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Bar 17 por Shiruko

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Notas del fanfic:

Disclaimer general: Diamond no Ace le pertenece a Terajima Yuuji que en agosto por fin reanudará el manga (gracias, dios).

Notas del capitulo:

Espero que disfruten del capítulo.

 

 

 

 

Esa era su décimo quinta clienta de la noche, ¿o décimo séptima? Ya no llevaba la cuenta, aunque sí lo solía hacer cuando estaba aburrido en su caótico trabajo como host. La mujer sentada a su lado —demasiado cerca para su gusto— usaba un color rojísimo en los labios, y con el paso de la noche, su maquillaje se desvanecía de su maduro rostro. Había tomado unas siete copas, sin saber detenerse, por lo que su acompañante cansado de tener que contestar preguntas absurdas de una mujer mayor alcoholizada, le ofreció amablemente un taxi para que se largara a su casa de una vez. Omitiendo, por supuesto, palabras groseras o no la volvería ver y eso resultaba en menos ganancias para él y su negocio.

—Sakurazawa-san…—Iba a repetirle por tercera vez que su turno había terminado hacía ya quince minutos atrás. Se sentía agotado, pero su acompañante aún creía que la noche era joven. Aunque ella ya no lo era hace mucho…

—Natsu-kun~, sírveme más ron, ¿sí? —pidió melodiosamente la mujer llamándolo por su apodo, lo que le causó desazón debido al vaho maloliente que provenía de sus labios rojos.

La fémina agarró la tela del brazo de su camisa, causando que se le arrugara. Al día siguiente tendría que lavar su elegante traje azul marino, seguramente. Estaba acostumbrado a tener que soportar clientas que se le pegasen como pegamento; que le pidieran más que solo compañía; que tocaran lugares de su cuerpo sin su permiso; pero no le gustaba esa sensación por más normal que le resultara. Cosa que nunca demostraba en su expresión, siempre tranquila y sonriente.

Debía ser así, pues para el trabajo que laboraba era esencial portar una buena disposición y compostura agradables al público.

—Sakurazawa-san, es tarde. Ya le pedí el taxi…—respondió, tratando de no sonar forzado. No sabía si lo logró o no, pero para su buena suerte, un peliverde con un flequillo hacia el lado y de terno azul marino como el suyo, se acercó a ellos, serio. Un compañero venía a su rescate, en el mejor de los casos. Nunca podía dilucidar qué haría el peliverde ya nombrado con respecto a él en materias triviales.

—Siento interrumpirlos, pero necesitamos la ayuda de Natsu en un asunto importante. —Yone, como se hacía llamar, le quitó de las manos la copa de cristal a la mujer sutilmente, sonriendo a modo de disculpa.

No recibió ningún tipo de rechazo por parte de ella, por lo que Natsu se sintió aliviado de poder salir de ahí sin tener problemas. Mas, bien sabía que si de verdad quisiese, podría mandarla al infierno por atarearle de más.

—Oh, eso es una pena. Pero puede volver cuando quiera, Sakurazawa-san —dijo esperando que sus palabras y tono de voz fueran creíbles.

Natsu se levantó, seguido de la mujer —una de las que más dinero le daba cuando se pasaba por ahí, una clienta especial—, despachándola por la puerta de entrada —la delantera—, y no por la trasera, como usualmente lo hacía cuando las clientas —la mayoría eran ellas, pero nunca faltaban los pobres diablos que buscaban consuelo en la comodidad de su bar— se iban muy tarde y en estados deplorables; razón por la que Natsu estableció esa regla para evitar que su local fuese mal visto. (Sí, tal vez había cosas que no esclarecía, pero era mejor mantenerlas bajo el manto del silencio antes que exteriorizarlas a diestra y siniestra como idiota, ¿no?)  

No obstante, fue Yone quien le señaló que lo hiciera mediante un gesto con la cabeza, así que no dudó profundamente.

Aquella era la última persona que permanecía en el local sin ser parte del personal. Los que sí, deambulaban por ahí, conversando pequeñeces y sonriendo ausentes. Natsu rogaba a dioses en los que no creía, pidiendo que Sakurazawa-san no volviese.

No para emborracharse de pies a cabeza, al menos.

—Miyuki —Yone lo llamó por su verdadero nombre, como pocos lo hacían y también desconocido para muchos, demostrando la confianza que Miyuki le transmitía, siendo el dueño y host más popular del bar 17 y, él, Kuramochi Yōichi (o Yone), su mano derecha, merecedor de ese puesto desde hacía ya cinco años.

—¿Qué pasa? —Miyuki preguntó, igual de exasperado como se le veía a Kuramochi, aunque por distintas razones.

—Hay unos tipos molestando a un pobre diablo afuera. —Señaló al pasillo a unos metros detrás de ellos que llevaba a la puerta trasera, que además resultaba ser la vía de escape del primer piso.

Miyuki lo meditó un rato. Pensó que esa noche no podría dormir bien con la culpa del que se sabe necesitado y no ayuda, y que cabía la posibilidad de encontrar al sujeto en cuestión lleno de moretones y ensangrentado hasta la médula o, incluso, un cadáver cuando fuese a botar la basura al otro día —o cuando mandase a Kanemaru, en su defecto—. Esas cuestiones nunca se sabían claramente en Kabukichō —donde se hallaba ubicado su bar de hosts y su propio hogar–, como en los juegos de azar. A pesar de que existían probabilidades, en realidad nada era exacto; el lugar se mecía entre delincuencia ilimitada a toda hora; prostitución a la vuelta de la esquina; y situaciones turbias que él pretendía soterrar y pasar desapercibido con sus sonrisas de protagonista de una película de romance cada vez que salía a la calle.

Así, maldiciéndose a sí mismo por ser un alma altruista y de buenos propósitos, se dirigió junto a Kuramochi hacia la conmoción que se avecinaba a pasos agigantados a su vida, con nombre y apellido.

Unos minutos después, robustas y casi grotescas espaldas le impedían la vista al, que se suponía, estaban agrediendo. No podía visualizar más que siluetas; tres de ellas formaban un círculo imaginario en torno a una más pequeña.

Las riñas no eran inusuales, ni tampoco la desproporcionalidad que se producía en cuanto a la cantidad de personas de los bandos contrarios cada vez que había enfrentamientos, pero Natsu analizó la escena un tanto extrañado.

Lo que lo mantenía relativamente asombrado y en guardia ante cualquier potencial percance que se le presentase —como en ese momento— era su intuición. La que se constituyó en él durante sus ocho años de experiencia como host —en los cuales tuvo que hacer, resistir y presenciar diversas cosas que no le enorgullecían—; la misma le decía que debía ser precavido con el individuo que sus ojos no lograban ver completamente aún.  

Los hombros de Miyuki se tensaron cuando oyó un grito en son de reclamo próximo a él, un tono de voz jovialmente enojado. Aquel bufido sonó como si hubiese salido de lo más profundo de la garganta de un animal indomesticado. Y a ese le siguieron otros como «¡ya déjame, debo ir a ver Love Live en la tienda de allá!», e insultos con tono infantil, como el más reciente:

—¡Cállate, estúpido! —el desconocido que estaba siendo intimidado soltó, mientras empujaba a sus agresores y, Miyuki y Kuramochi daban un paso atrás.

En ese lapso, ambos pudieron ver al susodicho. Era, ciertamente, menudo al lado de los sujetos, pero no así junto a Kuramochi. Su semblante lucía enojado, pero para Miyuki era una broma; a nadie le causaría miedo teniendo cara de niño, justo como aquel ruidoso personaje. No podía distinguir de qué color eran sus ojos, pero una intensidad increíble emanaba de ellos, densa y poderosa.

En tal oscuridad en la que se encontraban, donde solo un farol a metros de distancia alumbraba el frío asfalto seco y provocaba así las sombras de sus figuras, Miyuki percibía el aura del desconocido. Como si fuese el viento de la noche, el aire caluroso, el que recorría la anatomía del tipo, como si en vez de ser transparente portara colores; profundos y pesados, muy bien definidos.  

(Lo que en sí, era una locura. Un absurdo; porque el viento no tenía color. Ni siquiera era algo tangible…)

Aquellos altos hombres de capucha podrían verse aterradores para cualquier persona, pero no para él. El chico que gritaba no se oía para nada atemorizado, ni sorprendido en lo más mínimo. Parecía no tener intenciones de irse sin pelear, aunque terminase perdiendo y con más que unos moretones en el proceso. Lo cual era lo más probable, según la experiencia que Miyuki tenía archivada en su memoria.    

Natsu y Yone, que habían pasado desapercibidos gracias a la ambigüedad de la noche, se convirtieron en el centro de atención, por las palabras que salían de los labios del primero.

—Oigan, dejen al niño en paz —se inmiscuyó Miyuki, en un tono de voz lo suficientemente alto para ser escuchado por los presentes. Su voz era tranquila, pero con peso en ella. Sus palabras (haciendo una simple petición) amables; pero la expresión que mostraba era aterradora, turbante. Sin contar que el reflejo de sus gafas no permitía ver sus ojos, como si llevara una máscara que lo protegía a todo momento, o un escudo para que nadie pudiese ver lo que escondía detrás de sus almendrados irises.

—¡No me llames niño! —chilló el joven, acercándose desafiante al osado que lo llamó niño. Al fin, Miyuki pudo ver sin rodeos a la persona que pretendía defender hasta tenerlo enfrente.

Tenía un aspecto desabrido; Miyuki lo analizó de pies a cabeza de forma sutil, sólo como él sabía, notando los ropajes oscuros, sucios y rotos del chiquillo. Seguro había estado viviendo en la calle mucho tiempo… Su cabello se veía pegajoso y enredado, opacando el color café de otoño que poseía. Si cuidaba de él, quizás, sus atributos juveniles saldrían a la luz, y las mujeres de su bar no lo pensarían dos veces antes de solicitarlo.

Ante la idea, una sonrisa de medio lado brotó en su rostro. Imperceptible en la oscuridad.

Continuó analizándolo, fijándose en sus brazos con moretones morados con toques verdes y casi naranjos (gracias a su polera con hoyos. Pero nada grave, en realidad), de una data de días o semanas; no sería difícil para él sonsacarle aquella información. Y, lo más relevante y excitante de todos los detalles del chico, fue la decisión que vio en él. Pletórico de una determinación dorada, y una que otra habilidad no pulida aun, que bien podría serle de utilidad a Miyuki en un futuro próximo.

Si podía lograr que el niño se quedara con él.

—Yone, encárgate de ellos —ordenó bruscamente a su compañero.

Había encontrado una cosa interesante, y esa era el joven en frente suyo. No permitiría que se le escapara estando en su territorio, arriesgándose a que alguien más lo hallase.

Por supuesto que no.

Kuramochi asintió refunfuñando, pese a las protestas de los hombres de capucha, que se veían siendo subestimados. Sin embargo, ellos no sabían del infierno que les esperaba por haberse metido con el nuevo integrante del Bar 17, dirigido por el formidable Miyuki Kazuya; quien menos se preocupó por que su destino fuese alterado ligeramente por ese tal castaño de voz alta.

En ese momento.

Notas finales:

Edito y borro lo que había escrito porque yolo: Ahora este capítulo quedó más largo y mejor. Qué tanto, pues harto. Perfecto no, pero algo mejoró. Estoy más satisfecha con este. Igual añadí una cosa con la cual quería hacer un fic aparte, pero qué más da. Ya pronto se notará de qué hablo. 

[23/01]


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