Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Quédate conmigo por FanFiker_FanFinal

[Reviews - 7]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Notas de autor: Y llegamos al final del fic. Muchas gracias por la acogida que tuvo y espero de corazón que os guste el último capítulo.

Muy agradecida si dejáis comentarios con vuestra opinión.

Y a ti, Paradice-Cream, gracias nuevamente por darle calidad al texto.

Habla con él, había dicho Maya. Y lo cierto es que ahora, mirando a Edgeworth, lo único que quería era huir. Deseaba poder dejar de mirar los dedos ágiles y finos del fiscal enroscándose alrededor de su cóctel, sus ojos grises, turbulentos y claros a la vez, escaneando el lugar. Quería no ser consciente de todos esos gestos que antes no veía o a los que no prestaba atención y que inflaban su pecho instándole a tocar todo eso. Abochornado, se aflojó la corbata. No quería abrir la boca, la última vez había estado patético y Edgeworth no había vuelto a llamarle. Tampoco aquello era una cita: Gumshoe y dos inspectores más los acompañaban. Por suerte, ninguno de ellos parecía del gusto del fiscal, así que no tenía que controlar, además de sus impulsos, unos irracionales celos. Escuchaba cómo hablaban de una nueva ley que se implantaría en unos meses.

—¿Y tú qué opinas, Wright? —El abogado alzó el rostro, su corazón bombeando con violencia ante el escrutinio de Miles, quien no parecía impresionado ni extrañado. Era el mismo Edgeworth de siempre. El maldito inconsciente de todo el caos bullendo en su interior.

—Hm. No veo que vaya a cambiar mucho las cosas…

—Pero ayudará a las mujeres solteras que tengan hijos —atajó un policía, el inspector Baltimore, un conocido de Gumshoe, casado y con hijos, de unos cuarenta tacos.

Escuchó el resto de la conversación sin mucho interés y cuando salieron a la calle, los policías se marcharon en un coche patrulla y Phoenix se despidió del fiscal. En su casa le esperaba una película, unas palomitas y los kleenex sobre la mesa, porque últimamente su deseo sexual se había visto incrementado de forma alarmante. Y si no, siempre podía limpiar el baño, era relajante.

—Wright —El abogado casi saltó al escuchar la voz. Se giró y vio a Edgeworth frunciendo el ceño, tan profesional en su traje color magenta, tan elegante con su pañuelo de chorreras, tan atractivo e inalcanzable.

—Me marcho, Edgeworth, tengo prisa. Nos vemos otro día.

Unas mariposas traidoras revolotearon en su estómago cuando sintió un tirón en su brazo. Se giró, extrañado.

—¿Qué pasa, Wright? Casi no has hablado, ni has sonreído. No pareces tú.

Cierto. No soy yo estos últimos días…

Deseoso de dejar a un lado todas sus sensaciones, argumentó:

—¿Te parece poco después del numerito que te monté la última vez? —funcionó. Edgeworth le soltó y jugueteó con sus dedos—. Solo hago el ridículo delante de ti.

—¿Por eso no has hablado? ¿Temes decir algo inapropiado?

Temo… tu cercanía.

—Solo… olvídalo, Edgeworth —El joven se giró con un gesto de cabeza y marchó hacia el metro, lleno de gente desconocida, donde podía perderse y olvidar, olvidar ser un chico que deseaba a su mejor amigo y debía tragarse sus deseos solo porque no era su tipo.

No era propio de él desanimarse así. Se decepcionaba, pero volvía a su vida normal, con su trabajo de abogado. Conocer nuevas personas le animaba, llenaba sus días de alegría. Al fin y al cabo, Edgeworth había estado fuera de su vida durante muchos años, no iba a obsesionarse ahora con él por eso.

Sobre todo, debía dar gracias por tener a Maya. Ella y Pearl eran la luz en su vida, y aunque Phoenix no temía la soledad, en esos instantes no tenía ganas de estar solo, ni de pensar.

Rumbo a Kurain, en la aldea donde solo había mujeres preocupadas por su linaje y menos por su dinero y posesiones, Wright pidió a Maya que le ayudase a meditar.

—Lo que necesitas es un buen polvo, Nick —fue la respuesta, directa y clara, a su entrepierna.

—Disculpa por no seguir un método más tradicional.

—Sé que haces esto por Edgeworth. Quieres olvidarlo. ¿No hablaste con él?

—No hay nada que hablar —Phoenix se inclinó hacia uno de los paneles de la entrada.

—Estás avergonzado por tener deseos por un hombre.

—No es verdad.

—Estás avergonzado por tener deseos por un hombre que es tu amigo.

—Larry también es mi amigo.

—Estás avergonzado por tener deseos por un hombre que es tu amigo y se llama Miles Edgeworth.

—Tsk. Si no me ayudas a meditar le preguntaré a alguna iniciada.

—La iniciada se desmayará al ver un hombre como tú en la aldea —Phoenix se enfurruñó. Pues tampoco estaba mal, y en la universidad había sido popular. En Kurain tenían mal gusto.

Justo cuando Maya admitió enseñarle a Phoenix un modo de aplacar sus instintos, Pearl entró como una flecha en la sala, con las mejillas arreboladas y muy excitada.

—¡Maya, la mística; señor Nick! Alguien ha caído al pozo de la plaza de las abejas.

—¿Alguien? ¿Un iniciado? —Maya se levantó, y Nick la secundó.

—No lo sé, la policía ha llegado hace poco.

Los jóvenes se encaminaron corriendo hacia la plaza, que estaba acordonada y llena de policías. Había un enorme agujero en el centro debido a las obras. El pavimento de la plaza estaba muy deteriorado y por fin el ayuntamiento había decidido cambiarlo. En el centro de la plaza había un pozo que también se estaba reformando, y varios policías estaban asomados, sujetando una cuerda. Tiraron hasta levantar a un adolescente inconsciente. Varias mujeres de la zona vestidas con trajes tradicionales, o lo que Phoenix supuso podrían ser doctoras o socorristas se encargaron de comprobar el pulso y constantes vitales. Los policías sujetaban otra cuerda que se perdía en el pozo. Un débil grito se escuchó y los policías se miraron entre ellos, discutiendo algo.

—No se ve nada desde aquí, Nick. Vamos a acercarnos —justo cuando iba a decirle a Maya que no, un policía envuelto en un viejo trapo andrajoso se acercó con premura.

—¡Eh, amigo! ¿Podrías bajar tú al pozo? Ninguno de nosotros cabe por ahí.

Phoenix alzó las cejas, impresionado.

—¿Y el equipo de rescate?

—Viene de camino. Pero teníamos que actuar deprisa y por eso el señor Edgeworth…

—Espera, ¿qué? ¿Edgeworth está aquí? —Phoenix escaneó el lugar tan rápido que Maya, a su lado, soltó una risita.

—¡Se ha quedado atrapado, amigo! —Phoenix vio cómo Gumshoe señalaba hacia el pozo—. Era el único que podía bajar cuando nos enteramos de que un joven había caído.

Phoenix no necesitó más explicaciones. Saltó el cordón policial y se dirigió hacia el pozo. Los policías lo miraron mal y fueron a replicarle cuando Gumshoe, amablemente, lo secundó.

—¿Va a entrar? —Phoenix miró el fondo, más oscuro que la boca del lobo y recordó que Miles tenía claustrofobia. Él no podía haberse metido ahí. Un grito espeluznante lo hizo trastabillar, y por poco se cae de no estar Gumshoe a su lado.

—¡Edgewooooooooooorth!

—No te escuchará, no hay buen eco —Phoenix encontró los ojos preocupados del inspector; Maya, más allá, pugnaba por entrar, pero era detenida por uno de los policías. Finalmente, decidió tranquilizar a Pearly, que estaba poniéndose demasiado nerviosa al contemplar todo aquello. Y su querido fiscal atrapado en ese hoyo—. Entrégale esto al señor Edgeworth y os sacaremos a los dos.

La cuerda no parecía sujetar nada; Edgeworth debió haberla perdido en el camino. ¿Quizá tuvo una caída y por eso gritaba?

Notó sus manos temblar, pero no hizo caso mientras se enroscaba alrededor del estómago la soga y escuchaba instrucciones. Unos guantes entraron en su campo de visión y él solo se los puso. Para cuando recuperó el sentido común, estaba bajando por el pozo agarrándose con las manos a la soga y con los pies a las paredes. Ningún otro policía cabía por ahí, era una suerte que él estuviera delgado. Phoenix tampoco llevaba bien la claustrofobia, pero el pensamiento de un Miles asustado y quizá desmayado en el fondo del pozo bien valía superar ese miedo. La bajada se sintió interminable, pero cuando su pie se mojó hasta estar con el agua hasta la cintura y se encontró con otro cuerpo, vivo aunque agotado, Phoenix se permitió cierto alivio. Palpó los hombros del fiscal, quien le apretó los antebrazos.

—Miles, ¿estás bien?

—¿W-Wright? ¿Qué haces aquí? —Miles trató de enfocar a su salvador, pero en la oscuridad era difícil. De cualquier modo, sus cuerpos se rozaban porque el espacio era muy pequeño.

—Paso aquí el fin de semana. Gumshoe vino volando a decirme que estabas aquí abajo.

El fiscal se permitió sonreír en aquel escenario tan romántico a pesar de su nerviosismo.

Y es que ninguno sabía qué era más extraño: estar en esa situación o encontrarse en Kurain porque sí. Phoenix observó la cuerda atada alrededor de la cintura de Edgeworth, o, al menos, así parecía, pero el fiscal estaba agotado y algo nervioso.

—¿No puedes subir?

—Hay plásticos aquí abajo. Tengo el pie atrapado —Edgeworth le dirigió una mirada mortificada—. ¿Has traído un cuchillo?

Phoenix negó con la cabeza y entonces entendió que quizá eso era lo que gritaba Edgeworth.

—Volveré a subir y lo traeré —prometió Phoenix, agobiándose por momentos por la falta de aire—. ¿Aguantarás?

Miles notó la presión que ejerció la mano de Phoenix en su hombro, y se relajó. Asintió.

—Date prisa. No creo que pueda estar mucho tiempo más aquí abajo —Phoenix asintió y tiró de la cuerda. La subida fue tan lenta y tortuosa que Phoenix notaba bombear su corazón con rapidez. Miles estaba atrapado y no lucía muy animado. Había que actuar cuanto antes. La luz le cegó en cuanto estuvo cerca de la salida, pero no podía cantar victoria: tendría que volver a bajar.

—¡Un cuchillo! ¡Necesito un cuchillo! —Phoenix no recuerda nada más, solo el volver a bajar y encontrarse con Edgeworth respirando dificultosamente. Por suerte, además de un cuchillo llevaba una luz enganchada a un casco, que le entregó a Edgeworth. Seguidamente, cogió aire y se sumergió bajo el agua para tratar de cortar los plásticos que agarraban el pie izquierdo de Miles. Phoenix estaba tan nervioso, no quería lastimar a su amigo, pero tampoco podía retrasarse: Miles estaba al límite. Y sujetar un peso muerto en aquella oscuridad sin espacio para respirar podía ser mucho peor.

Subió varias veces a coger aire, y cuando Miles pareció poder liberarse, Phoenix tiró de su cuerda con rapidez. En ese instante, el fiscal perdió el conocimiento.

Cuando Edgeworth despertó, estaba tumbado sobre un cómodo futón en ropa interior, tapado con una colcha. A su lado, Phoenix Wright lo miraba, preocupado.

—Bienvenido.

El fiscal se incorporó, se llevó la mano a las sienes y recordó parte del episodio.

—¿Qué pasó?

—El equipo de rescate llegó en cuanto perdiste el conocimiento y nos sacó de allí.

Miles hizo una mueca y volvió a dejarse caer en la almohada.

—Qué patético...

—¿Estás bien? ¿Te duele algo?

—Tengo sed —pronunció Edgeworth, irritado, y un vaso entró en su campo de visión. Tras apurarlo, Miles palpó su pie para comprobar que todo estaba en su sitio y no había lesiones, a pesar de haber sido vendado.

—Nos han dicho que no hay heridas importantes, solo cortes. ¿Qué demonios pensaste para bajar ahí? —Phoenix apretó con fuerza el vaso, ignorando cada centímetro de piel expuesto ante él.

—No pensé, Wright. Había un chico gritando y sus amigos alrededor nos explicaron la situación. Gumshoe trató de bajar pero su corpulencia se lo impidió —Phoenix tosió mirando hacia otro lado.

—Tu ropa la está lavando Maya, pero no estará seca hasta mañana. Te he dejado algunas cosas mías para que te pongas —Phoenix las señaló con la cabeza, pero no pudo evitar un cosquilleo en su estómago: había algo demasiado íntimo en compartir la ropa, y él no necesitaba más estímulos para imaginar.

Después le tocó lidiar con Gumshoe, quien no quería marcharse sin el fiscal, hasta por fin convencerle de volver con sus compañeros y dar un reporte de lo sucedido.

Se arrellanó en el zabutón, aliviado, perdiéndose en el programa infantil que daba la televisión y que, probablemente, había puesto Pearl para entretenerse cuando las chicas comenzaron a poner la mesa a una velocidad alarmante.

—Dile a Edgeworth que venga a cenar con nosotros —ordenó Maya.

—Díselo tú, es tu casa. Déjame que ponga los cubiertos.

—No se los des, Pearl —lo que faltaba. Su ayudante y amiga haciéndole una encerrona. De todos modos, tampoco tuvo que insistir porque en ese instante entró el fiscal con gesto solemne.

—Gracias por todo, señoritas Fey —Pearl lo miró de arriba abajo, confusa, y sonrió. Maya observó su cabello mojado y añadió:

—Oh. De nada.

—He utilizado la ducha con vuestro permiso —informó Miles—. Voy a marcharme. Mandaré un mensajero a recoger mi ropa.

Maya abrió la boca, alarmada.

—¿Cómo? Ya es tarde, quédate a cenar con nosotros. Acabo de preparar la comida y Pearl y yo cocinamos muy bien, ¿verdad, Nick?

Phoenix seguía mirando la televisión, seguro de que si volvía la cabeza y contemplaba a su rival, lo estamparía contra una pared y no para golpearlo.

—Nos vemos el lunes, Edgeworth.

—¡Nick! —Maya se abalanzó hacia el fiscal y le abrazó tan fuerte que éste dejó escapar un jadeo—. Te haré la llave de nunjutsu que enseñamos a las veteranas salvo que digas que te quedas.

Miles, confuso y quizá extrañado por el ambiente en ese instante, rebatió:

—Creo que Phoenix ha venido a pasar el fin de semana con vosotras. Yo estorbaría.

Maya sacudió un cazo para servirse y lo colocó en la mesa.

—Nick solo tiene envidia porque su ropa te queda mejor que a él —El moreno quiso replicar y se olvidó de ignorar a Edgeworth. Mirarlo fue lo peor que pudo hacer: sobre ese cuerpo estaban sus ropas casuales, envolviéndolo. Si bien ambos tenían la misma talla, Miles estaba ligeramente más musculado y las prendas le quedaban un pelín más ajustadas. Phoenix retiró la vista, seguro de que sus vaqueros no querrían volver a posarse en él.

El fiscal alzó las cejas. No entendía nada. Hace unos días Phoenix Wright estaba solícito y amable con él y ahora le rehuía. Estaba claro que su compañía le incomodaba.

—Aún tengo trabajo que hacer —dijo, por fin, y puso una mano sobre el hombro de Maya, que aún seguía abrazada a su cuerpo—, muchas gracias por todo.

—No te dejaré ir sin que cenes con nosotras —insistió Maya, y poco después todos estaban alrededor de la mesa, saboreando una crema de verduras y varias mazorcas de maíz. Pearl les explicó la dieta que llevaban usualmente las discípulas, y Edgeworth escuchó, asombrado. Unas chiquillas acostumbradas a comer tan saludable desde tan pequeñas le parecía algo digno de admirar. Maya contó un poco sobre las tradiciones en Kurain mientras Phoenix olvidó por un momento sus impulsos y se relajó en compañía de sus amigos. Finalmente, todos acabaron haciendo chistes y riendo y tras recoger la mesa, Miles anunció su marcha.

Phoenix no podía dejarlo ir. No cuando se había desmayado unas horas antes. No cuando llevaba su ropa y se iba a encontrar con la policía.

—Edgeworth. Sé razonable y quédate. Mañana será otro día —No se dio cuenta, pero Maya y Pearl desaparecieron del salón para encargarse de fregar los platos. O quizá como excusa para darles privacidad.

El fiscal alzó sus ojos grises tormentosos y lo miró con intensidad.

—Wright. ¿Por qué finges? No es necesario que mientas. No a mí. Te devolveré la ropa a tu bufete. Le diré a Gumshoe que te la lleve.

Phoenix frunció el ceño. No le importaba la maldita ropa y no sabía cómo obligar a Edgeworth a quedarse sin mezclar sus emociones y sonar como un amante deseoso de enredarse en él. Se le ocurrió una idea.

—No te irás. No lo harás si no quieres que te haga la llave de Maya. Es muy, muy dolorosa —Para mí, quiso añadir, y abrió los brazos. Por supuesto, antes de haberse movido siquiera, el fiscal dio un paso hacia atrás y alzó la mano en señal de advertencia.

—No hagas cosas que vayas a lamentar después —dijo, con un rubor extraordinario que lo hizo derretirse. Mierda. ¿Por qué se había encaprichado del único hombre que nunca le correspondería? Qué injusticia—. Lo que sí quisiera antes de marcharme es que me explicaras qué te pasa.

Phoenix inclinó el cuello hacia un lado, pensando si atacarle con un beso sería suficiente explicación.

—No es nada. Solo que, como siempre, tenías razón. Salir como una pareja es una locura y la pantomima para la prensa, también —Edgeworth lo miró aún más intensamente para después cruzarse de brazos y desviar la mirada.

—¿Crees que después de tantos años leyendo tus expresiones no sé cuándo mientes?

"Pues para leerme tan bien pareces un analfabeto"

—No miento. Quizá necesitas saber que no todo el mundo tiene que adorarte, Edgeworth. Quizá has de pensar que otras personas tienen otros sentimientos que tal vez tú no puedas comprender —Phoenix se mordió la lengua nada más pronunciar las palabras, observó a Edgeworth mirar hacia el suelo, inquieto.

—¿Es por Maya? ¿Quieres que hable con ella? —Phoenix casi rió. Apoyó una de las manos sobre la mesa, mientras miraba un jarrón de la dinastía Kurain. ¿Valía la pena romper la inopia del fiscal, aunque solo fuera para que dejara de salir con policías y se fijara en abogados?

—¿Y qué le vas a decir? ¿Que estoy obsesionado contigo desde hace años?

¿Que había pensado llevar esa farsa al mundo real? ¿O quizá que me puse un uniforme de agente de la ley solo para poder tener tu atención?

El rostro de Miles jamás había estado tan congelado, ni sus ojos tan abiertos.

—¿Es eso lo que quieres que le diga?

—Eso es lo que siento, Miles —suspiró el abogado, cansado. Y echó el resto acercándose a él, susurrándole al oído—. Eres tan irresistible, que hasta yo he caído —después, sus ojos dilatados pasaron de un gesto de anhelo a otro de frialdad y desdén—. Vive con ello y asimílalo.


Maya nunca confesaría que teniendo a Nick para ella sola se sentía mejor: sus dos últimos fines de semana en su apartamento, solos, viendo películas, haciendo fiesta de pijamas y contándose chistes fueron gloriosos. Aún no entendía por qué el idiota de Edgeworth no había dicho una palabra tras aquella confesión. Phoenix no volvió a hablar de él después de relatárselo; de hecho, permaneció sin caer en depresión o estar triste. Es como si asimilara esos sentimientos y decidiera tenerlos sin alimentarlos. Maya no dudaba de su nobleza, pero se preguntaba cuánto tiempo podría alguien vivir así antes de enloquecer. Ella podía cuidarlo. Era fácil convivir con Nick. De hecho, era muy fácil querer a Nick. Por eso, cuando aquel día volvió al apartamento sin encontrar rastro alguno del abogado y sí de una publicación del corazón sobre el sofá, su corazón latió de forma desbocada.

Una hora antes.

Phoenix Wright frotaba el retrete como si quisiera sacarle aún más brillo del que tenía; esa manía de fregarlo cada tres días le eximía de ser un desastre en el orden en el resto de la casa; al fin y al cabo, era la tarea más desagradable y si hubiera vivido con Larry, su amigo habría sido feliz.

Su sábado también era feliz y el timbre de la puerta le impidió continuar disfrutando la tarea. Se levantó, dirigiéndose trapo en mano hacia la entrada, donde, probablemente, Maya volvería de haber comprado las bebidas para ese fin de semana, donde ambos disfrutarían de una tarde juntos. Su rostro perdió toda felicidad al ver quién estaba plantado frente a su puerta.

—Buenos días —no supo si fue su imaginación, pero entonces la vio: una mirada aparentemente interesada, paseándose por su cuerpo. Fue sutil, imprecisa y bien disimulada, un gesto tal vez desarrollado por el fiscal pero jamás notado por él hasta ese momento.

—Buenas —dejó la puerta abierta y Miles Edgeworth, ataviado con un pantalón fino y una camisa beige, dio dos pasos y entró: en su mano llevaba una bolsa que le tendió enseguida.

—Tu ropa. Gracias por prestármela —Phoenix no era tan bueno fingiendo y no pudo borrar el rostro de desdén al mirarla. Estuvo a punto de decir que no la quería, que la regalara, que jamás podría volvérsela a poner, y entonces Miles precisó—. La he lavado.

Phoenix sonrió, imaginando al fiscal echándola a la lavadora y eliminando todo rastro de su olor, de su energía, como si no hubiera pasado nada. Se sintió furioso y culpable a la vez por desear tener el aroma de Miles en su ropa.

—Déjala por ahí.

Phoenix no quiso atender a su invitado, y se dirigió inmediatamente hacia el cuarto de baño, presto a seguir limpiando. Cuando creyó que el fiscal había desaparecido dejándolo solo, una tos interrumpió el glacial silencio entre ambos.

—¿Puedo hablar contigo? —el moreno alzó la vista y se encogió de hombros, como si nada importase. Arrojó el trapo al lavabo, se lavó las manos y se giró, dispuesto a escuchar—. Quiero pedirte disculpas por haberme marchado tan rápidamente de Kurain. Yo creí que te gustaba Maya y que ella pretendía seducirme. Pensé que estabas celoso por ella.

—Para ser un fiscal tan agudo, fallaste estrepitosamente —Wright sonrió, dirigiéndose hacia el salón. Edgeworth no tardó en seguirle.

—Cuando propusiste que saliéramos, me pareció una locura, pero después empecé a reaccionar estando cerca de ti. No era buena idea y traté de olvidar todo eso, y encima te presentas un día en mi oficina con ese uniforme, todo seductor, como si realmente te encontraras con tu amante y estuvieras dispuesto a algo —Phoenix cruzó los brazos y miró al infinito desde el sofá—. Estuve a punto de hacer una locura entonces. Si Lana no nos hubiera interrumpido, yo...

—Corta el rollo, Edgeworth. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, y tú jamás me has mirado como si yo fuera agradable a la vista.

—Lo eres —el fiscal bajó la cabeza, avergonzado.

Hubo un silencio solo interrumpido por el canto de los pájaros de la vecindad y los ruidos propios de una ciudad bullendo de energía.

—Gracias, ya puedo recomponer mi autoestima.

—No creo. Me parece que te vas a enfadar —Phoenix alzó la vista y vio el periódico en manos del otro. Era una publicación que no solía leer, pues se trataba de una revista del corazón. Se la arrancó, temeroso de mirar—. Página veinticinco.

Phoenix no tardó en encontrarla y ahogó un quejido. Allí, en una foto, aparecía el fiscal con su traje de faena, acompañado por el titular:

"Amoríos en los juzgados"

Phoenix Wright leyó con premura, con el corazón golpeándole el pecho, temiendo estallar.

—Estás loco, Edgeworth —finalizó, por fin, dejándola a un lado del sofá.

—Es por tu culpa, Wright —dijo el fiscal con las mejillas arreboladas y cierta sensación de frustración.

—Nadie te dejará en paz después de esto. Has firmado tu sentencia de muerte.

—Pero es lo que tú querías —los ojos del abogado habían perdido toda emoción negativa, y ahora lo miraba con resignación y compasión—. Fuiste la única persona capaz de aligerarme ese peso que me oprimía.

—No es cierto, Gumshoe también hubiera estado encantado.

—Pero con él nunca hubiera funcionado —Phoenix dio un respingo al contacto: Edgeworth acababa de cogerle la mano y se estaba arrodillando ante él. Por favor, ¿qué habían hecho con su antiguo amigo y rival?—. Quisiera intentarlo contigo, si realmente no te da asco tener sexo con un hombre y estás seguro de tus sentimientos hacia mí.

Phoenix contempló largo rato el anguloso rostro de su amigo, acarició sus cabellos enmarcando la cara, maravillándose de su suavidad (los suyos siempre estaban tiesos y respingones), se perdió en esas pupilas enormes rodeadas de un anillo tormentoso, repasó con el pulgar el rubor humillante que coronaba sus mejillas, sonrió ante los labios apretados del fiscal anhelando una respuesta.

—Creo que solo hay una forma de averiguarlo. ¿Puedo besarte?

Miles asintió, y sus rodillas se acercaron aún más al sofá.

—Por favor.

Tras tantearse y reconocerse de una forma tan íntima, Phoenix concedió a su sexto sentido el honor de avisarle y decirle qué era lo mejor para él, sobre todo porque solo se despegó del fiscal para anunciar que Maya volvería y no quería que se encontrara con esa exhibición de deseos hondamente reprimidos.

—Podemos vernos otro día —propuso el fiscal, aunque sus besos en la mandíbula de Phoenix apagaban la intensidad de la propuesta.

—Creo que Maya lo entenderá. Ahora, toda mi urgencia estriba en mirarte el culo.

—Wright, no seas soez —pidió el otro, pero se le escapó una risita ahogada.

—Tienes que iniciarme en artes amatorias con hombres. Estoy tan pez como un abogado que acaba de salir de la carrera.

—No hay problema, tengo una serie de uniformes en mi armario que podrás probarte.

Phoenix se retiró y agarró las manos del fiscal en el aire.

—Oh, así que eres un fetichista después de todo.

—También quiero que te pongas el mío alguna vez —confesó Edgeworth, pero el rostro de Phoenix cambió a uno de indignación.

—¿Qué? ¿De repente, de la noche a la mañana voy a empezar a mirar culos y a vestir de rosa? Ni hablar, fiscal depravado —Phoenix se levantó y en algún momento tuvo una sensación extraña. Estaba ahí, en su apartamento, mirando al infinito mientras Miles Edgeworth, de pie frente a él, lo miraba con intensidad—. ¿De verdad te gusto? ¿No es... un capricho?

Phoenix contempló la revista y la foto de Edgeworth desde su posición. Unos brazos envolvieron su cintura desde atrás.

—Wright. ¿Jugaría yo con algo como eso?

"Uy, la cantidad de cosas que se me ocurre que has hecho hasta para humillarme en el juzgado"

—Hm.

—Ya veo —lo enfrentó con la mirada—. No crees que puedas gustarme. ¿Qué hay de tu sentido de la justicia, de tu franqueza? ¿Tu necesidad de ayudar a otros, tu generosidad ante personas que no pueden pagar tu trabajo y aun así las defendiste?

—Tú jamás harías eso porque piensas que es algo tonto, no generoso.

—No es cierto. Si bien creo que deberías aumentar tus honorarios, considero admirable que alguien que no pueda pagarlos pueda ser también representado. Aunque te daría algunas lecciones de profesionalidad. En el juzgado, a veces, pareces un novato.

Phoenix se giró, fastidiado.

—¿Esas son razones por las que te gusto? —los brazos de Miles volvieron a su cuerpo, esta vez, seguidos de una voz susurrante.

—Hay más. Estoy tan agradecido de que pueda dormir. Conocer quién mató realmente a mi padre alivió mi existencia. Pensé muchas veces en suicidarme...

Phoenix se removió, asustado, pero el fiscal le tranquilizó. En su día a día, había demasiados estímulos para seguir viviendo, disfrutando.

—En realidad, eres una persona especial en mi vida, pero jamás pensé que pudiera tener una relación así, contigo.

—¿Qué hay de mis trajes baratos? —contraatacó el abogado, dispuesto a protestar por sistema.

—Estás bien en ellos, aunque el día de la cena fue mucho mejor. Piénsalo así: en cuanto te pongas cualquier otra cosa elegante, mi libido explotará.

Su oreja estaba siendo lamida con mucha parsimonia y le relajaba. Ese fiscal tramposo usando métodos prohibidos...

—Mmm. Si hago eso no te quejes después cuando el cuerpo de policía sea a mí a quien corteje.

—Que se atrevan —la voz de Miles se coló en su oído, posesiva y firme—, usaré todos mis métodos para hacerlos culpables...

—Das miedo...

—A mí me excitas —el cuerpo del fiscal se arrimó a él mostrándole su excitación presente—. Tengo el coche abajo, y esta erección clama ser atendida, ¿vas a decepcionarla?

Phoenix se volvió para besar los labios de Miles. Todo un circuito de electricidad sacudió su cuerpo, despertando cierta parte de su anatomía.

—Tu erección tendrá pronto otra con la que divertirse. Vámonos.

Miles Edgeworth sonrió ante su capacidad de persuasión mientras abría la puerta, esperaba a Phoenix coger su cartera y ponía rumbo al apartamento de la pasión.


Maya abrió la puerta, gritó el nombre de Nick y al no encontrarle por la casa, se dirigió al sofá, donde había una revista desconocida. Sorprendida, la recogió: estaba abierta por una página central y había dos fotos de dos personas que ella conocía muy bien, junto a un artículo. Leyó.

"Amoríos en los juzgados"

Después de los constantes esfuerzos del fiscal del distrito Miles Edgeworth por ocultar datos sobre su vida privada, nos revela hoy en exclusiva su interés romántico y por qué ha estado ocultándolo todos estos años. Me complace ser la persona que vaya a apoyar al fiscal Edgeworth en su empeño por conquistar a su adorado abogado. Sí, señores, este era el secreto mejor guardado: ni policías, ni fiscales, ni jueces, ni hermosas jovencitas testificantes. Su debilidad es un abogado. Alguien que ha estado frente a su estrado durante varios años, alguien que la vida pública conoce bastante bien; alguien que, hasta yo puedo asegurar, es una eminencia y una gran elección como futura pareja, de confirmarse ser correspondido, claro.

Si fuera así, los juicios cobrarían otro calibre, otra emoción. Quien los viera enfrentarse uno contra otro en el juzgado sentirían su tensión sexual, su deseo de estar uno sobre otro, su apoyo incondicional ya signifique su propia derrota. Sería un mundo donde todos pudieran amar sin trabas, sin temer a los cabeza huecas que aún no comprenden que homosexualidad o heterosexualidad es la misma cosa, porque implica amor y dedicación.

Y, desde este momento, vosotros, los culpables, deberíais empezar a temblar. Porque nada más poderoso puede haber para nuestro sistema judicial que alguien tan letal y profesional como Miles Edgeworth y alguien tan compasivo y valiente como Phoenix Wright, unan fuerzas.

Lotta Hart.

FIN

Notas finales:







FF_FF

07/05/14

21/06/14


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).