Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Fade Away por Hikari Reize

[Reviews - 3]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Fue un momento de debilidad. Espero les guste. 

Fade Away


 


 


¿Sabes? Hasta ese último instante, tuve esperanzas.


Pero creo que finalmente, lo que no quería ver era que me estaba mintiendo a mí mismo. No quería entender que fui un imbécil. Siempre. En todos los sentidos.


Pero así, idiota como era, te amé como no tienes idea.


Me gustaría saber si realmente llegaste a perdonarme. ¿Lo hiciste, Ru?


Ahora, justo ahora no encuentro la manera de hacer marcha atrás. De volver en mis pasos y buscar otra solución. ¿Pelear más por ti serviría de algo? ¿Volver intentarlo? Ya tengo claro que tú no quieres continuar. No conmigo.


El día se siente pesado, como si al aire le costara llegar a mis pulmones.


Ese era el día que marcó el fin. Eso sucedió apenas hacía una hora.


El día en que mi mente y cuerpo dijeron ‘‘Basta’’. El día en que supe que te había perdido desde hacía mucho, cuando por un error me alejé de ti.


Se lo que pasó entre nosotros. Tengo presente cada cosa que hice mal y que me costaron momentos de felicidad a tu lado. Recuerdo esas peleas finales…


Lo recuerdo todo. Por favor, no pienses que mis sentimientos no fueron sinceros.


Hace apenas unas horas, yo, convencido, estaba feliz por ese siguiente paso que iba a dar: había comprado, con lo que podía ahorrar en ese trabajo de medio tiempo en aquel bar, el más bonito anillo de compromiso.


Yo estaba feliz, en la cumbre de la dicha. ¡Por fin podría demostrarte que eras únicamente tú el dueño de mis pensamientos! Por fin podrías ver en hechos que mis palabras eran verdaderas. Que te amaba como a nadie. Que me arrepentía por todo. Que eras mi vida, el compañero de mis andanzas, mi enano bobo, caprichoso, tierno.


En esa argolla de oro buscaba tu perdón; en ella la confirmación de la realización de ese futuro juntos.  


Giré en la esquina que daba directamente a tu casa. Quería darte la sorpresa cuando salieras de la universidad. Estaba ansioso, nervioso pero realmente animado. Quería ver tu rostro, que me dijeras que sí y poder colocarte el anillo.


Solo unos pasos más y finalmente podrías confirmar cada una de mis palabras.


Confiaba en eso.


Entonces te vi. Tal y como esperaba encontrarte: sonriente. Animado. Feliz…


… tomando la mano de aquel quien me dijiste querías como a un hermano.


Me detuve y observé la escena. Sonreías. Sí. Un destello amplio, cristalino adornaba tu rostro completamente.


Y me sentí derrumbar allí mismo. Mis piernas temblaban y un dolor indescriptible se apoderó de mi garganta. ¿Por qué? ¿Por qué lo hacías?


No podía entenderte… No podía comprender tu comportamiento. Me habías dicho que todo había acabado con él. ¿No era eso?


Quise hablarte, buscar explicaciones. Que me dijeras frente a frente qué buscabas realmente. Pero me contuve.


Cualquier cosa que hicieras, no importaba el dolor que eso me acarreara… Me lo tenía merecido. Después de todo, yo era el culpable ¿no?


Y con esa imagen reviví aquel pasado que no quería traer al presente. Recordé las noches en que no podía dormir, las comidas que me salteé por tener un nudo en el estómago. Las veces en que solo deseaba dormir profundamente.  


Las ganas de rendirme y acabar con todo…


Pero por igual, en aquellos tiempos y en este mismísimo instante en que regreso de camino a mi pequeño apartamento, puedo sonreír; porque al final no importa cuánto doliese, me alivia tener la seguridad de que tú podrías seguir adelante. Sí. Podrías ser feliz con alguien más. Podrías continuar con tu vida con una normalidad, para mí, abrumadora.  


Y eso lo tuve presente desde el mismo momento en que me dijiste que estabas tomando la mano de otro.


Ese fue el dolor más grande que pude sentir en mi vida. 


Pero, después de todo yo tuve la culpa. Yo por inseguro, por débil, por imbécil.


Pero sabes… Tenía tanto miedo. Y eso sin quererlo me paralizó hasta el punto de terminar alejándome de lo que más quería. Sí. Miedo a amarte tanto que pensar en perderte fuese la idea más dolorosa que atacara mi mente.


Es irónico que ese miedo a perderte fuese el que me llevara directamente a hacerlo.


Por cobarde.


Pero no pude escapar porque yo ya te amaba, desde mi interior, cada fibra. Cada pensamiento se desviaba hacia ti. Cada susurro en el viento me dictaba en una caricia sutil, tu nombre. En todos y en cada uno de los labios que veía, se reflejaban los tuyos. Tu cabello, tu sonrisa, tus ojos, tus mejillas. Ese pequeño cuerpo que amaba apretujar entre mis brazos.   


Y en ese angustioso sentimiento de no querer perderte, al final, lo hice. ¿Irónico, no?


Pero lo sé, amor, fue mi culpa. Todo este desenlace lo provoqué yo, y como tal, es merecido que me desquebraje en vida hasta convertirme en nada. ¿No? Yo no sé cuán grande fue tu sufrimiento, ni cuanto te costó superarlo. Menos sé cuántas veces lloraste o caíste. No sé cuán derrotado o triste te sentiste. Pero aunque no sepa eso,  tengo presente que este dolor que ahora estoy sintiendo es solo una pizca, una muestra suave comparada a la enormidad absoluta del sufrimiento que yo te causé.


Por eso lo soporto. Por eso vivo, hasta hoy conteniendo en mi garganta los sollozos.


Llegué a mi apartamento más tarde de lo esperado. En el camino me detuve en una farmacia y en un Seven Eleven, cuya casualidad, ambos me quedaban cerca.


Las manos y las piernas me temblaban. El nudo en el estómago parecía haberse transformado en un remolino, doloroso y que me provocaba ganas de devolver hasta lo que no había comido. 


Cerré la puerta y me adentré con ambas bolsas a mi habitación, donde me dejé caer en el único mueble que tenía… Más bien un pequeño colchón de sábanas limpias pero desordenadas, que había sido mi compañero desde mi llegada a la ciudad. No tenía mucho, pero era feliz.


Fui feliz con él.


Le di el último sorbo a esa botella de cerveza que venía vaciando desde el camino y la arrojé con fuerza hasta que se estrelló y se hizo pedazos en la pared de en frente. La mancha marrón claro se impregnó perfectamente y con rapidez a la pintura blanca.  


Tomé otra de la bolsa más grande y la abrí, permitiendo que ese familiar sabor amargo inundara mi boca y se deslizara por mi garganta.


Me acomodé en el colchón, buscando una postura más cómoda, y me quedé sentado con la espalda apoyada en la pared.


Yo sabía que llevaba desvaneciéndome de ti poco a poco. Con cada mirada y sonrisa que le dedicabas. Con cada toque o caricia que te guardabas para él.


Yo me desvanecía, sí, con una gracia esplendorosa. Con una velocidad que no podía detener y debía, sumido en un mutismo involuntario, únicamente contemplar.


Lo sabía, sí. ¡Claro que sí! Pero me negué a entregarte al olvido.


Caminé de vuelta a mi hogar. Me sentía entre agradecido y enfadado por no haber ido en mi moto. Enfadado porque conocía mi forma de aliviar mis angustias.


Agradecido de haber decidido ir caminando… ¿Por qué…?


Porque tenía miedo de mí mismo. 


Porque sabía que yo estaba enfermo. De dolor. De impotencia.


Yo era un suicida reprimido. Un ser débil aparentando ser fuerte ante su angustia más grande.


TÚ.


Creí haber superado aquellos impulsos después de pasada mi turbulenta adolescencia. Creí haberme curado al haberte conocido… pero, al apartarme de ti comprendí que no era más que una fachada que aparenté y me impuse para engañarme a mí mismo.


Y lo pensé, varias veces desde que me dijiste que considerabas salir con otra persona. Lo consideré y miré con cariño el arma de mi padre cuando me rechazaste.


Desde entonces me vi atormentado por los pensamientos suicidas que me atacaban, sin piedad alguna cada dos minutos. Y con suerte me dejaban ese margen de dos minutos para descansar.


El mismo pensamiento que me afirmaba estarías bien siempre, me derrumbaba con una gracia gélida e incomprensible. Ese pensamiento arremolinado que me decía que tú, a pesar de tus palabras que me aseguraban, me amarías por siempre, podrías olvidarme con más facilidad de la esperada y seguir adelante. Continuar un camino lejos, apartado del mío, sin sujetar mi mano. Sin necesitarme.


Lo entendía en ti.


Pero yo no contaba con esa capacidad.


Y sentí, que en cada día que transcurría, yo me aferraba más a ti. Tú, en cambio te alejabas. Tu figura en mi mente adquiría más vida. La mía, en ti se desvanecía.


De una de las bolsas plásticas tomé una botellita de vidrio llena de pastillas. Observé su nombre sin verdadero interés. La abrí y examiné dos de ellas en mi palma: pequeñas y rosadas. Sin más las dejé en mi boca hasta tragarlas con ayuda de la bebida.


Ese era el último recurso que tenía. La última instancia para tratar de curarme.


Tras ese primer golpe, volví a ponerme de pie. Solo. Impulsado por ese deseo de ser mejor, desligarme de mis ataduras y planear mi camino directo hacia ti. Volví a sonreír. No sé si fui falso, no sé si fui auténtico, pero sonreí.


‘‘Él no lo hará. Sé que no. Él me ama. Sé que me esperará’’


Lo creí. Me aferré a esas palabras que tú no habías dicho. Con ellas derrumbé los muros que me impedían caminar más allá de las fronteras. Con ellas siempre en el pecho, deshice los nudos de esas cuerdas que me mantenían prisionero en ese mundo en el que no quería vivir. Con ellas me armé de valor para enfrentar cualquier adversidad del mañana.


Era más fuerte que nunca porque al final de ese camino estabas tú. Siempre eras tú, aunque justamente tú no lo supieras. ¿Habría cambiado algo si te lo decía? Lo dudo. Después de todo, fuiste quien me pidió silencio y yo acepté por no causarte más daño.  


Y esas palabras bañadas en confianza ciega me derrumbaron cuando me dijiste que lo harías. Ese día en que me diste la noticia; la más horrible, la más desgarradora.


Y desde ese día viví con la imagen en mi cabeza, en mi silencio cruel: la imagen de tus labios besando a otros.


Caí. Me levanté para volver a caer. Y poco a poco me di cuenta que mi fortaleza se hacía más grande después de cada derrumbe. Y entendí también, que cuanta más fuerza adquiriera para luchar, más profundo caería la próxima vez. Fundiéndome cada vez más en una oscuridad mucho más grande y peligrosa.


Y en ese círculo vicioso alimentado por la imposibilidad de apartarme de ti, me destruí.


Alcohol. Cigarrillos. Drogas.


Nada. Nada disminuía el dolor, y yo caía cada vez más. Nada sanaba esa herida. Esa que siento como una traición.


Pero ¿Me lo merezco, no?


Cortes.


Tengo que soportarlo. Yo te lastimé primero.


Tú besando otros labios.  


Ahora los recuerdos se mezclaban y se clavaban en mi pecho haciéndose de una crueldad enfermiza y asfixiante, dejándome al borde de ese camino sin retorno.


Soy indescriptiblemente fuerte. Soy indudablemente débil.


Fuerte, para afrontar y sobrepasar cada obstáculo, no importa cual fuera.


Débil… cuando se trata de ti.


Aun cuando lo sabía, no estaba preparado para esto.


Repetí la acción con las pastillas un par de veces más. La segunda vez fueron cuatro, a la tercera ingerí seis. El alcohol, mi compañero me ayudaba en ese propósito final.


Observé el azul de la noche por la ventana. Hacía un buen clima.


Yo empezaba a tener frío.


 En mi interior, aunque sonriera cada vez que te veía a ti sonreír, esa marca en mi corazón no desaparecía. No podía borrar esa dolorosa herida.


Y finalmente, dejándome llevar por las emociones que había estado reprimiendo desde una fecha lejana e inexacta, me permití llorar. Llorar de verdad sin restricciones. Sin miedo. Sin ocultar ya me debilidad.  


Sin las insistentes palabras que me repetía a mí mismo una y otra vez cuando sentía que caía: <<Las lágrimas no solucionarán nada, ponte de pie y sigue adelante>>.


Llorar como un niño porque sabía que era la última oportunidad que tenía para hacerlo.


Y el reproche, el enojo, la impotencia, el odio, el dolor… Sobre todo el dolor… Todo se hacía de una fuerza cruel para atormentarme.


Yo jamás te habría hecho algo así. Jamás podría haber visto a alguien de la manera en que tú viste a esa persona. Nunca podría haberle otorgado tu lugar en mí a otro. Y eso lo sé y puedo afirmarlo porque tuve oportunidades, varias para comenzar de nuevo.


Y la cicatriz de esa traición que sentía y callaba permanecía en mí, manchando los momentos más dulces con un sabor amargo. El del dolor incurable por ser eterno.   


Mi mayor virtud se había convertido en mi destructora: la fidelidad que no quería ni me era capaz de quebrantar.


Yo te dije, amor, que era y te sería fiel toda la vida.


Cerré mis ojos, entregándome al adormecimiento de los fármacos. Estaba cansado, somnoliento.


Sentía tan raro el quedarme dormido y saber que no volvería a despertar jamás. Lo sentía raro, angustiante y hacía que la adrenalina me atacara el corazón.


Ingerí un par de pastillas más.


No quería despabilarme y terminar arrepintiéndome en el último segundo cuando no hubiera nada más que hacer.


Respiré hondo y me fundí en la oscuridad de mis párpados, allí donde nada más importaba.


Entonces oí el sonido de la puerta abrirse. Abrí mis ojos y te vi.


No debías aparecer. No debías verme así. No quería manchar tu vida. No quería… causarte más problemas ni dolor.


Apenas me viste y te percataste de lo que tenía conmigo, te lanzaste a mí.


— ¿Qué hiciste, Akira? —preguntaste. Noté el temblor en tus palabras.


No respondí. No podía hablar o no quería hacerlo.


— Dios, no… ¿Cuántas tomaste? —dijiste luego tratando de quitarme el frasco que yo tenía fuertemente apretado en mi diestra. Cuando lo lograste lo examinaste únicamente para que la expresión en tu rostro cambiara de la preocupación al mismo terror.


No sé cuántas hayan sido, pero el tintineo de las pastillas restantes en el frasco me decían que habían sido las suficientes.


— ¿Por qué lo hiciste? ¿Qué…? ¿¡En qué estabas pensando?! —tus palabras de regaño bañadas en una angustia palpable, no sé por qué, me parecieron adorables. Aunque, todo de ti me resultaba así.


Te erguiste con rapidez para ir a la mesita dónde estaba el teléfono de línea. Marcaste unos números rápidos y escuché tus palabras atropelladas y torpes pedir por ayuda. Luego regresaste junto a mí.


— Vas a estar bien, Aki. La ambulancia vendrá pronto —hablaste con una voz quebrada mientras acomodabas el cabello de mi flequillo. Tal vez procurando reconfortarme, quizás en un intento de tranquilizarte a ti mismo.


Tu rostro rebosante en lágrimas, que, supongo habrías dejado salir en ese corto trayecto de mi colchón a esa mesita.


<<Discúlpame por causarte este dolor>> quise decir, pero el solo hecho de mantener mis párpados abiertos estaba consumiendo la poca energía restante.


Y te observé, bañándome en esa belleza pícara y dulce que te era característico. Queriendo traer más para mí esa esencia aniñada. Esa que me había enamorado como un idiota. Esa que me había cautivado hasta las raíces mismas del alma.


— Te amo… —dije al fin, con la poca voz que me quedaba.


Era el susurro del alma que estaba quebrada.


— Aki, no, no, no —me hablabas, mientras yo trataba de mantenerme consiente. Quería ver tu rostro lo más posible. Quería grabarlo en una perfecta imagen cuando mis ojos se cerraran.


Irme con él. Irme contigo apretujado, bien guardado en el corazón.   


Antes que la oscuridad me envolviera bajo su velo asfixiante.


— Quédate despierto, amor. No cierres tus ojos, Aki, por favor… —sollozaste.


— Te amo… —repetí, acariciando tu rostro.


Yo sonreía mientras las lágrimas torturaban mis mejillas con su ardor.


Limpié las tuyas con mis pulgares. No quería recordarte triste.


Quería escuchar las mismas palabras de ti, pero no las decías. ¿Por qué no lo hacías? Quizás tenías la esperanza de poder decírmelas luego, no tomar ese momento como el final. O tal vez… Tal vez no las decías porque ya no las sentías.  


Pronto, tratar de secar tus tristezas me resultó una tarea demasiado difícil, hasta que se volvió imposible y dejé mis manos caer sobre mi pecho. Tú las tomaste entre las tuyas y las estrechaste.


Era una despedida. Inminente y necesaria. Yo no quería continuar. No así. No sintiendo que aunque dijeras que me amabas, tenías en mente a alguien más. No quería sentir que esas palabras eran vacías, quería mantenerlas tan auténticas como esas veces en que estábamos juntos. Limpias y puras. Sin esas manchas de la traición, ni el dolor, ni la falsedad siniestra.


Sé que aunque fui yo quien se alejó primero y rompí la promesa que te hice de permanecer a tu lado, también sé que las veces que te dije que eras únicamente tú esa persona en mi vida y serías la única a quien podría amar, eso, cada palabra era y sigue siendo real.


Y estaría feliz de poder desvanecerme con ese sentimiento.


Volví a oír tu voz manchada en un sollozo de angustia, pero no podía entender qué me decías. El tacto de tus manos se volvió más fuerte y al instante cerré mis ojos.


Volví a oír tu voz, más desesperada y distante. Sentí una sacudida, estarías tratando de despertarme.


Párpados cerrados. Mente adormecida. Dolor lejano. 


Sentí el inminente desvanecimiento y el frío de la muerte. Ese gélido susurro que contrastaba con la calidez de tus manos. Y tu aliento. Y tu propia alma clamando por la mía, tratando inútilmente de mantenerla en mi cuerpo.


Pero ambos estábamos cansados; ella y yo ya no queríamos luchar. Muertos los dos por un dolor demasiado grande.


¿Era mejor marchar pensando que me amabas y lo harías siempre o con esa seguridad de saber que nada en tu vida cambiaría después de mí?


Oí el silencio.


Y tus manos perdieron su calidez.


Ahora, no solo me desvanecía de tu mente.


 


 

Notas finales:

Como que no me gusta leer fics donde los personajes mueren… me gusta más matarlos (?) Bueno, creo que aquí se muestra mejor mi manera de escribir y expresarme. Espero haya sido de su agrado. Eso es todo.  

 

Gracias por leer…~


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).