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Llegado el amanecer por heebumkim

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Notas del capitulo:

Bueno, aquí les dejo el último capítulo.

Quería darles las gracias a todas esas personas que han seguido el fic desde el principio y que han sido pacientes y esperado a que actualizara. Sobre todo quería darles las gracias a las que habéis dejado tan hermosos reviews, porque gracias a ellos, me he sentido lo suficientemente emocionada e inspirada para seguir escribiendo.

Les aviso de que voy a empezar a escribir un fic en el que pondré one shots de todas, absolutamente todas, las parejas de B.A.P, y obviamente, habrá un BangHim. Adelanto de que Yongguk comienza a ir a clases de yoga y se enamorará de su joven y bonito profesor *-*

Eso sí, lo subiré en unos cuantos meses, porque me gustaría subirlos cuando ya los tuviera escritos, para que así no me pase como los fics que he escrito, que he empezado y luego los dejo meses a medias, o incluso los borro.

Y si a alguien le gusta el DaeUp, pues también tenía pensado escribir uno, aunque lo más probable es que lo suba en verano, para así concentrarme en los one shots, que son más sencillitos.

En fin, dejo de enrollarme tanto, siempre soy así, pero tienen que soportarme ;-;

Bueno, espero que les guste, que disfruten, y que no les decepcione el final xD

                Llegado el amanecer, la escasa luz entró por los ventanales, iluminando poco a poco cada rincón de aquella habitación. Los ojos de Yongguk se abrieron poco a poco, con algo de dificultad y pesadez, hasta que por fin, tras acostumbrarse a la luz, divisó a escasos centímetros un hermoso rostro con el que siempre despertaba.

                Se estiró sin moverse mucho, y luego dirigió la mano hacia ese rostro angelical que yacía dormido, con sus rasgados ojos cerrados, y sus finos labios entreabiertos, soltando varios suspiritos tranquilos. Yongguk sonrió mientras acariciaba su mejilla, más rellenita y colorida. Sus gruesos labios secos se dirigieron a los rosados de Himchan, depositando un largo beso casto, como todas las mañanas hacía. Y como todas las mañanas pasaba, el castaño fruncía el ceño y le daba un manotazo en toca la cara.

-Déjame dormir –murmuró, con voz ronca y medio adormilado.

                Yongguk simplemente soltó una suave carcajada, estrechando entre sus brazos al menudo cuerpo del menor, que se había girado dándole la espalda.  Pasó la nariz por su lacio y ahora negro cabello, que poseía una deliciosa fragancia de almendras y vainilla, una fragancia que le volvía loco y que tanto amaba respirar.

                Ya era rutina violar de esa forma a Himchan todas las mañanas al amanecer. Repartir besos por su rostro, aspirar el aroma de su cabello y de su piel, recorrer su delicado cuerpo con las manos, observar fijamente cada mínimo rincón de todo él. A Yongguk le encantaba dormir, lo adoraba, pero deseaba y amaba tanto al menor que siempre se despertaba cuando amanecía y los primeros rayos de sol entraban por las ventanas, para así admirar toda su belleza durante las escasas horas que quedaban hasta que despertara.

                Parecía un loco, un acosador, un maldito psicópata que estaba obsesionado con él, pero ya Himchan se había acostumbrado. Y es que no tenía más remedio que hacerlo. Sin embargo, aunque no lo reconociera delante del moreno, le encantaba que fuera así por él. Le hacía sentir importante, como nunca en la vida lo había hecho sentir alguien.

                El despertador de Yongguk, que a pesar de que se despertara como unas dos horas antes lo necesitaba para que saliera de su ensoñación con Himchan, comenzó a sonar. Estiró su mano, apagándolo, y después de mirar unos segundos más a su hermoso ángel para memorizar por millonésima vez ese rostro tan tranquilo y risueño, se levantó y fue al baño, en el cual se dio una rápida ducha de agua fría.

                Se vistió con unos vaqueros simples, una camisa blanca y una chaqueta negra de traje, una chaqueta que siempre se ponía, porque a veces la usaba Himchan y tenía su adorado aroma. Peinó su cabello, que ahora estaba más corto y de un color violeta oscuro, y se perfumó. Justo cuando iba a salir del baño, unos familiares brazos estrecharon su cintura con poca fuerza, aferrándose por completo a su espalda, y una cabeza se apoyó en su nuca. Yongguk sonrió como un estúpido, observando por el reflejo del espejo el negro cabello de su pareja, que seguramente tenía los ojos cerrados, aún dormido por lo temprano que era.

-Buenos días mi amor –habló con su voz grave, acariciando las delicadas manos del menor.

-Hum… -respondió el pelinegro, asomándose levemente por el hombro del mayor, dejando ver su bonito fleco y sus rasgados ojos, que observaron los profundos de Yongguk a través del cristal- Hola Gukkie.

-¿Qué tal dormiste mi vida? –el mayor le dedicó una bonita sonrisa repleta de amor, mientras agarraba sus manos con fuerza y cariño y entrelazaba los dedos.

-Bueno –por un extraño movimiento en su hombro, el de pelo violeta notó que Himchan estaba sonriendo, y eso le hizo sonreír más a él- Obviando que un loco me ha estado comiendo desde las seis de la mañana, pues bien.

                Ambos muchachos rieron, risueños. Yongguk giró sobre sus pies, atrapando entre sus grandes manos las más anchas caderas del menor e inclinándose levemente, hasta atrapas los sonrientes labios de Himchan entre los suyos. Las manos del pelinegro rodearon su cuello, pegando su cuerpo al del mayor, y correspondió el beso con gusto. Ambos labios bailaban sobre los del contrario con lentitud, jugando un poco y haciendo que de sus bocas, en medio del beso, salieran algunas risitas repletas de amor.

                Cuando se separaron, sus ojos brillaron con intensidad, demostrándole al ajeno, con una simple mirada, todo el amor y cariño que sentían. Yongguk depositó más besos en los del pelinegro, cortos y tiernos, para después besar su frente.

-Debo irme ya, que entro a las nueve y faltan quince minutos.

-No te vayas –Himchan hizo un puchero adorable, al que Yongguk no pudo resistirse, como siempre, y lo besó.

-Tengo que ir cariño, aparte, tú tienes que ir a la universidad –el mayor sonrió, llevando al menor a la cama y tumbándolo.

-No quiero ir, quiero quedarme aquí, contigo, para siempre –agarró la camisa de Yongguk, atrayéndolo hacia él y provocando que se cayera sobre su cuerpo- Quiero que me hagas el amor todo el día –lo volvió a besar y pasó las manos por su espalda, disfrutando de su tacto.

-Te haré el amor cuantas veces quieras a la tarde, mi amor –el de cabello violeta sonrió ampliamente, besando el cuello de Himchan- Pero ahora tenemos responsabilidades que cumplir.

-Odio que te pongas así de hombre maduro –el menor volvió a hacer otro puchero, esta vez fingiendo enfado.

-Adoro que te pongas así de niño infantil –Yongguk rió, levantándose y colocándose bien la ropa- Recuerda que hoy salgo más temprano, así que diles a tus cientos de amantes que ni se les ocurra estar por aquí a las dos, ¿vale?

-Lo haré, tranquilo cariño –Himchan rió, girando sobre la cama y enrollándose entre las sábanas desordenadas- Te amo Gukkie.

-Yo también mi amor, hasta luego –el mayor le dio un beso volado al pelinegro, para luego salir de la habitación.

                Al salir a la calle, se acercó hacia su amada Ducati Diavel AMG, que ahora pasaba a estar en el puesto número dos en la lista de los amores de su vida. Se puso el casco, aceleró, y condujo hacia la empresa en la que ahora trabajaba, King Records.

                Habían pasado dos años desde todo lo que había ocurrido. Después de echar abajo toda la mafia de Taesung metiéndolos en la cárcel y cerrar todos los negocios ilegales que tenía, sin afectar a las otras mafias que había ayudado; y después de hacer un entierro a todos los que habían muerto y que se merecían una despedida honorable, Yongguk se fue con Himchan a Japón.

                Yongnam tenía una cuenta de ahorros con una gran cantidad de dinero, un dinero que Yongguk había heredado. Con ese dinero, el moreno compró una casa mediana, muy bonita, con un gran jardín repleto de flores, en Tokio.  Allí, Yongguk y Himchan comenzaron una nueva vida juntos.

                A Himchan fue al que más le costó. No sabía hablar demasiado bien el idioma, y encima tenía temor a salir de la calle. Lo que Taesung le había hecho, fuera lo que fuera, lo había dejado con un trauma. Himchan nunca quiso contárselo a Yongguk, porque revivir aquellos terribles momentos lo destrozaban por completo, pero el mayor supo que seguramente lo había maltratado y violado como nunca antes lo había hecho. Aún así, aunque estuviera muerto de intriga, prefirió respetar al menor, porque lo último que quería hacer era verlo sufrir, otra vez.

                Poco a poco, las sonrisas fingidas y tristes de Himchan, se fueron convirtiendo en unas felices de verdad y llenas de alegría. Todo gracias a los grandes esfuerzos que Yongguk hacía por darle una vida de verdad, la vida que se merecía.

                En realidad era porque Yongguk lo mimaba demasiado.

                Yongguk le compraba todas las cosas que Himchan pedía, que al principio eran pocas, pero que al final se convirtieron en demasiadas y bueno, el mayor no podía negarle nada a su pequeño y hermoso angelito. Le conseguía las semillas de flores que quería para llenar todo el jardín que tenían, por el que ahora casi ni se podía caminar por todas las flores que había; le compraba toda la ropa que quería, joyas, decoraciones para la casa, incluso le había comprado un coche, que costó bastante.

                Himchan comenzó a comer más, por eso ahora se encontraba más rellenito y no se le notaban los huesos. Su piel había adquirido un tono más tostado, y ya no parecía un zombi con esa piel pálida de no salir a la calle, aunque a Yongguk le encantaba, ya que así se le notaban más las marcas de los besos y arañazos de cuando hacían el amor.

                También al menor se le había antojado teñirse el pelo, primero fue rubio, y cuando se cansó, se lo puso negro. Y no solo eso, también ‘’obligó’’ a Yongguk a teñírselo, y de color violeta, porque de ese color era el cabello del cantante favorito de Himchan.

                Sí, tal vez Yongguk lo mimaba mucho, pero lo hacía solo porque ver en los ojos de Himchan ese brillo tan especial y en su sonrisa esa felicidad tan radiante, que provocaban en el mayor una enorme felicidad por haber conseguido su principal objetivo: hacer de Himchan la persona más feliz del mundo.

                Y así pasaron dos años. Yongguk consiguió un trabajo como compositor de canciones de grupos japoneses de muchachitos y muchachitas jovencitas. Le encantaba ese trabajo, sobre todo porque por fin podía salir a la luz el don que tenía para escribir. Y todo eso gracias a Himchan, quien le inspiraba. Himchan era como su musa. Por otro lado, el menor, después de aprender completamente el japonés y dominarlo, comenzó a ir a la universidad para sacarse el grado en trabajo social. Le había marcado tanto todo por lo que había pasado en su vida, que decidió estudiar para sacarse un buen trabajo en el que poder ayudar a familias y personas que lo pasaban mal.

                Tanto Himchan como Yongguk eran muy felices. Tenían una gran casa, un excelente trabajo –en el caso de Yongguk-, y una importante oportunidad de estudiar para a posteriori trabajar –en el caso de Himchan-; incluso tenían un gracioso gatito al que habían llamado Chuk. Nombre que el mimoso del pelinegro se empeñó en ponerse, ya que mezclaba Chan y Guk.

                Cuando Yongguk salió del trabajo, compró un gran ramo de flores y una enorme caja de bombones, que a Himchan le encantaban, y que comía a todas horas, de ahí la razón por la cual había engordado. Sabía que a esas horas el menor ya había salido de la universidad y seguro que se encontraba preparando el almuerzo, por lo que decidió darle una pequeña sorpresa. Para mimarlo aún más claro.

                Entró a la casa sin hacer ruido, con, aparte del ramo de flores y la caja de bombones, una caja misteriosa escondida en su bolsillo. Se acercó a Himchan, que estaba cocinando, de espaldas a él. Dejó las cosas sobre la mesa, para luego atrapar ese impresionante cuerpo entre sus musculosos brazos y comerle el cuello a besos.

-Que sepas que Chuk me avisó de que ya habías llegado –dijo Himchan riendo, a la vez que se giraba y se encontraba con los risueños ojos del mayor.

-¿Pero cómo va a ser eso? –Yongguk le siguió el rollo, mientras besaba su mentón y su mandíbula con ternura.

-Lenguaje de gatos, cariño –el menor se cruzó de brazos, sonriendo con orgullo, y haciendo reír al de cabello violeta.

-Estás loco, mi amor –cogió sus manos entre las suyas, acariciándolas y también besándolas.

-No tanto como tú, mi amor –los labios del pelinegro formaron una bonita sonrisa, para luego posarse sobre los carnosos de su pareja.

-Una pareja de locos, ¿no? –habló Yongguk sobre sus labios, tras finalizar el beso.

-Exacto.

                Himchan soltó una suave carcajada, para luego girarse y seguir cocinando. Yongguk apoyó el mentón en su hombro, observando como el menor cortaba las verduras con profesionalidad y las metía en el caldero.

-Deberías ser cocinero, se te da muy bien –el mayor depositó un suave beso en su lóbulo.

-¿Tú crees que yo podría estar en una cocina, todo estresado, cocinando para unos desconocidos desagradecidos?

-Está claro que no –rió el de cabellos violetas sobre la piel de Himchan- Te tengo un regalito, mi amor.

-¿El qué? –Himchan dejó de hacer lo que estaba haciendo, sin importar que la comida se le quemara, y miró al mayor con los ojos ampliamente abiertos, expresando emoción y desesperación.

-Primero esto –Yongguk cogió el ramo de flores y se lo acercó.

-Que bonitas cariño –el pelinegro sonrió como un estúpido enamorado, agarrando el ramo, cerrando los ojos, y aspirando su increíble olor a naturaleza.

-Después esto –Yongguk sonrió, acercándole la caja de bombones.

-¡Ah! –chilló- ¡Mis favoritos! –nada más cogerlos, el menor sacó uno y lo masticó con hambre y necesidad, poniendo cara de tremendo placer.

-Oye, nunca pones esas caras cuando lo hacemos –el mayor hizo un puchero.

-Eso es porque los bombones me dan más placer –el pelinegro rió, llenándose la boca con unos tres bombones y poniendo otra vez la misma cara.

-¿Debería ofenderme?

-Deberías ponerte celosos de estas cosas tan ricas, y tan mm… -Himchan se relamió los labios, mirando a Yongguk seductor.

-No me provoques pequeño travieso –sonrió Yongguk- Aún falta un regalo.

-¡Pues venga! ¿A qué esperas? –el menor habló con un tono mimoso, dejando las otras dos cosas sobre la encimera, cruzándose de brazos y haciendo otro puchero enfadado.

-Maldigo el día en el que empecé a mimarte tanto –el mayor rió, a la vez que negaba con la cabeza, y sacó de su bolsillo la misteriosa caja, a la que Himchan, al verla, abrió los ojos ampliamente- No sé qué decirte, porque todo lo que siento ya te lo digo todos los días y ya lo sabes –se agachó, apoyándose con una rodilla en el suelo y dejando la otra doblada- Eres el amor de mi vida, Kim Himchan, eres lo mejor que me ha pasado, de verdad. Verte a ti feliz, sonriendo de esa forma tan especial que me encanta, hace que yo también lo sea. Y no puedo desear otra cosa más que eso –abrió la caja, dejando al descubierto un anillo de oro blanco con unos pequeños zafiros azules demasiado hermosos y brillantes.

                Himchan tuvo que apoyarse en la encimera, para no caerse del asombro y del shock en el que estaba. No se podía creer lo que estaba pasando. Sabía que Yongguk era un cursi –por su culpa- y que hacía un montón de cosas que hacía que el menor pensara que estaba loco, aunque bien sabía, desde la primera vez en la que hablaron, que estaba loco por él. Pero esa vez, era pasarse de los límites.

                O no.

-Te amo, Himchannie. Tú eres mi vida, tú eres lo que hace que mis pulmones puedan respirar y lo que hace que mi corazón pueda latir. Tú eres el nutriente que me mantiene vivo, y la droga a la que me he vuelto adicto. Sé que eres la persona con la que voy a pasar el resto de mi vida, y quiero hacerlo como es debido –los labios carnosos de Yogguk sonrieron, nerviosos- ¿Quieres casarte conmigo, mi pequeño angelito?

-¡Por supuesto que sí! –chilló Himchan, emocionado y con lágrimas en los ojos de la felicidad.

                Yongguk, suspirando aliviado y sonriendo como un verdadero idiota, colocó el precioso anillo en el dedo anular del pelinegro, quien ya había comenzado a llorar. Antes de que el mayor se levantara, Himchan se tiró sobre él, cayendo los dos al suelo.

-Ahora hazme el amor como me prometiste –dijo el menor desesperadamente, besando esos labios con amor y pasión.

-Como mi prometido desee –Yongguk sonrió, girando, quedando sobre el cuerpo del menor y atrapando sus labios entre los suyos, con deseo y lujuria, pasión y amor, ternura y cariño.

                Ambos, deseosos de tomar el cuerpo del contrario, se concentraron en demostrarse todos los sentimientos que sentían el uno por el otro. Unos sentimientos que perdurarían para siempre, en las cosas buenas y en las malas, hasta la misma muerte.

                Y mientras, el caldero en donde la comida se estaba cocinando, comenzó a soltar humo.

                Pero en ese momento, cosas como esas no importaban. Tampoco importaba que unos grises ojos los estuvieran mirando fijamente, estudiando cada cosa pervertida que hacían, los grises ojos del gato.

Notas finales:

No olviden dejar sus últimos reviews. ¡LOS ÚLTIMOS!

Ay mi madre, no me creo que ya lo haya terminado xD

Larga vida y prosperidad :3


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