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My Obsession por WinterNightmare

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Notas del capitulo:

¡He aquí! -y vengo corriendo a dejar esto- disfrútenlo, espero que les guste. :3

 

Su mente no lograba descifrar que sonido era el que ingresa a través de sus oídos. Todo lo que sabía, dentro de su aún estado de inconsciencia, era que ese sonido no significaba nada bueno. No lo transmitía. Le hacía sentir vacio, estúpido, egoísta, y deprimido sin motivo alguno.

La tenue luz del día se colaba por las ventanas, reflectando directamente contra sus ojos. Se removió sobre la cama, incómodo, quizás un tanto enojado por el hecho de descubrir que ya era de día, y debía levantarse.

Ya era de día.

El sonido poco a poco comenzaba a aclararse, podía incluso, distinguirle de los demás sonidos. Era… ¿llanto?

Con pereza abrió lentamente sus ojos, parpadeando reiteradas veces para poder adecuar su vista al brillo de la mañana. Fue entonces cuando todo tuvo sentido. Un sentido, una dirección incorrecta. El peor camino que pudo haber existido, había sido tomado por la persona menos indicada.

Se mantuvo firme en su posición, recostado sobre la cama, boca arriba, con la vista fija en el techo de la habitación. En su mente retumbaban los acelerados latidos de su corazón y podía sentir como sus oídos comenzaban a cerrarse, a impedirle seguir oyendo aquel angustiante llanto. Tomó valor, y volteó su rostro en dirección a aquel sonido, fue entonces cuando su alma se rompió en mil pedazos.

La mujer, sentada sobre su cama perfectamente armada, parecía desmoronarse poco a poco. Tenía el cabello enmarañado, su cabeza reposaba a duras penas sobre sus manos, ejerciendo presión sobre sus temblorosas piernas al tener sus codos afirmados en ellas.

-M-mamá… - Llamó con la voz en un hilo, en un susurro casi inaudible.

Simone comenzó a menear la cabeza de lado a lado, en signo de negación, mientras repetía una y otra vez “no”. Tom rápidamente se incorporó, sentándose al borde de la cama, mientras oía como la voz de su madre se incrementaba cada vez más.

-Bill – Susurró – Vamos, Bill, debes levantarte – Posó una de sus manos sobre su hermano, quien dormía plácidamente, de espaldas a él. Volteó su rostro y notó como su madre agitaba su cabeza de lado a lado cada vez con más violencia, comenzando a gritar la misma palabra que venía pronunciado desde hace rato.

Tom comenzó a asustarse, su madre estaba perdiendo el control – Bill, Bill – Llamó – Despierta, por el amor de Dios, Bill – Le sacudió con más fuerza, logrando voltear a su hermano, notando su profundo estado de inconsciencia.

El de rastas se puso de pie y tomó una de las mantas de la cama, cubriendo el cuerpo desnudo de su hermano. Le envolvió y quiso tomarle entre sus brazos, pero, no pudo... el cuerpo de Bill estaba extremadamente pesado, no podía levantarle de la cama, por más que quisiese, por más que lo intentase, no podía.

Tom estaba desesperado, tomando del delgado cuerpo y tirando de él con todas sus fuerzas. Sus quejidos debido al esfuerzo, aumentaban los gritos de Simone - ¡Bill! ¡Por favor! – Rogó, intentando levantarle otra vez - ¡Tienes que despertarte, Bill! – Sus ojos se aguaron, y cayó a la cama, rendido.

La mujer no se movía ni un centímetro de su lugar, pero sus fuertes gritos y llanto parecían desgarrarle la garganta a cada segundo - ¡No! ¡No te lo llevarás! ¡No podrás! ¡Nunca podrás salir de aquí! – Gritó con todas sus fuerzas, arrastrando las palabras, y el mayor de los hermanos se cubrió los oídos con una mueca de dolor, los gritos eran ensordecedores.

Tom se dejó caer sobre Bill, cubriéndole, protegiéndole con su cuerpo – No te preocupes, amor, no te preocupes si no podemos irnos… - Susurró entre sollozos – Todo estará bien, no voy a dejarte… tú tampoco me dejes, por favor – Le rogó con la voz temblorosa, pero, su hermano no contestaba, no reaccionaba. Era un cuerpo inerte sobre la cama, con el cabello cubriéndole gran parte de su pálido rostro.

-¡Tom! – Uno fuertes golpes se escucharon sobre la puerta, mientras una voz masculina le llamaba - ¡Bill! ¡Simone! ¡Sé que están ahí dentro! – El mayor de los chicos palideció, y se abrazo al cuerpo de su hermano, besándole desesperadamente el rostro, sabía que era el fin - ¡Abran la maldita puerta!

Los gritos de su madre aumentaron, ahora no era sólo ella quien ensordecía sus oídos, sino, los golpes y gritos de su padre desde afuera de la habitación.

El chico mayor se recostó boca abajo a un lado de Bill, casi sobre él, estiró sus brazos y le cubrió los oídos, no quería que Bill se enterara, él no podía saberlo – Sigue durmiendo, Billy, todo está… sigue durmiendo – Le hablaba entre llanto, temiendo porque su padre lograse entrar.

Pasó uno de sus brazos por debajo de su cabeza, apegando el rostro de Bill a su pecho. Bill estaba helado, como una roca. Tom se paralizó de miedo, ¿acaso él…?

Se alejó unos cuantos centímetros de su hermano, mirándole con los ojos muy abiertos, llenos de miedo, terror, estaba horrorizado. Sujetó su rostro con su mano libre y comenzó a acariciarle la mejilla mientras las lágrimas le resbalaban por las propias – Bill… Bill… despierta, mi cielo, despierta…

Un último golpe, un último grito, una puerta abriéndose y toda la habitación de tornó de blanco.

 

Tom se incorporó de golpe sobre la cama, con un grito ahogado en su garganta. Todo su cuerpo sudaba y sus mejillas estaban escarchadas por el llanto inconsciente. Había sido un sueño, el peor de toda su maldita vida.

Rápidamente se volteo a mirar a Bill, quien seguía durmiendo a su lado. Se lanzó sobre él sin cuidado alguno, comenzando a besar su rostro, hombros, cuellos y cabeza con ansias – Oh, Dios, Dios – Murmuraba mientras le seguía besando y acariciando sin parar. Nunca había estado tan desesperado y agradecido de sentir a Bill a su lado.

Su piel estaba tibia y suave, se sentía tan bien – To… - Intentó hablar el pelinegro, siendo inmediatamente silenciado por los labios de Tom, quien le besaba con fuerza, haciéndole gruñir de dolor – Ouch, tonto, me dolió – Reclamó, y Tom no podía estar más feliz de oír su voz.

-Mierda, Bill, no sabes cuán feliz me haces justo en este momento – Bill sonrió de medio lado, notoriamente confundido.

-¿Has estado llorando? –Preguntó, mientras estiraba su mano y acariciaba la mejilla de su hermano.

Tom sonrió – Sólo ha sido un mal sueño – Contestó, volteando su rostro para besar la mano que Bill mantenía en su mejilla – Dios, ven aquí – Demandó, tomándole de la cintura, arrastrándole sobre la cama hasta sentarlo sobre su regazo. Tomó de sus manos y las entrelazó con las suyas, jalándole hacia abajo, para recostarlo sobre su pecho.

Pasaron varios minutos así. Bill mantenía sus ojos cerrados, disfrutando de la danza que las manos de su hermano mantenían sobre su espalda desnuda. El pecho de Tom seguía agitado, y eso le preocupaba. Se incorporó, sentándose sobre el regazo de su igual – Estás muy sobresaltado, Tomi – Frunció el ceño, preocupado.

Tom vaciló, no sabía como responderle. Debía eludir aquella duda de su hermano, si él le contestaba, éste comenzaría a preguntarle toda clase de cosas, queriendo llegar al fondo del asunto, lo que claramente, Tom no permitiría.

De pronto, su mirada se fijo en el cuerpo curvilíneo frente a sus ojos. Bill le observó detener la vista en su cuerpo y se removió nervioso, sonrojándose - ¿Qué? – Preguntó.

-Tienes unas manchitas en… ¿te ha dado alguna reacción alérgica a algo? ¿O varicela, quizás?

El menor de los hermanos hizo una mueca de confusión, desvió su mirada del rostro de Tom y la fijó en el cuerpo propio, notando ciertas manchas de color rojizo y marrón sobre su pecho, vientre y hombros. Bill se ruborizó hasta las orejas, golpeando a Tom levemente en el pecho, mientras se salía de sobre él, recostándose boca arriba nuevamente sobre la cama.

-Sí, es un nuevo tipo de varicela. La varicela Kaulitz, tan sólo en una noche te marca toda la piel – Protestó, cruzándose de brazos, dándole la espalda a Tom, quien reía animosamente al comprender lo que Bill decía.

 

-Muchas gracias, señora Schwars – Se despidió sonriente, mientras sujetaba a la pequeña niña entre sus brazos – Oh, cada día está más grande y pesada, eh – Habló en dirección a la pequeña, quien le miraba con enormes ojos risueños.

Bill se inclinó hacia delante para tomar el bolsito color rosa de la pequeña Catherine, cuando el pañuelo color rojo atado a su cuello se descolgó y fue a caer al piso, justo frente a los pies de la mujer, quien le miraba sonriente.

-No te preocupes, yo voy  – Murmuró Helen, apresurándose a recogerlo. Ella levantó la mirada en dirección al rostro de Bill a medida que recogía el pañuelo y se incorporaba, cuando de pronto algo le llamó la atención.

La sonrisa en su rostro se esfumó poco a poco, reinando la confusión en su rostro. ¿Qué era eso en el cuello de Bill?

El pelinegro comenzó a ponerse nervioso, sin entender la actitud de la mujer. Catherine comenzó a quejarse y moverse de forma inquieta., por lo que decidió apresurar la marcha – Yo… diré a Tom que venga por el más tarde, y por el resto de cosas, Señora Schwars – Sonrió, cruzando la calle y volviendo a su casa, siendo atentamente observado por la mujer, quien se dignó a una mueca de despedida.

 

Dio tres leves toques a la puerta, y esperó. Unos pasos provenientes del interior de la casa comenzaron a sonar, y algo dentro de Tom se estremeció; los pasos sonaban pesados, como los de su padre. Como los que había oído aquella horrible noche en que ese hombre se atrevió a golpear a Bill cuando niños.

-Tom – Habló una voz femenina, distrayéndole. Levantó la mirada y se encontró con el crudo rostro gastado de la mujer.

Desde dentro de la casa se escuchaba un cuchicheo de televisión bastante fuerte, algún noticiero por el estilo o algo, debido a la hora. Había caído la noche hace un rato, Bill había decidido quedarse en casa, cuidado de Catherine, y él muy obediente tuvo que salir a la fría calle, a por las cosas que su hermano había “olvidado” llevar.

La mujer se quitó del caminó e invitó al muchacho a entrar a la casa, sonriéndole levemente. Tom ingresó a paso lento, sólo quería las cosas y volver a casa con Bill. Su sueño había sido espantoso, le había tenido todo el día observando a su hermano, tocándole, mimándole, viéndole reír o hacer las cosas cotidianas de la casa. Se sentía intranquilo incluso cuando este se alejaba de él para ir al baño o algo. Un par de minutos lejos, conseguían desesperarle.

Caminó por un largo pasillo, pasando por la sala de estar, donde el brillo del televisor la iluminaba por completo. Miró de reojo hasta el sofá y vio a la mejor amiga de Bill sentada sobre el, disfrutando de la fría compañía de una pantalla. No se detuvo a saludarla, no tenía las ganas ni el interés, simplemente siguió caminando hasta el fondo de aquel largo pasillo, llegando a la cocina, donde el ruido del televisor era casi inaudible.

-Bill dijo… - Habló una vez en el lugar, acompañado de la mujer.

- Sí, lo sé – Le interrumpió, sonriéndole de medio lado. Tom no podía evitar notar la expresión en el rostro de quien tenía frente a él. Se veía preocupada, nerviosa… quien sabe qué.

Tom esperó unos segundos a que la mujer continuara, pero no lo hizo. Ella no se movió ni un sólo milímetro de donde estaba parada. El rastudo se rascó la cabeza, comenzando a ponerse nervioso, ¿qué estaba esperando?

-Escuche, no quiero ser mal educado, pero debo volver – Murmuró Tom, con una mano pegada a su cuello, presionando, nervioso.

- ¿Con Bill? – Preguntó, y el chico le miró atentamente, curioso.

- Sí – Respondió con seriedad, sin agregar nada más al asunto. La mujer asintió lentamente, desviando su mirada. Todo lo contrario a lo que Tom hacía, quien no le quitaba la vista de encima – ¿Dónde busco lo que Bill olvidó?

La mujer jaló levemente de los cabellos propios y Tom frunció el ceño, algo le hacía saber lo que venía – Lo que Bill olvidó no se puede recuperar en ningún lado. Lo olvidó hace mucho tiempo – El mayor de los hermanos endureció su rostro y comprendió hacia donde iba la conversación.

-No se atreva a hablar mal de Bill.

- ¿Estás defendiéndolo, Tom? – La mujer bufó – Realmente me extraña verte en esta posición, digo, tú eras un chico normal y de pronto ya no sé que te pasó – “Chico normal” y la sangre de Tom ardió.

- Bill es un chico normal. Yo soy un chico normal. ¿Qué hay de malo en nosotros?

- ¿Quieres que te responda? – Contestó duramente, y el corazón de Tom se detuvo.

¿Acaso eran tan obvios? ¡Jamás lo habían sido! No habían sido descuidados más que la vez en que decidió tomar su mano en el recinto elegante donde su madre les llevó a comer, o en aquella ocasión donde los celos porque demás personas observaran a su hermano exhibiendo su nuevo tatuaje, le habían hecho tomar de su mano posesivamente y arrastrarlo hasta la casa.

Sólo habían sido dos ocasiones aisladas, con un agarre de manos entre hermanos, ¡nada de malo había en eso! Su mente le gritaba y golpeaba por haberse permitido ser descuidado con respecto a Bill. Ahora le mujer enfrente suyo le soltaba toda la verdad…

De pronto una posibilidad mayor cayó sobre los hombros de Tom, haciéndole sentir mareado, con un insoportable bombeo dentro de su cabeza… ¿era posible que haya sido su propia madre quien le haya comentado a Helen de sus sospechas? Después de todo, eran amigas, y quizás más que eso, confidentes de toda clase de comentarios.

Tom tragó saliva, desviando su mirada – Usted no puede opinar respecto a eso – Susurró, volviendo a mirarle.

Los intensos ojos de Tom clavados en ella le hicieron sentir un escalofrío recorriéndole la espalda. Se cruzó de brazos, sin romper el contacto visual con el muchacho – Crees que conoces el mundo, Tom, pero no es así. Estás equivocado, estás viviendo mal las cosas. No vayas por ese lado… tú tienes un futuro.

Tom se tensó, enfureciéndose cada vez más. La mujer continuó hablando por largos segundos, admirándose de su forma de vivir y quejándose de la del resto. Murmuró que Bill era un chico “desviado”, que él no debía seguir el camino que había escogido sólo por la influencia de su hermano.

-Escuche algo, señora – Habló inflando el pecho, tomando una gran bocanada de aire y expulsándola ruidosamente por su nariz, acercándose un tanto más a ella, procurando que aquella declaración se quedara dentro de esas cuatro paredes – Lo mío con Bill, no es asunto suyo. Si yo decido seguir acostándome con mi hermano por el resto de mi vida, así lo haré. Ni usted, ni nadie me dirá qué hacer… ¿Está claro? – Finalizó, dando media vuelta y alejándose del lugar, por el mismo pasillo por donde llegó.

La mujer quedó atónita. Espantada en su totalidad. Su rostro palideció de tal forma que le hizo ver como un cadáver en tan sólo unos segundos. ¿Qué era lo que había escuchado? Sus sospechas de la homosexualidad de Bill eran prácticamente afirmaciones, habían sido corroboradas –según ella- con hechos como los de hoy. Aquellas marcas en el cuello del gemelo mayor, no habían podido ser ellas por alguna chica, eran tan fuertes, profundas; inadecuadas e inaceptables para su creencia firme de lo que es un buen comportamiento de vida.

Sus criterios eran rígidos. Su mente era tan estrecha y cerrada como sus piernas –o eso pensaba Tom-. Ella jamás aceptaría a una persona que fuese diferente a ella, era por eso mismo que les detestaba y humillaba cada vez que podía.

Helen estaba horrorizada. ¿Cómo el hecho de querer aclarar una simple duda sobre la posible homosexualidad del gemelo mayor, había acabado en una confesión de tal horrendas proporciones?

 

Tom abrió la puerta con pereza, cerrándola tras de si con un sonoro portazo. Arrastró los pies hasta la sala, dejando su abrigo sobre el sofá.

-¿Mamá? – Llamó una voz.

Tom sonrió, caminando sigilosamente entre la oscuridad, hasta llegar a la escalera. Subió unos cuantos escalones, dejando sonar libremente sus pisadas. Pudo notar –gracias a la débil luz que entraba por la ventana desde el pasillo del segundo piso- como una delgada figura se asomaba curiosa por los escalones superiores.

El pelinegro bajó unos cuantos escalones, un tanto temeroso, preguntando nuevamente si era su madre quien estaba en casa; pero nadie le respondía. Tom se detuvo al escuchar que los pasos de Bill estaban lo suficientemente cerca como para poder tocarle. El menor de los hermanos estiró sus brazos hacia delante, moviéndolos en el lugar, intentando palpar algo entre toda la oscuridad.

-¿M-mamá? – Preguntó una vez más. Tom sonrió ampliamente, inclinó su cuerpo un poco más adelante, logrando posar su rostro sobre las palmas de Bill, quien chilló de sorpresa. El mayor cerró sus ojos, restregando sus mejillas contra las manos de Bill, como si fuese un gatito en busca de cariño – Tonto, me asustaste – Susurró.

- ¿A quién le dices tonto? Respeta a tu madre, mocoso – Molestó y Bill rió por lo bajo, pellizcando las mejillas de su hermano – Ah, y quítate ese pijama o lo que sea que traigas puesto, debo examinar tu alergia y llevarte a un doctor – Susurró mientras avanzaba los escalones restantes, quedando uno más abajo que Bill, posando sus manos sobre sus caderas.

El menor llevó una de sus manos hasta la parte trasera del cuello de Tom, jalando de él, acercándole a su rostro. Atrapó sus labios sin mayor problema en un cálido y húmedo beso, mordiendo su labio inferior, jugando con su lengua dentro de la boca de Tom, incitándolo a juguetear con él. Pero, no pasó. Esta noche Tom no respondió a su llamado de la forma que él esperaba.

-¿Sucede algo, Tomi? – Preguntó, alejando sus labios, volviendo a sujetar de las mejillas de su hermano. Tom suspiró profundamente y Bill intensificó su rostro, preocupado, triste y asustado.

-Te amo – Murmuró – No te alejes nunca de mi lado… por favor – Rogó, aferrándose a la cintura de Bill, abrazándose a ella mientras enterraba su rostro en el pecho de su igual.

Bill se sorprendió. ¿Había pasado algo malo? Tom siempre seguía sus  juegos, el siempre bromeaba o reía junto a él, pero esta vez nada. Esta vez Tom simplemente le pedía una muestra de cariño.

El pelinegro se abrazó al cuello de Tom, con brusquedad, depositando pequeños besos sobre el – ¿Estás loco? – Preguntó, sin esperar una respuesta. Depositando besos ahora en una de sus mejillas – Yo jamás voy a dejarte – Susurró deteniendo sus cortos besos. Soltó uno de sus brazos del cuello de Tom y le acarició la mejilla con el revés de su mano, pegando su frente a la suya, sin detener las suaves caricias sobre la piel de éste – Te amo.

El mayor de los hermanos se tranquilizó ante el toque, relajando su cuerpo. Sintiendo como una lágrima rebelde se resbalaba por su mejilla. Estaba tan agradecido de tener a Bill en su vida, pero… era consciente de que la vida era tan frágil, como para acabarse en un sólo segundo.

Notas finales:

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