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Contrato por Naomiyaoi38

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La lluvia caía con fuerza sobre la mansión Phantomhive desde aquel triste cielo grisáceo. El gélido aire calaba hasta los huesos, rugiendo con fuerza junto con los truenos. En el interior de dicha propiedad, específicamente en la habitación del joven Conde Ciel Phantomhive, se encontraba Sebastian de pie al lado de la cama donde yacía Ciel. El mayordomo contemplaba a la figura del pequeño, quien permanecía dormido sobre el lecho a causa de una fuerte fiebre.

El rostro del Conde se mostraba afiebrado y sus labios se hallaban ligeramente entreabiertos, dejando escapar de vez en cuando pesadas respiraciones. Los ojos escarlatas de Sebastian inquirían sobre Ciel, atento a su estado.

Viéndole así cualquiera le tomaría como un mero niño; alguien tan frágil, tan distante de la apariciencia habitual de su joven amo. Y por ello sabía que este detestaba estar en semejante estado. Pero, si se encontraba así era en cierta manera culpa del mismo Ciel, a causa de su terquedad y orgullo.

La noche anterior habían estado trabajando en un caso dado por la Reina, siguiendo a un sospechoso incluso bajo una fría lluvia aún sabiendo que aquello podía afectar su salud. Debido a esto Sebastian sugirió que Ciel regresara a la mansión mientras que él sería quien se encargara de seguir con el seguimiento e investigación del sospechoso, para que así Ciel no se expusiera debido a su condición asmatica, la cual podría resultar delicada si se enfermaba gravemente. Sin embargo al Conde Phantomhive aquella mención de su enfermedad, y el hecho de que Sebastian se lo dijese actuando cual mayordomo perfecto; con una máscara de preocupación, y un dejo en el tono como si Ciel fuera alguien que podía llegar a ser tan frágil, le molestó de sobremanera. Por ello Ciel hizo caso omiso de las palabras de Sebastian, ordenándole en cambio dejar de mencionar el asunto, manteniéndose en aquel lugar para así demostrar que a pesar de su condición él no era así de frágil. Mas, a la mañana siguiente la terquedad del Conde tuvo sus consecuencias: Ciel amaneció afiebrado, pero su orgullo le impidió admitir ante ese demonio que éste tenía razón, por lo que intentó aparentar que no se encontraba enfermo en lo absoluto, hasta que al transcurrir el día y empeorar le fue imposible ocultarselo a ese demonio. Ahora, Ciel yacía irremediablemente en cama, aunque al menos en ese momento estaba mucho mejor que en la tarde.

Llamaron suavemente a la puerta de la estancia para luego abrirla. Maylene se adentró en la habitación trayendo entre sus manos una bandeja con el jarabe que debía volver a tomar Ciel. La pelirroja caminó hasta quedar cerca de Sebastian, mirando con cierta preocupación a Ciel.

—Parece que al menos el Joven amo se encuentra mejor —suspiró Maylene—. Aunque debería cuidarse más, que se enferme de esta forma le afecta tan terrible, además... Se esfuerza tanto desde que sus padres murieron... y él es aún tan sólo un niño...

—¿No tienes deberes que terminar aún? Yo me en encargaré de darle esto al joven amo —dijo cortando las palabras de la pelirroja, tomando la bandeja.

En el fondo por alguna razón el que se refirieran a su joven amo como tan sólo un niño no le agradaba. Pues si bien, efectivamente era un niño en edad, él no veía a Ciel como sólo un niño, sino como alguien, un alma que había pasado por perdidas y una sórdida situación, aunque sin dejarse derrumbar por esta, sobreponiéndose, convirtiéndose en alguien cuyo corazón ahora albergaba una oscura venganza. Alguien que se mostraba dominante y orgulloso ante todo. Un alma oscuramente fuerte. Una de las almas más deliciosas con la cual hubiera pactado.

—E-está bien —Maylene asintió saliendo presurosa de la estancia.

Sebastian contempló a Ciel, acercándose hacia un lado lateral del lecho y colocó la bandeja sobre una mesita cercana.

—Bocchan —le llamó suavemente tocándole el hombro para despertarle.

Ciel gimió adormilado, abriendo los párpados con cierta pesadez.

—Qué —musitó Ciel con un dejo de molestia al ser despertado cuando se sentía tan mal.

—Hora de su medicina, Bocchan —le respondió irguiéndose y tomando el frasco de jarabe y la pequeña cucharilla que reposaban en la bandeja.

Ciel profirió un tenue gruñido. Detestaba ese jarabe de sabor asqueroso. Pero un pequeño ataque de fuerte tos le impidió cualquier queja de su parte.

—Sabe que es necesario que se la tome, joven amo —le recordó Sebastian, sabiendo cuánto Ciel detestaba esa medicina—. No me diga que actuará como un chiquillo malcriado negándose a tomarla —le provocó y obtuvo su resultaba ya que la mirada azul zafiro de Ciel le fulminó.

Ciel bufó, incorporándose ligeramente hasta quedar sentado, y una tenue sonrisa ladina se dibujó en los labios de Sebastian al ver que sus palabras dieron resultado.

Sebastian sirvió una cucharilla de jarabe oscuro, acercándose más a Ciel y dándosela en la boca. Una mueca de asco se plasmó por un segundo en el rostro de Ciel ante el sabor de la medicina.

—Ve como no sabía tan mal, Bocchan —le dijo Sebastian con un tenue dejo de burla en tono de voz.

Ciel le volvió a fulminar con la mirada, pero se sentía muy mal para lidiar con ese demonio, decidiendo mejor por volverse a recostar, deseando mejorar pronto por completo. Ya se las pagaría ese demonio.

La sonrisa no abandonó el rostro de Sebastian mientras veía a Ciel, como este nuevamente caía en un sueño profundo.

Sebastian dejó el jarabe y la cucharilla sobre la bandeja, la sonrisa abandonando su rostro mientras algo le impulsaba a acercarse nuevamente a Ciel quedando de pie al lado, observándole atentamente dormir. Aquel rostro tenuemente menos afiebrado que antes, su respiración menos pesada y aquellos labios que yacían entreabiertos, aquellos labios que siempre proferían palabras altivas y orgullosas, aquellos labios que siempre le ordenaban sin dudar, aquellos labios que últimamente sentía el incipiente deseo de tocar. ¿Pero por qué venía sintiendo esto?

Sebastian ladeó ligeramente la cabeza, y un oscuro mechón rebelde se deslizó por su frente, sus pupilas cerniéndose con intensidad sobre la figura del joven Conde. Estiró su mano hacia el rostro de Ciel y sus finos dedos rozaron con suma suavidad y parsimonia la mejilla de este deslizándose hacia sus labios, sintiéndoles tan cálidos, tanto que quería probarlos. Mas, ¿por qué ahora quería aquello? Y, ¿qué era esa otra sensación que revoloteaba en su interior al contemplar a su joven amo?

En su larga existencia esta era la primera vez que comenzaba a sentir algo así, algo cuya cálidez se inscrustraba en su frío y oscuro interior, siendo algo tan extraño no sabiendo qué era. Siempre había tenido claro que anhelaba devorar el alma de Ciel, aquella alma exquisita como la de nadie. Y aún sabía que quería hacerlo, a pesar de aquello tan extraño que se agitaba dentro de él.

Miró atentamente los labios de Ciel. Aquellos labios nunca habían conocido el corresponder un beso con pasión. Y dado los términos de su contrato con él, seguramente nunca conocería aquello. …l conocía muy bien la lujuria, como demonio esa era una parte de su naturaleza. Aunque, ¿cómo sería corromper de esa forma a esa alma, y por qué si desde el principio jamás había pensado en Ciel de esa manera ahora comenzaba a hacerlo?

Qué pensamientos tan extraños, y sin embargo al mismo tiempo oscuramente deliciosos. Tanto que tentación de aquella boca indefensa era inmensa.

Sebastian se inclinó sobre un profundamente dormido Ciel, acercando su rostro a escasos centímetros del de este, sintiendo la respiración contraria, atreviéndose por un ínfimo instante a unir sus labios con los de Ciel, sólo un roce, el cual sin embargo causó cierta cálidez dentro de él.

¿Qué era aquella calidez? En cierta forma le recordaba a la calidez de la cual hablaban algunos humanos cuando sentían aquello absurdo y estúpido llamado ¿cariño?..., ¿amor? Qué tontería. Los demonios no actuaban bajo aquella vaga emoción humana. Sólo tenían su estética. Consumían almas, enredándolas bajo sus garras en un juego mortal, tal y como consumiría el alma de su joven amo.

Se separó de Ciel, irguiéndose y tomando la bandeja para luego con parsimonia salir de la habitación, con aquellos últimos pensamientos revoloteando en su mente. «¿Cariño?» Meros absurdos. Mas si existía algo de lo que siempre tendría la certeza era de ese oscuro anhelo que causaba su Joven amo en él. Algo que en sus siglos de existencia, definitivamente solo alguien como Ciel Phantomhive era capaz de causar.
Notas finales:

Desde hacía mucho~ rato venía queriendo escribir esto, pero me daba tanta flojera xd.

Sayonara


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