La temporada de lluvias estaba a todo lo que daba y a Jihoon le gustaba mirar las gotas en el vidrio de la ventana del autobús cuando resbalaban, dejando una línea transparente; le gustaba contemplar cómo los rayos del sol, anaranjados y luminosos se hacían presentes en el momento en el que las nubes se abrían paso; también le gustaba ver a las personas que lo acompañaban en el transporte; la niña de coletas cargando una pequeña mochila de Hello Kitty, la señora mayor que casi se duerme unos asientos más adelante, a los ancianos discutiendo sobre política, a las jovencitas cuchicheando y mandándole miradas curiosas y sonrisas tímidas a su persona, a la mujer joven leyendo un libro de literatura inglesa mientras toma pequeños sorbos de su bebida, que podría ser café o chocolate, pero que Jihoon nunca sabría.
Y más al pequeño chico que usualmente se subía cerca de unas 5 paradas después de Jihoon. Agradecía internamente que siempre se subiera a esas horas en las que el autobús no iba lleno; el chico siempre llevaba consigo una pecera redonda pequeña con unos cuantos pececillos dorados. Esas pequeñas cosas que la gente normalmente ignora sumergiéndose totalmente en sus propios mundos, era lo que a Jihoon le gustaba ponerle interés.
Siempre, antes de que el autobús se detuviera en la parada donde el chico de los peces –apodo que le puso porque no se sabía su nombre–, siempre, siempre, el corazón le martilleaba como un loco y las manos comenzaban a sudarle. Ni hablar de que su estómago se contraía y a veces podría jurar que vomitaría.
Al principio había creído que eran las vueltas del autobús o el peculiar olor de esa zona de la ciudad, lo que le provocaba todo eso, pero después de un tiempo había podido descubrir que lo que le hacía sentir aquello era la sola idea y presencia de El chico de los peces, y su encantadora sonrisa. Porque sí, había momentos en los que ambos cruzaban miradas y se sonreían. Jihoon sabía que el chico lo hacía por ser educado, pero a él le gustaba imaginar que era porque realmente se las dedicaba con el corazón, y que el pequeño sonrojo que se marcaba en sus blancas mejillas era por él. Incluso, disfrutaba el roce que sus cuerpos hacían cuando llegaba a sentarse junto a él.
Ese día, el chico se había subido con una pequeña cajita rosa pastel con un diminuto moño y una tarjeta pegada en un lateral. Hoy no llevaba la pecera habitual, y como ese día la temperatura había descendido, era por más que claro que la gente debía ir bien abrigada, así que el chico iba vestido con una gabardina que lo cubría perfectamente bien y una bufanda verde alrededor de su cuello.
Sus miradas chocaron en un instante y el chico de los peces se sonrojo más notablemente y le sonrió, haciendo que sus ojos se achicaran. Se sentó junto a él, y Jihoon le agradeció profundamente al cielo. Agachó la cabeza, respiró el agradable aroma del chico y cerró los ojos disfrutando de su olor y de su dulce compañía.
Talvez algún día se armaría de valor y le hablaría; mientras tanto, sólo se conformaba con esas cercanías y aquellos simples roces de brazos.
El recorrido duro un poco más de media hora cuando el chico de los peces se puso de pie y presionó el botón para pedir la parada. Jihoon le miró y el otro también le observaba con las mejillas totalmente coloradas. La bufanda cubría la mitad de su rostro pero pudo saber que le estaba sonriendo y le tendió el pequeño regalo. Jihoon lo tomó con timidez y le sonrió con un apenas perceptible sonrojo en sus mejillas. El bajito se despidió con una pequeña reverencia, acto que el otro también hizo y observo por la ventana al chico alejarse por la calle.
JiHoon contemplo la pequeña cajita entre sus manos durante unos minutos hasta que tomo la tarjeta y la leyó.
Soy Lee Taeil.
Tengo 23 años y me gustaría poder conversar contigo un día de estos.
PD: Espero que el pastelillo te guste, es de chocolate. :3
Jihoon, no pudo reprimir una sonrisa de satisfacción en su rostro, apretó contra su pecho la tarjetita y la guardó en el bolsillo que su suéter tenía justo en su pecho. En el lado del corazón.
Taeil se sentó en la banca de la parada del autobús y se echó aire con la mano para tratar de calmar su sonrojo. Al fin, después de tanto tiempo había dado el primer paso y esperaba que el otro pudiera aceptar sus sentimientos en el futuro.