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Mientras no estabas por Marbius

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9.- Mientras los dos negábamos la realidad

 

Octubre llegó rápido para deleite de Gustav, y con ello inició la cuenta regresiva. Su regreso a Alemania estaba a programado para realizarse al finalizar la primera semana de noviembre, por lo que la emoción de saberse tan cerca de Georg le hizo garabatear al reverso de una arrugada hoja de papel un improvisado calendario en el que día tras día tachaba los números con una cruz.

No podía evitarlo. En su cabeza, la escena del reencuentro se dibujaba una y otra vez hasta el punto de convertirse en su anhelo más importante.

Imaginaba él, nada muy llamativo. Aunque ahí era sólo Gustav Schäfer, un voluntario para Caring Hands en la sede de Bolivia, eso no implicaba que al volver a su país natal no lo reconocieran en el aeropuerto por su fama. De ahí que razonaba una recepción de lo más escueta. Si Georg esperaba por él en el aeropuerto, no habría abrazos ni besos, apenas un apretón de manos y esconderse tras sus gafas de sol y bufandas al cuello que les cubrieran hasta la nariz. Por más que lo intentara, Gustav no lograba vislumbrar otro tipo de bienvenida.

En cambio, su fantasía cobraba fuerza apenas el escenario cambiaba y se veía a solas con Georg… Decir que se le lanzaría encima con desesperación era poco. A pesar del tiempo transcurrido, Gustav todavía recordaba con dolorosa claridad el contacto de su piel, el aroma de su cabello, la suavidad de sus caricias. Si cerraba los ojos, era capaz de visualizar cada pequeño lunar y peca de su cuerpo, y la simple idea de poder redescubrirlos bastaba para ansioso hacerle contar nuevamente los días que faltaban.

Si Georg lo extrañaba con el mismo sentimiento de pérdida, eso él no lo sabía con certeza, aunque lo intuía. De los dos, Georg era quien más abierto se mostraba con sus afectos, y para quien las palabras de amor no representaban una vulnerabilidad, pero también era cierto que últimamente Gustav lo notaba distante. Por teléfono era difícil comprobarlo, y cuando preguntaba si todo iba bien entre los dos, Georg se apresuraba a tranquilizarlo diciendo que sí.

Y Gustav no era ingenuo. Si él era capaz de percatarse a pesar de los kilómetros que los separaban y una línea telefónica repleta de estática, era porque en verdad algo importante estaba ocurriendo, y ningún rechazo que Georg diera a la posibilidad de que así fuera iba a convencerlo de lo contrario.

De buen agrado había dejado Gustav las sugerencias de Franziska caer en saco roto. Georg no lo engañaba -al menos no en ese sentido-, pero sí escondía algún secreto consigo. Lo notaba en el temblor de su voz al inquirir si ocurría algo, la hesitación entre la pregunta y la pausa que pendía entre ambos antes del ‘bien’ que para nada lo era.

Georg no era transparente, y Gustav admitía, él no era muy sensible, por lo que ser capaz de captar todas estas señales a pesar de los contratiempos no hacía sino saltar sus alarmas internas.

Aquellas lúgubres elucubraciones trajeron consigo la preocupación de sus compañeros de campamento. Desde la partida de Lena, Gustav no tenía contacto cercano con nadie más, y sus interacciones se reducían a charlas superficiales durante las horas de trabajo, y largos periodos de silencio cuando descansaba. Los demás habían llegado a aprender que Gustav prefería no ser molestado, y lo respetaban.

Al menos hasta cierto punto.

—Gustav, buenos días —lo saludó una mañana John Pherson cuando se encontraron a la hora del desayuno en la cocina. Una que como tal cumplía las funciones a duras penas, y que éste no iba a extrañar cuando estuviera de regreso en Alemania. Bajo una lona impermeable, con lo único que contaban era un hornillo que funcionaba a base de madera, y cajas en las que apilaban los alimentos no perecederos. En una esquina reposaban los garrafones con agua, y al otro extremo las hieleras donde guardaban todo aquello que era fresco y se consumía en un lapso no mayor a veinticuatro horas después de adquirido.

—Buenos días, John —respondió Gustav el gesto. A pesar de ya estar en pie desde hacía rato, los ojos le picaban por el sueño y el estómago le rugía de hambre. Aparte de él y John, nadie más daba muestras de estar despierto todavía.

Pasando a un lado de su jefe, Gustav cogió media hogaza de pan y le dio un mordisco grande. Al instante, el humor le empezó a cambiar para bien.

—¿Tendrás un momento? —Preguntó John, dirigiéndose a la cafetera. Para él sirvió una taza y después otra para Gustav, que la recibió agradecido.

—Claro. ¿De qué quieres hablar? —John los guió a ambos a una de las sillas plegables que constituían su único mobiliario oficial además de las rocas y el suelo, y bebió un sorbo de su café antes de iniciar.

—Verás… Me sabe mal tener que pedirte esto, en especial después de ver la emoción con la que te expresas frente a tus compañeros cuando hablas de volver a casa, pero…

Gustav apretó la mandíbula. No le gustaba el rumbo que esa conversación estaba tomando. Presentía, y no se iba a equivocar, que la siguiente noticia no sería de su agrado en lo absoluto.

—Estamos un poco cortos de personal. La labor humanitaria es de lo más noble, y lo primero que muchos juran que harán apenas tengan una oportunidad, pero la realidad es diferente, ¿sabes? Caring Hands no es ninguna organización multinacional, y nuestro apoyo se ve limitado a inversores privados. No somos un equipo grande, pero hacemos lo que podemos con los recursos con los que contamos a la mano.

—Si te soy franco, no me sorprende —comentó Gustav, bajando el pan hasta su regazo—. Yo también dudé mucho si unirme a esta partida. No me malinterpretes, en verdad quería ayudar tanto como estuviera dentro de mis capacidades, pero también, en parte, fue una manera que tuve de huir de mis problemas.

—No es nada de lo que te debas avergonzar —dijo John, apretando su brazo—. Lo importante es que estás aquí y has hecho un trabajo excepcional en el tiempo que has estado con nosotros.

—Supongo… pero gracias, John. —Concedió Gustav, esforzándose por olvidar el daño casi irreparable que esa decisión había acarreado entre él y Georg—. Pero dime, ¿de qué se trata esta charla?

—No tiene sentido andarme con rodeos, ¿eh? —John lo miró a los ojos—. Bien, sé que tu tiempo con nosotros termina el próximo mes, pero me gustaría pedirte que permanecieras un poco más…

—John…

—No te niegues todavía. Odio tener que hacerlo, créeme, pero no exageré antes cuando dije que estábamos cortos de personal.

—Pensé que un nuevo equipo iba a llegar antes de nuestra partida —rememoró Gustav. No podía equivocarse, puesto que esos detalles se habían aclarado el día en que recibió la notificación de cuándo finalizaba su periodo en Bolivia.

—La palabra clave aquí es que ‘iba’ a ser así, pero hubo ciertos contratiempos.

—¿Qué?

—Es primavera, y como bien te habrás dado cuenta, algunas regiones están pasando por el deshielo natural. No es nada fuera de lo común, pero este año el clima nos jugó a todos una mala pasada. El campamento que trabaja en esa área tuvo algunos percances, y la población en la que ayudaban también. Uno de los pozos se cegó con una avalancha de lodo, y a causa de la catástrofe, la gente de esta región ha bebido agua de los ríos cercanos. Por culpa de esto, han aparecido ya quince casos de cólera e infinidad más de hepatitis.

—Es terrible —murmuró Gustav. Él recordaba de años atrás cuando su primo Jan se había enfermado de hepatitis por haber consumido agua de un río durante una excursión de verano, y lo mal que lo había pasado durante los dos meses siguientes en que se vio obligado a mantener reposo absoluto y dieta estricta. Si bien la enfermedad no había atentado contra su vida, sí había sido de tratamiento delicado, y desde entonces Jan cargaba con ciertas secuelas que le impedían consumir alcohol o ser candidato a donación de órganos.

—Y que lo digas. Algunos de los enfermos son miembros de Caring Hands, y en ese estado, han tenido que regresar a sus lugares de origen. Como deducirás, irónicamente nos faltan manos para ayudar.

—Vaya… —Murmuró Gustav, bajando la vista a sus rodillas—. ¿Y tu petición es…?

—Que alargues tu estancia con nosotros por un mes más —finalizó John en voz baja—. Entiendo que te hacía ilusión partir en noviembre, pero créeme que no te lo pediría si no fuera totalmente necesario.

Gustav asintió, claro que comprendía el tipo de situación en la que John se veía envuelto, sin embargo…

—Me apena, pero no me veo capaz de darte la respuesta que esperas. ¿Ya le has pedido a alguien más que alargue su estancia?

—De momento eres el primero. Los demás también se esfuerzan, pero tú has sido quien más rápido se ha adaptado al trabajo que hacemos. Si llegaras a aceptar, serías el encargado de la cuadrilla.

—Uhm, vaya —farfulló Gustav sorprendido por el ofrecimiento. Si bien el trabajo se repartía por partes iguales y no existía una jerarquía que pusiera a uno por encima del otro, sí había un jefe que coordinaba las labores y que se encargaba de asignar los turnos y repartir los días libres—. Me halaga, en serio, John.

—Pero no puedes aceptar, ¿se trata de eso?

—Es que… —«Al diablo», pensó Gustav. Sus razones para regresar a Alemania no eran menos válidas porque fueran personales—. En casa me espera mi… novio.

—Oh. Pensé que… Olvídalo.

—Si es por lo de Lena, erm, no soy gay. Soy bi —clarificó Gustav en voz firme, aunque las orejas se le colorearon de un potente tono carmesí. Para él, era una primera vez de salir fuera del clóset ante una persona que no fuera de su familia o amistad cercana—. Y no lo engañé, tampoco a Lena, si es lo que crees.

—No me atrevería —dijo John, mostrando la palma de las manos en un acto de rendición—. Y quiero que sepas que respetaré tu decisión sea cual sea. Irte o quedarte, estás en tu derecho, pero no te mentiré: Caring Hands necesita toda la ayuda que pueda conseguir, y tú vales por tres.

—Gracias, John.

—Al menos piénsalo. Convérsalo con tu pareja, el retraso no sería mayor a un mes.

—Lo tomaré en cuenta —se comprometió Gustav—. ¿Puedo darte mi respuesta en unos días? Primero tengo que hablarlo con mi novio.

—Por supuesto —accedió John. Finalizando los restos de su café, se puso en pie—. Mientras tanto, el show debe comenzar. La salida de hoy está programada para dentro de una hora, así que iré a avisarle al resto del equipo.

—Ok.

Gustav siguió con los ojos a John fuera del toldo, y apenas se vio solo, dejó escapar un bostezo que desde rato atrás pugnaba por salir de su interior. Sabía que debía estar más preocupado por lo que iba a ocurrir, tanto si se iba como si se quedaba, pero no le quedaban fuerzas para luchar contra el destino.

Por una parte -para qué negarlo, y en el proceso pretender engañarse-, ansiaba el reto de aceptar la proposición que le ofrecía John, permanecer en Bolivia (o donde quiera que su labor fuera requerida) y ascender a jefe de su propio equipo. El trabajo físico le sentaba bien, y con toda honestidad, no se había sentido así en años. Suponía él, la vida sedentaria en Alemania tenía sus pros, pero en nada se comparaba a dejarse los callos trabajando con la pala y el pico para recibir una satisfacción duradera e incomparable.

La cuestión era, que de estar solo y sin ataduras con el resto del mundo, Gustav habría aceptado sin hesitaciones de su parte, pero no lo estaba, y su decisión tendría más ramificaciones de las que era capaz de contar con los dedos de ambas manos.

En parte, o mejor dicho, en su totalidad, su proceder iba a estar condicionado bajo el poder de Georg. Porque si Georg decía no, Gustav bajaría la cabeza y lo aceptaría sin protestar.

Al diablo con su balanza interna, donde claramente podía el imaginar un desnivel minúsculo, casi imperceptible, pero que se inclinaba hacia la opción de quedarse. Gustav quería la oportunidad de demostrar su valía, pero no a costa de Georg que esperaba por él con paciencia de santo.

—Carajo —gruñó por lo bajo. El resentimiento tenía que estar conformado de momentos como ése, pero se negó a sucumbir bajo una emoción tan mezquina. No era culpa de Georg, y enojarse por ello sólo acarrearía resquemores innecesarios, por lo que Gustav cerró los ojos y contó sus respiraciones hasta que recobró de vuelta la calma.

Por mucho que le pesara, esta vez haría lo correcto y no cedería al miedo y a sus impulsos egoístas. Acataría las órdenes de Georg y volvería a Alemania.

Noviembre de pronto le pareció más lejos y a la vez más cerca en el horizonte, e implantó en él un regusto agridulce.

 

—¿Franny?

—Uh…

—Di algo, haz algo, reacciona… Lo que sea está bien. Parpadea al menos —suplicó Georg desde su sitio, ambas manos posadas en su voluminoso vientre de seis meses.

—O respira —agregó Fabi—, cualquier señal vale.

Franziska abrió la boca, pero no dijo nada. Su aspecto se asemejó al de un pez, con ojos grandes y la mandíbula desencajada de su sitio.

Georg ya estaba dudando de que su modo de acción fuera el correcto. Para darle la noticia a Franziska, había optado por el método directo. Nada de ir de puntillas sobre cáscaras de huevo. En lugar de ello, le había enviado la dirección de su nueva casa por mensaje, y una invitación abierta a ir a cualquier hora. Fran había replicado que iría apenas salir del trabajo, y fiel a su palabra, así había sido.

Porque Georg quería al menos tenerla en el sofá antes de darle la noticia, había sido Fabi quien se encargara de la puerta y la guiara a la sala.

En un inicio, Franziska no había dado señales de darse cuenta qué ocurría. Aceptó el ofrecimiento de beber agua mineral con limón, y Fabi se había encargado de servirla.

En un intento para apresurar la revelación, Georg se había aplastado la camiseta que vestía, y en un gran esfuerzo que atentaba contra su orgullo masculino, había dejado su vientre sobresalir todo lo que quisiera. Lo cual con seis meses encima y a punto de pasar el tercer trimestre, no era difícil.

Un segundo Franziska hablaba de lo bien ubicada que estaba la casa en el vecindario, y al siguiente su vista se había posado sobre la barriga de Gustav.

Georg contó mentalmente. Uno… dos… tres…

Fue una suerte que Franziska no tuviera agua en la boca o se habría mojado. Con un dedo tembloroso señaló el vientre de Georg y se paralizó.

—Estoy embarazado —confirmó Georg sin necesidad de entrar en detalles—. Seis meses, casi siete. Sí, Gustav es el padre, y no, no lo sabe aún. Ese es mi gran secreto. Por eso te evitaba.

En su imaginación, Franziska reaccionaba con más júbilo. Eran habituales en ella las explosiones de felicidad y los abrazos, por lo que Georg había llegado a creer que apenas darle la noticia de que iba a ser tía, se le lanzaría encima y lo estrujaría hasta cortarle la respiración.

Para nada contaba con que se quedaría sin habla y se encogería en su sitio.

—¿Le reviso el pulso? —Preguntó Fabi al aire, tratando de romper la tensión en el ambiente.

—Uhhh… —Emergió desde la garganta de Franziska. El labio inferior le tembló hasta que azorada se llevó la mano a la boca y se la cubrió.

Georg suspiró. No que esperara un recibimiento ciento por ciento positivo; es más, estaba preparado para el drama de rigor, pero contra el silencio no podía.

—Franny…

—Dame un segundo —masculló ella—, estoy asimilándolo.

—Vale —volvió a suspirar Georg  con resignación. «De tal hermano, tal hermana», pensó con una leve sonrisa elevando la comisura de sus labios. Pese a la infinita cantidad de diferencias que existían entre Franziska y Gustav, de pronto los encontró tan similares en sus reacciones ante el cambio, que el pecho se le llenó de nostalgia. Al menos Franziska seguía sentada en el sillón y no había comprado un boleto más para el primer vuelo a Sudamérica.

—Y yo que venía preparada a confrontarte… Sospechaba que engañabas a Gustav… Precisamente con él —apunto a Fabi, quien se rió sin disimulo.

—No me veas a mí, yo soy hetero, y Georg como un hermano para mí.

—Lo sé, Gustav me lo dijo —dijo Georg como contestación a las sospechas de Franziska—. Y jamás me atrevería a hacer algo así.

—Perdón, fue mi error. Salté a sacar conclusiones precipitadas. Pero esto… esto no lo esperaba, caray… —Franziska se enderezó, y con la espalda rígida, buscó sus ojos—. ¿Es de verdad? Es decir, ¿para nada es una broma pesada?

—Compruébalo por ti misma —dijo Georg, alzándose la camiseta y mostrando su piel.

Franziska abandonó su sitio en el sillón y acercándose a él, ocupó un lugar a su lado. Con respeto reverencial, posó su mano sobre el estómago de Georg, y el contacto quedó relegado en segundo lugar cuando sobre la palma sintió la característica sensación de un golpecito.

—¿Está pateando? — Susurró maravillada.

—Sí —murmuró Georg en un cierto gesto de dolor—. Lo hace a todas horas, ya casi dudo que duerma.

—¿Será una bailarina o un futbolista?

Georg sonrió. —Es un niño. Lo vi en la ecografía. No es más que una mancha gris con un pene bastante reconocible a pesar de las sombras, pero es mi bebé y de Gustav.

—¿Y él no sabe?

—No.

—Qué lío…

—Y que lo digas —se inmiscuyó Fabi—. Por favor sé la voz de la razón y oblígalo a compartir esta noticia con Gustav antes de que sea demasiado tarde.

Tanto Georg como Franziska le dedicaron una mirada de absoluta incredulidad.

— Hey, que estamos hablando de mi hermano, y el muy cabrón es capaz de darse media vuelta y huir fuera de la galaxia apenas se entere de que va a ser padre.

—Eso mismo dije yo —murmuró Georg.

—¡Por Dios santo! —Exclamó Fabi, alzando los brazos para expresar su exasperación—. ¿Es que en verdad planean ocultárselo? ¿Y hasta cuándo?

—El bautizo del bebé. Para que le dé el apellido.

—O mejor hasta que entre al kindergarten.

—Ya que vamos, mejor hasta su cumpleaños dieciocho.

Georg y Franziska estallaron en carcajadas, no así Fabi, que se cruzó de brazos. A pesar de que quería mantenerse serio, en sus labios se adivinaba el inicio de una sonrisa.

—Vaaale, bromas a un lado…

—No es que planee ocultárselo para siempre. Es decir —dijo Georg, enjugándose los ojos húmedos de tanto reírse—, no es como si pudiera salir en tour con un crío en el brazo y que Gustav fuera tan denso como para no darse cuenta.

—No sé… a veces sí que puede ser un despistado de marca —agregó Franziska en voz baja—. ¿Te dije que una vez llamó a tres de mis novios por el nombre de otro que había tenido tiempo atrás? Según él, era la misma persona, y nada de lo que dijera lo hizo cambiar de parecer. Para él, todos eran Aleksander, y al diablo que cada uno tuviera el cabello de color diferente.

—Típico de él.

—Seh.

Sobre ellos cayó un silencio reconfortante. Por mucho que Georg quisiera mantenerse molesto con Franziska por sugerir que estaba engañando a Gustav con Fabi, no podía. Al contrario, era un tremendo alivio tener con quién compartir la dulce experiencia de un embarazo. Fabi era de gran ayuda, pero necesitaba del cariño de una mujer, y aparte de su madre, la primera persona que acudía a su memoria era Franziska.

—¿Exactamente cuándo va a nacer el pequeño?

—Mi doctora calcula que Regalito llegara a finales de diciembre o principios de enero. Es difícil dar una fecha con precisión porque no hay datos de mi supuesta última menstruación y además soy primerizo. Pf, qué raro suena —agregó Georg—. Y soy el sexto caso de embarazo masculino que se presenta en Alemania, así que no soy tan especial.

—¡Lo recuerdo! —Prorrumpió de pronto Franziska, chasqueando los dedos—. Fue un caso muy polémico porque los dos padres eran músicos y tuvieron un par de gemelas. Diablos, no recuerdo el nombre de la banda… Pero no hay error.

—Pues ahí lo tienes, una coincidencia increíble en todos los sentidos. Trabajar en la industria de la música parece ser el detonante.

—¿Y cómo ocurrió?

Georg enrojeció.

—Se refiere a cómo ocurrió el milagro, no cómo tú y Gustav se lo montaban —clarificó Fabi divertido por el bochorno de su amigo.

—Ahhh, eso. —Georg se mordisqueó el labio inferior—. La doctora no sabe con certeza por qué, pero nací con un ovario. En la ecografía era posible verlo como una masa oscura y pequeña.

—¿Sólo uno? Uhm, ¿acaso tú…? —Inquirió Franziska, dejando su pregunta a medias—. No tienes que contestarme si no quieres.

—Sé tan poco como tú de esto —prosiguió Georg—. La doctora Dörfler me revisó y no encontró nada anómalo a excepción de ese ovario que de pronto soltó un óvulo y tuvo la suerte de ser fertilizado. No tengo útero, ni una vagina, pero mi cuerpo se adaptó y Regalito permanece en mi interior sano y salvo. Al menos mientras tenga cuidado y no haga ningún esfuerzo extra. Será diferente después del parto, o más bien de la cesárea, por supuesto…

—Wow, qué locura…

Franziska siguió acariciando su estómago y al cabo de unos momentos, repitió la palabra de antes.

—¿Regalito?

—Es provisional, mientras decidimos un nombre —dijo Georg con una tranquilidad que no sentía. A ninguno en la habitación se le pasó por alto el plural en el verbo, que de algún modo incluía a Gustav incluso si éste todavía no sabía de la existencia de su futuro hijo—. Hasta entonces… Regalito. Porque eso representa para mí, y es el mejor.

—Ok.

—Entonces… ¿No me delatarás con Gustav?

Franziska exhaló el aire de sus pulmones. —No, claro que no. Pienso lo mismo que tú. Gustav no es de los que reciban los cambios de buena gana. Si se lo dices por teléfono, es capaz de desaparecer otros seis meses quién sabe a dónde. Pero…

—¿Pero?

—Es tu decisión la que cuenta. Te quiero como a un segundo hermano y te ayudaré en lo que pueda. Y no es que quiera asustarte, pero…

—Lo sé.

—Gustav es…

—Lo sé, Franny, en serio. —Georg apretó la mandíbula—. Estoy yendo a ciegas en todo este asunto, y me parte en dos el deseo de confesarle que será padre… a la par que me quiero coser la boca para no hacerlo. De cualquier modo, él volverá pronto, y será entonces cuando pueda ser honesto con él. No espero que de buenas a primeras vaya a saltar de alegría, pero quiero creer que… tengo fe en que este bebé, Regalito, será un motivo de felicidad para él como lo es para mí ahora mismo. Con el tiempo, sé que así será, incluso si a Gustav le toma tiempo asimilar y aceptarlo.

Fabi no dijo nada, y lo mismo hizo Franziska. Para ellos dos, Georg estaba tirando sus esperanzas en saco roto, pero intuían, él ya era consciente de ello y prefería darle la espalda a la realidad. ¿Qué finalidad tenía por lo tanto refregarle sal en las heridas?

Su trabajo de ahí en adelante sería apoyar a Georg sin importar qué. Uno a cada lado.

 

—Uhm…

—Uh…

La línea siseó por la estática, y tanto Georg como Gustav guardaron silencio a la espera de que fuera el otro quien dijera algo primero.

—Gus…

—Geo…

—No, tú primero —dijeron al unísono, lo que sirvió para levantar un poco el ropaje de tensión que sobre ambos caía.

—Vaaale —se lanzó Gustav al ruedo—. Hay algo que… una propuesta… John sugirió… ¡pero no es que vaya a aceptarlo!... Aunque me gustaría…

—¿Gus? —Tanteó Georg. De estar hablando por medio de un teléfono antiguo, habría hecho una acción ridícula como enrollar el dedo en el cordón—. ¿De qué se trata?

—Yo… no he comprado los boletos de avión porque…

—¿Sí?

—Me han propuesto quedarme un mes más.

—… ok. ¿Qué con eso? —Georg cerró los ojos y se dejó caer en el respaldo de su silla—. ¿Es que ya aceptaste y es tu manera de decirme que no te espere en dos semanas?

—¡No! —Replicó Gustav veloz—. Más bien… es el modo que tengo para… ¿pedirte permiso?

—Oh. —«Eso es nuevo», pensó Georg. Con una mano en el vientre, dejó escapar un suspiro—. Gus…

—Ya sé, ya sé, prometí que estaría de vuelta en noviembre, y tú más que nadie en el mundo sabes que lo que más deseo es estar de vuelta contigo pero… —Pausa—. ¿Sabes qué? Olvídalo, tienes razón. Mañana mismo le diré a John que no puedo y compraré mis pasajes.

—¿En verdad es tan importante para ti quedarte un mes más? —Preguntó Georg en voz queda.

—No tiene sentido mentir, sí. No estoy diciendo que sea lo más divertido que haya hecho en mi vida. Es cansado. Siempre estoy sucio, sudado. Me duele todo, hasta el dedo meñique del pie izquierdo, por raro que eso suene... Añoro mi almohada, navegar en internet, y plantarme frente al televisor la tarde completa y ver maratones de mis series favoritas. Muero por comer pan negro y beber una buena cerveza alemana. También te extraño tanto que me parte en dos, pero…

—Pero quieres quedarte un poco más —finalizó Georg por él—. Entiendo…

—¿Estás enojado?

—No.

—¿Furioso?

—No. Uhm. Ni siquiera puedo decir que decepcionado. Es… yo también te extraño, y me duele el pecho cuando pienso en ti y recuerdo que estás en el maldito otro lado del mundo, pero tampoco soy un egoísta desalmado.

—Georg…

—¿Un mes, dices? ¿Un mes más?

Ante la quietud al otro lado de la línea, Georg se inclinó al frente. Con la mano que antes llevaba sobre el vientre, se acarició la arruga que se le había formado entre las cejas de tanto fruncirlas. Por insólito que fuera, una sonrisa se dibujó en sus labios. Porque si Gustav se quedaba un poco más en Sudamérica, bien podría él obviar el hecho de informarle que estaba embarazado y comprarse un poco más de tiempo…

—Sí, un mes.

—Entonces… Quédate.

—Georg…

—No, lo digo en serio. Es lo que quieres, hazlo. No dejes que yo me interponga. Ay Diosss… —Rió, y en su risa hubo una leve traza de locura—. Eso sonó terrible.

—Porque lo es —musitó Gustav.

Georg denegó con la cabeza, y reafirmó su negativa con un simple ‘no’.

—Quiero que seas feliz. Y si para ello necesitas un mes más en el otro lado del mundo… que así sea. Prefiero que lo disfrutes y a la par no lo soportes más. Que lo saques de tu sistema, para que al volver, no sientas que quedó a medias. Porque cuando regreses, no toleraré ni una más de tus… huidas. Ni una sola, Gus —sentenció Georg para dejar en claro su parecer—. Tú sabrás que es hora de volver cuando pueda más tu deseo de verme que tu miedo a afrontar los cambios.

Gustav tragó saliva, y el ruido hizo eco en la línea. —Un mes, lo prometo. Sólo un mes.

—Bien —dijo Georg con la boca seca—. Te esperaré.

 

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Notas finales:

Nas~!
Y un nuevo martes ha llegado... Bueno, casi. Ya saben cómo me gusta aprovecharme del hecho de que en algún rincón del mundo ya es martes a pesar de que en mi ciudad sigue siendo lunes.
¿Alguien más se quiere unir al club de 'Castradoras no-tan-anónimas de Gustav'? Admitan al menos que Georg también está cayendo bajo el influjo del miedo, y no decir la verdad siempre es motivo de empeorar el panorama. No diré más que se me puede salir un spoiler.
Motto graxie por leer.
Besucos~!


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