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El fantasma de White City por Angeline Victoria Schmid

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Notas del capitulo:

Me ha costado muchísimo escribir este capítulo. No sólo por el contenido (realmente no era tan difícil) sino por tiempo, ya que tengo los exámenes de la universidad a la vuelta de la esquina (¡deseadme suerte!).

Estaba claro que tenía que hacer algo con su brazo. Hacía dos semanas que se lo había amputado, y estaba harto de aguantarle el plato para que pudiera comer. Había que reconocer, pero, que estaba siendo un buen paciente, cosa que no se esperaba. En realidad esperaba tener que atarlo a la cama para evitar que se levantara cada dos por tres, que se quejara de la medicación a cada minuto, que le dijera que tenía las manos frías cada vez que iba a cambiarle los vendajes, y miles de chorradas que caracterizaban a los malos pacientes; pero lo cierto era que se estaba comportando de lo lindo, no le había dado ni un solo problema. En definitiva, perder el brazo le había afectado más de lo esperado, ya ni siquiera se quejaba del síndrome del miembro fantasma, aunque era evidente que aún lo tenía.


Se sentó en la camilla y sonrió un poco. Dormido, el pelirrojo parecía otra persona. Alguien calmado y que reflexionaba antes de actuar, alguien muy distinto a la persona que él amaba. Le colocó un mechón que le caía por la frente, pero el gesto pareció despertarlo, por lo que retiró la mano y se levantó para irse.


Pero no pudo irse, Kid le había cogido por la muñeca. Había sido rápido, eso significaba que no había intentado usar el brazo izquierdo, que en ese momento habría sido mejor.


- ¿Te encuentras mal? – Le preguntó, no se le ocurría otro motivo para que intentara retenerle.


- No, sólo… - Suspiró -. Da igual, no importa.


- Sigues cogiéndome la mano. – Respondió.


Sin que el pelirrojo se diera cuenta, su pulgar había empezado a trazar círculos en la muñeca del médico, pero el moreno se dio cuenta de que el menor estaba muy lejos de allí, como le había pasado más de una vez en la última semana.


***


Eustass Kid aún recordaba la primera vez que se había acostado con Trafalgar Law. Era una calurosa noche de julio, caracterizada por el típico bochorno de las islas de verano. No se podía estar más de 5 minutos en la calle sin abrasarse, pero esos 2 minutos que coincidieron frente a un pub fueron suficientes como para que ambos decidieran entrar y charlar un poco, después de todo, habían dicho que se encontrarían en el Nuevo Mundo, y allí estaban.


No estaban enamorados, ni tampoco esperaban encontrarse tan pronto, simplemente empezaron a beber mientras hablaban, y el alcohol no tardó mucho en hacerles efecto, haciendo salir a la luz el vicio y sus oscuros deseos de poseer al otro.


De algún modo que al día siguiente no conseguiría recordar, el pelirrojo había conseguido tener al mayor contra la puerta de una habitación, besándolo con rabia, sus lenguas enzarzándose en una lucha en la que la del moreno no pensaba ceder ante la del menor. ¿Cuándo había pedido la habitación? ¿La había pedido o había subido directamente a por ella como el buen pirata que era? Nunca le importó, era un pirata y como tal cogía lo que quería cuando lo quería.


A pesar de estarse besando, Law no cerró completamente los ojos en ningún momento, y el capitán se dio cuenta de que el moreno se limitaba a devolverle los besos con rabia, pero que no era él el primero en darlos. Estaba claro que, mientras al pelirrojo el sake le había nublado la mente sin demasiado esfuerzo, éste no había conseguido acabar con la característica frialdad del Cirujano de la Muerte.


Caminó unos pasos cuando sintió que el moreno se movía, sin duda habiendo abierto la puerta de la habitación donde iba a ser suyo esa noche. Y la reacción del mayor una vez dentro no se hizo esperar: le quitó la camiseta que llevaba y, tras quitarse la suya propia, retrocedió un par de pasos para mirarle ¿hambriento? El pelirrojo se quitó los zapatos como buenamente pudo sin dejar de mirarlo y lo mismo hizo con sus pantalones y la ropa interior, viendo que al otro lado de la habitación, el médico hacía lo mismo.


No tardó mucho en volver a tenerlo contra la pared, esa vez de espaldas a él, el moreno mirándole de reojo mientras el menor recorría su miembro con los dedos y apoyaba el suyo propio en la entrada del médico. El ojigrís apoyó la frente en un brazo mientras su otra mano bajaba hasta la mano del pelirrojo para acompañarla en su movimiento y, instintivamente, levantó el culo buscando más contacto.


Pero entonces cambió de opinión, no estaba tan borracho como para hacerlo de esa manera. Se separó lo justo para girarlo y cogerlo en brazos.


- Puedo hacerlo mejor que eso. – Espetó, confiando plenamente en sus propias habilidades -. Voy a hacer que te retuerzas.


- Inténtalo. – Respondió el moreno con su tono arrogante habitual, una sonrisa ladina adornándole la cara.


Y lo dejó sobre la cama. Cuando apoyó los brazos a ambos lados de su cara, se dio cuenta de lo mullido y cómodo que era ese colchón, había hecho bien en abandonar la pared. Un jadeo se le escapó de la garganta cuando notó que, bajo él, el moreno se había deslizado por el colchón hasta quedar bajo su pecho y ahora le lamía un pezón que se endurecía con el cálido y húmedo contacto de su lengua. Kid se apartó un poco y capturó sus labios, que pronto fueron abandonados para dejar un camino de mordiscos y lamidas por el cuello y el hombro del mayor, mientras con dos dedos recorría sus abdominales en una línea descendente hasta su entrada e introduciéndolos en ella sin previo aviso.


Sonrió cuando le arrancó un gemido y empezó a moverlos buscando su próstata, que a juzgar por los gemidos ahogados que procedían de la garganta del cirujano, no tardó mucho en encontrar.


- E-Eustass-ya… - Oyó que lo llamaba entre jadeos, tirando suavemente de su brazo.


- ¿Ya estás cansado? – Preguntó decepcionado.


- Y una mierda. – Respondió mientras esparcía las gotas de líquido preseminal por el glande del pelirrojo -. Ahora… Supongo que sabrás qué hacer.


Ese último comentario y la sonrisa ladina que lo acompañaba fueron los detonantes que hicieron que el menor se la metiera sin contemplaciones, sabiendo de sobras que el moreno estaba perfectamente dilatado y que no le dolería mucho. Por un momento creyó que se había pasado, era muy estrecho, pero el movimiento del moreno haciendo que el menor se enterrara en él por completo lo hizo cambiar de opinión. Ambos empezaron a moverse a un ritmo frenético, la polla de Kid golpeando la próstata del otro tantas veces como podía, intentando que el mayor dejara de ahogar sus gemidos y gritara su nombre. Lo consiguió cuando sus labios se decidieron a lamerle la orilla, que pronto pasó a mordisquear mientras le arrancaba esos preciados gemidos.


Se apartó un poco de su cuerpo cuando sintió la mano del mayor colándose entre ambos miembros, empezando a masturbarse a si mismo. Dejó de moverse durante unos largos segundos, sabiendo que el mero hecho de saber que Law se estaba masturbando en ese mismo instante le provocaba tal imagen mental que estaba a punto de llegar el clímax, y no quería permitirse terminar antes que él. Su propia mano también se coló entre sus vientres, pero no permitió que la del cirujano se alejara, al contrario, se limitó a acompañar sus movimientos. Eso pareció gustarle, pues las uñas de la mano libre del moreno empezaron a clavarse en su piel, y el menor no tuvo dudas de que a la mañana siguiente aún tendría el rastro de su recorrido grabado en la piel en forma de marcas rojizas.


- ¡K-Kid! – Gritó el moreno mientras se corría entre los vientres de ambos.


- ¡Trafalgar! – Se le escapó al sentir las paredes del otro estrechándose a su alrededor, su nombre convertido en música al abandonar las cuerdas vocales del mayor en forma de ese profundo gemido.


No pudo evitarlo, se dejó caer sobre él mientras recuperaba un poco el aliento, pero se apartó enseguida hacia un lado, dejándole el otro lado de la cama.


Ambos estaban cubiertos de sudor y manchados con el semen de Law, pero no pareció importarles demasiado, que se hubieran encontrado por casualidad no cambiaba que hubieran tenido un día agotador, y la sesión de sexo los había cansado más.


A la mañana siguiente, Kid se despertó sorprendido de que, a pesar de que el sol estaba ya muy alto, el moreno seguía descansando a su lado. Era extraño que, con esas ojeras tan marcadas que tenía bajo los ojos, ahora durmiera plácidamente.


La luz se colaba por los agujeros de la mugrienta persiana y ahora que no estaba borracho, se fijó en lo destartalado que estaba el lugar, sus ropas tiradas por el suelo añadiendo aspecto de dejadez a la habitación. Se incorporó un poco, apoyando la espalda en el cabezal de la cama y se llevó las manos a la cabeza. Tenía mucha resaca, quizás el sueño del mayor se debía al efecto del alcohol. Lo miró un momento, desde esa posición podía ver las manchas de pintalabios que le llenaban el cuello y el hombro, emborronadas por la cantidad de besos que le había dado.


Se permitió volver a tumbarse en la cama y lo abrazó desde atrás, no como a una persona amada sino como a una propiedad, como si pretendiera que el moreno le perteneciera durante más que una noche. Se sorprendió un poco al ver que con ese simple contacto el mayor empezara a desperezarse, girándose para mirarle a los ojos con una sonrisa ladina.


- ¿Te alegras de verme? – Preguntó con un suave ronroneo mientras buscaba sus labios.


El pelirrojo se rió y no contestó, esperando que por una vez fuera el ojigrís el que le besara. Sonrió contra sus labios cuando estos se tocaron, porque por primera vez fue el moreno el que había querido ese beso.


***


- ¡Eustass-ya! – Lo llamaba Law mientras lo zarandeaba un poco.


- ¿Eh? ¿Qué? – Preguntó el pelirrojo en el momento en el que abandonó el trance en el que había estado.


- Era como si no estuvieras aquí. – Respondió el mayor, aprovechando para liberar su mano del agarre del ambarino ahora que este se había relajado un poco.


- No estaba por lo que tenía que estar. – Aunque esa respuesta podría haber sido muy ofensiva, Kid la dio con un tono cálido.


 - Bueno. Vamos a desembarcar en la siguiente isla para ocuparnos de algunas cosas, pero nos vendría bien que alguien se quedara a bordo vigilando al prisionero. – Respondió mirándole interrogativamente, decidiendo ignorar el comentario anterior.


- No creo que… - Bufó y miró hacia el lugar dónde debería haber estado su brazo, ahora convertido en un muñón que, con las vendas retiradas, era visible para todos los que fueran a verle.


- ¡Eustass-ya! – Exclamó el mayor para llamar su atención, mirándolo con el ceño fruncido -. No tienes porque pasarte el día en la camilla, puedes levantarte si quieres. Uno de los yonko perdió el brazo hace años y sigue siendo fuerte.


- Sí. – Respondió con una pequeña sonrisa triste, algo más convencido.


***


- Bepo. – Llamó el ojigrís a su peludo amigo, dándole la caja que llevaba en las manos -. Por favor, mete aquí todo el metal que encuentres. Penguin y Shachi harán lo mismo en las suyas. Da igual cómo sea el metal, lo aprovecharemos igualmente.


Cora-san, Monet y el cirujano caminaron un buen rato en un silencio que sólo era roto por el sonido de sus pisadas sobre la nieve.


- Así que este es el sitio… - Dijo la peliverde cuando los otros dos se quedaron quietos frente a una pared medio derrumbada que quedaba refugiada del viento.


- Sí. – Respondió el menor, agachándose a acariciar las manchas rojas que aún teñían la pared -. Aquí todo volvió a empezar de nuevo.


El rubio no dijo nada, limitándose a sacar un paquete de cigarrillos y a encenderse uno, que se llevó a los labios.


- ¡Cora-san! ¡Te tengo dicho que vayas con cuidado! – Gritó el moreno en cuanto sintió el calor de las llamas del abrigo del mayor.


La suave risa de la mujer pájaro llenó el ambiente, que pronto fue acompañada por la de los dos hombres. Lo cierto era que ese momento les había quitado la tensión que habían estado acumulando durante las últimas semanas, desde que habían leído esa noticia en el periódico, y sabían que aún les quedaba un largo camino por recorrer, para llegar a Dressrosa y para terminar con ese asunto de una vez por todas.


Hacía más de 10 años, un joven comandante de la marina había desembarcado en la Isla de Minion con un niño con la última esperanza de conseguir que el niño superara el síndrome del plomo ámbar, la enfermedad incurable que estaba a punto de terminar con su vida. El niño, antes de piel tostada, era blanco casi por completo, señal de que le quedaban pocos días de vida.


Allí, el hombre luchó por conseguir robar la Ope Ope no Mi que obligaría a comer al niño, curándolo por fin. Quedó muy mal herido, creyendo que no sobreviviría, especialmente tras quedar encerrado en la jaula de pájaros que su propio hermano había creado con el poder de su Akuma no Mi.


- ¿Por qué me obligáis a matar a mi familia de sangre una y otra vez? – Preguntó el mayor de los dos hermanos.


- Lo hice para salvarte. – Respondió el más joven con pesar, sabiendo que su fin estaba cerca.


- No lo digas. – Dijo el otro, mirando hacia atrás un momento. Los otros tres Oficiales estaban tras él, observándolo, no podía hacer nada más que quitarle el seguro a la pistola con la que apuntaba a su hermano menor.


- No podía creer que nuestros padres hubieran criado a un monstruo como tú. – Suspiró, y el esfuerzo le hizo toser algo de sangre -. Creía que podría salvarte, que volvieras a ser la persona que quería por…


- ¡No lo digas! – Gritó Doflamingo sin dejar que su último familiar biológico terminara la frase y cerró los ojos con fuerza, sin mirar bien donde apuntaba.


- … Hermano. – Finalizó con una sonrisa, si iba a morir, era así como quería ser recordado, con una sonrisa que mostrara la felicidad que había sentido durante los últimos 6 meses.


Y en ese momento, cuando la bala abandonó el cañón de la pistola, el tiempo se paró para una personita. Pasaron segundos, minutos, y el niño que había encerrado en un baúl lloraba inaudiblemente. El hecho de que no se le oyera significaba que el adulto no había muerto, pero aun así no podía dejar de llorar, seguro de que el disparo había dado de lleno en el cuerpo del rubio.


Y así era, sólo que no había impactado contra su corazón, sino sólo contra su hombro.


Oyó un ruido como si algo fuera arrastrado, y notó como el cofre en el que estaba se alzaba y que alguien lo movía. Se asustó mucho cuando lo dejaron en el suelo y el baúl se abrió, creyendo que sería Doflamingo quien lo abriría y que iban a matarle sin que pudiera vengarse, que Cora-san había sacrificado su vida inútilmente.


Pero fue Corazón quien lo abrió.


A pesar de la tos que tenía el rubio, la sonrisa del niño no podría haber sido más ancha, era realmente feliz. El mayor le dio un beso en la frente y lo abrazó mientras le revolvía el pelo.

Notas finales:

Bueno, lo que más me ha costado escribir ha sido el lemon por el hecho de ser algo que Kid está recordando en ese momento pero no lo he escrito como flashback.


Me he sentindo bastante mal haciendo sufrir tanto a Kid por el tema del brazo, pero creo que era necesario porque aunque sea Kid y en el anime parezca que no le importe, estoy segura de que es porque no hemos visto nunca. Según lo que estoy estudiando, los procesos de luto no sólo empiezan con la muerte de una persona, sino por la pérdida de algo que antes se tenía y ahora ha cambiado/desaparecido, como un brazo. Este luto debería durar 1 año, que es lo que la persona media tarda en superarlo, pero yo no voy a hacerlo tan extenso.


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