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Enemigas. por Pik

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Notas del capitulo:

En el primer capítulo se me olvidó comentar que este fanfic fue creado como si Leona y Diana fueran enemigas desde un principio, se que en la historia real son hermanas, pero he descartado esa idea. Espero que no os maree mucho >.<

La batalla acabó y Leona volvió a casa agotada después de la derrota contra el equipo enemigo. No había sido capaz de hacer bien su trabajo de apoyo y su compañero Graves había muerto varias veces por culpa de sus fallos. No conseguía centrarse en nada, desde la batalla junto a Diana estaba muy distraída, y de aquella batalla hacia dos semanas.

Sin pensarlo, salió de la casa, dirección a la roca donde había encontrado a la peliblanca la noche de la batalla. Al llegar, no había nadie, pero una suave brisa corría allí, así que se sentó en la piedra.

-¿Qué haces aquí Leona? -escuchó una voz por detrás de ella.

Se giró para ver a su fiel amigo Pantheon de pie detrás suya.

-Quería dar un paseo y vine hasta aquí.

-Ah, bueno, ¿vienes al pueblo?

-No, me quedaré un rato más.

-De acuerdo...

Se despidió de su amigo y se volvió a sentar al borde de la roca. Levantó la cabeza para observar la inmensa luna que la iluminaba.

-No sabía que a los caballeros Rakkor os gustaba mirar a la luna.

Leona sonrió al reconocer la voz y se giró para observar como Diana se sentaba a su lado.

-No me gusta, simplemente esta noche está...

-¿Preciosa? -continuó la peliblanca.

-Enorme.

Diana sonrió y echó el cuerpo hacia atrás, apoyándose con las manos para no caer de espaldas, sin darse cuenta que la castaña estaba igual, colocó su mano encima de la suya. Un escalofrío recorrió el cuerpo de ambas chicas ante el contacto y la peliblanca apartó rápidamente la mano, evitando sus ojos. El silencio se hizo eterno mientras Leona miraba su mano, sintiendo aún el frío contacto de la peliblanca, la cual se cogía de la mano mirando sus piernas que colgaban por el precipicio.

Pasaron unos minutos en silencio, simplemente observando el horizonte, ambas levemente sonrojadas.

-Y-yo me voy... -tartamudeó Leona levantándose.

-Adiós.

Diana no le miró hasta que pasó un tiempo, cuando se giró ya no la vio, simplemente observó el bosque oscuro por el que había desaparecido y suspiró. Paseó la mirada por la roca donde se había sentado, entonces vio en ella un colgante dorado en forma de sol, debía habérsele caído a Leona. Alargó la mano para recogerlo, pero cuando lo rozó con la punta de los dedos le quemó, haciendo que retrocediera. Era un amuleto del sol y ella adoraba a la luna, eran contrarios y eso hacía que el amuleto le rechazara. Con una piedra, escondió el amuleto debajo de unas hojas, con la esperanza de que a la noche siguiente Leona apareciera y pudiera devolvérselo.

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Diana acudía cada noche al barranco y se aseguraba de que el amuleto seguía allí, después pasaba la noche mirando la luna, esperando a que la guerrera apareciera. Pasó una semana y seguía sin aparecer, en cambio, la peliblanca seguía acudiendo cada noche con la esperanza aún en su corazón.

 

Los días de Leona eran cada vez más ajetreados, había coincidido toda la semana de batallas en la liga de leyendas. Seguía sin poder concentrarse y antes de cada batalla rezaba al sol para encontrarse con la peliblanca en su equipo, pero en ninguna fue así.

Cuando llegaba a casa estaba agotada, aún así se pasaba horas mirando la luna y maldiciéndose a si misma por no ser capaz de volver a la roca donde se encontró con Diana las otras dos veces. La séptima tarde desde la última vez que se vieron, alguien tocó a su puerta.

-¿Quién es? -preguntó la castaña acercándose a la puerta.

-¿Leona?

El corazón se le paró al escuchar su voz y con manos temblorosas abrió la puerta para recibir a una encapuchada. Llevaba una túnica negra que ocultaba su armadura y su rostro.

-¿Qué haces aquí Diana?

La peliblanca se quitó la capucha, levantó la mano que tenía cerrada en un puño y al abrirla dejó ver el colgante de la castaña. Esta se llevó la mano al pecho para descubrir que realmente era el suyo.

-¿Donde estaba?

-Te lo dejaste en la roca donde nos vimos.

-Gracias...

Cogió el colgante para dejar ver la gran quemadura que había dejado en la mano de la peliblanca.

-Tu mano... No debiste cogerlo, es un amuleto del sol...

-Y yo adoro a la luna. -acabó- Lo se, te esperé cada noche para devolvértelo pero no aparecías.

-Yo... estuve ocupada.

-No importa.

Se puso la capucha dispuesta a irse, pero cuando fue a abrir la puerta la voz de Leona la detuvo.

-Espera. Déjame que cure la quemadura, además, aún es de día, si alguien del pueblo te ve aquí podrías meterte en problemas.

-Pero si me descubren en tu casa será peor para ti.

-Aquí hay menos riesgo.

Diana dudó unos segundo pero decidió quedarse, se quitó la túnica, la colgó en una percha y siguió a la castaña hasta el comedor de la amplia casa. Leona buscó una pomada que más tarde untó en la palma de la mano de la peliblanca, volviendo a sentir su frío contacto. Cuando levantó la cabeza después de vendar su mano con una fina venda, se encontró con los blancos ojos de Diana, que esta vez tenían un brillo distinto al que había visto en la última batalla que había luchado con ella. Cuando se dio cuenta, la peliblanca le había cogido de la mano y la sostenía sobre su pierna. Entonces la castaña entrelazó sus dedos con los suyos, mirando el punto en que sus manos se unían y al volver a levantar la vista, la peliblanca se acercó rápidamente para robarle un beso en los labios. No fue a más, simplemente juntó sus labios a los suyos durante unos segundos. Cuando se alejaron poco a poco, la castaña estaba tan sonrojada que causó una preciosa sonrisa en la peliblanca.

-¿A ti también te ha dolido? -susurró Leona sin mirarle a los ojos.

-Me ha quedado.

-A mi me ha congelado.

Ambas se volvieron a mirar a los ojos y Diana volvió a besarle, cogiéndole de la nuca para profundizar el beso. Los labios le ardían por el contacto con los de la guerrera, aún así no se alejó, eran dulces y suaves. Leona en cambio sentía como se le congelaban los labios por el contacto con los de la peliblanca pero no podía alejarse, no quería. Cuando Diana se alejó, la castaña se quedó con los labios entreabiertos, esperando más.

-Lo siento, debería irme... -susurró la peliblanca levantándose.

Leona le cogió de la muñeca, se levantó y, haciendo que se girara le volvió a besar, esta vez sus lenguas se juntaron en una mezcla de calor y frio, de deseo y odio.

-Quédate -murmuró volviendo a evitar sus ojos.

-Leona, esto está mal, no deberíamos...

La castaña la calló con un beso.

-Me da igual si está mal -le miró con ojos brillantes.

Diana sintió como el corazón que creía de hielo se descongeló ante el calor que desprendía el corazón de aquella guerrera. Se acercó a ella y pasó su brazo por su cintura, para acercarla a su cuerpo y besarle apasionadamente, como deseaba haber hecho desde la última batalla. Mientras Leona rodeaba su cuello con los brazos, se tambalearon por la casa, sus pasos eran dirigidos por la castaña que la conducía directamente a su habitación. Se tumbaron en la cama aún besándose y Diana, que estaba encima del cuerpo de la castaña, se alejó poco a poco para mirarle a los ojos.

-Los dioses nos castigarán por esto -le sonrió.

-¿Realmente importa ahora?

-No.

Se acercó para volver a degustar sus labios, esos que le quemaban y le daban a la vez, el placer que buscaba.

-¿Me deseas? -preguntó Diana pasando sus labios por el cuello de la castaña.

-Si -se mordió el labio inferior cuando la peliblanca lamió suavemente su cuello tras la respuesta- ¿Y-y tu?

-Demasiado, -besó su cuello varias veces- y te quiero Leona.

La castaña sintió que el corazón se le paraba unos segundos, para luego latir tan fuerte que la peliblanca lo sintió y sonrió. Volvió a besar sus labios, esta vez muy lentamente, tentando a la castaña a acelerar el ritmo. Diana pasó las manos por su espalda y Leona levantó la cadera para ayudarle a que le quitara la camiseta que llevaba, luego le quitó los pantalones, tirándolos al suelo junto a la camiseta. La peliblanca se sentó a ahorcajadas sobre las caderas de la castaña y pasó las manos por su ardiente cuerpo, mientras la guerrera le miraba completamente sonrojada y con la respiración agitada.

-Eres preciosa... -susurró acercándose de nuevo para besarla.

Leona sonrió avergonzada en medio del beso y Diana aprovechó para morder su labio y tirar suavemente de él, causando un suave gemido en la castaña. La guerrera pasó sus manos temblorosas por la armadura de la peliblanca hasta llegar a la espalda, donde abrió el cierre y consiguió quitársela, dejándola caer al suelo junto con parte de la armadura que recubría sus piernas que cayó después. Cuando acabó de desnudarla, ambas estaban de rodillas en la cama, mirándose a los ojos, completamente sonrojadas. Diana le quitó el sujetador con cuidado y Leona la imitó pero más lentamente. Se abrazaron mientras se besaban, juntando sus pechos e ignorando el dolor que allí se concentraba debido al roce entre dos contrarias.

La peliblanca tumbó a la castaña en la cama, y bajó poco a poco por su cuerpo, besando su piel hasta llegar a su sexo. Le quitó las bragas con cuidado, mientras la castaña le miraba sonrojada y con una tímida sonrisa. La guerrera arqueó la espalda y echó la cabeza hacia atrás cuando Diana comenzó a pasar su lengua por todos los húmedos rincones de su intimidad.

Los gemidos de la castaña se intensificaron cuando dos dedos entraron en su interior, acompañando el ritmo que imponía ella con sus caderas. Cuando el orgasmo la barrió por completo, tensó todo el cuerpo, apretando las piernas con su amante aún dentro de ella. La peliblanca subió de nuevo hasta sus labios, sacando los dedos de su interior para posar la mano sobre su pecho y continuar amando a la guerrera.

Notas finales:

Muchas gracias por leer, mañana subiré el final ^^


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