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Luna Negra por Mahozahamy Arisugawa

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Notas del fanfic:

Cantidad de palabras: 6320
Genero: Drama, Angustia, Romance, Slash.
Advertencias: Es un "Que sucedería si"
Clasificación: No menores de 16
Disclaimer: Nada mío, todo de su respectiva autora. Unicamente con fin escrito con fines de entretenimiento,.

Notas del capitulo:

Mi ultima respuesta al maratón de Fanfics Snarry, Junio de 2014, por la Mazmorra del Snarry.

Nota: La historia puede contener algunas escenas un tanto, siniestras.

 

Primera Parte: El Rito y La Maldición


Todavía respirando agitado, apretando los dientes para mitigar el dolor de las heridas recibidas, Harry se acercó a la oscura figura caída a su lado en el bosque en el que bruscamente se habían aparecido, y que poco a poco iba quedándose en la oscuridad. Se agachó a su lado, al mirarlo más de cerca sintió una punzada de algo que no le permitió reaccionar.

Severus Snape, tirado en el suelo, hecho un revoltijo con la túnica, estaba realmente pálido, mucho más que usualmente, gravemente herido perdía sangre rápidamente parecía a punto de desmayarse por el shock. No podía ser, todo había salido mal, no sabía que podía hacer, estaba en blanco. No tenía ni idea de por donde empezar.

Estaba realmente desesperado, Snape seguro que se moría si no hacía algo pronto, y lo único que podía pensar era en lo ridículo de aquel diminuto bolsito de cuentas que Hermione le había dado en el último segundo antes de que sus manos se separasen.

Parecía frágil pero pesaba como un demonio. Hermione seguramente no le había dado un simple bolsito plano ¿Cierto? ¿Que sería en realidad? Lo puso en el suelo con un fuerte “tud” y le pareció escuchar el eco ahogado de algunos cacharros de metal rodando. ¿En el interior? Lo abrió y se encontró con lo más parecido a un bolso sin fondo. Aquello era como una bodega. Maldición tardaría horas en encontrar algo específico y ni siquiera sabía que buscaba. ¿Que demonios usar? No podía recordar algo que ayudase a cerrar heridas. Ni siquiera sabía si algo así... normal. O mágico normal funcionaría en las... circunstancias de Snape.

Un quejido tan leve que habría sido incapaz de escucharlo si no hubiera estado tan cerca, le devolvió a la realidad. Se acercó a su lado, decidió que usaría la varita. Con un rápido hechizo de limpieza localizó los cortes más profundos, pronunció “reparo” pero aunque la tela de la túnica temblo para tratar de unirse los cortes seguían tan abiertos como antes. Sabía que era estúpido, lo había sido siquiera inentarlo. No iba a ser tan fácil. Tenía que pensar. Madame Pomfrey le había cerrado inumerables heridas antes. Siempre usaba un hechizo que a veces le parecía oír murmurar. ¿Cuál sería? Algo que sonaba como murmullo ¿Sería unum acaso? Probaría.

Limpiando otra vez la sangre que escurría apuntó todo lo firme que podía y pronunció el conjuro. Esta vez la piel de las heridas se selló al instante. No de modo perfecto como hacía Madame Pomfrey pero parecía servir. De inmediato la expresión de intenso dolor del cetrino rostro se relajó, y por fin quedó inconsciente.

Harry lo dejó recostado sobre el suelo, las hojas secas crujieron bajo su peso, con una mano realmente temblorosa empuñó la varita y levantó las protecciones que conocía alrededor. Hermione en estos últimos días le había enseñado algunas que sonaban realmente poderosas, las usó aunque por desgracia no había tenido el tiempo para practicarlas adecuadamente y no sabía si tendrían el efecto esperado.

Sin embargo ahora mismo necesitaba usar todas las que supiera. No sabía si irían a buscarlos o no, no sabía si alguien se había enterado de su localización, pero sabía que no podía mover a Snape. No correría el riesgo de desgarrar las heridas de nuevo. No le importaban las advertencias de Dumbledore, de que se movieran mediante aparición todo lo posible por todos los lugares seguros que conocieran iba a quedarse aquí con él hasta que los dos pudieran continuar.

Había quitado la capa de sus hombros y como pudo la transformó en una fea colcha con la que envolvió el cuerpo cada vez más frío de Snape. Preocupado como nunca antes por la vida y seguridad de su profesor, decidió que tenía que crear una fuente de calor. Encendió del modo mágico un fuego que posó en unos torzos secos de arbol que recolectó en los pocos metros que se atrevió a alejarse. Tardaron largo rato en arder apropiadamente, tronando y chisporroteando, como si protestaran, pero lo hicieron.

Transcurrida una hora Harry había revuelto el tiempo suficiente en la bolsa como para descubrir que su metódica amiga había ordenado las cosas por sitio. Increíblemente ahí adentro estaba una tienda de campaña. ¿Sería la misma tienda mágica que usó cuando fueron los mundiales de Quidditch? No lo podía creer, pero imaginaba que si, por fuera era idéntica. La sacó como pudo y tras unos intentos en vano para armarla de modo muggle, la armó con un golpe de su varita.

Entró a gatas en ella y descubrió que era como si hubiese viajado en el tiempo. Todo estaba polvoriento pero era la misma tienda, con olor a gato incluído. Empezó a limpiar el polvo a punta de varita, en el fondo había una cama bastante maltrecha pero serviría la limpió todo lo posible y la aseguró lo bastante para que pusiera soportar el peso de Snape, se encontró también una tetera, y una vieja caja de hojas de perfumado té para adivinación en la cocina, había sentido el irreprimible impulso de quemar las hojas con un incendio, pero no lo hizo, simplemente las dejó sobre la mesa, por desgracia no había encontrado agua ahí dentro.

Al salir el ambiente estaba caldeado, al parecer las protecciones habían formado alguna especie de cúpula alrededor y parecía que la colcha estaba sirviendo para algo, pues el cuerpo de Snape al tocarlo si bien no estaba tibio como suponía que debía de estarlo estaba mucho menos frío que antes. Aunque seguía igual de pálido y eso lo preocupaba.

Con mucho más cuidado del que se creía capaz Harry levitó el cuerpo inconsciente que indefenso se elevó en el aire, curvándose un poco a pesar de los esfuerzos que el ojiverde hacía precisamente para evitar aquello, y lo había sentirse culpable por no poder cargarlo, pero tenía que resguardarlo en el interior. Lo depositó con mucha suavidad usando hechizos de colchón de aire y cojin invisible en la maltrecha cama. Se quedó mirándolo un largo, larguísimo rato sin darse cuenta, casi hipnotizado por el suave rítmico movimiento de su respiración, hasta que reaccionó irritado consigo mismo, decidió que debía salir a tomar aire, y también a hacer guardia.

Un poco mosqueado por sentir esa acuciante tensión y preocupación se sentó ante el fuego. Quería averiguar, por qué demonios se senía así. Los motivos por los que temía por la vida de su profesor se le escapaban, se sentía asustado al grado que sus manos estaban frías y temblorosas, tenía nauseas y respiraba superficialmente. Ni siquiera entendía sus propios motivos por más que intentaba pensar en ellos, pero no podía evitarlo. Era como si de pronto estuviera sufriendo un ataque de pánico, quizá así era.

Pero es que aún había tiempo, ¿No? Dumbledore lo había dicho, tenía que ser verdad ¿Tendría alguna implicación, alguna consecuencia las heridas que había recibido? Esperaba que no. Por favor que no fuera así. No se sentía capaz de soportarlo. Acercó sus rodillas a su rostro, sin reprimir ya sus lágrimas. Ansiaba verle despertar. Tenía que despertar.

No supo a qué hora se quedó dormido. Pero el ruido de los pájaros al amanecer, aunque amortiguado por las protecciones le despertó con un susto tremendo, como si alguien hubiera sonado un pistoletazo. Como un resorte se levantó para entrar corriendo en la tienda. Snape seguía dormido. Aliviado solo por un momento volvió a salir por si les atacaban ahora. Esperó un rato ante las cenizas ya consumidas, más cuando se hizo evidente que nadie iba a atacarlos, pues si no habían venido en toda la noche es que habían perdido su rastro, o quizá por un milagro habían conseguido escapar antes de que lo averiguasen. Harry regresó al interior de la tienda.

Durante la noche había sacado un montón de cosas de la bolsita. Un montón de cosas realmente útiles. Como comida empaquetada y enlatada muggle, eso seguro que iba a servirle para Snape, un montón de pociones protegidas y reforzadas en una caja, ropa muggle, túnicas de recambio, y hasta le parecía que en algún lado había visto una peluca. Cosas inútiles como una bicicleta, figuritas de cerámica, trozos de lo que parecía una vieja lámpara de queroseno rota. Y cosas extrañas. Como aquel cadáver de Doxy conservado en algo que parecía formol.

Entre las pociones Harry descubrió una que parecía que era algún tipo de reconstituyente. Esperaba que le sirviera a Snape, pero nuevamente debía esperar a que despertara, no podía dársela por la fuerza, y podía ser contraproducente dadas sus... circunstancias.


*********************************

Pensó mucho en lo que los había traído hasta aquí. Detestaba llamarlo de ese modo. “Circunstancias” era una palabra estúpida que no decía nada, solo era confusa desde luego, pero no se sentía con el valor de llamarlo “maldición” aunque era eso realmente. Quizá de modo subconsciente lo seguía llamando circunstancias porque creía que de llamarlo de ese modo lo hacía menos terrible, menos definitivo.

Durante el inicio ciclo escolar, de su sexto grado, enterandose con gran sorpresa que Snape había sido nombrado profesor de defensa y que había un nuevo profesor llamado Horace para la asignatura de pociones, Dumbledore había decidido que quizá estaba listo para saber más de Voldemort. Empezó por tanto a sostener en su despacho con Harry charlas nocturnas acompañadas de pensamientos y recuerdos extraídos directamente de la mente brillante de Dumbledore. Así se enteró de la existencia aberrante de objetos llamados Horrocruxes, que debían ser destruídos para que Voldemort pudiera morir. Se enteró de ello y de una miríada de cosas que no entendía por qué le habían ocultado hasta entonces.

Solo un par de días después del inicio de cursos, recién se había enterado de que podía cursar pociones y seguir su sueño de ser auror, le había tocado un libro viejo de pociones avanzadas, aunque al principio le pareció mala suerte, estaba descubriendo que el libro era un tesoro en bruto, que el autor de las notas al margen era brillante cada día sentía crecer su curiosidad por averiguar de quien se trataba, encontrarlo y demostrarle de algún modo su profunda admiración.

Al final de aquella primera semana, Dumbledore le había hablado por primera vez de sus conclusiones respecto de la maldita profecía que ahora conocía y sabía quién había hecho además a quién se la habían hecho.

El venerable mago sorprendió a Harry al declararle que para salvar al mundo mágico, no debía sacrificarse como él esperaba escuchar luego de que Dumbledore le dijera que probablemente había un trozo de Voldemort dentro de él mismo—y que era el por qué se había creado una conexión entre ambos—sino que tenía que renunciar a su derecho a morir. Eso fuera de descolocarlo profundamente le había sonada como un disparate o como una declaración motivacional de principios. Hasta que Dumbledore recalcó que era una declaración literal.

Harry no solo debía renunciar a morir. Sino renunciar a ser incluso un ser humano del todo, de este modo el trozo humano del alma de Voldemort en él moriría. Declaró que era un riesgo y que implicaba poner peligro incluso su capacidad para la magia. Pero que era necesario para la consecusión del fin largamente perseguido. Habló confusamente de grandes poderes, de recompensas que obtendría, de cambios.

Conforme el viejo Dumbledore avanzaba en sus explicaciones, exaltándose mientras describía las implicaciones de lo que el llamaba “el rito” en la profecía y sus vínculos en la derrota definitva de Voldemort y en la consecusión del bien mayor, más y más se preocupaba Harry. Además cuando el venerable mago continuó, diciendo que para potenciar lo que harían pretendía convertir a Harry en “el señor de la muerte” obligándole a buscar lo que el llamaba Las reliquias de la muerte, como un doble seguro, lo instó incluso a charlar de ello con Ron y Hermione, escuchar lo que ellos tenían que decir y pedirles que lo acompañaran.

Durante aquella noche, asustado por las palabras de Dumbledore sobre lo que pretendía hacer con él y las implicaciónes que habría para sus amigos a futuro, Harry permaneció callado durante la cena, desobedeciendo los consejos del Director, no contó ni a Ron ni a Hermione aquello.

¿Cómo podría haberles pedido que lo siguieran? ¿Cómo si según Dumbledore iban a realizar un rito y que después de aquello él ya no iba a ser enteramente humano? Durante la emocionada charla del director no había querido hacer preguntas--¿para qué? Si jamás se dignaba nadie a responder a ellas—pero ahora se sentía intensamente preocupado. ¿En que se iba a convertir? Pensó en los hombres lobo y en increíble resistencia física, además de su potencial rechazo a los hechizos durante su transformación.

Sin embargo temiendo que sus inseguridades le hicieran hablar tarde o temprano con ellos, o peor aún que ellos lo descubrieran e hicieran preguntas a las cuales no iba a poder resistir demasiado, aún más asustado por aquellas posibilidades no pudo quedarse en el dormitorio.

Poniéndose la capa de la escuela sobre el pijama, que ya empezaba a quedarle corto por las piernas se calzó, y dándole una mirada a la cama de Ron que tenía las cortinas mal cerrdas, se echó ahora la capa invisible por encima. Aprovechó la llegada de los prefectos que hacían la ronda, para colarse entre ellos y salir. No se dio cuenta que no llevaba su mapa del merodeador hasta que ya se había cerrado el retrato de la Señora Gorda.

No le importó. Paseó hasta la madrugada incapaz de sentir sueño o cansancio, atenazado por el terror. Finalmente cerca de las cinco de la mañana del sabado, chocó de bruces con Snape que lo atrapó en el acto gruñendo su apellido incluso antes de verlo. Lo arrastró hasta las mazmorras y una vez en su despacho despotricó en contra de la posesión de su capa invisible y amenazó con quitársela de modo permanente.

Harry ni tan siquiera tuvo el valor para replicarle. Un poco desencajado Snape le había preguntado qué demonios le ocurría. El ojiverde como un niño de cinco años se soltó a llorar para consternación del ojinegro que se veía claramente descolocado. Pero pareció refrenar su ira. Encendió la chimenea y de malos modos le puso un taza de té caliente en las manos.

El primer sorbo para Harry fue asombrosamente bueno. Reconfortante. Creyó reconocer algunas trazas pero era imposible definirlas con exactitud.

Solo podía decir que aquella infusión rezumaba un sentimiento, una especie de protección que aunque no podía ser llamada ternura se acercaba mucho más de lo que Harry habría esperado de él. El resto de la madrugada de aquel sábado Harry casi sin mirar a Snape le contó uno a uno los planes de Dumbledore para él. Sin pensar siquiera en que durante todos sus años de vida escolar hasta ahora había tenido sus reservas respecto de la lealtad de su profesor.

No es que sus relaciones fueran las mejores, o que súbitamente sintiera alguna clase de empatía con el profesor, el carácter que tenía él no ayudaba en nada, pero le parecía que era la única persona en la que quería confiar. Por una cuestión de lógica. Después de todo Snape había elegido por sí mismo ser espia o no serlo.

Había actuado de tal modo en que ambos bandos le necesitaban y para los cuales debía tener planes, estrategias. Su propia vida dependía de su habilidad. Y eso lo convertía en la persona más capacitada, en la más valiente. En la que Harry quería confiar. Lo decidió en un momento. Harry sin pensar por un segundo en que cabía la posibilidad de que lo mandara al demonio y fuera de su despacho, le pidió a Severus que fuera él quien lo acompañase en la travesía. Descolocado por la petición tan extraña pero sin encontrar un motivo para negarse, sin querer hacerlo en realidad Severus aceptó acompañar a Harry.

Ese mismo día, no mucho después, se enteró que el propio Dumbledore había mandado a llamar a Ron y a Hermione a su despacho, les había contado personalmente la misión a la que enviaría a Harry, misión a la que quería que lo acompañasen. Un Ron algo asustado pero emocionado por el reconocimiento del Director aceptó de inmediato. Hermione, valiente aceptó también sin titubear.

Cuando Harry pidió al Director que Snape los acompañase, Ron se mostró en desacuerdo. Y Hermione parecía tener sus dudas emitía ruiditos como si quiera opinar algo pero se refrenase. Incluso el director no se veía convencido. Cuando Severus un poco molesto pero decidido presionó la insistencia de acompañar al grupo.

Los días transcurrieron, Harry, Ron y Hermione fueron aleccionados por el propio Dumbledore en hechizos, maldiciones, protecciones así como algunas otras materias que consideraba debían saber. Los fines de semana bajo la estrecha vigilancia de Severus en los terrenos cercanos al bosque prohibido practicaban.

Fue en la última semana de Septiembre cuando “eso” ocurrió. Dumbledore decidió de la nada organizar una misión para descubrir el segundo Horrocrux. Un anillo de la familia de Voldemort. Decidió llevar consigo a Harry, quién consiguió no sin cierto esfuerzo que Snape también fuera incluído. Por desgracia la decisión de Harry tuvo consecuencias fatales.

En mitad de la misión, Dumbledore entró en la casa. Maravillado por el descubrimiento del anillo sobre una ajada mesa, murmurando palabras ininteligibles, se apresuró a tomarlo, violando la primera ley que les había enseñado. No tomar nada potencialmente peligroso con las manos desnudas.

Peor aún, en un acto reflejo totalmente involuntario Snape había empujado a Dumbledore para impedirle tocar el anillo, desgraciadamente por el esfuerzo cayó el también, volcando la mesa en el proceso. Ocasionando que el anillo saliera volando. De un modo horrible, fatídico, cayó como si aquel fuera su sitio sobre el dedo anular de la mano izquierda del mago de los ojos negros. Deslizándose hasta la base del mismo.

La maldición—que pudo haber sido fulminante y fatal—actuó al instante, el cuerpo delgado del profesor se contorsionó horrible y dolorosamente, pero solo ocurrió eso pues fue rápidamente contenida por un Albus Dumbledore que le lanzó varios conjuros, luego le arrebató el anillo con la varita, mientras, no cesaba de repetir una y otra vez disculpas al desvanecido cuerpo del profesor. Al parecer Harry estaba en shock, pues no notó que estaba llorando hasta que una de sus lágrimas le mojó los dedos en su caída.

De un modo brusco sintió bullir algo parecido a la ira en su interior. Apartó bruscamente al anciano director y sujetando el cuerpo del profesor, usó la aparición conjunta, que recién aprendía para aparecerse lo más cerca de la casa de los gritos que pudiera. Jamás imaginó terminaría por aparecer dentro. Esperó, sentado junto al cuerpo pálido lo que pareció horas, mirando como la mano izquierda, adquiría el color de la ceniza.

Después de aquello Harry apenas comió y se mantuvo tercamente pese a los esfuerzos que hacía Madame para que fuera a su dormitorio, al lado de la camilla en la enfermería. El ojiverde sentía que en el fondo aquello era su culpa, había pedido a Dumbledore que le permitiera acompañarlos.

Una semana entera tomó que el profesor se restableciera lo suficiente para despertar. Al parecer los hechizos de Dumbledore mantenían la maldición a raya, solo la palma y lo dedos parecían afectados. Cuando Severus despertó por fin, lo hizo para analizar su propio predicamento con un montón de pergaminos desparramados por la camilla emprendió la investigación.

Se irritó de ver a Harry con él, pero como el muchacho permanecía tercamente a su lado decidió que lo dejaría estar hasta que se hartase de auto compadecerse o de creer que jugaba el papel de héroe. Pero Harry no se iba. Cada día intentaba insoportablemente hablar con él. Terminó por rendirse y hablar con él, con su ácido mal carácter intacto.

Harry no parecía en absoluto afectado por ello, y eso lo hacía enojar más, se suponía que el muchacho no lo soportaba, ahora parecía incluso genuinamente feliz de verlo despierto y pasar tiempo a su lado. Parecía que se había ganado una sombra. Vaya un fastidio.

El jueves Harry estaba haciendo los deberes de Pociones que se le habían acumulado toda la Semana. Severus estaba dormido así que aburrido empezó a hacer sus deberes, ayudado por su maravilloso libro usado de pociones avanzadas. Al despertar, Severus se encontró con la bizarra imagen de Harry estudiando en uno de sus viejos libros que había perdido en algún punto de su aprendizaje de Hogwarts. Sin poder evitarlo lo arrebató de la mano del moreno, lo ojeó y encontró todos sus hechizos, sus anotaciones.

Harry no se opuso a devolverle lo que era suyo. Le expresó de un modo que le causaba escalofríos y le hacía pensar en universos paralelos, su profunda admiración por su conocimiento. Severus se encontró devolviéndole el libro a Harry, pero advirtiéndole que era un préstamo, no un regalo, y que sabría si usaba los hechizos que ahí habia de un modo malicioso.

Quizá aquel momento fue para Harry uno de los últimos momentos buenos. Después de aquello no volvió a sonreír. Severus le informó impactado a Harry, que se había vuelto algo así como la caja de resonancia del profesor que la maldición, era progresiva pese a los hechizos periódicos seguía avanzando, de modo ínfimo cada día, pero lo hacía.

Pasó un largo mes en el que intentaron todo, investigaron todo. Y sin embargo nada daba resultado. La maldición terminaría por asesinar a Severus. Irremediablemente.

El ojiverde no sabía cómo encajar aquello. Se sintió en blanco. Como en el momento en que el fatídico destino elegía maldecir a Snape con aquel anillo que Dumbledore le había regalado a Severus. No fue sino hasta que Dumbledore usando el extraño nuevo compañerismo que había nacido entre los dos, le dijo a Harry que la maldición existía porque Voldemort lo hacía. Si sus trozos de alma empezaban a morir, quizá la maldición misma se haría de algún modo más débil. Convenció a Harry de aquel modo para llevar a cabo su macabro rito.

**************************

Era medio día en el bosque. Harry no necesitaba comer, pero imaginaba que Severus lo necesitaría en el momento en que despertase. Decidió preparar un caldo sencillo, pero persistía el problema de que no tenían agua. Intentó aparecer agua, pero fue en vano en aquel bosque, parecía que la utilización de la magia requería más poder. O quizá eran los efectos del rito que se hacían más presentes. Harry buscó en las inmediaciones un rio o un arroyo. Le contó un par de horas hallar el agua y otra más para llevarla hasta la tienda.

Mientras lo hacía recordó como se había convertido en lo que ahora era.


***Flash Back***

El ambiente en la cueva era de absoluto silencio. Pero no uno que se pareciera a cualquier otro que hubiera percibido jamás. Aquel silencio estaba plagado de tensión, y una clase de magia que era como ninguna otra que Harry hubiese percibido jamás. Era densa, fría, sofocante, le provocaba una sensación de ahogo, de angustia. Incluso se reflejaba un poco en las afiladas piedras de algún tipo de cristal que había sobre su cabeza. Como feroces colmillos esperando cerrarse sobre él.

Fue un pensamiento horrible el que aquella cueva pudiera estar viva. De pronto las paredes viscosas le parecieron el inerior de un hocico, el viento húmedo y frío que circulaba fétido, le pareció el respirar de una bestia gigante, inmunda. Sacudió la cabeza, era estúpido pesar aquello. Ni siquiera sabía dónde estaba. Suponía que Dumbledore no consideraba necesario que lo supiera.

Había visto brevemente la costa en el momento en que se aparecieron plagada de enormes árboles tropicales. Lo que era un poco incoherente, pues sentía el frío y la humedad del embravecido océano en los huesos. Se abrazó temblando, incómodo por aquellos morbosos pensamientos que no cesaban de acecharle, irritado por estar plantado ahí como un pasmarote mientras Dumbledore parecía apresurado, concentrado, había intentado hablarle en un par de ocasiones pero el anciano no le respondió. Miró en derredor como un idiota. No imaginaba donde podrían estar.

Sabía sin embargo lo que había venido a hacer aquí. Estaba a punto de entregar su vida como la hubiera conocido hasta ese momento, por la obtención de la victoria, por el triunfo de la luz sobre las tinieblas. Por el descanso del mundo mágico al que amaba. Al que se sentía en obligación de proteger, tal como este mundo le había salvado la vida al apartarlo de la fuente de desprecio que había representado por once años una familia que no era la suya, pero que lo odiaba llanamente.

Harry no temía que fuera a morir. Ni siquiera le habría parecido un precio demasiado cruel el sacrificar su propia existencia. En el fondo sabía que su vida era prestada, que casa segundo de felicidad era robado de la vida de un mago normal, a costa del sufrimiento o la muerte de alguien, que incluso sus momentos de mayor felicidad estaban opacados por la dura realidad de una guerra en la que se esperaba él fuera alguna clase de salvador. Nunca había sentido dentro de sí la capacidad para acometer tan grave empresa. Sin embargo sabía también que entregaría todo por el bien de los magos, entre los que se encontraban Sirius y Remus, lo más cercano que tuvo alguna vez a una familia, Ron, Hermione, Ginny, Luna, Neville... sus amigos, las únicas personas que lo habían querido de algún modo.

No detestaba al mago que estaba de pie frente a él por manipularle de un modo obvio para hacerle amar el mundo mágico a tal grado que quisiera sacrificarse para salvarlo. Por qué lo hacía amaba el mundo mágico acorde con sus deseos aunque no fuera por voluntad propia había conocido amigos increíbles, familia que creía perdida, y lazos, que eran tan importantes.

Desafortunadamente algunos de ellos habían muerto. Remus y Sirius por ejemplo, habían fallecido durante una estúpida pelea con los mortífagos en el departamento de misterios. Sirius se había interpuesto entre una maldición asesina y Sirius, sin embargo el impulso había hecho que los dos traspasaran un velo que los había desvanecido. No había quedado para él nisiquiera el consuelo de sepultar sus restos. Ni de un sitio para llorar sus muertes. Que habían sido para defender una insulsa profecía sobre la cual se había regido su existencia entera. Odiaba la profecía, porque era el recordatorio constante de que debido a sus acciones había expuesto a la gente que más amaba al peligro.

Morir significaba ir a su lado, estar por siempre con ellos. Sin embargo parecía que incluso tal consuelo iba a serle arrebatado de modo definitivo. Y para eso estaban aquí.

Dumbledore se movía entre las sombras con asombrosa agilidad, moviendo objetos de un sitio a otro, haciendo anotaciones con su larga pluma de águila dorada, leyendo una y otra vez en un ajado libro que estaba encuadernado en un desagradable cuero de color sospechosamente parecido al de la piel humana groseramente amañado, con gruesas costuras aquí y allá sobre toda la cubierta.

Tenía además candados raros que parecían tentáculos aparentemente se cerraba solo. El libro era tan siniestro que le causaba escalofríos y por si no fuera poco en medio había una estrella de lo más extraña que Harry no sabía siquiera definir. Solo sabía que era una estrella por sus numerosas puntas. Le había asustado de muerte pues a primer golpe de vista el centro de la estrella parecía un ojo, vivo y parpadeante. Lleno de odio, de velada burla y de maldad.

Ni iba a negar que sentía terror a lo que fuera que Dumbledore iba a hacerle. Más si tenía algo que ver con ese libro. No podía dejar de volver la mirada una y otra vez hasta la cubierta, esperando atrapar al ojo que lo miraba, encontrándose una y otra vez con una estrella extraña, pero que nada tenía de viva.

Un rato después Dumbledore había avanzado con los preparativos, alrededor de ellos había trazado un círculo de al menos dos metros, hecho con lo que parecía una cuerda brillante con un número indeterminado de nudos en ella. Sobre la cuerda había cientos de velas que el director iba colocando con su varita, flotando suavemente. Había una especie de mesa hecha de la misma piedra que pendía sobre su cabeza y que Harry no había notado del todo hasta que el círculo estuvo violentamente iluminado. Sobre ella había cientos de artefactos que al ojiverde le parecían aparatos de tortura de tamaño reducido.

Vestido con aquella túnica tan rara que tenía un par de aberturas donde no creía que fuera necesario tenerlas, como por ejemplo a la mitad de sus muslos, o sobre su clavícula. Era una vestimenta tan extraña, tan ornamentada que se sentía incómodo en ella. Se sentía nervioso, ansioso, verdaderamente paralizado por el miedo. Comprendía los motivos de Dumbledore para hacer esto. Tal como comprendía porque lo había manipulado para hacerlo. Y no lo culpaba Dumbledore también amaba el mundo mágico. Y a veces las cosas más crueles se hacen por amor. Él lo sabía perfectamente.

Ahora estaba mucho más consciente que era verdad que había cosas mucho peores que el dolor y que la muerte. Esperaba que el ritual de aquella noche no fuera una de esas cosas. Por desgracia lo fue.

Harry temblaba extasiado por las sensaciones que recorrían su cuerpo, sin poder evitarlo se aferró al fuerte brazo que lo rodeaba posesivamente. Sintió un escalofrío al notar la frialdad y dureza, apenas cubierta por la gruesa tela. Era como acariciar el mármol. No quería hacerlo, durante todo el tiempo desde el momento en que aquella “bestia” o “ser” hundió sus colmillos en la carne de su cuello—ahora entendía para qué servía la abertura— había tenido un solo pensamiento en la mente, el rostro de una persona, los ojos, las manos, la voz, se repetía una y otra vez en un remolino. Severus Snape. Eso era todo lo que podía contener su mente ahora mismo.

Le asqueaba sentirse invadido por los dientes de aquello, pero era imposible no desear más. Quería pronunciar un nombre, lo anhelaba. Pero sabía que si lo hacía lo echaría todo a perder. Se mordía los labios para contenerse, ansiaba llamar a Severus, gritar su nombre pedirle ayuda, era cada vez más y más difícil callar. Miró al techo, contemplando aquellos cristales, deseando que cayeran sobre él, que lo mataran antes de que todo terminara. Sabía que no iba a tener la oportunidad.

Una risita entrecortada le distrajo de sus pensamientos, era la risa más escalofriante y por alguna razón le parecía la más maravillosa que hubiera escuchado nunca. Su sonido para lizo sus sentidos. En su mente las imágenes de Severus se perdieron. No podia ver ni hablar, solo sentir como contra sus labios, abiertos contra su voluntad se deslizaba un espeso liquido ardiente, y una voz que parecia provenir del mismo liquido que se escurria por su garganta le dijo: “No te contengas, llámalo todo lo que quieras, el es tu último vínculo con tu humanidad”


****************************

Después de aquello las desgracias se sucedieron una a una. Dumbledore sabía que Voldemort atacaría pronto. Así que decidió que estuvieran listos o no, Severus, Harry, Ron y Hermione, debían partir. Preparó otro de sus extraños hechizos para crear un hueco en las protecciones del castillo que les permitiera salir desde Hogwarts sería más seguro dijo. Desgraciadamente durante la noche que habían elegido para la partida un grupo de hombres lobo, liderados por Draco Malfoy irrumpió en el castillo.

Secuestrando a Ron que era el más cercano a la puerta y usándolo como rehén. El director había terminado de crear el hueco, y en una fea lucha intentó contenerlos los licántropos retrocedieron ante su ira, llevándose a Ron con ellos. Harry quiso ir tras ellos, junto a Hermione, pero dudó por un instante. Ella le sonrió y le entregó su bolsito de cuentas. “Vete Harry—le dijo—Tienes que hacerlo. Nadie más que tu puede terminar todo esto. Ron me tiene a mí, iré a rescatar su flojo trasero, te encontraremos, te lo juro” y echó a correr por donde había salido Dumbledore.

Harry y Severus por desgracia fueron heridos por las maldiciones que a ciegas estaba lanzado Malfoy y otros estudiantes que venían con el para evitar ser detenidos, entre ellos Zacharias Smith, que hundió un largo cuchillo que tomó de la mesa de Dumbledore en el brazo de un distraído Harry, luego en el abdomen de Severus cuando este se interpuso entre Harry y Zacharias para evitar un segundo ataque.

El ojiverde actuó sin pensar. Arrastró a Severus hasta el circulo de luz azulada que había en medio del despacho del director, el hueco que este había creado y al que ninguno de los atacantes se había acercado hasta entonces quizá por miedo a lo que pudiera ser. Cuando lo hizo, sintió un fuerte tirón en las orejas. Un mareo. Un fogonazo y luego divisó un bosque en medio de la nada, que iba quedándose lentamente a oscuridad.



Segunda Parte: A media noche.


Severus se moría. A cada segundo que transcurría era más insoportable y doloroso mirarlo siquiera. Harry podía ver las horrendas marcas de la maldición extenderse por su cuerpo. Ahora empezaban a asomar por el cuello de su camisa. No importaba que tanto tratara de subirlo para esconderlas. No importaba que tanto tratara de ocultar el terrible dolor. Harry lo sabía.

Habían pasado un largo tiempo, ocultos desde que llegaron al bosque negro, cumpliendo la misión de Dumbledore. Conforme transcurrían los días la convivencia obligada se transformó en camaradería. Nacida de la peligrosa misión suicida que se les había impuesto encontrar y eliminar los horrocruxes. Moviéndose con regularidad, buscando también las reliquias de la muerte. Severus preparaba cada día para Harry una poción que simulaba los nutrientes de la sangre y que mitigaba la ansiedad de Harry. Con el paso de los meses la situación de ambos se había vuelto crítica.

Destruyeron los tres restantes, con inmensas dificultades. A cada paso, el rito que se había obrado en Harry cobraba mayor fuerza, y le empujaba a cazar animales cada vez más grandes. Pese a la poción que le preparaba Severus. Ansiaba la sangre humana.

Una noche, Harry perdió el control, atacó a un inocente muggle que deambulaba por el bosque con el uniforme de los exploradores. Severus lo detuvo antes de que lo asesinara, y le borró la memoria. Arrastró al ojiverde hasta la tienda. Se desabrochó la túnica y ofreció a Harry su cuello. Con algo parecido a la lujuria más que al hambre, este se deslizó sobre él como haría un gato, con sensualidad lamió la carne para despues usar sus dientes para destrozar una vena y succionar la sangre.

Hicieron aquello a partir de entonces. Además de la poción, cada noche, Severus se tendía en la cama y Harry se deslizaba sobre su cuerpo, mordía su cuello o sus muñecas a elección para alimentarse. A pesar del horrible dolor que le provocaba Harry al hacer aquello—pues sentía como la maldición avanzaba dolorosamente en esos momentos—lo consentía. Después empezó a anhelarlo y por fin a desearlo.

Durante una de aquellas noches, Severus gimió el nombre de Harry que se detuvo al instante, se miraron por lo que pareció una eternidad. Los ojos de Harry estaban nublados por el deseo. Atacó los labios con la misma infantil voracidad con la que atacaba su cuello, sus muñecas. Severus se dejó arrastrar.

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Con el tiempo la sangre de Severus no pudo alimentar más a Harry. Se volvió venenosa. Sin embargo, el ritual de media noche. Desesperados besos mudos y caricias no terminó. Se transformó en entrega. En necesidad. En un amor desesperado. Y triste. Que quizá era fruto de una inmensa soledad compartida. Pese a lo doloroso que era aquel amor maldito, condenado por que Severus sabía que moriría. En cambio Harry jamás podría morir. Estaban condenados a separarse. Este era su instante, antes de perderse por toda la eternidad.

Durante un encuentro breve con Hermione durante la batalla final, ella le explicó a Harry las razones que ni el mismo entendía. “Cho te gustaba Harry porque era hermosa, Quisiste a Ginny tal vez incluso llegaste a enmorarte de ella, pero creo que ahora hay alguien a quien amas”

El final de la batalla fue el esperado. Voldemort se redujo a cenizas con el último hechizo que Harry haría jamás. Dumbledore sucumbió tratando de proteger a Luna y a Neville durante la batalla a manos de Lucius Malfoy. Quien fue encarcelado tiempo después. Tal como sucumbieron muchos otros. Ron por desgracia fue mordido por los licántropos. No se había transformado del todo pues no había luna llena aquella noche, y podría llevar una vida más o menos normal. Sin embargo, aquello no significó el final de la maldición de Severus. Quien continuó consumiéndose, lentamente, largas marcas del color de la ceniza invadían cada día un poco más de su rostro.

Ambos amantes llegaron a una conclusión. Harry bebería toda la sangre venenosa de Severus. En la esperanza de morir juntos. Y permanecer en la oscuridad del infierno por su pecado. Pero juntos. No obstante la noche del ritual. Harry descubrió que aunque la sangre de Severus le había puesto enfermo, no estaba matándolo como el creía. La vida de Severus se escurría en aquellas gotas de sangre oscura, casi negra.

Entonces Harry dejó que la muerte arrastrara a Severus hasta el punto de no retorno.... Luego, riendose horriblemente,  como pudo, chapuceramente se abrió una vena y le dio de beber.



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A la noche siguiente, cuando Severus abrió los ojos, contempló en el cielo del bosque una luna negra, después al incorporarse descubrió la demoniaca sonrisa de Harry.

Otra vez estaba huyendo, juntos.

Y esta vez sería para siempre.



FIN
Notas finales:

Espero les haya gustado.


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