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Parte de ti por Lilith Lawless

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Notas del capitulo:

¡Disfruten la lectura!

~*~

— ¿Qué haces aquí? —preguntó enfadado

La figura puso su dedo índice en sus labios, sacando aire hizo sonar el típico ‘Shhh’ para callar a una persona. La sonrisa de su rostro despareció, dando paso a una expresión indescifrable, la cual por la oscuridad  de la casa únicamente lograba verse más siniestra. Comenzó a acercarse al adolescente, quien retrocedió hasta chocar con la pared contraria del pasillo

—Escúchame bien, humano asqueroso —las palabras salían enteras, sin cortes; su voz ahora hacía eco, era más fuerte y gruesa, aunque no dejaba de susurrar—, No molestes rata, yo solo hago lo que se me encomendó. Solo te diré una cosa y grábatelo en la cabeza porque no pienso repetirlo. Estaré con el demonio el tiempo que sea y cuando le des el primer dolor emocional, lo mataré —entró de nuevo a la habitación y cerró la puerta con delicadeza.

El menor se deslizó a través de la pared hasta quedar sentado en el suelo. ¿Qué había sucedido? ¿Desde cuándo las cosas habían cambiado tanto? Trató de analizar la situación: Estaba perdiendo lo único que le mantenía con ganas de vivir. Lágrimas de impotencia bajaban por sus mejillas, ¿Podría él hacer algo?

Pensó un buen rato. Ciertamente no pensaba salir con Sebastián, pero al menos le demostraría un poco de cariño, aunque fuese mentira, le diría mil palabras de amor, pero no iba a arriesgarse a perderlo

<<Porque aunque odie admitirlo, él se ha convertido en algo muy importante para mí >>

Las horas pasaban y Ciel no tenía fuerzas para levantarse, su mente aún se encontraba pausada por lo recién ocurrido. Decidió entonces hacer una locura, lo peor del mundo: lastimar a su delicada prima

Iba a romper su compromiso con Elizabeth, si así podría salvar a su bien más preciado, lo haría. Sacó de su camisa una hoja maltratada y con un carboncillo que para su suerte se encontraba en el suelo comenzó a redactar una carta:

“Querida Lizzy

Espero que te encuentres bien. Sé lo que estás pensando, no es usual que yo te busque, pero necesito hablar seriamente contigo.

Sabes que eres una persona importante para mí y no quiero herirte. Si lo hago, te pido una disculpa.

Estoy pasando por un momento poco grato en mi vida –sí, de nuevo – y necesito que me hagas un favor. Quiero romper el compromiso de nuestra boda contigo. No estoy listo ni lo estaré jamás, lo lamento de verdad. Sé lo que harás. Aquí tienes de dos lados:

Decirle a mi tío y obligarme a casarme contigo o apoyarme como nunca lo has hecho.

No espero tu respuesta, la veré en tus acciones. No te recomiendo ir a mi mansión, no estoy allí ni en la de Londres, estoy en un campo algo alejado del sitio.” Mintió “Espero de verdad me perdones.

Con cariño, Ciel.”

La guardo y sacando fuerzas de sabrá quién donde, caminó pesadamente hasta su oficina. Abrió la puerta con cuidado, pues ésta chirriaba de forma horrenda cuando la abrían o cerraban. Se dirigió a su escritorio, tomando un sobre con el sello de la familia Phantomhive, acomodó la carta dentro y lo cerró. Mañana mismo la mandaría enviar a su prima.

<<Sé que voy a lastimarla, pero es por una buena causa. No sé qué me está sucediendo. No puedo creer que me interese más mi verdugo que mi prometida… >>

Alborotó sus cabellos en un acto de frustración, de verdad se encontraba acorralado. ¿Por qué le interesaba tanto la seguridad de un demonio que no pensaría dos veces en matarlo? Si existiera un dios, seguramente ni él sabría la razón.

Soltó múltiples suspiros. Algo andaba mal en su cerebro como para salvar a un ser como su mayordomo.

—Hay… Ciel, eres un completo raro—se dijo al momento que volteaba su silla en dirección al enorme ventanal que se encontraba tras él. Arrastró la cortina verde oscuro y admiró la luna. Fue cuando una estúpida pregunta pasó por su mente

¿Sus padres estarían de acuerdo con su decisión de salvar a un demonio? Bueno, siendo realistas, el ochenta por cierto de las probabilidades por parte de su padre eran: no. Pero, su madre seguramente le diría lo de siempre: “Si te importa, no tomes en cuenta lo que te digan los demás”

Se recargó en el respaldo de la cómoda silla, necesitaba un tiempo para pensar a solas y no matar su cordura en el intento. Sentía en su pecho un peso extra que solo ocurría al ver como Sebastián se arriesgaba por él. Asumió que era simple preocupación por quedarse solo, ya no iba a darle más vueltas. Subió la mirada al techo, perdido en algún punto inexistente, quedándose dormido casi al amanecer.

En determinado momento, sintió como le movían suavemente. Refunfuñó enfadado, ¿Quién se atrevía a fastidiarle?

—Maldición… tengo sueño —dijo al aire, sin esperar respuesta

—Pues eso le pasa por dormirse tarde y para colmo, en su oficina— al escuchar esa voz tan conocida todo rastro de sueño o desvelo desapareció casi de inmediato.

—Pu-pues tenía algo que hacer—se maldijo internamente por titubear —S-solo llévale ésta carta a Elizabeth, es una orden —le dio el sobre al asombrado demonio

—Sí, mi señor— dijo, como de costumbre y salió por la ventana

El conde le siguió con la mirada hasta que desapareció de su campo de visión

Seguía con el pendiente de saber si lo que hacía estaba correcto o no. Pero como dicen, lo hecho, hecho está y no hay vuelta atrás, no existe el  hubiera y él nunca se arrepentiría de la decisión que ya había tomado, terminase con buenos o malos resultados.

Se levantó y caminó alrededor del estudio, esperaba impaciente por saber que reacción tendría la rubia.

Por otro lado, Sebastián ya había llegado a la mansión Middford. La joven se encontraba leyendo la carta al momento que lloraba y era consolada por su sirvienta Paula.

—Emm… Sebastián, necesito que le digas a Ciel que yo le apoyo y no importa lo que haga, siempre voy a quererlo —dio una sonrisa forzada, se sentía lastimada pero no iba a defraudar a su primo, la persona que más amaba en el mundo. Tomó una bocanada de aire y la dejó salir lentamente—, y bueno, quisiera que no me mencionaras que lloré, por favor, sé que se sentirá culpable

Lo último dicho por la rubia despertó la curiosidad del demonio. ¿Por qué su amo se sentiría culpable de hacer llorar a una niña? Generalmente Ciel nunca se preocupaba por nadie, ni siquiera por él mismo.

—Entiendo —dijo con una falsa sonrisa, haciendo sonrojar a ambas humanas.

Salió de la mansión, no quería matar a la mocosa esa por meterse con lo que por ley le pertenecía, únicamente por el respeto y amor que le tenía a su amo. Decidió que era mejor marcharse caminando normal, puesto que había perdido las energías en casi volar para llegar rápido y entregar la carta que le había ordenado su amo. Necesitaba saber que decía el dichoso escrito, pero dos cosas se lo impedían:

1.-Según especificaba el contrato no podría hacer algo a espaldas de su amo

2.- Nunca se metería en la vida de Ciel, respetaría su privacidad y si no le ordenó leerla, él tampoco lo haría

Anduvo unos minutos sin dirección alguna, estaba metido en sus pensamientos, no quería regresar a la realidad.

Admiraba el paisaje, ¿Cuándo un bosque se había hecho tan bonito? Las nubes, la brisa, el cantar de las aves, todo se hacía notar más llamativo, más hermoso.

Ciel se encontraba en la entrada de su mansión, sentado sobre las escaleras. Hacía seis horas que no sabía absolutamente nada de Sebastián, intentó llamarlo y al ver que no funcionaba fue a su habitación, frente al espejo retiró el parche de su ojo derecho; lo abrió lentamente y casi cae de espaldas al suelo, uno de sus más grande temores estaba sucediendo… el sello del contrato había desaparecido.

Ahora esperaba sentado frente a su mansión, ¿Acaso el demonio ya estaba cansado de él? Pensar en perder a Sebastián solo hizo que su ansiedad aumentara, cerraba fuertemente sus puños, inhalaba y exhalaba con dificultad, sabía que si seguía así en cualquier momento le daría un ataque de asma.

Esperaba impaciente, buscaba con la mirada entre los árboles con la esperanza de encontrar su figura avanzado hacia él.

La tarde pasó en un parpadeo, el sol comenzaba a ocultarse lentamente tras las montañas. Alrededor de las siete y media, se levantó, estaba por entrar de nueva cuenta, quería llorar, pero el sonido de pisadas le hizo voltear. Sacó todo el aire contenido por sus pulmones en un suspiro de liberación, su mayordomo estaba de pie, frente a él.

— ¿¡Me puedes decir en dónde malditas estabas!? ¡Me tienes con el alma colgando de un hilo! ¡Imbécil! —gritó, no obstante, la emoción pudo más con él, inmediatamente después se lanzó a los brazos del pelinegro, dejando escapar lágrimas de la manera más escandalosa

—E-espere… us-usted está…. ¿Llorando? —preguntó, incrédulo

— ¡Es por tu culpa! ¡Idiota! ¡Imbécil! ¡Bastardo! ¡Poco hombre! —continuaba ofendiéndolo mientras golpeaba sin fuerzas su pecho

—Un momento, ¿Me eh perdido de algo?

—Yo creí que tú… ibas a dejarme… po-porque el sello del contrato desapareció —susurró

—Nunca haría eso —le sonrió— deberíamos entrar, hace frío aquí afuera y usted puede enfermar

El joven asintió con la cabeza, no quería separarse de Sebastián, por lo que le tomó de la mano y arrastró dentro. El de cabellera azabache estaba embelesado por tanta ternura, su joven amo, a pesar de tener ya dieciséis años actuaba como un niño pequeño. Mientras admiraba la escena, sintió un dolor fuerte en el pecho, que lo hizo detenerse y recargarse en la pared para mantenerse de pie; aquella punzada le había hecho dejar de respirar un momento

— ¿Qué sucede? ¿Te encuentras bien? — preguntó Ciel, acercándose

—Mire… sé que no debo guardarle secretos, pero hay algo que realmente necesito decirle

—Habla —suplicó

—Yo… ya no soy un demonio y mi tiempo de vida se está acortando

 

~*~

Notas finales:

Nos leemos en el siguiente capítulo ¡Hasta luego! :D


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