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Black Vow por Chris Yagami

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Notas del capitulo:

Hola de nuevo.

Primero que nada me disculpo por lo mucho que me está tomando terminar este fic. No lo voy a abandonar, solo que será lento, no puedo prometer una actualización semanal, pero trataré que no sea demasiado como con este cap.

Debo admitir que me tomó mucho escribir, iba formando el capítulo durante meses, no podía posponerlo más, y aunque a veces quisiera darle un final apresurado a todo, prefiero no salir del final que ya había planeado desde hace unos meses, eso significa que habrá algunos capítulos más, tal vez 5 o más.

Disfruten la lectura, y de verdad deseo que la espera haya valido la pena.

Con pasos lentos salió de la capilla para encaminarse al edificio principal. Pasaba la media noche y solo la pálida luz de la luna lo acompañaba en ese momento. Lo rodeaba un profundo silencio, casi espectral, sólo se escuchaba el crujir de la vela en su mano derecha con la que iluminaba el camino que tenía enfrente.

Al entrar al edificio fue directamente al dormitorio de los seminaristas. Se desplazó con pasos suaves y silenciosos, como un fantasma o uno de los sacerdotes que antes se paseaban entre las camas para observarlos a ellos. Sus compañeros dormían a esas horas así que no temía que alguno lo descubriera, era normal que todos terminaran exhaustos después de todo lo que hacían en el seminario.

Detuvo su andar cuando se encontró frente a la cama que compartía con su mejor amigo, quien lo había apoyado tanto en las últimas semanas a pesar de la separación que él provocó. Mantenía una expresión serena mientras dormía, señal de que su espíritu ya estaba más tranquilo que antes, cuando no podía confiar en él por lo que había visto. Se acercó, se sentó en la orilla con mucho cuidado y acarició sus mejillas por unos segundos con una sonrisa fría en su rostro. Había dos pensamientos en su mente, uno para salvarlo junto al resto de los seminaristas y el sacerdote tal y como el ser de un ala había dicho y otro donde su corazón regía y se lamentaba de cumplir con esa encomienda.

Pero no había marcha atrás, solo la muerte era la salvación, solo así podían acceder a Dios y arrepentirse.

Dio un beso a su mejilla y se levantó de la cama. Era hora de seguir, antes de que la hora del demonio llegara todos ellos debían ascender al paraíso. Su paseo rumbo a la salida fue igual de suave y tranquilo. Observaba a detalle todos esos rostros, algunos merecían la salvación más que los otros, pero a todos les llegaría por igual, era lo justo pues para Dios no había diferencias.

Cerró la puerta del dormitorio y la trabó con un pedazo de madera tomado del altar sagrado en la capilla. Dejó el candelabro en el piso y la pequeña mochila que colgaba en su brazo derecho tomó un pedazo de tela rasgado y lo remojó con algo de alcohol tomado de enfermería, hizo lo mismo con un par más y los distribuyó en el suelo frente a la puerta. Se quedó quieto por más tiempo del necesario, su mano temblaba en sus rodillas debatiéndose aun entre continuar o arrepentirse y huir del seminario como había querido desde hacía mucho tiempo.

“Continua” murmuró esa voz que lo acompañaba desde meses atrás y que lo había abandonado un tiempo, pero ya había vuelto y estaba agradecido, pensó que se había molestado por el actuar que tuvo en esas semanas. Pero ya no estaba solo de nuevo.

Suspiró una última vez y con una mirada de determinación acercó la pequeña llama de la vela a los trozos de tela empapados. No tardaron en comenzar a arder y eso le hizo sonreír, era una tenue sonrisa de compasión por esas almas atormentadas, pero el fuego purificaba siempre el pecado.

Una vez que supo que el fuego no se apagaría, continuó su avance por los pasillos revisando cada habitación que encontraba, colocó en sus puertas el mismo fuego para que ese lugar tan podrido se limpiara, quería que volviera a ser tan sagrado como fue en un principio antes de que la maldad del sacerdote contaminara a todos sus residentes.

Cuando llegó a la biblioteca volvió a sonreír, se adentró al sitio hasta uno de los sofás donde se sentó con suma delicadeza. Observó las oscuras paredes, las que habían presenciado el tormento de muchos de ellos a manos de quienes debían protegerlos. Siempre silenciosas, cómplices de sus atrocidades. Cuantas de esos eventos no había en sus memorias de piedras, algo que nadie podría escuchar jamás y en parte era un alivio pero a la vez era a prueba de que incluso ese recinto estaba podrido y debía ser purificado.

Se levantó del sofá con un nudo en la garganta y vertió un poco de alcohol sobre los cojines. No lo pensó dos veces para acercar la llama a la tela humedecida, quería deshacerse de esas paredes que seguían burlándose de él incluso cuando estaba ahí en una misión de purificación.

Con el corazón latiendo desenfrenado salió del lugar, dejando que la pura luz de las llamas terminara con el trabajo. En ese momento pensó en los seminaristas en los dormitorios. ¿Habría caído ya en el eterno sueño de la muerte? ¿Habrán sufrido? Tal vez ellos ya se encontraban en presencia de Dios y él tenía que alcanzarlos pronto, pero para eso tenía que salvar a los custodios de su educación, a las hermanas que debían cuidarlos. A todos.

Con paso firme avanzó hasta llegar a los dormitorios de las hermanas. Antes de entrar esterilizó la daga e su mano con las llamas que no dejaban de arder, ansiosa por ayudarle también. Con ellas iba a ser más difícil pues al ser mayores habían tenido mucho tiempo cayendo una y otra vez en tentaciones y pecados, ellas estaban más sucias y el fuego no sería suficiente con ellas. La sanación debía llegar directo a su corazón.

Una vez que la daga estuvo limpia, silencioso y calmo entro al dormitorio. Las cuatro hermanas se encontraban profundamente dormidas pero cualquier ruido podía despertarlas y no quería eso. En medio de la penumbra pudo ver un crucifijo de madera colgado a la pared, era grande y podía adivinarse que era muy pesado, pero ¿qué mejor que la imagen de Cristo para la tarea?

Dejó su morral y el candelabro sobre una de las mesitas y fue directo hasta la cruz de madera, con ella en mano se acercó a la primera hermana. Era Marin, no esperó que la primera fuera la mujer que había cuidado de él cuando estuvo enfermo, ella era santa, podía escucharlo en su voz y verlo en sus ojos, pero no había vuelta atrás. Si decidía dejarla con vida tarde o temprano iba a caer en las tentaciones y no quería eso para ella.

Con ambas manos aferró la pesada cruz y golpeó la cabeza de la hermana. Ella no se quejó después del sonido sordo, siguió profundamente dormida o desmayada por el golpe. El muchacho respiró profundo por la angustia en su pecho pues no había muerto con el primer golpe. Pasó saliva con dificultad y dio otro golpe… y otro… y muchos más hasta que se aseguró de que había dejado de respirar. Hizo lo mismo con las demás hermanas, una a una fue muriendo, dormidas para no hacerlas sufrir. Pero con la última fue diferente: Shaina.

A ella la observó un largo rato con un verdadero odio en sus ojos. Ella que había prometido servir a Dios y dejar los placeres carnales a un lado, se había rebajado muchas veces con el sacerdote. Era ella una de las causas por las que ese recinto estaba podrido y no podía dejarla con vida, ella si merecía sufrir.

Tomó el frasco con alcohol y, con cuidado para no despertarla, roció las sábanas con el líquido. Una vez que se aseguró que no podría escapar fue directamente por la vela en aquella mesita y regresó con paso decidido. No pudo evitar una sonrisa de malicia cuando prendió fuego a las sábanas antes de correr con prisa para que, en medio de su angustia por apagar el fuego, no lo atrapara a él. Una vez fuera de la habitación atrancó la puerta con la cruz que aún tenía en sus manos.

Se quedó apoyado a la puerta para esperar por alguna prueba de que su tarea estaba cumplida y ésta no tardó en aparecer. Los gritos desesperados de Shaina llegaron a sus odios logrando que cada vello de su cuerpo se erizara. De inmediato sintió los intentos de la hermana por abrir la puerta pero sabía que no lo lograría. Sus gritos no se apagaban, cada vez estaba más desesperada, comenzó a chocar contra los muebles de la habitación, varias cosas se estrellaron en el suelo rompiéndose. En pocos minutos el ruido se acabó y solo se podía escuchar el crujir de las llamas mientras seguían consumiendo y purificando los pecados de las hermanas.

Su tarea estaba cumplida.

Dio media vuelta. Aun había alguien más antes de llegar hasta los dormitorios de los sacerdotes. Dios tenía que probarlos a todos y cada uno, aun si no hicieron su juramento de entregarle su vida el fuego debía probar su amor por él que era el padre de todos y Shaka era uno de ellos.

Tenía que ir hasta el otro lado del edificio pues el joven dormía en la habitación que se le asignaba al médico cuando tenía que quedarse para cuidar de algún enfermo y ésta se encontraba junto a enfermería, muy alejado de los dormitorios. Pero antes de acercarse siquiera escuchó unos pasos acercarse a la vuelta del pasillo. Su corazón volvió a latir desbocado y las manos comenzaron a sudarle. No podía ser descubierto aun si no había terminado, faltaba el más importante de todos.

Nervioso intentó esconder el pequeño morral que cargaba al colocarlo a su espalda, mantuvo el candelabro frente a su rostro pues sabía que ya era tarde para soplar a la llama y extinguirla, seguramente el intruso ya había visto el resplandor. Solo rogaba que no fuera el sacerdote Saga pues no era su plan terminar tan pronto, necesitaba encargarse de dos pecadores más antes del más grande de todos. Los pasos se escucharon cada vez más cerca y mas fuerte, ya era tarde para correr, no alcanzaría a llegar al otro lado del pasillo antes de que quien fuera lo viera y detuviera.

—¡Padre Mu! —exclamó cuando el mayor se encontró con él de frente al dar la vuelta en el pasillo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó el sacerdote con el ceño fruncido. Ya había visto la luz de la vela pero pensó que sería Saga como siempre buscando a uno de los seminaristas.

—No… no puedo dormir… ¿Qué hace usted aquí? Es más de media noche.

Mu sonrió, era esa sonrisa dulce que siempre le dedicaba a todos los seminaristas pero una que le causaba escalofríos a cada momento. No le gustaba verla porque era la misma que Saga sabía fingir muy bien, era idéntica y seguramente significaba lo mismo.

—Usted va por Shiryu. —Acusó molesto con el ceño fruncido.

El rostro de Mu palideció y fue suficiente para hacerle saber  que tenía razón. El maldito iba por él para hacerle lo mismo que Saga hacía con tantos. La sangre en su pecho comenzó a hervir, sintió que su rostro enrojecía de ira, su vista se tiñó de un tono fuego y fue como si su cuerpo se moviera solo para hacer valer la palabra de Dios y castigar a los pecadores por él.

Cuando se dio cuenta de sus actos, el rostro de Mu, que se encontraba a unos centímetros del suyo, estaba descompuesto por la sorpresa y le observaba directamente a los ojos. El muchacho devolvió esa mirada de sorpresa pues descubrió con horror que de los labios del mayor comenzaba a brotar un hilo de sangre. Asustado se alejó y fue cuando se dio cuenta del cuchillo que apuñalaba al sacerdote justo en el vientre y era el quien lo sostenía. Fue su turno de palidecer, se alejó de Mu que cayó al suelo en ese instante sujetando la herida en su vientre. El menor esperó aterrado a que la vida escapara del sacerdote y cuando ocurrió se sintió extrañamente satisfecho. Había asesinado a un sacerdote con sus manos y estaba aliviado de haber salvado al mundo de un tipo como él.

Con la calma recuperada limpió sus manos con uno de los muchos trozos de tela que cargaba y se dio cuenta que no podía retrasar más el encuentro con el sacerdote Saga. Nervioso palpó el morral a su espalda para asegurarse de que lo necesario estaba ahí y se encaminó a la habitación del Obispo. A lo lejos podía escuchar los leves murmullos de los seminaristas que comenzaban a despertar a causa del fuego.

El tiempo se acababa.

Tan rápido como pudo dejó varios trozos de tela debajo de la puerta del dormitorio del obispo y con el candelabro los incendió. Sabía que ya no podría salir así que solo podía esperar a que el fuego consumiera su pecado. Hubiera deseado hacer algo más, una expiación mucho mejor para el mayor de todos los pecadores, pero había cometido un error al calcular el tiempo.

Casi corriendo fue a su última parada. Su corazón latía fuerte por la simple idea de estar a solas con él de nuevo pero no había marcha atrás. Era su última tarea, el joven que dormía en enfermería se salvaría, solo esperaba que su alma no estuviera tan sucia y no corrompiera a otros hijos de Dios. Le había demostrado muchas veces que era una buena persona, además estando a su lado sentía una calma enorme, como estar en la presencia de un auténtico ángel de Dios.

Respiró profundo varias veces para darse valor. Tenía miedo, al grado de que sus piernas apenas lo sostenían, sus manos sudaban, su respiración era errática y tenía los ojos húmedos. Era muy difícil lo que tenía que hacer, pero si quería el perdón de Dios debía cumplir con la encomienda de su mensajero.

Con la mano temblorosa giro el picaporte, volvió a respirar profundo antes de adentrarse en la oscuridad del dormitorio, la única luz que había era la de un candelabro. Podía escuchar la respiración de Saga y eso lo ponía más ansioso, era acompasada, parecía que fingía y ya lo esperaba esa noche como muchas otras.

Sin perder tiempo, de su morral sacó un pequeño frasco con un pequeño polvo que él mismo había elaborado un par de días antes, mientras todos los demás estaban en el seminario. En la mesita que estaba junto a la cama había una jarra con vino a medio vaciar, no era un secreto para él que Saga solía beber el vino que debería estar en la sacristía aunque intentaba ser disimulado. No desaprovechó la oportunidad para verter un poco del contenido en el recipiente, el olor y sabor del líquido escondería cualquier indicio del polvo.

Como último paso dejó el morral debajo de la cama y después se sentó en la orilla de ésta. Miró al sacerdote un par de segundos antes de atreverse a acariciar sus mejillas para despertarlo, lo que no tardó en suceder. Sus ojos fueron observados por los verdes del mayor que resplandecían gracias a la llama  de la única vela en el lugar.

—¿Tu? —Llamó Saga con una sonrisa complacida —, hace mucho que no te tenía aquí, ¿Has cambiado de parecer?

El joven no dijo nada, sólo le dedicó una sonrisa sarcástica y se inclinó sobre él para besar sus labios, acto que sorprendió al sacerdote pero no se negó al contacto. Saga sonrió contra los labios del menor y sus manos de inmediato fueron su cintura para abrazarlo y tenerlo contra su pecho. Su entrepierna comenzaba a hormiguear solo de pensar en lo que pasaría después, porque no importaba cuales eran las intenciones del muchacho, él no desaprovecharía la oportunidad de tenerlo gimiendo en su lecho esa noche.

Sus hábiles manos comenzaron a colarse por debajo de su camisa negra para acariciar la piel tersa y suave sin imaginar lo que acababa de ocurrir fuera de su habitación. Saga estaba más preocupado por conseguir desvestir a su acompañante y desvestirse a sí mismo, después se preocuparía por averiguar las razones del muchacho para llegar de pronto esa noche hasta su habitación sabiendo lo que ocurriría.

—Espera un segundo. —Pidió el menor cuando el sacerdote desabotonaba su pantalón—. Primero tenemos que hablar.

—¿Hablar sobre qué?

El seminarista se puso de pie a pesar del fuerte agarre de Saga en su muñeca. Se apartó un par de pasos, permitiendo que Saga se incorporara y se sentara en la orilla de la cama. El mayor enarco una ceja mientras el otro esperaba impaciente por lo que fuera a suceder.

—¿De qué quieres hablar? Hace mucho que no te tenía aquí y quiero aprovechar.

—Sobre lo que pasó en el retiro.

Saga se quedó callado, sus ojos verdes se quedaron fijos en los de su acompañante. Las sombras en el rostro de tiernas facciones provocaban una combinación escalofriante, pero no lo asustaba a pesar de que el menor se veía realmente molesto.

—No hay nada que decir respecto a esos días, Seiya, dejemos que el hecho quede en el pasado, como quedaron los demás. ¿No te parece mejor?

—No  —susurró mientras su estómago comenzaba a hervir por el cinismo en la voz del sacerdote. No podía pedirle que olvidara todo lo ocurrido antes ni lo que seguramente pasaría después—, no puedo olvidar eso, Saga, lo prometiste.

Saga suspiró y se sentó en la cama, dejando sus pies sobre el suelo con la intención de levantarse, pero antes tomó un poco del vino lo que provocó una sonrisa disimulada en el rostro del castaño al ver que bebía una gran cantidad del tónico. Su plan había funcionado y solo era cuestión de tiempo para que la droga hiciera efecto. Y sabía perfectamente que no faltaba demasiado.

—Vamos, no es tan malo, tú no estabas allá y tengo necesidades.

—¿Y Shiryu? —Preguntó rotundo el menor, cada vez más molesto por las excusas de Saga— ¿Sorrento? ¿Isaac?

—Ya te dije sobre ellos.

Saga se puso en pie y cortó la distancia entre ellos, el joven no se movió de su lugar por lo que fue más fácil para él. Al estar cerca rodeó su cintura con cuidado y comenzó a besar su cuello. Sabía que esa era su debilidad y lo era, pero el muchacho se estaba resistiendo, no se dejaría convencer por esas simples caricias. Después de todo había tomado esa decisión desde mucho tiempo atrás.

Comenzó a empujarlo a la cama, a lo que el otro no se negó, sabía que con lo que acababa de beber no llegaría más lejos que unos cuantos besos. Saga no sabía eso, así que se dedicó de nuevo a desvestirlo, si a lo que había venido era a discutir, le haría el amor primero para distraerlo y si no funcionaba al menos ya había obtenido lo que quería.

Se encontraba ya recostado sobre su amante, la camisa de éste ya estaba en el suelo cuando de pronto comenzó a sentirse mareado, parpadeó un par de veces, confundido pues su visión se volvía borrosa.

—¿Qué está sucediendo? —preguntó intentando incorporarse, pero sus brazos y piernas no respondieron por lo que cayó de bruces sobre la cama.

El muchacho aprovechó la oportunidad y se levantó de la cama. El momento había llegado.

—¿Sabías que mi tío es médico? —Comentó el muchacho mientras se agachaba para volver a tomar el morral que había colocado debajo de la cama—, él me enseñó que la Belladona es una hierba que tiene un olor delicioso, calma tu sistema nervioso y te adormece, si lo tomas en grandes cantidades puede ser peligroso, pero no te preocupes, no fue mucho lo que dejé en tu vino, solo lo suficiente. Encontré algunas flores de esto cerca del seminario e hice un pequeño polvo exclusivamente para ti.

Saga intentó moverse, sus palabras lo pusieron nervioso, no sabía que quería lograr o a qué estaba jugando, pero no era divertido para él.

—No intentes levantarse, pronto ni siquiera podrás mover la cabeza y podrías lastimarte si caes. No quiero que te lastimes.

—¿Qué… quieres? —Dijo con dificultad.

El seminarista hizo una mueca de desagrado, al parecer había colocado de más y tenía que apresurarse antes de que se quedara dormido.

—Solo quiero saber… ¿Por qué no fui suficiente?

—Lo eres —Contestó Saga casi con desespero.

—No, de ser así no tendrías que haberte acostado con Shiryu. Lo supe en cuanto pasó, vi cómo te miraba.

Esperó una respuesta, pero Saga no dijo nada por lo que sintió aún más furia. Se le habían acabado las excusas al verse tan expuesto y era lo que quería. Sacó de su morral el cuchillo tomado de la cocina y jugó un poco con él, consiguiendo poner más nervioso a Saga. 

—No lo entiendo, estuve contigo cada noche, haciendo cada perversión que me pedías y aun así te fuiste con ellos, con Isaac y Sorrento.

—Te dije que…

—Sí, me dijiste que ellos te sedujeron, por eso los hice pagar.

Una sonrisa siniestra apareció en su rostro moreno al recordar el rostro de ambos cuando los apuñaló en la capilla, no les dio tiempo a explicar nada pues en el aquel entonces creía ciegamente en Saga, poco después descubrió que era mejor haber preguntado, descubrir las razones que tuvieron para seducir a SU Saga.

—Sabía que eras tú —dijo molesto, siempre lo supo e intentó que Seiya lo confesara, pero nunca consiguió nada, no dijo nada tampoco a las autoridades porque pensó que él podría controlarlo.

—Pero ¿Shiryu?

El mayor se quedó callado, parpadeó un par de veces tratando de luchar con la inconsciencia, pero lo que el muchacho le había dado era demasiado fuerte. Debió saber que no iría a su habitación por cuenta propia, o no para meterse en su lecho, su cabeza se nubló por pensar en otra buena noche con él.

—¿Y Shun? —El timbre de su voz cambió considerablemente, Saga lo notó, intentó incorporarse pero sus brazos no le respondían—, ni lo intentes, la Belladona te deja inmovilizado, ahora responde, Saga, ¿Por qué con Shun?... mi mejor amigo.

—Seiya… te…

—¡No! —Gritó Seiya para evitar que volviera a decir lo mismo—, no me amas, no me amas como yo te amo a ti, mentiroso, acepté el infierno por ti, porque te amo y te acostaste con mi mejor amigo.

—Alguien… vendrá. —Su tono fue amenazador, no importaba lo que Seiya hiciera, alguien sabría lo ocurrido y no escaparía de las autoridades.

—No, este seminario está siendo purificado, Saga.

El tono que el moreno usó provocó un escalofrío en el sacerdote, mucho más su sonrisa. Casi como si fuera planeado y como un ejemplo de lo que acababa de decir, los gritos de obispo se escucharon pronto. Sonaba desesperado mientras se escuchaba como se rompían objetos y caían algunos muebles en la habitación cercana.

—¿Qué…?

—El infierno, donde el fuego purifica los pecados, ha llegado a este seminario.

Saga palideció e intentó moverse de nuevo, pero lo que dijo Seiya se estaba cumpliendo: ahora ni siquiera podía mover su cabeza, ésta pesaba toneladas o así lo sentía él. El castaño se dio cuenta de esto y decidió terminar con todo de una vez. Aferró con fuerza el cuchillo mientras se acerca a él, pero esta vez Saga no pudo hacer nada, solo observar aterrado los ojos vacíos de Seiya.

—Yo no merezco el cielo, lo he aceptado, pero hay muchas buenas almas en este lugar que pueden ser salvadas todavía, el fuego se encargará de eso —Se sentó a la orilla de la cama y comenzó a desvestir al sacerdote—, me enamoré de un hombre sacerdote, asesiné a dos hijos de Dios por mis celos… no, yo merezco el infierno y está bien, lo acepto.

Retiró los pantalones al igual que su ropa interior. Cerró los ojos y suspiró un momento.

No se arrepentía. Había sido muy feliz al principio pero ahora era momento de dejarlo todo atrás. Tal vez aún tenía absolución si dejaba atrás los placeres mortales y el amor para una sola persona. Todo eso significaba Saga, una de las razones por las que se quedó en el seminario a pesar de que no fue su madre la que se lo impuso. Cuando llegó al seminario le pareció alguien interesante y misterioso, y en lavatorio de pies su cuerpo se estremeció al sentir sus labios posarse sobre su piel, fue cuando Saga le correspondió la mirada y lo supo, él también sintió ese escalofrío, los dos estaban destinados.

Pero no tardó mucho en darse cuenta de quién era Saga, de lo bajo que podía caer. Seiya intentó estar cerca de él al principio, como alguien a quien admiraba mucho pues al ser ambos hombres, y principalmente porque el mayor era un sacerdote, no aspiraba a más. Poco después fue el sacerdote que lo sorprendió, hasta entonces pensó que las caricias sutiles eran solo imaginaciones suyas, pero no pudo malinterpretar ese primer beso. A partir de entonces fue feliz, hasta que se dio cuenta que no era el único que dormía en esa cama.

Sus celos fueron creciendo cada día más, se sintió miserable por arriesgar su salvación a tan corta edad por alguien que no lo apreciaba en lo más mínimo, y aun así seguía asistiendo a su lecho cada vez que se lo pedía, aunque sus palabras dulces le dolían cada vez más al darse cuenta que no eran verdad.

El odio ganó terreno en su corazón, hasta que un ángel rubio lo visitó una noche, después de lo ocurrido en la capilla con Sorrento e Isaac, diciéndole que podía enmendar todo si daba la salvación a los justos. Fue cuando comenzó esa extraña cacería, asesinando a quien el ángel le decía. No supo cuando dejó de verlo, tal vez cuando Shun comenzó a acercarse más a él, reconfortándolo con su simple presencia y salvándolo de la de Saga, de su insistencia. Pero fue gracias a ello que ahora Shun estaba manchado también.

Todo terminaría esa noche. Salvaría a sus compañeros que aún estaban limpios, y purificaría a los que tenían algún pecado, igual que a los sacerdotes.

Abrió de nuevo los ojos después de un par de segundos y con la misma sonrisa tomó el pene y testículos de Saga para cortarlos con el cuchillo en su mano derecha. Fue tan rápido como pudo, la sangre brotaba a la par que los gritos de Saga llenaban sus oídos, ni siquiera esa droga había evitado eso, menos mal que afuera todo comenzaba a estar en silencio, incluso el obispo había dejado de gritar.

Lo hizo con rencor, arrebatándole lo que más enorgullecía a Saga. Disfrutó cada grito y hacia el final, cuando Saga comenzaba a convulsionar por el shock y la droga, Seiya solo sonreía con las manos cubiertas de sangre, quizás se había excedido, pero ya estaba hecho.

Tomó el morral y sacó de él el resto del líquido para verterlo sobre el cuerpo casi inerte del mayor. Casi como si lo bendijera con esto. Antes de encenderle fuego con la vela se inclinó para besar por última vez sus labios.

—¡Seiya! —escuchó desde el pasillo.

Giró el rostro por inercia. Esa era la voz de Shun, la conocía a la perfección, aunque su tono antes conciliador y dulce se había tornado en uno desesperado. Pensó que se encontraría ya en paz como los demás, pero de alguna manera se alegraba de que estuviera vivo.

Tras un suspiro y dejar que la diminuta llama de la vela tocara el cuerpo empapado de Saga, se puso en pie para ir a su encuentro.

Notas finales:

Espero les haya gustado, al fin se revela quien fue el asesino, aunque supongo que ya lo sabían, pero aquí están sus razones.

¿El ángel que visitaba a Seiya? Después se sabrá.

Muchas gracias por leer.


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