A matter of you and me, part III
Los meses que siguieron al entierro de Itachi se hallarían siempre entre los más felices de la vida de Naruto. Muchas décadas en el futuro, cuando el tiempo y el estrés de la vida shinobi hubiera cobrado su precio en su vitalidad y el final de sus días se acercara, Naruto volvería la vista atrás y señalaría esos meses viajando con el otro como única compañía como el momento qué definió su amistad, haciendo el giro que esta tomaría más tarde un desarrollo inevitable.
Ningún suceso especial se produjo durante aquellos meses. Naruto y Sasuke simplemente hablaban o caminaban en silencio, malvivían de la poca comida que podían encontrar en los bosques, contemplaban juntos el crepúsculo y, por las noches, compartían el calor de la hoguera. Los días transcurrían sin sobresaltos, y las noches eran frías.
Aun así, Naruto era feliz; envuelto de una felicidad constante que era difícil de explicar, porqué jamás se había sentido tan contento en toda su vida. Esto no significaba que nunca antes hubiera sido feliz, había conocido momentos de intensa alegría en su vida. Pero estos habían sido solo eso, momentos, preciadas ocasiones extraviadas en el tiempo.
Esta vez era distinto.
La felicidad que lo envolvía era un prolongado efecto que distorsionaba la realidad de manera continuada. Para Naruto, el Sol nunca había emitido una luz más brillante, la hierba sido de un color verde tan intenso, o el agua tan clara y refrescante; el bosque poseía un color especial, y el azul del cielo era simplemente hermoso.
En un pequeño rincón privado, muy lejos de la realidad, donde el mundo real no tenía cabida y su mayor preocupación era el tipo de presa que Sasuke cazaría a la mañana siguiente para el desayuno, inmerso en una vida sumamente sencilla y ermitaña, donde las preocupaciones terrenales y las faltas del pasado parecían un sueño distante, caminando al lado de su mejor amigo, aprendiendo a conocerlo de nuevo, descubriéndose a la vez a sí mismo, Naruto era feliz. Era feliz porque estaba al lado de Sasuke.
El lazo entre ellos florecía de manera constante e imparable.
Para Sasuke, esos meses supusieron un bálsamo para su alma y un alivio para su mente fracturada. Por primera vez desde que tenía ocho años, no había ningún objetivo urgente ni un deseo de venganza frente a él, expoliándolo hacia el futuro y opacando las memorias del pasado. Podía permitirse disfrutar del momento, sin preocupaciones del antes o el después.
El tiempo a solas que había disfrutado tras la batalla el Valle del Fin y su adiós a Naruto, lo había empleado rememorando las memorias de su infancia y tratando de llegar a términos con lo que había perdido, sin que el dolor de esta pérdida le impidiera recordar los preciados momentos que una vez había compartido con su familia. Esta había sido una nueva experiencia; agónica en muchos sentidos; pero necesaria.
Sasuke había sido solo un niño la noche que Itachi asesinó a sus padres y amenazó con matarlo a él también; un niño aterrado que había suplicado por su vida mientras contemplaba, con horror, como la persona que idolizaba y amaba más que a nadie en el mundo transformaba su amor en cruel burla, forzándolo a revivir una y otra vez el macabro crimen, el más atroz de los escenarios; un escenario que ni siquiera había sido real, sino el desesperado intento de Itachi para ocultar la verdad y hacer nacer el odio hacia él en su hermano pequeño.
El horror de esta experiencia –la muerte, la pérdida, la traición– había destrozado a Sasuke, literalmente. El olor de la carne carroña, las calles bañadas en sangre, los miembros diseccionados, los cadáveres de sus padres. El asesino: su amado hermano mayor.
La desesperación que esto trajo consigo, la total falta de coherencia, el dolor, la agonía en su pecho. El aire pesado de sus pulmones. Sasuke no había sido capaz de procesar estas emociones. Lo habrían devorado vivo. Eligió en vez cerrar los ojos a sus recuerdos. Olvidar lo que fue. Optó por una emoción mucho más fácil y liviana, una que al menos le otorgaba cierta semblanza de control sobre su vida: odio, venganza.
La mayor parte de los ninjas de Konoha lo despreciarían siempre por esta decisión, sacudiendo sus cabezas reprobatoriamente a su paso, y confiando poco o nada en él. Pero Sasuke, ese Sasuke que había llegado a ser tras la guerra, tras todo lo que había ocurrido, con el conocimiento y la madurez de las experiencias adquiridas, comenzaba a comprender que esta obsesión por la venganza no había sido sino el desesperado intento de un niño de ocho por sobrevivir.
Si no por esa obsesión, por ese odio que ardía en su interior y que lo protegía contra la agonía y la desesperación de la pérdida, tras haber visto su mundo arder en el espacio noche, traicionado por estos que amaba y desprotegido en mundo cruel –abandonado por cuantos debieron protegerle–, el niño que había sido habría acabado con su vida en un súbito momento de claridad, o bien se habría dejado morir lentamente, presa de la locura y la desesperación. Sin ese odio para protegerlo, Sasuke no habría sobrevivido tres meses.
Quizá Itachi había sido capaz de verlo, y por eso había tomado tales extremas medidas para despertar el odio dentro de él, dándole un objetivo por el que aferrarse a la vida, incluso si este objetivo era la venganza. Sasuke nunca lo sabría. Su hermano estaba muerto y jamás sería capaz de responder sus preguntas.
Lo que si era cierto era que si Sasuke había sobrevivido a su infancia y más tarde adolescencia, había sido gracias a la fuerza del único pensamiento que lo sostenía: venganza. Sin este objetivo al que aferrarse, empañándolo todo, la memoria de días felices y del amor traicionero que había sentido por su hermano, lo habrían destruido por completo, conduciéndolo a la locura.
Naruto había sido el único capaz de hacerle dudar su resolución. La amistad con él había mostrado a Sasuke lo que era querer a alguien de nuevo, la felicidad que acompaña a ese sentimiento, la sensación de sentirse parte de algo, de alguien; Naruto le había hecho sentir que por primera vez en una eternidad no estaba solo en el mundo. Había alguien más con él.
Por unos pocos meses, la exuberante presencia del ninja hiperactivo número uno de Konoha le había ayudado a olvidar, si bien no sanar sus profundas heridas. El odio dentro de sí había comenzado a palidecer dentro de sí, comparado con ese nuevo sentimiento de esperanza que crecía y crecía.
Hasta que Itachi había parecido de nuevo, amenazando con matar a Naruto.
Sasuke no recordaba una desesperación semejante a la que había sentido mientras corría para salvar a su mejor amigo. Un momento todo era perfecto, al siguiente Sasuke se encontró reviviendo el mismo sueño que cada noche lo atormentaba. Se vio a sí mismo como realmente era, como siempre había sido: un ser débil y patético, incapaz de proteger a estos a que amaba del ultrapoderoso y sanguinario monstruo de sus pesadillas.
Por eso habían muerto sus padres. Porque él no había sido lo suficientemente fuerte para salvarlos; para salvarlo a él. Un día lo perdería, del mismo modo que los había perdido a ellos.
Con este conocimiento vino la desesperación. El terror. El dolor. La ira.
La impotencia.
La afixia.
Tal como hiciera en el pasado, siendo aún un niño, incapaz de lidiar con estas emociones Sasuke optó por aferrarse a su odio y huir, escapar donde el pasado –la locura– no pudiera encontrarlo. El odio lo hacía fuerte. El odio lo ayudaba a olvidar. Sasuke no quería recordar nada de lo que había perdido; no podía pensar en lo que aún podía perder.
Esta fue la segunda vez que el odio lo protegió contra la desesperación que estaba sintiendo, la total impotencia, la agonía más pura. Su necesidad de obtener la venganza lo salvó de la locura que lo amenazaba con destruir la delicada cordura que con tanto esfuerzo había construido sobre las ruinas de su anterior vida.
A sus trece años, el joven ninja renegado no supo ver que el odio que aún espoleaba para protegerse a sí mismo contra la agonía y la locura de esa noche, la impotencia y debilidad que lo perseguía, no había hecho sino crear una efímera ilusión de bienestar. Estas emociones seguían yaciendo dentro de él, proliferando en silencio; y un día, cuando el odio no pudiera sostenerlas más, la ilusión estallaría en pedazos y Sasuke quedaría a su completa merced, no habiendo aprendido nunca a hacerles frente.
Cuatro años más tarde, después de descubrir la verdad tras las acciones de su hermano y comprender con horror que él era culpable de asesinar a la persona que más lo había amado en el mundo, alguien a quien él aún amaba pese a todos sus esfuerzos; por tercera vez en su vida, atrapado en una horrible pesadilla, Sasuke había sentido cómo su cordura se hundía en el abismo, esta vez de forma irrevocable, y él no quería, no podía hacer frente a sus sentimientos: la completa impotencia, la agonía, el dolor, la desgarradora culpa, la oscura desesperación…
¿Cómo podía aceptar la culpa? ¿Cómo procesar el dolor de lo que había hecho? ¿Qué tipo de monstruo era? ¿Itachi…? ¿Itachi que había sufrido tanto, quizá más aún que el propio Sasuke? ¿Su hermano que lo amaba? ¿Qué siempre lo había amado? ¿Qué había muerto sufriendo a causa del odio de Sasuke, con una sonrisa en sus labios?
Eso era locura, la locura del mismísimo infierno.
Tal y como había hecho toda su vida para protegerse a sí mismo contra esta, Sasuke recurrió a su odio y busco a alguien a quien odiar. Si no podía ser Itachi –Sasuke estaba feliz por esto–, que fuera la villa que había destruido la felicidad de él y su hermano, y cuyas acciones egoístas le habían costado la vida a su familia y su entero clan.
Contrario a la creencia popular, esta decisión no había sido un acto totalmente deliberado. Aun si lo hubiese deseado, Sasuke desconocía por completo cómo hacer frente a tales emociones: la agonía, y el lamento, y el dolor de la traición, y la desesperación de perder aún ser querido.
Siendo un niño jamás había prendido cómo lidiar con ellas; nunca nadie se había tomado el tiempo para enseñarle. Como adulto, se limitó a reproducir la conducta que lo había sostenido tantas otras veces anteriormente.
Desafortunadamente, esta vez la desesperación y el dolor habían sido demasiado intensos para omitirlos, y ni siquiera el odio más intenso había sido capaz de proteger los restos de su cordura –una cordura que había sido hecha añicos en la noche hacía ocho años, y nunca había recibido el tratamiento necesario para una completa recuperación–; en su lugar, el odio se convirtió en una trampa en sí mismo.
Los eventos trágicos que siguieron después eran infamemente conocidos por las cinco naciones ninja y sus habitantes. Sasuke sabría que podría haber sido mucho peor.
Al final, había sido Naruto y la fuerza de sus lazos y su fe en él lo que había salvado a Sasuke del odio y de sí mismo. Naruto e Itachi; Sasuke no podía negar el inmenso efecto de las últimas palabras de su hermano antes de desvanecerse.
No importa lo que ahora elijas o hagas, te amaré para siempre.
¡Ah! La dulce ironía…
Tras la guerra, una vez él y Naruto se habían despedido amigablemente para tomar caminos diferentes durante un tiempo, Sasuke había empleado esos meses a solas para meditar sobre su pasado y hacer frente a las emociones que siempre había rechazado afrontar.
Su viaje en solitario le había ofrecido la oportunidad perfecta para llorar por primera vez, no solo la familia que había perdido, el calor del hogar compuesto por su madre, padre y hermano, sino también por la pérdida de sí mismo, del niño que había sido; de la inocencia y la alegría, y de la facilidad con la que había sido capaz de expresar sus sentimientos, y la soltura con la que se había entregado a estos de todo corazón.
Sasuke no era esa persona. Jamás lo sería de nuevo. Por eso lloró por ella y por su familia; por su hogar, por su infancia, por su inocencia y por su clan; por todo lo que había perdido y todo lo que le había sido arrebatado. Lloró reviviendo los momentos felices, y aquellos que no lo fueron tanto. Lloró y se permitió a sí mismo sentir el dolor, la frustración, la agonía, la impotencia y la pérdida; y finalmente se despidió de esa vida, de lo que una vez había sido, de lo que nunca podría ser.
El pasado no sostendría por más tiempo alguna influencia sobre su futuro.
Sasuke era libre.
Sin embargo, no había sido hasta que Naruto se unió a él tras sus primeros seis meses de viaje que Sasuke había sido capaz de comenzar a contemplar ese futuro como algo más que una carga. Más importante aún, la presencia de Naruto y la alegría que este irradiaba consigo, intencionalmente o no, habían enseñado a Sasuke cómo disfrutar del presente, maravillarse por las pequeñas cosas, sentir contento ante los eventos más simples.
Esta era una habilidad que había olvidado por completo, perdida en el tiempo a causa del desuso.
Lentamente, Sasuke estaba sanando. Su cuerpo y su mente. Incluso si nunca volvería a ser aquel inocente niño de ocho años, comenzaba a sentirse saludable de nuevo. Completo. Relajado. Cuerdo.
Su espíritu estaba en calma. Las pesadillas que solían desgarrar sus sueños cada noche con las más atroces de las imágenes habían disminuido, y ahora lo visitaban solo una o dos veces al mes. Por primera vez, no había nada que pudiese desear.
Sasuke estaba más que satisfecho.
Compartiendo el peso del viaje con Naruto, Sasuke era feliz.