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Susurros En El Silencio por Darko Princess

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XV


Si Tan Sólo Fuera Una Pesadilla


 


 


Dividido y traicionado, así es como se siente, porque si bien estaba esa pequeña chispa de felicidad ante la idea de que su precioso niño finalmente recuperara su identidad, también estaba presente el miedo, miedo a perderlo en cuanto su pequeño sintiera no necesitarlo más, y después, después estaba la traición, la sentía reptar por cada parte de su cuerpo, haciendo despertar su ira, pero no contra su dulce, sino contra… contra ellos…


¡Malditos fueran! Estaba casi seguro de que ellos ya sabían la verdad y aun así se la habían estado ocultando, dejándolo desamparado ante toda la nueva cantidad de posibilidades ante él. Por unos momentos cierra los ojos mientras reprime las ganas de apretar las manos en puños y en su lugar se permite respirar hondo, sintiendo aun la suavidad del niño, no, de Ossiris, ahí entre sus brazos.


–“¿Yoru?”– ante el pequeño murmullo, finalmente se atreve a mirarlo otra vez, suspirando y negando con suavidad.


–“No… No es nada, mejor duerme, es tarde”– trata de mantenerse lo más calmado posible aun cuando una parte de él esté más que impaciente por ir tras ellos y exigir respuestas de una buena vez.


Inconscientemente sus dedos se pierden entre los rizos de ébano de su pequeño acompañante mientras lo siente abrazarse a él con suavidad, ocultando el rostro contra su pecho, suspirando hondamente; recorre lentamente la delgada espalda por sobre el pijama, tratando de imaginar cómo serán sus días de ahora en más, sólo que no lo consigue y termina rindiéndose, arropando a ambos entre las mantas, cerrando de nuevo los ojos, intentando algo que sabe imposible, porque esta vez ni siquiera la hipnótica y calmada respiración del chiquillo, conseguirá hacerlo dormir, no esta vez, no mientras no consiga sacar de su mente las ganas de ir y enfrentarse a todos aquellos que se atrevieron una vez más, a ocultarle la verdad.


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El amanecer esta vez no trae consigo al sol, tal vez sea porque el astro rey se oculta ante la posible tormenta que podría desatarse. Y aun cuando añora quedarse un poco más, sintiendo el calor brindado por el cálido cuerpecito de Ossiris que se refugia entre sus brazos, una vez más se recuerda la razón para apartarse de su lado.


Suspira hondo, arropándolo entre las mantas antes de deslizar una vez más los dedos entre su cabello, Ossiris también suspira, abrazándose a la almohada y aspirando hondo, sonriendo entre sueños, haciéndolo dudar una vez más.


Entonces aparta la mirada, dejándola sobre la oveja negra de felpa que uno de aquellos traidores, le obsequiara al niño, duda, mirando casi con odio al animalejo aquel, aunque al final termina dejándola justo junto al chiquillo, quien pareciera sentirla porque entonces se abraza al bicho aquel y sigue durmiendo, sin apartar la dulce sonrisita que sus labios dibujan.


Lo mira una vez más, memorizando esa imagen, mentalizándose para atreverse a enfrentarlos, a exigir la verdad. Nada más importa, sólo la verdad que tanto necesita escuchar, y en cuanto sus pasos lo guían directo al pasillo, se detiene unos instantes tratando de pensar en dónde encontrarlos, más al final incluso eso sale sobrando al notar la figura del Príncipe Yeidher caminando tranquilamente del otro lado del pasillo hasta el momento en que extrañamente choca contra una de las paredes y se ríe, parpadeando un par de veces antes de llevarse una de sus manos a la frente.


–“Despierta tonto, si caminas así sólo me tientas a empujarte por las escaleras”– esta vez es el Príncipe Elliot quien entra en su campo de visión, sosteniendo con una de sus manos una taza de color verde oscuro mientras con la otra aprieta levemente uno de los hombros de su hermano mayor.


–“Elle, tú me empujarías aun sino tuvieses alguna excusa”– entonces ambos se sonríen, pareciendo tan tranquilos, tal vez porque han encontrado otra víctima en la cual desquitar todas sus energías, aunque claro, seguro no contaban con el hecho de que él no quisiese ser su víctima.


–“Tenemos que hablar”– su tono es firme y hasta medido, consiguiendo que ambos hermanos lo miren, Elliot con cierta curiosidad y Yeidher… Yeidher sonriendo de lado, casi como si lo estuviese disfrutando.


–“Sólo es un nombre”– contiene el aliento, reprimiendo las ganas de gritar con todas sus fuerzas, incluso de golpearlo al verlo sonriendo casi inocentemente.


–“¡No es sólo un nombre! ¡Deja de mentirme!”– sólo que no puede, no cuando Yeidher sigue sonriéndole de esa forma tan… tan molesta, por eso, incapaz de reprimir el impulso termina saltándole encima, o al menos lo intenta.


Es sólo un intento, porque al instante siguiente ya se encuentra contra la pared, sintiendo la presión que ejerce el maldito Príncipe Elliot en uno de sus brazos al retenerlo contra su espalda a la fuerza, tirando bruscamente de él. Se muerde los labios y contiene lo más que puede el quejido que pugna por escapársele.


–“Trata de tocar así a mi hermano otra vez y no seré tan benevolente”– el siseo helado es susurrado contra su oído y casi está a nada de ponerse a temblar, pero su propio orgullo es suficiente como para mantenerlo firme.


–“Elle, Yeid, si siguen armando jaleo la Abuela Cecile nos va a correr de la casa”– y es sólo hasta que la voz de la Emperatriz se deja oír, que finalmente la presión en su brazo desaparece, aunque claro, no antes de recibir un nada amistoso empujón más contra la pared –“Y por cierto Yoru, he sido yo quien ordenó mantener todo en secreto”– apenas se atreve a mirarla de reojo, más casi sin querer sus orbes quedan una vez más en la figura de su supuesto sobrino adoptivo Train.


Él igual lo mira, sin mostrar algún sentimiento en particular, tan sólo aguardando al momento en que la Emperatriz reemprende la marcha para ir tras ella de la misma forma en que los otros dos lo hacen.


Entonces se queda ahí parado, con la mirada fija en la pared, sin conseguir absolutamente nada y odiando todo cuanto a su alrededor pasa, porque intentar obtener respuestas de repente parece haberse vuelto casi imposible, aunque no por ello piensa rendirse.


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Lentamente abre los ojos, parpadeando un par de veces, intentando reconocer el lugar en el que se encuentra, entonces los recuerdos comienzan a volver de a poco: su pelea con Lucian, la confesión, el llanto, la miseria, el dolor, y finalmente, el momento en que se atrevió a irrumpir en su espacio, aunque es justo cuando intenta moverse, que no se arrepiente de haberlo hecho, no cuando descubre a Lucian abrazado a él, casi usándolo como una almohada e incluso haciéndole cosquillas con el rubio cabello y su aliento.


Sonríe, sintiendo el calor subir a sus mejillas mientras no reprime el impulso de deslizar sus dedos entre las suaves hebras doradas, más es una sonrisa triste, sabe que Lucian no lo aceptará y la verdad es que se esfuerza en no guardar esperanza alguna para el futuro, no después de cuánto daño le ha hecho, no mientras la mirada de Lucian refleje tanto dolor y cansancio.


Con cuidado escapa de entre sus brazos, arropándolo con las mantas sin reprimir la tentación de enredar sus dedos una vez más entre ese cabello rubio, pensando una vez más en cuán hermoso sería si tan sólo pudiesen estar juntos.


En silencio sus pies descalzos recorren el piso alfombrado mientras un bostezo escapa de entre sus labios, con sus pasos guiándolo inconscientemente hasta la sala de estar, y sólo en ese momento duda, ¿huir ahora que Lucian no lo mira? o, ¿quedarse y aguardar del mismo modo en que su corazón aún conserva esperanzas?


Suspirando, esta vez sus pasos lo guían hacia la cocina, pensando en que tal vez con una pequeña ofrenda de paz consiga calmar un poco a Lucian, sólo que lo último que espera al abrir la nevera es encontrarla vacía, tan sólo con unas cuantas bandejas de comida congelada y algunas bebidas energéticas; en la alacena el escenario es prácticamente el mismo, un par de cajas de cereal y eso es todo; un lugar frío, solitario e impersonal, un hogar vacío.


Entonces finalmente se da cuenta de su error, de cuanto más daño ha hecho, porque puede que él haya perdido a su tía, pero Lucian, Lucian perdió no sólo a su padre, sino también la oportunidad de tener una familia, y él, con sus ataques e insultos, con sus reproches, sólo consiguió hundirlo más.


Piensa en disculparse, incluso en rogar por su perdón, más sabe que hacerlo no significará nada, no cuando todo está tan roto ya. Apoyado contra el mesón, solo en la fría cocina, no siente más que culpa, no sólo por el daño que le ha hecho a Lucian, sino por ser el propio artífice de su desgracia.


Más incluso sus pensamientos se ven interrumpidos cuando el sonido insistente del timbre se deja escuchar, haciendo eco por todo el lugar. Aguarda un momento, intentando oír algún movimiento por parte de Lucian, pero al cabo de unos segundos, sólo el timbre vuelve a sonar.


Inseguro, dirige sus pasos hacia la puerta, sin poder evitar mirar atrás una vez más antes de atreverse a abrir. Y se arrepiente, en el momento en que la mirada penetrante perteneciente a Rosalind Von Schein se clava en él, se arrepiente e incluso piensa seriamente en huir, pero en su lugar, inconscientemente permite que la mujer lo haga a un lado, sin detenerse siquiera a pedir permiso para entrar, aunque no es como si lo necesitase después de todo.


–“¿Qué hace un Saluja en el departamento de mi hijo?”– si piensa en contestar, de inmediato se retracta al notar el tono despectivo al pronunciar su apellido e incluso la forma en que lo mira, como si fuese inferior, casi igual a un insecto.


En lugar de responder sólo frunce el ceño, cruzándose de brazos y mirándola de la manera más helada que puede, aun cuando tener a esa mujer ahí resulte por demás intimidante.


–“¿Dónde está Lucian?– la siguiente pregunta demora un poco en ser hecha, tal vez al notar su estado, descalzo y con la ropa desarreglada, incluso un poco despeinado. ¿Bueno o malo? En ese momento duda un poco de cómo clasificarlo.


–“Madre, creí haber dicho que no quería volver a verte”– más es el propio Lucian quien evita cualquier respuesta que él pueda ofrecer, interponiéndose entre ambos.


–“Eres mi hijo, así que no puedes impedirme eso”– la seriedad con la que hace tal afirmación la hace sonar casi como un mandato absoluto, uno que cobra más fuerza en cuanto esa mirada penetrante vuelve a quedar justo en él –“Dime Lucian ¿Qué hace esté Saluja aquí?”– entonces los mira a ambos, pareciendo cada vez más seria, incluso un tanto enojada; y aun cuando Alain piensa una y otra vez en defenderse, en replicar por la forma en que se dirige a él, no se atreve, ya que de alguna u otra manera parece haber quedado justo en medio de un pleito entre Madre e Hijo.


–“No tengo porque contestar nada, márchate ahora”– al ver la mirada tan helada que Lucian dirige a ambos, piensa de nuevo en huir, aunque no es como si pudiese, o al menos esa posibilidad desaparece de su alcance en el momento en que siente a Lucian aferrarlo por uno de sus brazos.


–“Es así entonces”– el tono bajo y casi siseante termina por confundirlo, demora en entender a qué exactamente se refiere, y cuando finalmente lo hace, está a punto de negarlo todo, hasta el instante en que el agarre de Lucian se torna más firme y termina por callar una vez más, mordiéndose los labios.


–“Ahora que lo sabes, vete, ya que como puedes ver, estoy ocupado”– desesperado, busca por la mirada de Lucian, más este no lo mira, sino que sigue retando a su madre con ese par de orbes rojizos que incluso parecen arder en llamas, y cuando menos se lo espera, termina estando entre sus brazos, pegado a su pecho, sintiendo su aroma y la cálida sensación de sus dedos haciendo presión en la parte baja de su espalda.


–“Eres igual a tu padre, ambos revolcándose con simples plebeyos”– esta vez puede sentir a Lucian tensarse, pero al mismo tiempo la ira también hace mella en él, una de sus manos se cierra en un puño, inconscientemente aferrándose a la camisa del rubio, sintiéndose cada vez más insultado y ultrajado.


–“Mi padre fue mucho mejor hombre de lo que yo jamás podré ser”– y aunque trate de mostrarse frío, tal vez sea por lo mucho que lo ama, pero Alain puede notar que tras esa frialdad, se encuentra disfrazado el dolor de una herida que permanece aún sin cerrar.


La necesidad de disculparse es cada vez más insoportable y justo cuando intenta decir algo, la respiración se le corta y el reloj parece detenerse en el momento en que Lucian lo acerca hacia su rostro, puede ver sus labios moverse más los oídos le zumban y no es capaz de comprender, no cuando esa mirada rojiza se muestra tan intensa, más no es a él a quien Lucian mira, sino a su madre, incapaz de moverse, sólo aguarda por lo inevitable, cerrando con fuerza los ojos en cuanto siente los labios de Lucian posarse sobre los propios.


El tacto es frío y duele, porque no es como debería ser, no es como siempre soñó que sería, no hay amor, sólo vacío, uno igual al que se siente caer mientras permanece inmóvil permitiendo que su primer beso le sea arrebatado por la persona a quien siempre ha amado y quien nunca lo amará.


Duele tanto que apenas es consciente del sonido que produce una puerta cerrándose de golpe, duele tanto que aun cuando trate de evitarlo, una solitaria y triste lágrima termina deslizándose por una de sus ahora pálidas mejillas; duele, es un dolor que tal vez nunca podrá olvidar ni mucho menos curar.


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Se supone debería estar en la mesa, tomando el desayuno con su familia, con su verdadera familia, más por ese día, Suzu da por perdida la batalla. Acurrucado en un pequeño ovillo en el alfeizar de su ventana, apenas mira a través del cristal, los copos caer, antes de enterrar una vez más el rostro contra sus rodillas, cubriéndose más con sus brazos y suspirando hondamente.


Todo iba tan bien, y entonces los recuerdos disfrazados de pesadillas tuvieron que volver a hacer aparición, quebrando el frágil equilibrio que tanto le había costado lograr. Si cerraba los ojos, todavía podía escuchar los gritos desesperados, el llanto cortado por las súplicas y ruegos, la voz desgarrándose presa del dolor, el pánico y la pena, su voz… inconscientemente Suzu se lleva las manos a la cabeza, cubriéndose los oídos, aun cuando ni siquiera eso consiga apagar el sonido de su voz deshaciéndose en agonía y el eco producido por las risas de aquellos que tanto daño le hicieron, sus risas, los insultos y las palabras vulgares, lascivas y sucias, casi tan sucias como él mismo se sentía, el tipo de suciedad que por más que lo intentara, jamás podría limpiar.


Había sido sólo una semana, pero para Suzu todo aquello se sintió eterno, tanto, que en momentos como ese, todavía podía sentir esas manos recorriendo su piel, tirando de su cabello, y tocando todos esos lugares que nadie nunca antes había siquiera rozado, dejando un rastro imborrable.


Y mientras aquello sucedía, deseó una y otra vez morir, porque sin importar cuánto rogara, ellos no se detenían, tomaban turnos para forzarlo, para burlarse de él, para repetirle una y otra vez en el oído, que aquello era sólo una mínima parte de lo que se merecía; y luego, al terminar de ultrajar su cuerpo y robar su inocencia de tan brutal manera, lo golpearon, ni siquiera intentó defenderse, tan sólo se quedó quieto, aguardando al momento en que la tortura terminase, sólo que aquello tampoco sucedió, porque una vez que se cansaron de ello, volvieron a violarlo, dando inicio a un ciclo del que creyó, no podría escapar.


“No fue mi culpa”, esa fue la frase que repitió una y otra vez, con su voz cada vez más apagada y rota, mientras se resignaba cada vez más a lo inevitable, aunque desde luego, después de las primeras veces, en todo cuanto pensaba era en morir, de tal forma que incluso consideró un alivio el hecho de que a esos monstruos ni siquiera las importara el saber que estaba enfermo, o tal vez es que ninguno quiso escucharlo cuando intentó usar aquello como defensa.


Vencido, permitió a su conciencia irse apagando de a poco al igual que sus sentidos, sumiéndose en un estado de semiinconsciencia, tan sólo lo suficientemente despierto como para detectar cualquier cambio a su alrededor, aun cuando con el pasar de las para él, eternas horas, aquello incluso se volviera demasiado.


Finalmente se rindió, pensando en dormirse y ya no despertar más, entregarse a la oscuridad resultaba mucho más tentador que seguir así, sufriendo esa horrible pesadilla, pero fue justamente en ese momento, que ellos aparecieron, primero su mirada se había topado con esa otra de color ámbar, el mismo color de ojos que poseían la mayoría de esos monstruos, era uno de ellos, saberlo significó para él, que el ciclo se repetiría una vez más, por eso no quiso mirarlo más, y fue justo cuando apartó la mirada, que se encontró con esa otra; unos orbes de un profundo color escarlata fijos en él.


El poco instinto de supervivencia que le quedaba lo orilló a retroceder, a tratar de apartarse de ambos lo más lejos posible, aunque desde luego, fracasó incluso en eso y apenas fue capaz de distinguir su propia voz expresando una mínima parte de todo el dolor que sentía.


Después todo se volvía confuso, no estaba del todo seguro de si había vuelto a rogar, y vagamente recordaba el momento en que le quitaron su brazalete de identificación, estaba seguro de que habían dicho algo sobre un “Doctor” y que al oírlo pensó en lo poco que hacía falta en esos momentos en los que ya se había rendido; recordaba también algo cálido cubriéndolo y después el momento en que su mirada se había encontrado de nuevo con esa otra de color escarlata, deseó huir, más al intentarlo sólo hubo más dolor, mareado y cada vez más perdido, sólo el instinto le había ayudado a contestar, aunque en el presente ya no era capaz de traer a su memoria esa conversación.


Luego todo se sintió más cálido, tanto, tanto, que pensó sería un buen momento para finalmente dormir y ya no despertar, de ahí en más no conseguía recordar qué había pasado exactamente, no cuando la oscuridad lo arrastraba cada vez más, hasta el instante en que todo se volvió negro y una reconfortante sensación de paz lo había rodeado al pensar que la pesadilla había terminado.


Más no fue así, no, desde luego que no, porque al despertar, poco tardó en darse cuenta del lugar en el que se encontraba: un hospital; no se esforzó en contestar a las preguntas del hombre que desde pequeño había sido su médico, ya nada le importaba, sólo quería que lo dejaran tranquilo, que le permitieran aquello que tanto anhelaba, morir; porque eso era lo único que le quedaba al ser consciente de que su pesadilla había sido real.


Esos monstruos le había quitado todo, sus esperanzas, sus sueños, su inocencia, su vida, su ya de por sí miserable vida, dejando en su lugar únicamente los sucios jirones de un alma manchada. ¿Por qué no le habían permitido morir? ¿Por qué? Se lo preguntó una y otra vez tratando de retener las lágrimas que se acumulaban una tras otra en sus vacíos orbes.


Había sido difícil, o al menos eso pensó hasta el momento en que él de nuevo apareció; y le odió, le odió por mirarlo de la forma en que lo hacía, porque toda esa lástima y pena que su mirada mostraba pudo haber sido evitada si hubiese llegado antes, no, su infierno no habría pasado si en primer lugar él no lo hubiera sacado de su hogar para entregarlo a esos monstruos.


Por eso no quería verlo, porque era su culpa y también, porque no necesitaba que alguien le restregara cuán sucio ahora estaba; no lo necesitaba ahí parado frente a él exhibiendo su piel, su rostro, su maldita esencia perfecta, no lo necesitaba para recordarle que ya no tendría nada así nunca.


Así que sin importar cuánto intentara acercársele, hablarle, o tocarlo, en todas las ocasiones lo rechazó, después de esa primera vez no volvió a dirigirle ni la palabra ni la mirada, no sólo a él, sino también a cuanto doctor o enfermera se le acercara.


Hasta ese día, hasta el día en que su hermano apareció, nunca se lo había confesado, pero al verlo por primera vez, pensó no sólo en cuán hermoso era, sino también en todo cuanto su mirada mostraba, esa era la mirada de una persona que había estado en el infierno… y sobrevivido.


Natsuhi parecía una suerte de aparición, y estar entre sus brazos por primera vez, se sintió como el más bello de todos los sueños, pero estaba tan asustado, no sólo de todo cuanto lo rodeaba sino de sí mismo, de la sensación de suciedad que ya no lo dejaba en paz, esa misma que lo hizo intentar escapar de los brazos de su hermano, con tal de no mancharlo.


Más Natsuhi nunca lo soltó, ni en ese momento ni en el presente, porque aún si no podían estar juntos todo el tiempo, Suzu era perfectamente consciente de cuanto Natsuhi lo amaba, y no se trataba sólo del amor que su hermano le profesaba, sino también de la Familia que habían formado, porque estar con sus hermanos, con sus sobrinos e incluso con él, era mucho más de lo que alguna vez pudo haber soñado.


Por eso una vez más deseó poder olvidar aquello, apartar aunque fuera por un momento la sensación de suciedad que día a día lo ahogaba, para poder disfrutar de todo el amor y cariño que aquellos que lo rodeaban, le profesaban.


Suspirando, desvió apenas la mirada, dejándola sin querer sobre el blanco pelaje de su protector, el ya enorme pastor blanco suizo que precisamente él, le había regalado años atrás. Ni siquiera necesitó pronunciar palabra alguna antes de que el perro trepara al alfeizar de la ventana, permitiéndole abrazarse a su cuerpo y enterrar el rostro lloroso contra el blanco y suave pelaje.


Y apenas unos minutos más tarde ni el sonido suave de la puerta abriéndose y cerrándose, consiguió hacerlo apartarse de la reconfortante protección que su perro le otorgaba. Sintió unos dedos suaves deslizarse entre su albino cabello, acariciando tiernamente incluso las felinas orejitas que una vez más habían hecho aparición sobre su cabeza ante su imposibilidad de controlar sus emociones.


Pero ni así se apartó, o no hasta que sintió unos cálidos brazos rodearlo, tratando de abrazarlo, sólo entonces se permitió una vez más enterrar el rostro contra su pecho. El aroma de Natsuhi siempre conseguía traerle paz; arropado entre sus brazos suspiró hondamente, sintiendo esa dulce esencia a lavanda y lilas cobijarlo y protegerlo.


–“Te traje el desayuno”– el cálido aliento acaricia una de sus felinas orejitas, haciéndola temblar ligeramente mientras él se aferra más a su hermano, evitando mirar su rostro.


–“No tengo apetito”– sabe que escuchar aquello entristecerá a su hermano, pero no puede evitarlo, no cuando todo lo que en esos momentos desea es quedarse entre sus brazos, sintiéndose a salvo.


Ninguno de los dos se atreve a decir más nada, tan sólo es capaz de escuchar el hondo suspiro que Natsuhi deja escapar de entre sus labios mientras continúa acariciando con suavidad su cabello. Ambos perdiéndose en pensamientos bastante parecidos sobre un tema que se han rehusado a tocar.


–“Ella no me querrá más ¿Verdad?”– finalmente se atreve a preguntar, a sabiendas del daño que eso podría causarle a su hermano, aun cuando no se atreva a mencionar abiertamente a la madre de ambos.


–“No lo sé, Zu”– es todo cuanto su hermano pronuncia, aun cuando ambos conocen bastante bien la verdadera respuesta a esa pregunta.


Y esta vez los dos suspiran, tan sólo sintiéndose el uno al otro igual que han hecho tantas noches atrás, hasta el momento en que una vez más él, hace aparición. Aunque al igual que siempre, ni siquiera lo ha sentido entrar. Tan sólo ese inconfundible aroma a rosas y dulces le avisa de su presencia antes de que sienta sus brazos rodeándolo y apartándolo de su hermano para esta vez arroparlo como a  un niño pequeño entre sus brazos.


Sólo que el deseo de huir de él, se ha ido desde hace mucho tiempo ya, dejando en su lugar una sensación de paz y seguridad tal vez más grande que la que siente con su hermano. No recuerda cuándo fue exactamente qué sucedió, e incluso ha dejado de importarle, porque tal vez haya sido su culpa, pero él, Elliot, no ha hecho más que mostrarle no sólo cuán arrepentido está, sino también todo cuánto le puede ofrecer a cambio de ese dolor, y ahora tan sólo desea quedarse así, aferrado a su pecho, sintiéndose protegido y a salvo, tanto como nunca antes recuerda haberse sentido.


–“Es una lástima, se está perdiendo de tener entre sus brazos a uno de los gatitos más lindos que he visto”– la voz profunda y suave de Elliot acaricia tiernamente una de sus orejitas mientras lo siente sonreír contra su cabello.


Y sin querer también sonríe, porque él, Elliot, siempre consigue eso, hacerlo sonreír aun cuando más triste se siente. Quieto entre sus brazos, apenas es consciente del momento en que el esposo de su hermano lo lleva de vuelta a la cama, arropándolo ya no sólo con sus brazos sino también entre suaves sábanas, arrullándolo con su voz tarareando una dulce melodía.


Suzu deja que Morfeo lo lleve una vez más a su reino porque mientras Elliot y su hermano Natsuhi lo sostengan, no habrán pesadillas, tan sólo calma, paz y sueños hermosos, aquellos que al despertar, una vez más serán su soporte para levantarse y volver a intentarlo, sin importar cuán difícil sea, o cuán doloroso se sienta, sabiendo que ellos estarán ahí las veces que hagan falta para sostenerlo.


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Mirándolo así, entregado al sueño y tan indefenso, es cuando más culpa siente Elliot, un tipo de culpa que sin importar cuánto se esmere, nunca podrá olvidar, no cuando el simple hecho de mirarlo ha de recordárselo, porque a diferencia de Suzu, él si recuerda perfectamente el día en que se encontraron. Su memoria traidora le otorga una vez más la imagen de su pequeño cuñado frío y pálido entre sus brazos, casi muerto y sin esperanzas de recuperarse.


Recuerda cada instante a su lado, las ganas de abrazarlo y enjugar sus lágrimas, de decirle que todo iría bien aun sabiéndose el principal culpable de su dolor, y una vez más piensa inevitablemente en el “hubiera”, “si tan sólo no lo hubiera abandonado con los licántropos”, sólo que ya de nada le sirve y todo cuanto le resta es permanecer a su lado, protegerlo, luchar contra todo con tal de hacerlo feliz y mantenerlo a salvo, aun si para ello debe obligarse a tomar medidas no sólo crueles sino también cobardes, porque si tan sólo Natsuhi y Suzu supieran una mínima parte de los secretos que aún les guarda, terminaría perdiéndolo todo.


Si Natsuhi supiera de su aún incansable búsqueda por tener tan sólo una pista del paradero de Natsumi, y si Suzu supiera… si Suzu supiera que el blanco protector al cual tanto se aferra es una criatura igual a las que tanto daño le hicieron.


Pero Suzu, sin importar cuán Valmontt fuera, seguía siendo demasiado inocente como para desconfiar de él, y Natsuhi seguramente ni siquiera era capaz de imaginarse que tras su juramento de mantener a Suzu por siempre a salvo, hecho el día en que el pequeño chiquillo mostrara por primera vez su verdadera herencia de sangre, se escondía la cadena que él le había impuesto a otro inocente más.


Ese mismo que en silencio lo miraba desde el alfeizar de la ventana, si Natsuhi y Suzu supieran la verdad tras su adorada mascota. Suspirando hondo ante el llamado implícito que esa mirada implica, no le queda más sino entregar a su pequeño cuñado al refugio que significan los brazos de su hermoso Natsuhi, abandonando lentamente la habitación y sintiendo no sólo al “perro” siguiéndolo sino también la mirada de Natsuhi fija en ambos, casi sospechando hasta el momento en que un muy leve movimiento de Suzu capta su atención.


En silencio camina hasta la zona más alejada y solitaria de la Casa Avalon, en todo momento alerta a cualquier movimiento o presencia que pueda siquiera sospechar de la razón por la cual termina escondiéndose en uno de los balcones con la “mascota” de su pequeño cuñado.


Y así, apoyado contra el barandal, con la mirada fija en los diminutos copos de nieve que no cesan de caer, tan sólo aguarda, esperando al menos por esta vez, no recibir algún reclamo.


–“Debió insistir más, su Alteza Imperial necesita alimentarse mejor”– aunque claro, no es como si realmente pudiese escapar de ello. No al darse cuenta una vez más de cuan desarrollado se encuentra ahora el instinto protector del Guardia.


–“Está teniendo un mal día, si lo obligo sólo empeorará”– suspirando, apenas si mira de reojo a su acompañante, topándose con un par de orbes azules y transparentes como el hielo, e incluso más fríos que eso, observándolo con cierto enojo.


Sólo que aquello es más de lo que puede permitir, esta vez es Elliot quien endurece la mirada, tan sólo a un paso de cambiarla a esa otra con la que logra doblegar a cualquiera, y que no dudará en usar de ser necesario, olvidándose incluso de la supuesta consideración que le debe a la persona frente a él.


Cierra las manos en puños y se obliga a contenerse, recordándose una vez más que pese a su impertinencia, nunca encontrará a nadie tan capacitado como el hombre frente a él, para hacerse cargo del cuidado de Suzu, mucho menos tomando en cuenta el cariño que parece tenerle su pequeño cuñado a su supuesto “perro”; Si tan sólo Suzu supiera la clase de criatura a la que tan fácilmente se aferraba. Un licántropo, un ser de la misma especie que aquellos que destruyeron su vida, con la obvia diferencia de que aquel ante sus ojos, jamás se atrevería a dañarlo, no sólo por el juramento hecho, sino por el sentimiento de protección que parecía haber desarrollado.


–“Su Alteza Imperial desea irse a casa”– oh vaya, ahora también estaba usando ese tonito helado que tan sólo escondía un reproche.


Mordiendo suavemente su labio inferior, Elliot contuvo las ganas de gruñirle que él tampoco quería permanecer más en la Casa Avalon, y sin embargo estaba obligado a ello mientras la estabilidad del pequeño Kelpie Ossiris dependiera de él y de su Luz.


–“Aragorn, aunque sea difícil, Suzu tiene que entender que no siempre podrá estar aislado de todo y todos, él es un Príncipe Imperial de la Familia Valmontt, pasar por esto es parte de su educación y también… servirá a modo de terapia”– sí, educación y terapia, esos eran los dos puntos que se esforzaba en recordar cada que se sentía flaquear y con deseos de huir y llevarse a Suzu lejos, a donde nadie lo encontrara ni volviera siquiera a intentar dañarlo.


Y fue a esa creencia a la que se aferró en cuanto su mirada volvió a encontrarse con los ojos de hielo del Guardia Imperial, quien una vez más parecía estar olvidando su posición como para atreverse a mirarlo de esa forma, porque sin importar cuán Licántropo, Aragorn fuera, o el que perteneciera uno de los clanes más fuertes, él, Elliot, seguía siendo no sólo el Segundo Príncipe Imperial Nocturno, sino también el esposo del Emperador Valmontt, eso sumado al hecho de que si se atrevía a provocarlo más, bien podría recordarle quién mandaba sobre quién ahí.


O al menos esos habían sido sus pensamientos hasta ese momento, hasta el preciso instante en que tan sólo se retaban con la mirada, justo antes de que el sonido de unos gritos aterrorizados y desesperados, rompieran con el silencio en el que la Casa Avalon se encontraba.


Sin siquiera detenerse a pensarlo, corrió de vuelta al interior de la casa, atravesando pasillos en medio de puertas que se abrían una tras otra, con cada habitante de la antes tranquila casa, asomando, cubriéndose los oídos y mirándolo con confusión. Apenas fue consciente del momento en que pasó justo frente a su esposo y su cuñado, mirando de reojo una silueta blanca y grande colocándose frente a ambos, una vez más el Guardia asumiendo su posición mientras él continúo con su carrera, encontrándose a su hermano mayor justo un par de pasillos antes de alcanzar el lugar del que los gritos proveían.


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Perdido en su mundo de sueños, inconscientemente reciente la falta de esa calidez que siempre lo protege y cobija, sus labios dejan escapar un disgustado sonidito mientras se abraza al primer objeto cercano que encuentra y que lleva un aroma similar a aquel que tanto lo reconforta, entonces suspira hondamente, abandonándose de nuevo a ese universo infinito que sólo trae imágenes demasiado confusas para él.


Otra vez puede ver al hombre y la mujer hablándole al pequeño niño de quién aún ignora su identidad, por más que ellos no dejen de llamarlo “Ossiris” una y otra vez, siempre, Ossiris ríe, corre y disfruta del calor que le brindan los brazos de la pareja, sonríe con sus mimos y anhela los cuentos narrados en susurros dulces que ambos le dedican antes de dormir.


Todo parece tan perfecto e irreal, se ve tan distante, pero se siente tan bien, es un sueño precioso, uno que se desvanece cuando su mente queda sumida en la fría oscuridad, eso antes de ver a Ossiris encerrado en ese horrible lugar, contempla impotente, al niño llamando desesperado a sus padres, y la impotencia se transforma en terror en cuanto las sombras y figuras que colman sus pesadillas, se hacen presentes, todas rodeando al pequeño inocente que suplica por su libertad, por volver a los cálidos brazos de sus padres, pero la única respuesta que obtiene es aquella que le marcaría para siempre.


Cierra los ojos, incapaz de contemplar ese horror, aprieta los parpados cuando sus oídos se ven inundados por el sonido de los gritos desesperados, agónicos y repletos de dolor, que el niño deja escapar, rogando, llorando, agonizando mientras sus verdugos le torturan.


El dolor por escuchar todo aquello y la impotencia, son demasiados como para soportarlo más, y es justo cuando abre los ojos, que todo finalmente cobra sentido, cuando se ve a sí mismo rodeado, atrapado entre todos esos hombres y la pared de su jaula, en el cuerpo del niño, de ese niño, el cuerpo de Ossiris, su cuerpo… un cuerpo manchado, sucio, roto,  tanto o más que su alma y su corazón.


Y es justamente tan sombrío descubrimiento, lo que consigue hacerlo despertar, hallándose en un lugar que no logra reconocer del todo, mirando en todas direcciones tratando de que la bruma y confusión en su mente, se aclaren; en su cabeza, los recuerdos chocan unos con otros, tornando todo aún más confuso, y en medio del caos, por un momento gobierna el silencio, en ese instante en que su mirada se encuentra con esa otra, una mirada tan azul como el océano, la conoce, sólo que entre tanto desconcierto, no logra reconocerla, y por eso cuando el dueño de esa mirada acorta la distancia entre ambos, vuelve a gritar, retrocediendo, buscando alguna forma de escapar hasta que su cabeza deje de dar vueltas, hasta que todo eso que lo atormenta, desaparezca, aun cuando esté más que consciente de que eso no sucederá.


–“¡NO!”– apenas reconoce su propia voz, ronca, extraña y desesperada; incluso hablar duele, después de tanto tiempo de haber acallado su verdadera voz, duele, tanto o más que sus sentidos fuera de control, y tan sólo desea escapar, huir muy lejos hasta que la confusión se termine.


Y sin siquiera esperarlo, de pronto unos brazos lo rodean, reteniéndolo con fuerza a pesar de sus intentos por liberarse; aún puede escuchar su voz gritando mientras lucha por zafarse, lanzando patadas al aire, revolviéndose inquieto aun cuando su cabeza siga dando vueltas y se sienta cada vez más mareado, mareado y aterrado ante la idea de que todo aquello que lo atormenta vuelva a repetirse.


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No se detuvo a pensarlo siquiera, empujando a Yoru y usándolo como el distractor perfecto para el chiquillo, logro llegar hasta donde estaba, sólo que jamás esperó enfrentarse a tan desesperada resistencia, no se trataba únicamente del hecho de que estuviese luchando desesperadamente por zafarse de su agarre, sino también de todo cuanto esa mente confusa estaba ocasionando con cada segundo que el Kelpie continuaba fuera de control, de seguir así, dudaba mucho, alguien saliera ileso ante semejante ataque, sobre todo tomando en cuenta que incluso para él, resistir se estaba tornando cada vez más difícil.


–“¡Haz algo! ¡Rápido!”– frente a él, Yeidher sólo los observaba, tal vez pensando en alguna forma de ayudarlo a que el chiquillo no se soltara, pero no era eso lo que necesitaba, podía físicamente controlarlo sin mucho esfuerzo, pero si seguían así, con el Kelpie aturdiendo su mente mientras él intentaba calmarlo usando su Luz, no iban a durar mucho.


Suspirando, Yeidher lo miró unos instantes más antes de centrar la mirada en el niño, quien a pesar de sus esfuerzos por soltarse de él, no apartó la mirada, dejándola en Yeidher mientras Elliot por fin conseguía comenzar a tranquilizarlo con su Luz, hasta que finalmente se quedó quieto, con la vista todavía fija en el par de orbes de eléctrico azul que lo mantenían hechizado.


–“Tendremos que adelantar nuestros planes, no es seguro que permanezca más aquí, ni para él ni para nadie, los Abuelos Cavanhalty serán de más ayuda que nosotros”– aquello fue más que un susurro, casi había tenido que leerle los labios, después de todo, ninguno de los dos se atrevía a hacer algo que significara volver a alterar el chiquillo, además, también estaba Yoru, quien seguramente intentaría impedir que se llevaran al Kelpie.


Asintiendo levemente, casi dudó antes de dar el primer paso, escuchando apenas la respiración lenta y pausada del pequeño chico entre sus brazos, estaba dormido, perdido en un sueño tan profundo como para permitirle a él moverse con libertad, acomodándolo mejor entre sus brazos y pensando seriamente en echar a correr antes de que Yoru se diera cuenta de sus intenciones.


Aunque incluso eso dejó de importar en el justo momento en que Yeidher cerró la puerta tras ellos, mirándolo unos instantes antes de que ambos escucharan el primer intento hecho por Yoru para salir y seguirlos; encerrado, Yeidher lo había encerrado con tal de darles ambos la oportunidad de llevar a cabo su plan.


Y mientras caminaban hacia la salida de la Casa Avalon, tan sólo los gritos desesperados de Yoru parecían hacer eco por los pasillos, más no había marcha atrás, sin importar lo que hubiera pasado, Ossiris no podía permanecer más tiempo cerca de ellos, no cuando tenía la oportunidad de mejorar estando al lado de otros como él, de seres que podrían verdaderamente ayudarlo.


Era lo mejor, no sólo para Ossiris, sino para todos, y al menos ese último pensamiento se vio reafirmado al bajar las escaleras y notar a su hermana menor al pie de estas abrazando a su esposo. Haylley apenas levantó la mirada hacia ellos, aferrando con más fuerza a un Arwin quieto entre sus brazos, probablemente inconsciente, mostrando una vez más la clase de alcance y los severos daños a los que se verían expuestos si continuaban prolongando esa situación.


Ossiris estaría mejor con los suyos, aun cuando incluso hacer eso significara causarle más dolor a su madre, pero esa era la única opción que les quedaba, estando con los Cavanhalty, Ossiris al menos tendría una oportunidad…


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Notas finales:

Hola a todos y antes de disculparme por la demora, les quiero compartir muy emocionadamente, e invitarlos a seguirme, en los nuevos 3 sitios creados para la serie >w<

Primero, para los que son nuevos, y también para los que siguen la serie desde el principio, estoy publicando Luz En Mi Oscuridad en Wattpad así que los invito a seguirme por allá y a checar las pequeñas ediciones y correcciones que estoy haciendo en la novela nwn

WattPad

https://www.wattpad.com/story/43864262-luz-en-mi-oscuridad

Segunda, La serie ya tiene página oficial en facebook así que los invito a todos a darle me gusta y a divertirse con las Darko ocurrencias.

Facebook

https://www.facebook.com/Darko00HeavenandHell?ref=aymt_homepage_panel

Y tercera, la serie ya tiene blog oficial, así que los invito a también seguirnos por allá >w<

Blog

http://darkoheavenyhell.blogspot.mx/

Ahora si, me disculpo por la demora pero ya se imaginarán, trabajo como loca, cual esclava, además tengo encima el posgrado, y oh sorpresa, he comenzado a escribir mi tesis, aparte claro está, de mis eternos y crecientes conflictos familiares, así que, aún si me tardo, no se preocupen que seguiré esta novela hasta el final, es una promesa >w<

También quiero agradecerles por su paciencia, su cariño y su dedicación, por todos sus hermosos reviews y porque gracias, gracias a todos ustedes, Susurros En El Silencio ha superado las 8000 entradas!!! Muchas gracias!!!! Espero sigan leyendo y también dejando sus hermosos reviews, amo leer sus reviews, me motivan, encantan y animan así que, escriban cuanto quieran que seré muy feliz por poder leer todos sus comentarios >w<

Por lo tanto, quiero dar un agradecimiento especial a:  Nickyu, princesa tsunade,  Irene, maraleja92, Princess Natsu, Artemis, TsubakiChan28

Y recuerden, su autora que los quiere y los ama, sólo les pide para hacerla muy feliz, un mínimo de 6 reviews, así me sentiré muy, muy animada y me esforzaré por traerles más rápido el siguiente capítulo. ¡Nos vemos en Wattpad, Facebook, Blogger, los estaré esperando! ¡Gracias a todos y hasta pronto!

Au Revoir~


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