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Quédate conmigo por FanFiker_FanFinal

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Noticia 2=Celos y frustraciones

—¿Qué vais a hacer qué? —gritó Maya, y Phoenix se llevo un dedo a la boca solicitando silencio: Pearls dormía en el sofá con la cabeza en el regazo de Maya—. Estás loco. Si a Edgeworth le gustan los hombres, es posible que se enamore de ti...

—Aaah, pero ahí es donde te equivocas. Edgeworth nunca se fijaría en alguien como yo. Ya me lo ha dicho, que soy un desastre vistiendo y carezco de elegancia.

Maya lo miró a los ojos intensamente.

—¿Estás seguro? Entonces no te importará que te haga una pregunta: ¿por qué te hiciste abogado?

Phoenix se quedó pensativo y su mente rememoró su yo de juventud: un hombre idealista con ganas de comerse el mundo y con varias metas, pero, principalmente, la de volver a ver a su mejor amigo de primaria.

—Por los ideales de Edgeworth.

—En serio, Nick, tienes un problema. Después vendrás a mí porque no eres correspondido y te diré cuán idiota fuiste.

—¡Eh, a mí no me gustan los hombres! No voy por ahí mirando culos.

Por alguna razón, Maya no quedó convencida, a pesar de que Phoenix juró y perjuró no haber hecho nunca nada homosexual en su vida. Él y Edgeworth solo eran buenos amigos que se apoyaban en la salud y en la enfermedad, en la alegría y en la pobreza... eran buenos amigos, y ya está. El que tenía problemas era Larry, que no parecía dar con la chica correcta y siempre se metía en líos. Larry, y no él, con su responsabilidad y tenacidad, con su infinita abnegación queriendo ayudar a todo el mundo. ¿Eso era malo? Pardiez.

Pero no pareció darse cuenta de que el corazón le palpitaba de la emoción el día que adquirió un traje nuevo en color negro, y tampoco el tiempo que pasó arreglándose antes de coger el metro y plantarse frente al restaurante donde Edgeworth lo había citado (aunque él lo atribuyera al hecho de que esa noche se dejaría un riñón en la factura). Sin embargo, sí fue consciente de la larga mirada que el fiscal le dedicó al verlo.

—Buenas noches. ¡Ejem! ¿Llevas mucho rato esperando?

—Eh. No. Conozco tu puntualidad, y no me fío de los horarios del metro. Preferí no retrasarme.

Edgeworth sonrió ligeramente y ambos fueron acomodados en un restaurante con luz tenue y música de piano. La carta estaba en francés y Phoenix tenía dificultades para elegir.

"Foie es paté. Consomme debe ser consomé. Pues esto, porque del resto no tengo ni idea. Cuissot de chevreuil à la Pojarski. Esto no puede ser comestible".

—Si te fías de mí, puedo elegir por ti.

—Prefiero que me digas qué lleva cada cosa. Así podré elegir yo mismo —rebatió el abogado, y Miles se inclinó para explicarle. Así, cuando el camarero se acercó, Miles nombró las elecciones en un perfecto francés que hicieron algo raro en la entrepierna de Wright, y que él, por supuesto, prefirió ignorar.

—¿Cuántos idiomas sabes? —preguntó al término de la cena, cuando ambos degustaban el postre.

—Solo alemán, francés e inglés.

—Solo —rio Phoenix—. Por favor, dime cuánto va a ser la cuenta, porque prefiero devolver el traje a dejarme un riñón aquí.

—No te preocupes por eso, yo pagaré —Phoenix abrió la boca para decir que no era necesario, pero realmente esa cena podría cubrir su factura de la luz, del agua y hasta el alquiler de un mes, así que solo protestó:

—Eh, un momento, no quiero ser la mujer en la relación.

—Está bien, invita tú entonces —Y fue cuando Phoenix lamentó abrir la boca.


Maya dio varios rodeos al escritorio de Phoenix, pero no conseguía sacar un resumen de la cita del viernes por más que lo intentara: le había hecho café, había barrido y recogido el despacho y nada. Sospechaba que había ocurrido algo y Nick no quería contarle. Tampoco podían hablar cerca de Pearl, que aún creía que entre ambos existía un "para siempre", y Nick estaba muy ocupado estudiando el caso. Hizo pucheros frente a su mesa.

—Nick…

—Por última vez, Maya, no ocurrió nada. Salimos a cenar y nos fuimos a casa —la joven frunció el ceño, suspicaz.

—No te creo. Tienes un semblante como si hubiera ocurrido algo. ¿Te besó? ¿Te hizo alguna propuesta indecente?

Phoenix alzó la mirada. Podía responder "es Edgeworth", pero desde aquel día, el mito del fiscal que él conocía cayó en picado. Todo ocurrió cuando salieron del restaurante. A Phoenix aún le dolía la factura, que exprimía con la mano en el interior de su bolsillo, cuando aparecieron varios miembros del cuerpo de policía. Mientras el resto siguió su camino, ese hombre estuvo hablando un buen rato con Edgeworth. Si Phoenix no supiera de la preferencia sexual del fiscal, probablemente habría pensado que aquel policía era conocido suyo debido a la proximidad de ambos y al juego de miradas y de tocamientos casuales, sobre todo, por parte del agente. Phoenix casi tuvo que sujetarse la boca para evitar que cayera al suelo, y es que Edgeworth sonreía de una forma totalmente desconocida para él; así de ese modo con el que alguien revela estar dispuesto a ir más allá. Phoenix se encontró evaluando al hombre con la mirada llevándose un golpe a su ego bastante inoportuno. Él solo ayudaba al fiscal con la prensa, ¿no? Sin embargo, cuando el hombre siguió su camino, Edgeworth le confesó haber quedado con él horas después. Phoenix miró el reloj y contó: eran las nueve de la noche, lo cual significaba que no pasarían mucho tiempo más juntos y se molestó. Realmente, la actitud de Edgeworth durante toda la noche fue intachable, no había nada que reprochar. Incluso le llevó a casa en su coche, y Phoenix estuvo una hora en el portal pensando hasta que una vecina le preguntó si estaba bien (sospechaba verlo borracho) y decidió subir a su apartamento.

Una semana después, el fiscal se puso en contacto con él para volver a salir ese fin de semana. Phoenix aceptó, siguió las instrucciones de Edgeworth sobre llevar ropa cómoda e informal y mientras esperaba fuera de su apartamento a que lo recogiera, se preguntó si no estaba haciendo el papel de la novia al dejarse llevar.

"Tampoco salgo demasiado y no sabría qué sugerir a alguien como Edgeworth".

Aquella cita se realizó en el observatorio Griffith, sentados, con la cabeza alzada en mitad de una cúpula que proyectaba movimientos planetarios e interestelares. Phoenix quedó muy impresionado.

—No sabía que te gustara la astronomía.

—Sí, me gusta. ¿Y tú, lo has disfrutado, o te ha recordado a cuando el colegio nos llevaba a ver huesos de dinosaurio? —Phoenix recordó vagamente ese día. Larry se había olvidado el bocadillo y Phoenix quiso compartir el suyo. Larry se olvidó de partirlo en dos mitades y al final fue Phoenix quien, muy avergonzado, tuvo que comer de la tartera de Miles. Bueno, después de pagar la factura de la cena anterior, esa deuda quedaba más que pagada.

—Sí, es muy interesante. ¿Hay más programas?

—Los van cambiando según la temporada. Si quieres volver, es posible que dentro de dos meses tengas otra película que ver.

Phoenix asintió, ambos salieron del planetario y rodearon el parque alrededor. Había gente haciendo deporte, familias con niños, parejas besándose en la hierba...

—¿Podemos quedarnos aquí o te importa mancharte?

Edgeworth miró sus vaqueros y su camisa y aceptó. Phoenix se estiró sobre el césped boca arriba poniendo las manos tras la nuca. Cerró los ojos. Qué buen tiempo... era una suerte que en Los Ángeles hubiera una temperatura tan constante todo el año. Otro día quizá podrían hacer un picnic, con Maya, Gumshoe, Larry...

Edgeworth y Phoenix charlaron durante dos horas hasta que el primero recibió una llamada y pusieron fin a la cita. Phoenix volvió a casa, confuso, preguntándose de nuevo por qué Miles buscaba, después de estar con él, una compañía diferente. El fiscal no le contaba nada, y parecía quitarle importancia al hecho. No tuvo tiempo para indagar más: cinco días después comenzó el juicio. A pesar de los esfuerzos del abogado, de la ayuda de Maya y de la suerte de Wright, Edgeworth desenmascaró al culpable con pruebas, testigos y una increíble capacidad de análisis.

—Nick, no pongas esa cara. ¡No puedes ganar siempre!

—Le había creído, Maya. Hasta el final. Si Edgeworth me hubiese informado de sus actividades ilícitas, yo...

—Has hecho tu trabajo, y ya sabes que Edgeworth se guarda las cosas. Todo lo que sea un obstáculo para su misión... eh, espera, Nick —Maya recogió la carpeta a toda prisa, metiendo los documentos sin importar su colocación y corrió para reunirse con el abogado. La sala ya estaba desalojada, solo quedaban los alguaciles, esperándolos para cerrar.

Al salir, un grupito de gente rodeaba a cierto fiscal con gesto de satisfacción. Phoenix paró junto a Gumshoe lo suficiente para que Edgeworth reparase en él, le estrechase la mano y sonriera.

—Tienes cara de perro degollado, Wright. Hay que saber perder. No creerás que vas a ganarme siempre —El moreno suspiró, notando el cansancio acumulándose en su cuerpo antes de que la voz del fiscal volviese a su oído—. ¿Por qué no nos acompañas? Vamos a celebrarlo. También Maya, por supuesto.

La chica saltó de la emoción pensando en la cena.

—¡Eh, amigo! —llamó Gumshoe—. Puedo llevaros, he traído un coche de la comisaría.

Phoenix no tenía muchas ganas de celebrar, pero declinar la propuesta de Edgeworth cuando él solía pasarse al término de los juicios ganados por él no le pareció ético, así que se subió al coche patrulla junto a Maya. La chica no atinaba a saber por qué el abogado parecía tan enfadado esa tarde cuando el grupito de Edgeworth, Gumshoe y dos agentes más se reunió en un local donde servían unos cócteles deliciosos. Se sentó junto a Nick y miró la carta.

—Oh, ¿podré pedir un postre especial con fresas y caramelo? Tiene una pinta riquísima. Nick... —le tiró de la manga, llamando su atención.

Phoenix se mordió la lengua. Hace tiempo que ya pagaba a Maya por su trabajo, pero quería evitar a toda costa hablar con ella a riesgo de responder mal. De hecho, sus manos casi le arrojaron la cartera.

—Sírvete.

Maya no pareció ofendida por el gesto y pidió la cena al camarero.

Edgeworth había pedido una tabla de quesos y patés para todos pero Wright estaba muy lejos de querer probarlos. Se aferraba con fuerza a su vaso de mosto mientras el fiscal reía y no paraba de hablar con un agente policial que el abogado había visto en una ocasión, justo cuando Edgeworth y él salían de aquella cena de precio estratosférico. ¿Eran amigos? ¿Por qué se sentaban tan juntos? ¿Por qué Edgeworth no había apartado la mirada de él en toda la maldita noche? ¿Le ponían los uniformes de servicio? El policía, un joven veinteañero de rostro afable y barba de tres días se inclinó para decirle algo al oído. Phoenix Wright agradeció a los cielos que aquel bar tuviera copas duras, o de lo contrario su vaso hubiera saltado en pedacitos por toda la mesa.


Phoenix se levantó con resaca. No era tanto el abuso del mosto tomado anoche sino el dolor de cabeza aumentando cada vez que pensaba en ese policía inclinándose hacia Edgeworth. Si el fiscal había aceptado salir con Phoenix para callar a la prensa, ¿por qué no se arrimó a él? Se sentía traicionado. Pero como buen abogado, pelearía por lo suyo. Ni siquiera el dolor de cabeza le impidió llevar a cabo su plan. Dos días después se plantó frente a la Oficina del Fiscal, llamó a la puerta y esperó. La ropa nueva picaba pero tenía que aguantarse.

El rostro de Miles Edgeworth al abrir la puerta fue de órdago. Primero, pestañeó, después miró de arriba abajo al sujeto en cuestión, y finalmente se acercó demasiado a su rostro. Le quitó la gorra de policía, que hacía juego con el resto.

—¿Dónde demonios vas, a una fiesta de disfraces? —Phoenix contuvo las ganas de gritarle a Edgeworth que todo era culpa suya. En lugar de eso, traspasó la puerta y se sentó sobre el sofá.

—He venido a verte.

—Aquí no hay periodistas que puedan fotografiarnos —dijo Miles mientras dejaba la gorra sobre su escritorio. Se volvió hacia el moreno con los brazos cruzados.

—Me apetecía verte, ¿quizá debí haberte llamado y concertado cita? Como estás tan solicitado...

El fiscal se sentó frente a Phoenix, mirándolo con calma.

—¿Por qué actúas como una novia posesiva, Wright?

—No me dijiste que te ponían los uniformes —el fiscal apartó la vista, abochornado—, podrías haberme contado cuáles son tus fetiches. ¿Es por eso por lo que después me dejas en mi casa, para salir con tipos de uniforme?

—Wright, estás llevando esto demasiado lejos...

Edgeworth quiso levantarse, pero la mano de Phoenix se cerró en torno a su brazo.

—¿Alguna vez me has mirado el trasero?

—¿Qué? ¡No!

—¿Y por qué? ¿Es fofo? ¿Te gustan más prietos? —el fiscal se tapó la cara con las manos, seguro de que enloquecería en cinco segundos.

—Wright, estás chiflado. Por favor, márchate.

—Edgeworth, mírame. Mírame a los ojos —Miles no pudo evitar el sonrojo brutal que lo acompañaba—. ¿No soy atractivo para ti? ¿Ni siquiera con este uniforme? Llevo una porra...

Miles apretó sus manos en el regazo y rezó por que algún ovni lo abdujera. La situación era muy surrealista, porque él ni siquiera creía en los objetos volantes no identificados, pero en ese instante los necesitaba. Hubiera creído cualquier cosa. Por suerte, su interfono sonó y una voz femenina se coló en el cuarto:

—Señor Edgeworth, su jefa, Lana Skye, está aquí.

—¡Hágala pasar, por favor! ¡Estaré listo en cinco minutos! —Miles se levantó, con los brazos rígidos aún pegados a su cuerpo, se giró hacia el abogado y suplicó—. Vete, Wright.

A continuación salió corriendo hacia el excusado para calmar de alguna forma la creciente erección que pugnaba por manifestarse frente a nada más y nada menos que su rival en los juzgados.


—Creo que hemos roto —se lamentó por enésima vez el moreno, notando un creciente dolor de cabeza golpeando sus sienes.

—Nick, ¿de qué hablas? Esa relación era un fraude y tú lo sabes —Maya, a su lado, saboreaba un delicioso helado de frambuesa, con las piernas cruzadas sobre el sofá. Frente a ellos, la televisión informaba de los últimos partidos de béisbol disputados en Los Ángeles.

—La culpa es de Edgeworth por ponerse cariñoso con ese condenado policía.

—Pero, Nick, quedasteis en fingir solo para la prensa. Es normal que Edgeworth trate de ligar con otro hombre deseable.

Phoenix se enfureció.

—No debería hacerlo delante de mí.

—¿Y por qué no? Supongo que para él es un alivio poder mostrarse como es, y ahora que sus mejores amigos están al corriente, parece más tranquilo.

Phoenix quería contarle que la tranquilidad no era una de sus virtudes, precisamente en sus citas, donde volaba hacia el primero que le llamaba.

—Cuando éramos pequeños Edgeworth estaba todo el día a mi lado. Supongo que me acostumbré mal...

—Larry también estaba a tu lado. ¿Tienes episodios psicóticos cuando me pide salir?

—¿Eh? Claro que no, pero tú no me gustas, Maya. Sin faltar. Eres muy mandona. A mí me gustan las chicas más sensibles...

—Qué poco tacto... —se ofendió ella, y arrugó el gesto—. Ya te avisé, Nick. Te lo dije. Te advertí de no ser correspondido.

—No estoy enamorado —afianzó Phoenix, incorporándose en el sofá—. Ni tampoco he mirado el culo a un tío en mi vida.

Maya hundió la cuchara en la tarrina y se tornó pensativa.

—Es verdad que no pareces gay ni nada, pero creo que tienes una pequeña obsesión con Edgeworth —Phoenix miró la televisión, y pareció perderse entre aquellas escenas superpuestas—. Te haré un test. Responde con sinceridad, ¿de acuerdo?

—Un test.

—Sí. Un test que nos dirá si eres gay o solo idiota.

—¡Maya! —la joven se levantó para volver con varias hojas dobladas e impresas.

—Empecemos. ¿Cuál de estas cantantes prefieres? Rihanna, Gloria Trevi, Lady Gaga, Britney Spears.

—Ehm... todas están bien. Aunque ya sabes que a mí me gustan las baladas.

—Bueno. Siguiente pregunta: ¿cuál de estos deportes prefieres practicar? Boxeo, natación, béisbol, voleibol.

—Me gusta el béisbol.

—Tu ropa interior favorita es... bóxers, calzoncillos anchos, tanga... —Phoenix le arrancó las hojas, avergonzado.

—No voy a responder a eso. Y este test es un fraude, ¿de dónde lo sacaste?

Maya se encogió de hombros y recuperó su helado.

—Entonces, vayamos al grano. Si tuvieras a Larry a tu lado y ambos estuvierais meando, ¿qué harías?

—Mear. Si estoy meando es porque tengo ganas.

—¿Y si Larry estuviera a tu lado qué pasaría?

—Seguramente me diría que mi picha es pequeña. Siempre ha tenido envidia —Maya se carcajeó. Veía a Larry haciendo eso, de modo que Nick no mentía.

—Muy bien. Imagínate que ahora es Edgeworth quien mea a tu lado.

—...

—¿Y bien?

—Haría lo mismo, Maya.

—Mientes. ¿Saco el magatama? —Phoenix se horrorizó. Lo último que necesitaba era su mente rodeada de cadenas y cerrojos. Bien, ¿qué haría? Solo tenía que imaginar. De pequeños, Miles nunca meaba en los mingitorios públicos, siempre se metía en los cubículos. Quizá ahora todo tenía sentido...

—Mm... miraría para ver si la tiene más grande que yo —miró enseguida a Maya. Un chico tenía curiosidad por ver otros penes, ¿no? Quería asegurarse ser grande para tener su ego intacto. Maya lo evaluó y soltó la siguiente pregunta:

—¿Y si así fuera?

—Mmm, lo tocaría, solo para comprobar —Phoenix notaba el sudor cayendo por su frente mientras a la chica se le atragantó una risita. Maldita Maya, ¿por qué le ponía en estas situaciones?

—¿Y qué pasaría después?

—Nada. Edgeworth jamás dejaría que yo le viera el pene. Nunca lo hizo y nunca lo hará.

—Bueno, pero es hipotético. Imagínate que le gusta y te pone ojos de deseo. Y que, además, jadea.

El abogado se quedó aguantando la respiración, imaginando a Edgeworth con ese rostro abochornado y los ojos entrecerrados, disfrutando la caricia. El ego de Phoenix engordó tanto que creyó que se saldría de su órbita. Y, al parecer, otra cosa también lo hizo, sin su permiso. Otra cosa donde Maya acababa de posar su mano, también sin permiso.

—Te excitaste.

—¿Por qué tocas?

—Tenía que comprobar —dijo Maya muy satisfecha. Phoenix se llevó las manos a la cara, mientras en la televisión daban el tiempo para el día siguiente. La mano de Maya apartó su brazo para acunarle la mano entre las suyas—. ¿Por qué te entristeces? Es una buena noticia.

Phoenix solo recordaba sus propias palabras.

Soy el único hombre en el que nunca te fijarías.

Cuánto se arrepentía de haberlas pronunciado. Porque, seguramente, Edgeworth se estaba tomando sus palabras al pie de la letra. Por eso no lo agobiaba, por eso se permitía salir con otros individuos, porque él no era una opción. Phoenix no podía ser correspondido. Había dedicado toda su adolescencia a estudiar leyes para volver a encontrar a Edgeworth. Ni siquiera tenía planes de futuro con él, no se le había pasado por la cabeza su preferencia sexual, solo quería verlo. Se marchó demasiado repentinamente de su vida, sin razones aparentes, sin despedidas, un buen día, simplemente, su amigo Miles, lleno de sueños, ilusiones y valores, desapareció, y Phoenix se quedó lleno de pena con la única esperanza de alcanzar un sueño ajeno que se convirtió en uno propio. Estar a su lado era suficiente. ¿Lo era? Al parecer, ya no. No desde que ciertos tipos uniformados ponían las garras sobre él. Y esa sensación debían ser celos puros y rabiosos.

También le gustaban las mujeres. No Maya especialmente, pero había tenido novia en la universidad. Las dulces e ingenuas le atraían, quería protegerlas. Esa sensación también la tenía con Edgeworth. ¿Eso significaba que era bisexual?

Bueno, mejor para mí. Más oportunidades en el futuro.

Notas finales:

CONTINUARÁ


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