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Bar 17 por Shiruko

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Notas del capitulo:

Una vez más, lamento las molestias. Nunca más subo un intento de long-fic sin tener todo bien estructurado antes. Lo siento.

II

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Kuramochi había desaparecido en la escasa luz artificial de la noche junto a los gigantes cobardes de naturaleza, como así se supieron en presencia de aquellas diminutas orbes, aún más profundas y misteriosas que el crepúsculo, transmitiendo una infinidad de sentimientos insurgentes que no llegan al puerto destinado; la actitud de los sujetos cambió, estremeciéndose asustados y extrañados cuando a sus oídos llegó el sonido de la particular risa de Kuramochi, junto a esos ojos afilados que parecían brillar con excitación. Excitación por comenzar a trabajar. Terminó en un dos por tres, con artimañas y simples pero duros y pesados puntapiés. Después de todo, eran su especialidad.

El ocuparse de todo tipo de contrariedades eventuales que se producían alrededor del Bar 17 lo entretenía en demasía, necesitando un mínimo esfuerzo para sopesar soluciones definitivas a las mismas cuestiones y encargándose de ellas en el acto (también se dedicaba al área de administración con Miyuki, pero eso era harina de otro costal). Claro, existían diversos asuntos que necesitaban más observación y meditación que otros, por lo que era indispensable ser preciso, determinado, ágil y rápido, pero también era conveniente tener personas de confianza a su disposición. Aquellas eran elegidas por su jefe, Miyuki, que con su increíble manejo de situaciones podía hacer que cualquier persona estuviese bailando a su merced en un instante.

Se arregló un poco el cuello del traje, sacudiéndolo del polvo y gotitas burdeo que le salpicó a este, entrando impasible al bar. Pronto se halló en el extenso salón, donde atendían a los clientes y, como suponía, se encontraba su jefe con el chiquillo gritón al que recogieron. Se quedó a una distancia prudente, escrutando cada movimiento en aquel círculo.

—Kuramochi, tienes un poco sucio ahí llamó una voz detrás suyo; Shirasu, con ese aire serio tan característico, a lo que él se volteó. Le facilitó un pulcro pañuelo que sacó del bolsillo de su traje de barman.

Shirasu Kenjiro, su mayor hombre de confianza, y clasificado como el más sereno también. Rodeaban la misma edad, por lo que tenían una agradable afinidad. Generalmente, Kuramochi buscaría peleas y sería Shirasu quien le detendría. Se podría decir que tenían una buena amistad dentro y fuera del local.

—Ah, gracias —replicó vagamente, limpiándose las manchas rojas que yacían en sus nudillos. Los sentía un poco doloridos, pero se lo esperaba. No era una sensación nueva; siempre había algo que alteraba su plan de día tranquilo, algo inevitable. Además, existían otras cuestiones más importantes que golpear a unos tipos, esas que permanecen en el aire, palpitantes, esperando la hora de atacar.

Lo que realmente lo mantenía preocupado era el chico que se encontraba a metros de sí, y su sonriente jefe. Kuramochi percibía cierto brillo en los ojos del último, ese que tenía cuando encontraba una persona que picaba su interés; bien sabía Kuramochi sobre aquello. No por nada llevaba años siendo el hombre de confianza de Natsu, comprendiendo infinidad de cosas sobre él, pero no sabía si era una buena opción la que, al parecer, estaba tomando. El joven se veía demasiado inocente, impoluto e inexperto, lo que no precedía nada bueno. Y sin embargo Miyuki, quien debería saber mucho mejor que él, no parecía compartir la idea, pues rodeaba condescendiente los hombros del chico con una sonrisa seductora, sugestiva, atrayente. Aquella letal sonrisa, como una flauta que hechiza a sus interlocutores, despertaba un interés extraño en Sawamura Eijun, el cual se sentía atrapado, a causa de ese aspecto tan fresco y lleno de liderazgo que lucía el hombre al que llamaban Natsu.

Al ver que la cara del chico fluctuaba entre terquedad e indecisión, Kuramochi concluyó que su jefe quería poseer lo que el chico le podría ofrecer a toda costa. Así que resolvió no expresar sus dudas en voz alta con él, mas no por eso cesó de sentir cierta desazón en el estómago sobre el asunto.

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—Oye, pobres platos entre risas maliciosas, el rubio más guapo y arrogante que pisaría el bar 17, Narumiya Mei, también conocido como «el príncipe de Kabukichō», se burló del chico nuevo; Sawamura, que estaba lavando la losa en la cocina ante la atenta mirada celeste.

—¡C-cállate! —exclamó Eijun, ganándose una sonrisa ladeada del rubio.

—No sé qué vio Kazuya en ti, novato maleducado con fastidio, acercó su rostro hacia el castaño—Si sigues así, yo mismo me encargaré de que te vayas. —Sawamura pronunció un monosílabo y dio un respingo en su lugar, acrecentado la sonrisa del otro—. Y no será de una forma linda, eso te lo aseguro.

—Narumiya, déjalo ya ordenó Kuramochi, casi interponiéndose entre el nuevo y el rubio.

El príncipe de Kabukichō quitó su vista de Sawamura para mirar a Yone, y frunció los labios.

—Qué aguafiestas se quejó, yéndose del lugar, aunque no sin antes de soltar una carcajada ahogada y posicionar sus brazos detrás de su nuca.

Narumiya salió por la puerta trasera, encontrándose con grandes y malolientes contenedores de basura a su lado, asegurándose de estar solo, sacando su celular cuando así lo verificó. Tenía siete llamadas perdidas de la misma persona. Aquellas eran buenas noticias, o muy malas.

– ¡Mei-san! Al fin puedo hablar contigo al otro lado de la línea, sonaba una voz exaltada.

—¿Salió todo bien? el rubio no puso atención a las palabras del otro. Ir al grano era lo necesario; no actuar de amiguitos tapando la realidad, que para eso no tenía tiempo ni ganas.

S-sí…Ya estoy dentro —el de cejas pronunciadas se decepcionó un poco al no ser realmente escuchado. Y aunque él era sólo un lacayo de los planes de Narumiya, continuaba esperando ser algo más.

—Asegúrate de que no te pillen y haz lo planeado, porque no me haré responsable de tu inerte cuerpo cuando estés muerto —El de cabellera negra tragó saliva y achicó los ojos—. Adiós —no le dio tiempo de despedirse de vuelta, tan frío y calculador como siempre se comportaba con él, y a la vez tan irresistible como sólo Mei-san sabía ser. Sonrió, una mezcla de nerviosismo y placer ante sus pensamientos.

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Natsu, que se había mantenido a su lado la mayoría de su estancia allí, tuvo que irse con el motivo de resolver otros asuntos, dejando así a Sawamura indefenso en su primer día en el bar 17 (no sin antes recitarle las reglas básicas del lugar -limitándose a ello). A primera hora en la mañana, su lista de enemigos ascendió a uno. Y es que Narumiya (o el de cabeza blanca, como el sobrenombre que le puso reza) tomó una aversión en contra suyo apenas Miyuki lo presentó a todo el personal. Aunque su salvador dígase Kuramochi se mantuvo pendiente de él desde que llegó, regañándolo como si fuese su hijo.

—Sawamura lo reprendió el peliverde—Debes comportarte, o no durarás mucho.

—Pero, senpai… ¡Ese cabeza blanca se metió conmigo primero, yo solo me defendí!

—No creo que importe quién empezó, ¿sabes? Kuramochi expresó suspirando, para después dirigirse a los chismosos que habían pasado desapercibidos en el cuarto—. A ver... Furuya, ven.

Sawamura vio acercarse a un tipo imponente, que pasó de estar en una esquina observando la escena al frente de él, sin cambiar su rostro parsimonioso en el trayecto. Quizá «fastidio» definiría mejor su expresión.

—¿Puedes ayudar a este idiota? Veo que todo lo que Miyuki le dijo no sirvió mucho, así que te pido que le acompañes, por al menos unos cuantos días hasta que se adapte ordenó Kuramochi, notando a su vez las características de Sawamura que, en contra de su voluntad, le resultaban entrañables. En respuesta, Furuya asintió, y Sawamura gruñó al trato.

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—Así no, mira… ¿Cómo es que ni siquiera sabes lavar platos? —susurró quejas para sí mismo—. Mejor vamos a limpiar las mesas…Furuya salió de la cocina dándole la espalda al nuevo, que lo siguió refunfuñando.

La cocina daba directamente hacia el gran salón, decorado con paredes de un color rojo con matices oscuros, profundos. Los sofás negros eran el adorno principal, acompañados de pequeñas y elegantes mesas de caoba. El verdadero bar, de hecho, se encontraba desde una esquina a la opuesta al fondo del salón. Shirasu se encargaba de él, quien siempre solía estar detrás del mesón.

—Esto sí podrás hacerlo, solo es quitar el polvo…Kuramochi y Shirasu conversaban trivialidades en el bar, comentando sobre lo que se veía de las interacciones de Furuya y el nuevo.

—Ugh, en verdad no entiendo por qué ese tipo quiere que trabaje aquí…gimió Sawamura, mientras pasaba un paño por una mesa cualquiera, inclinado.

Miyuki-senpai corrigió a Sawamura, quien frunció el ceño por el gesto—. ¿Por qué aceptaste, de todos modos?

—… No tengo a dónde ir. Esta es la mejor y única opción que tenía…Eijun cambió su humor de perros a uno nostálgico. Al principio, el aire de Natsu no le gustó. Demasiado sospechoso. Demasiado amigable para ser un extraño. Mas no sabía en qué sitio pasaría aquella noche, como las incontables noches pasadas. Quizás, pensó, no sería tan mala idea trabajar como host pues eran muy populares y conocidos en el distrito. Pero no sopesó que lo tendrían lavando platos y limpiando mesas, en vez de atender a mujeres, comer y beber sake (aunque no fuese fan de lo último).

—Todos estamos igual al principio…añadió el de cabello azulino algo triste, bajito. Sin alcanzar a ser oído por su nuevo compañero.

—¡No te escucho! Habla más alto, ¿quieres? Sawamura se exasperó, comenzando una discusión con el de ojos azules eléctricos.

—Es que tú hablas muy-  Furuya se interrumpió debido a un estrepitoso y fuerte golpe en la puerta de entrada del recinto. Ambos miraron extrañados hacia ésta, buscando pistas de lo que estaba ocurriendo. Pronto, se oyó la misma pesada puerta cayendo al suelo gracias a la gravedad, dejando en el aire nubarrones de polvo espesos que se expandieron rápidamente.

Kuramochi saltó de su puesto en unos segundos, sintiendo la adrenalina bullir su sangre en unos cuantos segundos.

Aquello obviamente era premeditado, pues bien sabía que el portón, mejor dicho, estaba reforzado con hierro y que no sería fácil hacerlo caer así como así. Podría ser una vuelta de mano llena de venganza o un simple ataque para infundir miedo -si es que nadie aparecía detrás del polvo ya esparcido por el lugar, Kuramochi intentaba mantenerse alerta.

Una figura se formó en el aire, interrumpiendo sus pensamientos. Mientras esta se acercaba, se vislumbraba que era de una persona de estructura pequeña. Kuramochi respiró hondo. Miyuki no estaba, así que él debía tomar responsabilidad de lo que pasara a continuación. Él debería encargarse.

Acercarse hacia la nubla habría sido imprudente, por lo que esperó cauto. «Bien, vamos bien», pensó.

—Oigan~, ¿hay alguien que valga la pena aquí? una voz extremadamente familiar, con ese tono inocente, impasible y melodioso que jamás olvidaría, le hizo estremecer. Sus sentidos parecieron sumirse en una especie de letargo, dejando su cuerpo en un estado problemáticamente paralizado, entumecido. En un estupor que pretendía ser eterno sin su consentimiento.

«Solo con su voz… ¿Es realmente su voz?».

—¿Ryou…-san? preguntó al aire. Aunque las interrogantes de su cabeza siguieran presentes, las de su corazón no. Sabía que era él. Los recuerdos se agolparon en su pecho, remembrando así cada maldita cosa que había llevado a cabo con él, cada maldita sensación, cada maldito día que creyó en que su sentir era mutuo, cada maldito segundo…

Su juicio se derrumbó. Su mente se tornó difusa, sus piernas temblaron, su corazón se hundió en un mar de desesperación y recuerdos lacerantes conforme dicha figura avanzaba en la niebla; entonces lo vio frente a frente, sin más problemas.

Por supuesto que era él.

—Oh, no esperaba verte una sonrisa aterradora se formó en su infantil rostro. Estaba mintiendo, y Kuramochi lo sabía. Siempre lo hacía; él siempre lo notó. Solo se dejó llevar como un niño ingenuo por el demonio enfrente suyo; Kominato Ryousuke, con el que tenía un pasado atizador de dolor en él desde hace cinco años. Cuando conoció a Miyuki, y este le salvó de morir en circunstancias que le gustaría olvidar pero no puede por culpa del ser que lo enfrentaba escondiendo sus verdaderas intenciones detrás de esa sonrisa cautivadora. Aun ahora.

—¿Qué haces aquí? —interrogó, aliviado de no haber tartamudeado al decirlo. El de cabello rosa había caminado un poco en su dirección y estaba a pasos de Kuramochi. Dio un vistazo por el lugar, deteniéndose en un castaño aterrorizado que le causó risa.

Se rió, pues así quiso. Y Kuramochi asoció esa burda risa con él mismo. Pensaba que se estaba mofando de él, como siempre lo hacía. Como siempre lo hizo.


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