Toda la felicidad de este mundo vino con él…y con él se fue…
Mi alma perdida y solitaria vaga todavía por este infierno terrenal, en busca de su añorada presencia.
Su bello y joven rostro me tortura cada noche cuando mis ojos cansados, intentan encontrar la tan ansiada paz, que mi mente atormentada necesita.
A veces incluso, en mi enfermiza desesperación por buscarle, me parece oír como susurra mi nombre y me roza con sus gentiles manos, en la oscura penumbra.
Si atormentarme hasta que mis días acaben, es la única forma de que se quede conmigo, sufriré dicho castigo con el mayor placer existente en esta fría tierra, que llamamos hogar.
Recuerdo sus ojos, sus labios, su cuerpo, sus besos, su nombre…, nombre que el solo pronunciarlo me produce escalofríos.
Daría todo cuanto tengo por volver a verle aunque solo fuera una vez…hasta mi propia vida…
Más de una vez he pensado que el suicidio es el postre más dulce que un ser humano puede probar, cuando ya no le queda nada por lo que seguir viviendo.
Pero ellos no me lo permiten, prefieren que viva algunos años más, obligado a ser alimentado, sin fuerza alguna de voluntad, sin ganas de seguir existiendo, a que muera hoy mismo. No entienden que desde hace mucho tiempo, yo… ya estoy muerto.
Encerrado entre cuatro paredes, con apenas unos pequeños rayos de sol iluminando mi tétrica habitación, obligado a ser llamado loco.
¿Acaso amar es estar loco?...si eso es así…ojala todo el mundo lo estuviese.
Puede que lo que le falta a esta sociedad, al ser humano, es algo de locura; así la vida no sería tan insufrible, ya que cada uno podría vivirla en su mundo especial, feliz, alejado de la realidad devastadora y cruel.
Lo único que me queda es un triste diario y un lápiz, donde poder plasmar mis memorias, que hacen que todavía mantenga la cordura; aunque no sé cuánto tiempo será eso posible.
Puede que mi historia, la historia de un alma en pena, no le interese a nadie, pero no me importa. Si algún día alguien encuentra este manuscrito, solo espero que lo tome como ejemplo para no acabar en mi misma situación.
Yo era un chico muy joven de apenas 22 años, enamorado del amor, de la vida, con ilusión, alegría y grandes sueños de futuro.
Entonces fue cuando lo conocí.
Era una noche calurosa de verano y había ido con unos amigos a la discoteca. En ese momento un chico apuesto se me acercó, invitándome a bailar.
Bebimos y bailamos toda la noche; sin parar de reír como locos adolescentes, me llevo a su piso. Yo era un inconsciente, y me creía en el cielo, así que nos acostamos sin apenas pensarlo.
Volaba, sentía su fina piel contra la mía, su aliento cargado del embriagador aroma del alcohol.
Quedamos un par de veces más y comenzamos a salir. Se llamaba Jae Hyun, tenía 26 años, era arquitecto y estaba locamente enamorado de él, o al menos en mi inmadura mente así me lo parecía.
Al año de estar saliendo juntos me pidió matrimonio, era tan feliz como un niño cuando le regalas un juguete nuevo. No lo medite ni dos segundos y le dije que sí. Fue tan romántico todo…la boda con todos nuestros amigos y familiares, la luna de miel, los primeros meses de convivencia en la que nos faltaba tiempo para estar enredados en la cama comiéndonos a besos.
Todo una mentira y un cruel engaño del destino.
Jamás volví a ver a mis amigos, jamás volví a ver a mi familia, ya no salía a divertirme, ya no me llamaban al teléfono para hablar conmigo, ya no nos comíamos a besos, ya no me emocionaba ver las fotos de la boda, ya no servía para nada más que para hacer las tareas del hogar y dar placer a mi marido, ….ya no existía.
Mi casa, una cárcel de cuatro paredes que me asfixiaba casi las veinticuatro horas del día. Mi apuesto marido, la reencarnación de la muerte que me perseguía fustigante por los pecados cometidos en alguna vida pasada; el único placer que me quedaba; el sexo; que se había vuelto rudo, frio y distante, nada más que una simple acción del instinto animal humano. La soledad; mi única amiga y compañera; sus golpes; la única muestra de amor que me daba.
Vivía en continuo temor y tristeza. Ya no quedaba nada del chico que algún día fui. Mi alegría me había abandonado por completo, ya no sabía nada del significado de ilusión, mis sueños, todos rotos y pisoteados…el amor…una palabra amarga, apartada de mi vocabulario.
Nunca había odiado, nunca desee mal a nadie ni nunca había deseado la muerte de alguien, pero su sola presencia hacia que surgieran en mi los sentimientos mal repulsivos que puede esconder el hombre en su interior.
Aun así en mis tinieblas, conseguí atisbar algo de luz.
Todo comenzó con una simple sonrisa.