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Psicofonía por Ren Konae

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Notas del capitulo:

Recalcó que esta serie de songfic no son míos, lo leí hace un tiempo y me gustaron mucho, la autora me dio el permiso de subirlo de nuevo,a que muchos lectores conozcan esa increíble historia. 

Esta historia pertenece a Hana Miyoshi

By  Hana Miyoshi

 

 

 

 

 

Había escuchado muchas historias con relación a esa casa.

 

 

 

 

 

La curiosidad, siempre perenne en los humanos, hizo su aparición, con llevándolo a acercarse a ese lugar que muchos de los lugareños consideraban maldito; inclusive, las dos casas vecinas estaban deshabitadas. Con una apariencia tanto espeluznante como escalofriante, ése no era motivo suficiente para irse; al contrario, era motivo para quedarse y demostrar a más de uno que lo que se decía de ese lugar sólo era historias… historias de niños.

 

 

 

 

 

Pasó la primera dificultad: entrar.

 

 

 

 

 

Miró los alrededores, todas las plantas del jardín habían crecido a un tamaño que no dejaba ver el camino de piedras que ese tipo de casas tiene. Había desorden, con algunos objetos actuales tirados en el piso. Lo más seguro es que sus dueños los hayan abandonado al darse cuenta del lugar en el que había caído éstos.

 

 

 

              

 

Siguió caminando como pudo hasta la puerta que, como es de suponerse, tenía la cerradura oxidada. Sin llave ni algún objeto que pudiera servirle, pensó seriamente en regresar otro día, pero de repente en medio del bosque de plantas que era el jardín, pudo ver una llave oxidada al igual que la puerta. Podría jurar que esa llave hasta hace pocos minutos no estaba allí. Miró la casa desde donde estaba y todo lo que conllevaba a ésta;  cuando sus ojos se fijaron en unas de las ventanas del segundo piso pudo ver  un rostro infantil como el de un niño con unos impresionantes y hermosos ojos violetas.

 

 

 

 

 

El impulso de entrar fue más fuerte, olvidándose por completo del motivo que lo había llevado hasta allí.

 

 

 

 

 

Con la puerta ya abierta, ingresó. La decoración de décadas pasadas que tenía ese lugar con algún que otro objeto, y cortina rota y sucia lo recibió; allí en la sala había una gran escalera que lo llevaría directo al segundo piso donde había visto ese hermoso rostro, pero imposible de estar allí según su razón. Subió por esas escaleras hasta que llegó a poner los pies en el segundo piso, miró por ambos lados del corredor encontrando hacia ambos extremos de éste sólo habitaciones. Se encaminó hasta la última puerta del lado izquierdo, donde él creía que había visto esos hermosos ojos, y tomó el pomo.

 

 

 

 

 

La habitación estaba desordenada, todo estaba cubierto por una capa de polvo. En un lado del cuarto había un ventanal, donde pudo ver de nuevo ese rostro que había visto antes, cuando estaba fuera; si antes pensaba que esas facciones eran hermosas, ahora podía asegurarlo. Vio que el joven espectro planeaba algo, pero no volteó, lo enfrentó: era hermoso. Le sonrió y los ojos fríos del espectro cambiaron por unos despistados y de ausente mirada.

 

 

 

 

 

Las visitas a esa casa siguieron. La gente del pequeño pueblo comenzó a mirarlo con rareza, pero eso no le importó: sólo quería  entrar a esa casa para poder verlo de nuevo, para poder seguir hablando con él, con aquel chico sin nombre.      

 

 

 

 

 

-Hola -dijo cuando entró a esa casa que había visitado diariamente estos últimos tres días sólo para verse con el joven de ojos violetas, con esa alma vagante.

 

 

 

-Hola -contestó éste-, ¿aún sigues viniendo? -le dijo mientras flotaba en el aire. Cualquiera que viera esto se asustaría, cualquiera menos él que había estado yendo por los últimos tres días. Desde el día que lo conoció, su corazón comenzaba a palpitar más fuerte a cada contacto visual… no quería reconocer la razón, era imposible.

 

 

 

 

 

-Como ves, sí -respondió mientras lo seguía-. No me has  echado -le dijo luego para ver cómo el fantasma se ponía nervioso. Acaso… ¿podría ser que…? Lo miró… no, era imposible.

 

 

 

 

 

-¿Por qué no hacemos algo diferente? -preguntó el propietario de los ojos amatista- ¿Qué tal si bailamos? -dijo con un gran sonrojo en sus mejillas. Ese acto provocó ternura en el portador de los ojos miel, después de mucho tiempo iban a hacer algo nuevo.

 

 

 

 

 

Le tomó de la cintura, pegándolo a su cuerpo, para después tomar con delicadeza la mano del menor mientras éste pasaba sus brazos por el cuello de su rubio compañero. Sus cuerpos se juntaron, el rubio pudo sentir el cuerpo frío del otro, mientras el de cabello rosa pudo percibir la calidez del cuerpo ajeno. El dueño de los ojos violetas comenzó a cantar mientras el mayor comenzó a dar el primer paso para iniciar el baile.          

 

 

 

-¿Cuál es tu nombre? -preguntó el mayor cuando le daba una vuelta, mientras la hermosa voz del otro se dejaba oír.

 

 

 

 

 

-Shuichi -respondió éste mientras posaba sus hermosos ojos en él-, ¿y el tuyo? -preguntó mirando las facciones de  su acompañante, simplemente hermoso.

 

 

 

 

 

-Eiri -contestó mientras lo volvía a pegar a su cuerpo: frío con calidez, vida con muerte seguían bailando.

 

 

 

 

 

 Pasó medio año más para que Eiri decidiera decirle a su padre que quería casarse; éste, por su parte, estaba feliz que su hijo por fin decidiera  formar un hogar,  y por obvias razones quería conocer a su futura nuera, pero los planes del rubio no salieron como él lo planeaba. Cuando le contó a su padre todo lo que había estado haciendo en esos últimos tres días en esa casa abandonada, éste de inmediato llamó al manicomio: había perdido a su hijo, estaba demente.

 

 

 

 

 

 Lo llevaron al manicomio, a una blanca celda donde estaría sin poder verlo más. La imagen de Shuichi  estaba en su mente, lo último que hicieron juntos fue bailar. Los dos disfrutaban de ese momento, de alguna forma sentir el cuerpo del otro.

 

 

 

              

 

 Por su parte, Shuichi contaba los días que pasaba solo en esa casa. Uno de los tantos días de soledad, escuchó los comentarios de unas señoras mayores que hablaban de Eiri: decían que lo habían encerrado en un manicomio ya que éste le confesó a su padre que quería casarse con un fantasma. Subió hasta la azotea de la casa donde se puso a cantar la canción que entonaba todos los días que bailaban en la sala, su canción.

 

 

 

 

 

 A pesar de la distancia, Eiri podía escuchar las canciones que Shuichi le cantaba. A través de esas blancas paredes que los separaban, sin importar nada ni nadie, comenzaba a bailar, como lo hacía con Shuichi; y Shuichi, desde la azotea, también bailaba, sabía que a pesar de la distancia él lo escuchaba.

 

 

 

 

 

Los días pasaban, tanto que se convirtieron en meses y los meses en años. Todos los días a las cuatro de la tarde el paciente de la habitación 104 comenzaba  a bailar como si escuchara una canción, una canción que sólo él podía escuchar; desde la distancia, a esa misma hora, un fantasma comenzaba a cantar y a bailar como si estuviera acompañado de alguien, como si tuviera a su pareja de baile. Con los mismos pasos con que lo hicieran años atrás, seguían bailando.

 

 

 

 

 

Las manos lozanas del paciente 104 comenzaron a arrugarse, sin embargo eso no era motivo por el cual él dejara de bailar todos los días a la misma hora. Nadie se explicaba por qué, pero tampoco preguntaban, sólo lo veían bailar como si estuviera acompañado de alguien. Era un demente, sin duda alguna, porque con él nadie bailaba, por lo menos eso pensaban los médicos y enfermeras del manicomio.

 

 

 

 

 

Ya había perdido la cuenta de los años que estaba allí, pero eso no importaba, Eiri sabía que a pesar de los años él lo escuchaba desde la distancia, desde su propia prisión, desde esas celdas blancas.

 

 

 

 

 

El tiempo de los seres humanos es tan corto y fugaz.

 

 

 

 

 

Los minutos de vida del paciente de la habitación 104 estaban contados,  sin embargo el saber que iba a morir lo llenaba de gozo, ya que después de mucho tiempo lo iba a volver a ver, y esta vez nadie los iba a separar.

 

 

 

 

 

Sus latidos comenzaron a disminuir, sentía cómo su cuerpo se enfriaba de a poco hasta el punto de sentir cansancio. De a poco comenzó a cerrar los ojos, mientras en su rostro aparecía una sonrisa, de esas  que le mostró la primera vez, cuando se conocieron en esa habitación.

 

 

 

      

 

 Miró a su alrededor, estaba en esa casa donde quería estar por siempre, para nunca más alejarse de Shuichi.

 

 

Notas finales:

Ojalá que les haya gustado este nuevo songfic. Y espero poder seguir trayendoles bonitas historias. 


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