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Mientras no estabas por Marbius

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13.- Mientras las conexiones se cerraban

 

En el sueño de analgésicos y antibióticos, Gustav soñó con Georg. Nada en concreto, simples escenas de la vida cotidiana; recuerdos de años atrás que se mezclaban con una realidad que parecía ser la actual y a la vez no lo era. Como soñar que viajaban de vuelta en el autobús, el primero que tuvieron, aquel con las literas reducidas y donde era un caos ir al baño porque se atascaba más veces de las que no, pero en lugar de recorrer Alemania, se movían por Sudamérica y Gustav los guiaba a través de las praderas de Argentina como si tal cosa, uniendo el pasado con el presente

Gustav también soñó un sinfín de sinsentidos, pero de algún modo, todo se reducía a Georg.

… infinidad de puertas, de todos colores y tamaños a través de las cuales buscaba a Georg. A veces lo encontraba, y otras, despertaba al dolor sin lograr dilucidar dónde se encontraba.

… volar, y entre las nubes esponjosas y húmedas que le empapaban unas alas semejantes a las de los patos (en color y forma), buscaba a Georg, a quien presentía en lo cercanía y a quien a veces, sólo a veces, vislumbraba entre la condensación del paisaje nuboso.

… por último, repeticiones de lo último que recordaba. Ahí Georg suplantaba a Lena y Gustav lo guiaba dentro del restaurante, apoyando una mano sobre la parte baja de su espalda. No le veía el rostro, pero reconocería su cabello donde quiera que estuviera y sin importar el tiempo que llevaran sin verse. Todo era igual; a su alrededor, el mundo se desmoronaba. Gustav intentaba empujarlos bajo la mesa, y entonces la figura de Georg se apreciaba de perfil. En brazos llevaba un bebé, y Gustav temía dañarlos a los dos.

Entre el sueño y la inconsciencia, Gustav pasó la semana siguiente después del terremoto durmiendo veintitrés de las veinticuatro horas del día. De vez en cuando despertaba, y el delirio de la fiebre le hacía comportarse errático y arrancarse el suero del brazo o luchar contra las enfermeras. Una o dos veces reconoció a Lena a su lado, pero antes de que pudiera preguntarle qué ocurría, dónde estaban y por qué llevaba ella vendada la cabeza, volvía a sumirse en un estado de ausencia.

Después volvía a soñar con Georg, y el ciclo se repetía.

 

En ningún momento tuvo Lena el corazón para separarse de Gustav.

Una vez que los rescataron y la ambulancia los trasladó al hospital más cercano, Gustav pasó directo al quirófano para ser atendido, y a Lena la llevaron a otra sala de urgencias para sutura y limpieza. Resultó que salvó unos cortes aquí y allá, y una cantidad considerable de moretes y magullones, Lena se encontraba bien. Estaba débil por el hambre y la deshidratación de varios días, pero su pronóstico final fue alentador: Pasaría la noche en observación y después sería dada de alta.

Gustav en cambio…

Lena tuvo que implorarle a una de las enfermeras que iba y venía entre las camillas atendiendo heridos para que le dedicara dos minutos de su atención. En un inglés chapucero, suplicó por información respecto al otro paciente que había llegado con ella en la ambulancia, y la enfermera le informó que esos datos eran confidenciales a menos que entre los dos existiera algún vínculo.

En el impulso del momento, Lena no perdió tiempo para elaborar una mentira. —He is my boyfriend! —Afirmó con vehemencia y clavando su mano en el brazo de la madura enfermera. «Es necesario», razonó Lena después cuando un doctor se presentó con ella y le dio una descripción detallada de las heridas de Gustav y le tendió unos formularios que debía firmar como responsable.

A pesar de un lacerante dolor de cabeza que le palpitaba en las sienes, Lena leyó cada palabra de los impresos y se enteró de que el estado de Gustav era como menos delicado. Tal como se lo había temido, su pierna estaba rota en tres sitios diferentes, y uno de los fragmentos de hueso se había expuesto a la altura de la pantorrilla. De ahí que el sangrado mientras se encontraban atrapados bajo los escombros fuera tan profuso. Era necesario operar, y tendría que llevar una prótesis externa, porque de conformarse con una férula, existía la posibilidad de que el hueso soldara mal y le quedara una pierna más corta que otra. Lena sintió ganas de llorar al saber que Gustav se vería postrado en una silla de ruedas mientras sanaba por al menos los tres meses siguientes.

Además de la pierna, también se había roto cuatro costillas, y a punto había estado de que una le perforara los pulmones en su estadía bajo tierra. Lena recordaba haberlo escuchado respirar con dificultad, y supuso que además del polvo inhalado, también se debía a eso. El resto de los golpes y las heridas era similar al suyo; había sido necesario suturarlo aquí y allá sin que la cantidad de puntos superara los diez por área. También tenía moretes por todo el cuerpo, pero sanarían. Antes de la próxima primavera (la de su hemisferio) ya estaría como nuevo, salvo por un par de cicatrices de las que seguro presumiría por ser hombre.

La mayor preocupación de los médicos, además de la pierna, si es que querían evitar secuelas a corto y largo plazo, era estabilizarlo, y para ello lo habían pasado a piso, y conectado al suero por un brazo y a una transfusión de sangre por el otro.

Mientras los efectos de la anestesia pasaban, Lena se ocupó comiendo algo en la cafetería del hospital. Para horror suyo, descubrió tarde que salvo su teléfono móvil (sin batería y tampoco el cargador) no llevaba encima nada más que la ropa puesta y una liga para el cabello. A su auxilio acudió un nativo, que con señas le indicó que él pagaba por ella y que no era ningún problema. Lena se prometió que algún día ella correspondería ese gesto desinteresado por otro similar.

Durante varios días, la rutina de Lena fue la misma: Dormía en el piso de la habitación de Gustav y cuidaba de él día y noche. A cualquier doctor que pasaba por ahí le preguntaba por su estado y cuál era el pronóstico. Por desgracia para Gustav, el tiempo que transcurrió mientras se encontraban bajo la pila de escombros sirvió para que la herida de su pierna se infectara, y si bien la cirugía había sido un éxito, su cuerpo luchaba contra una infección que lo mantenía afiebrado y con dolores constantes.

Lena no sabía mucho de medicina, pero entendía que de no mejorar su estado actual, Gustav podría llegar hasta perder la pierna si el panorama no cambiaba. Por tres días seguidos después de su paseo bajo el bisturí, Lena permaneció a su lado casi sin dormir, con una venda doblada en cuatro que sumergía en agua con hielos y le pasaba por todo el cuerpo con esperanzas de que la temperatura regresara a niveles normales.

Porque así había sido criada, Lena también rezó mucho por Gustav. Cada noche antes de recostarse sobre la colchoneta que le había proveído el hospital, se arrodillaba al lado de la cama de Gustav y recitaba las mismas oraciones que su abuela le había enseñado de pequeña, y que estaba segura, la misma abuela de Gustav también le había transmitido como parte del legado en su lengua materna. De su propia cosecha, Lena finalizaba siempre con una pequeña declamación que más o menos iba así: “Sana, sana colita de rana, si no sanas hoy sanarás mañana”, dicho en español y tal como se lo había memorizado. No estaba seguro de lo que significaba, y se lo había oído a una mujer en la cama contigua cuando ésta cuidaba de su pequeño niño. Ella lo había repetido tanto, y el pequeño había sido dado de alta dos días después a pesar de que al llegar su estado había sido crítico, que Lena lo tomó como un mantra religioso, mágico de algún modo, y le pidió a la mujer que se lo enseñara para entonarlo al lado de la cabecera de Gustav.

Luego de más días de los que se habría creído capaz de soportar, Lena empezó a ver mejorías en el estado de Gustav. A veces, éste despertaba, y en el delirio de la fiebre, le llamaba Georg e intentaba disculparse. ¿De qué? Lena no lo sabía. Sus conocimientos de alemán se remontaban a un único curso en la universidad, y más allá de presentarse, los colores y conjugar el verbo sein y haben, no entendía mucho de la verborrea que Gustav soltaba cuando la confundía con su pareja.

Tendido en el duro colchón del hospital, Gustav perdió mucho peso en menos de una semana. Lena calculaba los días gracias a un calendario que colgaba de la pared, y con asombró comprobó lo rápido que transcurrían las jornadas cuando se pasaba todo su tiempo despierta cuidando del enfermo. El terremoto había sido el día trece, y habían pasado cinco días completos bajo las ruinas del restaurante. La cirugía de Gustav había sido el dieciocho en la tarde, y según comprobó Lena usando los dedos, de eso hacían ya casi otros cinco días. O sea que ya era veintitrés de diciembre, y faltaban apenas dos días para Navidad…

Con el verano en todo su apogeo, no era raro que se le hubiera pasado por alto. A pesar de llevar más de medio año viviendo en aquellas latitudes, Lena no se había acostumbrado (y dudaba que fuera a ocurrir) a la idea de un mundo a la inversa, donde a mediados de julio hacía un frío de los mil demonios y el año nuevo lo recibían en ropa ligera. Así que cuando se percató de la fecha, un ramalazo de culpa la invadió de cuerpo completo.

Ella ya había hablado con su familia, una llamada corta y repleta de estática, pero que había servido para dejarlos tranquilos. Su regreso estaba programado para más adelante, pero Lena no había movido un dedo para hacer reservaciones. Según lo veía ella, de momento era inútil intentar salir del país debido a la gran cantidad de daños estructurales que habían sufrido los caminos y también el aeropuerto más cercano.

Además… durante el temblor Lena había perdido su maleta, y no hubo modo alguno para recuperarla. Lo mismo para Gustav. Sin identificación que los avalara como extranjeros a falta de sus pasaportes, complicaba aún más su retorno a casa. Lena sabía que debía de hacer algo al respecto, ya fuera hablar a la embajada o contactar de nuevo a su familia, pero le parecía horrible solucionar sólo su problema y dejar a Gustav atrás cuando más cuidados requería, por lo que había ido aplazando su decisión hasta el punto de verse varada tan cerca de Navidad y sin más compañía que Gustav, si es que se le podía considerar como tal a pesar de todas las horas que pasaba noqueado por los medicamentos.

Lena ya se había resignado a su suerte (o falta de ella, dadas las circunstancias) cuando en recepción se le informó que a su custodia estaban a cargo los enseres personales que Gustav llevaba en los bolsillos al momento de ingresar como paciente al hospital. Para sorpresa suya, Lena encontró dentro de la bolsa de papel que le dieron una billetera con bastante dinero en efectivo, un juego de llaves, dos servilletas de papel, un par de fotografías, y oh sorpresa, un teléfono móvil que se había descargado por completo. Lena no perdió aplomo y tomó unos cuantos billetes (hizo nota mental de la cantidad exacta para devolverla después) que gastó comprándose un cambio de ropa y otro de ropa interior porque estaba asqueada de usar la misma a diario salvo por breves espacios donde la lavaba y la ponía a secar para ponérsela de nuevo.

De entre todos los objetos personales que recibió, Lena se entretuvo analizando las fotografías, todas ellas de esa persona que ella conocía bajo el nombre de  Georg y nada más.

—Georg… —Paladeó Lena la palabra. Los alemanes tenían una extraña pronunciación, y sonaba rarísimo, siendo que estaba acostumbrada al típico ‘George’ de las películas estadounidenses.

Eran cuatro fotos; todas de Georg en diferentes etapas de su vida. Georg de unos trece años, pelo un poco largo y rostro redondeado por la grasa infantil. Georg de unos dieciséis, con el cabello más largo que antes y también lacio, esta vez sonriendo a la cámara. La tercera era una de los dos, Georg y Gustav se conectaban con los brazos sobre los hombros, y Lena se preguntó si ya entonces estarían juntos. Se prometió preguntárselo a Gustav una vez despertara. La última foto era una reciente según comprobó al leer el reverso. Decía “Georg, enero de 2014”. Ningún dedicatoria, pero Lena adivinó que en sí, el simple hecho de regalar la foto ya contaba como tal. En esta imagen, Georg alzaba la mano y enseñaba el símbolo de la paz a la cámara. Lena lo encontró divertido, y se dedicó a observar los detalles de la fotografía por espacio de diez minutos.

El otro objeto que atrapó después su atención fue el teléfono. Después de considerarlo, Lena aprovechó un rato en que las enfermeras hacían la ronda con los pacientes, y salió a buscar una tienda especializada en móviles. No le costó mucho dar con un puesto ambulante, y sin regatear, compró el primer cargador que le casó a la perfección.

De vuelta en el hospital, lo conectó a un enchufe y después de media hora, lo encendió.

—Mierda… —Si Lena tenía la ilusión de poder llamar, sus esperanzas se fueron volando por la ventana apenas descubrir que las configuraciones estaban en alemán y así no iba a ser capaz de acceder a nada—. Ni hablar, no estaba destinado a ser…

Para entonces ya era la hora de la cena, y Lena se había preparado de antemano comprando un café de la máquina expendedora que se encontraba dos pisos abajo, y un pan de la región que estaba relleno de crema. Saboreando el dulce y apreciando la fortuna de estar viva para disfrutar ese momento, Lena se sobresaltó cuando sobre la mesita que estaba al lado de la cama de Gustav, su teléfono repiqueteó.

Lena no perdió tiempo, y revisó la pantalla. —Georg —leyó ella maravillada. Y según el número que apareció abajo del número, ya había hecho llamadas por cuatro cifras en los últimos días.

¿Contestar o dejarlo para después? Lena deseó poder sacudir a Gustav y despertarlo para que fuera él quien atendiera la llamada, pero el pobre había pasado una mala tarde. La temperatura ya casi había cedido hasta los valores normales, pero la prótesis externa que llevaba en la pierna le seguía doliendo, y aun bajo los efectos de las drogas se retorcía con gesto hosco cada vez la sábana le rozaba la piel.

«Al diablo», pensó Lena, presionando el botón verde con decisión, «él debe estar desesperado por información, y es mi deber como ser humano».

¡¿Gustav?! ¿Eres tú? —Preguntó una vez plagada de emoción apenas Lena se pegó el auricular al oído. Hizo una mueca por lo elevado del volumen. Para sorpresa suya, reconoció tanto el nombre como la pregunta, pero no se molestó en provocarse un calambre lingual queriendo responder igual en alemán. En su lugar cambio al inglés.

—Erm… ¿Eres… Georg, cierto?

—Sí, soy Georg. ¿Quién habla? —Lena reconoció la inseguridad de quien atisba una pequeñísima luz de esperanza y luego resulta no ser nada.

—Mi nombre es Lena, soy amiga de Gustav.

—¿Lena? —Fue el turno de Georg en corroborar su identidad—. ¿Su novia rusa?

Ay, mierda… —Se le escapó a Lena en su lengua materna. ¿Gustav le había dicho a Georg de su breve romance? Qué horror por esa indiscreción. Un sudor frío le estalló por todo el cuerpo—. Lo siento tanto por eso —retomó la conversación en inglés—. Te juro que ahora sólo somos amigos, Gustav y yo.

—Ya… Dime, ¿están bien? ¿Por qué no contesta él?

A Lena no se le pasó por alto el plural de la pregunta. —Yo sí… Gustav, no tanto. ¿Qué tan enterado estás de lo ocurrido?

—Sólo que ha ocurrido un terremoto. Caring Hands en Alemania no ha sido capaz de confirmar o negar que Gustav o cualquier otro miembro de su equipo se encuentren en las listas de fallecidos; bueno, salvo un hombre llamado John Pherson…

—Ay no… —Musitó Lena—. Pobre John.

Ella no sabía nada al respecto, y la noticia le cayó como una piedra al estómago. El último recuerdo que tendría por siempre de John sería el de su cara sonriente cuando los guió al interior del restaurante, y ahora él ya no se encontraba…

—Perdón por darte la noticia así —Georg suspiró—. Por favor, ¿podría hablar con Gustav?

—Él duerme —explicó Lena—. Hace casi una semana que salió del quirófano, pero todavía no despierta del todo. Tuvo una infección, y estuvo a punto de perder la pierna. Ahora se está recuperando, y los doctores aseguran que en cualquier momento puede recuperar la consciencia. Ya no recibe medicamentos fuertes así que es cuestión de tiempo y paciencia.

—Menos mal… —Georg volvió a suspirar—. ¿Has cuidado de él?

—Cada momento —aseveró Lena—. No me le he separado más de media hora. Gustav… él pregunta por ti cada vez que despierta, y a veces habla contigo, pero como lo hace en alemán…

—Entiendo. Mira… Si hay algo que pueda hacer por ti, lo que sea…

A Lena se le llenaron los ojos de lágrimas. —No, no; no me atrevería a pedir nada… Estamos bien. Quizá… ayuda para volver a casa una vez que se restablezcan los transportes. Me he quedado sin mi pasaporte, estaba en mi equipaje, pero lo perdí todo. Y no tengo dinero. Lo mismo Gustav.

—Yo me encargaré de que eso se solucione, ¿algo más?

—¿Vas a venir? —Lena se enjugó los ojos con la manga de su camiseta—. He mentido diciendo que Gustav y yo somos novios porque de otra manera no me habrían dejado quedarme a su lado, lo siento.

—Yo… —La voz de Georg se volvió más grave—. Por cuestiones de salud, me es imposible volar.

—Oh…

—Pero Gustav tiene una hermana, ella irá en mi lugar. Es probable que su familia también.

—Ok.

Su conversación duró diez minutos más, donde Georg preguntaba cuestiones prácticas como la ciudad exacta en la que se encontraban, el nombre del doctor que atendía a Gustav y la dirección, y Lena respondía lo mejor que podía. Georg se comprometió a enviarle dinero lo más pronto posible, y Lena lo agradeció, asombrada por lo surreal del momento, porque ni en mil años se habría imaginado ella en tal escenario. No todos los días se hablaba con la pareja del mismo sexo de un exnovio, razonó ella al borde de una carcajada causada por los nervios.

Al momento de despedirse, Georg le hizo una última pregunta, y Lena la encontró como la más rara de todas.

—Uhm, ¿Lena?

—¿Sí?

—¿Tú sabes quiénes somos? Es decir, ¿Gustav y yo?

Lena frunció el ceño. —Creo que no te entiendo…

—Mejor así —fue la críptica contestación de Georg—. Más tarde te volveré a llamar con los datos del vuelo en el que irán la hermana y los padres de Gustav. A su regreso, tú regresarás con ellos. Deja todo en mis manos.

—Vale. —Agotada como estaba, tanto mental como físicamente, Lena lo permitió así—. Gracias por todo.

—No hay de qué. Hasta luego.

—Sí, adiós —se despidió Lena, y colgó.

A su lado, Gustav se removió inquieto entre sueños y en sus labios adivinó Lena la única palabra que éste repetía sin cansancio.

—Sí, era Georg —murmuró Lena, arropándolo de vuelta e inclinándose para darle un beso en la frente. Era curioso como de amor romántico, lo suyo se había enfriado hasta pasar a ser una amistad sincera—. No puedo decir que lo he conocido del todo, pero su voz… da la impresión de ser perfecto para ti.

Gustav balbuceó algo, y Lena sonrió con ternura.

Después de intoxicarse por la incertidumbre, encontró Lena agradable la sensación de saberse protegida. Por una vez, esa noche durmió tranquila a sabiendas de que estarían bien, que alguien más tenía el control, Gustav y ella por igual, porque Georg iba a velar por el bienestar de ambos.

Dormida, Lena siguió sonriendo. Y en la cama de al lado, Gustav hizo lo mismo.

 

Sin saberlo, Georg compartió con Lena una opinión: Era surrealista el haber hablado sin conocerse más que por referencias no del todo positivas, y sin embargo… no podía mentir. La chica le había caído bien.

Luego de más de una semana con la presión alta y amenazas de parto cada dos por tres, Georg finalizó la llamada con Lena y expectantes esperaron Fabi y Franziska a que Georg les explicara la situación.

—Lo operaron en una pierna. Va a tener que estar en silla de ruedas unos meses, y estuvo a punto de perderla por una infección, para ya está mejor. Sólo hace falta que despierte.

—¿Y quién es esa Lena? —Inquirió Franziska.

—Uhm… —Georg no se anduvo por las ramas; ¿qué sentido tenía? A su modo de ver, ninguno—. Ella y Gustav estuvieron juntos un par de meses cuando él se fue y yo estaba enojado. Al parecer se conocieron en un vuelo y después resultó que iban a trabajar juntos en la misma base. Además es rusa, así que Gustav no perdió tiempo en sacar su lado eslavo con ella.

—Lo descuartizo… Y después a ella… —Gruñó Franziska.

—No es necesario —desdeñó Georg la idea—. Ya está en el pasado y perdonado. Lo único que me preocupa ahora es que Gustav necesita regresar a Alemania cuanto antes y no tiene pasaporte. Tampoco puede moverse por sí mismo, así que tendrás que ir tú, Fran, y también tus padres.

Franziska se mordisqueó el labio inferior. —Sabes bien que ellos querrán que nos acompañes. Te consideran parte de nuestra familia, y no tomarán un no por respuesta.

—Lo sé… —Murmuró Georg, presionándose la mano contra la frente—. Llegados a este punto… Gustav no va a volver a tiempo, ¿verdad? Tanto secretismo para nada.

—Hey, tú hiciste lo que creíste correcto —le dijo Fabi, abrazándolo por el costado—. No te martirices por eso. Nadie tiene derecho a juzgarte porque no han estado en tus zapatos. Fue tu decisión, y ya es tarde para cambiarla, así que sigue con la cabeza en alto.

—Ya… Pero igual tendré que ser honesto con su familia y la mía. Mamá ha estado molesta conmigo desde que no he ido a visitarla, y seguro que me medio mata una vez que se entere de mi secretito.

—Nah, no le va a durar. Este pequeño Regalito te salvará —señaló Fabi su vientre. Ya en el noveno mes, era cuestión de días para que Georg fuera con la doctora Dörfler y le practicara la cesárea. De ahí que volar y acompañar a los Schäfer fuera un No muy firme.

—Esperemos… —Musitó Georg, cruzando los dedos—. De verdad que sí…

 

Tal como lo había pronosticado, los padres de Gustav se lo tomaron a mal cuando Georg les informó que no iba a volar con ellos hasta Sudamérica, pero éste no cedió ni bajo súplicas o leves chantajes. Se mantuvo firme en sus treces, y al comprar los boletos, se encargó de no pedir uno para sí. Su decisión era final e inamovible al respecto.

En su lugar, los citó en su casa, igual que a su madre y a la doctora Dörfler, que aceptó gustosa afirmando que le gustaba la idea del drama familiar, y en ello logró que Georg la encontrara más excéntrica que de costumbre, aunque ya se estaba acostumbrando. Franziska también los acompañaba, al igual que Fabi, y mientras cada uno se sentó al lado de Georg, éste no desperdició el tiempo para dejar las cartas sobre la mesa.

—Sí, estoy embarazado; sí, es de Gustav; ajá, lo siento por no decirlo antes, pero… —Georg bufó—. Este maldito discurso se vuelve viejo con cada confesión.

Melissa, su madre, abrió grande la boca y así se quedó congelada en su sitio.

—Pero… ¿Cómo? —Preguntó el padre de Gustav.

—La respuesta tonta sería ‘por el modo tradicional’, pero como sospecho que esa no sea la cuestión primordial aquí… Ella es Sandra Dörfler, mi doctora, así que cualquier duda técnica, por favor diríjanse a su persona y no a la mía —señaló Georg a su médica, que gustosa se sentó al lado del interesado, y calmada, le explicó cómo tal milagro había ocurrido—. Como ven, lo mantuve en secreto por razones personales. En verdad que quería que Gustav fuera el primero en enterarse, y por nada del mundo quería darle una noticia de tal calibre por teléfono, pero ya ven las vueltas que da la vida, y uhm, es por eso que los evité durante tantos meses… Lo siento, mamá…

Su progenitora cerró la boca, pero de sus labios no emanó ningún sonido.

—Como se han dado cuenta, no puedo volar. Mi cesárea está programada en unos días más, aproximadamente la primera semana de enero, así que montarme en el avión ahora mismo sería una locura. —Georg se encogió de hombros—. En resumidas cuentas, es todo. No me apetece entrar en detalles y no sé qué más decirles, así que si tienen una pregunta, adelante.

Cual si se tratara de un salón de clases, la madre de Gustav levantó la mano. —Uhm…

—¿Sí?

—¿Ya sabes el sexo del bebé?

—Oh, caray, olvidé decirlo —Georg hizo amagos de golpearse la frente—, es un niño. Todavía no he decidido el nombre, aún espero a que Gustav regrese… darle la noticia… encadenarlo al piso para que no huya cuesta abajo en su silla de ruedas…

El suspiro fue colectivo, porque bien sabían que eso último iba a tener que ser un factor a tomarse en cuenta por si acaso querían obtener resultados.

—De momento le digo Regalito… por obvias razones, ya que fue lo último que me dio Gus antes de partir en abril —murmuró Georg acariciándose la barriga—. Decidí, y no lo tomen como ofensa personal, que Gustav tendría que aceptarnos —recalcó el plural—. Si no es así, significa que ni yo ni el bebé seremos parte de su vida… Con ustedes es diferente, porque también son su familia, y Regalito merece conocerlos, pero no quiero que Gustav tenga contacto con nuestro hijo si acaso decide de buenas a primeras que no le va a dar una oportunidad. Espero sepan entenderlo.

El padre de Gustav pareció listo a replicar, pero su esposa lo detuvo apoyando la mano en su brazo. Una mirada entre ellos bastó.

—Cualquiera que sea tu decisión, la aceptamos —dijo ella, consciente de que su participación en la vida de su nieto dependía de su habilidad para mantenerse al margen de una situación que se escapaba de su control.

—Por lo mismo —pidió Georg—, no le digan nada al verlo. Esta noticia quiero dársela yo. Esperaba que fuera más fácil asimilarlo si me veía embarazado, pero ya qué… Es probable que su regreso sea después del parto y para entonces… No sé. Todo dependerá de él.

Todos en la habitación asintieron. Gustav, como amigo, hermano, hijo, yerno y pareja, era predecible en sus miedos y reacciones, lo conocían bien y por lo tanto, temían.

Mucho por él y otro tanto por Georg, pero en gran mayoría, por Regalito, quien de nada tenía culpa.

Tal como Georg había pronosticado, de ahí en adelante dependería de Gustav, y por su bien y el de todos los involucrados, cada uno pidió para que su elección fuera la correcta.

Por la familia que podrían constituir… La petición fue unánime.

 

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Notas finales:

Nas~
A punto estuve de no actualizar a tiempo, y este capítulo se escribió en tiempo récord hace menos de 24 horas, así que si ven algún error, no duden en regañarme por ello.
Y hablando del capítulo, ¿ven ya cómo se cierran las distancias? Pronto la familia de Gustav va a ver a su hijo pródigo y Georg dará a luz a Regalito... Y yo que sigo sin encontrar un nombre lindo para el baby, ¡gulp!
En fin, espero hayan disfrutado leyendo como yo escribiendo. Graxie por su apoyo.
B&B~!


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