Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Cruzando Universos por Reira Verzeihen Danke

[Reviews - 7]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Los derechos de autor van a sus respectivos dueños.

Capítulo 2: Fuente del Humo Violáceo.

Sebastián P.O.V.

Ya había anochecido, debía apresurarse para avisarle al joven amo que la cena ya estaba lista. Así que se dirigió con pasos firmes al estudio de este. Me sorprendió el ver que la ventana estaba abierta, y mi amo no estaba allí. Deduje que había bajado por la ventana, aunque no tenía evidencias de eso. Bajé de un salto, y revisé el césped para confirmar esa teoría. La cual resultó ser acertada, mi amo pasó por ahí, por su propio pie, no había más que las huellas de sus pequeños zapatos. Lo que me causó aún más curiosidad fue que estas se dirigían al bosque, pero me limité a seguir el rastro, ya le preguntaría después de encontrarle.

Edward P.O.V.

Unos tipos cayeron de un árbol estruendosamente a un lado de nosotros. Eran tres, dos que cayeron de bruces al suelo y otro que logró caer de pie detrás de ellos. El primero, vestía de carmesí, y sus largos cabellos hacían juego. El segundo tenía cabellos rubios en la parte superior de su cabeza, mientras que en la inferior sus cabellos eran negros, utilizaba un traje negro algo ajustado. El último tenía el pelo negro y un traje idéntico al del segundo. Todos ellos llevaban lentes, y por lo poco que podía vislumbrar con la leve luz de la luna que había, los ojos de los tres sujetos eran del mismo tono verde amarillento.

Voltee la vista a Ciel. Quién ya se había recuperado de la sorpresa inicial, y vestía en sus facciones una expresión exánime.

—Grell Sutcliff, William T. Spears, y, ¿Ronald Knox, cierto?—dijo Ciel con voz fría e indiferente.

—Sí, Ronald Knox, me sorprende que me recuerdes, Ciel—dijo molesto el de cabellos rubios y negros quien luchaba para terminar de quitarse de encima al pelirrojo.

—¿Y se puede saber qué haces en el bosque a estas horas de la noche, niñato?—preguntó insolentemente el pelirrojo, el cual ya se había quitado de encima de ese tal Ronald Knox, pero seguía acostado en el suelo.

—Me gustaría saber que hacen ustedes aquí—Ciel ignoró olímpicamente la pregunta del pelirrojo.

El de pelo negro, que no había mediado palabra, su acomodó los lentes con lo que parecían una especie de tijeras con un palo alargando su longitud.

—Nuestros asuntos no son de tu incumbencia—lo dijo usando un tono y una expresión que competían con las de Ciel.

—Supongo que tienes razón, vámonos—dijo Ciel volviéndose hacia mí, caminando de nuevo.

Los que habían estado en el suelo ya se encontraban incorporados completamente y se sacudían la ropa.

—¡Oye! No respondiste mi pregun… Espera, ¿Sebas-chan no está contigo?—el pelirrojo comenzó a reclamar, pero se interrumpió a sí mismo.

El azulino le vio de reojo.

—No, no se encuentra conmigo esta noche.

—Deberías vigilar mejor a ese demonio—ahora el de cabellos negros lucía algo molesto.

—Lo tendré en cuenta, William.

—No me llames por mi nombre de pila.

—Bien, Sr. Spears, entonces, que tengan una buena noche, shinigamis.

Por lo que sabía ahora, deduje que el nombre del pelirrojo debía de ser Grell Sutcliff, el pelinegro William T. Spears, y el rubio con negro Ronald Knox. No me dediqué a darle más deducciones al asunto y me limité a seguir al de ojos zafiros, quién ya me estaba dejando atrás.

Escuché a los sujetos discutir entre sí sobre la estupidez del tal Grell por caerse del árbol, arrastrándolos a ellos con él.

La expresión de Ciel ya no era tan fría, pero aún se notaba tenso.

—Ciel, ¿quiénes eran esos tipos?—pregunté con cautela una vez alejados.

—Unos desagradables conocidos—dijo aun indiferente.

—Oh, ¿así que ahora soy un conocido desagradable, Cielly?—una voz suave sonó por detrás de nosotros.

Al voltearnos nos encontramos con Ronald Knox, sus ojos denotaban una ligera tristeza, pero rostro indiferente no lo dejaba notarse mucho.

—No me refería a ti, Ronald. Y por favor no me llames así.

—¿Por qué no?

Me empezó a parecer que estaba de más en ese cuadro.

—Ha pasado mucho tiempo, no es recomendable. ¿Qué necesitas?—su voz se había suavizado considerablemente, al igual que su cuerpo se había relajado.

—Estas en el bosque, de noche, únicamente con él de acompañante—lo dijo como si eso lo explicara todo.

—¿Disculpa? ¿A qué te refieres con únicamente él de acompañante?—ahora sí estaba molesto con ese tipo que salía de la nada.

—Me refiero a que te ves débil—contestó con sencillez.

—¿Débil?—pregunté sin poder dar crédito a mis oídos.

—Yo también me veo débil—interrumpió Ciel.

—Tú eres punto y aparte. ¿Qué haces aquí?

—Curiosidad. No es cosa de todos los días que un humo color púrpura sobresalga en el cielo—la voz de Ciel era apenas audible, pero el tipo pareció escuchar, puesto que frunció el ceño y respondió lo que dijo.

—Eres verdaderamente imprudente—ahora parecía cansado.

—¿Es correcto decir que ustedes están aquí por lo mismo?

—Sí.

—Deberías volver con tus superiores antes de que te metas en problemas.

—Tienes razón. Cuídate Ciel—accedió a regañadientes.

—Tú también.

Se dio la vuelta y salió corriendo para volver con los otros tipos.

—¿Es imprudente de mi parte preguntar como los conoces?—pregunté una vez estuvimos solos de nuevo.

—Estas en tu derecho. Pero solo te diré que nos hemos topado en ciertas ocasiones.

—¿Ciertas ocasiones? Me parece que a ese tal Ronald lo has visto más que ciertas ocasiones.

—Edward—sus ojos delataban súplica—. No quiero hablar de eso.

Me arrepentí por presionarle de forma tan brusca.

—Lo siento, no preguntaré más.

—Gracias.

Ronald P.O.V.

¡Realmente, tener que hacer horas extras! Y todo por culpa de un novato que estropeó un trabajo bajo mí vigilancia. Ir con William y Grell lo hacía menos tedioso, pero… ¡¿Por qué de todos los dioses de la muerte posibles tenía que ser precisamente yo el que tuviera que ir a revisar un maldito humo de color y procedencia desconocidas, que al parecer representa una amenaza para nosotros?! Y todo porque no lo entendemos, de verdad que a veces pienso que somos peores que los humanos en ciertas ocasiones. Al menos ellos tienen la decencia de decir una mentira para excusar sus acciones.

—¡Will! Tomemos un descanso—decía por enésima vez Sutcliff-senpai.

—No. Debemos seguir.

El sol ya se había ocultado hacía tiempo, y la luz restante estaba dando paso a las estrellas. El cielo me traía recuerdos nostálgicos, recuerdos de ese niño que amé una vez. El conde Phantomhive. A veces, maldecía las condiciones en que me había enamorado. Pero sabía que no podía haber sido de otra manera. A pesar de eso, no cambiaría esos recuerdos tan fácilmente. Will y Grell se habían callado, así que ibamos en silencio caminando por las ramas de los árboles con calma. Hasta que, en determinado punto, Grell de alguna forma dio un paso en falso que rompió la rama y nos hizo caer a todos. Lo que no esperaba ni en mis divagaciones más locas y estúpidas, era que el sujeto de mis cavilaciones estuviese ahí, descalzo, con los zapatos en una mano, los cabellos azulinos que, sabía de primera mano eran sedosos, ese níveo rostro con piel más suave que la seda, y esos ojos zafiros, que parecían querer ver tu alma, esos ojos antiguos. Ciel Phantomhive, en persona.

—Grell Sutcliff, William T. Spears, y, ¿Ronald Knox, cierto?—su antes suave, aniñada y aterciopelada voz era fría e indiferente, al igual que su expresión.

Ciel, ¿qué haces aquí?

—Sí, Ronald Knox, me sorprende que lo recuerdes, Ciel—dije con un tono molesto sin querer, mientras que luchaba por quitarme a Sutcliff-senpai de encima.

—¿Y se puede saber qué haces a estas horas de la noche en el bosque, niñato?—preguntó con insolencia mi senpai, que, de no ser quien era, le hubiese partido la cara a golpes hacía mucho tiempo.

—Me gustaría saber que hacen ustedes aquí—Ciel ignoró olímpicamente la pregunta del pelirrojo.

William, quien no había mediado palabra en todo el rato, acomodó sus lentes con su death scythe.

—Nuestros asuntos no son de tu incumbencia—dijo usando un tono y una expresión que competía con la de Ciel.

—Supongo que tienes razón, vámonos—dijo Ciel volviéndose hacia un joven de pelo rubio y ojos verde esmeralda.

¿Quién era ese sujeto? Grell y yo ya habíamos logrado levantarnos, y ahora nos sacudíamos la ropa.

—¡Oye! No respondiste mi pregun… Espera, ¿Sebas-chan no está contigo?—Grell empezó a reclamar, pero se interrumpió.

El azulino le vio de reojo.

—No, no se encuentra conmigo.

—Deberías vigilar mejor a ese demonio—William se notaba molesto.

—Lo tendré en cuenta, William.

—No me llames por mi nombre de pila.

—Bien, Sr. Spears, entonces, que tengan una buena noche, shinigamis.

Shinigamis. Realmente, ¿ya no siente nada? Ni siquiera me dirigió más de una mirada. Nada me hubiese gustado más que tomarlo por su nuca y besar sus labios con sabor a té y biscochos. Pero no debía. No ahí. No con mis superiores y ese chico ahí.

Se alejaban, mientras que Will y yo le reclamábamos a Grell su estupidez. En el segundo que pude me escape y seguí a Ciel. Escuché la pregunta del chico, y la respuesta que dio Ciel, me dolió en el alma.

—Oh, ¿así que ahora soy un conocido desagradable, Cielly?—pregunté con la voz más calmada que pude articular.

Voltearon a verme. Sí sus palabras dolieron, pero no dejé que se me notara.

—No me refería a ti, Ronald. Y por favor no me llames así.

—¿Por qué no?

—Ha pasado mucho tiempo, no es recomendable. ¿Qué necesitas?—su voz se había suavizado considerablemente, al igual que su cuerpo.

—Estas en el bosque, de noche, únicamente con él de acompañante.

—¿Disculpa? ¿A qué te refieres con únicamente él de acompañante?—a ese chico pareció molestarle mi comentario.

—Me refiero a que te ves débil—contesté con sencillez.

—¿Débil?—preguntó como si no se lo creyera.

—Yo también me veo débil—interrumpió Ciel.

—Tú eres punto y aparte. ¿Qué haces aquí?

—Curiosidad. No es cosa de todos los días que un humo color púrpura sobresalga en el cielo—sus palabras fueron apenas audibles, pero las escuché, y me hicieron fruncir el ceño.

—Eres verdaderamente imprudente—soné cansado sin que lo quisiera.

—¿Es correcto decir que ustedes están aquí por lo mismo?

—Sí.

—Deberías volver con tus superiores antes de que te metas en problemas.

—Tienes razón. Cuídate Ciel.

—Tú también.

Salí corriendo de ahí para volver con Will y Grell, sentí que una lágrima escapó por la comisura de uno de mis ojos. Pero la removí rápidamente. No dejaría que nadie viese esa muestra de debilidad.

Al volver, esos dos seguían peleando, no pareció que notaran mi ausencia.

Ciel P.O.V.

Ronald estaba ahí. Aún me dolía verle. Lo extrañaba, aunque no lo admitiera. Extrañaba su voz y su rostro al despertar, sus caricias, sus labios rozando mi piel. Me hubiese gustado, sentirlo una vez más. He perdido la cuenta, de las veces que maldije a mi destino. Si ese día no hubiese salido a seguir la danza, no lo hubiese visto así, no lo habría conocido. Pero ese recuerdo sigue vívido en mi memoria, desgraciadamente, aún no es tiempo para detenerse a pensar en eso. Sin darme cuenta, estaba frente a lo que parecía ser una cabaña de madera, grande, vieja, gastada por el tiempo, pero imponente. De su chimenea se podía ver una columna de humo violáceo exageradamente gruesa. De las ventanas se veían luces rojas, azules, verdes, y moradas, parecía la cabaña de un mal cuento de terror. Miré a Edward, y este me devolvió la mirada. Asentimos, y con paso cauteloso entramos por la puerta principal.

Daba a una sala espaciosa, con piso, techo, paredes y la mayoría de los muebles de madera. En las paredes había candelabros con velas que llameaban moradas. Entramos y nos dirigimos hasta el lugar donde se escuchaban unas risas masculinas y femeninas. Nos asomamos dentro y pensé que las sorpresas en verdad no terminarían nunca.

—¡¿Undertaker?!—exclamé en voz lo suficientemente alta para que el hombre de cabellos plateados y vestimentas negras, junto con la joven mujer de cabellos castaños volvieran a verme.

La habitación parecía una cocina. Tenía un fregadero, y una mesa rectangular de madera con seis sillas, dos en el largo de la mesa y una en la parte ancha. Sobre la mesa había varios cirios y lo que parecía un jarrón de galletas, del cual el Undertaker sacaba una galleta con forma de hueso. La chimenea, con fuego azul y rojo ardía bajo un caldero ennegrecido cuyo contenido burbujeaba. En cada pared, sostenidos por clavos, había al menos dos candelabros con una vela, cuyas llamas ardían verdes, y en el techo, una araña con candelas llameando del mismo color.

La mujer estaba recostada sobre el fregadero en la pared derecha de la habitación, con sus brazos cruzados sobre su pecho, una sonrisa encantadora adornaba sus labios, vestía con un vestido de muchos vuelos, largo hasta las rodillas, de color negro con bordados de rosas con hilo morado oscuro. Estaba descalza, al igual que mi primo y yo, el corsé hacía que su figura se viese voluptuosa y sus pechos sobresalieran ligeramente. Sostenía una especie de chal negro bordado con la parte interior de sus codos. Su pelo castaño ondeaba hasta su cintura, suelto y bien acomodado, de ojos oscuros y grandes, con labios carnosos y rosados, de tez algo morena, pero no mucho. Al notarme a mí y a Edward en el umbral de la puerta, su expresión se iluminó bajo las velas esparcidas en la mesa, el techo y las paredes.

—¡Oh!, pero miren nada más, si es el conde—dijo el hombre en su usual atuendo de sepulturero, voz profunda y burlesca, con esa sonrisa socarrona de oreja a oreja tan característica de él.

Edward parecía estar hipnotizado con la mujer.

—Vaya, pero que grata sorpresa. Pasen, pasen, mientras más gente haya mejor—dijo la mujer con voz jovial y suave.

Obedecimos, y nos sentamos en sillas contiguas, dando la espalda a la pared izquierda, la mujer estaba frente a nosotros y el Undertaker a mi derecha, engullendo otra galleta.

—Disculpen que hayamos entrado sin avisar—se disculpó Edward por los dos, viendo a los ojos a la mujer.

—Jijiji, no importa, ya están aquí—Undertaker le restó importancia al asunto con un ademán de la mano—. Aunque, si es posible, ¿podrían compartir el motivo que los trajo hasta aquí?

—Pues, ambos divisamos el humo morado, y a ambos nos causó curiosidad saber de dónde provenía.

—Oh, es cierto, supongo que no es cosa de todos los días ver algo así surcando el cielo—comentó la mujer con una risa ante la breve explicación que di—. Ese humo, es producto de un brebaje especial que se ha estado preparando en todo el día—paró un momento—, ah, ¿pero dónde están mis modales?, mi nombre es Elena, Elena Search.

—Yo soy Edward Middleford, y este de aquí es mi primo, Ciel Phantomhive—nos presentó el rubio.

—Un placer—dije amablemente.

—El placer es mío, ¿desean algo, un vaso de agua, galletas, pan tal vez?

—No, gracias, estamos bien—excusó Edward por ambos.

—Dejando ya de lado las formalidades, Elena, ¿no estabas explicando algo?—recordó el de cabellos plateados.

—¿Mmm? Ah, cierto, pues verán ese brebaje es…

Sebastián P.O.V.

Empecé a seguir el rastro, curiosamente, casi a la mitad del camino, varias pisadas más se suman a las de mi joven amo, pero decidí sumar esa, a la lista de preguntas que tenía para cuando lo encontrara. Luego de lo que me pareció una hora, llegue a una cabaña que despedía curiosos colores a través de sus ventanas, las pisadas terminaban ahí. Entré sin ningún reparo en que podría estar habitada, y me dirigí a la habitación en la cual escuchaba voces hablando. Allí, sentados, estaban mi joven amo, el hermano mayor de su prometida, y el Undertaker, de pie, estaba una mujer, que hablaba en esos momentos.

—¿Mmm? Ah, cierto, pues verán ese brebaje es…

—Disculpen mi interrupción—dije entrando a la estancia.

Todos volvieron a verme con sorpresa. Pero la sonrisa de la mujer y Undertaker solo se ensanchó.

—Mayordomo—saludó con un movimiento de la cabeza el hombre de cabellos plateados.

—Sebastián, ¿qué haces aquí?—preguntó mi amo, se veía increíblemente calmo, y su voz denotaba más sorpresa que reproche.

—No le encontré en su estudio a la hora de la cena, así que seguí sus huellas—contesté con simpleza.

—Oh, ya veo, ya que estás aquí quédate, a Edward y Undertaker ya los conoces, la dama de ahí, es Elena Search, Elena, él es mi mayordomo, Sebastián Michaelis—nos presentó como si fuese algo de todos los días estar en una extraña cabaña en medio del bosque.

—Un gusto—saludó ella con tono amable.

—El gusto es mío.

No hubo tiempo para hablar más.

—¡Sebas-chan!—un par de brazos revestidos con escarlata se cerraron en torno a mi cuello como una boa constrictora.

 Grell P.O.V.

Golpear a una dama por un pequeño desliz. Will podía ser apuesto y todo, pero no tenía el derecho a cometer semejante acto. Me pareció que Ronald se fue en cierto punto de nuestra discusión, pero cuando me dispuse a comprobarlo, ya estaba de allí de pie, quejándose del ruido que hacíamos. Discutimos un rato más. Pero luego seguimos caminando por el suelo, porque William dijo: "No queremos otro percance gracias a tu estupidez". Hasta que divisamos una cabaña con extraños colores. Al entrar me llevé una grata sorpresa. Ahí, de pie, estaba mi querido Sebas-chan. No me contuve y corrí a abrazarle.

—¡Sebas-chan!

Todos en la sala voltearon a verme.

—Grell Sutcliff, compórtate—me regañó Will, alejándome lejos de Sebby. Ronald se colocó delante de nosotros.

—Por favor disculpen la conducta de mis superiores, ha sido un día largo—se disculpó por nosotros.

—Oh, está bien, como me pareció decir antes, mientras más, mejor.

La dueña de esa voz cordial era una mujer, que, incluso yo debía admitir, era hermosa.

—Lamento la interrupción, soy William T. Spears, esta cosa de aquí es Grell Sutcliff, y él, es Ronald Knox.

—Un placer—dijimos Ronald y yo al unísono.

—Soy Elena Search, el placer es mío.

Ahí estaban el mocoso y ese chico rubio, y un hombre con cabellos plateados y vestimenta oscura, quien engullía galletas con forma de hueso.

—Jijiji, ¿no es esto inesperado? Cuatro dioses de la muerte, un demonio, dos humanos, y una bruja, reunidos en un solo lugar—dijo con voz socarrona, entrelazando sus dedos sobre la mesa el hombre de cabellos plateados.

—¿Eh?—pronunció extrañado el rubio.

—Pasen, tomen asiento, Elena estaba contándonos sobre el humo de esa chimenea—invitó el hombre desconocido para mí.

Y todos accedimos. Sebas-chan se inclinó en la pared, detrás del mocoso, Ronald en frente del hombre con sonrisa tétrica. William frente a ese mocoso, y yo frente al rubio.

—Bien como decía, la razón de ese humo es…—empezó la mujer.

Notas finales:

De nuevo, gracias por leer.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).