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Mientras no estabas por Marbius

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8.- Mientras te ocultaba la verdad.

 

Georg planeó con milimétrica precisión la escena en la que le daría a Gustav la noticia de que a) estaba embarazado, b) no, no era ninguna broma, y c) sí, él era el padre y a su causa se debía que para cambios de años recibieran a un nuevo miembro en su recién formada familia. Tan simple, e igual de conciso para evitar malentendidos.

Ya que Gustav había hecho una costumbre el llamar los lunes (los suyos) ya tarde en la noche y antes de dormir, justo cuando en Alemania todavía no salía el sol del martes, Georg le ganaba la jugada levantándose temprano y esperando paciente al lado del teléfono, con una taza de café negro bien cargado para resistir.

Aquella ocasión no fue diferente de otras. Gustav habló de lo cansado que estaba y de lo mucho que deseaba regresar a su país, a la par que contaba emocionado el último proyecto en el que el grupo trabajaba. Esta vez se trataba de una edificación que cumpliría funciones de albergue en una pequeña población rural.

—Es algo así como un dispensario del pueblo, y de los medicamentos se encargará el gobierno, así que nuestro esfuerzo ayudará a que se realice antes.

—Wow, eso es genial, Gus —celebró Georg el acontecimiento—. Uhm… oye, quería sólo…

Gustav esperó en la línea un par de segundos antes de de comprobar que la señal no se había perdido.

—¿Georg, sigues ahí?

—Sí, sí… Dame un segundo —pidió Georg.

Llevándose el teléfono el pecho, respiró apresurado un par de veces antes de los nervios se apoderaran de él.

«Tranquilo, no es nada de que estar preocupado», se dijo para recobrar la serenidad, «se trata de Gustav, y ésta en realidad no es una noticia tan apantallante… soy el sexto caso de embarazo masculino en Alemania, nada especial y…»

—¡Georg! —Le llegó de pronto el grito minimizado por la bocina de su teléfono. Con reverencial miedo, Georg se lo acercó a la oreja.

—¿Sabes qué? No era nada… Digo, era tan tonto que ya lo olvidé —rió de su propia salida, y el sonido llegó a sus oídos como artificial.

—¿Estás seguro? —Insistió Gustav—. No quiero que pienses que monopolizo la conversación con mis aventuras en Bolivia. También me interesa saber de ti. Dime, ¿qué has hecho estos días? ¿Seguiste con tu rutina de ejercicio? ¿Has vuelto a salir a correr?

—Mmm, algo así —dijo Georg sin especificar.

Porque correr, lo que se decía correr, pues no. Desde dos semanas atrás y a partir del conocimiento que en su ser se desarrollaba un bebé, había cambiado las pesas y la carrera de cinco kilómetros que a diario hacía, por un rutina más relajada que incluía caminatas largas y estiramientos. Nada rudo, que le alterara el ritmo cardiaco o que en su cabeza le hiciera pensar en riesgo para su embarazo. Fabi estaba de acuerdo, por lo que a diario se veían ya tarde para darle un par de vueltas a la manzana, siempre protegidos tras ropa ancha y sendos pares de gafas oscuras a pesar de lo innecesarias. Todo para mantener el anonimato.

—Ah, ok.

—La verdad es que no he hecho mucho estos días —mintió Georg.

La realidad una muy diferente, pero no podía dar un salto al paso dos, tres y cuatro de su plan, sin antes haber realizado el primero, que era informar a Gustav de su estado. Dependiendo de cuál fuera su reacción, y consiguiente decisión, es que Georg tomaría riendas en el asunto. Hasta entonces…

—Yo… —Empezó Gustav y calló.

—¿Sí?

—He pensando un par de cosas estos días… Nada malo —se apresuró a aclarar—. Más bien, bueno para los dos, es decir, nosotros.

«Está exaltado», pensó Georg con cierto grado de satisfacción. Y eran buenas noticias, porque Gustav sólo se ponía así cuando en su cabeza ya le había dado mil vueltas a un mismo pensamiento y temía verse rechazado.

—Ajá… —Lo animó Georg a proseguir.

—Tal vez te parezca apresurado, y no estás obligado a decir que sí de manera alguna. Es más, yo respetaré cualquiera que sea tu respuesta y-…

—Gus… Nada más dilo, sin tanto rodeo.

—Ok, ok… —Gustav suspiró—. Tú sabes que he cumplido con cada requisito que me has pedido para estar juntos. Mis padres ya lo saben, también tu mamá, e incluso los gemelos…

—Woah, ¿en serio? Alto ahí, que no me han llamado para burlarse o algo igual de impropio. Es más, Tom no me dijo nada en sus últimos correos que me envió, y eso fue hace dos días.

—Nah, los amenacé. Y da lo mismo, porque no actuaron sorprendidos ni nada similar. Al principio pensé que estaban jugando conmigo, pero al parecer ellos también nos atraparon un par de veces en el autobús… Por lo que entendí, mientras promocionábamos Schrei, así que saca cuentas.

—Qué horror —gruñó Georg, cubriéndose los ojos con la palma de la mano. No le apetecía ni imaginar en qué clase de situación comprometedora los habían encontrado para que en lugar de mofarse como habrían hecho normalmente, dieran media vuelta sin jamás confrontarlos. Sobre esos años podía decir sin vergüenza alguna que él y Gustav se lo habían montado sobre cada litera (propia y ajena), en la mesa donde comían, en la sala audiovisual, en el baño, y una vez contra el refrigerador, siempre presas de la necesidad del cuerpo del otro. Pobre su ego por verse expuesto, pero más pobres los ojos de los gemelos.

—Ya, pero prefiero su franco desinterés a sus pitorreos, así que…

—Seh.

Georg se permitió sonreír, e hizo una nota mental de más tarde llamar a los gemelos y darse el gusto de incomodarlos hasta que de una vez admitieran qué clase de escena traumática habían presenciado como para guardar silencio por tanto tiempo.

—Respecto a lo de antes, estamos juntos, ¿verdad?

—Sí, Gus. Estamos juntos —confirmó Georg, inseguro de a dónde iba a parar esa conversación—. A menos que de pronto seas tú el que quiere terminar o que me estés siendo infiel con una sexy nativa…

—No, nada de eso. No tengo ojos para nadie que no seas tú, las manchas en mis sábanas lo comprueban.

—¡Gus! —Chilló Georg, enrojeciendo de golpe—. Aunque muy halagador, no… yo… ¡Gus!

—Vale, vale, es hora de ponerme serio. Sucede que estaba pensando…

—Puedes continuar, Gus —agregó Georg cuando un silencio largo se posó sobre ambos.

—Ya que ahora tienes una casa… yo dejé pagadas las cuentas de mi departamento hasta mi regreso… no es que quiera dar un paso tan grande sin consultarlo contigo… pero sería una buena idea si… ya que estamos dando grandes pasos… qué mejor demostración que las acciones y no las palabras…

—¿Me estás proponiendo que vivamos juntos? —Inquirió Georg con una sonrisa en los labios.

—Sí. Y no creas que seré un gorrón, yo quiero pagar mi mitad de la propiedad y contribuir con los muebles, los electrodomésticos y las facturas. Todo el paquete. No sé qué opines…

Georg cerró los ojos y se dejó llevar por la breve ensoñación de él y Gustav despertando cada día en la misma cama, desayunos en su mesa de la cocina, bañarse juntos bajo el chorro de agua caliente… La lista de posibilidades era larga.

—Me encantaría… —Musitó—. ¿Es lo que tú quieres?

—Más que nada en el mundo, excepto quizá estar a tu lado en este mismo instante —murmuró Gustav, y Georg se lo imagino sonrojado como ocurría siempre que éste se confesaba—. Pensaba que no es necesario esperar hasta que regrese para realizar la mudanza. Me han dado la fecha y estaré tomando el avión durante la primera semana de noviembre.

—¡Falta poco más de un mes! —Exclamó Georg. Costaba creer lo rápido que habían transcurrido las estaciones, ya que apenas unos días atrás había dado comienzo el otoño en Alemania, mientras que en Bolivia acababa de iniciar la primavera.

—Lo sé. Es por eso que…

—No seas tímido, Gus —lo amonestó Georg con dulzura—. Es una idea estupenda. Yo puedo encargarme de los detalles de la mudanza. Fabi me va a aborrecer cuando le diga, pero ya no te odia a ti, así que no tendré que suplicarle mucho rato de rodillas.

—Uhm… discúlpame con él, ¿sí? Dile que fui un idiota y que aceptaré el puñetazo que me merezco por tratarte mal, si eso le hace sentirse mejor. Bien sé que me lo gané a pulso.

—Nada de eso. Todo está perdonado, Fabi no es de los que guarda rencores. Sólo que sí me dio una advertencia para ti.

—¿Cuál es?

—‘Tercer strike, ¡y fuera!’ —Repitió Georg la frase exacta que para él carecía de significado—. Tú entiendes mejor de deportes que yo.  

—No será necesario —dijo Gustav—. No la volveré a cagar.

—Eso espero, y en cuanto a lo de la mudarte conmigo…

Georg y Gustav se enfrascaron en una larga conversación que versó de su próxima mudanza y los cambios que ello traería. Gustav no pidió mucho, sólo que Georg se encargara de vaciar su departamento, recuperar el depósito, y guardara las cajas para ahí decidir que se quedaba y que se iba a la basura. Del resto se encargaría él una vez bajara del avión.

Para ello, Georg tendría que contactar con Franziska, quien al ser el pariente más cercano de Gustav, era la única con llave del departamento y poder legal para realizar tales transacciones en nombre de su hermano.

Georg se comprometió a no demorarse mucho, y fingió tranquilidad hasta que fue el momento de despedirse. Gustav prometió llamar la próxima semana a la misma hora para ver cómo iban los avances, y Georg le dijo ‘hasta entonces’ con un miedo creciente dentro de su interior.

Apenas finalizar la llamada, se llevó las manos al abultado vientre y exhaló el aire de sus pulmones.

Por supuesto que Franziska iba a notar a la primera el no-tan-pequeño cambio en su figura, y haría preguntas, muchas de ellas, y del tipo en que no podría dar una respuesta satisfactoria.

—Maldición —siseó, molesto consigo mismo por haber conversado con Gustav por espacio de casi una hora y no haber aprovechado para darle la noticia del bebé.

Lo admitía sin tapujo alguno: Había sido intencional. El temor de un inicio dio paso al pánico y entonces no se había visto con la fuerza o el coraje suficiente para darle la noticia. Reflexionó, ese tipo de revelaciones debían darse frente a frente, acaso para evitar golpes mientras el otro se desmayaba…

—Ok, la próxima vez será. No lo postergaré más, ¿de acuerdo? —Murmuró para sí, y como señal divina, el bebé en su interior (al que se refería como Regalito por falta de nombre) pateó fuerte contra sus costillas—. ¡Ouch! Ya entendí… Lo prometo, no serás ningún secreto.

No tardó mucho en idear un plan, que en su simpleza era perfecto: No hacer nada.

Mientras tanto, no contactaría a Franziska. Dejaría que los días transcurrieran, y la próxima semana sin falta le daría a Gustav la primicia de que iba a ser padre. Entonces sí, anunciaría entre su familia y la propia que estaba embarazado. Nada ostentoso, haría gala de una entereza envidiable y aguardaría tranquilo el regreso de Gustav. Tan sencillo como chasquear los dedos.

Eso si Gustav no huía a la India apenas enterarse… Lo cual era una probabilidad nada deleznable, pero también un tema en el que Georg no deseaba adentrarse.

Frente a sí tenía siete días, y ya que no tenía sueño a pesar de ser las cinco de la mañana, Georg decidió que iba a desayunar como un rey. Después tal vez una siesta. Y con el resto del tiempo ya vería qué hacer.

Sumido en una fantasía de optimismo color rosa, dejó de lado el hecho que estaba actuando irracional, y que muy pronto sus errores vendrían a morderle el trasero.

Pronto como sinónimo de tres días, más o menos.

 

—O sea que no le dijiste, ¿es eso?

Georg se contuvo para no esbozar una mueca.

—Fabi…

—Georg…

El aludido suspiró. Tal vez invitar a Fabi a cenar en casa había sido mala idea. En su imaginación, Fabi comprendería lo complicado de la situación y el por qué Gustav seguía sin enterarse de nada. En cambio, el Fabi de carne y hueso le reprochaba su cobardía.

—Me quedé en blanco. No supe qué decir o cómo y… No sé, esta es de esas noticias que se dan a la cara y agarrados de la mano, no por teléfono, todo tan impersonal.

—Ya, pero también considera ese pequeñísimo detalle de que él ahora mismo se encuentra en Bolivia, y a menos que quieras volar para encontrarte con él, esa posibilidad de verse frente a frente no es factible.

—Mmm, es que… —Georg le dio la espalda y se enfrascó en su tarea de antes: Cortar las verduras para la sopa vegetariana—. Revuelve eso de ahí.

Fabi se colocó a su lado y siguió sus instrucciones, pero no cejó en su empeño.

—¿Es que qué? —Insistió al percatarse que Georg tenía algo en mente.

—Gustav va a volver en la primera semana de noviembre, ya es un hecho, y si de todos modos ya estoy muy embarazado —enfatizó, apuntándose al voluminoso vientre que le sobresalía al frente—, ¿qué más da si espero ese mes y entonces le doy la noticia? Tampoco es como si pudiera regresar antes. No significará nada.

—¿Es lo que te gustaría para ti si Gustav estuviera en tu lugar? —Replicó a su lógica—. Porque no es cualquier noticia. No es un ‘oye, fíjate que cambié las cortinas blancas por unas color marfil’, porque esto es grande, y no me refiero sólo a tu barriga. Se trata de una vida humana, ni siquiera un cachorrito. De este bebé te encargarás mínimo dieciocho años.

—Es diferente —gruñó Georg, usando el cuchillo y ensañándose con el repollo—. Al principio me costaría creerlo, hasta es factible decir que lloraría un río, pero después lo tomaría como una especie de milagro. Gustav es distinto… Le cuesta asimilar los cambios.

—Linda manera de explicar que le aterrorizan y tiende a correr en la dirección contraria a sus problemas.

—¡Y qué! —Estalló Georg, golpeando la tabla de picar con excesiva fuerza—. Está en su derecho de ser diferente a mí. Todos podemos ser un poco dramáticos de vez en cuando.

Fabi se cruzó de brazos. —No digo que no, es sólo que… Pienso que no estás siendo realista.

—Fabi, por Dios —siseó Georg, abandonando su trabajo y girándose para enfrentarlo—. Ponte por una vez en mis zapatos. Soy un hombre y estoy embarazado. Si crees que no estoy cagado de miedo, pues piénsalo de nuevo. Además de ti o la doctora Dörfler, nadie sabe de mi estado. Ni mi madre, o la familia de Gustav, o mucho menos el propio Gustav. ¿Acaso crees que no me he pasado varias noches sin pegar los párpados dándole vueltas a este asunto? ¡Cualquier plan de acción con el que salga apesta! Pero en verdad creo que esperar un poco sería beneficioso para todos. Yo conozco a Gustav, y no quiero que deje de llamarme sólo porque durante su último mes en Sudamérica se la pase comiéndose el coco al saber que es padre. No lo soportaría, ¿ok? Sólo… Lo necesito conmigo.

—Lo siento —musitó Fabi, sorprendiéndolos a ambos al abrazarlo fuerte, rodeando su cintura tanto como le era posible a pesar de las circunstancias—. Soy un idiota insensible. Por supuesto que te apoyaré sin importar qué decidas. Es tu vida, no me inmiscuiré así, pero no llores…

—¿De qué hablas? Yo no estoy-… ¡Oh! —Sorprendido, Georg se llevó una mano al rostro y se encontró con las mejillas húmedas—. No estoy tratando de chantajearte con lágrimas de cocodrilo.

—Lo sé…

—Y en verdad siento que debo esperar. Gustav es impredecible. No quiero darle oportunidad de que huya.

—Tienes toda la razón.

—Uhm… Y en parte debes de tener la razón, porque Gustav merece saber que va a ser padre, acaso por sanidad mental, pero a la par siento que el teléfono no es el medio correcto.

Fabi respiró contra su cuello, y despacio aflojó el agarre de sus brazos.

—Si es correcto para ti que así sea, pues me toca apoyarte.

—Promete que si resulta que me equivoqué, no dirás ‘te lo dije’.

—Unf —se burló Fabi, soltando a Georg—, no cuentes con ello.

—Al menos lo intenté.

Sin volver a tocar el tema, reanudaron la preparación de la cena.

 

Franziska llamó y desde el primer día insistió en encontrarse, a lo que Georg le dio largas. Se había mudado, lo cual era cierto, pero mintió al declarar su nueva casa como estado de catástrofe. Si bien quedaban aquí y allá unas pilas de cajas que más adelante terminaría por acomodar o tirar, el resto de la residencia estaba bien. Un poco escasa en muebles, y también ya iba siendo hora de que comprara un televisor nuevo, pero nada ni remoto a lo que le describió a Franziska por teléfono.

—No, es espantoso. Me da vergüenza que vengas, Fran. Más adelante mejor.

—Me compromete a no opinar nada —le aseguró Franziska, pero Georg no dio su brazo a torcer.

—En serio, mejor más adelante. ¿Qué clase de anfitrión sería si no tengo ni un sillón en el que te puedas sentar?

Su retahíla de excusas se alargó por espacio de diez minutos, y por último, una no muy convencida Franziska se rindió.

—Ok, entonces veámonos en un café. Gustav está ansioso por finalizar el contrato con su departamento, y lo mejor sería hacerlo antes de que empiece un nuevo mes y tenga que pagar esa renta.

—Sí, oye, pero es que…

Georg se mordió el labio inferior. Semanas antes, quizá se habría atrevido a poner un pie fuera de la casa en un sitio público, pero ahora se lo pensaba dos veces. Ya no era posible disfrazar su estado alegando una barriga cervecera. Claramente estaba embarazado, y el que sus rasgos masculinos destacaran en el conjunto, no contribuía en nada a la discreción.

—No creo que pueda, Fran. Estoy un poco ocupado…

—Puedo ayudarte.

—Preferiría que no.

—Georg… —Hesitó Franziska—. ¿Es mi imaginación o me estás evitando?

—¿Yo?

—Sí, tú, Georg Listing. No cesas de darme pretextos para no vernos, y que todo esto incluya a Gustav me hace sospechar lo peor.

—Todo está bien entre Gustav y yo. Soy honesto, no hay nada raro aquí.

—Claro —ironizó Franziska—, y mi segundo nombre es Crédula.

—Oye, Fran —interrumpió Georg lo que podría degradarse en una pelea absurda—. Tocan a la puerta, tengo que atender, así que ¿hablamos luego?

—¿No quieres al menos que vaya empacando las cosas de Gustav? Después podríamos ir juntos y llevarlas a tu casa. Te ahorraría trabajo.

—Erm… Déjame pensarlo. Luego.

—Luego —repitió Franziska, paladeando el futuro distante y borroso en el que el ‘luego’ reinaba. Bien podría ser nunca, pero luego tenía ese deje de cortesía que se utilizaba para aplacar a la gente jodona, y eso la hizo enojarse.

—Sí, uhm, hablamos después, Fran. Adiós.

—Ajá, adiós.

Georg presionó el botón rojo de llamada finalizada y sintió que con estilo, había esquivado la bala. Se había comprado tiempo, no tanto como para esperar el regreso de Gustav, pero esperaba él, al menos el suficiente para la siguiente llamada del martes. Si para entonces tenía valor… O pensándolo mejor, lo más prudente sería no contestar de ahí en adelante las llamadas de Franziska, y punto. Al menos por unos días.

Con ello en mente, creyó haber encontrado la solución perfecta a su problema.

No así Franziska, quien al otro lado de la línea entrecerró los ojos y empezó a preocuparse.

 

Gustav escuchó paciente a su hermana despotricar contra su oído, y ni una vez la interrumpió en su monólogo de cómo Georg actuaba extraño y la evitaba como a la peste negra. Ni una vez, hasta que ella dejó caer una bomba de cinco sílabas.

—Infidelidad.

En Bolivia eran las tres de la mañana, y Gustav apenas si podía mantener los ojos abiertos, de ahí su pasividad para aceptar la llamada que le hacía su hermana desde Alemania, y aguantar por espacio de diez minutos una lista infinita de razones por las cuales ella creía que Georg le estaba siendo infiel.

Gustav resistió, pero la falta de sueño le ponía malhumorado, y así se lo hizo saber a su hermana.

—Franny, basta…

—¡Pero!

—Me estás diciendo que Georg actúa raro y lo primero que se te ocurre pensar es lo peor de lo peor. ¿No te has puesto a pensar que tal vez está ocupado y ya?

—No contesta mis llamadas desde entonces.

—Porque te estás comportando como una desquiciada.

—Y con justa razón. ¿O qué clase de razonamiento es ese de no vernos porque su casa está sucia? Lo peor es que según recuerdo, pasa todo el tiempo con ese amigo suyo.

—¿Fabi? —Adivinó Gustav sin esfuerzo.

—Ese mismo. No es que crea que se trata de él, pero debes admitir que Georg se está comportando esquivo y de manera sospechosa. Si no tuviera nada que ocultar, entonces ya nos habríamos visto para mover tus cosas del departamento.

—Franny, tú alucinas —dijo Gustav tras un largo bostezo—. Le estás buscando tres pies al gato. Georg no oculta nada. ¿Y qué si no tiene tiempo para encontrarse contigo? Él también tiene una vida.

—¿Es que no encuentras al menos una pizca extraño el que no quiera apurar el que tus cosas estén en su casa? Primero te pide formalizar y ahora parece indeciso. Y tú sabes que quiero a Georg como otro hermano, pero… Yo no te comentaría esto si en verdad no tuviera mis temores.

—Mmm, vale —gruñó Gustav, sentándose en la oscuridad de su tienda de campaña, esperando que aquella conversación suya no tuviera público—. Yo hablaré con él y le preguntaré directamente de qué va todo esto. Verás que no se trata de nada.

—Eso espero…

—¿Y Fran?

—¿Uh?

—La próxima vez comprueba la franja horaria, eh. Sabes que adoro hablar contigo, pero no en la madrugada, jamás antes de la salida del sol. —Sin darle tiempo a replicar, Gustav finalizó la conexión y se volvió a acostar.

Pese a que en verdad dudaba de las conjeturas de Franziska, a Gustav le costó conciliar el sueño. No le apetecía admitirlo, pero sí, Georg se había comportado extraño la última vez que hablaron… Claro que de un extremo al otro, y afirmar además que había un tercero involucrado…

—Pf, patrañas —gruñó Gustav por lo bajo, poco antes de caer dormido—. Es imposible.

Aun así, esa noche tuvo pesadillas que incluían a Georg y a una sombra amorfa con la cual lo había sustituido.

Ese sueño sirvió para plantar la semilla de la inseguridad.

 

La conversación de la siguiente semana no transcurrió como Georg esperaba. Afirmar que había recibido una sorpresa mayúscula era quedarse corto, porque apenas Gustav terminó de hablar, Georg sintió un puño invisible que lo golpeaba en el estómago y lo dejaba sin aliento.

—¡¿Qué?! Tú sabes que yo jamás haría eso, ¿verdad? No habla bien de mí lo que ocurrió con Veronika, pero yo jamás me atrevería a hacerte eso, Gustav. No podría serte infiel, no ahora ni nunca.

—Es lo que le dije a Fran, pero… ¿De verdad la evitas?

Georg apretó los labios, incapaz de mentir. —Un poquito.

—¿Es algo que deba preocuparme? ¿Estás enojado con ella por algo en especial?

—No, no, ella no hizo nada. Pasa que me he sentido cansado últimamente. ¿Recuerdas mi anemia? Creo que está volviendo, y ya fui al médico y estoy tomando vitaminas, me repongo rápido, y por eso no me apetecía hacer todo esto de una nueva mudanza.

—Si te causa problemas, podemos dejarlo tal cual y como está. Cuando yo regrese me encargaré, a menos que…

—¿Uh?

—¿En verdad quieres que nos mudemos juntos? ¿No soy yo presionándote a dar un paso que no quieres?

—Para nada —enfatizó Georg. «Pero es más complicado que eso», pensó con acritud—. Yo me encargaré de hablar con Franny y disculparme por este malentendido.

—Georg… —La mención de su nombre, en ese tono, hizo a éste estremecerse con un nuevo miedo.

—Gus…

—¿Me ocultas algo? Y no me refiero a si me eres infiel… Estas últimas veces que hemos hablado te noto distante, también nervioso… Puedo ser un poco denso, pero no tanto como para pasar por alto que algo te molesta.

—Uhmmm… —Georg mintió como si su vida dependiera de ello—. Es mamá. Hemos discutido por una tontería relacionada a su nuevo novio.

—¿Ethan?

—No, ahora se llama Louis —extendió Georg su maraña de falsedades. Porque sí había un Louis en la vida de su madre, pero el tipo le caía bien, y la culpa de hablar mal de él le sentaba fatal en la lengua—. De verdad que no es nada importante. Perdona si eso hizo que existiera esta confusión. Lo aclararé con Franziska.

—Intenta no enojarte con ella. Ya sé que salió con una idea disparatada, pero sintió que era su deber de hermana mayor el que no me lastimaras.

—Seh…

La conversación entre ambos se desvió a otros temas más mundanos, y la poca determinación que le quedaba a Georg de informar a Gustav de su bebé se evaporó en el aire.

Ya no iba a dar marcha atrás, esperaría a que Gustav volviera a Alemania para informarle de su estado, y en una encrucijada que no había previsto hasta entonces, tendría que revelarle la verdad a Franziska y esperar a que ella se pusiera de su parte para mantenerlo en secreto.

Por el bien común, cruzó los dedos para que el anuncio fuera rápido de asimilar.

Según descubriría después, no podría haberse equivocado más.

 

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Notas finales:

Nas~!
Nueva semana y nuevo capítulo. Ya por fin se está perfilando la idea que me hizo sentarme a escribir este fic hará unos dos meses. Como he ido soltando ahí y allá pistas, ya saben que Gustav regresa a Alemania sin saber que será padre, y ahí es donde tendrá su prueba final. Para como toma las noticias... esperemos que en verdad no pida un cohete a Plutón.
Una cosilla más: ¿Nombres de bebé? ¿Que empiece con G como sus papis? ¿Se les ocurre algo? Yo normalmente tengo mil ideas cuando se trata de niñas, así que cualquier ayuda/sugerencia me vendría de perlas.
Graxie por leer.
B&B~!


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