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Cruzando Universos por Reira Verzeihen Danke

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Notas del capitulo:

Todos los derechos de autor van a sus respectivos dueños.

Capítulo 3: Conversaciones y recuerdos en la cabaña de una bruja.

William P.O.V.

Una vez que todos se acomodaron, Elena comenzó a hablar. Quiero terminar con esto cuanto antes.

—Como decía, la razón de ese humo es que hoy es una fecha muy especial. Hoy se celebra un descubrimiento muy antiguo, de cuando los humanos aún adoraban al dios sol y la diosa luna, ellos descubrieron el secreto más importante de la magia, y cada año, solían celebrar este hecho con un ritual, que consistía en preparar el brebaje que en estos momentos, sigue hirviendo en el caldero de allá. Una vez bien hervido, lo cual sería antes de la media noche de hoy, ellos repartían un poco entre los personajes más importantes del lugar, como ya mencionó nuestro querido Undertaker—haciendo un ademán hacia el hombre de plateados cabellos, quien, si era posible, sonrió más —soy una bruja, y es mi deber como tal, recordar estas tradiciones antiguas. Si desean, ya que están todos ustedes aquí, podemos seguir con ese ritual esta noche—ofreció amablemente.

—¿Cuál era el secreto?—preguntó Ciel con el rostro sostenido por sus manos, y, aunque no debería decirlo, porque conozco un poco su persona, diría que se estaba comportando como un niño pequeño e infantil. Le tenía cierto respeto al chico, a pesar de que le vendió su alma a un demonio.

—Secreto es secreto, eso no lo puedo divulgar así como así—constato con firmeza amable.

—Ya vine hasta aquí, ¿por qué no seguir hasta el mismo final?—accedió el rubio.

Y con eso, todos los demás accedimos. Había algo en el aire que hacía irresistible quedarse ahí. Incluso ese demonio accedió. Y yo, no me quedé atrás. Lo cual fue bastante sorprendente. Para pasar el rato, ya que aún eran las siete, nos pusimos a charlar entre nosotros. El Undertaker y Elena, se reían sin cesar entre frase y frase. El demonio, yo, y el pelirrojo hablábamos sobre las diferencias entre el infierno y el mundo de los dioses de la muerte. Mientras que Ciel, el chico rubio, quien por lo que había escuchado hasta ahora se llama Edward, y Ronald hablaban sobre mujeres.

Ciel P.O.V.

Todos decidimos celebrar ese ritual. Y la noche pasaba muy amena, entre risas y conversaciones pasajeras. William, Grell y Sebastián se entendían muy bien, incluso creo que vi a William sonreír. Había algo relajante, familiar, cómodo, en ese lugar, y estoy seguro que todos lo notaban, pero no lo decían en voz alta. No me parecía doloroso estar así con Ronald.

—Jeje, sí, tienes razón, la clave para seducir a una mujer es el lenguaje corporal, los cumplidos y la caballerosidad—decía en esos momentos Edward.

—Sí, eso Ciel debería de saberlo bien—decía Ronald con una sonrisa triste.

—Y tú también, Ronald—dije yo a mí vez con otra sonrisa, similar a la suya.

—Espera, ¿qué?—es mi primo, y es mayor que yo, pero podía ser muy inocente a veces, al igual que Elizabeth, ahora, él estaba algo serio—. Ciel, no me digas que has intentado seducir a una dama, y más importante aún, espero que no haya sido mi querida hermanita.

—No, no fue así, él nunca lo haría—dijo Ronald con un tinte triste en sus palabras.

—Ah, bueno, entonces, momento, ¿coqueteaste con alguna otra?

—Es una larga y, complicada historia—dije con la misma tristeza de Ronald, reflejada en mi voz.

—¿Debo saber?

Ambos cruzamos miradas, y él negó, al igual que hice yo.

—Es, complicado, sería mejor que no—dijo Ronald.

—De acuerdo. No presiono más.

Con eso estuvimos un rato en silencio, con las charlas de los demás como fondo. Pero pronto Edward y Ronald empezaron a hablar de nuevo. No puse atención, pues me encontraba sumido en recuerdos tanto tristes, como placenteros y felices.

- Flashback -

Normal P.O.V. (Narrador Omnisciente).

Un Ciel de al menos siete años de edad, vagaba por el bosque, feliz, disfrutando del clima y el cantar de los pájaros, era esa danza de nuevo. Caminó, hasta encontrarse con un arroyo con una elevada cascada, detrás de ese velo de agua, se escondía una cueva, y él se adentró allí. Dentro, había un niño alrededor de su edad, un poco más alto que él, vestía con una camisa de manga larga y botones, color negro, al igual que sus pantaloncillos, largos hasta un poco más arriba de sus rodillas, iba descalzo. Daba la impresión que se fundía con las sombras de la cueva. En la parte superior de su cabeza sus cabellos eran rubios, y en la posterior, eran negros. Sus ojos eran de un color verde amarillento.

Largo rato estuvo de pie, observándole fijamente. Sentía una curiosidad nueva hacia ese chico, no sabía lo que era, pero estaba seguro que lo descubriría. El chico notó la presencia de Ciel por el rabillo de su ojo, y se dio vuelta para encararlo completamente. Vio a un niño un poco más bajo que él, vistiendo una camisa de manga larga y botones, blanca, y unos pantaloncillos a la altura de su rodilla, a juego con sus zapatos café claro, sus medias eran blancas, y estaban pulcramente dobladas. Poseía unos cabellos azulinos, y ojos zafiros tan profundos y hermosos como el mar, nívea piel, labios rosados, y unas largas pestañas. Sin darse cuenta, estaba ya a unos escasos centímetros de él. Podía sentir su respiración.

—Soy, Ciel Phantomhive, ¿y tú, quién eres?—Ronald se quedó embelesado con la voz del chico por unos momentos.

—Ronald, Ronald Knox, un gusto—logró tartamudear.

—¿Qué haces aquí?

—Busco una cura.

—¿Una cura para qué?

—Para un problema, ¿y tú que haces aquí?

—Exploraba el bosque, y me perdí un poco—mintió.

Hubo un momento de silencio, en el cual, el agua, fluyendo y goteando, además de sus respiraciones, era todo lo que se escuchaba.

—¿Te gustaría ir a dar un paseo?—preguntó Ronald.

—Claro.

—Sígueme.

El niño de negro comenzó a caminar hacia adentro de la cueva. El de blanco se apresuró para no quedarse atrás. Conforme entraban, la luz disminuía, y Ciel se vio obligado a sujetarse del brazo de Ronald para no perderse, y este sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, pero lo ignoró lo mejor que pudo. El camino era oscuro, y apenas se podía ver. Prontamente, la luz comenzó a aparecer de nuevo. Y salieron por una pequeña grieta. Para describir la vista de ese lugar, increíble se quedaría corto. Toda la vista era ocupada por árboles verdes llenos de hojas. La grandeza de ese bosque se podía apreciar muy bien desde su posición.

—¡Woah!—exclamó Ciel, verdaderamente impresionado y sin aliento.

—Genial, ¿verdad?

—Sí, es increíble.

Se quedaron embobados mirando el paisaje por unos minutos. Pero Ronald comenzó a andar de nuevo. El azulino simplemente le siguió en silencio.

Bajaron por una especie de escalinata, y se dirigieron bosque adentro. No sabía si era cosa suya, pero le daba la impresión de que ese bosque no era normal, aun así, no le dio importancia. Llegaron a un pequeño lugar, rodeado por los árboles con unos hilillos perezosos de luz colándose en el centro, y un poco a los lados. Y se sentaron.

—Así que, Ciel, ¿por qué un niño como tú querría explorar este bosque?

—Estaba aburrido, mi familia siempre insiste en que me quede en casa, y quería salir.

—Mmm, ya, entiendo, entonces, ¿qué edad tienes?

—Siete, ¿y tú?

El rubio pelinegro le miró de arriba abajo, y pareció meditar por unos segundos.

—Veintisiete—contestó en un murmullo desconfiado.

Ahora fue el azulino el que le miró de arriba a abajo, y estalló en risa.

—Jajaja, no tienes, jajaja, veintisiete años, jajaja, tu, jajaja, tienes que ser de alrededor de mi edad, jajaja.

Ronald le miró con el entrecejo fruncido.

—Sí los tengo—decía molesto.

—A ver, pruébamelo—retó el ojos zafiro una vez recuperado, pero aun con una sonrisa en su rostro.

—¿Cómo?

—No lo sé, haz algo que haría un chico de esa edad, y tal vez me convenzas.

—Algo que haría un chico de esa edad—repitió para sí mismo, el ojiverde se quedó con la mirada perdida por un rato, mientras pensaba, hasta que pareció decidirse.

—Creo que ya lo tengo—dijo con una leve sonrisa coqueta.

—¿Y bien?

Se inclinó, y besó al menor, quien, abrió desmesuradamente sus ojos zafiros. Fue solo un roce insistente, hasta que el menor respondió cerrando sus ojos. Abriendo levemente sus labios, profundizaron más el beso, hasta que los labios eran insuficientes, y comenzaron una pequeña batalla con sus lenguas, que se volvía más desesperada a cada minuto. Los dedos del azulino se enredaron en los cabellos del contrario, y las manos de este acariciaban sin pudor su cuerpo. Comenzó a ser insoportable el tener las ropas puestas, así que se desprendieron de ellas. Con una parsimonia salvaje, llegaron a unirse, dolió un poco, pero fue placentero, y sellaron ese hecho con un beso corto. Los árboles, el cielo, las nubes, fueron únicos testigos de ese acto prohibido. Se miraron a los ojos.

—De acuerdo, creo que me convenciste—admitió el ojos zafiro.

A lo que el rubio pelinegro solo sonrió con suficiencia.

—Pero, ¿cómo terminaste así?

—Digamos, que jugué con algo que no debía.

—No me vas a decir, ¿cierto?

—Nope.

Se vistieron, dándose miradas lascivas de vez en cuando.

—Creo que debería volver a casa. ¿Me acompañas?

—Claro.

Regresaron por la cueva, y salieron al arroyo. Después de un rato de intentar descubrir cuál era el camino, y de unas cuantas bromas y charlas pasajeras, finalmente llegaron a la mansión del azulino.

—Aquí es. Gracias por la tarde de hoy. La pasé muy bien—dijo algo sonrojado.

—Cuando quieras.

—Entonces, ¿podemos vernos mañana?

—Claro, te espero en el mismo lugar.

—Es una cita—al decir esto, jaló al ojiverde por su camisa, y le dio un casto beso—. Nos vemos mañana.

—Eh, ah, sí, claro—se despidió anonadado el rubio pelinegro.

Y como prometieron, al día siguiente se vieron, y tuvieron otro encuentro íntimo, conociéndose cada vez mejor, tanto física como personalmente, Ciel descubrió la verdadera naturaleza de Ronald, y como, al experimentar con un libro prohibido de los dioses de la muerte terminó de nuevo como un niño, y que para volver a su estado original debía encontrar un río sin fondo para tomar de su agua, mientras que Ronald descubrió el linaje de Ciel, y su condición de salud, entre otras cosas importantes, como el hecho de que estaba comprometido con su prima, y la verdadera razón de porqué estaba en el bosque ese día. Todos los días, volvían al mismo lugar, y solo los árboles, el cielo y el pasto, veían sus actos lujuriosos, su pecado a ojos de la sociedad. Se volvió una necesidad el verse cada día, como si el otro fuese su oxígeno. Cada vez mejor, más experimentado, más adulto, más problemático. Mientras más crecían los sentimientos, peor sería separarse. Y solo empeoró, al decir el primer "Te amo".

Un día, luego de casi un año de verse, al ir a dejar al azulino se dieron un acostumbrado beso de despedida, los brazos del menor cerrados en torno al cuello del mayor, quién lo pegaba más sujetando su cadera. Se estaba volviendo muy apasionado, con gemidos y suspiros suaves saliendo de sus labios.

—¿Ciel?—se escuchó a una voz masculina detrás de ellos.

Se separaron rápidamente y volvieron a ver al dueño de esa voz. Encontrándose con Vincent Phantomhive, mirándolos con sorpresa, y enojo.

—¿Qué sucede aquí?

—Pa-papá—tartamudeó el azulino, aún con un brazo del ojiverde en su cintura.

—¿Y bien?

—Pues verás… É-él es, Ronald Knox, es un a-amigo.

—¿Amigo? No creo que beses de esa forma a tus amigos, Ciel—la mirada de Vincent, era fulminante y fría.

—Con todo respeto, señor Phantomhive, Ciel y yo somos amantes, es normal para los amantes hacer ese tipo de cosas—mencionó Ronald con una expresión exánime, y voz muy calma, dada la situación, mientras que Ciel, se encogía cada vez más, apegándose al cuerpo del ojiverde.

—¿Amantes? Me temo que no puedo permitir esa conducta en mi hijo.

—Papá, por favor, no me hagas dejar de ver a Ronald—suplicó el de ojos zafiros, con lágrimas amenazando a salir.

—Me temo que lo haré Ciel, esa no es una imagen digna de alguien de la nobleza como nosotros, y menos de un Phantomhive. Estás castigado. No podrás salir sin supervisión, hasta tiempo indefinido—decidió firmemente.

—Lo amo, papá, por favor.

—¿Prefiere más la imagen, a los sentimientos de su hijo, señor?

—Eso no es de tu incumbencia.

—Sí lo es, yo soy el amante de Ciel, como dije antes, por tanto, es de mi incumbencia saber lo que suceda con la persona que amo.

—No importa lo que sean, este asunto entre ustedes se terminó, Ciel, vuelve a la casa.

Ahora, el azulino no contuvo sus lágrimas, pero su rostro estaba serio, volvió a ver a Ronald, devolviéndole una mirada destrozada. Se inclinaron, y se dieron un último beso, entre lágrimas, más por parte del menor, que del mayor.

—Te amo, Ciel, siempre lo haré—susurró en sus labios.

—Y yo a ti Ronny, siempre—devolvió el gesto aún con los ojos entrecerrados.

—Es suficiente—dijo Vincent, mientras tomaba a Ciel de su brazo, y se lo llevaba lejos.

Ronald se quedó allí, con el corazón en un puño. Mientras que Ciel, una vez en su habitación, lloró hasta dormirse, estaba destrozado, pues perdió a quien más amaba. Su madre no se enteró, y se vio forzado a sonreír, practicando frente al espejo, creando una máscara para olvidar, y ocultarse. Por su parte, un mes después, el rubio pelinegro de ojos verde amarillento encontró el río sin fondo, y tomo agua de él, volviendo a su forma original, pero nunca se recuperó del todo. Coqueteando con cada mujer que podía, en un intento por olvidar.

Unos cuantos años después, se encontraron de nuevo, Ronald, un shinigami, y Ciel, un niño, un conde, quién vendió su alma a un demonio. Ya no eran los mismos, y a pesar de que Vincent no estaba allí para impedirles estar juntos, les era imposible hacerlo. Sus corazones estaban rotos, y no podían entregarse a la pasión del otro de nuevo.

- Fin Flashback -

Ciel P.O.V.

—¿Verdad Ciel?

—¿Eh?

La voz de mi primo me sacó de mis ensoñaciones.

—Que fumar es un hábito horrible—repitió el rubio pelinegro.

—Pues, no lo sé, en mi vida he fumado un par de veces, y lo encontré bastante relajante, pero, es cierto que para una persona que no está acostumbrada al humo, este le resulta molesto. No sabría si estar de acuerdo o no con esa afirmación—contestó pensativo el ojos zafiros.

Ambos se asombraron bastante ante lo que dije.

—Espera, ¿has fumado?—preguntó Ronald sin creérselo.

—Pues sí.

—¡Vaya!, y yo viéndote todavía como un niño algo inocente en esos temas—comentó Edward.

—No soy tan inocente—dije suavemente.

—Me estoy dando cuenta—admitió el rubio.

Todo continuó "normal", sin problemas, no me volví a sumergir en recuerdos melancólicos. Todo el mundo reía, charlaba, y disfrutaba ahí. Por fin, la medianoche, hora que habíamos esperado mucho, llegó, con todos ellos ignorantes a los hechos que sucederían. Menos yo.

Notas finales:

De nuevo, gracias por leer.


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