Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El Angel del Atico [KrisxLuhan E X O] por Cho SungHee

[Reviews - 5]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Este es el último capítulo u//u agradesco mucho a mis lectores fantasmas por sus 322 leídos <3 y sus 2 reviews...quizá no fuerón muchos pero para mi significan demasiado Espero verlos en otros de mis fics <3 

 

 

Mi felicidad no tenía comparación alguna. Luhan estaba lo más
confortable que podía, nadie le hacía daño, y yo lo tenía para mí.


Hacía el amor con él todas las noches, lo visitaba durante el día para
contarle sobre la escuela y cosas de afuera, prometiéndole que lo
sacaría pronto, e inmediatamente volvíamos a hacer el amor. Yo era
feliz. El mundo era hermoso, la gente era bella, las flores más
coloridas, la música más delicada. Pero pronto la sombra se extendió
por sobre mi dicha, y esa sombra era mi propia madre que comenzaba
a ver con malos ojos que yo desapareciera tan seguido, sospechando
de mí por vez primera. No recuerdo mucho de esos malos momentos
pues, desde que estuve con Luhan, solamente recuerdo los buenos
tiempos a su lado, lo único que recuerdo era la amenaza que ella
representaba para mí. Tenía que hacerla desaparecer antes de que se
enterara y me quitara la herencia, o peor, antes de que se enterara e
hiriera a Luhan.


Le dije a Luhan que mi madre estaba enferma, por lo que no iría a
verlo durante el día, sino por las noches. Y a mi madre comencé a
llevarle el desayuno a la cama. A la semana, ella deliraba y se
desmayaba, creía que estaba encerrada en los cuartos que estaban
abiertos, que las cosas se incendiaban o alguien la acechaba. Murió
unos meses después, cayéndose de la escalera. No pedí una autopsia,
pues se había roto el cuello, y mandé a quemar su cuerpo para ocultar
todo vestigio del jugo de amapolas que había echado en los
desayunos para embotarle la mente y poder hacerle creer al mundo
entero que mi madre había enloquecido mientras yo la encerraba en
cuartos o preparaba incendios controlados. Si creen que la gente
sospechó de mí, se equivocan. Me mostré consternado durante toda la
etapa de locura de mi madre, advertí a todos los sirvientes que
pusieran guardas de seguridad en los lugares peligrosos, la cuidé
durante su etapa de postrado y me mostré sumamente deprimido
durante su funeral.


Empujarla por las escaleras había sido fácil. Allí comenzó mi
verdadera época de felicidad; cuando pude quedarme con el dinero de
toda mi familia le pague indemnizaciones enormes a los sirvientes y
los despedí, puse la casa en venta, en alquiler todos los terrenos en
aquel pueblo e hice la maleta. Corrijo, las maletas, porque Luhan fue
conmigo de viaje, escondido hasta la frontera del pueblo en el cofre
que mi carro cargó. Al salir, no lo pudo creer. Desde hacía años que
no veía el cielo, ya había olvidado cómo era pisar el césped y el
perfume de las flores.


—Ven conmigo, mi lulu —le dije aquella vez, besándolo
mientras conducía—. Nos vamos a una gran aventura.


Y de verdad fue una gran aventura. Viajamos por el mundo de
pueblo en pueblo, de país en país, gozando de la fortuna que mi
familia me había dejado y yo aumentaba cuanto podía con mis
transacciones. Arrendaba tierras, alquilaba casas pertenecientes a mis
antepasados, construía otras y las vendía, o invertía en negocios con
futuro. No me permitía el equivocarme, pues ahora tenía a quien
cuidar y proteger, ya que Luhan dependía por entero de mí. Yo le
compraba ropas, muñecos, libros, le di un perro labrador para que
jugara mientras le enseñaba a montar a caballo por los acantilados de
Escocia. Le di velos cuando estuvimos en Marruecos, le compré
huevos Fabergé en Rusia, castañuelas en España, y “Leah” sonreía,
contento con las cosas con que le obsequiaba, ondeando su cabello y
sus vestidos al viento mientras me tomaba de la mano pidiéndome
que le explicara qué eran esas cositas cuadradas de color blanco.


—Cubos de azúcar, mi amor —le respondía, y le daba uno a la
boca para que lo probara.


Hacíamos el amor todas las noches, varias veces y de formas
diferentes, yo ponía toda mi entrega en ello, excitándome, amándolo
cada vez más cuando él me tomaba entre sus brazos y me pedía que
lo hiciera de vuelta; cuando, al terminar, acariciaba mis cabellos
susurrándome que me amaba. Viajábamos constantemente,
permaneciendo apenas el tiempo suficiente para que yo pudiera
estudiar medicina de forma autodidacta. Vivíamos en alguna posada,
ya que a Luhan le gustaban las casas sencillas, o alquilábamos alguna
el tiempo de nuestra estadía, y yo contrataba un tutor para que mi
amado aprendiera a hablar como correspondía, corrigiera su letra
desprolija, a hacer sumas, algo de historia y, claro está, música.


Muchos de los tutores se quejaban de la lentitud de Luhan para
aprender, acusándolo de ser tonto o idiota, pero yo los despedía
enseguida y contrataba a alguien más pues sabía bien que mi amor no
era tonto, sino algo lento por todo el tiempo que estuvo encerrado.


La profesora Mimmet logró, con su método particular y novedoso,
que Luhan llegara a un nivel aceptable de comprensión y
entendimiento, que fue avanzando a paso lento pero seguro. Cuando
pudo hablar como alguien normal, comenzó a sentir más curiosidad
por aprender cosas nuevas y estudiaba el doble, pasando horas
conmigo sentado frente a la chimenea parloteando sin cesar sobre lo
que había aprendido. …el nunca me pedía nada, era yo quien se lo
compraba todo. Después de todo, Luhan me regalaba su amor y su
compañía día y noche, aprendía a tocar en el piano los temas que a mí
me gustaban. Los años pasaban, yo sabía que la burbuja de dicha
desaparecería algún día, cuando Luhan comprendiera que lo había
manipulado para que me quisiera, para que dependiera sólo de mí, y
por dentro rogaba que nunca lo hiciera o se diera cuenta de que todo
lo que hice, había sido por mi amor a él.


Quería protegerlo. Protegerlo de la maldad de este mundo oscuro e
inmundo en el que fuimos obligados a nacer para corrompernos más,
un lugar donde criaturas puras como él, que gustaba de comer dulces,
cocinar, hacer coronas con margaritas para regalárselas a los
transeúntes y tocar la misma sonata que su cajita de música en piano,
no podía vivir.


Un día, durante sus caminatas diurnas que yo jamás le permitía
hacer solo, un hombre se le acercó. Los vi hablar a los lejos, escuché
la risa melodiosa de mi querido Luhan, quien tenía una corona en la
cabeza y usaba el vestido azul que yo le había regalado para su
cumpleaños. Sabía también que varios tipos del pueblo en el que
ahora vivíamos durante los exámenes de medicina, un tal Jongin, siempre estaba siguiéndolo y tratando de hablar con él. No
me gustaba nada, nadie tenía derecho de mirarlo con mis mismos
ojos, ni desearlo como yo lo hacía. A veces olvidaba que Luhan se
vestía como mujer, y no era una. Si yo le hubiera pedido que usara
ropa de hombre él hubiera aceptado y los pretendientes hubiesen
desaparecido.


Los días siguientes Luhan siguió yendo al mismo lugar para
encontrarse con esa persona, o eso creía yo, muerto de celos, hasta
que un día decidí seguirlo. Lo vi sentado en un banco junto a una
persona que le daba un paquete y le dio un pico en los labios.
—¡ Luhan! —grité en aquella ocasión. Esa persona, a quien yo no
pude ver, salió huyendo mientras que Luhan corría hacia mí con esa
sonrisa, como si nada hubiera pasado. Allí estaba él, con la corona de
flores, con su sonrisa, ondeando su vestido azul al viento,
escondiendo aquel paquete misterioso de mis ojos. Cuando quiso
darme un beso en la mejilla, mi mano reaccionó sola y lo abofeteé.
Lo llevé a casa a rastras gritándole cosas tan horribles e hirientes
que no me van a alcanzar siete vidas para compensar el daño o
arrepentirme, lo acusé de engañarme, le grité que si ya no me amaba
bien podía irse de la casa con cualquier otro hombre.

Estaba ido de furia y desengaño amoroso, rugiendo por los celos al imaginar que él  quería a alguien más. Luhan se echó a llorar en la cama donde lo arrojé, conteniéndome para no descargar mi ira en su cuerpo pues eso me convertiría en mi madre, y él me repetía una y otra vez que no me estaba engañando.


— ¡Te amo! —me gritó, mirándome desde la cama con los ojos
arrasados en lágrimas—. No sabes siquiera lo que ha pasado, no sabes
ni quién es esa persona. ¿Cómo puedes dudar de mí? ¿Por qué no me
crees?


—Ya no sé qué creer, Luhan. ¡No lo sé! ¿Qué quieres que piense
cuando tú andas correteando de un lado al otro con esos vestidos,
exhibiéndote delante de cualquiera que se te cruza? ¿Qué es lo que
quieres, saber si existe alguien que te quiera más que yo, saber si se
siente mejor acostarte con otro?

— ¡No! Por favor, Kris… Por favor, yo te amo. ¿Qué tengo
que hacer para que recuerdes cuánto te amo? Jamás dejaría que otro
me tocase, eres el único.


Pero yo no podía creerle. Me negué a creerle, pues era el camino
más fácil para sentirme menos culpable y no aceptar que me había
equivocado. Era mucho más sencillo que creerle y vivir con la eterna
sospecha de cuándo me dejaría.


Lean entre líneas. Lo traicioné al no creerle, lo traicioné al
golpearlo y mirarlo con el mismo odio que mi madre había sentido
por él años atrás, lo traicioné cuando, por un instante en el que yo creí
ver la confirmación de mis más profundos temores, lo hice sufrir y le
di la espalda, como prometí que nunca lo haría. Yo lo oía llorar todas
las noches desde mi despacho, donde leía, y trataba de ignorarlo. …el
dejó de comer, yo no hice nada. Se me partía el corazón en dos, la
voz en mi interior clamaba por pedirle perdón y rogarle que volviera a
amarme, pero no lo hice.


Una noche, alguien llamó a mi puerta. Era el chico pequeño (Kyungsoo) que atendía la panadería donde a veces Luhan pasaba las horas comiendo dulces u observando cómo cocinaban, llenándose del olor a chocolate y golosinas. El chico, a quien yo no había reconocido al principio, me dijo que estaba preocupado por  Luhan. Qué cara habría puesto yo al enterarme de que era él la persona con la que Luhan se encontraba en el parque y, antes de que yo lo matara a golpes, agregó que era porque quería aprender a hacer un pastel para mi cumpleaños y le pidió de comprarme un regalo.


—Usted nunca la deja ir sola al pueblo, así que... —Al igual que el
resto, creían que Luhan era mujer—. Me asusté cuando lo vi tan
enfadado, por eso salí corriendo al verlo. Por favor, no la castigue,
ella quería que fuera una sorpresa.


¡Pero claro! ¡Mi cumpleaños iba a ser la semana siguiente y yo lo
había olvidado! Corrí a mi despacho, buscando entre papeles y libros
el paquete que yo le había quitado a mi hermanastro hasta que lo
encontré y lo abrí. Adentro había un estetoscopio con una tarjeta que
rezaba:


¡Feliz cumpleaños! No te esperabas esto, ¿verdad? Estoy seguro
de que serás un gran, gran médico. Y yo voy a estar ahí para verlo.
Te ama con todo su corazón.


Luhan.

— ¡Luhan! —grité, corriendo escaleras arriba para ir a verlo y
rogar por su perdón, llorando lágrimas de sangre por no haberle
creído. Mas mi Luhan no estaba en su habitación, ni en el jardín, ni en
el salón de música.


No estaba en la casa, había huido. Huyó de mi frialdad y mi
desconfianza, huyó de mis reproches y mis palabras crueles que le
hacían llorar. Había huido de mí.


Fueron los dos días más largos, oscuros y horribles de mi
miserable existencia. Envié a todos los sirvientes a buscarlo, a la
policía, incluso yo mismo fui en su búsqueda por todos los rincones
de la aldea sin encontrar nada. Estaba devastado, ¿a dónde había ido
mi Luhan? ¿Estaría bien? ¿Tenía hambre? ¿Pasaba frío? ¿Alguien
había intentado dañarlo? La angustia que me embargaba, el dolor en
mi pecho me decía que no podía estar bien, que algo malo le había
pasado y yo tenía que encontrarlo.


Pero él volvió solo durante la noche de tormenta del segundo día.
Yo estaba frente a la chimenea, bebiendo whisky tras whisky para
ahogar mis penas mientras le rogaba al cielo que estuviera bien,
suplicándoles a los ángeles por una oportunidad de verlo y pedirle
perdón, cuando escuché un ruido sordo en medio de la tormenta,
como si alguien golpeara la puerta.


— ¿Luhan? —me dije, esperanzado. Corrí hacía la entrada,
abriendo la puerta de golpe y, sí, me encontré con Luhan, pero no de
la forma que esperaba—. ¡Díos mío!


Mi precioso ángel estaba lastimado, herido. Su cuerpo entero
cubierto de magullones y horribles marcas, la ropa desgarrada y
cubierta de sangre, su cabello, antes hermoso, estaba mezclado con
barro y parecía que lo habían cortado con tijeras oxidadas. Le habían
hecho tanto daño que grité a lo alto, maldiciéndome a mí mismo por
permitir que esto hubiera pasado, por haber dudado de él y obligarlo a
huir, pidiendo que un rayo cayera sobre el inhumano ser que había
lastimado así a mi flor. Mi preciosa flor.


Sucedió lo inevitable, por más que intenté curarlo como aquella
vez cuando le azotaron. No sólo su cuerpo estaba herido, su mente,
pobre que había quedado varado en el tiempo después del incidente y su corazón, al cual yo había maltratado tanto, estaban igual de rotos. Traté de sanarlo, intenté con todas mis fuerzas que él dejara de mirar al techo con esa expresión de muñeca de porcelana en su rostro otra vez, le di el osito de su madre y le abría el alhajero musical para que escuchara la sonata, pero nada funcionaba. Sólo comía si yo le daba de comer, no bebía por su cuenta, era como si realmente se hubiera convertido en una flor muerta, un vegetal al que ahora debía de cuidar esperando que renaciera y brotara otra vez. Pero no lo hizo. Quedó allí, suspendido entre el mundo real y el interior de su cabeza tanto tiempo que comenzaba a volverme loco.

Yo le hablaba a todas horas, le contaba sobre los exámenes, después
sobre la clínica gratuita que quería fundar, acariciaba su cabello y se
lo peinaba, viendo cómo volvía a crecerle tan largo como antes. Mas
Luhan no me respondía. Y en vez de mejorar, parecía empeorar pues
su cuerpo se volvía más débil con cada día que pasaba.


Necesitaba saber quién había hecho tal cosa, quién había sido el
que le había arrancado la vida a mi amor. Y recurrí a las putas del
burdel, quienes lo sabían todo de todos y podían contarte hasta el más
íntimo secreto de cualquier persona si pagabas el precio apropiado.


Una de ellas me contó que Lord Jongin había ido allí hacía algunas semanas con su grupo de amigos, todos borrachos, gritando a
los cuatro vientos que había violado a un chico que se vestía de
mujer.


—¿Qué otra cosa dijo?


—Pues que al principio creyó que era una mujer pero que, cuando
lo desvistió y vio que era un tío, lo golpeó y lo violó una y otra vez.
Parece que sus amigos estaban ahí y también participaron.


—Dime sus nombres y te daré tanto oro que no volverás a abrir las
piernas para nadie.
Les envié a todos un trozo del vestido de Donghae y sus cabellos,
como si quisiera avisarles de lo que les esperaba. Fueron muriendo
uno a uno como las moscas que eran, de forma terrible y dolorosa
como le había pedido al sicario, a quien también ordené que me
trajera al imbécil de Jongin para matarlo yo mismo. Como si fuera
una señal, con cada muerte, Luhan mejoraba un poco. Comenzó a
pestañear y a sonreír, dejó de mirar el techo todo el tiempo aunque no
hablaba, su rostro volvía a ser el de antes y yo creía que era un
milagro, los dioses debían de estar compensándome por mi empeño,
por el amor que sentía por él.


Habrán supuesto ya que eso no era verdad. La mente de Luhan
seguía trabada en el pasado, en aquellos días de viajes y cosas nuevas
a veces, en las épocas de encierro otras, a veces ni siquiera sabía
quién era yo. Cada día que despertaba, mientras los bastardos morían,
me miraba a los ojos con una sonrisa y me preguntaba: «¿Quién soy
hoy? »


…se era mi castigo por haberlo lastimado. Cuidar de él con todo mi
amor sin que pudiera recordarme. Ahora pienso en lo que debería
haber sentido él siendo cuidado por un extraño, un desconocido que
le decía que lo amaba y le pedía perdón apenas abría los ojos por si
las dudas recordaba. Mi Luhan finalmente me había olvidado, tal
como yo siempre temí, y era mucho peor a lo que yo me había
esperado. Si me hubiera dejado por alguien más hubiera podido
soportarlo mejor, pues aún viviría en su mente los recuerdos de
aquellos viejos días juntos, sabría mi nombre, reconocería mi voz o
mi rostro… Pero este olvido, en el que no sabía quién era ni cómo me
llamaba yo, en el que no recordaba todo lo que le enseñé de las
mariposas que ahora volvía a repetirle como una letanía mientras
esperaba que eso le ayudara a recordar, este olvido maldito que ni
siquiera le permitía recordar todo el amor que le di era devastador.
A veces quería matarlo para que dejara de preguntarme quién era
yo y quién era él, mas no podía. Al verlo dormir recordaba lo mucho
que lo amaba, creciendo ese sentimiento junto con el dolor en mi
pecho. El día en que mi sicario trajo a Jongin ante mí, Luhan
volvió a despertar.


— ¡Kris! —gritó— Kris, ¿dónde estás?


Y yo, creyendo que finalmente había enloquecido, corrí hacia la
habitación a toda máquina, echándome sobre él en un fuerte abrazo
llorando a mares por escucharle finalmente decir mi nombre.
- ¡Luhan! Oh,  Luhan, mi amor, mi lulu, mi alma, finalmente te
acuerdas. ¿Sabes quién soy, verdad? Dime que sabes quién soy, te lo
suplico.


…el se rió de mí como en los viejos tiempos, mirándome con su cara
recobrando el brillo anterior.


—Claro que lo sé, tontito. Eres Kris, la persona que más
quiero en el mundo.


—Me recuerdas —murmuré, apretándole contra mi pecho. Su
cuerpo se sentía frío, pero no le presté atención—. De verdad me
recuerdas. Dime, amor, ¿sabes en qué día estamos?


Al principio dudó, y arrugó la frente, pero luego abrió la boca en
una O completa y se la tapó, mirándome consternado.


— ¡Tu cumpleaños! —Yo no entendí de qué hablaba, mi
cumpleaños había pasado hacía bastante—. Oh no, yo le había pedido
a Kyungsoo que hiciera un pastel de fresas para ti, hasta te compré un
regalo y me olvido de tu cumpleaños. Lo siento, Kris, perdóname.
Pronto comprendí que, si bien me recordaba, su mente se había
quedado en el día previo al incidente que provocó su huída. Mis
lágrimas se hicieron más fuertes, y acaricié suavemente su cabeza
mientras lo abrazaba contra mí.


—Kyungsoo me trajo el pastel —mentí, no había razón para decirle la
verdad—. Y recibí tu regalo, en serio. Lo uso siempre que estoy
estudiando para que me dé suerte en los exámenes.


—Eso es un alivio, tenía tanto miedo de que no lo recibieras a
tiempo.


—Tranquilo, Luhan. Con que tú me recuerdes es suficiente para
mí. ¿Te he dicho que te amo con todo mi corazón?


—No, pero yo ya lo sabía. También te amo, Kris.


— ¿Me perdonas?

— ¿Por qué?


—Sólo perdóname.


Luhan sonrió para mí, besándome como siempre lo hacía antes de
decirme: «Te perdono».


Luhan murió aquella noche. En cuanto halé el gatillo y los sesos de
Jongin se desparramaron sobre la alfombra de mi casa, fui a su
cuarto a verle y lo encontré inmóvil en la cama.


— ¿Luhan? —Me acerqué a él a duras penas, temiéndome lo peor
ante la extraña bruma que residía en la habitación. …el estaba en la
cama, con el osito de su madre en las manos y una dulce sonrisa en su
rostro—. ¿Cariño?


No me respondió. Sentándome junto a él en la cama, contemplé la
palidez espectral de su rostro y me animé a tocarlo. Grité cuando lo
hice. Grité con fuerza, con mucha fuerza, abrazándolo contra mi
pecho mientras me desgarraba por dentro y mi vida se iba con él, tan
bello, tan joven, tan puro. Con él se iba mi primer y único amor, la
razón de mi existir y la fuente de dicha a la que yo me había abrazado
con tanta fuerza durante todos esos años.


Ahora estoy junto a él en el mismo cuarto. La policía y todo el
pueblo ya saben que soy el culpable de aquellos asesinatos,
especialmente porque ni siquiera me encargué de sacar el cuerpo de
Jongin del comedor, donde seguía reposando. Vienen en mi
búsqueda, pero yo no les dejaré que me separen de Luhan, no voy a
permitir que me atrapen y me alejen de él una vez más. Me voy con
él.

 La vida no tiene sentido si no puedo ver su sonrisa, si no puedo
sentir su perfume y oírlo al piano tocando Beethoven ante el mandato
de sus dedos.


Hace ya rato que he estado usando el jugo de amapolas que le di a
mi madre. ¿O es opio? Ya no logro recordar, mi mente está nublada y
me cuesta escribir correctamente. Me arrastraré hasta la cama y
moriré junto a él. Nunca creí en Romeo y Julieta, siempre odié a
Shakespeare, pero yo no puedo vivir en un mundo donde Luhan no
está. Y quien lea esto sepa, que si bien he sido un maldito desgraciado, un asesino, no podía dejar que ellos no pagaran por haber violado a un ángel. No podía dejarlos vivir luego de lo que le habían hecho.


Mi Luhan… Mi hermoso Luhan. Allá voy. Allá voy, mi amor, mi felicidad, mi amante… Y, antes de que me condenen al infierno, espero verte volando con tus alas blancas sobre mí, sonriéndome como en los viejos tiempos.

~~

Kris dejó la pluma en el tintero luego de firmar con su nombre y
apellido aquella carta dirigida a quien quisiera leerla. De alguna
forma logró ponerse de pie, todavía bebiendo el jugo de opio
que se mezclaba en su interior junto con el whisky, y se arrastró
hasta la cama donde su querido Luhan aún yacía, impertérrito,
hermoso, como si solamente estuviera dormido. Bebió lo que le
quedaba de la droga que lo dormiría para siempre, recostándose en
la cama vestido con sus mejores ropas, junto al hermoso Luhan a
quien él mismo había bañado, cambiado y peinado, para que se viera
tan hermoso como siempre. La droga pronto comenzó a hacer efecto,
tenía mucho sueño, un sueño pesado que le dormía poco a poco cada
pulgada de su cuerpo hasta casi no sentir nada. Respiró hondo,
pensando cuánto tiempo tardaría en hacer efecto. No mucho, también
la había mezclado con otras cosas.


Antes de cerrar los ojos abrazó a Luhan una última vez, mirando
su rostro. Tan bello, era tan bello. Y, mientras lo abrazaba, fue
recordándolo todo desde el primer día que lo vio, cada sonrisa y
cada beso, cada vez que pronunció su nombre, cada palabra
pronunciada por aquella boca que sonreía, pálida, fría. Y él, que aún
podía sentir su aroma entre el mar de sus memorias y su calor
humano, cerró los ojos, dejándose ir en medio de aquel sueño.

La policía logró franquear la entrada, buscando en cada habitación con ayuda de los pueblerinos furiosos de tener un homicida entre ellos, quienes murmuraban un «Era tan bueno… No parecía capaz». Dos amigas, que habían sido obligadas a buscar con ellos, fueron a las habitaciones superiores e ingresaron en el último cuarto, encontrando a los dos cuerpos juntos. Ambos sonreían, como si tan solo estuvieran dormidos. Kris estuvo sumido en la oscuridad por mucho, mucho, mucho tiempo.

Quién sabe cuánto tiempo para los vivos, pero él estaba sumido en su pena y su dolor, sufriendo su miseria por haber tomado la vida de cinco personas. Un día, quién sabe qué día, una luz bajó del cielo y Luhan apareció en ella, estirando su mano hacía él para que la tomara con su sonrisa de antes. Kris sonrió, susurrándole un «Te amo» antes de tomar su blanca mano, llenándose de una luz brillante que le dio sólo dicha y se fue con él.

Las dos amigas que habían encontrado los cuerpos encontraron
también la carta, la cual leyeron. Intentaron hacerle entender a la
gente del pueblo lo que en verdad había ocurrido, pero nadie las
escuchó, simplemente enterraron los cuerpos en la parte más honda
del cementerio, queriendo olvidarse de ellos, repartiendo la herencia
de Kris entre los hospitales y orfanatos como él dejó en su
testamento.

Ambas mujeres, hartas de tanta hipocresía, huyeron de la aldea,
se enamoraron y ambas tuvieron dos hijos varones. Los llamaron
Luhan y Kris, en honor a los difuntos, y los criaron como si fueran
hermanos. Uno quería ser médico, el otro quería aprender a cocinar.
Siempre iban juntos, tomados de la mano. A veces tenían sueños
raros, en los que eran otras personas, en los que crecían en un viejo
ático coleccionando mariposas.


—Te amo, Luhan—le decía Kris a su mejor amigo, 7 meses
mayor que él.


Y Luhan le sonreía, poniéndole una corona de margaritas en la
cabeza.

 

Notas finales:

Gracias por leer~~


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).