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Cero centímetros por Sweet Honne

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Corrí hasta el baño del instituto y me encerré allí después de una horrible clase de inglés, en la que, todos mis compañeros hicieron un complot contra mí humillándome. Tras cerrar la puerta me senté en la taza del váter, encogido y abrazándome a mí mismo comenzando a llorar. Nunca me gustó que me tocasen cuando estoy mal, porque nadie lo hace como realmente lo necesito. Nadie. Que me toquen el hombro o me abracen flojito diciendo continuamente: "deja de llorar" lo odio. Odio cuando no lo hacen como me hace falta. 

Me tapé la boca como siempre, para que nadie me escuchase de llorar y mucho menos hiperventilar. Temblaba ahí sentada mientras las lágrimas salían a borbotones rodando por mi mejilla. Ardientes y húmedas. Me estaban dejando hecho un desastre. Todas las chicos que habían estado allí se fueron, dejándome a mí y al silencio en soledad. Me dejé caer hasta el suelo lentamente, esta vez abrazando mis piernas y ocultando la cara en ellas, ejerciendo presión en mi boca para no hacer ruido como siempre. Por un momento recordé todas esas veces que me gritaron "¡Deja de llorar! ¡Me enfadaré como no pares!" y tenía que llorar apartado en silencio para no recibir otro chillido que me hiciese sentir peor.

Escuché como la puerta se abría. Me quedé más encogido, tapándome  con fuerza la boca con las manos. Me estaba afixiando. Aguanté sabiendo que me viesen de llorar era peor. 

-¿Adel?-Preguntaron. Era Eliam, mi mejor amiga en el colegio. No era mala. Para nada. Pero su carácter a veces me desagradaba, aunque en muy pocas ocasiones. Me quedé callado. Por un momento me destapé la boca para respirar. No podía soportarlo más. Sin querer solté un quejido.-¿Adel...?-Volvió a preguntar menos firme. Me llevé las manos al pecho. Era mi fin. Me iba a ver de llorar. Qué patético por mi parte. Me levanté del suelo. Ella abrió la puerta mirándome. Vi su cabello largo y rubio ondulado, sus ojos oscuros y verdosos mirándome preocupada. Tenía el pelo suelto, aunque siempre lo llevaba recogido en una coleta. Yo solo desvié la vista tratando de limpiarme la cara con la manga de la ropa. Salí de ahí, estando cara a cara con ella.-¿Qué pasa?-No le respondí. Agarré nervioso el borde de mi camiseta.-¿Es por lo que te han dicho? Son unos cabrones.-Los ojos se me volvieron a inundar de lágrimas. Me coloqué de espaldas a ella.-Adel.-Me llamó. No quería que me viese en ese estado tan lamentable.  Sin querer solté un quejido. Me agarré más fuerte la ropa.-Adel.-Volvió a nombrarme. Soltando mi ropa, me giré a verla de reojo.

Me abrazó muy fuertemente contra ella.

-Llora.-No supe como responder a eso. Siempre me habían dicho lo contrario.
-¿Qué?
-Llora fuerte. Desahógate.-Me estaba envolviendo en sus brazos muy cálidamente. Mis brazos temblaban sin saber si corresponderle aquel repentino abrazo.-Yo estaré para ti siempre. Llora. Hazlo. Sácalo todo.-Me abrazó con más fuerza. Oculté inconscientemente la cara entre su hombro y su cuello. Su largo cabello me molestaba, se me pegaba a la mejilla al tenerla tan mojada de lágrimas. Empecé a llorar en silencio, hasta que lo hice cada vez con más fuerza. Ella era la primera persona que dejó que me desahogase en ella, o mejor dicho, quién me pidió que llorase. Le rodeé la cintura con los brazos aferrándome a ella. Hacía  frío, pero ella me reconfortaba con su calor.

Tras un largo rato, mi llanto fue cesando hasta detenerse. Nos quedamos unos segundos en aquella postura.

-¿Estás mejor?-Se apartó un poco para verme la cara. Yo solo la continuaba abrazando, muy relajado. Asentí con la cabeza momentos después. No la estaba mirando, estaba apoyado en su hombro. A pesar de eso noté su sonrisa.-Límpiate la cara y volvamos a clase.
-Estoy horrendo.-La solté limpiándome de nuevo la cara mientras me miraba al espejo, pero esta vez con un clínex que ella me dio. Mi pelo castaño oscuro estaba todo alborotado y mis ojos grises irritados. 
-Qué va, tú siempre estás guapo.-En ese momento me creí lo que dijo, y sonreí un poco.-Solo un poco despeinado.

 

Abrí los ojos lentamente. Hacía calor. Mucha. Se notaba que nos aproximábamos a verano. Quedaban pocos meses para las vacaciones. Me senté en el borde de la cama con la mano en la cabeza, trataba de recordar que había soñado. Solo recordaba algunas partes de él. Entonces me percaté de que soñé con lo que ocurrió cuando tenía unos nueve años. Dejé caer el brazo hasta que tocase la cama. Eliam. Todavía no me olvidé de ella a pesar de que su rostro era muy borroso en mis recuerdos, la chica que siempre me había protegido de los que se metían conmigo cuando era pequeño. Habíamos perdido el contacto poco a poco, hasta que dejamos de saber del otro. He de admitir que aún me gusta. Me enamoré de ella cuando me abrazó en ese momento. Ambos nos queríamos e incluso queríamos hacer una locura cuando niños.

 

" -¿Quieres casarte conmigo?-Me preguntó repentinamente. Estábamos jugando a la consola, enfrentándonos a muerte hasta que me preguntó repentinamente eso. Ladeé la cabeza confundido.

-¿No debería decir yo eso? Soy el chico.-Ella me miró molesta.

-No me quieres.-Me ruboricé un poco y miré a otro lado.

-Claro que sí.-Dejé la consola en la mesa.- Casémonos.-Me encogí de hombros sin saber qué otra opción había. Ella se quitó uno de los dos pendientes que llevaba y me lo puso a mi en la oreja.-¿Qué haces?

-Piensa que es tu anillo de boda. Te conseguiré otro mejor."

 

Me levanté de la cama despeinándome un poco y después zarandeé la cabeza para pensar en otra cosa, aunque no pude evitar acariciar el pendiente que tenía en la oreja. No me lo había quitado desde que me lo dio. Me había despertado antes de que el despertador lo hiciese por mí. Me puse el uniforme y desayuné unas tostadas con café. Me marché al instituto. Al llegar a clase fui el primero en entrar.

 

En resumen, todo el día en el instituto fue muy aburrido.

 

Al parecer, el calor había dado una falsa señal de que estaría soleado, porque, comenzó a llover fuertemente. No llevaba paraguas, por lo que decidí esperar en la entrada del instituto.Todos se había ido de allí, algunos en pareja, otros solos y pocos sin paraguas. Cuando pensé que estaba completamente solo, un chico pasó por mi lado. Me puse el pelo detrás de la oreja mostrando sin darme cuenta mi pendiente. El chico se quedó estático, petrificado. Él volteó y se me quedó mirando. Hice como el que no se daba cuenta de nada. Se acercó a mí y pude reconocerlo. Por su forma de vestir supe que él formaba parte de una banda peligrosa del instituto. Llevaba una chaqueta de cuero con un dibujo de un crucifijo rojo en la espalda.  Estuve algo tenso.

 

-Bonito pendiente.-Se acercó a mí peligrosamente. No dejé de mirar a suelo. Sentí su sonrisa.-¿De dónde lo has sacado?

-Un regalo.-Fue lo único  que respondí. Me puso una mano en el hombro.

-Adel.-Me sorprendió y quizás asustó el hecho de que supiese mi nombre. O puede que me horrorizase. Uno de lo peores matones del instituto sabía mi nombre, eso no era buena señal.-Adel.-Repitió. Le miré a los ojos notando lo cerca que estaba. Una distancia  de unos diez centímetros.

-M...me tengo que ir, perdone...-Intenté apartarme de él e irme, pero no me lo permitió ya que se colocó delante. Él me sonreía  divertido.

-¿No me digas que no sabes quién soy? De saber que estabas en este instituto habría venido más a menudo...-Vi sus ojos verdosos mirándome como si disfrutara de lo indefenso que me sentía. Me percaté de  que tenía el pelo húmedo y algo pegado a la cara por ello, era rubio. Entonces vi en su oreja el mismo pendiente que el mío.

-¿Eres el hermano de Eliam?-No era capaz de encontrar otra explicación en ese momento. Se empezó a reír durante un rato, al parar volvió a hablar.

-Soy Eliam.-Mi cara se descompuso como si hubiese probado algo muy amargo.-¿Qué pasa?

-No, tú eres chico, Eliam es chica.-No era capaz de creérmelo. Se aparto llevándose la mano a la nuca.

-¿Creíste que era chica solo por tener el pelo largo? Qué idiota.-Me revolvió el pelo, yo me alejé.-¿Todavía odias que te toquen el pelo? -No respondí a eso. Estaba muy decepcionado de que él fuese chico. Todos estos años amé a un chico. Me ofreció un paraguas rojo.-Puedes usarlo.

-¿Tú no tienes uno? -Dije extrañado por tanta  amabilidad de alguien perteneciente de un grupo callejero. Él me sonrió bastante cálido, tanto que me hizo sentir hasta mal por la frialdad con la que yo le trataba.

-No me hace falta.

 

No sé como acabé compartiendo paraguas con él. Fuimos caminando hasta mi casa que era la más cercana. Justo antes de entrar, me agarró la mano. Yo vivía en un piso, sin mi familia. Estábamos en el portal. Por alguna razón no me dejaba ir.

 

-¿Qué pasa?-Nuestras miradas se cruzaron, la mía casi dolorosamente por la horrible noticia de que Eliam era un hombre. Me había hundido. Yo deseaba buscar a Eliam (chica) después de estudiar y conseguir trabajo, salir con ella y casarnos. Pero ya no era posible. 

 

Antes de que me diese cuenta, la distancia su boca y la mía se hizo cero.


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