Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Sistema de restricción de novio por Error404notFound

[Reviews - 68]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

¡Hola! 

Nuevo capítulo, amigos. Este capítulo fue tan divertido XD Lo terminé de escribir a eso de las 8:30 de la mañana cuando estaba en la escuela (sí, con todo y lap), y debo decir que la inspiración me dirigió las manos en todo momento. Fue hermoso, sí XD

En fin, disfrútenlo, por favor.

 

 

Pero aunque Makoto tuviese a sus hermanos, siempre buscaba primero a Haru. Era casi como una prioridad encontrarlo, para que después, juntos, buscasen a Ran y a Ren, ocultos en algún lugar de la casa.

Jugar al escondite en la casa de Haru era mil veces mejor que hacerlo en la de Makoto, y todo por el estilo tan japonés que irradiaba. Era como una casa del terror cuando las luces estaban apagadas.

Haru siempre acostumbraba esconderse en el armario que había en la esquina de la sala. Era un lugar que normalmente pasaba inadvertido, pero Makoto conocía su casa tan bien como él, así que siempre lo encontraba. Y tenía el detalle de lucir sorprendido cuando lo hacía, como si no supiese desde antes de que empezase el juego que Haru iba a estar ahí. Haru tampoco se esforzaba por buscar otro escondite: sólo se ocultaba para que Makoto lo encontrara justo al terminar la cuenta, para que los niños no pensaran que era un plan, y para poder estar cuanto antes del lado de Makoto. Siempre lo encontraba enseguida, y cuando lo hacía, le decía con una sonrisa un alegre “¡Haru-chan!”.

 

—Buenos días, Haru.

Haru no se movió de su cama, y tampoco hizo esfuerzo por volverse hacia Makoto. La pared, desnuda y fría, le resultaba más tranquilizadora, más familiar que la mirada perdida de su novio.

Makoto, al ver que no había respuesta por parte de Haru, empezó a estrujarse los sesos en busca de algo que decirle. Lo que no sabía era que Haru se había estado mentalizando para no ceder a nada de lo que pudiese salir de su boca. Llevaba casi tres semanas así. Sin moverse un ápice más que para comer de vez en cuando. E incluso ni eso; Makoto había tenido que entrar más de una vez a su celda —sí, ya no era su habitación — para alimentarlo casi a la fuerza.

—Vamos, Haru —le decía sonriendo —. He cocinado caballa. Puedes comer toda la que gustes, porque es para ti. Sólo para ti.

Le acercaba el tenedor con un trocito de pescado a la boca, pero Haru no la abría. Sentía náuseas cada vez que el olor del pescado le invadía las fosas nasales. Eso y el aroma tan molesto del desinfectante en las manos de Makoto, heridas ya por tanto lavárselas. Haru no preguntaba por qué lo hacía, pero se lo imaginaba tallándoselas con frenesí para quitarse lo impuro.

Sólo giraba la cabeza, en clara señal de rechazo. Y Makoto bajaba lentamente el tenedor hasta dejarlo sobre el plato, casi sin tocar, y se quedaba en silencio durante minutos enteros. Y cuando veía que Haru no iba a dirigirle la palabra, se inclinaba para darle un beso en la mejilla, y Haru lo recibía con los labios apretados, intentando contener las lágrimas. Después Makoto se marchaba, y la puerta se cerraba tras él. Así era la mayoría de las veces; Haru sólo comía cuando se sentía desfallecer. Instinto humano, se dijo. No tenía un espejo en su prisión, pero Makoto le había dicho varias veces —cada vez más preocupado — que estaba adelgazando. Pues obviamente que lo hacía. Estaba estresado. Más de lo que había estado en toda su vida. Sentía que podía ahogarse con una bocanada de aire en cualquier momento.

Makoto hizo una mueca de tristeza al ver que Haru no se inmutaba por su presencia.  Jugueteó nerviosamente con sus dedos, ligeramente encogido y con la mirada clavada en la espalda del chico moreno.

— ¿D-dormiste bien? —No hubo respuesta. Makoto tragó saliva —. Hizo frío ayer en la noche, ¿verdad? El reporte del clima dice que ya empezó el invierno y que va hacer frío desde hoy. Me preguntaba si… si tal vez podría… dormir contigo.

Haru cerró los ojos con fuerza para que las lágrimas no salieran. Su voz sonaba llena de dolor. Como si él resultara lastimado por todo eso. Haru lo sabía bien: que aunque no lo pareciera, Makoto se estaba llevando la peor parte. Porque no creía estar actuando de manera incorrecta. Estaba convencido de que no había nada malo en su manera de manejar las cosas, así que cuando Haru lo rechazaba no tenía ni idea de porqué. Su cabeza no parecía poder procesarlo con totalidad.

— ¿No te parece bien? —pregunto Makoto, nervioso, mirando hacia el suelo —. Bueno, es que yo… tengo muchas ganas de abrazarte, Haru.

El chico se llevó las manos al rostro al escuchar eso. Makoto vio que sus hombros, pequeños y cansados, temblaban. Escuchó los sollozos que sabía que su novio estaba conteniendo de hacía casi un mes, y le partieron el corazón.

Makoto atravesó la habitación y abrazó a Haru por atrás. El otro chico no hizo nada por defenderse, sino todo lo contrario; se dio la vuelta y le rodeó el cuello. Haru ya estaba más cerca de su límite desde hacía mucho, así que había bastado sólo un poco para romper en pedazos la débil muralla de cristal que había construido entre él y Makoto. Ya no soportaba más estar encerrado contra su voluntad. Ya no soportaba más estar completamente solo. Quería salir. Quería nadar. Quería besar a Makoto de nuevo.

Pero si lo haces Makoto seguirá creyendo que todo esto está bien.

Era cierto. Mejor seguir intentando. Tenía que construir su protección desde cristales rotos, pero aunque se le clavaran en las manos y lo hicieran sangrar, era necesario. Bajó las manos al pecho de Makoto y le empujó suavemente. El otro no cedió.

—Basta —dijo el chico moreno, aún con la voz quebrada por el llanto —. No me toques.

Los brazos de Makoto no hicieron más que apretarlo más mientras escondía el rostro en su cuello.

—Por favor, Haru —le dijo, temblando —. No me odies. Por favor no me odies.

Haru tragó saliva al escuchar eso último, pero siguió empujando.

 Fue después de un momento que Makoto pareció aceptar el rechazo y se alejó, con el rostro surcado de dolor. Haru no dijo una palabra más y se tumbó en su cama, fría desde hacía mucho tiempo.

Makoto se quedó allí un momento, dudando, escuchando el tic tac del reloj en la pared del fondo,  pero después se acostó a su lado cuidadosamente. Vio que los hombros de Haru se tensaban, así que alargó la mano para rodearle la cintura como solía hacer siempre, pero el débil temblor de su novio lo detuvo justo antes de tocarlo. Tragó saliva y retiró la mano, triste.

 

Para la una de la mañana, Makoto estaba más dormido que un trabajador después de dos turnos nocturnos seguidos. Por lo visto, eso de estar loco era bastante cansado, porque cuando Haru se irguió en el lecho y se quitó la mano de encima de Makoto —que en algún momento de la noche lo había abrazado —, el otro chico ni siquiera se inmutó.

Se veía en paz, se dijo Haru. Se veía exactamente igual que antes, cuando dormían juntos. Le daban ganas de alargar la mano y acariciarle la mejilla, pero sabía que sería una soberana estupidez. Ahora tenía una oportunidad, y todo gracias al insomnio que le provocaba el estrés.

Podría escapar ahora. Buscar las llaves de la celda en los bolsillos de Makoto y salir por la puerta antes de que el muchacho se diera por enterado. Pero después de eso, ¿a dónde iría? Estaba en su propia casa. Sus padres quién sabe dónde estarían en ese momento y comunicarse con ellos sería más tardado que encontrar un lugar por sí mismo. La casa de Makoto quedaba descartada, claro. Y ni siquiera podía acudir al dormitorio de Samezuka porque la escuela estaba cerrada a esa hora. Sólo necesitaba esperar a que se hiciera de día e ir a la casa de Rei o de Nagisa para contactar a sus padres. Aunque ese era otro problema, porque en primera, no sabían siquiera que era… bueno, que salía con un chico. En segunda, que ese chico era nada menos que su amigo de la infancia, que se la vivía en su casa y que los conocía a ambos tan bien como su propio hijo. Y en tercera, obviamente, que estaba totalmente enfermo, que lo quería para él y también salvarlo de la suciedad del mundo, y que por eso lo había retenido contra su voluntad en una celda, lo que por lo menos en Japón, era un delito.

Makoto soltó un suspiro pesado. No parecía estar descansando, se dijo Haru. Seguro que se levantaría mañana con el cuello adolorido y los ojos cansados. Era ahora o nunca.

Con cuidado, Haru se inclinó sobre su novio y le rozó el brazo. Mejor que se despertara cuando sólo estaba tocándole que lo hiciera a la mitad de su plan por robarle las llaves de la celda. Makoto no se inmutó, así que el chico moreno palpó con más confianza. No llevaba nada en los bolsillos de la sudadera, así que se dedicó a hurgar en los del pantalón. Las llaves estaban junto al teléfono de Makoto, en el bolsillo derecho de los jeans. Las sacó con cuidado, temeroso de que chasquearan en el aire y que el sonido despertase a Makoto.

Haru suspiró cuando las tuvo en sus manos, y con nuevos ánimos, se deslizó hacia abajo en la cama para poder poner los pies descalzos en la duela. Makoto le bloqueaba la salida por el lateral de la cama, así que era la única opción. El frío del suelo fue como una bofetada que Haru recibió gustoso, como recordatorio de que no estaba levantándose por la mañana como cualquier otro día. Estaba a punto de fugarse de su propia casa, de Makoto. Mejor apurarse.

La puerta de la celda cedió sin demasiado problema. Haru creyó recordar que Makoto la había mandado a poner hacía casi un mes, así que seguro no rechinaba porque era prácticamente nueva. Eso lo tranquilizó en parte, porque no hizo un ruido de más que pudiese despertar a Makoto, que dormitaba sin culpa en la cama. Ni siquiera se había movido en todo el rato, casi como muerto. Haru ignoró la parte de su subconsciente que se sintió aliviada al pensar en eso último.

Cuando cerró la puerta de la habitación detrás de él, se permitió soltar todo el aire que había estado conteniendo. Aun así, el aire de la casa —su casa —era tan pesado como plomo. Como si se negara a entrar a sus pulmones. Estaba oscura, y le confería un ambiente tan poco conocido que asustaba. Ya no era su casa. Ya no olía a caballa, ni a su aroma mezclado con el de Makoto. Olía a desinfectante, transparente y estéril, como las manos de Makoto. El cielo estaba en penumbra, y el viento silbaba afuera, frío.

Pero no tan frío como aquí dentro, seguro.

Haru cruzó el pasillo que conectaba las habitaciones con la sala de estar, y cuando llegó cerca del kotatsu, vio su teléfono junto al frutero de adorno. Se le retorció el estómago al verlo. Miró hacia atrás, casi esperando que Makoto se acercase por el pasillo con su mirada de loco, pero al no ver más que penumbra, tomó el teléfono y lo desbloqueó. No había mensajes nuevos. Sí, claro. Obviamente tenía que haberlos; había pasado tres semanas enteras sin asistir a clase y sin ningún tipo de contacto con nada ni nadie del exterior. Alguien habría tenido que notar su ausencia, ¿o no?

Haru golpeó los botones frenéticamente, en busca de la bandeja de entrada. Nada. Y la lista de llamadas recibidas. Nada tampoco. El teléfono estaba parcialmente limpio; ahí estaba el último mensaje que le había envidado a Rin, y las llamadas. Todo tal cual lo había dejado. Nada nuevo. ¿Sería posible que a nadie le importara lo suficiente su ausencia? ¿Ni siquiera Rin? Eso le formó un nudo en la garganta mientras las palabras de Makoto le hacían eco en la cabeza: Tú perteneces aquí, conmigo. No tienes nada que buscar allá afuera.

— ¿Haru?

Oh, no. Dios, por favor no.

La voz de Makoto salió de su habitación, recorrió el pasillo y le llegó como una salpicada de agua fría. Se puso a temblar de pies a cabeza, incapaz de moverse, presa del miedo. Había echado a perder su única oportunidad.

— ¡Haru! —la voz de Makoto sonaba preocupada. Tal vez una octava más de lo que debería.

¡Escóndete, escóndete!

Ni siquiera tuvo que pensarlo dos veces para correr al armario de la sala. Casi tropezó con sus pies un par de veces, pero logró llegar de algún modo. Se encerró en el pequeño lugar y pegó la espalda a la pared al tiempo que se deslizaba hacia el suelo. Se abrazó las rodillas y cerró los ojos. Sintió que las lágrimas le quemaban.

Ahora de verdad le tenía miedo a Makoto. ¿De qué sería capaz al encontrarlo? ¿Le pegaría? ¿Lo encadenaría?  De sólo pensarlo se puso a temblar de miedo.

Alguien… por favor ayúdenme…

Espera, ¡Rin!

Sin pensárselo dos veces, abrió su teléfono con pulso tembloroso y lo desbloqueó. Si lograba contactar a Rin para que fuera por él, podría salir de aquello. Le dolía pensarlo, pero en Makoto no podía confiar más. No si quería salir ileso.

Se llevó el teléfono al oído, y el aparato le regaló un chocante sonido sordo. Timbró casi cinco veces, y luego Haru colgó. Ese Rin…, era la una de la mañana, sí, pero hasta él podría contestar una llamada a esa hora, O eso creía el moreno.

Haru escuchó a Makoto correr por la casa. Seguro había visto que su teléfono ya no estaba en el kotatsu. Sus pasos sonaban cerca, pero no lo suficiente como para preocuparse. Por lo pronto. Intentó llamar a Rin dos veces más, y como no hubo respuesta, sólo atinó a encogerse en el armario.  

— ¡Haru, no te vayas! ¡No me dejes solo!

La voz de Makoto sonó más cerca, y junto con ella el sonido de la puerta principal siendo abierta. Eso le dio un poco más tranquilidad; si Makoto lograba creer que ya se había ido, sería más fácil escapar después.

El chico castaño salió de la casa gritando su nombre, desesperado, y entonces Haru dejó de temblar. Podía salir en ese momento y correr con la suerte de no toparse con Makoto, o podía esperar a que el chico regresara, esperar unas cuantas horas, a cuando partiera a la escuela, y luego irse. Tenía las llaves después de todo. Pero ¿y qué pasaba si a Makoto se le ocurría buscar a fondo en la casa cuando regresara? Tomar la primera opción era casi temerario, y no había garantía de que no se toparía con su novio con sólo poner un pie fuera. Pero en ninguna de las dos opciones la tenía. Era todo o nada.

Entonces, cuando dejó de apretar entre sus dedos el teléfono que le daba algo de valor y lo guardó en su bolsillo, escuchó que la puerta principal giraba sobre sus goznes de nuevo. Se quedó congelado en su lugar. Los pasos de Makoto sonaban sin prisa, casi tranquilos, y ya no pronunciaba su nombre. ¿Se habría rendido? No, Makoto no haría eso en su estado actual. Entonces ¿qué…?

Bsss bsss bsss bsss…

Haru dio un salto cuando el teléfono en su bolsillo empezó a vibrar. Con el corazón en vilo, lo extrajo de su bolsillo y le dio gracias al cielo y a quien fuera que estuviese allí arriba que Makoto lo hubiese mantenido en vibrador. Si hubiese sonado, estaría perdido. Se lo llevó al oído en silencio. Escuchó un chisporroteo y la voz de Rin del otro lado.

— ¿Haru? ¿Qué pasa? ¿Dónde estás? ¡Hace semanas que no te veo por ninguna parte! ¿Estás bien? Dios, Haru…

—Rin —lo dijo en un susurro, a sabiendas de que Makoto estaría aun rondando por la casa. Luchó por que su voz no sobrepasara el volumen necesario —. Rin, necesito que me ayudes.

— ¿Qué? —la voz de Rin sonaba histérica —. ¿Qué está pasando? ¿Dónde estás? ¿Qué…?

Haru cerró los ojos con fuerza.

—Rin, tienes que ayudarme… por favor… ya no sé qué hacer…

Eso no hizo más que darle un ataque de pánico a Rin. Pero Haru no le prestó atención: el teléfono pitaba débilmente en su oído, anunciando una llamada entrante. Haru quiso atenderla, pero se dijo que no era el momento. Debía aprovechar que Rin había contestado por fin, y cuando estuviera a salvo, atendería las llamadas que fuesen. Ahora estaba ocupado.

—Basta, Rin —le dijo Haru, cortando de golpe la sarta de cosas que Rin casi le gritaba, tan asustado como él. Eso le dijo a Haru que al parecer alguien sí que se preocupaba por él. Tal vez debería haber tratado mejor a Rin. En eso pensaba cuando le susurró, rápida y atropelladamente —: Estoy en mi casa. Por ahora estoy bien, pero no sé cuánto tiempo más...

— ¿P-por ahora? ¿Qué es lo que…?

—Nos encontraremos en la playa. Iré hacia allá en cuanto pueda. Tengo las llaves, así que…

— ¿Qué? ¿Las llaves de tu casa? Haru, no entiendo. Por favor sólo dime…

—Es Makoto —dijo, en un susurro. Rin tardó un poco en responder.

— ¿Qué?

Haru aguzó el oído. No escuchó a Makoto en los alrededores, así que se permitió continuar, no sin dolor filtrado en su voz.

—Es Makoto. Está loco. Él me ha retenido aquí. No me ha hecho nada hasta ahora, pero… —se le quebró la voz, al tiempo que las lágrimas pugnaban por salir  —. Por favor, sólo ayúdame…

Escuchó a Rin tragar saliva del otro lado de la línea.

—Voy a ir por ti. Ahora mismo.

— ¿Qué? No, Rin. N-…

—No te asustes, que voy a ir a salvarte. No estás solo, y ese maldito va a enterarse. Escóndete cuanto puedas. Estaré ahí en unos minutos.

Haru sintió el pánico alzarse en su interior.

— ¡Rin, no! —gritó entre susurros.

Pero Rin ya le había colgado. El tono sordo del teléfono le gritó a Haru en el oído, aunque él no pudiese escuchar nada. Si Rin iba a su casa, estaría prácticamente salvado, pero algo le decía que Makoto era más peligroso de lo que pensaba. No sabía cómo podría reaccionar a Rin de nuevo. Podría golpearlo. O algo peor. Y lo que era verdaderamente horrible, se dijo Haru, es que no estaba exagerando al pensar que Makoto podría… hacerle algo peor a Rin que lastimarlo.

Con eso en mente, asustado pero con una nueva luz de esperanza, se llevó el teléfono al pecho y se encogió todo lo que pudo. Sólo quedaba esperar.

Pero entonces, en algún lugar del cielo, alguien decidió que no le daría descanso alguno. Su teléfono sonó, pero esta vez no se quedó en vibrador. De verdad sonó.

Con el corazón saliéndosele del pecho, Haru contestó rápidamente sólo para que se callara. El sonido había durado sólo un momento, pero lo había hecho. Pero no escuchó los pasos de Makoto cerca, así que se permitió calmarse un poco. Pero no soltó el aire que contenía.

Casi por costumbre, se llevó el teléfono al oído. Ni siquiera había visto el remitente de la llamada por el susto, pero ahora daba igual. Seguro que era Rin, ansioso por hablar con él de nuevo para ver si todo andaba bien. Haru apuntó una nota mental en el fondo de su cabeza: asegurarse de que el teléfono estuviese en vibrador en cuanto acabara la llamada.

Entonces, escuchó los pasos lejanos de Makoto. Se tensó, pero no soltó el teléfono. Al otro lado de la línea no había sonido más allá del característico chisporroteo parecido al de la lluvia.

Más pasos.

—Siempre te ha gustado jugar al escondite, ¿no, Haru?

Haru soltó el teléfono de golpe al escuchar la voz de Makoto al otro lado de la línea. El aparato produjo un sonido sordo al golpearse contra el piso, pero ya daba igual. Haru no podría pensar en otra cosa aunque quisiera.

La voz sonriente de su novio salió del aparato de todas formas, y le llegó a Haru aún desde el suelo.

—Pero siempre querías que yo te encontrara, ¿verdad? Y es por eso que siempre utilizas el mismo escondite. Qué lindo, Haru.

Haru se llevó las manos a la cabeza. Quiso hacerse pequeño, pequeño hasta desaparecer. Y que Makoto nunca lo encontrase. O mejor aún: nunca haberse enamorado de él. Que él nunca se hubiera enamorado de  Haru.

No haber conocido nunca a Makoto Tachibana.

Pero de todas maneras la puerta del armario se abrió, y la silueta de Makoto apareció recortada contra la escasa luz de la madrugada. Le sonrió, aún con el teléfono en el oído. Y dijo, arrastrando cada sílaba:

—Haru-chan.

 

 

Notas finales:

¿Qué tal ha ido? 

Asdasda POBRE HARU. Casi se había librado de Makoto. No sé si debería darme lástima o si la ligera envidia que siento está bien (?) XD

Y hablando de librar, el próximo capítulo será el último. La historia originalmente era un two shot, pero se alargó un poquito, ya ven, así que ya va siendo hora de terminarlo. Espero que contengan la respiración hasta entonces XD

¡Esperen el próximo con ansias!

P.D. No es una amenaza, pero P R E P Á R E N S E XD

Byee.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).