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Mientras no estabas por Marbius

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2.- Mientras te despedías

 

El ruido procedente del teléfono móvil llegó desde muy lejos, un sonido molestó que confundió con la alarma del despertador, pero que descartó como tal una vez que abrió los ojos a la oscuridad de su nuevo departamento, y vio los números rojos que marcaban diez para las cuatro. Demasiado temprano para estar en pie, y por la misma regla de tres, demasiado temprano para que fuera una llamada que trajera consigo buenas noticias.

—Joder… —Se incorporó Georg a medias en el sofá-cama que cumplía funciones mientras él aplazaba su visita a la tienda departamental.

El teléfono siguió sonando por unos segundos más antes de que la llamada se cortara. Georg consideró el volverse a dormir, pero la posibilidad se esfumó apenas el repiqueteo volvió a romper la quietud de la habitación.

—Argh, ya voy, ya voy… —Refunfuñó Georg avanzando a tientas entre las torres de cajas embaladas que decoraban su nuevo piso. Con las prisas, su hombro impactó con una caja mal acomodada y el golpe le hizo soltar un quejido de dolor que sólo acrecentó el malhumor con el que ya contaba.

Georg ni siquiera se tomó la molestia de revisar quién llamaba a semejantes horas. Por todo lo que su cerebro era capaz de procesar cuando todavía se encontraba medio dormido, bien podría tratarse de los gemelos, los cuales olvidaban seguido la diferencia de horarios entre LA y Alemania.

—¿Qué? —Gruñó después de pulsar el botón verde y pegarse el teléfono a la oreja.

El tono de voz que le respondió de vuelta lo hizo despertar por completo como si hubiera recibido un balde de agua helada.

—Gustav… Uhhh…

—¿Te desperté? —Preguntó Gustav con cierto bochorno patente en su voz.

—Algo así. Es decir, sí. Por supuesto. ¿Ya viste la hora que es? La gente normal-… Uh, olvídalo —dijo Georg pasándose la mano por el rostro—. Espera un momento…

Avanzando a tientas en la habitación, Georg encendió la luz y regresó por el camino de sus pisadas hasta sentarse de vuelta en el sofá-cama.

—Listo. Supongo que llamas porque has tomado una decisión y no porque quieras conversar. —«Al fin», se mordió la lengua de agregar.

Tres semanas y cuatro días habían transcurrido desde su último encuentro. Georg aún tenía grabada en la retina la última imagen de Gustav, en bóxers y despidiéndose de él frente a la puerta de su propio departamento.

Costaba creer que mientras Gustav sopesaba los pros y contras de iniciar o no una relación formal con Georg, éste ocupaba cada minuto del día en empacar, embalar y mover sus objetos personales. En un acuerdo que había dejado satisfecha a las dos partes, Veronika se había quedado con el departamento que antes rentaban a partes iguales entre los dos, y Georg había abandonado su antigua residencia para buscar un sitio en el otro lado de la ciudad. Como parte de su nuevo inicio, Georg no había llevado consigo nada que no fueran sus enseres personales, como ropa, fotografías, y lo que le pertenecía por parte de la banda.

De eso hacía ya casi una semana, y en el ínterin, Georg había comprado el sofá-cama que constituía su único mobiliario. Su nuevo domicilio apenas contaba con un microondas (nuevo) y un refrigerador (de segunda mano) que mantenía vacío a excepción de botellas de agua y la comida del día.

No era lo que se decía un hogar, y Georg estaba disgustado con su propia vagancia para desempacar y poner orden en su nuevo departamento, pero por otra parte, inconscientemente se había propuesto esperar a que Gustav le diera una respuesta antes de decidir por su cuenta qué iba a hacer.

—Sí —confirmó Gustav al otro lado de la línea—, tomé una decisión.

Georg suspiró. —¿Y bien? ¿Estamos juntos o no? Sólo dilo.

—Es más complicado que eso —dijo Gustav tras una breve pausa—. Créeme que no lo tomé a la ligera. Pensé mucho acerca de nosotros como tal, y no tuve dudas al respecto: Te amo.

—Ok —musitó Georg con un nudo en la garganta. A pesar de las últimas palabras de Gustav, no le gustaba en lo mínimo el ‘pero’ que estaba seguro iba a escuchar.

—Sin embargo…

«Oh Dios», cerró Georg los ojos de golpe, a la espera de la frase que marcaría el rechazo.

—… a la vez que quiero estar contigo —prosiguió Gustav con lentitud—, también quiero mantener mi libertad.

—Oh. Entiendo… —Concedió Georg.

—No, no —se apresuró Gustav a proseguir—. En verdad quiero que estemos juntos. No tengo duda alguna al respecto. Perdona si tardé tanto en darme cuenta de tus sentimientos, porque también me costó descubrir que era mutuo. Es casi… ¿gracioso? No sé. Tenía una idea distorsionada de lo que nuestra amistad representaba para mí. Por una parte, pensé que así debía ser entre nosotros, y a la vez… por ninguna otra persona sentía lo mismo que por ti.

Georg se permitió sonreír a pesar de que los ojos le escocían. —Sé de qué hablas.

—Pero…

La línea se cargó de estática, y el miedo de antes volvió de golpe. Georg tragó saliva con dificultad y se preparó para lo peor.

—¿Qué pasa?

—Lo siento, en verdad que lo siento…

Georg se pasó la mano por el cabello y suspiró. —Sólo dilo, ¿sí? Porque ninguna llamada a estas horas puede traer consigo buenas nuevas

Sin necesidad de verlo, Georg supo que Gustav se había sonrojado por haberlo atrapado en la jugada. No, aquello no iba a terminar tan bien como su ‘te amo’ de antes le había hecho creer por una fracción de segundo.

—Como dije antes… a la par que puedo imaginarnos juntos con una claridad asombrosa sin sentir nada que no sea absoluta felicidad, también está el miedo…

—Por Dios santo, Gus. ¿Miedo de qué? —Estalló Georg, incapaz de lidiar con las expresiones ambiguas con las que Gustav se escondía—. Es de una relación de lo que hablamos. Nada nuevo entre los dos si me permites decirlo. Ya antes hemos pasado largos periodos juntos. Hemos vivido hombro con hombro por meses. Te conozco desnudo hasta el último pliegue y centímetro de piel. ¿De qué miedo hablas entonces? Porque si tu temor es que las cosas entre nosotros cambien, pues te tengo una obvia noticia: No va a ser así.

—Miedo y punto —dijo Gustav, y su voz se elevó por igual—. Esto no entraba en mis planes, ¿vale? Llámame infantil, pero tomar una decisión de este calibre no entraba dentro de los planes que había trazado para mi vida. En lo absoluto.

—¿Por qué soy hombre? Te juro, Schäfer, que si se trata de eso…

—No —cortó Gustav de golpe aquella posibilidad—. Que tú o yo seamos hombres no tiempo ninguna importancia para mí. No tiene nada que ver en este asunto. —Al oído de Georg llegó el sonido claramente reconocible de un suspiro cansado—. No hay vuelta de ojo en ese punto. Te amo, ahí lo tienes, esa es parte de mi respuesta.

—¿Entonces por qué siento que no se acaba ahí? —Preguntó Georg—. Tenemos que hablar esto con calma, de frente a frente.

—Georg, yo…

—¿Dónde estás? Puedo ir por ti. Podemos solucionarlo. ¿Gus?

Entre los dos se hizo un silencio largo. Por un segundo, Georg temió que la llamada hubiera finalizado, pero fue la voz de Gustav la que lo hizo ponerse rígido.

—Lo siento… De algún modo, espero que me puedas entender y me apoyes.

—Gus, ¿de qué se trata? Dime la verdad —pidió Georg.

—Estoy en el aeropuerto de Berlín —reveló Gustav el gran misterio—. Voy a volar en escalas. Primero a Madrid y después a México.

—¿Qué? —Abriendo grandes los ojos, Georg saltó de su asiento y empezó a caminar frenético por la desorganizada habitación—. No puedes hablar en serio. ¿Qué vas a hacer en México? Ni siquiera sabes español, ¿qué planes tienes? ¿Por qué me dices apenas ahora?

—Después voy a tomar otro vuelo a Sudamérica. No estoy seguro de mi destino final —prosiguió Gustav haciendo caso omiso del frenesí que corroía a Georg—. Esto es lo más egoísta que haré en toda mi vida, pero necesito hacerlo… y saber que cuento contigo para llevarlo a cabo.

—No entiendo —musitó Georg apoyando la frente contra la pared más cercana y deseando vomitar—. ¿Qué tiene que ver eso conmigo? Es evidente que te vas a ir y no piensas cambiar de parecer. ¿Qué esperas de mí? ¿Mi bendición? ¿O quieres que te desee buen viaje?

—Necesito saber que me esperarás —pidió Gustav, tan quedo y solemne que Georg temió haber malinterpretado el mensaje.

—¿Qué?

—Desde los diez años siempre quise unirme a alguna brigada de ayuda humanitaria, hacer algo por los demás. Era una fantasía de lo más ridícula en donde podía aportar mi granito de arena para hacer el mundo un lugar mejor. Mi más grande sueño después de la batería y… Ni en un millón de años habría podido imaginar lo lejos que llegaríamos con la banda… Hemos visitado tantas ciudades, tantos países, y sin embargo, son contadísimos los recuerdos de esos viajes. Tal vez por eso es que me resulta imposible dejar ir este anhelo.

Georg rió, presa de una histeria donde no cabía la cordura. —Pero… ¿Sudamérica? ¿Y tan de pronto?

—Investigué al respecto. Caring Hands es una asociación que se dedica a labores humanitarias alrededor del mundo. Hace dos meses que envié mi solicitud y decidí que si me aceptaban, iría sin dudarlo. Hace apenas quince días que recibí mi carta de aceptación, y los requisitos que necesitaría cumplir si es que deseaba continuar con mi viaje.

—¿O sea que fui yo quien lo arruinó todo cuando me presenté en tu departamento pidiendo que tomaras una decisión respecto a nosotros dos? Joder, Gustav… Pudiste haberme avisado antes. —Presionando el puente de su nariz con los dedos libres, Georg entendió a qué se refería Gustav cuando hablaba de sus sueños de libertad y por qué, si bien deseaba una relación con él, no parecía que fuera a ser posible a corto plazo—. ¿Exactamente qué es lo que me pides?

—Tiempo. Paciencia —resumió Gustav en dos palabras justo lo que Georg no se sentía capaz de dar—. Me iré por seis meses. Ya me encargué de todo. La renta de mi departamento está pagada hasta mi regreso, y mi familia se encargará del correo y las cuentas. En la disquera todos están al corriente y este asunto se va a mantener secreto mientras sea posible.

—Uhm… Todos sabían menos yo. Entiendo… —Dijo Georg entre dientes—. Genial, en serio.

—Es porque no sabía cómo darte la noticia…

—Y esperar a que estés con un pie en la terminal y el otro en el avión es tu mejor opción, Gustav. Seguro. Después de todos estos años, ya veo lo importante que soy para ti —arremetió Georg contra la pared usando el puño—. Tú sí que eres un idiota desconsiderado.

—Lo sé —respondió Gustav sin negarlo—, y es por eso que te pido… te imploro, que me esperes estos seis meses.

—¿Así que básicamente me pides que siga aquí, en seis meses, porque de pronto te apeteció volar a Sudamérica para fabricar casas, plantar árboles o lo que sea que vas a hacer allá? ¿Se trata de eso?

—Es algo más relacionado a poblaciones y trabajo de campo, como vacunas y…

—¡No me importa, Gustav! —Estalló Georg—. La cuestión es que te vas por medio año al maldito otro lado del mundo y decides que el mejor momento para decírmelo es antes de tu partida y por teléfono, porque al parecer no merezco no ese mínimo de decencia. Eres un… —Apretó los dientes y la rabia que bullía en su pecho corrió como fuego por sus venas—. ¿Sabes qué, Gustav? Ten un excelente viaje y espero que lo disfrutes, que valga la pena por todo lo que para ti signifique.

—Georg… Por favor —suplicó Gustav—, yo te am-…

—Eso ya lo dijiste antes y no soluciona en nada el que cambies de resolución. Sólo… vete. Si es tu sueño, cúmplelo. No te detengas por mí, o mejor dicho, gracias por recordar que existo y así me hayas evitado la vergüenza de preguntar por ti y enterarme por terceros que de pronto decidiste dar un giro radical en tu vida sin avisarme. Wow… Dicho así es clarísimo como al agua cuánto valor tengo para ti en realidad, ¿no?

—Por favor —repitió Gustav—, sabes que no es así.

—¿Lo sé en verdad? Porque tengo mis dudas —reclamó Georg. Una punzada de dolor le cruzó por el centro de la frente, y mentalmente maldijo a Gustav por ser el causante—. Ésta… ésta no es la respuesta que esperaba. No quiero estar juntos sin estarlos… O estás conmigo o no lo estás, y no hay vuelta atrás.

—Pero…

—No es justo si vas a estar en el rincón más remoto del planeta mientras yo espero para tener noticias de ti. Sólo no… No me puedes pedir que te espere hasta que tu espíritu de aventura quede satisfecho. No puedo ponerle pausa a mis sentimientos para retomarlo todo una vez que regreses. No funciona así.

Gustav pareció meditar su siguiente pregunta, porque tardó largos segundos antes de volverse a pronunciar. —¿Volverás con Veronika?

Georg sacudió la cabeza. —No. Ahora cada quien vive su vida separado del otro. No volveré con ella, si es lo que temes, pero…

—¿Pero…?

Georg cerró los ojos y sobre cada mejilla rodó una lágrima. —Ten un buen viaje, Gus —musitó con su más sincero deseo de que Gustav encontrara la satisfacción que lo llevaba a tomar tal determinación—. Cuando regreses, si aún sientes lo mismo que ahora por mí… hablaremos. Hasta entonces, soy yo el que te pide tiempo y paciencia.

—Oh, Georg. Lo siento tanto, yo-…

Georg se apartó el auricular de la oreja, y a pesar de que a lo lejos escuchaba la retahíla de disculpas que Gustav le ofrecía, sobre su cabeza se había posado una niebla densa que le impedía pensar o ser consciente de su dolor. En su lugar, finalizó la llamada y apagó el teléfono.

Sus pies lo guiaron por inercia de regreso al sofá-cama, y Georg se tiró sobre el duro colchón. El dolor sordo de antes se intensificó y cada articulación le empezó a doler.

El reloj todavía no marcaba las cinco de la mañana, pero Georg intuyó que su día ya estaba arruinado.

 

Gustav tampoco lo tuvo fácil.

Apenas Georg finalizó la llamada, Gustav cerró los ojos y se cubrió la boca para esconder el rictus de dolor que se marcaba en sus labios. Quería llorar como un niño pequeño. Dar vuelta en su decisión y cancelar todo. Volver al lado de Georg…

En su lugar, tomó aire repetidas veces y poco a poco recuperó la calma de antes. Estaba sacrificando mucho con ese viaje; tiempo, dinero, y ahora también a Georg. Gustav no podía culparlo por su respuesta. Seis meses marcaban un espacio de tiempo abismal entre ambos, y ni por asomo era una posibilidad con la que cualquiera de los dos se hubiera enfrentado en circunstancias normales. De ahí que Gustav hesitara tanto en confirmar su aceptación para el viaje, y que su despedida se retrasara hasta ser una antes de su vuelo.

—Pasajeros con destino a-…

Gustav revisó su boleto, y atento a los anuncios, enfiló a la puerta nueve de donde partiría su avión con destino a Madrid.

El proceso de embarco y despegue fue como siempre. Tantos viajes mientras la banda cruzaba Europa y luego América ya lo habían habituado al ronronear de los motores y al tirón característico a la altura del ombligo que se sentía al despegar. Todo era como siempre, excepto que al mirar a su lado, Gustav se encontró con el rostro tenso de una anciana que parecía ir de vacaciones a España, y no a Georg.

Georg no estaba a su lado, y después de los siguientes seis meses, era posible que nunca más lo estuviera.

Apoyando la mejilla contra la ventanilla helada, Gustav apretó la mandíbula y se forzó a no llorar.

 

Tras más de veinticuatro horas en aviones y aeropuertos, Gustav subió a su último vuelo, escalas México-Argentina. En Buenos Aires, un representante de Caring Hands lo esperaría a él y a otro voluntario más para viajar por carretera a su destino final. Decir que estaba ansioso era poco, y se le notaba en el movimiento frenético que tenía con los pies mientras el avión despegaba de la terminal.

Nervous? —Preguntó la persona que se sentaba a su lado.

A punto de negar con la cabeza, Gustav advirtió que su compañera de vuelo era extranjera como él, y a juzgar por su acento, el inglés no era su lengua materna.

Just… a little bit —respondió por igual en ese idioma. A sus oídos, su acento no era mejor que el de ella, pero al menos servía para entablar comunicación—. I’m from Germany.

Really? —Se giró la chica con una sonrisa y los ojos azules chispeantes de emoción—. Ich bin Lena. Ich komme aus Russland —dijo la chica antes de soltarse riendo—. Sorry. Es todo lo que sé decir en alemán —agregó en ruso con un murmullo, y para su sorpresa, Gustav le contestó en el mismo idioma.

—No hay problema. Yo… uhm, sé un poco de ruso. Una de mis abuelas era rusa y ella se encargó de enseñarnos a todos en la familia cuando éramos pequeños.

—Qué genial —dijo Lena—. Ya estaba temiendo porque no tengo a la mano mi diccionario de inglés. La verdad es que no soy muy buena al hablar otras lenguas.

—No, yo tampoco. Sólo alemán y ruso, porque mi inglés deja mucho que desear. Por cierto, mi nombre es Gustav —extendió él su mano y estrechó la de Lena entre la suya—. Mucho gusto.

—Igualmente —dijo la chica, haciendo una pausa antes de soltarse. Y dime, ¿viajas por trabajo o placer?

Gustav consideró sus opciones antes de responder. —Un poco de ambas, ¿sabes? Me uní a una organización llamada Caring Hands y-…

—¿En serio? —La sonrisa de Lena se ensanchó—. ¡Yo también! Tengo que encontrarme con John Pherson en Buenos Aires. Tenía entendido que alguien más del grupo venía conmigo en el avión pero no pensé que fueras tú. Qué suerte he tenido.

—Lo mismo digo —dijo Gustav—. Es una enorme coincidencia tomando en cuenta el total de pasajeros.

—Woah, es cierto…

Sin darse cuenta del tiempo transcurrido, Gustav conversó con Lena por espacio de varias horas, hablando de todo, desde su gusto por la música (sin adentrar en detalles de la banda, excepto para mencionar que tocaba la batería), hasta adentrarse en las razones de su decisión a unirse a Caring Hands. En el caso de Lena, porque recién había terminado la universidad y deseaba tomarse un tiempo para viajar, conocer nuevas culturas y ayudar a quien lo necesitara. Vivir la vida un poco antes de encontrar un trabajo estable de nueve a cinco que consumiera sus próximos cuarenta años de vida. Igual que Gustav, su tiempo era de seis meses.

—… pero dependerá de mí si decido alargarlo a un año. Aún está por verse. En Moscú no tengo novio que me espere así que…

Al decir aquello, Lena le dirigió una mirada de coquetería a Gustav por debajo de sus pestañas, y éste sintió una opresión en el pecho. Era demasiado pronto; aún si Georg no iba a esperar por él, Gustav se sentía incapaz de traicionar su memoria.

—¿Y tú? —Prosiguió Lena—. ¿Hay alguien que espere tu regreso?

—Yo… —Gustav sopesó cómo expresarse—. Es complicado. Tenía algo con alguien, pero la despedida no salió como planeaba. Creo que podría decirse que estoy soltero y sin compromisos, y a la vez amarrado a un fantasma, ¿tiene sentido lo que digo o es bobo? —Finalizo, un tanto incómodo por la elección de palabras, que lo hacían sonar como interesado en lo que Lena podía ofrecerle, a la par que la rechazaba.

—Vaya… Un corazón roto a bordo —murmuró la chica, cubriendo la mano que Gustav tenía sobre el apoyabrazos con la suya—. Estarás bien. Esa sangre rusa que corre por tus venas te hará más fuerte.

—Eso mismo decía mi abuela —dijo Gustav sorprendido.

—¿Ves? Sabiduría rusa. Era el destino que nos encontráramos para recordarte la fuerza de tu estirpe.

—Supongo… —Atento a que el calor de la mano de Lena sobre su piel era agradable, Gustav se permitió mandar el recuerdo de Georg al trastero de su memoria.

Ya más tarde se ocuparía de aquello.

 

En Buenos Aires los esperaba John Pherson tal como se había comprometido éste a recibirlos. John era un hombre alto y rubio de ojos marrones muy expresivos. Con una sonrisa amplia, los saludó por nombre y se presentó en inglés. Durante el viaje en su automóvil, les explicó los pormenores de su estancia.

—Bolivia les encantará. Es un país rico en cultura y colorido local. De momento nuestra base principal se encuentra ahí, y una vez se adapten a nuestro modo de trabajar, podrán ser relocalizados en otro sitio.

—¿Por qué no volamos directamente a Bolivia? —Preguntó Lena en la primera pausa—. La distancia parece ser enorme.

—Es enorme —constató John—, pero tenemos bases que cubren el recorrido. Caring Hands trabaja en asociación con otras organizaciones humanitarias, así que en realidad es trabajo conjunto. Sé que suena confuso, pero una vez que empiecen a trabajar lo entenderán mejor.

Haciendo oídos sordos de la charla que John y Lena mantenían, Gustav dejó vagar la vista al paisaje que se desarrollaba frente a sus ojos. Apenas salir de la capital, el terreno se había convertido en una extensa llanura que se prolongaba hasta donde el ojo abarcaba. En contraste con las tierras verdes de Alemania, Gustav experimentó un irrefrenable deseo de bajar la ventanilla y aspirar el aire que olía diferente.

—Espero hayan venido preparados con ropa adecuada para enfrentar el otoño. Hace apenas un mes que empezó la estación, y la humedad sigue sin hacer tregua. El invierno no es tan terrible como se podría creer, pero es probable que esa temporada la pasen en las montañas donde el clima es más frío, así que no prometo nada. Ah, miren hacia allá —señaló una cordillera que se visualizaba en la lejanía—. Más adelante podrán ver zonas boscosas y otras selváticas. Toda esta área tiene una biodiversidad asombrosa.

—Es diferente a lo que estamos acostumbrados —dijo Gustav, recibiendo el aire fresco en el rostro—, pero es agradable.

—Muy agradable —convino Lena desde el otro asiento, y le dedicó a Gustav un guiño.

—Ya verán lo mucho que disfrutan su estancia aquí —agregó John, atento a las miradas que aquel par se dirigían en el asiento trasero—. Será una experiencia única en la vida.

No del todo seguro si para él sería un cambio del todo positivo en el aspecto personal, Gustav se forzó a sonreír y asentir. Extrañaba a Georg, no había vuelta atrás a ese hecho fundamental, así como tampoco lo había a la realidad patente de que entre ambos se abría una brecha, que de momento, era infranqueable.

A sabiendas de que era pronto para arrepentirse, Gustav se prometió que apenas llegar a su destino, le escribiría a Georg una carta, y una vez más, pediría por ambos.

 

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Notas finales:

Nas~
Sé que ya vamos por el capítulo dos y sigue sin aparecer la mención del mpreg, pero estoy preparando el terreno en el que se va a desarrollar todo este embrollo que está por venir. Tengo ya escrita la mitad del siguiente capítulo y es entonces cuando Georg empieza a tener ciertas embarazosas sospechas... ¡Pero no diré nada más!
Graxie por leer, y por comentarios de la semana pasada. B&B~!


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