarte o darte falsas esperanzas. No habría sido lo correcto.

—Supongo… —Hesitó Lena—. Aunque lo cierto es que no es lo que esperaba escuchar. Luego de un tiempo llegué a creer que era yo la del problema, que tal vez no me encontrabas atractiva o algo peor.

—Nada más lejos de la realidad —murmuró Gustav—, y la cantidad de agua fría que usé durante las duchas es prueba de lo mucho que me costó mantenerme firme.

—Oh.

Dejando que los pies los guiaran a través de las calles, Gustav se vio sorprendido cuando Lena le dio un apretón en la mano y murmuró bajito, casi inaudible:

—Aún así, me gustaría…

—¿Qué cosa?

—Hacerlo… hacer el amor contigo.

—Oh.

—Pero sólo si tú también así lo quisieras, así que es una invitación abierta. Los grupos partirán en dos días, y es probable que no nos veamos en un largo tiempo… A pesar de que nuestro tiempo fue corto, también creo que fue especial.

—Lo fue… —Dijo Gustav—. Y yo… me gustaría mucho…

Lena sonrió. —Entonces vamos a aprovechar lo que nos queda mientras aún podemos. Al menos por estos días antes de tomar caminos diferentes, sigue siendo mi novio...

El resto de la tarde transcurrió en total tranquilidad. Comieron pan dulce y bebieron chocolate caliente en una posada local, y volvieron a la camioneta a la hora prevista. Se acurrucaron durante el todo trayecto por el camino accidentado que los llevaría de vuelta al campamento, y una vez ahí, hicieron los preparativos necesarios.

Más tarde en la noche, cuando ya todos dormían, fue Lena quien se introdujo en la tienda de campaña de Gustav, y sin emitir sonido alguno, se desnudó a contraluz de la luna.

Y una vez que todo finalizó, Gustav sintió como si una cantidad infinita de piezas de pronto embonaran en el sitio que les correspondía. Le había tomado darle media vuelta al mundo para entender que no había nada de malo en tomar decisiones; la noción de correcto o erróneo no era absoluta, y lo importante es que fuera por propia convicción y no resultado de su miedo e incapacidad para seguir adelante lo que guiara su destino.

Lo que lo llevaba de vuelta a Georg… Y no había culpa en lo que había hecho con Lena minutos antes. Con la chica dormida a un lado y abrazándolo por el costado, comprendió de una vez por todas que era parte de un aprendizaje natural, y sólo ahora podría apreciar lo que Georg valía para él.

Iba tarde en el proceso de madurar, y Georg le llevaba una ventaja tremenda al ser consciente de qué quería, cómo, cuándo y también con quién. También en tener la valentía necesaria para pedir y mantenerse firme, mientras que él había evitado la confrontación huyendo. Pero ya no más.

Esta vez quería estar a la par de Georg, hombre con hombre y no sólo hombro con hombro. Y si para ello era necesario arrodillarse y suplicar, que así fuera.

Gustav estaba dispuesto a todo por recuperar a Georg, y lo iba a demostrar.

 

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Notas finales:

Nas~!

Antes de que quieran ir detrás de Gustav con un cuchillo para cortarle sus partes no-tan-nobles, piensen al menos que esa experiencia le sirvió de algo: Esta vez sí va a decirle a Georg que lo suyo es para siempre. Esta tarde ya empecé a escribir el capítulo que sigue, y promete ser de infarto.

Por cierto, ¿ya vieron la otra pista que solté del embarazo de Georg? Como dije antes, no quiero que sea uno de esos fics donde de pronto el protagonista tiene un bebé y se lo descubren por un simple mareo. Yo aquí quiero ver barriga grande, miedo a un tumor y ¡zaz!, te quedan 5 meses para tener un bebé.

Espero les guste. Graxie por leer.

B&B~!


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