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Susurros En El Silencio por Darko Princess

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XIV

Verdades Que Hieren

 

 

Aun inseguro, siguió adelante, ya antes lo había decidido, estaría a su lado cuando enfrentara a su madre, no, más bien, juntos iban a dar el paso que probablemente volvería a marcar un antes y un después en sus vidas.

Pero eso no evitó el suspiro que escapó de entre sus labios ni la sensación de querer aferrarse a la mano de su hermano mayor tal y como cuando era apenas un niño pequeño, sólo que esta vez no lo hizo, los dedos le temblaban más se obligó a recordarse la realidad, ya no era ningún chiquillo y estaba ahí para apoyar a su hermano, no para sumarle una carga más, no otra.

Ninguno de los dos se detuvo a pedir indicaciones, no hacía falta, no cuando el mayor de los hermanos sabía perfectamente donde encontrarla, ni siquiera lo hicieron al sentir la penetrante mirada escarlata perteneciente al mayor de la Familia, Shigeru sonrió de lado al mirarlos pasar, sin decirles absolutamente nada, tan sólo observándolos en silencio, tan diferentes pero aun así, tan parecidos, extrañamente similares pese a todo.

Sus pasos los guiaron a la parte más profunda del jardín; ahí donde la luz jugaba y se reflejaba con el rocío en las verdes hojas y las flores; justo a la mitad, sobre una gran manta a cuadros en el césped, se hallaba la quieta figura de su padre.

Romeo parecía sumido en un muy profundo sueño, en total calma, arrullado por una sola voz, dulce y tranquila, resonando por todo el jardín, deslizándose por entre las blancas flores, como si esa voz fuese la responsable de hacerlas florecer y de que el rocío pareciera tan puro y tan brillante, creando destellos multicolor, como una fantástica ilusión sacada del cuento más hermoso jamás antes contado.

Y antes de que alguno pudiese tan siquiera decir algo, ella apareció en su campo de visión, portando un blanco vestido que sólo hacía resaltar aún más su nívea tez al igual que su rojo cabello, una cascada de rizos y bucles rojizos siendo ondeados por la fresca brisa mientras ella descalza recorría su gran jardín, recogiendo hermosas y blancas flores, colocándolas con cuidado en una pequeña cesta.

Luego, sólo fue un fugaz instante, pero ella los miró, sonriendo apenas mientras sus delicados pasos la guiaban hacia la dormida figura sobre la manta, inclinándose sobre él y dejando un muy suave beso en sus labios, antes de volver a sonreír, disfrutando de la leve caricia en su mejilla otorgada por su apenas despierto amor.

–“Romeo… los chicos han venido”– un susurro tan dulce como su voz y otra sonrisa antes de que de nuevo los mirara, a ambos, ahí de pie en silencio, dudando si acercarse o no.

–“Lo sé, pero creo que una vez más los has dejado sin aliento, Fari querida”– esta vez ella rió, sentándose sobre la manta y aferrando una de las manos de Romeo, su amado esposo, antes de mirarlos una vez más.

–“Mamá… yo… hay algo de lo que quiero hablarte”– la voz de Yeidher vacila un poco, antes de que sus pasos lo guíen hacia donde sus padres están, y él lo sigue, en silencio porque aún no logra sentirse del todo como su apoyo.

–“Y seguro es importante pero, lo hablaremos después, hay un lugar al que su padre y yo debemos ir antes”– una sonrisa más hacia ambos y es más que suficiente como para hacerles saber que ellos van incluidos en la visita a ese lugar.

Suspirando Yeidher apenas asiente y esta vez es él quien parece buscar su mano con tal de aferrarse, ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que sintieran esa clase de necesidad y aun así ninguno de los dos cede.

Tan sólo se miran antes de comenzar a seguir a sus padres, cada uno sumido en sus propios pensamientos, tal vez intentando buscar una vez más la forma de hablar sin provocar un nuevo desastre. El camino que recorren parece no importar o al menos no lo hace sino hasta que notan lo alejados que están ya de Palacio, cada vez más cerca de llegar a un edificio de cristal y mármol al cual entran.

Parece sacado de un sueño, con la luz y las sombras jugando en su interior, creando reflejos de todos colores sobre el blanco y liso piso. Sus pasos hacen eco y aun sin preguntar, no les queda más que seguir a sus padres hacia donde sea que ellos quieran llegar.

Finalmente se detienen frente a una blanca puerta, la misma que su madre abre sin siquiera tocar. Adentro los recibe un paisaje cubierto de árboles y flores multicolor. En el centro de la estancia se encuentra una blanca cama con dosel de una muy peculiar forma, una que les hace recordar  la nívea carroza de calabaza de Cinderella, decorada con cortinas de albo encaje, las mismas que Farielle aparta con cuidado.

–“Soleil, he vuelto”– y una vez más sonríe, sin darse cuenta de la forma en que esta vez, tanto Yeidher como él se miran. Ambos reconociendo el nombre que sus labios han pronunciado.

Ninguno de los dos se atreve a acercarse, ambos temerosos de lo que podrían encontrarse, o más bien es que ninguno tiene la fuerza para mirar en cierta forma, el rostro del hombre que sacrificó su vida con tal de proteger a su madre.

Farielle apenas los mira un momento, sonriendo levemente, leyendo sus expresiones sin decir nada más mientras con cuidado reemplaza las flores ya marchitas por unas nuevas, rodeando una vez más la figura aun perfecta, congelada en el tiempo, perteneciente a quien fuera su más preciado amigo, con ellas, colocando al último una alba rosa entre los albinos mechones de su cabello.

Entonces suspira antes de comenzar con la tarea que se impusiera desde el día en que su amigo fuera colocado en aquel lugar. Sonríe apenas y le habla, contándole todo cuanto acontece a su alrededor, le habla de lo mucho que lo extraña, no, de lo mucho que lo extrañan, ella, Romeo y los demás, dejando para el final lo que probablemente más le habría gustado escuchar a su amigo, historias sobre su Familia, le habla sobre lo mucho que su esposo Arien lo extraña, y de cuanto han crecido los hijos de ambos, de cómo Wyatt se ha convertido ya en un Guardia fuerte y valiente, de cómo Soren ahora es una joven hermosa, dulce, audaz y dedicada, destacando siempre por encima de las demás Guardias, le cuenta cómo Hitori siempre consigue proteger con destreza e inteligencia a la joven Emperatriz, y también, le habla sobre François, el dulce François, tan joven, hermoso y puro, y aun así, condenado a seguir pronto los pasos de su padre.

–“Por favor Soleil, no te lo lleves, no aun… sé que no cumplí con mi promesa de cuidarlo pero, no te lo lleves todavía”– ruega en apenas un susurro, esperando que de alguna forma, su amado amigo la escuche y cumpla con su súplica.

Después, después sólo le queda mirarlo una vez más y dejar un muy leve beso sobre su nívea frente, delicadamente cubierta por su albino flequillo, antes de levantarse y comenzar con el camino de regreso. Apenas es consciente del momento en que Romeo la abraza contra él, brindándole una vez más su calor y consuelo, su comprensión.

Y lo agradece, aferrándose más a él y dejando que guíe los pasos de ambos. Sabiendo que sus dos hijos mayores aun van tras ellos, dándole una sensación un tanto incomoda porque le basta con ver la forma en que ambos se miran como para saber que algo está pasando, algo malo…

Cuando finalmente llegan al comedor de Palacio, ya no está tan segura de querer escucharlos. Apenas mira el delicado plato de porcelana con un postre recién servido, antes de dirigir la mirada hacia la taza de té justo frente a ella, limitándose a suspirar una vez más antes levantar finalmente la mirada y dejarla sobre sus hijos, sus preciosos hijos…

–“Mamá, yo… cuando era pequeño yo… antes de separarnos…”– Yeidher se interrumpe, y esta vez es él quien suspira, dudando una vez más –“¿Recuerdas, cuando era niño, el día en que me llevaste a casa del abuelo Cavanhalty? ¿Recuerdas que me enseñaste retratos de nuestra Familia?”– un asentimiento leve  por parte de su madre y él se muerde los labios, no quiere hacerlo, no quiere ser él quien tenga que darle esa noticia a su madre, no viendo cuan triste se encuentra después de haber visitado a su tan querido amigo.

–“Lo recuerdo, querías saber de dónde provenían tus poderes y fuimos al salón de los retratos, para que te hablara de nosotros, de la Familia Cavanhalty”– ¿Por qué tiene que ser él y no Elliot quien hable? Porque Elliot nunca los vio, porque Elliot no es como ellos. Su mente le arroja la respuesta en seguida y aun así sigue dudando. Si tan sólo hubiese una forma de no lastimarla.

–“Yo… nosotros… encontramos a Ytielle…”– se supone que la carga debería ser menor, pero sólo se siente más pesada, porque decir que encontró a Ytielle Cavanhalty es apenas la punta del iceberg, y no quiere, no quiere seguir ya –“También encontramos a su Familia, a la Familia que él formó en Gea… más bien, a lo que queda de ella”– trata de pensar en la mejor forma de decir lo que sigue, pero no lo logra, no cuando siente la irrupción en su mente, se lleva una mano a la sien e intenta respirar, intenta ocultar todo lo mejor posible, sin lograrlo ni siquiera un poco, dándose cuenta de su realidad, no es que nadie nunca lo hubiese superado, es más bien que ella, Farielle, su madre, lo dejó pensar eso.

Bastan apenas unos instantes antes de sentir la mirada de su madre y notar como todo en ella se vuelve turbulento, sus orbes abandonan el usual color escarlata, cambiando a una mirada de color azul violácea y al instante siente a Elliot tensarse a su lado, su hermano menor tiene miedo, por primera vez tiene miedo de algo, no, de alguien, de su propia madre.

–“Yo…”– ¿Yo qué? No hay nada que pueda decirle, absolutamente nada, no ahora que lo sabe todo.

–“Ca-calla, no digas nada”– el susurro le sale cortado, medido, helado, antes de que se ponga de pie y sus pasos acelerados comiencen a guiarla fuera del salón –“Voy a estar en mi alcoba, no quiero que nadie me moleste”– más que un pedido parece una orden, y esta vez es Yeidher quien de repente se siente temblar, demasiado pequeño e indefenso al lado de su madre.

–“Fari…”– la voz de su padre se deja oír al igual que el sonido causado por su silla al ponerse de pie, seguramente intentando ir tras ella.

–“Romeo, ve por tu hermana Yukari, no es a ti a quien Farielle necesita”– más antes de que pueda dar un paso, es su abuelo Shigeru quien lo detiene, dejándolos sorprendidos e inmóviles.

Y justo cuando esta por replicar, el huracán por fin se desata, porque de alguna parte de Palacio se dejan escuchar los gritos de su madre, su voz siempre tan dulce y tan atenta, se destroza en gritos y alaridos de furia mientras tras ella se escuchan vidrios y demás objetos quebrarse, haciéndose miles de pedazos al igual que la paz en la que ella había estado viviendo.

Tal vez es por eso que su tía Yukari no tarda en aparecer, mirando a todos los presentes con la confusión reflejándose en sus ojos verdes, verdes porque probablemente pensaba en salir a cazar antes de escuchar a su madre.

–“Por favor, ve con ella”– es todo cuanto su padre logra decir, sin atreverse a mirarla, cerrando ambas manos en puños, comiéndose su frustración y también sus ansias por correr al lado de su amada Farielle y abrazarla.

–“Se hace tarde, vayan y digan a Yuury y Yoru Avalon que espero verlos pronto”– y justo cuando pensaban que no podía ponerse peor, la voz de Shigeru Avalon vuelve a dejarlos intranquilos, no sólo por estar prácticamente echándolos de Palacio Imperial, sino por su petición.

Elliot piensa una vez más en que su presentimiento se está haciendo realidad, su abuelo no desea ver únicamente a su ya reconocido heredero perdido, sino que también ha pedido ver a Yoru, confirmando sus sospechas, trazando una rama más en el árbol genealógico de los Darko, una que él no habría querido marcar.

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Suspira, mirando su reflejo en las metálicas puertas del ascensor; los rubios cabellos revueltos, la piel un tanto pálida y sus ojos cansados, porque si bien ha tenido un buen inicio de día, el pensamiento de llegar a un departamento vacío, de alguna forma u otra, ha conseguido enfriarlo todo.

Por eso cuando las puertas finalmente se abren, lo último que espera es ver a alguien hecho un ovillo contra la entrada al lugar que se fuerza en llamar hogar. Reconoce al instante la cabellera larga y azul, vacilando en seguir caminando o dar la vuelta y huir, porque una vez más no se siente con ganas de enfrentar a Alain y sus desplantes, sino más bien, todo lo que ansía es olvidarse de todo un rato, dejar la mente en blanco y ya, sin recuerdos, sin pesadillas, sin remordimiento, quedarse vacío, tanto como se siente cada vez más.

Se obliga a evitar mirarlo mientras busca por sus llaves, incluso cuando finalmente la cerradura cede, aun así, sabe que Alain lo observa, detenida y fijamente, analizándolo, probablemente pensando en el siguiente comentario  mordaz que ha de lanzarle.

–“¿Dónde estabas?”– extrañamente no sólo la pregunta sino el tono en que fue hecha, le resultan irreales. ¿Desde cuándo Alain Amid Saluja se preocupa por su paradero?

–“Con Yoru”– y tal vez lo peor sea el no entender porque le ofrece una respuesta, no, no sólo una respuesta sino una sincera.

­–“¿Por qué? ¿Qué hacías ahí?”– suspira hondo, inhalando y exhalando profundamente, la cabeza comienza a dolerle y es entonces que se da cuenta de cuanta luz ofrecen las cortinas abiertas. Mejor cerrarlas, crear una noche artificial y ocultarse en ella rodeado del silencio.

–“Ahora no Alain, no tengo ganas de escucharte, vete”– es sólo un susurro y con una de sus manos hace el ademán de apartarlo, aun cuando Alain está lo suficientemente lejos como para lograr tocarlo.

–“¿Me odias ya?”– la pregunta suena un tanto vacilante, casi con miedo, tanto como el que Alain parece estar sintiendo, miedo y dolor, tornándolo todo aún más irreal.

–“¿Por qué me preguntas eso?”– la cabeza cada vez duele más, tan sólo piensa en encerrarse en su habitación, refugiado bajo las sábanas de su cama hasta que todo deje de girar.

–“¡¿Me odias Lucian?!”­– más el tono desesperado reflejado en la voz de Alain finalmente lo hace voltear, ni siquiera se ha dado cuenta del momento en que el heredero de los Saluja se ha acercado tanto a él, mirándolo con esos expresivos orbes del color del oro emborronados por cristalinas lágrimas.

–“Yo… no entiendo”­– ¿Qué se supone le ha hecho? Pensaba ya haber pasado la etapa en la cual Alain mostraría dolor por el pasado que los unía, por eso no conseguía comprenderlo.

–“¿Cómo podrías? Lo he hecho y dado todo para que me odies y aun así… aun así… ¡Eres un estúpido! ¿Cómo pude enamorarme de ti?”– de pronto el silencio se hace más pesado mientras sus miradas se encuentran.

Los ojos de Lucian lo observan con sorpresa y pánico, tan confusos, y él, sabe cuan patético ha de verse, con las lágrimas recorriendo sus mejillas, mordiéndose los labios con tal de no gritar de frustración.

–“Fue culpa de tu maldita Familia, ustedes la mataron… y aun así, yo… de ti… ¿Por qué? ¿Por qué tuvo que pasarme esto? ¿Por qué no me odias de una buena vez? ¿Por qué no puedo odiarte y ya?”– desesperación y dolor, eso es todo lo que Alain le muestra, y sin saber por qué, se ríe, es una risa histérica mientras su mirada se torna borrosa, se cubre el rostro y desea estar viviendo una más de sus pesadillas.

Sus pasos acelerados lo guían aprisa hacia su habitación, sabe que Alain lo sigue pero no importa, porque nada de lo que le diga podrá hacer que alguno de los dos olvide todo cuanto en esos momentos ambos experimentan.

¿Cómo creerle cuando desde que se conocieron no ha hecho más que odiarlo? Y aun si fuese cierto, no hay nada que Lucian pueda ofrecerle, no cuando él mismo se siente sin derecho a estar vivo, no cuando se ha jurado cumplir con su deber y desaparecer, terminar de una vez con una existencia que desde el principio no debió de ser.

–“¿Quieres odiarme?”– el susurro logra captar una vez más la atención de Alain mientras sus miradas vuelven a encontrarse, y al ver otra vez esos orbes enormes y dorados emborronados por las lágrimas, se recuerda cuán prohibido le está algo tan simple y tan bello como el amor –“Por mi culpa no sólo tu amada tía está muerta, sino también tu primo, mi hermano; yo, con mi absurda existencia maté a mi propio hermano”– espera al fin darle a Alain eso que tan desesperadamente parece desear, confesando la verdad que lleva marcada tan profundamente su alma, porque una vez más se recuerda que quizás si él y su madre no hubiesen irrumpido en la vida de Lucien Von Schein, entonces tal vez su padre, Aneris Saluja y Ossiris Von Schein, aún estarían con vida, y serían felices, todo lo felices que él nunca podría ser.

–“¡Ya lo sabía! ¡Y aun así no lo consigo! ¡Tan estúpidamente enamorado y sin poder borrar ese error!”– los gritos de Alain parecen ecos, al igual que su llanto, porque todo da cada vez más vueltas y sin poder decirle más nada, termina ocultándose bajo las sabanas de su cama, enterrando el rostro contra la almohada mientras la oscuridad se hace presente, arrastrándolo a la tan adorada inconsciencia que para Lucian sólo trae calma, olvido y alivio, aquello que tanto necesita mientras su existencia aún no llegue a su fin.

Para Alain es una mutua tortura, y saberlo rompe aún más con la poca calma que aún se obliga a guardar, se acerca lentamente a la cama, y sin poder evitarlo, sus dedos recorren con suavidad los rubios cabellos de Lucian; inconsciente, dormido, no importa, porque ambos están muriendo, él por su manchado amor, y Lucian, ahogándose en la culpa. Y aunque sabe que no es correcto, se atreve a trepar a la cama y abrazarse a él, enterrando el rostro contra su pecho, aspirando su aroma, pensando una vez más en todos sus intentos por no amarlo, en todo cuanto ha hecho con tal de odiarlo y de ser odiado por él, recordando el último fútil intento de Lucian por conseguir su odio.

–“Yo… ya lo sabía, tan sólo pensaba que tu no”– murmura contra su pecho, sus manos cerrándose y aferrándose a la suave tela de su camisa mientras se esfuerza por dejar de llorar, pensando en cuanto ha contribuido al dolor de Lucian, recordando el dolor en su mirada mientras se culpaba a si mismo de la muerte de Ossiris.

Y aun así, pese a cuanto duela, no puede dejar de amarlo, es un amor manchado y marcado, un amor condenado, un amor doloroso y… y trágico.

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 En su vida todo siempre había girado en torno a las mentiras, e incluso en el presente se esmeraba e intentaba con todas sus fuerzas de convencerse de que todo cuanto sentía por la pequeña criatura entre sus brazos no era más que lástima pero…

Pero cuando entre sueños Natsumi se acurrucaba contra su pecho, aspirando su aroma con su pequeña, respingada y blanca naricita, mientras una de sus manos, delicada y de níveos deditos se aferraba a la tela de su ropa, lástima era lo último que sentía.

En instantes como ese no pensaba más que en acariciar con sus dedos cada centímetro de su tersa, suave y nívea piel, para después aspirar su aroma y dejar cuantos besos quisiera, morderlo incluso, marcarlo como de su entera propiedad, poseerlo por completo, y deleitarse con el concierto de suspiros y gemidos que el chiquillo le regalaba cada que lo tomaba.

Más en lugar de eso, al verlo dormir, con el semblante pálido, las mejillas húmedas por las lágrimas y rojizas por la leve fiebre, incluso se odiaba un poco por pensar en cosas como aquellas. Porque lo que sentía por él no era sólo lástima ni simple y mero deseo, sino más bien la necesidad de protegerlo, acunarlo entre sus brazos, enjugar sus lágrimas y borrar todo rastro de tristeza, dolor y miedo que pudiese sentir.

Y era justo en momentos como esos en que insistía tercamente en mentirse, en recordarse que todo cuanto sentía por él no era más que lástima, lástima e incluso odio por ser la criatura a la que desde siempre le habían enseñado a desdeñar, un Valmontt, un maldito Valmontt igual al que había vuelto loco a su hermano mayor, tan loco como él mismo comenzaba a sentirse.

 Por eso, furioso consigo mismo ante semejante pensamiento, una vez más vuelve a caer en ese círculo vicioso del que ya no ve forma de escapar. Sin cuidado alguno no sólo lo aparta de sí, sino que lo acorrala contra el mullido colchón, colocándose encima, aspirando su aroma, dispuesto a morder ese cuello níveo a través del cual siente la sangre fluir, pero en su lugar, todo lo que hace es recorrerlo con la lengua mientras sus dientes dejan pequeñas mordidas a su paso, sintiendo casi de inmediato el temblor en el pequeño cuerpo debajo de él.

Una vez más Natsumi no dice nada, sólo su respiración cada vez más agitada y el temblor en su cuerpo le hacen saber cuan asustado está, cada vez más, sus manos inmovilizan sus muñecas, impidiéndole cualquier intento de escape, aunque sabe que el más pequeño ni siquiera va a tratar.

Y sólo cuando el primer leve sollozo se abre paso por entre la respiración cortada y el silencio en el resto de la habitación, se detiene, levantando la mirada, buscando por la de él. Más lo ojos de Natsumi se encuentran cerrados, con los parpados fuertemente apretados mientras se muerde los labios, intentando acallar su llanto, aun cuando las cristalinas lágrimas que recorren sus mejillas, lo delaten.

Entonces finalmente lo suelta, haciéndose a un lado tan sólo para mirarlo acurrucarse hecho un ovillo, dándole la espalda mientras inútilmente intenta acallar su llanto. Tan aterrorizado, reflejándolo con cada parte de su ser, con el temblor en su cuerpo, la respiración cortada, los sollozos que intenta ocultar y también con… con las felinas orejitas hacia abajo, pegadas contra su cabello mientras su colita se pierde entre sus piernas.

Ni siquiera intenta defenderse o reclamar, tan acostumbrado a que le hagan daño, a ser reducido y despreciado, maltratado de todas las formas posibles. Pero no debería ser así, se suponía que él lo había salvado de todo aquello, aunque tal parecía que con cada día estando juntos no hacía sino hundirlo más.

–“Natsumi…”– ¿Qué se supone va a decirle? Disculparse no está entre las opciones, y tal vez nunca lo esté.

–“P-Perdón yo… yo me… me asusté… creí que…”– la voz bajita y cortada, temblante, le genera culpa, tanta que es imposible reprimir el impulso de atraerlo y acurrucarlo entre sus brazos, acariciando los sedosos y lavandas cabellos, intentando calmarlo, aun cuando una voz en su interior le grite cuan estúpido es, por una vez más caer ante los encantos de un Valmontt.

Y se odia, por sentirse débil ante él una vez más, por desear protegerlo casi tan desesperadamente como desea dañarlo a la vez, sentimientos tan contradictorios. Cierra los ojos, aspirando por un momento ese aroma que lo guiara a Natsumi desde la primera vez: fresias, dulces fresias combinadas con un suave aroma a algodón de azúcar. Un aroma diseñado para seducir, pero que en una criatura tan pequeña y frágil como Natsumi, todo lo que causaba era el deseo de cuidarlo.

Entonces tan sólo por esos instantes se permite aferrarse a él, pensar por unos segundos que sostenerlo así entre sus brazos está bien, se permite sentir, por un tiempo que parece demasiado corto en cuanto nota la mirada de Derien Darko clavándose justo en ellos. Una parte de él le recuerda cómo debe comportarse, más en lugar de ceder, su agarre se fortalece, mostrando cuán posesivo puede ser, sacándole una sonrisita nada agradable a Derien.

La tentación de ponerse de pie sólo para borrársela, se hace presente, pero esa otra parte de sí, la que se siente demasiado cómoda y feliz con tener a Natsumi tan cerca, le retiene. Lo peor de todo es que Derien se da cuenta, más no dice nada, una vez más calla porque no se atreve a decir nada en contra de quien le brindara asilo luego de su patética huida de casa.

Y aunque tal vez en ese momento el Príncipe Exiliado sienta tenerlo entre sus garras, más tarde planea recordarle quién manda en su pequeño, oscuro y oculto castillo. Más tarde puede que le plante en cara su realidad, puede que incluso le insinúe delatarlo, no sólo ante sus padres sino también ante sus hermanos, ante toda la Familia Imperial, incluso ante todo el Imperio, tan sólo para que el Príncipe nunca olvide a quien debe su lealtad, porque aun cuando los Kiryuu deban inclinar la cabeza ante los Darko, él, Ayumu Kiryuu, es probablemente el único capaz de invertir los papeles y no dudará en hacer uso de ese poder con tal de mantener controlado al Príncipe, no si Derien lo obliga a ello.

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En su mundo de sueños todo cuanto hay es paz, envuelto entre las cobijas de su mullido lecho, Yoru suspira con suavidad, acomodándose contra la almohada y apretando los parpados en cuanto siente una mirada justo sobre él, pero no es cualquier mirada, sino que una vez más son esos orbes preciosamente azules los que vigilan su sueño. Aprieta un poco los parpados mientras se sienta sobre el colchón, encontrándose una vez más con el niño parado a los pies de su cama, observándolo en silencio.

Suspira y descorre las mantas, ya no hace falta decir nada, porque con ese sencillo gesto basta como para que su pequeño tesoro comprenda que una vez más le brindara el cobijo que tanto parece necesitar y anhelar.

La cama apenas se hunde ante el ligero peso de su nuevo ocupante, e igual que siempre espera mirarlo acomodarse a su lado para arroparlo entre las cobijas sábanas y mantas. Más contrario a todo aquello, esta vez su dulce chiquillo trepa sobre su regazo, haciendo que el aliento se le atore y su corazón se salte un latido al ver esa mirada azul tan fija y concentrada en él. Tal vez no sea la primera vez que el menor se le acerque de esa forma, pero tenerlo frente a él, luciendo tan bello, tan inalcanzable, con todo aquello que siente por él, ya ha comenzado a doler, recordándole una y otra vez, las palabras del Príncipe Yeidher: “tú no lo ves como a un hermano, sino como a un amante, por más que sepas cuan imposible es eso”; duele, tanto que a veces quisiera no mirarlo más, pero apartarse es ya casi quimérico, tanto como reprimir el deseo de tocarlo.

Sólo que esta vez se obliga a permanecer quieto, tan sólo aguarda, casi conteniendo el aliento, reprimiendo el impulso de cerrar los ojos en cuanto las manos de dedos delgados, suaves, pequeños y helados de su chiquillo, se posan en sus mejillas, estando tan cerca que sus alientos se mezclan.

–“Yoru…”– su voz de nuevo no es más que un muy dulce susurro aletargando sus sentidos, y quieto como está, apenas nota la forma en que el niño recorre su rostro con esos hermosos orbes azules.

Después, después una vez más el tiempo parece paralizarse ante el millar de sensaciones que lo inundan en cuanto esos labios suaves, dulces y tersos se posan sobre los propios. Cierra las manos en puños, aferrando entre ellas las cobijas, intentando no moverse, tan sólo aguardando al momento en que lo libere.

Trata de respirar pero se arrepiente en cuanto ese aroma a peonías y a un bosque fresco cubierto por la dulce esencia del rocío en las flores, hace finalmente a su control ceder. Sus manos se deslizan con suavidad por sobre el pijama, yendo a posarse delicadamente sobre la espalda pequeña y cálida, atrayéndolo más contra sí, mientras por primera vez Yoru se permite saborear esos labios tiernos. Cierra los ojos con fuerza, intentando recuperar la calma, más no puede detenerse, no cuando su pequeño tesoro comienza a corresponder.

Entonces no queda más que abandonarse a todas esas sensaciones que se desbordan, atrayéndolo más contra sí; es un beso dulce, suave, lento, y tan delicioso, pero a la vez, duele, duele porque lo ama tanto y aún no sabe si algún día será correspondido, duele porque besarlo tal vez este mal, y sin embargo, no puede apartarse.

Cae y se hunde, se rinde ante él, tan sólo entregando su alma, su corazón y su ser; degustando mansamente esa boca de labios carnosos que pese a todo le roba el aliento y lo invita a pecar; sin querer su lengua recorre el jugoso labio inferior, atrapándolo levemente entre sus dientes sin siquiera esperar al momento en que el acceso le es permitido. No reprime ni el placentero gruñido que de entre sus labios se escapa, ni mucho menos el ceder a la tentación.

Su mente queda en blanco, permitiéndose perderse en un mundo donde sólo existen ellos dos, un mundo en el que las consecuencias sobran y se esfuman, dejando a su paso tan sólo la dulzura de esos labios tersos y la calidez de esa lengua pequeña e inexperta que juega y se entrelaza con la propia. En silencio ruega porque el momento no se acabe, aun cuando el aliento comience a escasear y la necesidad de respirar se haga más fuerte.

Pero cuando esos labios tentadores se apartan tan sólo lo suficiente como para continuar rozándose, con sus respiraciones agitadas mezclándose, y sus ojos vuelven a encontrarse, el deseo por besarlo otra vez también aparece, casi consiguiendo hacerlo ceder y rendirse, anhelando volver a saborear tan dulce miel, una y otra vez hasta que… hasta que…

–“Ossiris… mi nombre… mi nombre es Ossiris” – hasta que su mundo entero vuelve a temblar y derrumbarse ante el susurro que esos preciosos labios dejan escapar, porque llevaba tanto tiempo deseando saber su nombre y ahora… ahora…

Ahora sólo duele, duele porque las piezas una a una comienzan a encajar y una vez más sólo hay algo en su mente: la verdad duele, duele tanto que incluso le impide respirar, la maldita verdad duele una vez más…

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Notas finales:

Hola a todos, primero que nada quiero ofrecerles una disculpa por la demora y bueno, sólo puedo decir que mi vida a ido de mal a peor, tuve una fuerte recaída en mi depresión y justo ahora me estoy aferrando con todo a la idea de salir adelante sea como sea, no quiero dar más detalles porque no me gustaría aburrirlos con mis problemas así que sólo me disculparé de nuevo.

Y bueno, sé que me he demorado mucho con las actualizaciones y aún no sé cuando podré recuperar el ritmo pero, no pienso por nada del mundo dejar la novela inconclusa, eso jamás, así que aunque demore, seguiré actualizando.

Agradezco a todas las hermosas personas que me han seguido a lo largo de toda la serie y también a los nuevos lectores, igual y me van a odiar por cortarle al capítulo justo en esa parte, lo siento mucho por eso también, ya saben como soy -w-UU y también, les tengo una súper noticia, he actualizado la galería de imágenes, así que, aquí la tienen nwn

http://s753.photobucket.com/user/Hanna_Darko/library/Susurros%20En%20El%20Silencio?sort=6&page=1

Finalmente, muchas gracias por todos los reviews, su apoyo me ha servido de mucho para poder continuar escribiendo, así que gracias a: maraleja92, Luna Kaze no Kizu, princesa tsunade, North, Irene, Artemis, y a la personita que dejó un review y que dice ser lectora desde la primera novela, cuyo review desapareció justo el día que iba a contestar los reviews TT^TT gracias por todo, y recuerden, mínimo 6 reviews para que su autora siga motivada, muy, muy motivada nwn

De nuevo gracias por todo y espero nos leamos pronto

Au Revoir~~


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