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Sistema de restricción de novio por Error404notFound

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Notas del capitulo:

 

Oh, sí. Es lo que estás pensando.

Después de años —un mes —de espera, ¡llega el final! Ah, no saben qué realizada me siento.

La inspiración me dejó abandonada más de una vez cuando intentaba escribir este capítulo. Me llenaba y luego me dejaba tirada. ¡Pero al fin pude hacerlo! Después de escribir mucho y borrar la mitad —y así como 10 veces —, ¡aquí está el resultado final! Espero lo disfruten.

¡Pero antes! Deben recordar el tipo de fanfic que es esta historia. Cómo es el doujinshi original y cómo es ésta versión. Si no lo recuerdan, les aconsejo que lean el capítulo anterior otra vez y que, ya entrando en el ambiente, vengan y lean éste. 

Lo que se viene está grueso. Muy grueso. Y no estoy segura de que a muchos les guste. ¡Pero recuerden: CRUEL es bueno!

Disfruten.

 

 

Lo siguiente que pasó fue tan rápido como el resplandor de un relámpago que corta la noche.

Haru no esperó a nada y le lanzó un puñetazo a Makoto. Claro que el otro chico no se lo esperana en absoluto, así que no reaccionó a tiempo. El teléfono se estrelló contra el suelo, y Makoto cayó de espaldas justo cuando Haru corría hacia la puerta. Soltó un grito de sorpresa, pero Haru no se detuvo a ver si estaba bien; con el corazón en la mano, el chico moreno extrajo las llaves de su bolsillo y las sostuvo en sus dedos temblorosos.

La que usaste para la celda, ésa debe ser. ¡Rápido, rápido!

 Larga y plateada, larga y plateada, larga y… Si tan solo sus manos dejasen de temblar. No parecía que entendiesen lo que era un momento clave, pero Haru se obligó a concentrarse. Encontró la llave correcta y la introdujo en la cerradura.

— ¡Haru!

El muchacho escuchó a su novio recuperarse de la caída, y no esperó a ver si se estaba levantando.

Cuando abrió la puerta, lo único que pudo haberlo detenido hubiera sido otra más. Salió corriendo con todas sus fuerzas, con todo el aire que sus pulmones pudieron darle y con toda la potencia disponible en sus piernas. Estaba débil, hambriento y cansado por no haber dormido en días, pero eso no iba a detenerlo ahora. El cielo empezaba a clarear, y el aire estaba tan frío que le quemaba la garganta. Pero daba igual, porque sólo tenía que correr hacia la costa y encontrarse con Rin para que todo acabase. Sólo unos cuantos metros. La escalinata de piedra bajaba por la colina, esperando por él.

— ¡Haru, espera!

Makoto iba detrás de él. Sonaba enojado. Muy enojado.

Una lágrima caliente salió de alguna parte y surcó la mejilla derecha de Haru. Pero él no se detuvo. Las escaleras parecían interminables, pero sólo unos metros, sólo unos pocos…

— ¡HARU!

Sólo un poco más…

Fue entonces cuando sintió una pesada mano cerrarse entorno a su brazo. Ni se molestó en ver quién era su captor. Se sacudió, gritando.

— ¡Ayuda! ¡Por favor, alguien!

— ¡Shhh, Haru! —le susurró Makoto al oído, al tiempo que forcejeaba con él para inmovilizarlo. Le rodeó con los brazos y lo apretó contra sí para evitar que le soltara otro golpe.

Haru se debatió, y en medio del griterío una de sus patadas le alcanzó la rodilla a Makoto. Éste aulló de dolor y lo soltó, sorprendido, y entonces Haru comenzó a correr de nuevo, mientras lloraba. El frío le calaba los huesos y le agarrotaba los músculos, pero sabía que si lograba bajar la escalinata y llegar al mar, todo estaría terminado.

Pero bastó con que pusiera un pie en las escaleras para que sintiera un fuerte golpe en la nuca y que todo se volviera negro.

 

 

El puente en Londres va a caer, va a caer, va a caer. El puente en Londres va a caer, mi bello Haru.

Y casi una eternidad después, no le sorprendió despertarse en medio de la oscuridad y el frío. Otra vez.

Sus ojos se estaban amoldando apenas al mundo de los vivos cuando vio los barrotes al frente. De nuevo en la celda, se dijo, pero entonces sus ojos escrutaron con más detalle la oscuridad y pudo ver la diferencia: esta vez no había nada de nada a su alrededor. Las tres paredes negras desnudas y una reja. Ah, y una puerta más allá. No era su habitación. Era otro lugar. Más oscuro. Más frío.

Haru intentó levantarse del suelo.

— ¿Ma…?

Pero no pudo hacerlo. Unas esposas alrededor de una de sus muñecas se lo impedían. Lo encadenaban a la reja frente a él. El chico dio un salto de sorpresa e intentó deshacerse de ellas, pero no lo logró. Escuchó el tintineo de las cadenas rebotar en las paredes, helándole la sangre y revolviendo su estómago.

Entonces sintió algo que lo jalaba del cuello. Cuando se llevó las manos esposadas a la garganta, sus dedos tocaron cuero. Piel dura. Se recorrió el cuello con dedos temblorosos, a sabiendas de que lo que tenía puesto era un collar. Un collar que estaba unido hacia las rejas por otra cadena. El pulso se le aceleró y empezó hiperventilar.  Su mundo se estaba cayendo a pedazos de nuevo. Eso sin contar que no podía mover las piernas; también estaban atadas.

¿Y qué pasaba con Rin?, se dijo, tal vez él era su única esperanza. Pero si lograba encontrarlo…

Los pensamientos de Haru intentaron tomar un rumbo positivo, pero no lo lograron del todo. La esperanza estaba tan mancillada como su muñeca marcada por las esposas.

Cuando Haru se decidió a intentar ponerse en pie, escuchó el ruido de unos pasos contra el suelo, lentos y tranquilos. No tenía que ser un genio para saber que Makoto andaba cerca, así que, con la única posibilidad de que fuese él quien se acercaba, Haru se encogió de miedo.

Haru guardó silencio, apretando los ojos e intentando contener su respiración. Deseó morirse en ese mismo momento. Escuchó a su novio canturreando en voz baja, mientras se acercaba desde quién sabe dónde. 

—Con la llave enciérralo, enciérralo, enciérralo. Con la llave enciérralo, mi bello Haru.

Escuchó sus pasos acercándose, y juró por un segundo que se habían detenido frente a la puerta. Se abrazó a sí mismo y escondió la cabeza. Si no podía morir, tal vez con fingirlo bastaba. Así Makoto se deshacía de su cuerpo y lo dejaba morir enterrado vivo. O lo echaba al mar, lo que sería mil veces mejor.

—Estás despierto, ¿verdad, Haru?

Con eso, la puerta se abrió en medio de un chirrido, y Makoto entró a la habitación. Haru se negó a levantar la cabeza.

Escuchó a Makoto quedarse allí parado. Se lo imaginó mirándole, con esos ojos vacíos que ya le parecían propios de él. Se encogió más involuntariamente, y las cadenas repiquetearon.

Makoto volvió a hablar, pero esta vez Haru le escuchó una sonrisa en la voz.

—Ya las habías visto, ¿no? Las cadenas. Qué suerte que aquella vez las moví de lugar por costumbre, ¿no te parece?

Haru recordó a regañadientes aquella ocasión en la que se topó con las cadenas y las esposas, en el armario. Y cuando las había buscado el día siguiente, sin haber podido encontrarlas. Se maldijo por no haber huido en ese mismo momento.

—Sí, me di cuenta de que las habías visto —respondió Makoto a la pregunta que el chico moreno se había formado en la cabeza —. Eres más agudo de lo que pareces, Haru. Y ayer pude confirmarlo.

Soltó una risita encantadora, pero Haru no detectó ni una pizca de alegría en ella. Era una risa tan vacía como sus ojos.

Haru tragó saliva. Quería hablar. Quería decir lo que tenía en la cabeza desde que Makoto lo había encerrado por primera vez en una celda, pero la voz no le salía. Estaba débil; su cuerpo y su mente lo estaban.

—Bueno —se imaginó a Makoto encogiéndose de hombros —. Hablando de todo ese asunto, no me pareció muy considerado de tu parte tratar de escapar de mí. Pareciera que soy el malo aquí.

Haru sintió que una garra le tomaba el corazón y se lo estrujaba sin piedad.

—Ma… —empezó, pero un ataque de tos no le dejó continuar. Makoto se inclinó hacia él, arrodillándose desde su lado de los barrotes.

—Ah, Haru —suspiró —. ¿Qué voy a hacer contigo? No se me ocurre nada para que esto funcione.

El chico moreno se recuperó del acceso de tos después de un momento, y se puso a pensar en las palabras de Makoto. Obviamente no estaba funcionando. ¿Y qué? ¿Iban a terminar o algo? Eso era casi irreal.

Haru levantó la cabeza, y cuando lo hizo se encontró con los ojos verdes de su novio. Verde manchado y sucio. El muchacho le tomó la barbilla entre los dedos heridos por el cloro, fríos, y se la levantó. Le habló con expresión nula en el rostro.

—Lo único en lo que puedo pensar es en matarte.

Haru sintió que la cabeza le daba vueltas y que un sudor frío le recorriera la espina.

—Makoto, no…

—Es la única forma de que seas sólo mío —continuó en un susurro —. Pero no puedo lastimarte, Haru. No podría hacerlo aunque quisiera.

Haru entrecerró los párpados, en parte aliviado, pero no lo suficiente. Se irguió todo lo que pudo y se deshizo del agarre frío de Makoto.

—Me estás haciendo daño ahora. Con estas cadenas.

El otro muchacho no deshizo su mueca de inexpresividad.

—Trataste huir de mí, así que até tus piernas. Peleaste contra mí, así que puse a raya tus muñecas. Cada parte de ti se resistió a mí cuando todo lo que yo quería era mantenerte a salvo. Ese egoísmo tuyo es exactamente el por qué no puedo dejarte ir, Haru —hizo una pausa, como evaluando su reacción. Pero Haru sabía que su cara no difería demasiado de la que tenía desde que toda esa locura había empezado, así que no dijo nada. Makoto hizo ademán de irse, pero luego pareció recordar algo y se volvió de nuevo hacia él —. Ah, por cierto. Ya no te preocupes por él.

Se metió la mano al bolsillo de la sudadera y dejó caer al suelo un objeto, sin cuidado alguno. Éste se golpeó contra el concreto y se abrió. Haru lo observó con el terror impreso en sus ojos. Era el teléfono de Rin, con la pantalla brillante pero cuarteada. Y manchada de sangre. Eso rojo en la cubierta no podía ser otra cosa.

Haru tragó saliva.

—Eso es…

Makoto se frotó las manos y luego les sopló, intentando calentarlas.

— ¿Tienes hambre, Haru? Hice algo de comida hace…

— ¿Qué le hiciste a Rin?

La voz de Haru reflejaba el pánico que se alzaba en su interior como una tormenta. Makoto o no se dio cuenta o le dio igual.

—Nada. Fue él el que anoche fue a tu casa a molestar.

Haru sintió un escalofrío.

— ¿Está… bien?

 Makoto se encogió de hombros, al tiempo que una sonrisa más que forzada se extendía por su rostro. Haru sabía que era porque no le gustaba que se preocupara por Rin, pero ya daba igual a esas alturas. Rin podía estar herido. O algo peor.

—Si lo dices por la sangre —contestó Makoto, despacio, mientras le mostraba las muñecas de la sudadera que llevaba, también manchadas de rojo y de tierra —, no te preocupes. Los golpes en la cabeza sangran más de lo que deberían. Y Rin no dejaba de moverse así que...

Hizo un ademán de golpear algo hacia abajo, en diagonal. Haru imaginó aterrorizado un bate.

—Una pala —dijo enseguida el chico castaño, leyéndole como siempre la mente. Continuó hablando emocionado, como si estuviera narrando la historia de su vida —. Tuve que acercarme por detrás, con cuidado. Un paso, luego dos, luego quedarme quieto, y al final, cuando pareció que iba a irse, ¡Bam! Debiste haber visto su cara de sorpresa.

Makoto rio bajito, mirando a la nada, y luego giró la cabeza hacia él.

— ¿Te gustaría que lo matara? —preguntó, con la voz helada y en un susurro de sincera curiosidad —. Podría hacerlo y luego traerte su cabeza.

Haru apartó la vista y cerró los ojos, entre asqueado y aterrado.

— ¡Claro que no! Makoto, eso es…

Makoto soltó una carcajada desprovista de alegría.

—Tranquilo, Haru —dijo —. No voy a hacerle nada —. Pero luego su tono se obscureció —. Se morirá él solo.

Haru frunció el ceño al tiempo que sentía el ataque de una pequeña jaqueca que sabía, se agrandaría con el paso del tiempo, pero no dijo nada. Makoto lo interrogó con la mirada, seguro esperando que preguntase algo, cualquier cosa, pero el muchacho no lo hizo. Entonces Makoto suspiró y le dedicó una pequeña sonrisa loca.

— ¿Te acuerdas de biología, Haru? —preguntó, haciendo la voz suave y aterciopelada, lo que le recordó a Haru cuando su novio le decía cosas que probablemente no le gustarían —. Es pregunta de examen. ¿Cuánto tiempo puede sobrevivir una persona sin comer?

Haru no dijo nada. Se imaginó a Rin atado a una silla en un sótano oscuro donde nadie podría escucharle pedir ayuda. Sin comida. Eventualmente sus fuerzas lo dejarían y moriría de hambre. Un nudo se formó en su garganta al pensar en eso.

—Yo no le daría más de una semana—se contestó Makoto —. Sin comida una persona puede durar un par de semanas, sí, pero sin agua empezará a desfallecer a los cuatro o cinco días. Pero no te preocupes, Haru: Rin es un atleta. Aguantará mucho más que una persona normal—una sombra pasó por su rostro antes de añadir —: Su aguante será igual a su sufrimiento.

Haru bajó la cabeza, derrotado, e intentó sumirse en las tinieblas lo más pronto posible. No veía ya la luz que Rin le había dado apenas el día anterior. Todo el camino que podía recorrer le parecía oscuro, infinito, triste. Y frío.

— ¿Por qué…? —se escuchó farfullar, su voz rebotando en las paredes desnudas —. ¿Por qué Rin tiene que sufrir esto también? ¿No te es suficiente conmigo?

Makoto bajó la cabeza para mirarle, con esos ojos imperturbables y vacíos.

—Rin debió aprender a no meterse contigo —fue lo que dijo —. Y tuvo muchas oportunidades para alejarse. Lástima, ¿verdad? El chico me caía bien.

Y sin hacer ademán de quedarse a escuchar una respuesta por parte de Haru, Makoto se marchó tarareando por la puerta. La palabra “caía” (en pasado) hizo que el chico moreno se estremeciera. Rin no tenía culpa de nada. Nadie la tenía. Nadie debería estar ahí sufriendo. Pero por más que Haru se obligara a pensar no podía llegar a una solución. Ni a algo que le hubiese ayudado a prevenir toda esa pesadilla.

Llegó incluso a pensar que la única manera de acabar con aquello era matarse. Pero obviamente, no tenía el valor para hacerlo. Y aunque lo tuviera, no había nada a su alrededor que pudiese servirle. Sólo quedaba morderse la lengua hasta morir.

Pero no podía.

Con eso en mente, y escalofríos sacudiéndole el cuerpo en el duro y frío concreto, Haru se abrazó a sí mismo y se quedó dormido.

 

Y aunque le pareció una idea terrible al principio, ahora se sentía mejor, con el vapor de la bañera extendiéndose por el cuarto. No recordaba la última vez que había tenido la oportunidad de bañarse, así que agradeció la situación con ganas. El baño entero estaba caliente gracias al agua que manaba de la llave para verterse en la extensa tina de baño que Makoto había sacado de quién sabe  dónde.

El chico castaño tenía las mangas de la camisa por arriba del codo y se esforzaba por tener la bañera en las mejores condiciones para él. Lo miraba de tanto en tanto con una sonrisa, esperando que Haru se la devolviese de alguna manera, pero el otro muchacho no tenía fuerzas ni para eso. Se limitaba a sostenerle la mirada un buen rato, y después desviarla a su ropa amontonada en una canastita verde sospechosamente parecida a la que había visto una vez en la casa de Makoto.

Se había envuelto en una toalla inmensa que Makoto le había tendido —y en la que de hecho había intentado envolverlo él mismo, pero Haru no soportaba sus manos frías sobre su cuerpo, así que se había rehusado totalmente —, y le había permitido deshacerse de las esposas y el collar por un momento, así que se frotaba constantemente las marcas rojas que le surcaban el cuello y una de sus muñecas.

— ¿Ya estás más calientito, Haru? —le llegó la voz de Makoto, haciendo eco en los azulejos blancos del baño —. Espera un momento, ¿vale? Esto casi está listo.

Haru dejó salir un sonido desde detrás de su garganta. Algo parecido a un “ajá” pero sin siquiera abrir la boca. La tenía seca, terrosa, y lo único que le importaba ahora era tomar un baño. Se sentía sucio, y una persona tan apegada al agua como él, que había estado demasiado tiempo separada de ella, se sentía en extremo ansioso. Sentía que los músculos, tensos durante días, se le relajarían al entrar al agua caliente. Se moría por meterse.

— ¿Y-ya está? —se escuchó preguntar, con una voz que no era la suya y que le daba la razón cuando creía no haberla utilizado en mucho tiempo.

Makoto dejó lo que estaba haciendo y se volvió hacia él con los ojos brillantes. Y con razón, porque Haru no le dirigía la palabra a menos que fuera total y absolutamente necesario. Como esa tarde, que le había suplicado mientras le daba su comida que lo dejara bañarse. Fue algo difícil al principio, porque Makoto insistió que tendría que meterse en la bañera con él para evitar cualquier accidente —era obvio que se refería a Haru escapando —, pero justo después de que Haru perdiera todo el interés en meterse a una bañera, Makoto esbozó una mueca triste y asintió.

—No quieres estar cerca de mí, ¿verdad? —había preguntado, visiblemente afectado. Haru se había limitado a desviar la mirada, pero era claro lo que quería decir.

Al final, Makoto se lo había permitido con un débil “No puedo decirte que no después de todo, ¿verdad?”.

Y Haru lo agradecía de corazón. No a Makoto, sino a quien sea que lo estuviese observando desde el cielo y mostraba estar apiadándose de él.

—Ya está bien, Haru —anunció Makoto con una sonrisa, y apartándose de la bañera —. Ven, entra.

Haru sintió que su pecho se hinchaba y que la sangre volvía a correrle por las venas al ver el agua clara llamándole entre tanto vapor. Tragó saliva y caminó hacia la tina. Se detuvo a un lado de Makoto y miró la superficie del agua. Le devolvía su reflejo, pura y cristalina, incitante. Metió los dedos de la mano derecha esperando que estuviese fría como todo a lo que estaba acostumbrado desde hacía unas semanas, pero estaba caliente, a una temperatura deliciosa. Haru cerró los ojos y la saboreó, suspirando.

Makoto se le quedó mirando como si estuviese viendo a un ángel. Siempre lo miraba así, claro, pero tener a Haru cerca del agua era como ver a un delfín descansando cerca de tierra. Hermoso e improbable de alguna manera a la vez.

Haru sintió la mirada verde de Makoto en su cuello, y un nudo se le formó en la garganta. Se había dejado los bóxers debajo de la toalla porque no quería que Makoto le mirase desnudo, pero se rehusaba a quitarse el manto blanco que lo cuidaba de su mirada esmeralda. Se mordió el labio inferior.

Makoto ladeó la cabeza.

— ¿Pasa algo, Haru?

El chico suspiró.

— ¿Es posible que… me dejes solo un momento?

Sabía la respuesta, pero se sentía obligado a preguntar. No volteó a ver a Makoto, pero sabía que lo miraba con los ojos vacíos de siempre.

—Sabes que no puedo hacer eso —le contestó despacio, como si de verdad lo sintiera.

Haru se permitió meter la mano en la bañera hasta la muñeca. El agua le acarició la marca rojiza que habían dejado las esposas, y él suspiró. Makoto emitió un ruidito de sorpresa al verle, como si acabara de darse cuenta, y le tomó la mano rápidamente. Haru quiso soltarse, pero el agarre del otro no era débil. Makoto se llevó la mano despacio a los labios y se la besó. Haru sintió que el corazón le daba un vuelco y que se sonrojaba. Una sensación que no había estado presente en él desde hacía mucho tiempo. Incluso se sorprendió por ella. Makoto lo miró a los ojos mientras le besaba el anillo rojo en su muñeca, con suavidad. Haru sintió que los músculos de su vientre se contraían y que era más difícil respirar. Esperó que fuese culpa del vapor.

—Haru… —susurró Makoto con los labios aún pegados a su muñeca. Haru tragó saliva, pero no se movió. Una corriente eléctrica (que juró había sentido alguna vez) le recorrió el cuerpo. Makoto le soltó la mano y lentamente le tomó el rostro entre las suyas. Haru sabía que eso era peligroso. Sabía que estaba jugando con fuego. Era precisamente por eso que no le había permitido a Makoto tocarlo hasta ahora. Por eso no se había dejado sentir nada cuando el muchacho estaba cerca suyo. Porque seguía sintiendo algo por él. Con todo lo que había pasado, seguía queriéndolo. Qué idiota.

Makoto lo besó en los labios con cuidado, casi como si sintiera que darle más fuerza al gesto pudiese romper en pedazos a Haru. Y éste lo agradeció de corazón. Si Makoto llegaba a besarlo con profundidad, terminaría tan confundido que no podría regresar al mundo de los cuerdos. Extrañaba a Makoto, sus besos, su cuerpo, todo. Pero lo que había hecho no se arreglaba con un cariñito o dos. Ni con sexo de reconciliación. Con nada podía redimirse.

Haru posó las manos en el pecho de Makoto, y la toalla se escurrió por su cuerpo hasta llegar al suelo. Lo alejó con cuidado, bajando la cabeza.

—No, Makoto.

Él se inclinó para besarle de nuevo.

—Por favor, Haru —le susurró, rodeándole la cintura. Haru sintió que su piel se encendía en llamas ahí donde lo estaba tocando, pero sabía que debía retroceder ahora que todavía podía distinguir una cosa de otra.

En cuanto sus labios volvieron a tocarse, Haru se alejó.

—Voy a bañarme —fue lo único que dijo.

Y se metió a la tina, sin quitarse los bóxers por temor a la mirada verde de Makoto. El otro chico se limitó a mirarlo hundirse casi con placer en el agua. Una sonrisa nostálgica se extendió por su rostro.

—Te gusta mucho el agua, ¿verdad, Haru-chan?

Haru cerró los ojos y se dejó invadir por la preciosa y añorada sensación del agua cubriéndole. No hizo ningún comentario, y tampoco sintió ganas de hacerlo. El único pensamiento que tenía en la cabeza era sencillo, oscuro y aterrador: muerte.

Estaba en una bañera. Si sumergía la cabeza hasta que ya no hubiese oxígeno en sus pulmones… Era una idea descabellada, y muy dolorosa. No tenía el valor para hacerlo. Pero no se le ocurría otra cosa para escapar de ahí. Aunque la muerte no era considerada como algo realmente bueno, era liberadora. Le daría libertad.

Pero tenía demasiado miedo.

Con eso dándole vueltas en la cabeza, Haru se sumergió del todo en la tina. El agua lo rodeó por completo en una leve caricia. Sopló por la nariz, produciendo burbujas que se abrieron paso hasta la superficie. Era tan cálida como el vapor del exterior. Haru deseó poder respirar bajo el agua —como incontables veces había hecho — para quedarse allí para siempre. Para que tuviesen que sacarlo a la fuerza y no por necesidad.

Pero le realidad era otra. Y tenía que enfrentarla.

Salió a la superficie, con el cabello empapado y la visión borrosa. Miró a Makoto, que estaba sentado en una silla que no se había dado cuenta de que estaba ahí, y le sostuvo la mirada un momento. Makoto le sonrió como siempre, y Haru sintió que algo le apretaba el corazón.

—Makoto.

Su voz rebotó en las paredes desnudas y le llegó amplificada al chico castaño, que casi cayó de su asiento al escuchar a Haru dirigirle la palabra una vez más en el mismo día.

— ¿Q-qué pasa, Haru? —preguntó ansioso, levantándose a medias de la silla —. ¿Quieres que te lave el pelo?

Haru negó con la cabeza. La respuesta era obvia y Makoto lo sabía, pero no estaba de más intentarlo. Los constantes rechazos de Haru seguían doliendo, pero una vocecita —una de las muchas —que había en su cabeza le decía que algún día Haru lo entendería y aceptaría. No perdía demasiado con seguir intentando, así que lo hacía.

Vio al muchacho moreno dudar, así que se quedó callado, esperando. Los ojos azules de Haru temblaban. O al menos esa era la impresión que tenía de ellos bajo tan poca luz.

Haru tragó saliva.

—Ven.

Makoto lo miró con una pregunta en el rostro. Dudoso, se acercó a él lentamente y le dedicó una pequeña sonrisa amable. Haru negó con la cabeza y se apoyó en la orilla de la tina. Bajó los ojos azules, y Makoto pudo ver un pequeño sonrojo en sus mejillas.

—Báñate conmigo.

Makoto casi se cayó hacia atrás. Parpadeó con los ojos como platos, clavados en su novio. Haru se alejó del filo de la tina y desvió la mirada hacia el agua.

—Ahora que todavía está caliente —murmuró.

El chico castaño tragó saliva.

— ¿Estás seguro? —preguntó dudoso. Haru no le respondió, y él tampoco supo si hablaba en serio. Tanto rechazo por su parte y evasión de contacto físico no podían desembocar en una petición de ese estilo. Era extraño, pero de todas maneras le calentaba el corazón.

Haru lo miró por el rabillo de los ojos. Un pequeño sonrojo le coloreaba las mejillas a su novio. Extrañaba ver ese rostro de niño emocionado, pero se obligó a apartar la mirada.

Para cuando Makoto se hubo quitado la ropa y la hubo puesto en la silla, Haru había intentado tres veces mantener la mirada en el agua resplandeciente para no voltear a ver el cuerpo desnudo de Makoto. Incluso cuando el castaño se metió en la tina frente a él, desvió la mirada. Pero sabía que Makoto le miraba con ojos verdes, amables y felices.

—Deja de mirarme —murmuró, con la voz débil pero amplificada por las paredes del baño.

Escuchó a Makoto reír encantadoramente.

—Perdón, Haru —El sonido de agua moviéndose hizo que Haru levantara los ojos. Vio a Makoto acercándose a él. Su primera reacción fue quedarse quieto, casi paralizado, sin saber qué hacer. Eso le traía tantos recuerdos… —. Pero es que eres muy, muy lindo…

Y en un dos por tres, Haru casi lo tuvo encima de él, con los labios pegados a su cuello. Sentía su respiración caliente y compensada, y eso le enviaba conocidos escalofríos de placer por todo el cuerpo.

Los labios de Makoto se sentían más cálidos que el agua, más ligeros, más suaves. Pero casi dolían. Eran como un recordatorio de lo que Haru estaba por hacer. Como si cada beso en sus clavículas fuese una puñalada de culpa a su corazón.

Lo siento, Makoto. Quería estar contigo un poco más, pero no así.

Haru llevó sus manos a la espalda de Makoto, rodeándole el cuello en un abrazo delicado. Sintió a Makoto sonreír contra su piel y depositarle un pequeño beso en el nacimiento del cuello, cerca del hombro. Haru se sintió estremecer.

—Te quiero —le dijo en voz baja.

Makoto sonrió con más ganas.

 Iba a decir algo, pero no lo hizo. No tuvo tiempo.

Haru cerró los brazos más fuerte en torno a su cuello y sumergió la cabeza de Makoto con todas fuerzas en el agua tibia mientras cerraba los ojos. El muchacho castaño se debatió después de un momento, seguro sin entender qué estaba pasando. Pero Haru no lo dejó ir; lo apretó contra su pecho e hizo acopio de toda su voluntad para empujarle aún más hacia abajo. En algún momento empezó a llorar.

— ¡Lo siento! —gritó sin poder abrir los ojos —Sólo… ¡Sólo deja de moverte! ¡No quiero hacer esto pero…!

Makoto levantó la parte baja del cuerpo en un intento desesperado por salir, pero Haru no cedió un ápice. Se inclinó hacia adelante para aplastar a Makoto con el peso de su cuerpo y evitar que su clara diferencia de fuerza se hiciese presente, pero Makoto se sacudió con tanta fuerza que Haru casi perdió la oportunidad.

— ¡Sólo un poco más, Makoto! —gritó el moreno, presa del pánico —.¡Por favor…! ¡Lo siento! ¡De verdad lo siento!

Una mano blanca salió disparada del agua y fue a jalarle el cabello a Haru. El chico apretó los dientes para no gritar de dolor, pero no se movió. La otra mano de Makoto buscaba a ciegas la orilla de la tina para apoyarse en ella y salir, pero se movía tan desesperada y torpemente que Haru podía saber con seguridad que a Makoto no le quedaba demasiado tiempo.

Extinguir la vida de Makoto nunca había pasado por su mente ni en sus sueños más locos, empero ahí estaba, casi rezando para que Makoto dejara de respirar. O en su defecto, que quedara inconsciente.

Haru creyó oír la voz de Makoto a través del agua, en un grito burbujeante, pero no aflojó su agarre. El chico castaño estaba empezando a perder las fuerzas con cada sacudida que daba. Haru se daba cuenta. Estaba muriendo.

— ¡Ma…!

Y entonces, en la mitad del forcejeo, Makoto dejó de moverse. Sus brazos cayeron al agua con gran estrépito y la parte baja de su cuerpo volvió a sumergirse. Haru lo miró con los ojos como platos, incapaz de tragar el nudo en la garganta que se le había formado.

Abrió la boca, pero no salió de ella nada que no pareciera ser emitido por un animal herido. Sólo atinó a abrazar a Makoto —o a su cadáver —con las manos temblorosas. Estaba caliente todavía, pero Haru podía sentir cómo el calor abandonaba gradualmente al muchacho que había estado vivo hacía sólo unos momentos.

Pero Haru lo había matado. Y no podía hacer más que arrepentirse. ¿Haber provocado la muerte de su novio valdría la pena sólo por escapar de ahí? Ya no le parecía un intercambio justo. Porque nunca volvería a ver a Makoto, y porque siempre iba a recordarlo entre sus brazos, inmóvil y rodeado de agua.

—Lo siento… lo siento tanto… —articuló, porque toda palabra se negó salir más allá de un débil susurro.

Escuchó una vocecita cruel que le decía que debía marcharse cuanto antes y dejar atrás a Makoto. Salir de donde quiera que se encontrase y buscar a Rin. Con suerte estaría vivo para entonces.

Haru tragó saliva. ¿Pero y Makoto? ¿Estaba bien dejarlo ahí? Acababa de asesinar a una persona. A Makoto, su mejor amigo y hasta entonces su amante. Dejar el cuerpo allí parecía demasiado incluso para la situación.

Pero algo debía hacer.

Con cuidado, Haru salió de la bañera. Intentó no tocar demasiado a Makoto. Casi sentía que podría despertarlo si lo alteraba de más, así que hizo su mayor esfuerzo por ni siquiera rozarlo. Empapado, se envolvió en la toalla blanca que había tenido antes. Estaba caliente, pero Haru apenas lo sintió. Estaba muy ocupado intentando no girarse y contemplar su propia obra en la bañera.

Pensó en deshacerse de los bóxers empapados, pero desistió en cuanto llegó a la conclusión de que no tenía siquiera su ropa allí. Si iba a irse, al menos debería traer algo puesto. Y en este caso eran la toalla y los bóxers.

Temblando, Haru caminó hacia la puerta. Pero entonces, cuando iba a tomar el pomo, escuchó el sonido de agua moviéndose detrás de él. Un escalofrío le recorrió la espalda. No era una gota cayendo en alguna parte; era el sonido que produce el agua cuando estás entrando a la tina.

O saliendo de ella.

—Haabrbrbrbruuu….

El chico se detuvo en seco, paralizado del miedo. La voz que borboteaba detrás de él casi le hizo caer; las piernas le temblaban tanto que dudaba que pudiesen sostenerlo por más tiempo.

Y se volvió, a sabiendas de lo que sus ojos encontrarían.

Pero cuando lo hizo, despertó.

Con un sobresalto y empapado de sudor, pero despertó. La oscuridad de la celda le dio la bienvenida justo como lo había hecho todas las veces que tenía la desdicha de abrir los ojos. Cuando lo hizo, sintió el frío del suelo como un golpe gélido en el costado.

Pero la única diferencia es que no había cerrado los ojos en ningún momento. Fue más bien como si saliera de una especie de trance hipnótico, sin cerrar los ojos y con la mirada distante y perdida en la pared. Cuando su vista volvió a enfocarse, Haru soltó un grito ahogado y se irguió de golpe.

Miró a todas partes, asustado. Una mirada verde le sonrió justo del otro lado de las rejas.

—Hola, Haru.

Su voz sonaba tranquila, como si no acabase de regresar de la muerte. De la muerte que Haru le había causado. El chico moreno tragó saliva y quiso llevarse la mano a la frente, pero cuando lo intentó las cadenas de las esposas tintinearon. Se dio cuenta de que no tenía el collar y que las cadenas de sus piernas habían desaparecido. Las esposas eran lo único que lo mantenían cautivo ahora.

— ¿Qué ha pasado? —preguntó, con la voz temblorosa —¿Dónde…? ¿P-por qué…?

Makoto se llevó un puño a la boca y rio.

—Perdona. Ha sido culpa mía.

Haru entrecerró los ojos para que su aún nublada visión se reestableciera. El cabello y los rasgos de Makoto se hicieron más afilados, más definidos. Ladeó la cabeza.

—He estado jugando un poco con Rin, pero como no sabía muy bien qué clase de droga estaba dándole, tomé un poco —se encogió de hombros; Haru vio que los ojos de su novio estaban rojos y llorosos —. Como vi que no era gran cosa, te di un poco a ti también.

Haru abrió los ojos como plato al escuchar eso.

— ¿Me drogaste?

Otra vez.

—Querías salir, ¿no? Estuviste lejos un muy buen rato.

Haru tragó saliva y se lamió los labios, ansioso. No sabía si debía preocuparse por ello, aliviarse por no haber matado a Makoto, o si alarmarse por Rin. ¿Qué significaba “jugar” ahora?

—Rin… —musitó, con la voz repentinamente seca —. ¿Rin está bien?

Makoto puso mala cara al escuchar eso.

—Por ahora.

Haru se quedó callado. La cabeza le daba vueltas y sentía náuseas. Quería tirarse en el suelo y dormir.

Pero lo que hizo Makoto justo en ese momento le quitó todas las ganas de cerrar los ojos. Se metió a la celda. Abrió la puerta con sus llaves y se sentó a un lado suyo, en el suelo frío de concreto. La primera reacción de Haru fue intentar alejarse, pero las esposas que lo encadenaban a las rejas no lo dejaron. En su lugar, mantuvo la respiración casi sin quererlo.

Makoto le sonrió tranquilizador.

— ¿Qué fue lo que soñaste, Haru? Me muero por saber.

Haru bajó la cabeza y se mantuvo en silencio. Obviamente no iba a decirle una palabra. Escuchó una gota solitaria cayendo en alguna parte, y se concentró en intentar encontrar su localización, pero las paredes hacían rebotar el sonido y se la ponían difícil.

Makoto suspiró.

—Yo soñé que salías de aquí con ayuda de Rin —dijo despacio, viendo cómo Haru levantaba la mirada poco a poco, interesado —. No pude hacer nada, y créeme que fue horrible. Te supliqué que no te marcharas —su mirada se fue enturbiando hasta que el verde de sus ojos alcanzó un tono mohoso y oscuro —, pero no te importó y tomaste su mano.

Haru tragó saliva, nervioso. Quiso decir algo como “nunca te dejaría aquí solo”, pero ya no estaba seguro. Si Rin apareciera en su celda y le dijese que hay una forma de salir, tomaría su mano. Sin duda alguna.

¿Verdad?

O tal vez era eso de lo que intentaba convencerse.

Como Haru no dijo nada, Makoto continuó, sus ojos oscuros y fríos como pozos profundos.

—Lo que me llevó a pensar que debería asegurarme de que eso no suceda — metió la mano en uno de los bolsillos de su sudadera —. ¿Te acuerdas de lo que te dije ayer? Sobre matarte.

Haru sintió un sudor frío recorrerle la nuca y que el estómago le daba un vuelco. Makoto sonrió al ver su expresión. Entonces extrajo la mano del bolsillo. Una pistola negra relució entre sus dedos. Haru abrió la boca, pero no salió nada más que un ruido de sorpresa. El corazón le pendía de un hilo.

—Ma…

Makoto jugueteó con ella. Se puso el cañón cerca de la cabeza, dándose golpecitos en la sien, como quien intenta pensar.

—Aunque… creo que es una mejor idea volarle los sesos a Rin.

Haru dio un salto en su lugar.

— ¡No! —exclamó, casi gritando.

Makoto lo miró como si estuviera viendo más allá de él, como si no estuviera realmente allí.

—Ohh, yo creo que sí.

Haru se acercó gateando a Makoto.

—Pero Rin no… él no ha hecho nada que…

Makoto apuntó el arma hacia él. Haru sintió el cañón frío en la frente.

—O podría matarte a ti y luego suicidarme.

Haru se echó a temblar de pies a cabeza. Nunca en su vida iba a olvidar que su novio estaba apuntándole con una pistola directo a la cabeza. Ni el círculo frío presionado contra su frente. Casi sintió que las lágrimas salían.

—Makoto… basta. Por favor…

El chico castaño ladeó la cabeza mientras sonreía.

—O mejor aún: nos mato a ambos con una sola bala.

Y sin decir más, se levantó y fue a ponerse detrás de Haru. Se sentó de manera que podía rodearle la cintura con un brazo. Haru quedó entre sus piernas, con la espalda recargada en el pecho amplio y fuerte que conocía más que bien. Se habían sentado así incontables veces en el pasado. Pero la diferencia era que ahora, en lugar de estar entre Makoto y una televisión, Haru estaba entre su novio y un arma apuntándole justo al corazón. Makoto habló en su oído, sonriente.

— ¿No es romántico? Podremos morir juntos. Así nunca van a poder separarnos.

Haru negó con la cabeza. Un sollozo se escapó desde lo más profundo de su garganta y su visión se volvió borrosa.

—No quiero morir, Makoto… Sólo… detén todo esto…

Makoto le depositó un suave beso en la nuca.

—Nop. Eso te toca a ti.

Sintió que Makoto se retorcía detrás suyo y que le tomaba la mano esposada. Lo vio introducir una llave pequeña en la cerradura, y después de un click, ya estaba libre. Lo miró con expresión interrogante. Makoto se limitó a sonreírle como si nada.

Le tomó la mano y le entregó el arma. Haru sintió su peso y el material frío contra su mano. Makoto cerró la suya entorno a la de él.

—Puedes hacer lo que gustes —le susurró desde atrás —. Igual te amaré, así que tranquilo.

Pues Haru estaba todo menos tranquilo. ¿Qué se suponía que hiciera con una pistola? ¿Makoto estaba incitándolo a matarse? ¿O a matarlos a ambos? Bien podría matarlo —como en su sueño — y salir de ahí cuanto antes. Pero no era tan fácil. Eso era la realidad, no una alucinación causada por una droga.

Makoto sonrió cuando Haru se volvió hacia él de cuerpo completo, arrodillado entre sus piernas.

—Incluso si lo haces te amaré —dijo suavemente. Como siempre, Makoto podía leerlo sin problemas. Sabía en lo que estaba pensando.

Haru negó con la cabeza.

—No quiero esta pistola. No quiero que nadie salga herido.

Makoto entrecerró los ojos un poco, casi imperceptiblemente. Alargó las manos hacia Haru y le tomó el rostro. Se inclinó hacia él, y Haru creyó por un momento que lo besaría, pero no. Makoto le susurró dulcemente al oído:

—Si no me matas ahora, yo le pongo a Rin una bala entre los ojos.

Haru apretó el arma entre sus manos. ¿Por qué? ¿Por qué no sólo lo mataba y listo? Rin no tenía nada que ver. El único error de Rin había sido gustar de Haru. Y éste último ni siquiera le correspondía. Makoto estaba demasiado ciego. Ciego de amor o ciego de locura. Cualquiera servía para impedirle ver lo que Haru realmente sentía.

Haru tragó saliva y miró a los orbes verdes de Makoto.

— ¿E-estás… pidiéndome que elija?

La sonrisa de Makoto se extendió casi imperceptiblemente. Asintió con la cabeza.

—Por más que intento no puedo estar seguro de que Rin no significa nada para ti. ¡Es más! No sólo Rin; cualquier persona debe significar menos para ti que yo. Y eso es porque me amas, ¿verdad?  Tú lo dijiste.

Haru sintió que las lágrimas le cruzaban las mejillas.

—Entonces no tienes que hacer esto… Rin no… Sólo… mátame a mí.

Makoto negó con la cabeza como si estuviera diciéndole a un niño que no hay más helado en la nevera. Le acarició la mejilla suavemente.

—Sabes que no puedo hacer eso. No cuando hay una solución que nos beneficia a todos.

Haru elevó la voz aunque le ardiera la garganta. Estaba llegando a su límite. O tal vez ya lo habría rebasado.

— ¡Esto no beneficia a nadie! —gritó —. ¡Si quisieras detener esto podrías hacerlo, y todos seríamos felices! ¡Ya te he dicho que no quiero nada con Rin! ¡Si me amaras habrías confiado en mí desde el principio!

Makoto hizo como si no lo hubiese escuchado y le rodeó las manos alrededor del arma con las suyas. Se llevó el cañón al corazón.

—Elige.

Haru negó lentamente, pero no se movió. Sentía que su cuerpo no prestaba atención a ninguna de las órdenes que luchaba por enviarle, que se quedaba estático porque ya no tenía poder sobre sí mismo. No podía jalar el gatillo ni retirar la pistola. Sólo mirar a Makoto esperando su decisión. Lo cual era otro problema, porque era obvio que no podía elegir. Rin no tenía culpa de nada, y matar a Makoto… ninguna opción parecía correcta.

Pero la vida de Rin está en juego por tu culpa.

Eso era cierto. Todo el embrollo era tanto su culpa como la de Makoto. Bien podría matarse y darle fin a todo, pero no era tan simple la cosa; si mataba a Makoto y después se disparaba a sí mismo, Rin se quedaría en un sótano oscuro y solitario por el resto de su vida. Nunca lo encontrarían a tiempo. Y si le disparaba a Makoto, se sentiría horrible por el resto de su vida.

Pero Makoto esperaba una solución en ese momento. Ya, sin vacilar.

Y aunque no le gustara la idea, Rin estaba primero. Porque él era totalmente inocente. Cualquier persona en su lugar lo sería.

Entonces, con eso en mente, Haru miró a Makoto a los ojos. A los ojos tan verdes que uno se preguntaba si eran naturales y que te enamoraban con tan sólo mirarlos. A los ojos tan profundos y tan hermosos que no sabías si estabas mirando a una persona o a un ser que no era de este mundo y que se había escapado en el momento y lugar exacto para que tú tuvieses la dicha de verlo.

Ninguno dijo una palabra.

Algo en el rostro de Makoto se contrajo, y fue entonces cuando ambos supieron qué había elegido Haru. Los ojos verdes de Makoto se opacaron gradualmente, como una flor que se cierra sobre sí misma por capricho. O por necesidad. Para protegerse y que nadie le hiciera daño.

— ¿Es en serio, Haru? —preguntó despacio, arrastrando las palabras. Su rostro no mostraba sorpresa, ni tampoco incredulidad. Sólo un vacío interminable.

Haru cerró los ojos y dejó que las lágrimas salieran sin remedio. Apretó el cañón del arma contra Makoto y respiró hondo.

—Te quiero —dijo con la voz temblorosa.

No esperaba escuchar una respuesta.

Pero lo hizo.

—No te creo.

Y Haru jaló el gatillo.

En ese momento, Haru no pudo escuchar nada. Era como si el mundo hubiese enmudecido de repente. Eso parecía, así que abrió los ojos lentamente. Se encontró con la mirada vacía de Makoto. Esta vez totalmente vacía. El verde tan bonito que había tenido alguna vez había desaparecido total y definitivamente de su mirada.

Pero no había sangre. Ni un hueco de proyectil. Ni Makoto había caído.

 Estaba vivo. Y nada había salido de la pistola.

Cuando Haru parpadeó y se dio cuenta de los hechos, golpeó el cañón del arma con la mano libre y jaló el gatillo un par de veces. Nada salió. No hubo más que varios clicks, todos inservibles y sordos.

Haru volteó a ver a Makoto y abrió la boca, esperando que algo saliese de ella. Pero parecía igual de inútil que la pistola.

Makoto se puso de pie y lo miró desde arriba. Ladeó la cabeza, pero no le mostró expresión alguna en el rostro. Parecía un caparazón vacío, se dijo Haru. Ya había sobrepasado sus límites.

—Ma-Makoto… —balbuceó Haru, temblando de pies a cabeza.

El chico castaño no le dedicó más que una mirada muerta y le quitó el arma de las manos. O se la retiró, más bien; ninguno de los dos hizo demasiada fuerza. Haru no luchó por cerrar los dedos entorno a la pistola y Makoto no forcejeó con él para apoderarse de ella. Ninguno parecía tener control sobre sus movimientos, mecánicos y lentos.

Makoto salió de la celda en un par de zancadas errantes y la cerró con llave. Haru lo siguió con la mirada, pero no se puso de pie. Seguía de rodillas, pero ya sabía que nada serviría sin importar qué intentase. Ya daba igual.

Makoto se quedó mirándole a través de las rejas un momento. Sus ojos no perdieron conexión ni un momento; incluso se mantuvieron unidos cuando Makoto extrajo un objeto cuadrado y negro de su bolsillo izquierdo y lo metió en la parte larga de la pistola. Después puso la mano libre en el cañón y movió hacia atrás la parte móvil. Haru escuchó otro click. Ahora el arma estaba cargada. Ahora era mortal.

Pero Haru no tenía miedo por su seguridad. Sabía que ninguna bala terminaría en su cuerpo. Pero no estaba seguro si la misma regla aplicaría con Makoto y con Rin.

Y como siempre, Makoto le leía la mente.

—Esto —dijo, levantando el arma con una mano y metiendo la otra en su bolsillo para después extraer lo que parecía una bala pequeña y dorada — va a terminar en la cabeza pelirroja de alguien.

Haru negó con frenesí.

—E-espera, Makoto. Él no tiene culpa de nada. S-soy yo quien…

Makoto asintió con la cabeza.

—Sí, es tu culpa. Pero es tuya por haberlo elegido a él. Seguro tiene algo que yo no, ¿verdad? Me pregunto si encontraré algo abriéndole la cabeza.

Haru intentó ponerse de pie, pero sus piernas parecían las de una muñeca de trapo, así que no lo sostuvieron más que un par de segundos, para después dejarlo caer con fuerza al piso. Gateó hasta las rejas y se aferró a ellas con ambas manos. Levantó la cabeza en una patética súplica.

—Makoto…

—Tranquilo, Haru. Es broma —abrió la puerta detrás suyo y salió de la habitación. Cuando se giró hacia él, le tiró la bala dorada. Ésta tintineó al golpearse contra el suelo, y rodó cerca de Haru.

El chico la miró sin entender. Estaba manchada de rojo. Ahora que estaba cerca, lo veía sin problema.

Cuando Haru subió la mirada hacia Makoto, el chico sonrió un poco. Una sonrisa forzada pero no del todo falsa.

—No encontré nada dentro.

Haru sintió que su corazón se esforzaba demasiado por seguir funcionando y que dejaría de hacerlo en algún momento. Negó con la cabeza.

—Dime que no es cierto. Por favor dime que no…

Estiró un brazo hacia Makoto.

—Por favor… —rogó.

Pero Makoto ya estaba cerrando la puerta.

—No importa cuántas veces vuelva a nacer —dijo con voz baja, sin dejar de mirarle a los ojos —, volveré a enamorarme de ti. Y a matar a todo aquél que se interponga.

Hizo una pausa, seguro pensando en que Haru podría decir algo. Pero como no lo hizo, continuó. Arrastró las palabras.

—Volveremos a encontrarnos, Haru. Pero todavía falta muuuuucho tiempo. Lo que tardes en morir, exactamente.

— ¡Makoto! —gritó Haru, utilizando toda la fuerza que le quedaba.

Pero Makoto cerró la puerta sin dudarlo un segundo. Y Haru se quedó en la oscuridad solo, temblando, llorando. Condenado.

Poco después escuchó el disparo. Y algo cayendo sobre el suelo.

Ningún ruido más.

Ninguna señal de vida.

Nada de nada.

Y en todo ese tiempo, y por quién sabe cuánto más, Haru se quedó mirando a la puerta.

A la puerta que no se abriría nunca más.

 

 

Notas finales:

No me asesinen. Me dolió demasiado, pero esto era a lo que quería llegar. 

Cuando leí el doujinshi esperé un final parecido a éste, pero vimos que no fue así. Fue un final que le quitó todo el trauma a Makoto y que arregló la situación con un "lo siento" de lo más simple. No critico el doujin, pero me pareció que esto era más apropiado. Aunque mi Makoto era como 10 veces más enfermo que el original, pero sigo pensando que hubiera sido una buena idea hacer el final más de este estilo. Claro, aunque el del doujinshi me gustó de todas maneras.

En fin XD Todos mueren XD Bueno, eso no lo sabemos, pero es lo más lógico en una situación de este estilo. Tal vez encontraron a Haru. O tal vez no. 

Asdasda no saben cómo me sentí de feliz cuando lo terminé. Orgullosa y también triste, sí, pero fue bueno de todas maneras.

Sobre por qué no hay final feliz: venga, Makoto estaba loco de amor. O muy enfermo, pero loco a fin de cuentas XD Un "pero yo te amo" de Haru no iba a ser suficiente para frenarlo ahora después de todo lo que había pasado, así que sentí que si de la nada Makoto decía "pues creo que sí me pasé un poquito", ya no sería el enfermo yandere que originalmente era. Sería como destruir el personaje en el que trabajé capítulo tras capítulo.

Espero que les haya gustado. O que de perdido las haya impactado tanto como a mí. 

Bievenidos comentarios y mentadas de madre. 

¡Por cierto! La idea de la tina de baño me la dio una amiga coff coff Kasia-pyon coff coff, así que para ella van los créditos correspondientes. 

En fin. ¡Nos leemos! Gracias por haberlos esperado con ansias.

 


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