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Delirium. por sinnerangel

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Notas del fanfic:

Ciertas escenas narradas en esta novela pueden resultar desagradables a la sensibilidad de algunas personas.

 

***

Como siempre me gusta proponer, invito a mis lectores a que reflexionen y analicen el contenido de este escrito más allá de las palabras objetivas aquí plasmadas.

 

Gracias.

Era extraña la forma en la que mis padres habían actuado conmigo durante toda la semana, y más extraño fue su comportamiento el día en que decidieron llevarme a visitar a mi tía Margaret, la cual residía en Osaka, a unas cuatro horas de Tokio, donde se encontraba nuestro domicilio. Habían pasado, al menos, once años desde la última vez que mis padres me habían llevado a la casa de la antes mencionada. Cuando no era más que un niño de cuatro años,  todos los fines de semana mi familia completa se reunía en la casa de Margaret para pasar tiempo juntos. Los Kurosawa éramos ese platónico tipo de familia feliz y unida que cubre los ideales del noventa por ciento de la población mundial en países del primer mundo, hasta que ocurrió el incidente. Ese incidente el cual algunos miembros de mi perfecta familia denominaron "milagro". A raíz de aquella terrible desgracia las disputas comenzaron a bullir entre mis congéneres, disputas que poco a poco fueron creciendo hasta romper nuestro fantástico vínculo familiar. Desde aquel entonces abandonamos la costumbre de instalarnos dos días a la semana en la casa de mi tía así como el simple hecho de hablarnos los unos con los otros, y esa razón fue la que me hizo plantearme lo extraño de que mis progenitores me llevaran, de repente, a la olvidada morada de tía Margaret.
Teniendo en cuenta que se habían negado a responder todo tipo de preguntas que yo les plantease resultaba difícil de creer que el viaje a Osaka fuera para una feliz reconciliación.
Mi padre conducía con inseguridad, cosa poco habitual en él, dejando hilos de sudor en el volante al paso de sus manos. mientras que mi madre, seria y algo cínica al hablar conmigo, limpiaba sus acuosos ojos con un pañuelo a cada segundo (supongo que pensando que yo no me daba cuenta de ello).
El viaje transcurrió en incómodo y sepulcral silencio. Hacía horas que me había dado cuenta de que la dirección que había tomado mi padre no era la conductora a Osaka y, supongo que, sin subestimar al "milagro" –o "incidente"– ellos lo sabían. En ningún momento dije una sola palabra o realicé una mísera insinuación a cerca de mi consciencia de que nuestro rumbo no estaba dirigido a la casa de mi tía Margaret, ya que no consideraba que hiciera ninguna falta recordarles a mis padres que no era una persona precisamente tonta.

Horas y horas de tedio en el asiento trasero del viejo coche que poseíamos pasaron hasta que mi padre decidió parar en un restaurante de gasolinera para comer algo.
Se trataba de un local rodeado de sucios camiones que apestaba un fuerte olor a café y a rancio. Los clientes del lugar se resumían en ancianos mellados con pequeñas cadenas de oro rodeando sus cuellos, enormes y ruidosos camioneros y familias de viajeros con revoltosos e insoportables niños.
Nos sentamos en la mesa más alejada de la demás clientela y, una vez pedida la comida, mi padre soltó un profundo suspiro. No me incomodaba aquel  trato de desapego que mis padres estaban mostrando hacia mí aquel día, puesto que –a pesar de que mi madre ejercía sobre mí una exagerada sobreprotección– me gustaba mantener la distancia y la seriedad con ellos.
Creo recordar que mi padre me miró a los ojos cuando abrió la boca para decirme algo.

–Sabes que no vamos a casa de tía Margaret, ¿verdad?

Me limité a asentir con la cabeza manteniendo, por mi parte, aquel silencio y frialdad que resultaban un agradable descanso para mí.

–Verás, cariño- Dijo mi madre tomando mi helada mano entre las suyas- hemos estado hablando con Mayumi.– Mayumi era mi psiquiatra.- Y... Y, cielo, cada día el incidente empeora debido a nuestras circunstancias. Necesitas atención especial, atención que papá y yo no podemos darte. Mayumi nos dijo que debías ingresar en un hospital psiquiátrico inminentemente pero nos negamos a eso así que ella buscó otras opciones y nos dio la de la escuela Ho Hisen Ku. Verás, es una escuela interna para chicos y chicas diferentes, como tú, donde podrás desarrollar y llevar por el buen camino al incidente y donde recibirás toda la atención médica que se necesite. Es un sitio muy agradable y bonito y en él se encuentran los jóvenes casos más extraordinarios, será una experiencia muy apasionante ¿no crees?

Me gustaba cuando mi madre olvidaba mis capacidades y me explicaba las cosas de esa manera, como si no me enterara de nada. Me hacía sentir como un chico normal, al margen del contexto.

–En resumen; me habéis ingresado en un hospital psiquiátrico juvenil para casos excéntricos.

–Pero es una casa muy familiar y hay, relativamente, pocos alumnos.–Intentó arreglar mi madre mi precipitada deducción.

–En realidad es un instituto para altas capacidades algo desbordadas.– Añadió mi padre mirándome sin dejar ver atisbo de felicidad en su expresión.

–Es un psiquiátrico.– Afirmé con total seguridad. No me asustó saber que ingresaría en ese "instituto de altas capacidades" esa misma tarde, lo que me preocupó fueron ellos. Aunque yo hacía para que no fuese así, pues conocía el incidente y sus posible futuros efectos, mis padres dedicaban cada segundo de su vida a pensar en mí y tratar mi extraño caso.
Estaba seguro de que en mi ausencia su preocupación se aumentaría en proporción directa a la distancia que nos separase, por muchos médicos que residieran en aquella escuela.

Me preguntaba si me resultaría fácil adaptarme a mis compañeros, supuse que sí por eso de que allí todos seríamos "bichos raros". Dios los crea y ellos se juntan, eso es lo que dicen, no obstante yo no sabía cómo debía actuar delante de chicos
con mi mismo problema o problemas parecidos, al fin y al cabo, nunca había tenido oportunidad de conocer a nadie como yo.

–¿Por cuánto tiempo estaré allí?– Quise saber.

–Pasaras allí toda tu escolarización.– Al decir esto, mis dos padres agacharon la mirada.

Estaban amedrentados, llevaban todo el viaje estándolo, actuaban como dos indefensas gacelas tratando de plantarle cara a un inmenso y enfurecido león. Así es como siempre me lo habían explicado; "naciste con un pequeño leoncito dormido en la cabeza, cuando tuviste ese terrible percance el leoncito despertó. Era un leoncito bueno y tierno, pero con un gran cuerpo y colmillos afilados. Debemos dar de comer al leoncito comida buena y sana, porque, si no, crecerá mucho mucho mucho y se convertirá en un león muy malo." Así es como me lo explicó mi primer psiquiatra, con seis años, cuando mi "leoncito" ya se estaba convirtiendo en "un león muy malo". Era una forma de explicar que mi cerebro estaba comiéndome vivo. De hecho, uno de los ejercicios que más veces repetía en mi infancia era el de imaginar que amansaba a un gran león hasta lograr que este obedeciera mis órdenes. Fallido. Nunca logré domesticar al incidente y, pronto, el ejercicio principal en mis sesiones con el psiquiatra se convirtió en el de relatar mi problema, para tener claro quién era y lo que me sucedía. Bobadas.
Todas las semanas me veía obligado a repetir un guión que ya me sabía de memoria.

***

Permítanme que, a estas alturas, les hable del "incidente", que evoca en toda su plenitud el concepto de "mi vida". Comenzaría con un clásico 'mi nombre es Daisuke Kurosawa' pero me parece una forma algo convencional de empezar a relatar mi historia, así que me saltaré los tres primeros párrafos del libro nunca escrito de mi vida:

Recién cumplidos mis cuatro años de edad, mis padres tuvieron que embarcarse en un importante viaje a Inglaterra, al recibir la noticia de que mi abuela materna había perdido la vida. Insistieron que no era conveniente que yo les acompañase en su travesía a la hermosa Europa, –La cual nunca había visitado a pesar de mis raíces inglesas– por lo que me dejaron a cargo de la persona que yo más amaba y admiraba en el mundo; mi hermana Haruka. Ella tenía dieciséis años y trastornos psicóticos en tratamiento. Haruka estaba prácticamente recuperada de dichos trastornos, de hecho hacía años que, gracias a su medicación, no había presentado ningún síntoma de estos. Mis padres habían decidido que sería bueno para mi hermana sentir que ponían confianza y responsabilidad en ella y pensaron que cuidaría de mí con dedicación y esmero, así fue, Haruka cuidó perfectamente de mí, su hermano pequeño, durante los dos primeros días en que mis padres se ausentaron, y el día en que ocurrió el incidente, ese día también cuidó de mí. Mis padres nos llamaban varias veces al día para comprobar que estábamos bien y que Haruka se había tomado sus pastillas, a lo que ella siempre respondía con un "sí, mamá", por el contrario, a mí me parecía extraño que en su mesilla, el pastillero albergara cada día el mismo número de comprimidos que la jornada anterior.
El tercer día de viaje de mis padres, descubrí a mi hermana llorando en su habitación y me acerqué a ella. La toqué el hombro con una mano y le pregunté; "¿Por qué lloras?". Haruka no contestó, ni se giró para mirarme tan siquiera, sólo seguía llorando, sentada en el suelo de su cuarto rodando con sus delgados brazos las altas piernas que, dobladas, sostenían el peso de su pecho que se alzaba sobre ellas.
Volví a dar unos leves golpes en su hombro, así como a preguntarle; "¿Por qué lloras?", de nuevo sin obtener respuesta de su parte. Y entonces.... Entonces osé tocar su hombro una tercera vez, "¿por qué lloras?" la volví a cuestionar. Haruka giró lentamente la cabeza hacia mí. Bajo sus ojos grandes y oscuros ojos, gotas negras causadas por el maquillaje corrido marcaban las lágrimas que había derramado en sus mejillas, su pelo estaba total y completamente revuelto y enredado y en sus pupilas tan sólo se podía vislumbrar el reflejo de la locura.
Penetró mis ojos con los suyos durante unos tensos instantes y después bramó un ensordecedor, ronco y desgarrado alarido, apresurando a mi nariz y a mi boca un desagradable aliento con fragancia de leche pasada y naranjada en mal estado.
Mis ojos se inundaron de lágrimas y, sin comprender nada, corrí a mi habitación, donde me encerré para llorar con la inocencia y pureza de un niño de, tan sólo, cuatro años.
Tras un rato de soledad en mi cuarto, decidí bajar al salón, una vez calmado, y allí encontré a Haruka. El papel decorativo que cubría las paredes se encontraba destrozado, completamente lleno de arañazos, así como el sofá y demás muebles de la casa. Las cómodas tiradas en el suelo, el relleno de los cojines desperdigado por todas partes, los jarrones de mi madre rotos en mil pedazos, la lámpara principal casi descolgada... Y ella... Ella llevaba en su mano.... Ella levaba en su mano un cuchillo.
Recuerdo que cuando me vio aparecer en el salón corrió hacia mí y... Y después sólo recuerdo abrir los ojos y sentir un terrible dolor en la pierna, y sentir que la cabeza me ardía pero que todo mi cuerpo estaba frío, y verlo todo completamente borroso, y después vomitar sobre mí mismo, vomitar sangre. Sólo tenía cuatro años, cuatro míseros años y fui capaz de sacar fuerzas para levantarme y meter la cabeza en el lavabo del baño para refrescármela con agua. Después bajé por las escaleras, medio moribundo, cayéndome a cada dos pasos que daba y vislumbré que en el salón yacía el cadáver de mi hermana mayor, con el cuchillo clavado en la garganta, sobre un charco de sangre. Mi cuerpo estaba lleno de golpes y heridas por todas partes y a penas podía respirar, de hecho, creo que dejé de respirar por un tiempo indefinido ya que perdí la noción de la vida.
Sobreviví un día y una noche totalmente herido, sin beber, sin comer y con el cadáver de mi hermana a mi lado.
No recuerdo lo que pasó cuando mis padres llegaron, sólo que estuve mucho tiempo en el hospital y que los médicos dedujeron que mi difunta hermana padecía el síndrome de Amok.
Desde ese día miles de traumas y trastornos comenzaron a aparecer en mi mente, despertando a aquel "leoncito". Una extrema e inigualable superdotación –que, obviamente, siempre había poseído– se activó en mi cerebro, una superdotación tan descomunal que empezaba a dar síntomas preocupantes. Comencé a tener contacto con otras dimensiones en el espacio tiempo, a percibir cosas que nadie más podía percibir, a ver cosas que nadie más podía ver, a escuchar cosas que nadie más podía escuchar. Me diagnosticaron el Síndrome del Huésped Fantasma entre otros muchísimos trastornos mentales como la esquizofrenia.
Mi potencial intelectual sobrepasaba los límites de la ciencia y mi enferma mente era el más entrañable e indescifrable laberinto para cualquier eminencia de la psiquiatría.
El "incidente", como mis padres acordaron llamarlo para no tomarlo con demasiada importancia, iba creciendo en mí más a cada segundo que pasaba, creándome fuertes depresiones y síntomas de bipolaridad. Era un niño extraño, un niño con un coeficiente intelectual de ciento noventa y cinco, un niño que hablaba solo, un niño que no se relacionaba, un niño que dibujaba escenas de sadomasoquismo, un niño que gritaba mientras se tiraba desde su cama al suelo de cabeza y, una vez había impactado contra el suelo, reía a carcajadas. Un niño enfermo.
Tras incontables pruebas y experimentos, los médicos hallaron los fármacos adecuados para mi padecer y entré en un fructífero y eficaz tratamiento que me mantuvo en un relativo equilibro mental. Mis padres me inscribieron en otra escuela en la cual comencé a hablar con los niños y a camuflarme entre ellos como uno normal, pero seguía siendo una persona mucho más inteligente de lo común con un cerebro descontrolado y complejo.

A veces hacía cosas raras, a veces me daban ataques y me encerraba en mi habitación, a veces intentaba tirarme por la ventana, a veces entraba en un extraño trance del que después despertaba sin recordar absolutamente nada, a veces lloraba sin razón, a veces reía sin razón, a veces pensaba en cosas horribles, otras en cosas inconexas, a veces podía sentir el incidente en lo más profundo de mis huesos.
A veces compraba naranjada y dejaba que caducase, a veces me repetía a mí mismo "¿por qué lloras?" y luego golpeaba mi cabeza contra la pared hasta dejar mi visión nublada.

***

A lo largo del viaje me dio tiempo a hacerme una idea de cómo sería el lugar en el que viviría los próximos años según las pobres descripciones que mis padres me habían proporcionado. A decir verdad no pensaba que una residencia para chicos con trastornos mentales mereciera el nombre de una divinidad.
Supongo que esa era una estrategia para que la gente no se diera cuenta de que era un manicomio.

En mi opinión todos los seres humanos estamos "locos", si es "loco" la palabra adecuada. Pero consideramos "locura" sólo a los casos que no tienen que ver con nuestro día a día, con lo que todos hacen. Se engañan a sí mismos, se ponen un antifaz para no ver nada, y, tan estúpidos, terminan creyéndose su propia mentira.
Se pasan el día mirándose en los espejos que, por todas partes, nos rodean, sin embargo, siguen sin ver quiénes son realmente. Me gustaría romper esos espejos. Esos espejos que tan sólo reflejan el sueño, el disfraz de aquel que se mira en él. Cuánto necesita está enferma sociedad un espejo que les haga ver que están todos "locos".


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