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Slave por FantasticShow

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Notas del capitulo:

Gracias por darle una oportunidad al fanfic, eh. Les agradezco de corazón. 

Aclaraciones: 

-Cursiva: Palabras de MyungSoo/SungJong.

-Negrita: Palabras importantes o significativas.

-Cursiva negrita: Pensamientos MyungSoo/SungJong.

[Kim MyungSoo]

Cada vez que cerraba los ojos, podía sentir en mi sangre la desesperación de mi madre la última vez que me vio. De espaldas contra la pared y con el filo de la espada apuntando su cuello, rogaba para que su hijo corriera de ahí y se salvara, que tuviese una vida mejor. Pero no, no corrí. No me salvé. Me quedé de pie en el umbral de la puerta de mi casa, observando la terrible escena que se me grababa a fuego en mi cabeza. Jamás podré olvidar la sonrisa de ese maldito hombre que arrebató la vida de mi madre frente a mí, frente a mis ojos, frente a un niño de 12 años que no pudo hacer nada. Cada vez que me ponía a pensar en ese momento el terror llenaba mi cuerpo, al mismo tiempo que el deseo de venganza. Quería matar a ese desgraciado que me había no solamente alejado de mi madre, la única familia que me quedaba, sino que también me había entregado a la esclavitud. Juro que cuando lo encuentre lo mataré. Lo mataré.

-¡Vamos, pedazos de mierdas! ¡Tenemos trabajo qué hacer y vosotros no me ayudáis mucho en mi trayecto! ¡Muevan ese culo que nos vamos al siguiente reino! –Escuchar esas palabras llenas de repugnancia de aquel mercader le hacían sentir arcadas. Escuchó los pasos acercarse hasta él y sus compañeros y luego de esos sus quejidos de dolor debido a los latigazos que ese barrigudo asqueroso les brindaba en la espalda desnuda. Y luego le tocó a él, recibiendo más de diez azotes que ya estaba acostumbrado a soportar. Sin darse tiempo para curarse se levantó a tropezones junto a sus dos compañeros de viaje, los cuales le ayudaron en la tarea. Les había conocido cuando llegó a las sucias garras de ese mercader, y se ayudaron mutuamente en diversas ocasiones, sobre todo cuando salían heridos como en esas circunstancias.

Como detestaba la lánguida, venenosa y alegre voz del viejo. ¿Cuánto había pasado ya? ¿Dos años... Tres... Cuatro? Más de 10 años siendo un maldito esclavo desde que mataron a su madre frente a sus propios ojos y se lo llevaron para comercialización de esclavitud. Estupendo. ¿Para qué se ponía a pensar en ese tipo de cosas ahora cuando ya había pasado tanto tiempo después de eso? No lo sabía, pero aun cuando sus ojos se cerraban estaba ella, ahí, con el filo de la espada en su cuello, rogando por la vida de su hijo. Caminó de manos atadas a la espalda, con un collar de hierro que le indicaba a todo el mundo que era parte de esa venta que para algunos era tan macabra y para otros simplemente un juego más. Mientras caminaba por el sendero impuesto por el viejo, iba con los ojos entrecerrados mirando el suelo por donde sus pies, lacerados y con algunas costras se picoteaban con algunas piedrecillas, algo a que no le tomaba importancia como tampoco a la herida de su espalda, que sangraba copiosamente llegando a hacerse insoportable el dolor. ¿Cuánta sangre había perdido en todo ese tiempo? Bufó y miró por el rabillo del ojo a sus compañeros, que iban igual o en peores condiciones que él. Lo único que pedía es que le liberaran a él y a sus compañeros con los cuales no sabía ni siquiera el principio de sus historias pero sabía que no se merecían aquel trato. Nadie lo merecía, era una maldita tortura estar así. Vivir así... Si es que aquello se le llamaba vivir. Entre tanto caminar, el trapo que llevaba y cubría sus partes íntimas se rompió y quedó tirado en el suelo. Bufó, su humanidad estaba expuesta; al igual que sus desnudos compañeros. ¿Le importaba? No. Ni en lo más mínimo

Pocas horas pasaron, no supo cuántas, hasta que a sus oídos llegaron las voces de diversas personas. Estaban cerca de un mercado. Y ellos nuevamente serían los monos del circo, el cual todos quieren comprar, admirar o simplemente burlarse. Mierda. Le restó importancia hasta que el viejo detuvo el andar de su camello y los esclavos tuvieron que detener su caminar. Sus compañeros miraron hacia todos lados asustados, en cambio, el de cabellos negros sólo se mantuvo con la vista fija al suelo. Escuchó como un joven se acercaba a ellos, reclamando que no se estaba permitido la venta de esclavos; sí, claro. Su cuello estaba volviendo a herirse y volvería a perder sangre. Ya no le importaba nada. Fue ahí cuando el viejo gordo y asqueroso le tiró frente al muchachito que reclamaba su retirada, cayendo de rodillas frente a él, rompiéndose las mismas y logrando que su flequillo le cubriera los ojos, aquellos que sólo podían mostrar un gélido y oscuro pasado, más negros que la misma noche, sintiendo como el joven tomaba la cadena de su cuello, provocando que tirase ligeramente de ella y le raspara la nuca. Aun así, en ningún momento le miró.

No iba a mentir; la voz del joven frente a él le pareció un canto digno de los ángeles. Lee SungJong. Había escuchado una o dos veces sobre él pero no recordaba más. Para salir de toda duda, alzó ligeramente el rostro para observarle. Podía jurar que los ojos contrarios tenían la misma oscuridad que los suyos, la misma frialdad contra el mundo; podía jurar que sus ojos tenían el mismo dolor.

Luego de presentarse como “L”, puesto que no le diría su nombre real a un desconocido que sólo le iba a tratar como un esclavo más, el joven que había tenido un gesto amable con él, se acercó a una tienda cercana en donde vendían telas, pagando por la más simple y de color negro, luego volvió hasta el esclavo y cubrió su cuerpo con aquella fina tela, haciéndole gruñir por lo bajo ante el roce con sus abiertas heridas. Las manos, las cuales eran blancas y bien cuidadas, rozaron casi con ternura su cuello para así retirar el collar que le denominaba como esclavo.

-Ya no necesitarás esto. Ven, déjame ayudarte. –Al decir aquello, tomó de sus manos ásperas y con cicatrices, ayudándole a ponerse en pie y enrollarle bien en aquella tela para cubrir su desnudo cuerpo.- Iremos a mi castillo. Podrás asearte, comer algo y luego ir por el sendero que desees. Eres libre ahora.

Aquellas palabras hicieron que en su pecho creciera un inminente dolor. ¿Libre? Debía estar de broma. Jamás había pensado que terminaría en aquella situación, ¿qué se suponía que debía hacer ahora que, supuestamente, era libre? ¿Qué camino tomar? Por primera vez en sus 22 años, se sentía como un gatito en la mitad de una noche lluviosa, maullando por un poco de confort. Se sentía… Perdido.

 

[~*~]

 

No pasó mucho tiempo para que, al salir del mercado, se les uniera un muchacho alto, de ojos grises y el cabello tan oscuro como la misma noche. Muy parecido a SungJong en lo físico, sólo que notoriamente más alto y estúpidamente más hiperactivo que él; no paraba de hacerle preguntas tanto a su hermano como al esclavo, quien iba pendiente del camino por donde transitaban, ya bastante nervioso por sus miles de preguntas en menos de un minuto. Fue SungJong quien, con un golpe en el brazo ajeno, bastante fuerte, logró que cerrara la boca.

-¡Te quieres callar de una vez, SungJae! Me tienes hecho un manojo de nervios y no creo ser el único. –SungJong fijó su mirada en el esclavo, quien miraba hacia el suelo como si fuese lo más interesante en ese momento que había en la faz de la tierra. Por unos segundos sintió pena por él pero luego su vista fue dirigida hacia su hermano menor, quien parecía querer echarse a llorar en cualquier momento. El príncipe cerró los ojos y soltó un largo suspiro para así acercarse al más alto y llevar la diestra hasta su nuca, bajándole hasta su altura para brindarle un tierno beso en la frente. El esclavo observó atento aquella acción y tuvo que morderse la lengua para no dejar escapar ningún sonido desde su boca. Aquella acción tan cariñosa sólo hizo que el estómago se le escogiese con una fuerza impresionante; aquel beso le hizo tragar saliva de forma pesada como si fuese concreto pasando por su garganta y miró nuevamente hacia abajo. L sería capaz de todo por un cariño así, por un amor así, por sentir que alguien te quería sin remedio alguno, sin lógica ni nada, por sentir una caricia bajo las sábanas y refugiarse en alguien, alguien que podía entregarte amor.- Ya, no te pongas así, ya falta poco para llegar a casa y podrás hacer lo que desees.

La voz de SungJong sonó dulce y angelical, recibiendo una sonrisa y un asentimiento por parte del menor de todos. Volvieron a retomar el camino y L permaneció en la misma posición de antes, pensando en por qué le había tocado vivir de esa manera, sin una madre, sin cariño, sin un buen trato. L no sabía lo que era el amor, claro, aún sentía amor hacia su madre pero no sabía sentirlo de otra manera ya que nunca a lo largo de esos años se enamoró.

Cuando llegaron al castillo de aquél reino llamado Ventum, supo que jamás lo olvidaría. Decir que era enorme era quedarse corto puesto que estaba seguro que ese castillo por dentro parecía un laberinto y dudaba en entrar. No quería perderse. Al llegar a las grandes puertas de acero de la entrada, un hombre les miró con atención y ligera sorpresa oculta en su mirada. Era alto, de cabello medianamente largo y castaño atado a una coleta, bien vestido y con una espada en la cintura.

-SungYeol, se amable y lleva a este joven al lugar indicado para que pueda asearse y luego comer algo. Ya se marchará. –Aquél hombre asintió formal, mirando al esclavo con los ojos dudosos. Antes de entrar, SungJong le volvió a llamar.- ¿Dónde está mi padre?

-En el estudio, mi señor. Le está esperando. –El príncipe asintió y, con su hermano siguiéndole los pasos, se adentró al hermoso lugar. SungYeol le quedó mirando por unos segundos y luego le indicó el camino, logrando que volviera a emprender camino a quién sabe dónde.

El esclavo miraba casi con ternura los jardines, llenos de frondosos árboles y hermosas flores de todos colores, alguno que otro caballo rondando por ahí y las criadas caminando de aquí por allá. Definitivamente, jamás había quedado tan maravillado con algo y ese reino se llevaba el premio mayor.

-¿Por qué estás aquí? Tu cuello te delata y Ventum no permite la venta de esclavos. –La voz del hombre llamado SungYeol le sacó de su ensoñación, a lo cual negó con la cabeza y suspiró.

-Suerte del destino. –Dijo con simpleza y se dio por terminada la conversación al tiempo que entraban por una de las puertas laterales de la principal. Al entrar, pudo notar una mesa en el centro de la estancia, alguna que otra silla alrededor de ésta y muchas verduras y frutas por todos lados.- “La cocina” –Pensó el esclavo al girar los ojos por el lugar, pero su atención se vio llamada por las siete mujeres que entraron a la estancia desde otra puerta, quedando boquiabiertas con la presencia del que parecía ser el guardaespaldas del palacio y el nuevo juguete. O sea, él.

-Señoritas, el príncipe SungJong quiere a este joven como nuevo. Aseado, alimentado y curado. Manos a la obra. –Luego de aquellas palabras, el más alto le dio un ligero empujón a L, quien escuchó las cómplices risas que las mujeres le brindaban. Una inquieta y nerviosa sonrisa se asomó por sus comisuras. No supo por qué tuvo miedo de aquellas mujeres.

 

[~*~]

 

Al entrar al estudio de su padre, lo primero que recibió fue una fuerte cachetada en su mejilla derecha, la cual lo mandó directo al suelo por la fuerza empleada. Gruñó por lo bajo mientras se mantenía con los ojos pegados a los zapatos de su padre.

-SungJong, estás haciendo las cosas mal. –La voz de su padre le hartaba a cada segundo y no sabía hasta qué punto sería capaz de aguantar tales maltratos.- En mi reino no se permiten los esclavos, y tú vas al mercado y traes uno. ¿Ese es el regalo para tú madre? ¿Acaso no te he enseñado las reglas? –SungJong tragó saliva antes de sentir como, de un solo agarre en su cuello, su padre le levantaba del suelo y lo alzaba un par de centímetros de éste.

-Y-Yo no… -Intentó vanamente excusarse, sabiendo que su padre no escucharía sus palabras. Le vio negar con la cabeza un par de veces y luego sonreír de esa manera tan macabra que tenía.

-Parece que voy a tener que recurrir a SungJae para que entiendas. –Abrió los ojos de par en par y sostuvo la muñeca de su padre para ser liberado.

-¡No! –Tosió ligeramente y volvió a hablar.- ¡Él no! –Su padre negó con la cabeza y le dejó nuevamente en el suelo. SungJong se llevó una mano al cuello y tosió nuevamente. Por poco y le deja sin aire. Llevándose una mano al cuello, miró a su padre desde su posición de ser inferior, gruñendo como perro rabioso, dispuesto a defender a su hermano costara lo que costara.- Cumpliré todo lo que me pidas…

Su padre volvió a sonreír, aunque esta vez con cariño, indicándole con un gesto de su gran mano que se marchara. Y así lo hizo, ni loco se quedaría en ese maldito lugar.

Al salir, se llevó una mano hasta la mejilla que había sido abofeteada y suspiró, intentando ignorar el dolor que se acumulaba en su cuello, dispuesto a dejar pasar las marcas que seguramente estaban ahí, en su nívea y blanca piel. Desabotonó su camisa en un par de botones y tragó saliva con pesar, desviando sus pasos hasta la cocina para encontrar un vaso de agua y algo para relajarse. Un golpe en la cabeza podría venirle bien por un rato.

SungJong entró a la cocina y lo primero que sus ojos vieron fue un personaje que no se acercaba para nada al muchacho que había rescatado en el mercado. Vestía con un pantalón blanco y una camiseta negra ajustada, sus pies eran cubiertos por unos bototos negros y su cabello estaba atado en una media coleta. Tenía la piel ligeramente más blanca de lo que había visto anteriormente y los músculos más marcados, sobre todo los de la espalda. Su frente, cuello, torso y el brazo izquierdo vendados, seguramente por las heridas que llegase a tener en su piel. SungJong volvió a mirarle de arriba abajo, quedándose atento al movimiento que hacían sus labios cada vez que saboreaba la manzana que comía tranquilamente, sentado en el alfeizar de la ventana.

El esclavo, al notar un par de ojos posarse en su cuerpo, desvió la vista hacia la entrada de la cocina. SungJong le miraba descaradamente y no se molestaba en ocultarle. El esclavo sonrió levemente y volvió su vista hacia la ventana, observando a un pájaro en tonos azules cantar en la rama de un árbol cercano. SungJong alzó una de sus cejas; odiaba que lo ignoraran.

-Puedo notar que te gusta lo que ves. –Dijo el joven de la manzana, recibiendo una pequeña risa por parte del príncipe, el cual se acercó hasta la mesa del centro para apoyarse en ella y suspirar ligero.

-Te ves mucho mejor, eh. –El esclavo dio un nuevo mordisco a la manzana, logrando que SungJong tragara pesado. ¿Desde cuándo ese hombre le parecía tan… Atractivo y sensual? Era un simple esclavo, ¿no?

-Me han curado bien, al menos eso parece, es todo. –Le restó importancia al nuevo estilo que le habían brindado las noonas que le atendieron y le dejaron como un fiel caballero del palacio.

-Pero aún estás aquí. Te he dicho que podías retirarte… En cuanto estuvieras limpio y con comida, pero si permaneces aquí, entonces es porque no tienes un camino qué seguir. –Los ojos de L miraron al joven casi con odio. ¿Cuál era la idea de recordarle que estaba solo en el mundo? ¿Joderle? Pues lo estaba consiguiendo bastante. No respondió a las palabras que tomó como insulto, sólo se dedicó a inspeccionarle con la mirada, llevándose una ligera sorpresa al ver los cardenales en su cuello, los cuales no se molestaba en cubrir. Alguien le había hecho daño, eso estaba claro, y quien lo haya hecho, era bastante fuerte. No supo en qué momento el odio que había sentido se había transformado en algo que no supo descifrar, pero su cuerpo se tensó al darse cuenta de que estaba molesto con la persona que le hizo daño al príncipe. ¿Por qué? No tenían ninguna conexión, nada los ataba. Era un desconocido. No había lazos.

-No te das ni el beneficio de la duda, eh. –Comentó sin dejar de mirar las aureolas rojizas del cuello del príncipe, sintiendo que estaba prácticamente triturando la manzana en su mano. El príncipe rio con la voz algo rota, aún le dolía la garganta y el labio inferior por la cachetada que, a su juicio, no se merecía.

-No, aún te veo aquí así que… No tengo duda alguna. –Era cruel, lo sabía. Quizá estaba siendo una tortura para L llevar esa vida y el no hacía más que recalcárselo. Era cruel, pero ya no podía cambiar su forma de ser.

El esclavo iba a reclamar, pero antes de que siguiera pudiera abrir la boca, entró su hermano y se le colgó del cuello, besando el mismo repetidas veces, con vehemencia. Nuevamente sintió una amargura recorrerle y bajó la mirada, no sabía por qué sentía que le estuvieran atravesando con miles de agujas en el cuerpo cuando veía esas muestras de afecto.

-Mira lo que te han hecho, SungJong-ah. Padre es cruel, muy cruel. –SungJong sonrió y con cariño tomó de los hombros al más alto, besando sus labios en un gesto cariñoso y casi infantil. L abrió con sorpresa sus orbes oscuros. ¿Su padre, el rey de Ventum, le había hecho aquellas marcas en su cuello?

-Ya no te preocupes por eso, ve a asearte y cambia tus ropas, recuerda que hoy es el cumpleaños de nuestra madre y querrá que sus hijos estén radiantes.

El menor de todos asintió con una leve sonrisa y luego miró al esclavo, el cual alzó la vista al sentirse inspeccionado y sólo recibió una dulce sonrisa de SungJae.

-Me alegra que ya estés mejor. –Fueron sus palabras antes de salir de la cocina. Príncipe y esclavo se miraron por unos cuantos segundos y L pudo sentir el aroma a limón proveniente de los cabellos de SungJong. No era muy masculino, pero no le desagradaba. Es más, lo estaba distrayendo.

-Espero puedas disfrutar la fiesta con nosotros, L-ssi.

Luego de esas palabras, SungJong marcó rumbo hacia quién sabe dónde, dejando solo al esclavo, el cual soltó un suspiro y apoyó la cabeza en la pared continua a la ventana.

-¿Qué mierda estoy haciendo aquí?

 

[~*~]

 

Se hallaba de pie contra uno de los enormes ventanales del pasillo, observando los hermosos jardines que le habían recibido horas antes. Ya era de noche y no pudo evitar quedarse mirando, además de los jardines, las luces titilar a lo lejos y dándole un aspecto de película antigua. Quedó totalmente embelesado con aquella vista que se le entregaba, maravillado con el sin fin de luces de colores que no se percató cuando alguien le tocó suavemente el hombro. Tensó el cuerpo de inmediato y volteó el cuerpo para ser observado con una tierna extrañeza proveniente de una hermosa mujer de cabellos largos y ondulados, con unos felinos y grandes ojos avellana y de tez tan blanca como la nieve. Sus labios, finamente tintados de rosa, le recordaron a SungJong.

-Disculpe, joven. No lo había visto nunca en el palacio. ¿Puede hacerme el favor de presentarse ante la reina? –El esclavo dio un paso hacia atrás y dejó que su rodilla derecha impactara suavemente contra el suelo cubierto por una alfombra que parecía ser persa de lo fina que era y agachó la cabeza a modo de respeto.

-He llegado al palacio gracias a Lee SungJong, el príncipe, quien me ha salvado de la comercialización de esclavos, mi lady. –Dijo con elegancia, como si fuese un caballero bien criado en los palacios más prestigiosos. Pudo sentir la sonrisa de la mujer, que no pasaba los 40 años de edad, aun mirándole inquisitiva.- Mi nombre es MyungSoo… Kim MyungSoo, he llevado el apodo de L durante mis años como esclavo y hasta el momento, todos saben que ese es mi nombre.

-Joven MyungSoo, de pie. –Ordenó dulcemente la reina. El esclavo de nombre real MyungSoo volvió a su posición original antes de mirarle a los ojos; era ligeramente más alto que ella, aunque por la corona le pasaba en altura en esos momentos.- Mi nombre es Lee HyoJung, soy la reina de Ventum y estoy muy agradecida de que mi hijo SungJong haya tenido ese acto de bondad hacia un hombre tan amable y cordial como usted.

MyungSoo pudo sentir como el calor inundaba sus mejillas ante la angelical bondad que le brindaba la mujer frente a él. No recordaba cuándo fue la última vez que alguien le trató de esa manera.

-Muchas gracias, mi lady. Me gustaría poder decir que no os incomodaré más con mi presencia pero por el momento no tengo dónde marchar.“Y su hijo ya me lo ha dejado bien claro un par de veces”. Dejó que ese comentario se quedara en su mente antes de armar algún escándalo para con la bella mujer.

-Joven MyungSoo, por eso no debe de preocuparse. Permanezca en el palacio todo el tiempo que desee, estaremos muy a gusto con su presencia. –No pudo evitar que toda esa careta de frialdad que había construido a lo largo de esos años se desmoronara por culpa de la amabilidad de la mujer. Le recordó a la dulzura de su madre.

-Si me permite el atrevimiento… Usted es muy gentil, mi lady. Muchas gracias. –MyungSoo inclinó el torso a modo de respeto y la mujer sólo pudo colocar una mano en su hombro, indicándole en ese gesto que se levantara.

-Acompáñeme, joven MyungSoo. Le haré entrega de unas ropas más adecuadas para la fiesta de mi cumpleaños.

Ante sus palabras, sólo pudo asentir y seguir su camino junto a la reina, sonriendo levemente aún con el leve rubor en sus mejillas, producto del cariño que había percibido en aquella conversación. ¿Por qué era tan amable y bondadosa con él? Quizá porque era un esclavo. Vamos, nada malo iba a pasar ahora, ¿no?.

 

[~*~]

 

-HaYoung, por favor. La fiesta es en un par de horas y los invitados no tardan en llegar. ¿Quieres quitarte de encima, por la mierda? –SungJong gruñó al sentir las manos de la encargada de la ropa del palacio rodear su cintura y bajar tentativamente por su pelvis, riendo bajito. HaYoung era una joven muchacha que había parado en el castillo y reino de los Lee. Era una noble y su familia y dominios se encontraban en el norte pero, al no haber podido asistir a una escuela dada su condición de joven enfermiza, burda mentira para no tener que hacer nada, los padres de SungJong y SungJae le había acogido en su casa con tal de que se encargara de la ropa puesto que no podía estar de parásito en el palacio.

-Pero, SungJong-ssi, alguien aquí abajo no parece muy contento de que me vaya. Es más, se alegra de verme. – Siseó la joven oportunista, deshaciendo el nudo de los pantalones del más alto. SungJong gruñó y de un momento a otro tomó a la joven del cabello, alzándola y aplastando su boca contra la de ella, llevándola con brusquedad hasta la cama. En algún momento su cabeza había desconectado, lleno de rabia e impotencia, HaYoung le servía para poder descargar todo el odio que sentía, toda la desesperación, a la mujer le gustaba el trato duro y casi sádico del más alto, le excitaba y le hacía saber que tan rabioso o agresivo, enfermo o retorcido era aquel hombre, aquel hombre que acabaría siendo suyo. Lo único que había en HaYoung era obsesión, una obsesión enferma que, en un momento u otro, terminaría por arrollarlos a ambos, pero, de mientras, tanto el príncipe y la mujer se dejaba abrasar por las llamas de aquella peligrosa pasión. SungJong ignoró el dolor de su labio, su cuello, ignoró los golpes en su cuerpo e ignoró absolutamente todo lo que no fuese la mujer que se retorcía bajo su cuerpo, presa del placer y el dolor que él le otorgaba. 

Pero, sin poder evitarlo y sin siquiera darse cuenta, la imagen del esclavo sentado en el alfeizar de la ventana de la cocina, simplemente comiendo una manzana, llegó hasta su mente, llenándolo de una absurda calentura que no supo reconocer en ese momento. Lo único que sabía, era que ese malnacido lograba encenderle a mil, terminando por tener sexo con HaYoung con la imagen de L en su cabeza.

Notas finales:

Gracias por leer~<3.


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