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La cocina verde por Naghi Tan

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Notas del capitulo:

Resumen Cuadragésimo tercer drabble: Luffy se lo había dicho a Robin —la manager del rubio—, que habría que tener cuidado, el moreno notaba que Lucci en verdad quería a Sanji, pero su amor era demandante, hostigante y enfermo.

Universo: AU. Donde Zoro es un luchador famoso y Sanji un actor de renombre.

Número de palabras: 1650                   

Comunidades: Reto a la carta.                   

Número y Nombre del reto: Tabla Virtudes. 003. Paciencia

Categoría: R                 

Notas de autor: Continuación de No creo en las ilusiones. A petición de las chicas de Amor Yaoi y un tanto de Fanfiction

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“Lo que solías hacer, era

Siempre tan extraño,

Loco y retorcido.”

Crying Lightning— Arctic Monkeys

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Ya lo había dicho en su momento, cuando conoció a Sanji enseguida supo que era un hombre increíble con un corazón enorme que haría todo para ayudar a las personas que le necesitasen y eso, eso era un arma de doble filo que Lucci supo cómo manejar.

Luffy se lo había dicho a Robin —la manager del rubio—, que habría que tener cuidado, el moreno notaba que Lucci en verdad quería a Sanji, pero su amor era demandante, hostigante y enfermo.

Ahora Luffy estaba esperando nuevamente el resultado de la operación, esa era la quinta vez que Sanji entraba a urgencias, la anterior ocurrió hace no más de dos años y fue el único que no estaba totalmente de acuerdo con que su cocinero siguiera alado de ese hombre.

Miró su celular y escribió rápidamente un mensaje, Zeff estaría buscando a su berenjena por todos los hospitales, Luffy había dejado un caos total, había tomado la ambulancia que llevaría a su amigo al hospital más cercano y manejó de forma salvaje hasta dejar el vehículo cerca de un parque —del cual no sabía el nombre— y cargar al lesionado para llevarlo a casa de uno de sus amigos, donde se encontraban Chopper, Law y Kureha, buenos médicos que harían lo posible para que no muriera.

Zeff y él eran los únicos que sabían la historia de cómo es que Sanji conoció a Lucci y se quedó a su lado.

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Cuando uno es un niño y lo ha perdido todo y solo queda vagar por las calles no se tiene esperanza para esa persona, es más, no se le considera persona sino solo un animal que prontamente sería devorado por las calles.

Sanji tenía cinco años cuando salió de su casa, huyendo porque su madre y padre se lo pidieron, no sabía por qué, pero tenía que huir, seguir con vida y no ser encontrado. Los primeros días casi muere atropellado por diversos vehículos, sobrevivió gracias a que era pequeño y los coches no llegaban a aplastarle. Día tras día buscaba alimento, revisaba los contenedores de basura solo para sacar pedazos podridos de alimento, que prontamente supo que no eran aptos para el consumo, una intoxicación le dio un escarmiento casi mortal, haciendo que la escasa grasa de bebé desapareciera.

Pronto, el niño de mejillas redondas y bien nutridas se fue volviendo un chiquillo enclenque, su cabello fue perdiendo color y su piel tenía infecciones, los vagabundos solo negaban al verle, no iba a sobrevivir el invierno.  

Sanji pensaba —con la inocencia de sus años— que algo había hecho mal, porque estaba siendo castigado de la peor manera, recordó la comida que tiraba cuando no la quería, la deseó en ese momento, la deseaba cada que un señor lo corría del frente de su tienda por dar una mala imagen a su negocio. Por su boca pasaba pan rancio, sobras de café y a veces nada.

—Niño— un anciano vagabundo le llamó—, debes tener cuidado, en esta ciudad hay mucha gente que busca a personitas como tú, son un tesoro. Cuando un adulto te llame, no te acerques, ¡Huye!

El rubio tuvo en su pequeño viaje a personas que le daban consejos y contaban historias cerca de un tonel de fuego, pero que se reusaban a cuidarle porque los niños eran una carga. Tuvo que crecer, comprender por las malas que no todas las personas que iba encontrando eran buenas. Muchas veces se libró de personas que le arrinconaban en los callejones, otras, no.

A los siete años —demostrando que pudo sobrevivir—, el pequeño pesaba diez kilos menos de lo que debería, su mirada era la de una persona adulta, que no confiaba en los demás.

A esa edad conoció a la persona que cambiaría su vida, caminaba por las callejuelas cuando vio a un chico mucho mayor que él siendo arrinconado, el joven se veía demacrado pero serio, los adultos que le rodeaban tenían sonrisas asquerosas, que prometían una tortura que Sanji evitaba a toda costa, el menor se escondió antes de que le vieran, frotándose la mordida que tenía en el hombro, no podía ser de ayuda, él estaba completamente débil y recién salía de una situación similar.

—Vamos— un hombre habló—, hazlo por las buenas.

Sanji contuvo un bufido al escuchar esas palabras, no importaba nada que se estuviera quieto, a las personas les gustaba el dolor y deseaban ver el sufrimiento en el rostro de sus víctimas.

—Y una mierda— el chico, del cual Sanji pudo ver, tenía cejas de forma extrañas, casi extravagantes y el cabello le llegaba hasta el hombro—, ustedes márchense.

Los hombres se mostraron molestos, y no dejarían que ese chico se saliese con la suya, Sanji trató de marcharse, ese asunto no le incumbía, pero su mala suerte era tan grande y el destino un hijo de puta que al moverse golpeó un cesto de basura que hizo ruido al caer. Las lágrimas ya se dejaban ver, molestia e impotencia, porque lo que vendría seria doloroso.

—¡Ven!

Pero se sorprendió al ser cargado por el adolescente y ser apretujado en un abrazo fuerte, eso era lo más raro que había presenciado, lo normal era que se hubiera marchado y dejarlo ahí, solo, pero era lo contrario, el muchacho lo llevaba en sus brazos mientras corría y detrás de ellos los hombres casi les pisaban los talones.

—Me llamo Rob Lucci— el adolescente dijo fríamente— y estarás conmigo hasta que yo lo diga.   

Nunca en su vida se sintió tan agradecido, había pensado que ese año no lo sobreviviría y conoció a alguien que le acompañaría.

—Yo soy Sanji— dijo, porque no conocía su apellido.

—Me sirves.

Y fue feliz.

Durante dos años Sanji vivió en las calles junto con Lucci, quien tenía un temperamento agresivo, pero que supo cómo tratar, después de diversos golpes que había recibido de su parte. Pero era necesario, Lucci aun lo quería a su lado.

Cuando Zeff lo sacó de las calles Lucci estaba molesto, pero Sanji le decía que era para poder ayudarlo, darle todo para que su sueño de ser boxeador comenzara.

—¡Trabajaré en el Baratie y pagaré tus cursos de box!

—¡No tienes que hacerlo!—Lucci le regañó, él le llevaba diez años al rubio y era vergonzoso que una persona mucho menor que él hiciera todo eso— ¡Ese viejo sabe de mi existencia y me odia!

—No te odia— era mentira, Zeff no podía ver a Lucci porque había hecho de la berenjena un ser que buscaba aceptación y Sanji sabía que solo era utilizado pero no le importaba, ese chico había hecho lo que los demás no: Estar con él. —El viejo me inscribió a un colegio y debo de asistir, pero mientras, tú puedes quedarte en mi cuarto o entrenar.

Los años pasaron rápido y Sanji tenía quince años, su manera de ver las cosas se había ampliado, sabía que estar alado de Lucci no era bueno, más cuando vio como lastimaba a una dama por haberle coqueteado —aunque fue al revés—, ya era tarde, salir era imposible, más cuando Lucci lo tomó en su cuarto, tan salvaje y egoístamente, porque sintió la necesidad del mayor, sintió que aún no era el momento de dejarlo.

 

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—La mente es compleja— Law sacó a Luffy de sus pensamientos—, Blackleg-ya sabía y estaba consciente de que estar alado de ese hombre no era bueno, que su deuda ya la había pagado, pero que era imposible dejarlo porque igual había creado un lazo de dependencia. Entiendo que es frustrante, pero si con esto Blackleg-ya quiere seguir a su lado, esta será la última vez que entre a un hospital, la próxima será la morgue y dudo mucho que reconozcamos su cadáver.

El menor suspiró, no hace menos de una hora habían dejado en libertad condicional a Lucci, el tener dinero le había liberado de supuestos cargos y los fans de Sanji exclamaban llenos de indignación por justicia, la pelea contra Roronoa Zoro no fue cancelada gracias a Robin, quien estaba molesta por los daños causados a su cliente, nadie salía indemne al lastimar a una de las personas más importantes de la vida de la morena.

Pero la condición de Sanji no era buena, le había logrado salvar con mucho esfuerzo, pero su corazón había quedado dañado, un sobre esfuerzo más y caería al mundo de los muertos, su ojo derecho, desde luego era inservible.

—Hay que anunciar que apuesto a favor de Zoro— Luffy sonrió, tenía que hablar con ese hombre.

 

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—¡Es increíble que la pelea no haya sido cancelada!— Nami exclamó, con cerveza en mano, junto a Usopp y en la casa de Zoro, el último tampoco  lo podía creer. —El maldito debería estar pudriéndose en la cárcel.

Zoro apenas se había enterado de que la pelirroja conocía al actor y que el mismo Usopp tenía un amigo en común con él, el mundo era tan pequeño.

—Luffy ha dicho que no se quedará así— el narigón les miró nervioso—, con trabajo pudieron restablecer a Sanji.

Y eso era lo que más le sorprendía, que el actor tuviera la suficiente voluntad como para sobrevivir a tal violencia.

La pelea sería dentro de dos semanas y grandes personalidades apostaron a favor de Zoro. El dueño del famoso restaurante Baratie había anunciado que apostaría una cuantiosa cantidad de dinero a su favor, y Zoro no sabía qué hacer, eso era ya venganza personal y él no conocía al rubio como para sentirse motivado.

El timbre de su casa sonó y Zoro dejó a Nami y a Usopp hablando entre ellos, cuando abrió la puerta se sorprendió y casi dio un paso hacia atrás.

—¿Lucci?

 

—Fin No creo en las ilusiones parte 4—

 

Continuará…


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