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Idiota por Kimi Chan

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Todos los días era lo mismo:

Despertar a las 6:00 am, arreglarse, salir de casa para dirigirse a su aburrido empleo, en donde siempre debe sonreír, sin importar nada. 
Después de 4 horas de arduo trabajo, 32 personas atendidas y otras tantas a las que quiso atender y le ignoraron, salió en dirección al parque, en donde, como siempre, comía el ramen que preparaba la noche anterior. Solamente una hora más tarde regresó, retomó su lugar detrás del escritorio con una gran sonrisa dibujada.
Y solamente unas horas más tarde se levantó, su tarjeta fue registrada en la computadora central dando por terminado su día de trabajo. Los pies le dolían, su garganta estaba un poco irritada de tanto hablar, los ojos le pesaban deseando quedarse abajo. 

Aun así, como de costumbre, salió del gran edificio en el

que trabajaba, caminó por media hora en dirección opuesta al edificio y entró al mismo local que visitaba hace tanto. 
La silla casi tenía su nombre, la mesa estaba reservada, implícitamente, solo para él, solo a esa hora se encontraba vacía.
Sentado, con una taza de café en su mano, en esa mesa alejada del resto, aquella que tenía la mejor vista del parque bajo el cielo oscuro y lleno de pequeños puntos, y ahí, él se dio cuenta de que, desde que ese "niño", como solía llamarle, se alejó, tristeza era lo único que conocía. Y la soledad su única compañera.
Recordó como ese niño de cabellos grises siempre le rogaba porque le acompañara al parque para poder jugar con su patineta, y como él siempre entraba a esa cafetería y escogía esa mesa diciéndole que lo vería desde ahí, simplemente porque no quería admitir que estaba enamorando del menor... que idiota fue.

 

 

Todos los días era lo mismo:

Despertar a las 6:00 am, arreglarse, salir de casa para dirigirse a su aburrido empleo, en donde siempre debe sonreír, sin importar nada. 
Después de 4 horas de arduo trabajo, 32 personas atendidas y otras tantas a las que quiso atender y le ignoraron, salió en dirección al parque, en donde, como siempre, comía el ramen que preparaba la noche anterior. Solamente una hora más tarde regresó, retomó su lugar detrás del escritorio con una gran sonrisa dibujada.
Y solamente unas horas más tarde se levantó, su tarjeta fue registrada en la computadora central dando por terminado su día de trabajo. Los pies le dolían, su garganta estaba un poco irritada de tanto hablar, los ojos le pesaban deseando quedarse abajo. 

Aun así, como de costumbre, salió del gran edificio en el que trabajaba, caminó por media hora en dirección opuesta al edificio y entró al mismo local que visitaba hace tanto. 
La silla casi tenía su nombre, la mesa estaba reservada, implícitamente, solo para él, solo a esa hora se encontraba vacía.
Sentado, con una taza de café en su mano, en esa mesa alejada del resto, aquella que tenía la mejor vista del parque bajo el cielo oscuro y lleno de pequeños puntos, y ahí, él se dio cuenta de que, desde que ese "niño", como solía llamarle, se alejó, tristeza era lo único que conocía. Y la soledad su única compañera.
Recordó como ese niño de cabellos grises siempre le rogaba porque le acompañara al parque para poder jugar con su patineta, y como él siempre entraba a esa cafetería y escogía esa mesa diciéndole que lo vería desde ahí, simplemente porque no quería admitir que estaba enamorando del menor... que idiota fue.


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